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acepcion
Ritual egipcio que consistía en dar un pequeño golpe a las estatuas y las momias con una hacha pequeña para darles vida.
contexto
El establecimiento de la corte portuguesa en Río de Janeiro facilitó la presencia de comerciantes británicos en el Brasil. En 1810, don Juan firmó un tratado comercial con Gran Bretaña que abría a los comerciantes de ese origen los puertos y mercados brasileños, pero que al mismo tiempo tenía cláusulas discriminatorias para los mercaderes portugueses. Si la Carta Regia de 1808 permitió el comercio a las naciones amigas, estableciendo un derecho de importación del 24 por ciento, el tratado de 1810 impuso unos aranceles para los británicos del 15 por ciento, mientras que los que debían pagar los portugueses eran un punto mayor. En 1816 se acabó con la discriminación y se igualaron los aranceles que debían pagar unos y otros. La liberalización del comercio y la abolición del monopolio condujeron a una mayor apertura de la economía y estimularon los intercambios con el exterior. Una de las principales consecuencias de esta apertura fue el cambio de signo en la balanza comercial, dado el mayor crecimiento de las exportaciones, que seguían basadas en el azúcar y el algodón. Mientras las importaciones pasaron de 4.000 "contos de reis" en 1812 a 19.700 "contos" en 1822, las exportaciones lo hicieron de 2.500 contos a 22.500. Si bien no hay dudas acerca del crecimiento de los intercambios, es necesario aclarar que la devaluación de la moneda de oro fue uno de los motivos del crecimiento de las cifras en "contos de reis", y que por lo tanto sería necesario deflactarlas. La devaluación de la moneda no debe ser vista como algo totalmente negativo para la economía brasileña, ya que mejoraba la competitividad de sus exportaciones. Pero al mismo tiempo aumentaba los precios de las importaciones pagadas en moneda local, afectando de este modo a los consumidores. Así y todo las importaciones de manufacturas europeas aumentaron considerablemente, gracias a la liberalización del comercio y al carácter litoral de los principales centros económicos brasileños. Las manufacturas locales, ubicadas por lo general en una estrecha franja costera, no se pudieron beneficiar de los efectos proteccionistas que las enormes distancias, los accidentes geográficos y la falta de infraestructura concedían a los territorios del antiguo imperio español. Tras la declaración de la independencia, en 1822, la presencia británica en Brasil se hizo más intensa, con casi cien casas comerciales instaladas: sesenta en Río de Janeiro, veinte en Bahía y dieciséis en Pernambuco. En Londres se organizaron cuatro sociedades anónimas para invertir en la minería, aunque no tuvieron éxito porque muy pronto fueron afectadas por la crisis bursátil de 1825. En 1824 y 1825 Brasil negoció dos empréstitos por un valor de 3.200.000 libras esterlinas con bancos ingleses. Los fondos recaudados se destinarían a liquidar viejas deudas y a compensar monetariamente a Portugal por la pérdida de sus colonias. La fortaleza del comercio exterior brasileño le permitió al país seguir pagando puntualmente los intereses de su deuda externa en 1828, cuando tras la crisis de 1825, las restantes repúblicas latinoamericanas habían suspendido los pagos a los banqueros británicos.
