La primera Guerra del Golfo acabó con la derrota de Iraq y su desalojo de Kuwait pero, para asombro general, las columnas acorazadas americanas no continuaron hasta Bagdad y se permitió a Saddam Hussein permanecer en el poder. Washington temía la desestabilización del país y de toda la región. Un mes después de acabar la guerra, los aliados establecieron una zona de exclusión aérea por encima del paralelo 36, para proteger a la minoría kurda, y, más tarde, otra, al sur del Paralelo 33, para proteger a los chiíes. Además, el país fue sometido a un durísimo embargo, que empobreció especialmente a su población. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York situaron a Saddam en el centro del huracán, acusado por la Administración Bush de instigar el terrorismo internacional y de producir armas de destrucción masiva. Pese a la inexistencia de pruebas, finalmente el 20 de marzo de 2003 Estados Unidos y Gran Bretaña bombardearon Mosul, Bagdad y Basora. Al día siguiente comenzó el avance por tierra desde el sur, abriéndose más tarde el frente norte. La capital, Bagdad, verá los combates decisivos. La capital iraquí se encontraba resguardada por seis divisiones de la Guardia Republicana iraquí. Los americanos situaron a sus tropas al sur, con los marines el área del río Tigris y el 3? de Infantería sobre el Éufrates. La toma de Bagdad fue más fácil de lo esperado. El 3? de Infantería cayó directamente sobre el Aeropuerto Internacional, mientras que los marines avanzaron sobre la capital en un doble movimiento, tomando Hilla, por la izquierda, y aniquilando a dos divisiones iraquíes, por la derecha. El 9 de abril Bagdad es definitivamente tomada. La lucha pronto cesa en Basora y Tikrit, el último bastión iraquí, cae el día 14. Aunque la guerra no ha acabado oficialmente, los combates casi han concluido, al estar controladas las poblaciones principales.
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La conquista de las Galias, por obra de César, entre el 58 y el 51 a.C. es una de las guerras más apasionantes y modélicas de la Antigüedad y, como señala Clemente, la manifestación más madura del imperialismo romano. Los fines y la estrategia de las diversas campañas, libradas a lo largo de ocho años, nos son conocidas a través del propio César en sus "Comentarios sobre la Guerra de las Galias" y por la "Vida de César" de Plutarco, así como por Suetonio, Dión Casio y la correspondencia y algunos discursos de Cicerón.En todas ellas se refleja el conocimiento de César sobre el territorio y las costumbres de los pueblos a los que combatía, así como la habilidad en el desarrollo de las operaciones. Por otra parte, César no enmascaraba sus objetivos, ni buscaba subterfugios ideológicos. César considera la necesidad de dominar y organizar un territorio y expone las ventajas de este control con tal claridad que ni sus enemigos en el Senado podían refutarlas aunque, sin duda, lo desearan. La conquista supone la anexión de todos los pueblos situados en torno al territorio provincial de la Galia Narbonense hasta alcanzar sus fronteras naturales situando ésta, hacia el Este, en el Rin. César, evidentemente, no perseguía una gloria transitoria. De sus campañas se desprende el deseo de una pervivencia y unos resultados duraderos. Esto explica sus incursiones en Britania y en la orilla opuesta del Rin, necesarias para reafirmar el dominio romano, asegurando las fronteras y amedrentando a aquellos pueblos que pudieran entrar en la esfera de los intereses de Roma sobre las Galias. Cuando César describe las costumbres y peculiaridades de los diversos pueblos allí asentados, imprime al lector -como antes lo había hecho al Senado romano- el convencimiento de que éstos, sólo a través del dominio y las medidas organizativas de César, serían capaces de asumir las condiciones de vida romanas y dejar de ser un constante peligro para sus intereses. efiere detalladamente la hostilidad de éstos hacia los comerciantes y hacia la presencia de Roma en la parte meridional... y cómo sus condiciones sociales, económicas y culturales les impelían constantemente a la guerra como modo de vida. Así pues, la misión de Roma era evidente: la dominación como solución política, social y económica. Es una decisión clara y conscientemente imperialista, puesto que los intereses de Roma así lo exigían. La primera campaña fue contra los helvecios, que ocupaban aproximadamente el territorio de la actual Suiza. Ante la presión de uno de los jefes tribales germanos, Ariovisto, los helvecios decidieron abandonar su país y dirigirse hacia Occidente, donde parece que el pueblo galo de los santones los habría acogido. El itinerario de los helvecios había de atravesar el territorio de los alóbroges, territorio romano, por ser un trayecto menos dificultoso, pero César les negó el permiso para evitar la invasión de la provincia romana por 400.000 helvecios. Éstos aceptaron la negativa, pero a pesar de todo no se libraron del ataque del ejército romano, que los derrotó en el territorio de los eduos. Éstos mantenían, desde finales del siglo anterior, estrechas relaciones de amistad con Roma y eran considerados hermanos del pueblo romano. Desde esta campaña, César se presenta como un árbitro inevitable en los asuntos concernientes a los galos. Son varios de estos pueblos quienes le instan a intervenir (aun cuando tal intervención coincidiese