La democracia ateniense tenía algunas particularidades. Sistema de gobierno impuesto para evitar la acumulación de poder en unas pocas manos y su ejercicio despótico, se implementó una forma de evitar que esto sucediese mediante una votación popular, en la que los ciudadanos decidían si alguien debía ser condenado al destierro por sus malas acciones o por la intención de hacerse con el poder de manera ilícita. Este sistema fue llamado ostracismo. La ley era del modo siguiente: cada uno de los ciudadanos escribía en un trozo de barro cocido (ostrakon) el nombre de aquél que, en su opinión, tenía el mayor poder para derrocar la democracia. El que recibía el mayor número de ostraka era obligado a abandonar la patria durante cinco años.
Busqueda de contenidos
obra
Estos frescos con escenas de caza realizados con viva policromía sobre fondo azul proceden del palacio más reciente de Tirinto.
contexto
FRAGMENTOS Número 1 Noticias sobre Motecuczuma I Ilhuicamina ...Juntos los principales mexicanos, el rey les dijo lo que el rey de Tetzcuco pedía y todos dieron la mano a Tlacaellel, el cual respondió en nombre de todos a su rey: -"poderoso señor, todos aceptamos la paz y somos contentos con ella y de que se hagan las treguas; pero que sea con una condición, de que no perdamos de nuestra autoridad y derecho. No piensen las naciones de esta tierra que nosotros, acobardados y temerosos, hemos procurado estas treguas y quieran cumplir todas las ciudades cercanas y lejanas con nosotros con hacer treguas, y que nos quedemos sin provecho y utilidad. A mí me parece que entiendan que somos poderosos a vencer a todo el mundo y las demás provincias oigan que hemos vencido a la de Tetzcuco, tan grande y larga, y para esto salgan a nosotros la más gente que ser pueda y nosotros saldremos a ellos en el llano de Chicunauhtla o del Chiquiuhyotepetl, lugares de la dicha provincia, y echemos fama que nos han desafiado. Y allí, de una parte a otra, haremos muestras de combatirnos, y a los primeros encuentros vuelvan las espaldas hacia su ciudad, y seguirlos hemos sin matar ni herir a ninguno, fingiendo que los prendemos, siguiéndolos hasta Tecuciztlan, y de allí llegaremos en su seguimiento sólo los capitanes y señores hasta Totoltzinco, y de allí podría el rey de Tetzcuco pegar fuego a su templo. Luego, cesaremos y quedará nuestra fama y honra sin mancha ninguna, y ellos sin lesión ni enojo, y los macehuales sujetos a nos servir cuando los hubiéremos menester, y las demás provincias y ciudades temerosas y asombradas con la fama de haber destruido a Tetzcuco y su provincia". Al rey y a todos pareció bien el consejo de Tlacaellel y mandó al mismo fuese al rey de Tetzcuco a decir lo que se había determinado, el cual vino en ello y se fué a su ciudad a dar orden en que se pusiera por obra el concierto arriba dicho. Hecho todo lo que se concertó, y haciendo como vencidos sus ofertas los de Tetzcuco y estableciendo las leyes que saben establecer los vencidos, se hicieron las treguas. Este Motecuczuma el viejo reinó doce años con grandísima paz y quietud y fue muy obedecido y respetado de todas las ciudades y provincias comarcanas. En este tiempo comenzó a edificar el templo a su dios Huitzilopuchtli a imitación de Salomón, por consejo de Tlacaellel y de todos sus grandes, y para esto enviaron a llamar a todos los reyes y señores de pueblos y provincias, sus sujetos y vasallos, para que acudieran a su gente y materiales para el edificio del templo. Para hacer algunas figuras y molduras grandes, eran menester algunas piedras grandes, y viendo que todas las provincias acudían con cuidado a su obligación, enviaron Tlacaellel y huehue Motecuczuma a los señores de Chalco, a suplicarles ayudaran con ellas, pues en su tierra las había y para esto enviaron cuatro de los más principales a Chalco, y daba su embajada, los señores y el rey les respondieron algo desabridamente y les mandaron volver otro día por la respuesta. Vueltos otro día por la respuesta, les dijeron que toda la comunidad chalca estaba muy determinada a no acudir a cosa de lo que les suplicaban y que por llevarlo adelante tomarían las flechas y los arcos. Y con esto volvieron los mensajeros a su rey Motecuczuma y a Tlacaellel. Luego, los chalcas se apercibieron para ir contra los mexicanos y los mexicanos hicieron lo propio para darles la guerra. Y así, salieron de México muchos y muy escogidos soldados con su general Tlacaellel. Llegados a las manos los dos ejércitos, pelearon con tanto valor, que todo el día en peso gastaron en combatirse sin reconocerse ventaja los unos a los otros, muriendo de ambas partes gran número de gente y despartiéndolos la noche, los mexicanos se retiraron a su ciudad, temiendo alguna celada de sus pueblos, que antes habían vencido, no se levantaron contra ellos. Para que los chalcas se cansaran, los mexicanos por orden de Tlacaellel, hizo que cinco días arreo por sus escuadras y remudas escaramucearan con los chalcas, y en estas escaramuzas los de Chalco llevaban lo peor. Al sexto día, los mexicanos salieron algo consolados, descansados y bien aderezados, y hallando a los enemigos el sitio que los habían dejado, arremetieron los mexicanos con tan gran ímpetu que los hicieron retirar hasta Tlapitzahuayan. Y así, pasaron dejando guardas los unos y los otros, hasta que se pasaron otros cinco días. En esta ocasión, hizo voto Motecuczuma, Tlacaellel y los de su corte de hacer una famosa fiesta a su dios y que el sacrificio había de ser a costa de las vidas y sangre de los chalcas, y que había de ofrecer a su dios en sacrificio de fuego todos los que cautivaran. Al quinto día volvieron a cargarse los dos ejércitos, y al cabo los mexicanos hicieron retirar a los chalcas hasta un lugar que llaman Cohuatitlan, que cae hacia la parte de Tepopolan. En este alcance murió gran número de chalcas, y dicen que no quedó indio ni muchacho del ejército mexicano que no prendiese uno o dos de los chalcas o los matase, de suerte que los cautivos fueron más de quinientos y en llegando a México los sacrificaron a su dios, por cumplir el voto. El sacrificio de fuego que los mexicanos hacían a su dios era de esta manera: hacían una grande hoguera en un brasero grande hecho en el suelo, al cual llamaban fogón divino, y los echaban vivos en aquella brasa, y antes que acabasen de espirar les sacaban el corazón y lo ofrecían a su dios, bañando todas las gradas y el lugar de la pieza con la sangre de aquellos hombres. Los mexicanos, engolosinados de carne humana, volvieron otro día a la batalla y encontrando a los chalcas entre