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a.- Siglo XVI: Se caracteriza como el proceso fundacional y de expansión. El primer convento americano fue obra del Arzobispo Juan de Zumárraga, y se fundó en la ciudad de México en 1540 con el hábito concepcionista de cuatro beatas. Dichas beatas habían viajado a México en 1530 en compañía de Hernán Cortés y durante diez años se había dedicado a la instrucción cristiana de las hijas de los caciques. Entre las novicias de 1552 se encontraban dos nietas de Moctezuma, y para 1565, la Concepción alojaba a 64 profesas. De este modo, la actividad fundacional de los monasterios femeninos en América se registra de la siguiente manera: 1.- Conventos de Nueva España: 1540: Primer convento de Las Concepcionistas. Orden religiosa que se caracterizó por su gran actividad fundacional. 1570: Construcción del convento Regina Coeli. 1573, 1580, 1578 y 1600: Se fundaron cuatro conventos de la misma orden Concepcionista en la ciudad de México. 1572: Fundación del convento concepcionista en Durango. 1578: Convento Concepcionista en Guadalajara. 1578: Convento Concepcionista en Guatemala. 1575: Convento de las Dominicas en Oaxaca. 1585: Convento de las Jerónimas en la capital Azteca. 1573: Convento de Santa Clara en la capital Azteca. 1576: Las religiosas de Regina Coeli abrieron otro convento Concepcionista en Oaxaca y simultáneamente surgían otros monasterios de dominicas, clarisas y jerónimas. En 1600 entre México y Guatemala albergaban 22 conventos de clausura, distribuidos por ocho ciudades: México (11); Guadalajara (2); Puebla (3); Oaxaca (2); Durango (1); Guatemala (1); Morelia (1), con cuatro órdenes: Concepcionistas (11), dominicas (5), clarisas (2) y Jerónimas (3). 2.- Conventos en la Isla Española: 1551: Se fundó el monasterio de Santa Clara con la orden religiosa de las clarisas. 1560: Fundación del convento de Regina Angelorum con las dominicas. De estos monasterios salieron las fundadoras de los conventos de Venezuela (Trujillo, en 1633; Caracas, en 1636) y Puerto Rico en 1651. 3.- Conventos de Perú: 1558: Se fundó el convento de La Encarnación en Lima. 1573: Convento de la Concepción. 1580: Convento de la Santísima Trinidad. 1605: Convento de Santa Clara. Gráfico En el Virreinato del Perú la orden religiosa que lideró las fundaciones monásticas fueron las Concepcionistas. De ellas saldrían las fundadoras de la Concepción de Panamá (1598), y de las concepcionistas descalzas de San José de Lima (1603). Un segundo grupo de monasterios concepcionistas tuvo como matriz la Concepción de Quito en 1577. Éstas a su vez al Monasterio colombiano de Pasto (1588), y a los ecuatorianos de Loja (1597), Cuenca (1599) y Riobamba (1605). En estos mismos años los franciscanos pusieron en marcha ocho monasterios de clarisas en el Cuzco (1560), Ayacucho (1568), La Paz (1571), Osorno (1571), Tunja (1596), Nueva Pamplona (1584), Trujillo (1587) y Quito (1596). Durante la misma época, los conventos agustinos también tuvieron su auge, como el convento de Sucre (1574) y Popayán (1591). Asimismo, destacan los dominicos de Arequipa (1579) y Quito (1592), el de la Santísima Trinidad de Lima (1580). Éste último convento cisterciense, será el único de esta orden que durante tres siglos permaneció en Sudamérica, junto con el de las canonesas agustinas de Santiago de Chile (1576). b. - Siglo XVII: Se caracterizó por la consolidación fundacional de los conventos. De los 48 conventos registrados en 1600 en América, ascendieron a 105 en 1700 con la fundación de otros 57 a lo largo del siglo. México con 18 conventos y Perú con 10, aportaron las cifras más altas; Colombia con 6, Bolivia con 5, Ecuador con 4, Guatemala y Chile con 3, Argentina, Cuba y Venezuela con 2, y Puerto Rico con 1. La mayoría (32) son todavía fundaciones calzadas de clarisas (16), dominicas (8), concepcionistas (7), agustinas ermitañas (1) y carmelitas calzadas (1), que en nada difieren de las del siglo anterior. c.