con los intereses de César) contra el suevo Ariovisto, que suponía una constante amenaza para los pueblos situados en la margen izquierda del Rin. Las tropas de César, a las órdenes de Lavieno, derrotaron a Ariovisto cerca de la actual Besançon y le obligaron a atravesar de vuelta el Rin. César, a resultas de esta victoria, pasó a ser el protector y patrón de los pueblos de la Galia Central. Al año siguiente, en el 57 a.C., dirigió sus fuerzas contra los galos belgas y obligó a someterse a casi toda la región. En el 56 a.C., con una flota, atacó a los vénetos instalados en la actual Bretaña y Normandía, que previamente se habían levantado contra él. La mayoría fueron vendidos como esclavos. Durante esta primera etapa había sometido a numerosos pueblos galos y controlado a otros a través de las alianzas establecidas con las tribus más importantes. En el año 55 se produjo una nueva invasión germánica a través del Rin. Después de exterminar al ejército germánico se dirigió a la isla de Gran Bretaña, que entra por primera vez en el panorama de la historia romana. Principalmente, pretendía cortar con esta incursión cualquier ayuda que éstos pensasen ofrecer a las tribus galas. Su intención era aislar a las tribus galas en su propio territorio. En el 54 a.C. (después de ver renovado su nombramiento por cinco años más) comenzaron a producirse sublevaciones en distintos puntos de las Galias. La más peligrosa fue la de los belgas, que lograron aplastar a quince cohortes romanas al mando de los legados Sabino y Cota. En el 53 a.C. se hizo necesaria otra demostración de fuerza en el Rin y luego, en el 52, las tribus de la Galia Central, en un intento desesperado de defender su independencia frente a la poco gratificante protección de César, se sumaron bajo el mando de Vercingétorix. Los propios eduos, ante la presión de éstos y tal vez mermada la confianza en César tras las dificultades del año anterior, se incorporaron a la lucha. César, que estaba en la Galia Cisalpina, volvió con gran celeridad para incorporarse a su ejército. Tras duros combates y no pocas situaciones de peligro, los rebeldes fueron derrotados, primero en Avaricum y, definitivamente, en Alesia, donde fue capturado Vercingétorix. Después de la batalla de Alesia comenzó la organización de toda la Galia. Los últimos focos rebeldes, Uxellodunum, la Armórica... fueron pacificados. Aquellas tribus difíciles de incluir en el nuevo modelo organizativo fueron masacradas, reducidas a esclavitud u obligadas a cambiar de emplazamiento, según los cálculos del general. Las demás fueron organizadas adecuándose al modelo preexistente entre los galos, cuyos pueblos tendían a constituir grupos o unidades en torno a las tribus más importantes. En este caso, las tribus que ejercerían esta supremacía eran, obviamente, aquellas a las que César consideraba más seguras, como los eduos, remos, etcétera. César pudo volver al año siguiente a Italia, mientras en Roma se mantenía una densa polémica sobre los poderes de César y sobre la posibilidad de que éste se presentara al consulado para el 49. La conquista de las Galias había garantizado la posición política del gran general republicano, además de una solvencia económica que le permitió remunerar a su ejército de diez legiones y la lealtad incondicional de éstos hacia su general.
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Tras las guerras de 1948 y 1956, la tensión entre árabes e israelíes estaba lejos de disminuir. Egipto buscó el apoyo militar de Siria y Jordania, mientras que Israel fortaleció su industria bélica. En 1967, tras la retirada de las tropas de la ONU de la franja de Gaza, el Gobierno de El Cairo bloqueó el estrecho de Tirán. La respuesta israelí se produjo en las primeras horas del 5 de junio, tras percibir en los radares la aproximación de aviones egipcios y de unidades acorazadas que avanzaban hacia su frontera. El ataque de la aviación israelí logró destruir a los aparatos egipcios. Con dominio aéreo, la infantería israelí cayó cómodamente sobre los ejércitos egipcios del Sinaí, que contaban con 7 divisiones y unos 1.000 tanques. La ofensiva judía se produjo mediante un triple avance. El lunes 5 de junio se tomó una amplia zona y la localidad de El Arish. El 6 de junio los israelíes prosiguieron su avance y ensancharon la franja conquistada, con los egipcios retrocediendo. Simultáneamente, el ataque israelí en el frente del Sinaí continuó por el Norte, rompiendo la resistencia de las tropas egipcio-palestinas que defendían la franja de Gaza. El miércoles, tercer día de la ofensiva, las fuerzas israelíes prosiguieron su rapidísimo avance y tomaron Bir Eth Thamara. El cuarto día de guerra, el ataque israelí en el Sinaí se hacía ya imparable. La desesperada defensa egipcia en el Paso de Mitla convirtió este lugar en el escenario de un acto desesperado, que no impidió la ocupación total de la península del Sinaí en tan solo cuatro días. El mismo día 5, Jordania entra en la guerra bombardeando las principales ciudades israelíes, como Tel Aviv y, especialmente, Jerusalén. En respuesta, aviones israelíes castigaron las ciudades jordanas de Amman y Mafraq. Los combates más cruentos tuvieron lugar en Cisjordania, y la ofensiva israelí consiguió tomar Ramallah, Jenin, la Ciudad Vieja de Jerusalén, Belén y Hebrón. Al mismo tiempo, desde Nablus se desplegaban tropas hacia el río Jordán.
