Forma parte de un grupo de cinco retratos ecuestres que realizó Velázquez para la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro en Madrid. Debían situarse formando parejas junto a las puertas de entrada de dicho salón. Estarían realizados entre 1634-1635.Se ha discutido sobre la intervención de Velázquez en esta obra, considerándose de su mano la mayor parte del caballo y el brazo y la pierna visibles del rey, así como buena parte del fondo. El resto ha sido atribuído por algunos autores a Bartolomé González.El monarca lleva en el sombrero la perla llamada la Peregrina que formó parte del patrimonio de la familia real española durante largo tiempo. Viste armadura y porta bengala y banda de general. La posición del caballo en corveta indica que el rey es capaz de gobernar con inteligencia y justicia a los súbditos leales, aunque sólo sea una manera de representación ya que durante su reinado fue el Duque de Lerma quien llevaba las riendas del país.
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Nos encontramos posiblemente ante el último retrato que Velázquez realizó al rey Felipe IV. Existe otra imagen muy similar en el Museo del Prado, diferenciándose en que ésta que contemplamos tiene unos botones dorados en el traje, bordados en las mangas y la cadena do oro con el Toisón en el pecho. Por la edad del monarca se fecharía hacia 1656, siendo coetáneo este retrato de Las Meninas, en cuyo espejo también aparece representado su majestad. Las facciones del rostro de Felipe IV expresan perfectamente la sensación de fatiga y tristeza debido a los problemas políticos con los que se enfrentaba: la pérdida de Holanda y Portugal y la hegemonía de Francia frente a la decadencia española. Velázquez capta al monarca tal y como éste se siente, sin ningún halago ni adulación. Se muestra sincero pero respetuoso con él, no como sus enemigos que le llamaban Felipe el Grande ya que decían que era como un agujero que cuanta más tierra se le quita más grande se hace. De nuevo cabe destacar la pincelada suelta, a base de toques de luz y color, siguiendo a la escuela veneciana - con Tiziano a la cabeza - de la que tanto aprendió y casi anticipándose al Impresionismo.
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Vemos al rey de España con un gesto preocupado y decaído por la delicada situación política que se estaba viviendo en esos momentos. Sus enemigos le denominaban Felipe el Grande, grande como un pozo que se hace mayor cuanta más tierra le quitan. Velázquez se muestra como un retratista sincero al captar la auténtica personalidad del monarca; sin halagarle incluso en unos momentos difíciles. Esto lo sabe Felipe IV que no posaba para el maestro desde 1644 porque sabía que le iba a pintar tal y como era. La atención se centra en el rostro que nos muestra a un hombre mayor, a pesar de contar con 50 años de edad, avejentado por los problemas y sin ningún atributo de su realeza, vistiendo de seda negra con un cuello de golilla como único adorno. La pincelada suelta de la que hace gala el pintor en estos años demuestran su facilidad creativa.
Personaje
Político
Hijo de Felipe III y de su esposa Margarita de Austria, nació en Valladolid en 1605. En 1621 alcanzó el trono, tras la muerte de su padre. Casó dos veces, con Isabel de Borbón en 1615 y con Mariana de Austria en 1648, de cuyos matrimonios nacieron doce hijos, sólo tres de los cuales sobrevivieron (María Teresa, Margarita y Carlos II). Tuvo además un hijo fuera de sus matrimonios, don Juan José de Austria (1629), con la actriz María Calderón, alias "La Calderona", oficialmente reconocido en 1642 pero rechazado que vio rechazada por su padre en 1663 su pretensión de ser considerado infante. Objetivo prioritario de su mandato fue restaurar el poder del trono, que había sufrido una merma considerable en el reinado anterior. Delegó su poder en el poderoso valido conde-duque de Olivares (1621-1643), con el fin de realizar un ambicioso proyecto de reforma que afectaba a buena parte de las instituciones. Su primera labor se centró en la Hacienda, en la que se intentó la recuperación de rentas enajenadas, el control sobre el gasto público, el ordenamiento y estructuración del sistema