Tepopolan y Amecameca, se trabaron de nuevo y de ambas partes hubo muchos muertos y cautivos, peleando todo el día hasta que la noche los despartió. En esta refriega los chalcas mataron a tres hermanos de Motecuczuma y entre los cautivos que llevaron, prendieron a un primo hermano del rey de México, muy valeroso y esforzado mancebo, llamado Ezhuahuacatl y conociéndolo, los chalcas le quisieron levantar por su ley. Viniendo, pues los de Chalco a elegirle por rey, les dijo que estaba muy bien y que les rogaba que antes que lo eligiesen, y él diese su consentimiento, que le trajesen un madero de veinte brazas y que encima de él le hiciesen un andamio para holgarse con los mexicanos, a los cuales había dicho antes que había de morir con ellos si no los libertaban a todos, que más quería él morir que reinar, pues para aquello se había ofrecido a ir a la guerra. Lo cual hicieron los chalcas con brevedad y dándole aviso de cómo estaba hecho, salió con todos los mexicanos presos, y mandóles poner un atambor en medio, y comenzaron todos a bailar alrededor del palo. Después que hubo bailado, se despidió de sus mexicanos, diciéndoles: -"hermanos, yo me voy a morir como valeroso". Y diciendo esto, comenzó a subir el palo arriba y estando encima del tablado, que en la punta del palo estaba, tornó a bailar y cantar, y luego dijo en alta voz: -"chalcas, habéis de saber que con mi suerte he de comprar vuestras vidas y que habéis de servir a mis hijos y nietos y que mi sangre real ha de ser pagada con la vuestra". Y diciendo esto, arrojóse del palo abajo, el cual se hizo muchos pedazos. Los chalcas, admirados y espantados, comenzaron a temerse de lo que había dicho y luego sacrificaron a los demás presos asaeteándolos a todos, porque este era su modo de sacrificar, porque su dios era el dios de la caza, y así sacrificaban con flechas. Sentidos en extremo los mexicanos por la muerte de tan ilustres varones, volvieron otra vez de nuevo al lugar de la batalla pasada, con todos los hombres, chicos y grandes de su reino, a vengar las muertes de los suyos y junto a las casas de Amecameca, junto a un cerrito que llaman Itztopatepec, hicieron alto y fabricaron sus tiendas con propósito de no volver a México si no es con victoria o vencidos. Aquí salieron los chalcas, aunque temerosos de un mal agüero que de unos cuclillos habían tenido, y, dándoles la batalla, los mexicanos salieron con la victoria de Amecameca y Chalco, y sosegaron a las mujeres y viejos, los cuales hicieron sus juramentos como vencidos. Otros dicen que duró esta guerra tres años. Vencidos los chalcas, mandó huehue Motecuczuma que a todos los que habían hecho su deber en esta guerra se les agujerasen las narices para señalarles por hombres de valor y que entrasen en México con unas plumas y joyas de oro colgadas de las narices a manera de bigotes, pasadas de una parte a otro por medio de la ternilla. Y así se hizo. Lo mismo hicieron a los chalcas que se habían mostrado valerosos en la guerra, igualándolos en la honra, pues en valor habían sido iguales siempre a los mexicanos. De aquí quedaron los unos con los otros por muy amigos y confederados. Vueltos a México los mexicanos y hechas sus obsequias a los que murieron en la guerra, estando quietos y sosegados, el rey Motecuczuma tuvo nueva cómo los de Tepeacac habían muerto a todos mercaderes de México y Tetzcuco, tepanecas y coyohuacas, que andaban en cuadrilla de un tianguis en otro, y luego llamó a Tlacaellel y a sus consejeros, y diciéndoles lo que pasaba, de común acuerdo se determinó que se hiciese guerra a los de Tepeacac y que se la notificasen luego. Enviaron a ello cuatro principales, los cuales en llegando a Tepeacac fueron a hablar al señor del pueblo y le dijeron cómo Motecuczuma, Tlacaellel y los demás señores mexicanos te enviaban una rodela y una espada y unas plumas para que emplumara su cabeza y que los esperara, que quería vengar a los muertos. Y con esto se promulgó la guerra. El señor de Tepeacac, llamado Coyolcul, y otros dos dijeron que fuese muy enhorabuena, que ellos se holgaban de ello y que hiciesen lo que quisiesen y les pareciese. Motecuczuma, vista la resolución de Tepeacac, mandó apercibir todas sus gentes y los bastimentos y pertrechos que para la guerra se requerían, y puestos en camino llegaron a un cerro que llaman Coahuapetlayo, que es término de la ciudad de Tepeacac, y desde allí enviaron los de las provincias de México, que son los mexicanos con sus vasallos, a explorar la tierra y saber de los pertrechos de sus enemigos, los de Tepeacac. Y sabido que no había ni aun rumor de guerra, como afrentado, Motecuczuma dijo a su gente que se apercibiese, que aquella noche estaría todo concluido antes que el sol saliera, y dió la traza que se había de dar en la pelea. Repartióse todo el ejército en cuatro partes, la una fué a Tecalco, otra a Quautlinchan, otra a Acatzinco, y otra se quedó sobre Tepeacac, y todos, al cuarto del alba, dieron su seña y arremetieron a un punto y hora señalada sobre ellos, quitándoles el templo y la casa de sus señores, haciendo en ellos extrema matanza y robo y se apoderaron de las cuatro ciudades. De suerte que cuando salió el sol ya estaban en su poder, como Motecuczuma lo había prometido. Los de Tepeacac no pelearon, ora por temor o por cobardes, sólo se decía que los señores principales de Tepeacac, y el mayor señor de ellos, salieron llorando, cruzadas las manos, postrándose delante de los mexicanos, pidiendo misericordia y perdón de su yerro, y ofreciéndose por sus siervos y vasallos. A los once años que reinaba huehue Motecuczuma, primero de este nombre, hubo grandes nieves, y nevó seis días arreo y creció la nieve por todas las calles, que llegaba a la rodilla. En este tiempo, estaba la nación mexicana algo sosegada y vínoles una nueva cómo los huastecas habían muerto y asaltado a todos los mercaderes y tratantes que por aquella tierra y lugar andaban, así de las demás provincias como de México, y que luego, en cometiendo el delito, habían hecho en todos sus pueblos cinco cercas, una tras otra, de ricas tapias para su defensa. Los de México, sabiendo lo que pasaba, se apercibieron y aprestaron para la batalla de lo necesario y, puestos en camino, llegaron a vista de sus enemigos, donde, por orden de Tlacaellel, hicieron una emboscada cubriendo con paja dos mil soldados valerosos, que cada uno tenía ley de no huir a veinte soldados, y otros a diez, y saliendo al encuentro con sus enemigos, los mexicanos se retiraron hasta que pudieron muy bien los de la emboscada coger en medio a los huastecas. Los