- Siglo XVIII y primeras décadas del XIX: Se caracterizó por introducir la función educativa como elemento de innovación en los monasterios femeninos. Durante el siglo XVIII se realizaron aproximadamente más 59 nuevas fundaciones, 32 fueron fundaciones descalzas o recoletas; 16 seguían la disciplina calzada, sin vida común; y las 12 restantes pertenecían a órdenes docentes. La apertura de conventos de ursulinas en Nueva Orleáns (1727) y Bahía (1735 y 1739) y de la Compañía de María en Haití (1733), México (1754 y 1811), Mendoza (1780), Bogotá (1783), La Habana (1803), Irapuato (1804), Aguascalientes (1807) y Camagüey (1819) constituye una de las novedades más notables del siglo. También ellas eran monjas de votos solemnes, sujetas a la ley de clausura, pero, a diferencia de las demás, tenían sus orígenes una función educativa. Todos los conventos de la Compañía de María dirigían un internado para niñas pudientes y una escuela pública gratuita. El internado en sí mismo introducía novedades importantes sobre su localización y funcionamiento. Al no permitir las leyes de la Compañía la convivencia de monjas y educandas en una misma celda, derivó en la necesidad de construir otro edificio o ala separada de la comunidad y encomendar su dirección a una de sus monjas. Sin embargo, la novedad más significativa consistió en la apertura de escuelas públicas gratuitas., en la mejor cualificación profesional del profesorado y en la ampliación del programa escolar. La fundación de estos conventos-colegios se debió, a la iniciativa de tres criollas: María Ignacia de Azlor (1715-1767), Juana Josefa Torres (1752) y Clemencia Caicedo (1710-1779), fundadoras respectivamente de los conventos-colegios de México, Mendoza y Bogotá. También pertenece a este siglo la expansión de las capuchinas. Religiosas del convento de México, único existente en 1700. Éstas fundaron los conventos de Puebla (1704), Querétaro (1712), Lagos de Moreno (1756), Guadalajara (1761), Villa de Guadalupe (1787) y Salvatierra (1798). Directamente de Madrid llegaron las fundadoras de Lima (1713), de donde, a su vez, salieron las fundadoras de Guatemala (1726) y Santiago de Chile (1727). Este último convento proporcionó religiosas para la apertura del convento de Buenos Aires en 1749, mientras que las religiosas del de Guatemala abrieron el de Oaxaca en 1744. Otro de los elementos resaltantes de este siglo XVIII fue sin duda la fundación de los conventos para mujeres indígenas, puesto que durante los dos siglos anteriores, éstos habían sido coto exclusivo para españolas y criollas. Pese a la apertura favorable del Concilio de Lima y de una cédula Real de 1588, que mandaba a dar el velo a las mestizas que lo pretendieran; solo un puñado de nativas y mestizas privilegiadas habían podido ingresar en los conventos. Entre estas mestizas se encontraban: María del Espíritu Santo, monja de la Encarnación de Lima, y a Luisa de Tapia, hija del fundador de las clarisas de Querétaro. Al parecer, en los conventos mexicanos de Jesús maría, San Juan de la Penitencia, Santa Clara y Santa Isabel vivieron indias nobles. En el mismo siglo XVIII la sociedad desconfiaba de la idoneidad de las indígenas para la vida religiosa, y no faltaba quienes temían que los votos podían comprometer su misma salvación eterna. Todavía en 1798 el arzobispo de la Hahía recelaba de las mestizas y solo se avenía a admitirlas en los conventos como donadas o educandas. Entre las donadas, que no eran ni enteramente religiosas ni enteramente laicas, siempre hubo muchas indias, mulatas y mestizas. Las donadas eran, por lo regular, personas que, teniendo vocación religiosa, por alguna causa no podían llegan a adquirir plenamente el estado religioso. Llevaban una vida religiosa, pero sin votos, y consumían su vida en el servicio de las religiosas sin recibir paga alguna. Constituían este grupo casi siempre las indias y las mestizas, y; excepcionalmente algunas españolas. El marqués de valero, virrey de México entre 1716 y 1722, fue el primero que desafió públicamente tales prejuicios. El 12 de septiembre de 1720, en una solemne ceremonia a la que asistieron el arzobispo y un grupo de franciscanos, puso la primera piedra de un convento destinado exclusivamente para hijas de caciques e indias de noble abolengo. El 5 de marzo de 1724 se obtuvo la licencia real y poco después el convento de Corpus Christi comenzaba su andadura histórica con cuatro clarisas de la capital y la toma de hábito de las dos primeras nativas, a las que siguieron otras hasta completar el número fijado por el fundador. En 1745 Madrid ratificó la naturaleza del convento y ordenó la inmediata salida de las tres novicias blancas. La información sobre los antecendentes raciales de las candidatas se llevaba con todo rigor. En tre las 78 religiosas que profesaron entre 1757 y 1820 solo se encontró a una española y a otra mestiza. Las demás eran nativas, casi todas ellas procedentes de la diócesis de México. De las 143 indígenas que profesaron entre 1724 y 1821, 106 (74%) habían nacido en ella; 26 (18%) pertenecían a la de Puebla; 6 (4,2%) a la de Oaxaca; 3 (2,2%), a la de Guadalajara; y 2 (1,5%) a la de Michoacán. En la comprobación de su nobleza se procedía con menos severidad. Al menos 8 de ellas lograron pasar el control; las restantes eran todas hijas de caciques o principales.