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En los años siguientes al Tratado de Aquisgrán fue mucho más evidente que había sido una simple pausa y cómo las potencias estaban en bandos concretos no por convencimiento, sino por la coyuntura internacional. Los desacuerdos manifestados en 1748, junto con el rencor por los resultados, originaron la gran crisis diplomática conocida por la inversión de alianzas. Mientras María Teresa, muy descontenta por las cesiones, pretendía recobrar Silesia, la pugna colonial continuaba sin descanso. Por tanto, los cambios diplomáticos se debieron a propósitos de todos los Estados, plasmados en acciones simultáneas según se producían los acontecimientos. Francia constituía una pieza clave en este juego de intereses, su amistad con Austria desaconsejable, pues las cortes de Viena, Berlín y Londres mermaron su influencia en las redes diplomáticas. Y existía el peligro de aislamiento por la mala gestión de los asuntos exteriores por su cancillería. Ante tal situación debía parar el expansionismo ruso, recortar el prestigio de los Habsburgo en el Imperio y relegar al segundo plano el papel de Gran Bretaña en Europa y Ultramar. Caja de resonancia de las discordias europeas, las fricciones coloniales no cesaron con la firma de la paz y el tratado de 1748 parecía lejano y sin validez, consecuencia de las negociaciones diplomáticas ajenas a los asuntos comerciales en las propias áreas de intercambio. Cualquier combinación de alianzas tendría un efecto eco a escala mundial. De manera casi unánime se ha establecido que el principio de las mutaciones estuvo en el acuerdo británico-ruso de septiembre de 1755, por el que Rusia manifestaba su oposición a Prusia por medio de un acercamiento al bando enemigo. Jorge II también buscaba desde el fin de la contienda austríaca una garantía militar para Hannover e inició un fructífero diálogo con María Teresa. Fue entonces cuando Newcastle se dirigió a Rusia, la otra potencia en el Este, y firmó el Tratado de San Petersburgo. La seguridad del Electorado implicaba la invasión por Rusia de Prusia oriental en caso de conflicto con Gran Bretaña. Este acercamiento tampoco afectaba a la amistad con Austria, muy al contrario, completaba la red diplomática. Federico II, que había rechazado las propuestas de Londres un año antes porque se hallaba en conversaciones para la renovación de la alianza con Luis XV, se apresuró a ofrecer cuantas garantías deseara el Reino Unido si quedaban salvaguardados sus Estados frente a la intervención de la zarina Isabel. Las negociaciones desembocaron en el Tratado de Westminster, en enero de 1756, por el que Prusia penetraba en la red aliada británica. Aunque daba la impresión de un acuerdo precipitado, en realidad fue el resultado de estudiados proyectos internacionales. Ante tal situación, no cabía duda de las importantes consecuencias del tratado y, a pesar del desconcierto inicial, las cancillerías se mantuvieron expectantes a la espera de la reacción francesa y rusa. Versalles rompió sus contactos con Berlín y entabló de inmediato conversaciones con Viena, sin tener en consideración los mutuos recelos, basándose en los deseos de acercamiento manifestados por María Teresa desde 1748. Austria proponía la cesión a don Felipe, yerno de Luis XV, de los Países Bajos, la devolución de Parma y el respaldo a la candidatura de los Wettin en la sucesión polaca. En la corte francesa, el encargado de las deliberaciones, el abate Bernis, partidario de la amistad franco-austríaca, venció las resistencias y se ganó al monarca tras el ataque británico en Norteamérica. Firmado en mayo de 1756, el primer Tratado de Versalles era una alianza defensiva con Austria en caso de agresión de un tercero. Todo el acuerdo estaba revestido de una apariencia de neutralidad, ya que la tradicional enemistad entre ambos países imposibilitaba mayores compromisos, pero Kaunitz logró completarlo con un pacto secreto de socorro militar cuando existiera asalto por algún aliado de los británicos. Era la base para el principal objetivo de la diplomacia vienesa: una coalición contra sus enemigos. No sólo quedaron turbadas las conexiones entre las potencias europeas, sino también las mantenidas entre la Sublime Puerta y Francia, ignoradas en el tratado. ¿No eran de esperar serios problemas en la frontera oriental ahora que existía una colaboración entre los antiguos antagonistas? Pero los recelos provenían del acercamiento francés a Rusia, confirmado en el pacto de noviembre de 1756, donde junto a los aspectos militares estaban los puntos comerciales, lo que demostraba la profundidad de las nuevas relaciones. El sultán, desconfiando de las intenciones francesas por la declaración sobre la libre disposición de todos los edificios de los Santos Lugares, se aproximó a Prusia, que creó una embajada permanente en la capital turca. Versalles adoptó una postura conciliadora, a pesar de las múltiples fricciones, en especial por motivos económicos, para eludir una guerra directa y mantener su influencia en la zona de cara a Austria y Rusia. Los cambios de alianzas eran demasiado precarios como para seguir una línea diplomática definida y nunca romperían los valiosos lazos con Estambul, pieza clave del área oriental.
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Las tensiones entre católicos y protestantes, entre partidarios y enemigos de la casa de Austria, iniciaron en 1618 un conflicto a la vez político y religioso. Localizado en sus comienzos se fue ampliando hasta desbordar sus límites europeos.España entró en la contienda a pesar de la política pacifista de su soberano Felipe III para salvaguardar la hegemonía hispánica, los intereses de la rama fraterna de los Habsburgo austriacos y los intereses de la Iglesia Católica.La rebelión de los estados de Bohemia, a la muerte del rey Matías, que se niegan a reconocer a Fernando II como emperador de Austria (1617), por su política de contrarreforma, así como la proclamación de un antiemperador protestante en Praga en 1619, Federico V, desatan el conflicto. La elección de este antiemperador rompe el equilibrio religioso y político del momento y delimita la causa católica en Europa arruinando el poderío de los Habsburgo en la Europa Central.Por la parte católica el emperador cuenta con el apoyo de la liga católica dirigida por Maximiliano de Baviera, también cuenta con España que pone a su disposición el ejercito español de los Paises Bajos al mando de Spinola. En el otro bando Federico V cuenta con el mediocre ejercito de los Estados de Bohemia, con la Unión Evangélica, con los checos, Venecia y las Provincias Unidas. Estas últimas se ven beneficiadas de un enfrentamiento con España tras la tregua de Los Doce Años, unido a la debilidad de los Habsburgo.En 1620 concluye la primera fase de esta guerra con la victoria de las tropas hispano austriacas en la batalla de Montaña Blanca con la huida de Federico V y la toma de Praga. Es en este momento cuando se produce en España el advenimiento de Felipe IV y de su activo ministro Olivares partidario de una política conquistadora. Fernando II recupera su poder pero queda a merced de sus aliados Baviera y España.Los próximos años serán escenario de un duelo entre Francia y España, un conflicto entre dos naciones inmerso dentro de la guerra europea que tendrá como protagonistas a Richelieu y Olivares que se disputarán el poderío hegemónico católico en Europa liderado por España hasta este momento. Tras la muerte de Richelieu y la retirada del apoyo a Olivares por parte del rey español Felipe IV los acontecimiento se inclinan en favor de Francia con la victoria en Rocroi del ejercito francés, de la cual se conserva una representación de Nicolás Cochin el Viejo.En 1637 un nuevo emperador, Fernando III lidera el conflicto, nuevos enfrentamientos entre distintas potencias se suceden, como ocurre entre Suecia y Holanda.Desde 1644 a 1648 el enfrentamiento comprende dos aspectos, por un lado los deseos de paz para concluir la guerra y por otro lado los deseos de cada estado por negociar las mejores condiciones provocan que las operaciones militares continúen por todas partes.La Guerra de los Treinta Años había asolado terriblemente Europa, sobre todo las regiones centrales. El Imperio Austriaco había llegado al límite de sus fuerzas, dispuesto a firmar la Paz olvidando sus pretensiones de hegemonía sobre Alemania. Las Paces de Westfalia (1648) confirmaron la derrota de los Habsburgo, el triunfo de Francia sobre una Alemania dividida y la derrota del catolicismo, en adelante no sólo la confesión luterana, sino también la calvinista, se considerarían legales en el Imperio Austriaco. Estos tratados ponen fin a la guerra y consagran un nuevo orden en Europa marcando un hito en la historia. Pero no fue una paz total ya que continuaron algunos conflictos locales, así para España la fecha de 1648 fue la de una paz a medias ya que firmó un tratado reconociendo la independencia de las Provincias Unidas, lo que provocó que la política francesa en adelante fuera la de ir apoderándose poco a poco de estos territorios y la de España la de defenderlos ayudada por Holanda, temerosa del expansionismo francés.El enfrentamiento franco-español seguiría cada vez más violento, máxime cuando Inglaterra en la persona de Cromwell decidió aliarse con Francia contra España. Por fin en 1659 se firmaría la Paz de los Pirineos que entregaba a Francia, Rosellón, Cerdaña y algunas plazas de los Paises Bajos, paz que se afianzó con el matrimonio de Luis XIV de Francia con la hija de Felipe IV la Infanta María Teresa.