vencieron con este ardid, trayendo los mexicanos grandes y ricos despojos, y grandísimo número de cautivos para sacrificar a su dios. De estos cautivos, queriendo Motecuczuma hacer sacrificio a su dios, llamó a Tlacaellel y pidiéndole consejo, le dijo Tlacaellel: -"señor, el sacrificio ha de ser desollamiento y para esto conviene buscar una piedra grande para que en ella se haga el sacrifico". Motecuczuma dijo lo ordenara como le pareciera, mas que la piedra había de ser redonda y que alrededor y en la circunferencia se esculpiese muy al vivo la guerra de Azcaputzalco. Lo cual se hizo así, y allí se hizo el sacrificio muy solemne, estando presentes todos los señores de las ciudades y provincias cincunvecinas. Hecho este sacrificio, los mexicanos enviaron a Cuetlaxtlan a pedirles caracoles y veneras para el culto de sus dioses, y allá despacharon sus embajadores. Llegados que fueron a Huilizapan, que propiamente se dice Ahuilizapan, los señores de él avisaron al señor de Cuetlaxtlan, con quien estaban holgándose los señores de Tlaxcallan, y sabida la nueva, por amonestación y persuación de los tlaxcaltecas, envió el señor de Cuetlaxtlan a mandar a los de Ahuilizapan que mataran a los embajadores y a todos los mercaderes y tratantes que hallar pudiesen, de los que estaban unidos con los mexicanos. Lo cual así se hizo, que no dejaron hombre a vida; sólo dos hombres de Iztapalapan se escaparon y vinieron a dar la nueva a Motecuczuma. Sabido lo que pasaba, huehue Motecuczuma llamó a Tlacaellel y a todo su consejo de guerra, y mandó que se apercibieran para ir contra Ahuilizapan, que hoy llamamos Orizaba, y puestos en camino llegaron allá en muy poco tiempo. Llegados junto a Orizaba, armaron sus tiendas, enviaron a explorar la tierra con espías y pusieron centinelas. Por las espías supieron cómo en Ahuilizapan no había rumor de guerra, aunque estaban ya sobre aviso, y apercibidos. Puestos en orden los mexicanos, les salieron al encuentro y, como los mexicanos los vieron, arremetieron con ellos con tanta vehemencia que a muchos de sus contrarios echaron por tierra, los que se defendieron con tanto ánimo y esfuerzo que no hicieron menos daño del que ellos habían recibido; pero al fin, los de Ahuilizapan, con todos los que los ayudaban, quedaron vencidos de los mexicanos y viendo los señores de Cuetlaxtlan y de las demás ciudades comarcanas que los mexicanos iban asolando sus ciudades, pidieron perdón, como era de costumbre, y así cesó la persecución y matanza de los mexicanos. Vueltos a México con algunos presos, enviaron por gobernador de aquella provincia de Cuetlaxtlan a un valeroso mexicano llamado Pinotl por que la sustentara en paz y con obediencia para con los mexicanos y para cobrar los tributos. En la Mixteca hay un famoso pueblo o ciudad llamado Cohuayxtlahuacan, donde se hacía un muy famoso tianguis, al cual acudían muchos mercaderes de todas las naciones, en especial de la provincia de México. Los señores de esta ciudad, no sé por qué ocasión, mandaron a sus vasallos que en saliendo un día de tianguis los mercaderes de la provincia de México, los robaran y mataran sin dejar a ninguno. Lo cual así se hizo y sólo se escaparon los de Tultitlan, que se escondieron. Algunos de ellos vinieron con la nueva a México y contaron a huehue Motecuczuma lo que había pasado, de lo cual avisó luego a Tlacaellel y a los reyes de Tetzcuco y de Tacuba, y mandó apercibir todo lo necesario para dar guerra a los que tal agravio les habían hecho, y lo mismo se avisó a todas las ciudades comarcanas de México. Juntóse grandísimo número de gente para ir a dar batalla, muchas más que en todas las pasadas, y viendo Motecuczuma que Tlacaellel era ya viejo y que no estaba para ir a tan larga jornada, hizo por general del ejército a un señor principal y valeroso que se llamaba y decía Cuauhnochtli y por su lugarteniente a otro que se decía Aticocyahuacatl, y mandóles que luego saliese lo gente. Llegando a los términos de Cohuayxtlahuacan, asentaron los mexicanos su real y pusieron a punto todo lo necesario para la batalla, y, puestos todos en armas, caminaron hasta divisar a sus contrarios. Luego, como los vieron venir con buen orden y muy lozanos, los mexicanos arremetieron a ellos con grande alarido y algazara y, revolviéndose entre ellos, fué tanta la matanza que en ellos hicieron que el campo se llenó de cuerpos muertos, y se fueron retirando a su ciudad. Los mexicanos, en su seguimiento, les ganaron el templo y le pegaron fuego y a todas las casas que era de ver, y así cautivaron gran número de soldados a sus enemigos y los vencieron, de suerte que los señores se rindieron y vinieron a pedir misericordia con las manos cruzadas y se ofrecieron a ser vasallos. Bajadas las armas los mexicanos, los mixtecas se ofrecieron por perpetuos vasallos de los mexicanos y dijeron que todos los años acudirían con ricos tributos. Con esto se volvieron los mexicanos a su ciudad muy contentos y ufanos, y con muchas riquezas y con gran número de esclavos para sacrificar a sus dioses, como lo acostumbraban. Llegados a México con la victoria, Tlacaellel dijo a Motecuczuma que mandara se hiciera una piedra que fuera semejanza del sol y que la pusieran por nombre cuauhxicalli, que quiere decir "vaso de águilas", la cual dijo se hiciese y mandó que en su asiento y solemnidad se sacrificasen los presos que de Cohuayxtlahuacan se habían traído. Esta piedra es la que hoy día está a la puerta del perdón de la iglesia mayor para hacer de ella una pila de bautismo. En esta piedra, en lo llano de arriba, está dibujada la figura de él y, alrededor, las guerras que venció Motecuczuma, el primero de este nombre, como son la de Tepeacac, de Tochpan, de la Huaxteca, de Cuetlaxtlan, y la de Cohuayxtlahuacan; todo muy curiosamente labrado con otras piedras, porque los canteros no tenían en aquel tiempo otros instrumentos. En este tiempo ya que los mexicanos estaban algo sosegados, andaban los de Tlaxcallan tan ansiosos y deseosos de competir con los mexicanos y de inquietarlos que se fueron a Cuetlaxtlan, a los cuales, prometiéndoles su ayuda y favor, los persuadieron a que se rebelasen contra los mexicanos y mataran al gobernador que les habían puesto por la guerra pasada. Lo que ellos hicieron luego, y de aquí dieron ocasión a que los mexicanos volviesen otra vez contra Cuetlaxtlan con grandísimo número de soldados. Saliéndoles al encuentro los de Cuetlaxtlan y toda su provincia arremetieron los unos con los otros con gran denuedo y osadía y al fin, los mexicanos salieron con la victoria. Como los macehuales, que