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El proceso de colonización que se define arqueológicamente a partir del siglo VIII a.C. y que tiene como marco todo el mar Mediterráneo, se produce en el campo de actividades de dos diferentes pueblos: griegos y fenicios, en áreas diferentes de influencia y posiblemente con modelos de colonización también distintos. Tradicionalmente se ha defendido que el límite de influencia griega se dibuja en una línea de frontera que, tras ocupar el mar Negro y tocar el norte de Africa en Egipto y Libia, transcurre por el sur de la península Itálica, Sicilia y, desde allí, continúa por el continente europeo, extendiéndose por el sur de Francia y Cataluña, aunque en estos dos últimos casos ya en un momento avanzado del proceso. Más difícil resulta hoy confirmar la presencia griega en el resto de la Península Ibérica, aunque no de sus productos, ya que colonias citadas en las fuentes escritas como Hemeroskopeion o Mainake no han podido ser contrastadas por la investigación arqueológica sus supuestos puntos de localización. Del mismo modo que es posible distinguir geográficamente el ámbito griego, el área fenicia se extiende por el norte de Africa, Sicilia, Cerdeña, Ibiza y el sur de la Península Ibérica, con puntos hacia el norte dentro de este último territorio como el área alicantina y más recientemente, aunque con un carácter menos permanente y por ello consolidado, en la desembocadura del río Ebro, como lo demuestra el caso de Aldovesta. Desde el punto de vista de los modelos de colonización, tradicionalmente se han opuesto dos sistemas diferentes, según se haga referencia al caso griego o al fenicio; el primero se ha supuesto que se produce por efecto de la presión demográfica y que sólo en un momento avanzado de su desarrollo se hace consciente de los intereses comerciales que pueden caracterizar un sistema colonial; por el contrario, el modelo fenicio se ha supuesto siempre caracterizado por el factor mercantil y, en menor medida, por el demográfico agrario. En el caso de la colonización griega, cronológicamente se han establecido dos grandes etapas: la primera, centrada exclusivamente en el Egeo y el Asia Menor y que arranca, con un componente mítico muy importante, del siglo IX a.C.; la segunda, por el contrario, se localiza en el ámbito territorial extraheleno y se define en dos grandes oleadas. La primera de ellas, fechada en el siglo VIII y durante la primera mitad del siglo VII a.C., se caracteriza territorialmente por la ocupación del área oriental de Sicilia, con la fundación de colonias como Naxos, Megara Hiblea o Siracusa, y algo antes, en la costa occidental de la península Itálica, con los casos de Pitecusa y Cumas; hacia fines del siglo VIII a.C. se realizó la ocupación del mar Jónico con fundaciones como Síbaris o Tarento. Los últimos centros establecidos en este periodo se localizaron tanto en Sicilia, caso de Gela, como en la Magna Grecia: Metaponte en el mar Jónico o Neápolis en la costa occidental tirrénica. Según las fuentes literarias, el componente étnico de estas primeras fundaciones es muy diverso, advirtiéndose la presencia calcídica-eubea en las más antiguas como Pitecusa, Naxos, Cumas, Catania, Regio y Leontinos. De este primer bloque en Sicilia, sólo Megara y Siracusa no responden a este patrón étnico, siendo la primera fundación, megarense, y la segunda, corintia; en la península Itálica es interesante considerar el fuerte peso que, en esta fase, tienen las fundaciones peloponesias como Síbaris, Crotona y Tarento. Por último, del grupo de fundaciones de los inicios del siglo VII a.C. hay que distinguir las que se hicieron por griegos procedentes de la metrópolis, como es el caso de Locros, Gela y Siris, o desde las propias colonias, así Parténope o Neápolis es fundación de Cumas, Callípolis y Euboa de Naxos, Caulonia de Crotona y Metaponte de Síbaris. La segunda oleada de la colonización se produjo a partir de la mitad del siglo VII a.C. y viene a ocupar todo el siglo VI a.C.; es la etapa que tradicionalmente se ha asociado con la reconversión del modelo agrario colonizador por el mercantil. Geográficamente se definen los siguientes frentes. *Expansión en territorios ya controlados y enmarcados en el área de influencia de las colonias griegas. Es el caso de las áreas central y occidental de Sicilia, con fundaciones producidas desde las propias colonias de la fase anterior; así Megara Hiblea estableció