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Cicerón consiguió que el Senado revocara la decisión anterior aprobada a instancias de M. Antonio sobre el cambio de provincias. Por ello, Antonio dejaba de tener derechos sobre el gobierno de la Cisalpina para el año 43 a.C. La respuesta de Antonio fue la de resolver la disputa por las armas situándose así fuera de la legalidad vigente. El ejército de Bruto fue cercado en Módena por el de M. Antonio. Los dos cónsules, Hircio y Pansa, acudieron en ayuda de Bruto. Y a su lado estaba Octaviano con el apoyo de un ejército particular de 3.000 hombres reclutado a sus expensas, además de las dos legiones de M. Antonio que se habían pasado a su bando. El propio Cicerón defendió la legalidad del procedimiento de reclutar un ejército personal alimentando que la situación excepcional por la que pasaba la República exigía cualquier tipo de apoyo y, para darle mayores visos de legalidad, Octaviano fue nombrado pretor, magistratura anterior al consulado y que no le hubiera correspondido en una situación normal. M. Antonio escapó con dificultad de la batalla perdida en Módena. Los dos cónsules perdieron la vida y, en el momento de reconocer méritos y de asignar honores por el éxito de las operaciones militares, Octaviano quedó relegado. Tal decisión marca la ruptura de Octaviano con los republicanos. Nos dice Suetonio (Aug., XXVI) que Octaviano envió entonces a uno de sus centuriones al Senado para reclamar uno de los consulados vacantes y que, ante las dudas del Senado, el centurión mostrando su espada dijo: "Si vosotros no lo hacéis cónsul, ésta se encargará de hacerlo". Y ante tal argumento, el Senado accedió a nombrar a Octaviano y a Quinto Pedio, un cesariano, como cónsules. Así, desde la posición de un simple particular, Octaviano había alcanzado la máxima magistratura en sólo un año. Desde la nueva posición de fuerza, Octaviano estuvo en condiciones de separarse de la tutela de los republicanos y de iniciar una trayectoria propia en el grupo de los cesarianos. Su colega Pedio promulgó una ley contra los asesinos de César, que quedaban privados del fuego y del agua, revocando con ello la amnistía del 17 de marzo del año anterior. Rehabilitó políticamente a importantes cesarianos, entre los que se encontraban Lépido, Dolabela y el propio M. Antonio. Y, simultáneamente, mantuvo negociaciones con los líderes cesarianos que condujeron a la creación del Segundo Triunvirato. La guerra de Módena, urdida por Cicerón con gran maestría, terminó dando unos resultados contrarios a los deseos del gran estadista republicano.