es la gente plebeya, viesen la matanza que en ellos se hacía, pidieron audiencia a los mexicanos y, dada, se querellaron de sus señores y mandoncillos, diciendo cómo ellos habían movido la guerra, que pedían les castigasen, que ellos no tenían la culpa, y que los tributos que ellos los pagaban y no los señores. Vista por los mexicanos la razón y justicia que los macehuales tenían y pedían, les mandaron traer a su presencia a sus principales maniatados. Lo cual hicieron ellos con mucha diligencia. Y traídos delante de los señores mexicanos, mandaron a los cuetlaxtecas que los tuviesen a buen recaudo y con guardas hasta que Motecuzuma avisara de lo que se había de hacer, y les mandaron que de aquí adelante fuese el tributo doblado que le daban. Nunca en esta ocasión los tlaxcaltecas les ayudaron en cosa, antes se estuvieron quedos. Vueltos a México los soldados y el general dijeron al rey lo que habían hecho y cómo toda la provincia de Cuetlaxtlan quedaba quieta y pacífica, y cómo los principales quedaban presos y cómo los macehuales pedían justicia contra ellos. Vista por Motecuzuma la demanda, mandó fuesen degollados, por detrás cortadas sus cabezas y no por la garganta, y que fuesen a ejecutar esta justicia dos oidores del consejo supremo y así, ellos mismos los degollaban con unas espadas de navaja. Y con esto quedaron los macehuales muy contentos y les pusieron otro gobernador de México y otros señores nuevos de su misma nación. Vueltos los ejecutores a México, dieron razón de todo lo que habían hecho. Sabiendo Motecuzuma cómo en Guazacualco había muchas cosas curiosas de oro y otras cosas, comunicó con Tlacaellel si sería bueno enviar por ellas para adorno del templo de su dios Huitzilopuchtli, y por parecer de los dos se despacharon sus mensajeros y correos. Llegados que fueron a Guazacualco dieron su embajada, y los señores de él acudieron con grandísima voluntad a ello y les dieron aún muchas más cosas de las que les pidieron. Volviéndose a su ciudad los correos cargados con lo que en Guazacualco les habían dado, llegaron a un pueblo que está antes de Huaxacac, que se llama Mictlan. Llegados allí, los de Huaxacac tuvieron noticia de su llegada y saliéndoles al camino a la salida del pueblo de Mictlan, los mataron y les quitaron todo cuanto traían, y los dejaron fuera del camino para que las auras los comieran, como lo hicieron. Viendo Motecuzuma que los mensajeros se tardaban y que no había nueva de ellos, túvolo por mala señal y, estando con determinación de enviarlos a buscar, llegaron unos mercaderes de Amecameca, que venían de Guazacualco, los cuales dieron la nueva de cómo los huaxaqueños habían muerto a los correos reales de Motecuzuma. Lo cual, sabido por Motecuzuma, le dió grandísima pena y, luego, mandó llamar a Tlacaellel y contóle lo que había pasado y tomó parecer con él si se les daría luego la guerra, y quedando de acuerdo que se les diese para cuando la edificación del templo se acabase, para celebrarla con cautivos que trajesen si salían con la victoria. Y con esto dió prisa a que se acabase el templo. Acabado el templo, Motecuzuma envió para que todos los señores de su reino se apercibieran para ir a destruir a los de Huaxacac por lo que habían cometido, avisándoles de lo que habían hecho y lo que había pasado. Puestos en camino grande número de soldados, llegaron a Huaxacac y asentaron sus tiendas de suerte que cercaran toda la ciudad, de suerte que nadie podía huírse. Visto por los de Huaxacac cuán cercados estaban de mexicanos, comenzaron a temer y a desmayar. Luego, otro día, los capitanes mexicanos, habiendo comido la gente, y apercibidos del orden que habían de guardar en la guerra, y habiéndoles avisado cómo la voluntad de Motecuzuma era de que aquella ciudad se destruyera y asolara, y que en el llano no quedara piante ni mamante, y que los que pudieran coger vivos no los mataran, sino que los pusieran a recaudo, y con esto hecha la señal acostumbrada, empezaron el combate. En breve tiempo hicieron lo que les fué mandado, de suerte que no quedó hombre, ni mujer, ni niño, ni viejo, ni gato con vida, ni casa, ni árbol que no lo echasen por tierra, y cogieron grande número de esclavos y tomaron su camino para México, donde fueron llegados y muy bien recibidos a su usanza, como tenían costumbre. Traídos y entregados los cautivos de Huaxacac para sacrificar en el día de la dedicación del templo, viendo Motecuzuma y Tlacaellel que ya eran tenidos y temidos por toda la tierra y por esto cesarían las guerras, y que cesando ellas cesaría el sacrificar hombres, de lo cual decían ellos se servía mucho su dios, para que esto no faltase, dieron un corte, por orden de Tlacaellel, para que su dios no estuviese atenido a las guerras. Fué el parecer que pues los tlaxcaltecas y toda aquella provincia estaban mal con ellos, que fuesen los soldados mexicanos a los tianguis todos los días que los hubiera en la provincia de Tlaxcallan, como era en Tlaxcallan, Huexotzinco, Cholula, Atlixco, Tliliuhquitepec y Tecoal, y que allí en lugar de comprar joyas, comprasen con su sangre víctimas para sus dioses. Lo cual comunicado con el rey, le pareció muy bien a él y a su consejo, porque demás de tener víctimas para sacrificar a su dios, seguíase otro bien a la provincia mexicana, que era estar de continuo ejercitados en las armas y en las cosas de la guerra, que para conservación de sus reinos era lo que más convenía. Y para que en esto hubiera la ejecución que se pretendía, Tlacaellel, en nombre de su rey y sus grandes, publicó una ley y premática que el que de alguno de estos tianguis de Tlaxcallan trajera algún preso, que del tesoro real le diesen la joya o joyas que su trabajo merecía y que ningún. noble o no noble, aunque fuese de la sangre real, su ordinario traje y vestido fuese más de como suele andar la gente baja y de poco valor, si no fuese que lo hubiese adquirido y ganado por vía de la guerra en estos tianguis y así, podrían traer todo cuanto por rescate y premio de los que cautivaban les daba Motecuzuma y no otra cosa que de esta suerte en la guerra o por esta vía no se adquiriera. De esta suerte, se conocían los que eran cobardes y de poco corazón, y los que eran valientes y esforzados, y de esta suerte todos los que andaban bien aderezados y se trataban bien, aunque fueran de la sangre real, eran tenidos por hombres bajos y los hacían servir en cosas y obras comunes. Finalmente, era ley inviolable entre ellos, puesta por Tlacaellel, que el que no supiera ir a la guerra que no fuera tenido en cosa alguna, ni reverenciado, ni se