impositivo, etc. En el ámbito económico, se intentó importar el modelo mercantilista holandés y se presentó el proyecto de la Unión de Armas, cuya finalidad era ordenar y canalizar los recursos provenientes de los territorios periféricos, necesarios para mantener un ejército capaz de hacer frente a los conflictos abiertos y, de paso, establecer la periodicidad y seguridad de las entregas a la Hacienda real. El proyecto de reformas se completó además con las medidas moralizantes propuestas por la Junta de Reforma, entre 1618 y 1622. En 1624 la ideología reformadora se plasmó en el Gran Memorial, cuyas grandes líneas de actuación eran la consecución de una monarquía de corte administrativo, dominada por la eficacia, y la racionalización de las acciones de gobierno, encaminadas ahora hacia el cumplimiento de objetivos y con criterios puramente ejecutivos. Sin embargo, diversos problemas darán al traste con el proyecto reformador. La cantidad decreciente de oro que llega al puerto de Sevilla entre 1619 y 1621, la oposición de la Cortes a los cambios en los impuestos, la oposición de las regiones a la Unión de Armas y el enfrentamiento de los consejos al Conde-Duque y a sus juntas, todo ello incidió para declarar la primera quiebra de la monarquía en 1627, tras haber conseguido dos grandes victorias militares en 1625 (Bahía y Breda). Además, la intervención en Bohemia en 1618 y la no renovación de la tregua de Amberes (1621), viciaron la política exterior y supusieron un quebradero más de cabeza para el gobierno de Olivares. La situación se fue tornando de dramática a desastrosa. A pesar del beneficio que en primera instancia supuso la quiebra, por cuanto las primeras medidas - sustitución de los asentistas genoveses por portugueses, súbditos del rey, y deflacción de 1628- dieron su fruto y enjugaron algo el déficit, las medidas y acontecimientos siguientes resultaron nefastos. Así, entre 1621 y 1626 se procedió a acuñar moneda de vellón en exceso; a la carísima intervención en Mantua, siguieron las derrotas de Matanzas (1628), Hertogenbosch (1629) y Pernambuco (1630), con la pérdida de la primera. Las medidas no hicieron sino agravar la situación: la abolición de los millones por parte de Felipe IV y el incremento excesivo del monopolio de la sal en 1631 provocaron la rebelión en Vizcaya (1631-1634); los proyectos de reforma quedaron definitivamente aparcados, instalada la monarquía en un esfuerzo bélico que implicaba a todos los territorios y que consumía los escasos recursos de la Hacienda. En 1635 se inicia la guerra con Francia, un costosísimo conflicto que ahondará la crisis de la monarquía, obligada a recurrir a la venta de regalías y patrimonio de la Corona, al papel sellado (1636), a donativos y valimientos, y a la utilización de las Cortes para aumentar los servicios. La acuciante necesidad de fondos incrementa, además, la presión sobre una nobleza ya endeudada, sobre la que recaerá la leva de tropas y la defensa del reino, mientras que es alejada de la Corte por Olivares. Si bien el desarrollo de la guerra fue en principio exitoso (Nordlingen, 1634; Fuenterrabía, 1638), las medidas tomadas para sufragarla provocaron las revueltas de catalanes y portugueses (1640) y costaron el puesto a Olivares (1643). En su lugar, se formó un gobierno de emergencia, tutelado por Felipe IV, quien ya no volverá a dar el mismo grado de poder a ningún valido. A pesar del cambio de gobierno, los problemas continúan. La guerra prosigue y con ella la excesiva presión fiscal, que dará lugar a una nueva quiebra en 1647. Las malas cosechas, además, provocarán revueltas en Castilla (1647-52 y 1655-57) y Nápoles (1647). La guerra con Francia se había vuelto insostenible, por lo que se decide un cambio de política (paz de Munster, 1648; paz de los Pirineos, 1659). La caída de Barcelona en 1652 permitirán al rey recuperar parte del prestigio y confianza perdidos y le facultarán para intentar en los últimos años de su reinado la recuperación de Portugal (Elvas, 1658; Vila Viçosa, 1665). Falleció el 17 de septiembre de 1665, dejando tras de sí una monarquía en profunda recesión y crisis y con su autoridad fuertemente cuestionada por nobles, ciudades y regiones.