Selinunte, Zancle fundó Himera y Gela hizo otro tanto con Agrigento en el 580, cerrando el proceso en la isla; del mismo modo en la península se llevó a cabo la fundación de Posidonia por Síbaris en la costa tirrénica, compitiendo con los intereses eubeos de las antiguas colonias; la última fundación en esta zona correspondió a Elea por los foceos, hacia el 540-535 a.C. El mar Adriático fue colonizado desde Corcira y Corinto con fundaciones como Epidamno y Apolonia, entre finales del siglo VII e inicios del VI. a.C. Desde allí se pudo acceder a la desembocadura del Po y, de hecho, el asentamiento de Spina es un emporio griego fundado a fines del siglo VI a.C. Hacia la zona nororiental, las únicas fundaciones anteriores a la mitad del siglo VII a.C. se localizaban hasta la península occidental de la Calcídica, destacando de entre ellas Calcis, a partir de mediados del siglo VII según las fuentes arqueológicas. Algo antes según las fuentes literarias se produjo la expansión hacia el este, siguiendo la costa hacia el Bósforo; de entre los nuevos asentamientos cabe destacar Tasos y Abdera. *Expansión al occidente del eje Sicilia-península Itálica. Lo que tradicionalmente conocemos como la expansión focense, caracterizará este frente con fundaciones como Alalia en Córcega, Massalia en Francia o Emporio en la Península Ibérica, todas fundadas entre fines del siglo VII a.C. y las primeras décadas del VI a.C. *Expansión hacia el Próximo Oriente. Uno de los focos más interesantes de este frente es la actuación en Naucratis en el delta del Nilo, en territorio egipcio, que se realizó después de las actuaciones pioneras en el puerto de Al-Mina en Asia Menor. Especial interés tiene la ocupación de la Cirenaica, en el norte de Africa y en el actual territorio libio, destacando la fundación de Cirene, a fines del siglo VII a.C., y la de Barca, a mediados del siglo VI a.C. *Expansión hacia el mar Negro. Dirigida fundamentalmente por Megara y Mileto, si bien con intereses distintos, agrarios los primeros y mercantiles los segundos. La ocupación del mar Negro, aunque se documenta con altas cronologías, no se hizo efectiva hasta la segunda mitad del siglo VII a.C., a tenor de la información arqueológica, y siempre después de la ocupación del Bósforo, con fundaciones como la milesia Cízico. Son estos mismos milesios los que fundaron, en la parte occidental del mar Negro, Istro y Olbia, en tanto que megarense es en esta área Mesembria; en la península de Crimea destacan las fundaciones milesias de Teodosia y Panticapea y la megarense Quersoneso, por último, en la zona sur-oriental hay que citar la colonia milesia de Sinope. La colonización fenicia ofrece varios grupos diferenciados de fundaciones. Los primeros centros citados por las fuentes se localizan en el occidente del Mediterráneo: Lixus, Gades y Utica, con una cronología que se fija en el paso del siglo XII al XI (siempre según las fuentes literarias), siendo la fecha de Cádiz del 1104 a.C.; la de Utica, en el litoral de Túnez, algo después, en torno al 1101 a.C., y la de Lixus, en el Marruecos atlántico, la más antigua por ser citada por las fuentes como la primera fundación fenicia en Occidente. No obstante, como ya se ha señalado aquí, la arqueología no ha conseguido documentar materiales más antiguos al siglo VIII a.C. Desde este punto de vista, la fundación de Kition en la isla de Chipre en el 820 a.C. es arqueológicamente la fundación mediterránea más antigua. Dentro de este grupo existe un segundo bloque de fundaciones que corresponden a las norteafricanas de Auza y Cartago, la primera en la costa de Libia y la segunda en la de Túnez, con cronología del 814 ó 813 a.C. La investigación arqueológica ha documentado por el momento materiales en Cartago que se adscriben al siglo VIII a.C. Del conjunto de este grupo las fuentes señalan que salvo Lixus, que se dice es fundación sidonia, el resto es tiria. Un último grupo de fundaciones norteafricanas lo componen Leptis Magna, Hippo y Hadrumetom, si bien sin referencia arqueológica salvo en el primero de los tres casos. En la isla de Sicilia las fuentes literarias documentan al menos tres puntos a partir de la cita de Tucídides sobre la llegada de los griegos y el desplazamiento de los fenicios, se trata de Motya, Solunto y Palermo, de las cuales la más conocida y sin duda la más importante es Motya, donde se registra una ocupación en el siglo VIII a.C. A ello hay que añadir la ocupación de