juntase, ni hablase, ni comiese con los valientes hombres, sino que fuese tenido como hombre descomulgado o como miembro apartado, digo podrido y sin virtud. Así, a este modo, les dieron mil preeminencias... Esta premática se publicó por toda la real corona de México y se mandó guardar inviolablemente, so pena de la vida al que lo contrario hiciere. Todo el reino se holgó de tal ley por ver que ya sus hijos tenían dónde poderse ejercitar y ganar honra y hacienda. Y así, estando todos los principales del reino juntos en cortes, le dieron al rey y a Tlacaellel el parabién de la nueva ley. Estando, pues, todos los señores juntos, el rey Motecuzuma se levantó y los rogó que cada uno acudiese con la gente que pudiese para que la ciudad de Huaxacac se tornase a reedificar y a poblar de nuevo. El rey de Tetzcuco acudió para esto con sesenta hombres casados con sus mujeres e hijos, el rey de Tacuba acudió con otros tantos y, finalmente, cada señor acudió con los que pudo. La ciudad sola de México dió seiscientos vecinos casados con sus mujeres e hijos y así el rey a todos los que fueron les hizo donación de aquella tierra para que entre sí la repartieran, e hizo señor y virrey de aquella tierra a su primo Atlacol, hijo de su tío Ocelopan, a quien mataron los chalcas en la guerra. Congregados todos los pobladores en México, el rey les hizo una plática, animándolos y dándoles grandes privilegios, fueros y exenciones, y mandóles que la ciudad la trazasen de suerte que cada nación estuviese de por sí en su barrio, y que en todo procurasen que aquella ciudad imitase a la de México. Llegados a Huaxacac, poblaron su ciudad conforme a la institución que su rey, huehue Motecuczuma, les dió. En el año de mil cuatrocientos cincuenta y cuatro, cuando los indios por la cuenta de sus años contaban Ce Tochtli, que quiere decir "uno conejo", y los dos años siguientes, reinando huehue Motecuzuma, el primero de este nombre, fue tanta la esterilidad de agua que hubo en esta tierra de la Nueva España que, cerradas las nubes, casi como en tiempo de Elías, no llovió poco ni mucho, ni en el cielo en todo este tiempo hubo señal de querer llover, tanto que las fuentes y manantiales se fueron y los ríos no corrían y la tierra ardía como fuego y se abría, haciendo grandes aberturas y hendiduras. Fue tanta la esterilidad y falta que de todas las cosas había que la gente comenzó a desfallecer y enflaquecerse con la hambre que padecían, y muchos se morían, y otros se huían a lugares fértiles a buscar con qué sustentar la vida. El rey Motecuzuma, viendo que su ciudad y todas las de la comarca se despoblaban y que de todo su reino venían a clamar y darle aviso de la gran necesidad que se padecía, mandó llamar a todos sus mayordomos, factores y tesoreros que tenía puestos en todas las ciudades de su reino, y mandó saber de ellos la cantidad de maíz y frijol, chile, chía y de todas las demás legumbres y semillas que había en las trojes reales, que en todas las provincias había cogido para su sustento real, y ellos dijeron haber en las trojes gran cantidad de bastimentos con que se podía suplir alguna parte de la necesidad que la gente pobre padecía. Tlacaellel, como hombre piadoso, dijo al rey que no dilatase el remedio por lo que queda dicho. Y así, mandó Motecuzuma, por parecer de Tlacaellel, que del bastimento que había recogido se hiciera cada día tanta cantidad de pan y otra tanta de atole y que tantas canoas entraran con el dicho pan y atole, y mandaron que todo esto se repartiese entre los pobres y gente necesitada solamente, y que el pan viniese hecho tamales, y que cada tamal fuese como la cabeza de un hombre, y que no se trajese maíz en grano, ni hubiese saca de ello para otra parte, so pena de la vida. Dado este mandato, empezó a entrar en México veinte canoas de pan y diez de atole cada día. El rey puso regidores y repartidores de este pan, los cuales recogían toda la gente pobre de todos los barrios, viejos y mozos, chicos y grandes, y repartíanles el pan conforme a la necesidad de cada uno, y a los niños aquel atole, dándoles a cada uno una escudilla grande de ello. Pasado un año que el rey daba este sustento, vino a tanta estrechura el año siguiente y disminución de sus trojes que el rey no se podía sustentar. Avisado de sus mayordomos cómo ya sus graneros reales se iban acabando, mandó juntar a todos los de la ciudad, viejos y mozos, hombres y mujeres, e hízoles un último banquete de lo que restaba del maíz y de las demás semillas, y después que hubieron comido, mandólos vestir a todos, y al cabo les hizo tina lastimosa plática consolatoria, la cual acabada empezaron los indios a dar grandes gemidos y a derramar muchas lágrimas. Viendo que ya no tenían remedio, dieron en irse y dejar la ciudad a buscar su vida, y acogíanse a los pueblos que entendían hallar hombres poderosos que los sustentasen, y vendían los hijos, y daban por un niño un cestillo muy pequeño de maíz a la madre o al padre, obligándose a sustentar al niño todo el tiempo que la hambre durase. Muchos de los que se iban a otros pueblos se caían muertos por los caminos, arrimados a las...
Personaje
Pintor
Fragonard destacará por la representación de escenas galantes, consolidando el estilo iniciado por Watteau y continuado por Boucher. En 1750 se inició en el estudio de Chardin, pasando a ser discípulo de Boucher, abandonándolo en 1752 cuando obtuvo el "Prix de Rome". Antes de trasladarse a Italia estuvo trabajando en el taller de Carle Van Loo durante tres años. En Roma se entusiasmó con las decoraciones de Tiepolo, realizando algunos paisajes y apuntes de las villas romanas. Tras cinco años de estancia por tierras italianas regresó a París, dedicándose a asuntos históricos. Pronto se cansó de esa temática y se interesó por las escenas galantes inspiradas en las diversiones de la sociedad de su tiempo, añadiendo cierto tono picante y erótico como se aprecia en el Columpio. Banqueros y aristócratas solicitaron estas obras con las que decorar sus palacios, destacando el encargo de los paneles para la casa de Mme. du Barry en Louvenciennes que más tarde fueron rechazados por su clienta. Tras su matrimonio, Fragonard adoptó una línea más moralizante, interesándose por las atmósferas bucólicas y pastoriles. En 1773 se traslada de nuevo a Italia y visita también Alemania y Austria. La Revolución Francesa acabó con sus mecenas, siendo su estilo desplazado por David lo que llevó a Fragonard a la pobreza. El propio David le consiguió un puesto en el Servicio de Museos, falleciendo Jean Honoré en el más absoluto de los olvidos.