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Guerra de Pánuco Antes de que Moctezuma muriese, y después que México fue destruido, se había ofrecido el señor de Pánuco al servicio del Emperador y amistad de los cristianos; por lo cual quería ir Cortés a poblar en aquel río cuando llegó Cristóbal de Tapia, y porque le decían ser bueno para navíos, y tener oro y plata. Movíale también el deseo de vengar a los españoles de Francisco de Garay que allí mataran, y anticiparse a poblar y conquistar aquel río y costa antes de que llegase el mismo Garay; pues era fama que procuraba la gobernación de Pánuco, y que armaba para ir allá. Así que, habiendo escrito mucho antes a Castilla por la jurisdicción de Pánuco, y pidiéndole ahora gente algunos de allí para contra sus enemigos, disculpándose de las muertes de algunos soldados de Garay y de otros que yendo a Veracruz dieran allí al través, fue con trescientos españoles de a pie y ciento cincuenta de a caballo, y con cuarenta mil mexicanos. Peleó con los enemigos en Ayotuxtetlatlan; y como era campo raso y llano, donde se aprovechó muy bien de los caballos, concluyó pronto la batalla y la victoria, haciendo gran matanza de ellos. Murieron muchos mexicanos y quedaron heridos cincuenta españoles y algunos caballos. Estuvo allí Cortés cuatro días por los heridos, en los cuales vinieron a darle obediencia y dones muchos lugares de aquella liga. Fue a Chila, a cinco leguas del mar, donde fue desbaratado Francisco de Garay. Envió desde allí mensajeros por toda la comarca más allá del río, rogándoles con la paz y predicación. Ellos, o por ser muchos y estar fuertes en sus lagunas, o pensando matar y comerse a los de Cortés, como habían hecho con los de Garay, no hicieron caso de tales ruegos ni requirimientos ni amistades; antes bien mataron a algunos mensajeros, amenazando fuertemente a quien los enviaba. Cortés esperó quince días, por atraerlos por las buenas. Después les hizo la guerra; pero, como no les podía dañar por tierra, pues estaban en sus lagunas, mudó la guerra, buscó barcas, y en ellas pasó de noche, para no ser sentido, al otro lado del río con cien peones y cuarenta de a caballo. Fue entonces visto con el día, y cargaron sobre él tantos y tan duramente, que nunca los españoles vieran en aquellas partes acometer en campo tan denodadamente a indios ningunos. Mataron dos caballos, e hirieron a diez muy gravemente; pero con todo eso, fueron desbaratados y seguidos una legua, y muertos en gran cantidad. Los nuestros durmieron aquella noche en un lugar sin gente, en cuyos templos hallaron colgados los vestidos y armas de los españoles de Garay, y las caras con sus barbas desolladas, curtidas y pegadas por las paredes. Algunas de ellas las reconocieron y lloraron, que ciertamente causaban gran lástima; y bien parecían ser los de Pánuco tan bravos y crueles como los mexicanos decían; pues, como tenían guerra ordinaria con ellos, habían probado semejantes crueldades. Fue Cortés desde allí a un hermoso lugar donde todos estaban con armas, como en emboscada, para echarle mano en las casas. Los de a caballo que iban delante los descubrieron. Ellos, cuando fueron vistos, salieron y pelearon tan duramente que mataron un caballo e hirieron otros veinte, y muchos españoles. Tuvieron gran tesón, por lo cual duró buen rato la pelea. Fueron vencidos tres o cuatro veces, y otras tantas se rehicieron con gentil acuerdo. Hacían corrillos, hincaban las rodillas en el suelo, y tiraban sus varas, flechas y piedras sin hablar palabra; cosa que pocos indios acostumbran. Y cuando ya estaban todos cansados, se tiraron a un río que por allí pasaba, y poco a poco lo pasaron; lo cual no sintió Cortés. En la orilla se detuvieron, y se estuvieron allí con grande ánimo hasta que cerró la noche. Los nuestros se volvieron al lugar, cenaron el caballo muerto, y durmieron con buena guardia. Al día siguiente fueron corriendo el campo a cuatro pueblos despoblados, donde hallaron muchas tinajas del vino que usan, puestas en bodegas en buen orden. Durmieron en unos maizales por causa de los caballos. Anduvieron otros dos días; y como no hallaban gente, volvieron a Chila, donde estaba el campamento. No venía hombre alguno a ver a los españoles de cuantos había más allá del río, ni les hacían guerra. Tenía Cortés pena de lo uno y de lo otro, y por atraerlos a una de las dos cosas, echó de la otra parte del río la mayoría de los caballos, españoles y amigos, para que asaltasen un gran pueblo, a orillas de una laguna. Lo acometieron de noche por agua y tierra e hicieron estrago. Se espantaron los indios de ver que de noche y en agua los acometían, y comenzaron en seguida a rendirse, y en veinticinco días se entregó toda aquella comarca y vecinos del río. Fundó Cortés a Santisteban del Puerto, junto a Chila. Puso en él cien infantes y treinta de a caballo. Les repartió aquellas provincias. Nombró alcaldes, regidores y los demás oficiales de concejo, y dejó como teniente suyo a Pedro de Vallejo. Asoló Pánuco y Chila y otros grandes lugares, por su rebeldía y por la crueldad que tuvieron con los de Garay; y dio la vuelta para México, que se estaba edificando. Les costó setenta mil pesos esta salida, porque no hubo despojo. Se vendían las herraduras a peso de oro o por el doble de plata. Se fue a pique un navío entonces, que venía con bastimento y munición para el ejército desde Veracruz, del que no se salvó más que tres españoles en una islita, a cinco leguas de tierra, los cuales se mantuvieron muchos días con lobos marinos, que salían a dormir a tierra, y con una especie de higos. Se rebeló a esta razón Tututepec del norte con otros muchos pueblos que están en el límite de Pánuco, cuyos señores quemaron y destruyeron más de veinte lugares amigos de cristianos. Fue a ellos Cortés, y los conquistó guerreando. Le mataron muchos indios rezagados, y reventaron doce caballos por aquellas sierras, que hicieron gran falta. Fueron ahorcados el señor de Tututepec y el capitán general de aquella guerra, que se prendieron en la batalla, porque habiéndose dado por amigos, y rebelado y perdonado otra vez, no guardaron su palabra y juramento. Se vendieron por esclavos en almoneda doscientos de aquellos hombres, para rehacer la pérdida de los caballos. Con este castigo y con darles por señor otro hermano del muerto, estuvieron quietos y sujetos.