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Cuando Felipe IV fue retratado por primera vez en 1623 por Velázquez decidió que ése sería el único pintor que le haría un retrato. Será en la década de 1630 cuando el número de imágenes sea mayor - Felipe IV a caballo o de caza -, disminuyendo a medida que pasa el tiempo por una contundente razón: Velázquez no idealizará al monarca ni un ápice y le mostrará tal y como es. Felipe IV lo sabe, posando cada vez menos para su pintor favorito. En esta ocasión contemplamos al rey de España en el interior de una habitación, observándose una mesa a la derecha sobre la que vemos un sombrero de plumas que completa el traje de esplendoroso bordado en plata con el que aparece retratado. Su postura es frontal, abstraído y ausente, con un cierto gesto bobalicón que caracteriza la regia efigie, interesándose por su personalidad. Sus manos están enguantadas y en la derecha porta un papel en el que aparece la firma de Velázquez, añadiéndose la coletilla "Pintor del Rey". La mano izquierda de Felipe IV se apoya en la espada que se sitúa casi paralela al suelo. La cortina del fondo se emplea para enmarcar y ennoblecer al personaje. La armonía de las tonalidades grises empleadas contrasta con el negro del fondo y los rojos del terciopelo del cortinaje y del mantel de la mesa. El color blanco de las medias anima la composición. El fuerte fogonazo de luz inunda la escena, distribuyendo las sombras en el suelo y en la cortina.
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Esta obra que observamos tiene grandes dudas sobre su autenticidad, pudiendo tratarse de una copia posterior. El original se guarda en el Museo del Prado y tenía como destino el Salón de Reinos del madrileño Palacio del Buen Retiro. Los añadidos que se aprecian en el lienzo de Madrid han desaparecido en éste, siendo el elemento diferente entre ambas imágenes. Podría tratarse del lienzo que Velázquez envió al escultor florentino Pietro Tacca para que realizara la estatua ecuestre de Felipe IV que hoy se encuentra en la Plaza de Oriente de Madrid. En cualquier caso, esta imagen que aquí apreciamos carece del "aire velazqueño" que caracteriza la obra madura del pintor, especialmente en el paisaje
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Existen numerosa dudas en relación a este retrato en el que se aprecia la influencia de Rubens en el colorido y el empleo de las telas. Quizá nos encontremos ante una obra ejecutada por Velázquez en los últimos años de la década de 1620, antes de su primer viaje a Italia, cuando Rubens está en Madrid. O posiblemente se trate de un lienzo retocado años más tarde a su concepción original. El caso es que el rostro de Felipe IV se asemeja a los retratos del Prado y del Metropolitan, mientras que los ropajes, la mesa y el entorno parecen más avanzados. Bien es cierto que, a pesar de la polémica suscitada, nos encontramos ante uno de los mejores retratos del monarca, en el que destaca la calidad de las vestiduras, la expresión de su rostro y la actitud casi arrogante al agarrar el bastón de mando y la espada. Se aprecian algunos arrepentimientos típicos de Velázquez en la pierna del rey, en la mesa y tras la figura. La factura empleada por el maestro va siendo cada vez más suelta, alejándose de la "dureza" de los cuadros sevillanos influidos por Caravaggio.
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El retrato de Felipe IV con armadura estaría fechado en 1625 y se trataría de un boceto o un fragmento del retrato ecuestre que fue expuesto en las gradas del convento de San Felipe, causando la admiración en los mentideros madrileños. El hecho de aparecer el monarca con armadura y banda de general incide en la idea del retrato ecuestre, aunque faltaría el sombrero, prenda habitual en los retratos a caballo.La cabeza está muy bien estudiada y realizada - con una pincelada minuciosa y detallista - mientras que la banda y la armadura tienen una factura más deshecha, por lo que existen opiniones que apuntan a una etapa posterior o a una influencia de Rubens. Bien es cierto que el estilo de Velázquez ha sufrido un cambio con respecto a la etapa sevillana, motivado por el contacto con las obras de Tiziano, Tintoretto o Veronés que adornaban el Alcázar de Madrid.
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Este retrato del monarca Felipe IV formaba pareja en El Escorial con el de su esposa Mariana de Austria, realizados ambos por Velázquez entre 1652 y 1654. Hay que advertir que este lienzo cuenta con abundantes partes de manos de sus ayudantes de taller, especialmente Juan Bautista Martínez del Mazo. El abocetamiento del león que aparece a los pies del rey indica que no estaría acabado.El rostro de Felipe IV denota su preocupación ante el delicado cariz que tomaban los acontecimientos en aquellos días, lo que nos muestra la altísima calidad como retratista del maestro al captar la personalidad del modelo, sin hacerle ningún embellecimiento. Pero lo mejor del cuadro es la armadura, adornada con el cuello de encaje y la banda de general alrededor de la cintura. Resulta interesante el contraste entre el guante de gamuza y las botas y el color negro de la armadura. Precisamente estos dos elementos de su uniforme hacen la figura más alta de lo habitual.