contexto
A partir de mediados del siglo los enemigos del género menor, de la pintura galante, del estilo amable y brillante puesto de moda por Boucher, afilan sus armas e incluso consiguen colarse de rondón en el círculo del nuevo director de los Edificios del Rey, el marqués de Marigny. No es necesario resaltar la importancia del hecho pues basta pensar que desde ese puesto se distribuían los encargos y recompensas reales, fijando la política cultural del reino. Se pretende una renovación de la pintura de historia, los grandes temas y los grandes formatos y una nueva concepción de la virtud de la que en parte es responsable Diderot. Algunos como Gabriel François Doyen (1726-1806) vuelven la mirada a la tradición barroca italiana y a Rubens, otros, como Joseph-Marie Vien (1716-1809) que se esfuerza por introducir en la pintura francesa modelos antiguos, prefiguran el neoclasicismo con una paleta más agria, rigidez de formas y una nueva decencia en el tratamiento de los desnudos.Pero para la verdadera revolución neoclásica habrá que esperar al segundo viaje de David a Roma en 1784 y a la exposición en París de su Juramento de los Horacios. A pesar de los esfuerzos oficiales París rebosa de maestros menores, pintores, grabadores, dibujantes que explotan la fórmula creada por Boucher. Muchos no pasaron de la mediocridad repitiendo técnicas y temas del maestro, otros en cambio, sin alcanzar su genio, consiguieron obras encantadoras. Pierre-Antonie Baudoin (1723-1769), yerno de Boucher, va a dedicarse, aunque no de manera exclusiva, a la aguada y sus temas, o mejor sería decir, su tema, la relación amorosa de la pareja en la alcoba o un pajar. No se contenta con presentar la escena sino que la teatraliza, como puede verse en los títulos de algunos de sus cuadros, La madre que sorprende a su hija sobre un pajar o Camina sin meter ruido, habla bajo que susurra la joven, con un dedo en los labios, a su enamorado. En otros casos como en Le matin refleja el momento en que el amante se despide mientras ella se despereza en el lecho tras una noche de amor. Es lógico que la gazmoñería del siglo XIX se encarnizara contra las osadías de Baudoin, lo que causó desgraciadamente la destrucción de buena parte de su producción.Entre los dibujantes sobresalen los hermanos Gabriel y Augustin de Saint-Aubin, hijos de un bordador del rey. El primero trabajador infatigable, extravagante, recorre las calles de París buscando lo bello en lo cotidiano. En uno de sus dibujos se puede leer Hecho andando, a las siete de la tarde, el 10 de septiembre de 1764. Sin embargo, no renuncia al tema galante o a la alegoría. En su pequeño óleo sobre papel Le rêve, también llamado Voltaire componiendo La Pucelle, sorprende por su libertad de movimientos y por su fantasía, sin preocuparse por el detalle.Su hermano Augustin se encuentra a gusto en el escenario de ninfas y cupidos y ama sobre todo el cuerpo femenino, pero como tantos otros artistas a caballo de los siglos XVIII y XIX, tras la Revolución no tendrá otro remedio que pintar vidas de Julio César y Alejandro Magno.En este panorama de la pintura francesa durante la segunda mitad de siglo y entre la multitud de seguidores de Boucher, que en ocasiones desvirtúan su pintura, nace Jean-Honoré Fragonard (1732-1806), genial maestro del arte dieciochesco. Nace en Grasse, un pueblo de la meridional Provenza, hijo de un humilde aprendiz de guantero. Trasladada la familia a París es empleado por un abogado que al ver su disposición para el dibujo sugiere a sus padres que se lo presenten a Boucher. El gran maestro en la plenitud de su fama -nos encontramos en 1747- considera todavía al joven muy inmaduro y le recomienda, como más adecuado, el taller de Chardin, en donde aprenderá dibujo y la técnica de los colores. No ha pasado casi un año cuando Boucher consiente en aceptarlo como discípulo en su taller que no se caracterizaba precisamente por la disciplina -el mismo artista recomendaba que no se hiciese mucho caso de los maestros consagrados-, pero en donde se trabajaba febrilmente y en donde a pesar de todo se estudiaban las obras de los grandes maestros a través de los grabados. Su formación se completa con las visitas a la colección del financiero Crozat, el protector de Watteau, y otras colecciones parisinas.Sin romper la tradición inicia su carrera profesional con la presentación del lienzo Jéroboam sacrifiant aux ldoles al concurso de la Academia de 1752 y con veinte años recién cumplidos recibe el Primer premio, que le suponía entrar en la Escuela real de alumnos protegidos y, tras su perfeccionamiento, ir como pensionado a la Academia de Francia en Roma. El aprendizaje que había comenzado con Chardin y Boucher se completa con los consejos de Carle van Loo, el director de la Escuela, con quien Fragonard parece encontrarse a gusto pues firma una solicitud para que se posponga su viaje.Al fin, en 1756, emprende la marcha a Roma y entra en la Academia de Francia cuyo director era Natoire. A los pensionados se les exigía, por un lado, la copia de los grandes maestros y nuestro pintor emprende la tarea desesperándose ante Miguel Angel o Rafael que considera inalcanzables y con mucho más deleite ante las obras de Pietro da Cortona, Barocci, Solimena y Tiépolo. El resto del tiempo lo dedica a reproducir del natural la campiña romana, complacencia por el paisaje que comparte con su compañero Hubert Robert. Es precisamente éste quien le presenta en 1759 al abate Claude Richard de Saint-Non, aficionado al arte, anticuario, grabador y protector desde entonces de Fragonard, a cuyas expensas viajará a Venecia y a Nápoles.Frente a la mayoría de los pensionados que nada más regresar a Francia intentaban su ingreso en la Academia real de pintura y escultura, curiosamente Fragonard no tiene excesiva prisa. A su vuelta a París publica los primeros grabados sacados de sus dibujos romanos y empieza a formarse una clientela atraída por sus paisajes a la sanguina. Prepara lentamente el cuadro que pretende presentar a la Academia, obra de grandes dimensiones que le exige la elaboración de varios bocetos, una de cuyas primeras ideas se conserva en la Academia de San Fernando de Madrid. Esta obra, Corésus se sacrifiant pour sauver Callirhoé (Museo de Bellas Artes de Angers), junto con otras suyas, es presentada en 1765 y al día siguiente le acepta la Academia por unanimidad.El lienzo, una escena mitológica al uso, en la que todavía no se vislumbran las cualidades del pintor si no es por su ansia de claridad, se expone en el Salón del mismo año con enorme éxito, hasta el punto de que el crítico Diderot habla de su magia. En 1767 se presenta por segunda y última vez en el Salón, en este caso con un cuadro oval con un grupo de niños. El comentario de Diderot es muy otro, tilda la obra de "tortilla muy hermosa, blanda, muy amarilla, bien dorada". Algo ha ocurrido en la carrera de Fragonard, renuncia al éxito oficial, suspende los envíos al Salón y deja de realizar los encargos que le han hecho desde la dirección de los Edificios del Rey. A partir de entonces prefiere pintar para una clientela refinada más acorde con sus gustos, cuyas puertas le ha abierto su protector el abate de Saint-Non.Es entonces cuando dedica su atención a los temas galantes, olvidándose de la pintura de historia, y adquiere fama de especialista en pintura libertina. A modo de sintomático punto de partida, bien puede servir de ejemplo el conocidísimo Hasards heureux de l'Escarpolette (Colección Wallace, Londres). Encargado en un principio a Doyen, lo rechazó por considerar su tema indigno de un académico, en cambio cuando en 1767 se le propuso a Fragonard por el Señor de Saint-Julien, recaudador del clero, aceptó de mil amores. La escena le venía como anillo al dedo: "Desearía que pintase a la Señora -es decir, la amante de Saint-Julien- en un columpio empujado por un obispo. A mí me situará de forma que pueda ver las piernas de esta hermosa niña o algo más si quiere alegrar su cuadro". Aunque su pincelada no tenga todavía la soltura de su posterior producción, tal vez demasiado minuciosa, ahora sí que puede hablarse ya de un estilo plenamente formado.Unos años después la misma Madame du Barry, la