contexto
El fracaso de la proyectada entrevista de los Pontífices da paso a la vía conciliar; pero, además, pone en primera línea de preocupaciones otras cuestiones de las que hasta ahora se había hablado en alguna ocasión, pero que, desde este momento, se convierten en el eje de los debates, para muchos, por encima incluso de la división de la Iglesia, cuestión que se ha planteado también. La reforma, la autoridad del Concilio y la autonomía de Iglesias nacionales pasan a ser el centro del debate. Se entiende por reforma una profunda transformación de las estructuras eclesiásticas, variable según la radicalidad de quien exija tal reforma; hay un acuerdo general respecto a la necesidad de dicha reforma, acometida en los Reinos hispanos desde hacia ya algún tiempo, pero, mientras para algunos es una tarea de renovación de la jerarquía de la Iglesia, para otros exige una modificación o, incluso, destrucción de la misma. El conciliarismo es una doctrina antijerárquica y revolucionaria que concibe el Concilio como depositario de la suprema autoridad dentro de la Iglesia; no es la solución conciliar, propuesta desde el comienzo como solución del Cisma, dentro de la más estricta ortodoxia, sino la concepción de la Iglesia como una sociedad en la que el poder parte de la base, la asamblea de los fieles, que lo confía al Pontífice, simple depositario de ese poder, responsable ante la asamblea. Las perturbaciones producidas por el Cisma han permitido a las Monarquías intervenir activamente en las cuestiones internas de las Iglesias de sus Reinos; una Iglesia sometida al poder político, desconectada del pontificado, significaba tales ventajas que, difícilmente, las Monarquías se resignarían, una vez resuelta la división de la Iglesia, a un simple retorno a la situación anterior al Cisma. Por el momento, el Concilio era la única solución que a todos parecía viable; tanto a quienes, procedentes de ambas obediencias, iban a intentarlo al margen de los respectivos Pontífices, como a éstos mismos, cuyo único medio de impedir el revolucionario expediente consistía en reunir sendos concilios. Benedicto XIII lo había convocado para celebrarse en Perpiñán en noviembre de este mismo año de 1408; Gregorio XII, poco después, convocaba también un concilio de su obediencia que se reuniría en algún lugar no muy alejado de Venecia, Aquilea o Ravena. Se entraba en la vía conciliar, pero en un ambiente de revuelta. Benedicto XIII se retira del escenario de la frustrada entrevista distanciado de sus cardenales y ante la hostilidad genovesa, palpable en todos los puertos provenzales, hallando acogida cariñosa solamente en los dominios aragoneses. Podemos considerar consolidada la ruptura con los cardenales cuando, en septiembre de este año, Benedicto XIII procedía a la promoción de cinco nuevos cardenales; a pesar de ello, sus cardenales instalados en Pisa le remitían por esas fechas la convocatoria del Concilio de Pisa, con el ruego de que acudiese a sus sesiones. La invitación fue radicalmente rechazada, con el argumento de que sólo el Papa puede convocar concilios. Benedicto XIII abría, el 15 de noviembre de 1408, su anunciado concilio en Perpiñán, al que asisten principalmente españoles, aunque hay también franceses, porque la sustracción de obediencia no es general; el ambiente es una perfecta identificación de la obediencia aviñonesa con su Papa. Sin embargo, la asistencia fue disminuyendo considerablemente a lo largo del mes de enero de 1409, y las conclusiones del concilio distaban bastante de los deseos de Benedicto XIII, al que se le pedía un serio compromiso en la abdicación propia y de su rival. El cansancio que el Cisma había provocado impulsaba a muchos a tratar de lograr resultados positivos aun pasando por encima de cuestiones doctrinales. Las propuestas obtuvieron, pese a todo, la aquiescencia del Papa, que prometió poner en marcha las acciones sugeridas por el concilio; sufrieron, sin embargo, un considerable aplazamiento, sin duda deliberado. La última sesión del Concilio de Perpiñán, el día 26 de marzo de 1409, contó con una asistencia insignificante. También Gregorio XII conocía la hostilidad tras el fracaso de la entrevista. Abandonaba Lucca a mediados de junio de 1408, casi fugitivo, y no era bien recibido en Siena; sólo el territorio de Venecia constituía un confortable refugio. Al mismo tiempo que Benedicto XIII, el Papa romano procedía a la promoción de nueve cardenales para reforzar su también disminuido colegio. El concilio de la obediencia romana abría sus sesiones, en Cividale, el 6 de junio de 1409, sólo un día después de que el Concilio de Pisa hubiese declarado depuestos a ambos Papas. El tono de las sesiones fue languideciendo durante todo el verano; se cerró el 5 de septiembre, en medio de una gran confusión a la