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Guerra de Papaica Despachado y partido aquel navío, mandó Cortés a Hernando de Saavedra que entrase por la tierra a ver cómo era, con treinta compañeros a pie y otros tantos a caballo. El cual fue, y anduvo hasta treinta y cinco leguas por un valle de muy buena tierra y pueblos abundantes de toda clase de comida y pastos; y sin reñir con nadie, atrajo muchos lugares a la amistad de los cristianos, y vinieron veinte señores ante Cortés a ofrecérsele por amigo, y todos los días llevaban a Trujillo mantenimientos dados y trocados. Los señores de Papaica y Chapaxina estaban rebelados, aunque enviaban algunos de sus pueblos. Cortés los requirió muchas veces, asegurándoles las vidas y haciendas. No quisieron escuchar. Le vinieron a las manos por buenas maneras que tuvo, tres señores de Chapaxinas, y les puso grillos. Les dio cierto término, dentro del cual poblasen sus pueblos, con apercibimiento de que si no lo hacían serían bien castigados. Ellos mandaron entonces venir a toda la gente y ropa y él los soltó. Se llamaban Chicueitl, Potlo y Mendereto. Ni los de Papaica ni sus señores quisieron venir ni obedecer. Envió allá una compañía de españoles a pie y a caballo, y muchos indios, que asaltaron una noche a Pizacura, uno de los dos señores de aquella ciudad, y le prendieron; el cual, preguntado por qué había sido mato y desobediente, dijo que ya se hubiera él venido a entregar, sino que Mazatl era más parte con la comunidad y no consentía en la paz ni amistad de cristianos; pero que lo soltasen, y lo espiaría, para que le prendiesen y ahorcasen; y que si así lo hacían, la tierra estaría pacífica y poblada. Mas no fue así, aunque le soltaron y se prendió a Mazatl; a quien fue dicho lo que Pizacura decía, y mandado que dentro de un cierto plazo hiciese venir de la sierra a sus vasallos y poblar Papaica; y como no se pudiese acabar con él, lo llevaron a Trujillo. Procesaron contra él, y se le sentenció a muerte, lo cual se ejecutó en su propia persona, que fue gran miedo para los otros señores y pueblos; porque en seguida dejaron los montes, y se fueron a sus casas con sus hijos, mujeres y haciendas, excepto Papaica, que jamás quiso tener seguridad desde que Pizacura estaba suelto; contra el cual se hizo proceso, porque estorbaba la paz, y contra ellos porque no volvían a su ciudad; y así, se les hizo guerra, habiéndolos primero requerido con paz y protestado justicia. Prendieron en ella alrededor de cien personas, que fueron dados por esclavos. Se prendió a Pizacura, y aunque estaba condenado a muerte, no le mataron, sino que le tuvieron preso con otros dos señorcetes, y con un mancebo que, según pareció, era el señor verdadero, y no Mazatl ni Pizacura, que, con nombre de curadores, eran usurpadores. A esta sazón vinieron a Trujillo veinte españoles de Naco, de los de Gonzalo de Sandoval y de Francisco Hernández, y dijeron que había llegado allí un capitán con cuarenta compañeros, de parte de Francisco Hernández, teniente de Pedrarias, y que venía al puerto o bahía de San Andrés, donde estaba la villa de la Navidad de Nuestra Señora, en busca del bachiller Moreno, que escribiera Francisco Hernández que tuviese la gente, tierra y gobierno por la chancillería y no por Pedrarias; y por esta causa hubo motines entre aquellos españoles, y pensaban que Francisco Hernández se alzaba contra el gobernador Pedrarias; aunque todo pudo ser, que es muy corriente en indias quedarse los tenientes propios. Cortés escribió a Francisco Hernández rogándole tuviese por Pedrarias, y no por otro, aquella tierra y gente que le fue encomendada; mientras tanto, que tuviese por el Rey, y le envió cuatro acémilas cargadas de herraje, y algunas herramientas para trabajar en las minas; lo cual fue una de las causas por que Pedrarias degolló después a Francisco Hernández. Cuando éstos marcharon, vinieron unos de la provincia de Huictlato, que está a sesenta y cinco leguas de Trujillo, a quejarse a Cortés de que ciertos españoles les cogían sus mujeres, hacienda y hombres de trabajo y les hacían otras muchas demasías; por tanto, que le suplicaban los remediase, pues remediaba a todos en semejantes males. Cortés, que ya tenía de esto aviso de Hernando de Saavedra, que estaba pacificando la provincia de Papaica, despachó un alguacil y dos indios de aquellos querellantes a Gabriel de Rojas, que así se llamaba el capitán de Francisco Hernández, con mandamiento y cartas para que dejase aquella tierra de Huictlato en paz y volviese las personas que había cogido. Rojas, o porque estaba cerca Hernán Cortés, o porque le llamaba Francisco Hernández, se volvió entonces a donde vino; pues, según pareció, Francisco Hernández estaba en aprieto con un motín que hacían contra él los capitanes Sosa y Andrés Garabito, porque se quería quitar de Pedrarias. Considerando, pues, estas disensiones y bullicios entre los españoles, y que aquella provincia de Nicaragua era muy rica y estaba cerca, quería ir allá Hernán Cortés, y comenzó a prepararse y a preparar el camino por una sierra muy áspera.