nueva amante del rey, le encomienda la ejecución de cuatro grandes paneles para decorar su residencia de Louveciennes, la relación de cuyos títulos ahorra cualquier explicación: La escalada, La persecución, La declaración de amor y Enamorado coronado de flores. Escenas de amor, pero como ocurre en el anterior cuadro del columpio, todo se desarrolla sin caer en la vulgaridad, impera la insinuación dentro de los límites de una refinada elegancia. Sin embargo, la favorita del rey rechaza las obras que pasaron a decorar el salón de la casa de Fragonard en su pueblo natal y hoy enriquecen la Colección Frick de Nueva York. Las razones más probables de este rechazo habrá que buscarlas en el cambio de gusto que se estaba produciendo en la última etapa del reinado de Luis XV y que mal encajaba con su factura libre y exuberante: el mismo edificio al que se destinaban era obra del arquitecto Ledoux, en franca apertura al neoclasicismo, y el autor de las piezas que sustituyeron a las de Fragonard no era otro que el clasicista Vien.En 1773, gracias a los buenos oficios del abate de Saint-Non, consigue que el financiero Bergeret de Grandcourt, aficionado al arte y coleccionista, le lleve a él y a su mujer a un viaje que le haría olvidar la humillación de la Du Barry, por Italia, e incluyendo también Viena y Dresde. En el camino el pintor no para de hacer dibujos que a la vuelta darán origen a un juicio, pues el financiero pretendía quedarse con ellos.Si hacemos un alto en el camino y volvemos la vista atrás, nos encontramos que junto a los atractivos paisajes romanos, superados, sin embargo, por los de su amigo Hubert Robert, el leit motiv de la obra de Fragonard se centra en las escenas galantes y amorosas, tan admirablemente adaptadas para decorar las folies de los alrededores de París. Pero sus fiestas galantes se alejan del teatro y del carácter misterioso de Watteau y se convierten en escenas campestres, idílicas, en las que se respira una poesía por otro lado bien ajena a la de Boucher. Como es habitual en este arte del siglo XVIII vuelve a ser la mujer la protagonista que, al decir de los Goncourt, ofrece "un recuerdo de Rubens a través del brillo de Boucher", apariencias voluptuosas, a la vez confusas y radiantes, "no parecen vivir más que de un soplo de deseo".Un género que parecía agotado después de infinitas repeticiones a lo Boucher renace con mayor vitalidad si cabe, acompañado de un sugestivo juego de empastes y un ritmo endiablado de su pincelada, a base de rápidos brochazos, anuncio de la técnica empleada por algunos pintores románticos. Su colorido es claro, luminoso. Los tonos dorados -se ha hablado del pintor de los amarillos- los rosas, se despliegan en sus composiciones con más alegría y calor que los de Boucher.También son dignos de mención sus retratos, en los que abundan los niños sanos y rubicundos, y especialmente la serie llamada de fantasía o de trajes de fantasía, cuyo destino se desconoce. Pintada hacia 1769-70 representa a los personajes en postura de tres cuartos, girando la cabeza y vestidos elegantemente. Algunos piensan que fue ejecutada para el financiero Bergeret como retratos de su familia como poeta, artista, hombre de armas; otros se inclinan, añadiendo más a la serie, como un conjunto destinado a sobrepuertas simbolizando la poesía, el canto, la comedia, la música. Sea cual sea su interpretación, impresionan por su brillantísima técnica, evocadora en ocasiones de Frans Hals y su colorido en donde las tintas rojas contrastan con los azules, amarillos y blancos extendidos a grandes golpes de brocha. Aunque no se incluye en la serie, pertenece a la misma época y mantiene la misma calidad el retrato de su protector el abate de Saint-Non, vestido a la española, que no es otra cosa como decir, vestido con traje pintoresco. Se conserva en el Museo de Arte de Cataluña de Barcelona, procedente de la Colección Cambó.A finales de la década de los setenta, tal vez empujado por el gusto que se va extendiendo por la sociedad parisina, hace su obra más reflexiva, perdiendo en ocasiones algo de su espontaneidad. Baste comparar el boceto y el cuadro definitivo titulado Le voeu á l'Amour (Museo del Louvre) para comprobar su evolución a un estilo más lineal. Las mismas escenas domésticas y familiares descubren cada vez más una melancolía que casi presagia el gusto romántico, pero de manera bien diferente a como las trata Greuze. Mientras los lacrimosos argumentos de éste se basan en las obras sentimentales burguesas de un Diderot, Fragonard se apoya en novelas más refinadas inspiradas en las ideas de Rousseau. En el año 1774 se inicia la publicación de una colección de setenta tomos de "El amigo de los pobres" de Berquin, relatos morales de carácter rousseauniano, inspirada en la vida de los niños de carácter afable, aunque un tanto insípida, que precisamente ha dado al francés el término berquinade. Por estos años pinta Fragonard Niña estudiando el alfabeto, Mujer enseñando a un niño a decir "por favor", La maestra de escuela y otras del mismo tenor.En sus últimos veinte años, a pesar de sus intentos de cambiar de estilo, se resiente su fama. Con la Revolución los fieles clientes y los amigos se dispersan y tiene que actuar con prudencia, por eso aconseja a su mujer y a su joven cuñada Marguerite Gerard, también pintora y de quien se había perdidamente enamorado, para que aporten sus joyas a la Asamblea Nacional en compañía de otras mujeres de artistas en septiembre de 1789. Su tabla de salvación será el pintor David, en la cumbre de su gloria, a quien había ayudado en su juventud. Le nombra presidente del Conservatorio del Museo Nacional de las Artes, antepasado del actual Louvre, puesto que, sin embargo, perderá al poco tiempo.No quiero terminar este breve repaso por la vida y la obra de Fragonard sin hacer mención, aunque sea de pasada, a sus dibujos, considerados por los Goncourt como su pluma de escritor. Se dedicó a este género desde sus primeras correrías por Italia, reflejando, como comenté, su campiña, y continuó durante toda su vida. Es importante la serie realizada para ilustrar los "Cuentos" de La Fontaine. Hacia 1780 preparó una de "Don Quijote" y otra de "Orlando Furioso" de Ariosto pero no se llegaron a pasar al grabado tal vez más que por razón de un problema editorial, por su endiablada complicación para grabarlos.De los 74 años que vivió Fragonard, apenas unos veinte años, de 1764 a 1785 tuvo éxito, pero igual que hemos visto en Watteau, su obra plantea numerosos problemas pues raramente las firma, pocas están fechadas y documentadas y la gran aceptación que tuvieron sus temas produjo una enorme cantidad de copias e imitaciones. El mismo repitió sus composiciones e incluso encargó a su mujer y a su cuñada, ambas también pintoras, que realizaran algunas copias. El renacimiento de su fama en nuestro siglo aumentó los obstáculos ya que se hicieron nuevas falsificaciones, y hubo un momento en que bastaba con que un boceto estuviera rápidamente ejecutado o que representara un tema un poco licencioso para que se le atribuyera automáticamente.El pintor Hubert Robert (1733-1808), amigo y compañero de Fragonard en Italia, merece un puesto destacado entre los paisajistas franceses del siglo XVIII. Siguiendo el ejemplo de Pannini y Piranesi introduce en Francia la pintura de ruinas. Asocia, sin embargo, la moda a la antigua con el gusto por lo pintoresco, y crea composiciones muy dentro de la sensibilidad de su tiempo, ya que su acercamiento a la ruina es más el de un artista que el de un arqueólogo. Afrancesa el tema veneciano del Capriccio, uniendo arquitecturas de distintos lugares con una cierta nostalgia prerromántica, juego entre verdad e ilusión, pero sin que por ello pierda el paisaje valor por sí mismo. Puso de moda también los monumentos antiguos franceses (Maison Carrée de Nimes, Pont du Gard) e incluso pasó a lienzo algunos de sus apuntes tomados en directo en sus recorridos por las calles parisinas, como el de la demolición de las tiendas del Pont Neuf o el incendio de la Opera. A veces se trata de vistas simplemente poéticas, como los varios cuadros dedicados a la reproducción, un tanto inventada, de la Galería del Louvre.