que contribuyó Venecia reconociendo la actuación de Pisa y al Papa allí elegido. La propuesta final era la abdicación, si lo hacían simultáneamente los otros dos Pontífices. Era una proposición carente de cualquier efecto; el propio Gregorio XII tenía que huir penosamente de territorio veneciano, embarcarse hacia Gaeta para ponerse en manos de Ladislao de Nápoles, más como prisionero que como huésped. Para el Pontífice romano se iniciaba una larga cadena de sufrimientos y humillaciones soportados con gran dignidad. El fracaso de la entrevista entre Benedicto XIII y Gregorio XII hacia recaer la inicial simpatía de la Cristiandad en los cardenales reunidos en Pisa; su propósito de celebrar un concilio, de modo revolucionario, suscitaba fundados temores en muchos espíritus. Las dificultades eran considerables. Necesitaban justificar la convocatoria de un concilio realizada de un modo que, como mínimo, hay que calificar de excepcional; se necesitaba una ciudad capaz de acogerlo y de garantizar la seguridad de los conciliares; en tercer lugar, era precisa la colaboración internacional, menos efectiva de lo que aparentaba. Justificar la anómala convocatoria del Concilio de Pisa era complicado, más aun por el hecho de que ambos Papas habían convocado sus respectivos concilios. El agotamiento de todos los medios para resolver el Cisma, hacía lícita, según afirmaba el maestro parisino Simón de Cramaud, una sustracción general de obediencia; la vacante debería ser cubierta por un concilio para cuya convocatoria tenían los cardenales la más caracterizada autoridad. La convocatoria sería realizada por cada fracción del Colegio cardenalicio en el ámbito de obediencia; se invitaba a los poderes temporales y a los dos Pontífices para que acudieran a las sesiones del concilio. Además, los reunidos en Pisa acordaban mantenerse unidos, no proceder a elección de Papa en caso de muerte de uno de ellos, y denunciar como inválidas las promociones cardenalicias que pudiesen producirse a partir de ahora. La conveniencia de celebrar el concilio en la misma Pisa, hizo que se mantuvieran intensas negociaciones con Florencia para obtener el necesario permiso; se obtuvo en septiembre de 1408 y se realizó inmediatamente la convocatoria para el 25 de marzo del año siguiente. Génova garantizaría las comunicaciones por mar. La búsqueda de apoyos internacionales proporcionó resultados muy dispares. En Francia se reunió, en agosto de 1408, una asamblea del clero, con escasísima asistencia de prelados, todos ellos servilmente sumisos a las orientaciones gubernamentales; como era de esperar, ratificó la condena de Benedicto XIII, en medio de feroces ataques a la autoridad pontificia y acciones de violencia contra quienes osaban oponerse a la sustracción de obediencia. Se fijaban los objetivos del futuro Concilio: la unión de la Iglesia occidental, la unión con los griegos y la proclamación de las libertades de la Iglesia. El proyecto pisano contó con un apoyo bastante amplio en Italia, siendo Venecia y Nápoles, apoyos fundamentales de Gregorio XII, los focos de mayor resistencia a aquella iniciativa. Navarra se mostró neutral; el gobierno castellano, dirigido en ese momento por el regente, Fernando de Antequera, se manifestó dispuesto a apartarse de Benedicto XIII, al que solamente Aragón y Escocia apoyaban de modo incondicional. Inglaterra no sustrajo obediencia a Gregorio XII, pero Enrique IV reprochó al Papa la última promoción cardenalicia realizada y comunicó que enviaría representantes al Concilio de Pisa. La situación en el Imperio era diversa: Roberto de Baviera permanecía fiel a Gregorio XII, Wenceslao ofrecía apoyo a Pisa si se le reconocía rey de romanos y Segismundo apoyaba a los de Pisa, pero les exhortaba a unir su acción al concilio de Gregorio XII. También se contó en Pisa con el apoyo de Polonia y Portugal, así como con la incorporación de nuevos cardenales hasta alcanzar 19, 12 de ellos pertenecientes a la obediencia romana. La actividad de convocatoria fue muy amplia, incluyendo a los dos Pontífices y al emperador griego, Manuel II, al que se instaba a acudir para proveer a la unión de las dos Iglesias. Gregorio XII respondió con severas amenazas y, en enero de 1409, pronunció la excomunión contra los pisanos; Benedicto XIII aplazó las medidas de fuerza: todavía después de la elección de Alejandro V esperaba la posible sumisión de los rebeldes. De acuerdo con lo previsto, el 25 de marzo de 1409 tuvo lugar la ceremonia de apertura del concilio ante una asistencia no muy numerosa. Alemania, la Orden Teutónica, Polonia, Inglaterra y Francia enviaron representantes a sus sesiones. El número de asistentes, en el momento de máxima asistencia, alcanzó unas 500 personas; no es una representación pequeña, pero si muy parcial, de la Cristiandad.