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El 13 de septiembre, la punta de lanza de Von Paulus se lanzó contra Stalingrado. La ciudad, unos 500.000 habitantes, se apoyaba a lo largo de unos 40 kilómetros sobre el Volga, cuya gran anchura impediría a los alemanes el cerco completo. En la orilla izquierda del gran río se instaló la artillería soviética, pesadilla de los alemanes, y también en esa margen se acumularon los almacenes desde los que, por medio de barcazas, era abastecida la tropa defensora. "La perla de la estepa" era la principal ciudad industrial del sur; allí, por ejemplo, se construían la cuarta parte de los motores soviéticos. Al norte de su alargada y estrecha configuración estaba la zona industrial; en el centro, la zona comercial y residencial, dominadas por la colina Mamaye, cubierta de árboles y jardines: al sur, los suburbios. El primer ataque alemán se abatió sobre la colina Mamaye, excelente observatorio artillero, que se tomó tras un furioso asalto a la bayoneta. La ladera oeste quedó cubierta de cadáveres alemanes; la este, de muertos soviéticos. Chuikov la recuperaría durante la noche, también a cuchillo. Acababa de comenzar la leyenda de la colina de la muerte, que veinte veces cambió de manos y que costó más de 20.000 muertos en cinco meses de feroces combates. El día 14 los alemanes volvieron a tomar la colina; sus tropas acorazadas, con desproporcionadas pérdidas, consiguieron entrar en el centro de la ciudad. Tan violento fue el ataque alemán que Chuikov hubo de sacrificar sus últimos tanques para impedir que los alemanes alcanzasen el Volga. La situación llegó a ser desesperada en el sector central; su propio cuartel general quedó en la línea de fuego y la guardia a la bayoneta un asalto alemán. La lucha resultó espectacularmente épica en la estación de ferrocarril donde murió heróicamente Rubén Ruiz Ibarruri, hijo de la Pasionaria. Con la caída de la noche decreció el empuje alemán y pudo pasar el Volga la División Rodimsev, que se cubriría de gloria y de muertos en las cuarenta y ocho horas siguientes. Esta división, que reconquistó la colina Mamaye y la mantuvo dos días en su poder, salvó Stalingrado del desplome. Fue retirada durante la noche del día 16, tras haber tenido ¡8.000 muertos! Por esas fechas el centro de la ciudad era ya impracticable. Apenas si quedaba en pie algún edificio. Se luchaba casa por casa, piso por piso, sótano por sótano. Cada montón de escombros era disputado con singular fiereza. Los alemanes perdieron la ventaja de sus tanques, que en el laberinto de escombros resultaban sumamente vulnerables. Tampoco el dominio del aire era ventaja decisiva. Sobre la ciudad flotaba una nube de humo y polvo que dificultaba mucho la visibilidad y los combates eran tan próximos, tan cuerpo a cuerpo, que los aviones no podían intervenir. La bomba de mano, la pistola ametralladora y la bayoneta dominaron aquella lucha que pronto se denominó guerra de ratas. A base de un tremendo desgaste, los alemanes fueron progresando metro a metro y el 22 de septiembre lograron alcanzar por vez primera la orilla del Volga por el centro de la ciudad. Un pequeño pasillo, ensanchado lentamente a costa de un río de sangre, partió en dos las posiciones del 62.° Ejército y dificultó el paso del Volga por la zona. A final de mes, Von Paulus decidió atacar la zona norte, centro industrial compuesto por cadenas de fábricas construidas en piedra u hormigón y que constituían un tremendo baluarte. Centenares de stukas barrenaron el terreno, mientras la artillería alemana pulverizaba campos de minas y defensas exteriores. Dos divisiones alemanas apoyadas por carros alcanzaron las fábricas. Cada pasillo, cada nave, se defiende con furia. Pese a todo, el rodillo del VI Ejército consigue un progreso de tres kilómetros hacia el Volga. "Otro día como este y nos hubieran arrojado al río", escribiría Chuikov en sus memorias. Por la noche seguirá la lucha. Pero esa es la hora de los pacos rusos y la de sus grupos de asalto. Ambos bandos se tirotean a menos de 50 metros de distancia, a veces se sienten unos a otros separados por un muro o un piso. Tan próximos se hallan que han ido generando una jerga comprensible por ambos bandos. Y en la noche, erizando el pelo, suenan sus voces: "¡Ruso, vas a hacer burbujas en el Volga!" gritan de un lado, y del otro responden: "¡Fritz, tú no verás la luz del día para alegrarte!".
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Las excesivas ambiciones de Luis XIV, sus métodos agresivos, más la revocación del Edicto de Nantes (1685), acabaron de convencer a los países protestantes de la necesidad de una intervención directa. El emperador, ya victoriosamente libre de la ofensiva turca, España, Suecia y varios príncipes alemanes decidieron aliarse contra Francia en la Liga de Augsburgo (1685). Pero, antes que detenerse, el Rey Sol decidió una ofensiva mayor y ocupó el electorado de Colonia, para imponer un arzobispo a su medida y no de Roma o Viena, y más tarde el Palatinado, con el pretexto de defender los derechos de su cuñada, la duquesa de Orléans. Cuando, tras la revolución inglesa de 1688, el "estatúder" Guillermo de Orange se convirtió en rey de Inglaterra, tanto este país como Holanda se incorporaron a la Liga. Desde estos momentos, Francia trató de ayudar a los Estuardo exiliados a recuperar el trono de Inglaterra, para cambiar así los intereses exteriores de ésta, enemistándola con Holanda. Pero mientras tanto tuvo que enfrentarse en ultramar a la flota holandesa. La guerra se alargó cerca de diez años más, y el agotamiento llevó a unos y otros a firmar en 1697 la paz de Ryswick, por la que Francia hubo de abandonar la mayoría de los territorios ocupados desde 1681, salvo Estrasburgo y Sarrelouis, y comprometerse a no apoyar a los destronados Estuardos. Los tratados no fueron lo gravosos que se podía esperar para Francia, porque ésta fue capaz, una vez más, de no acordar la paz con todos los aliados a la vez y de avivar las rivalidades que existían entre éstos. Así, conservó la parte de los territorios conquistados que más le interesaban, no renunció a sus pretensiones hereditarias sobre el Palatinado e impuso la condición a los príncipes alemanes de que las regiones restituidas conservaran la religión católica. Por su parte, el problema de la sucesión al trono de Madrid, ya planteado desde la muerte de Felipe IV, requería una solución cada vez más urgente conforme pasaba el tiempo. Sin embargo, no parecía haber ninguna aceptable para la diplomacia internacional que no pasara por un reparto que evitara la formación de una nueva potencia hegemónica, lo que sucedería inevitablemente si la Corona española quedaba unida a Francia o al emperador. El heredero que reunía más derechos y así había sido señalado