obra
Desconocemos cuál es el tema exacto de esta obra en la que un fraile mercedario predica desde el púlpito de un templo ante un selecto auditorio formado por cinco cardenales y cuatro obispos. La audiencia se encuentra sentada en dos bancos paralelos, quedando el espectador en una fila posterior. El fondo se cierra con una poderosa arquitectura clásica que permite contemplar unas galerías a través de un arco de medio punto. La figura del fraile es de sensacional calidad, defendiendo con fuerza sus teorías mientras que cardenales y obispos escuchan la predicación con diferente semblante. Las expresiones de las figuras es otra nota destacada de la escena, al igual que los juegos lumínicos conseguidos. Un fuerte foco de luz incide en el predicador mientras que los demás personajes quedan en un plano menos iluminado, dejando la zona de la izquierda casi en penumbra. La aplicación de la pintura a base de rápidos toques de pincel que conforman un perfecto efecto atmosférico demuestra la maestría de este desconocido artista, apuntándose hacia Francisco de Herrera "El Mozo" como el posible ejecutor de tan admirable trabajo.
obra
Los retratos de El Greco siempre se caracterizan por la captación psicológica de los personajes que nos presenta, continuando el esquema aprendido en Venecia con Tiziano y Tintoretto y que más tarde desarrollarían Velázquez o Goya. Doménikos capta el alma de sus modelos, mostrándose en absoluta intimidad ante el espectador. Este fraile sentado porta sus lentes, semicubiertas por una funda en la mano izquierda, parece querer hablarnos, centrando el pintor su atención en los ojos y en las manos. La pincelada es rápida, elimina detalles superfluos para no despistar y se concentra en el inteligente gesto del fraile, resultando un retrato de excepcional calidad.
contexto
La responsabilidad de El Jinete Azul recayó en Kandinsky y en Franc Marc (1880-1916), un artista menos teórico que el ruso, pero provisto también de una carga importante de espiritualismo. Hijo y nieto de pintores, Marc había realizado estudios de teología -y de filología- y toda su vida mantuvo un profundo sentido religioso. En 1900 decidió dedicarse a la pintura: el arte era para él un medio de captar el alma de las cosas, prescindiendo de las apariencias, y un medio a la vez de crear una nueva sociedad. Junto a la teología, la poesía oriental contribuyó a su visión mística y panteísta de la naturaleza y sobre todo de los animales, que empezó a pintar en 1905, animado por J. Niestlé, un pintor especializado en ellos.Pero su interés por los animales tiene raíces más profundas. Desengañado de los humanos, busca en ellos los misterios de la naturaleza, y con sus pinceles se convierten en alegorías y símbolos, ayudados por los colores fantásticos e irreales que les da: rojo, azul, verde, amarillo... "La pura alegría de vivir del animal hacía resonar todo lo que había de positivo en mí", escribía a su mujer. Pero tampoco este mundo le satisfizo y así llegó a la abstracción, tal como dice en una carta de 1915: "Sentía ya muy pronto al hombre como algo feo; el animal me parecía más bello, más puro, pero en él descubrí tantas cosas desagradables y feas, sentimentalmente, que mis representaciones se convirtieron de un modo instintivo, por necesidad interior, cada vez en más esquemáticas, abstractas".Su desengaño de los humanos no carecía de razón, enrolado con entusiasmo en la guerra para colaborar en aquella purificación de Europa, murió en 1916 en una trinchera, mientras dibujaba caballos heridos en el cuaderno de apuntes que mandaba a su mujer.Su trayectoria arranca de dibujos naturalistas en los primeros años -1908-, hasta que, hastiado de la enseñanza académica y conociendo el Jugendstil, se encamina hacia un simbolismo particular centrado en su tema favorito: El conocer en 1909 a Kandinsky, Jawlensky, Werefkin y Macke, le anima a seguir por este camino: libera el color de su función representativa, siguiendo el ejemplo de Gauguin, y simplifica las figuras, reduciéndolas a lo esencial. En 1912 va a París con Macke; allí conoce a Delaunay y acusa la influencia del cubismo en su vertiente más lírica y del futurismo. De Delaunay toma la transparencia y la organización de planos, llevándolos a sus animales, que se constituyen a base de superposiciones de formas geométricas, fundiéndose así con el paisaje, que se construye de la misma manera, dando lugar a lo que se ha llamado su etapa precubista. De vuelta a Munich, colabora con El Jinete Azul, ya en plena abstracción desde 1914.El color en Marc ha dejado radicalmente de ser naturalista y se ha hecho simbólico, como los animales; juntos encarnan ideas abstractas y emociones como la violencia, el amor o la muerte. Aunque pinta muchos animales, el caballo es su favorito, como el más noble de todos. Del mismo modo, el azul es el color de lo infinito, del cielo, de lo divino y de lo espiritual, así como del principio masculino; el amarillo del femenino, mientras el rojo es el color de la materia. En 1910 ya había formado su teoría española sobre el color, basándose en la percepción, como le cuenta a Macke.
Personaje
Otros
De su producción hay que destacar la portada que conduce al vestuario de la catedral de Toledo, las rejas de la capilla mayor de Alcalá de Henares y las del coro de la catedral de Osma.