contexto
Las explicaciones basadas en la teoría de la dependencia señalan que la especialización comercial latinoamericana (intercambio de productos manufacturados por productos primarios), basadas en la relación entre el Centro y la Periferia, han conducido a importantes desigualdades económicas y son las causas del actual subdesarrollo. Para ciertos autores, la liberalización del sector exterior es un factor de atraso económico decisivo y los ferrocarriles llegaron a ser catalogados como instrumentos de explotación y colonización. Lo que subyace en estas explicaciones es la idea de que si todos los esfuerzos, y los capitales, puestos al servicio del sector exportador se hubieran dirigido a producir manufacturas para el mercado interno, las cosas habrían ido mejor. Por el contrario, cabría preguntarse, como haremos a lo largo de los próximos capítulos, si la especialización exportadora, consecuencia de la integración en el mercado mundial, contribuyó a profundizar en el atraso de las economías latinoamericanas. Es evidente que para poder valorar adecuadamente las repercusiones que tuvo el proceso emancipador sobre el sector exterior hay que referirse obligadamente a la realidad existente con anterioridad a la independencia. Y antes de ver algunas de las cifras disponibles, resulta interesante comprobar cuál era la visión que sobre estos hechos tenían los historiadores latinoamericanos del siglo XIX, historiadores liberales que sentaron las bases de una ideología nacional. Para ellos, por ejemplo, la independencia supuso la eliminación de todas, o casi todas, las barreras que impedían el desarrollo del libre comercio, y por consiguiente la eliminación de las trabas que frenaban el desarrollo económico, ya que el monopolio sevillano era visto como el paradigma de la opresión y las medidas liberalizadoras de los Borbones como meros y transitorios parches, que no habían llegado a solucionar los problemas de fondo. Los efectos económicos que tuvo el Reglamento de Comercio Libre de 1778 sobre la economía española son bastante bien conocidos y sin embargo no ocurre lo mismo con lo sucedido en las colonias americanas, pese a la importancia de algunos trabajos recientes, como el de John Fisher. El estudio pormenorizado del funcionamiento de las distintas economías regionales en el último cuarto del siglo XVIII y en el primero del XIX sería un excelente test para calibrar la intensidad de las reformas borbónicas sobre la coyuntura colonial. Es obvio que la ausencia de tales estudios dificulta enormemente la realización de comparaciones entre el antes y el después. De todas formas, las necesidades de ingresos fiscales a través de las aduanas exteriores fueron un estímulo importante para potenciar las importaciones y en general las relaciones económicas de los jóvenes países americanos con el exterior. En el caso de México, los ingresos aduaneros supusieron el 50 por 100 de sus ingresos fiscales en la década de 1820; en Argentina el porcentaje fue del 80 por 100, de acuerdo con las cifras proporcionadas por Halperín Donghi. El papel de las rentas aduaneras se acrecienta si tenemos en cuenta el hundimiento en las recaudaciones de las antiguas cajas del interior. Una de las escasas excepciones fue Bolivia, donde entre 1835 y 1865, el 80 por ciento de los ingresos fiscales provinieron del tributo indígena. Precisamente, una de las razones de que el tributo indígena pudiera sobrevivir durante largas décadas después de su primera abolición era la dificultad de la Hacienda para reemplazarlo por otra fuente de recursos alternativa. También hay que tener presente el propio interés de los indígenas que veían en el tributo la mejor garantía para defender el marco