por Felipe IV, era su bisnieto Fernando José de Baviera, hijo de la archiduquesa María Antonia, hija a su vez de la infanta Margarita y del emperador Leopoldo I. El otro descendiente de Felipe IV, su nieto el Gran Delfin de Francia, tenía el inconveniente jurídico de la renuncia de su madre la infanta María Teresa a los derechos a la Corona española. Los siguientes en la línea de sucesión eran el propio Luis XIV y el emperador Leopoldo como nietos de Felipe III. Teniendo en cuenta que estaba en juego el equilibrio de fuerzas en Europa, en 1698 se acordó un tratado de partición secreto, que, si bien reconocía la Corona a Fernando José de Baviera, establecía el reparto de ciertos territorios entre Luis XIV y Leopoldo con la aquiescencia de Holanda e Inglaterra. La muerte de Fernando José complicó las cosas, obligando a un segundo reparto en 1700 entre el candidato francés y el austriaco. Con estas perspectivas, Carlos II testó a favor del duque de Anjou, segundo nieto de Luis XIV, el único que le parecía capaz de conservar la integridad de los territorios hispánicos. Pero este último dio una vez más pruebas de prepotencia, en vez de la diplomacia necesaria para tranquilizar a las demás potencias que en principio habían aceptado el testamento. Inmediatamente ocupó las plazas fuertes de los Países Bajos y provocó la formación de la última coalición contra él, en este caso firmada en La Haya en 1701, y de la que formaban parte, además del emperador que presentaba la candidatura de su segundogénito, el archiduque Carlos, Inglaterra, Holanda, Portugal, Dinamarca, Saboya y la mayoría de los príncipes alemanes. La guerra estalló en 1702, y se llevó a cabo sobre todo en la línea fronteriza entre Francia y los aliados, que se encontraban en una situación claramente ventajosa, al atacar a su enemigo por varios frentes de forma simultánea. Dentro de España la guerra se desencadenó más tarde entre los partidarios del archiduque, esencialmente la Corona de Aragón, y del duque de Anjou, esencialmente Castilla, que resistía difícilmente, ante al ataque inglés en 1708 a sus costas y por la frontera portuguesa, a pesar de haber reconquistado Valencia, Aragón y parte de Cataluña tras la batalla de Almansa en 1707. Sin embargo, en 1710 la victoria de Brihuega-Villaviciosa permitió remontar al ejército de Felipe V una guerra que parecía irremediablemente perdida. En la Península, sólo Barcelona resistía. En 1711 la situación internacional dio un quiebro por razones ajenas al campo de batalla. Al emperador Leopoldo había sucedido en 1705 su hijo mayor, José I, que murió a su vez sin descendencia en 1711. Por tanto, su hermano menor, el archiduque Carlos, se convertía en el emperador Carlos VI, con gran disgusto de sus aliados, ya agotados por una larga guerra, en la que habían participado sobre todo para mantener el equilibrio europeo, ahora de nuevo amenazado por una posible reproducción del Imperio de Carlos V. Inglaterra, sobre todo, se mostrará decididamente partidaria de terminar una guerra que la agotaba económicamente y que causaba gran descontento en la población por la elevación de impuestos que sufría, firmando en 1711 con Francia los preliminares de paz, en los que reconocía a Felipe V como rey de España. La guerra irá languideciendo ante el desinterés de unos y el agotamiento de otros hasta que en 1713 se inicien en Utrecht, bajo iniciativa inglesa, las negociaciones de paz, que se completarán con una serie de tratados parciales entre unos y otros contendientes. En 1714, Austria aceptó en Rastadt los acuerdos de Utrecht, terminando así definitivamente la guerra. En Utrecht-Rastadt se ratificará el equilibrio europeo. Ninguna de las grandes potencias tendrá el poder suficiente para imponerse a las demás, y se crearán además unas potencias medianas, Estados tapones que obstaculicen que cualquier veleidad hegemónica pueda llevarse a efecto. Los Borbones lograrán al fin situar a Felipe V en el trono español, pero éste habrá de ceder al emperador gran parte de los territorios europeos extrapeninsulares: Países Bajos, Milán, Nápoles y Cerdeña. Así, los largos años de guerra no impedirán el reparto de los territorios de la Monarquía española, como varias veces se había acordado previamente. Las nuevas posesiones italianas de Austria, más las conseguidas en su frontera sudoriental en Karlowitz (1699) y Passarowitz (1718), desviarán en buena parte sus intereses desde el Imperio al mundo mediterráneo. Francia, por su parte, logró al fin romper el cerco de los territorios Habsburgo y afirmar sus fronteras al conservar Lille y Estrasburgo. El equilibrio se refuerza, además, con la creación de una barrera preventiva alrededor de Francia, que le impida desbordar fácilmente sus fronteras. A ello se debió la cesión de los Países Bajos a Austria, y a ello también el fortalecimiento de dos Estados medianos, Prusia-Brandeburgo y Saboya, que tendrán en el futuro un gran papel como catalizadores de la unión alemana e italiana. Prusia, que ya en el siglo XVIII se convertirá en una potencia de rango superior, conseguirá la dignidad real y el principado de Neuchâtel, en Suiza, y la Alta Güeldres. Víctor Amadeo II de Saboya también conseguirá el título de rey y acrecentará sus territorios con Niza y la isla de Sicilia, aunque posteriormente trocará Sicilia por Cerdeña, en favor de Austria, que mantendrá en Italia el Reino de Nápoles y Sicilia y el Milanesado con Monferrato, segregado de Mantua. Finalmente, Holanda ampliará sus territorios a lo largo de su frontera con los Países Bajos, y Portugal recibirá parte de la Guayana francesa. La gran vencedora será Gran Bretaña, que consolidó su posición como potencia marítima y comercial. En el Mediterráneo conservará Menorca y Gibraltar, conquistadas a España en el transcurso de la guerra, y le arrebatará la concesión del envío de un barco anual a las Indias españolas (el navío de permiso) y el derecho del asiento de negros en las mismas colonias. Francia renunciará al apoyo a los Estuardos y reconocerá a la nueva dinastía Hannover, que reinará en Gran Bretaña desde 1714, además de cederle la isla de San Cristóbal, en las Antillas, y los territorios alrededor de la bahía del Hudson, Acadia y Terranova, donde no conservará más que el derecho de pesca. El equilibrio europeo quedó así asegurado durante cerca de un siglo. En el Continente, Francia, Austria, Rusia y enseguida Prusia serán potencias similares que se contrarrestarán mutuamente. Inglaterra dominará ya claramente en el terreno económico, teniendo difícilmente rival en el dominio marítimo, y la Monarquía española, después de la desmembración de sus territorios, y a pesar de cierto restablecimiento bajo los gobiernos ilustrados, habrá quedado definitiva e inexorablemente relegada a un lugar secundario.