jurídico-institucional proveniente de la colonia que garantizaba la existencia de fuertes privilegios corporativos, como la misma existencia de las comunidades indígenas. La independencia y la liberalización del comercio no significaban únicamente la apertura de nuevos mercados. También habían conducido a un gran debilitamiento del comercio con España. Por lo tanto, sería imprescindible recomponer los flujos comerciales existentes a fin de garantizar el abastecimiento de importantes mercados con una demanda precisa de productos importados. Los comerciantes británicos y norteamericanos fueron los llamados a cubrir estos huecos. Sin embargo, las diversidades geográficas y regionales, que implicaban la existencia de tres grupos bien diferenciados de países productores (mineros, de agricultura tropical y de agricultura o ganadería templada), condujeron a resultados totalmente distintos en la apertura económica, que también dependieron de la profundidad con que se hubieran adoptado medidas reformistas en materia mercantil. La eliminación de los privilegios de tipo corporativo o gremial existentes introdujo un factor de estabilidad en el mercado, pero los tiempos en que se produjo este desmantelamiento también varió de un país a otro. Otro factor que facilitó la implantación o profundización de medidas librecambistas fue la cuestión bélica, ya que los pertrechos y abastecimientos militares (armas, municiones, barcos de guerra) debían adquirirse fundamentalmente en el exterior, ante la inexistencia de empresarios y mano de obra especializada en los mercados locales. En el caso de Argentina y Brasil, dos de los ejemplos de economías exportadoras más exitosos de esta época, los avances del comercio libre fueron más importantes que en otros países latinoamericanos. Junto con las transformaciones introducidas en materia legislativa, estos dos países también se vieron favorecidos por el incremento de los intercambios atlánticos, en claro detrimento del papel antaño jugado por el Pacífico. Este hecho será dramático, como veremos, para países como Perú y Bolivia, que habían orientado su comercio de forma tradicional por la vertiente del Pacífico y que en la primera mitad del siglo XIX se vieron al margen de los principales circuitos comerciales mundiales. Sólo la revalorización de la ruta del Cabo de Hornos, como consecuencia del comercio con Australia y Nueva Zelanda y del boom minero en California atenuaría, en parte, esta situación. Si antes de la emancipación, las exportaciones de Buenos Aires alcanzaban el millón de libras esterlinas, en 1822 el valor ascendía a 1.340.000 libras. Pero es importante no atender sólo a los totales, sino también a la composición de las exportaciones, que durante el período colonial se componían mayoritariamente de metales preciosos. Y en este sentido, los cueros pasaron de 301.934 arrobas en 1812 a 824.947 arrobas en 1815. Según Halperín, este éxito de la economía argentina responde a la temprana apertura de su comercio al mercado mundial, lo que implicó un aumento de la producción y la incorporación de nuevas zonas a la producción exportadora, con el objetivo de equilibrar la balanza comercial.
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acepcion
Mitra que portaban los sacerdotes de Júpiter durante las celebraciones romanas.
Personaje Científico
Su trayectoria profesional coincidió con el mandato de los emperadores Trajano, Adriano y Antonino Pío. Escribió una "Historia romana" de la que sólo se conservan algunos fragmentos. Una de las peculiaridades que se presenta esta obra es el orden cronológico que sigue, que nada tiene que ver con los libros escritos hasta el momento.
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