una serie de islas cercanas como Malta y Cerdeña. En esta última isla se citan Nora, Sulcis, Tharros y Caralis o Cagliari, de las cuales las dos primeras han ofrecido documentación arqueológica del siglo VIII a.C. Por último, la isla de Ibiza, que tradicionalmente se había pensado era una fundación cartaginesa, recientemente ha proporcionado materiales fenicios de inicios del siglo VII a.C. en puntos como Puig de Molins, Puig de la Vila y La Caleta. En la costa mediterránea de la Península Ibérica se localiza un último grupo de colonias entre las que las fuentes literarias citan, expresamente, Malaka, Sexi (Almuñécar) y Abdera (Adra). Arqueológicamente se han detectado en todos los puntos materiales fenicios, añadiéndose a ellos sitios como Chorreras y el Morro de Mezquitilla en la desembocadura del río Algarrobo, Toscanos en la del río Vélez, el Cerro del Villar en la del río Guadalhorce y el Cerro del Prado en la del río Guadarranque, las tres primeras en Málaga y la última en la costa mediterránea de la provincia de Cádiz. La mayor parte de estos últimos asentamientos citados, que sólo conocemos por fuentes arqueológicas, tienen su fundación a partir de mediados del siglo VIII a.C., su cenit hacia el siglo VII a.C., con la excepción de Chorreras que se abandona antes, y su desaparición en torno al 580 a.C.
acepcion
En la antigua Roma se denominaba así al día que era propio para tratar la administración de justicia y los negocios públicos.
contexto
Frente a los acontecimientos y solemnidades de carácter político, las actuaciones palatinas tuvieron un signo muy diverso: bailes y obras teatrales fueron práctica común en todas las cortes desde los festejos renacentistas. En 1620, cuando Felipe III se recuperó de una grave enfermedad, el virrey de Nápoles organizó un divertimento espectacular con música y baile, del que sólo se conservan las piezas musicales de la obra "Polisipo" y cuyo asunto, en torno a ninfas y pastores, sirenas, salvajes y dioses, permite hacerse una idea de cómo debió ser la puesta en escena del salón real napolitano. Durante el reinado de este monarca aparecieron las comedias de tramoyas, un género que requería una compleja maquinaria para lograr los efectos escénicos requeridos y que muy pronto se introdujo en la corte de Felipe IV. Los principales poetas y dramaturgos, como Villamediana, Lope de Vega o Calderón de la Barca, y artistas versados en las artes escénicas perfeccionaron estas experiencias festivas. El artífice que posibilitó mutaciones rápidas, que pasaban de jardines a palacios, de bosques a marinas con olas y olimpos con dioses y carrozas flotantes, fue Cosme Lotti, un tramoyista procedente de Florencia. Su labor coincide con los grandes espectáculos celebrados en el Buen Retiro, una construcción promovida por el conde-duque de Olivares, con fines ambiguos desde el punto de vista político pero puramente lúdicos. La época dorada del Retiro se inaugura en 1633 con corridas de toros, justas, comedias, bufetes, luchas entre animales, etcétera, durante varios días consecutivos y en el marco de los jardines, del Coliseo, del Casón y de los grandes patios del palacio. Nacimientos, bodas, reconciliaciones o acuerdos diplomáticos eran pretextos válidos para motivar el festejo, aunque siempre coincidiendo con la Navidad, el Carnaval y los primeros meses del estío. Pero también un conflicto bélico o una defunción regia paraban categóricamente las celebraciones. Entre las jornadas festivas más renombradas del siglo destaca la realizada entre el 15 y 24 de febrero de 1637. La mascarada organizada y el gasto que ocasionó no tuvo precedentes, aunque sí tuvo tal resonancia que quedó comentada y descrita por muchos contemporáneos. Se necesitó un amplio y despejado lugar para realizar un coso y se eligió el conocido Prado Alto de San Jerónimo; se rodeó de una estructura construida en madera con centenares de palcos y simulando cuerpos arquitectónicos pintados en vivos colores. Gran parte del espectáculo se realizó por las noches y quedó iluminado por miles de antorchas y faroles de cristal. Durante varios días hubo justas, cañas, danzas y coloquios literarios. En palacio se simuló una batalla entre damas que se arrojaron huevos perfumados protegiéndose con escudos dorados y plateados. De todas las diversiones destaca la representación efectuada en los dos carros alegóricos que trazó Cosme Lotti y que fueron arrastrados por bueyes disfrazados de rinocerontes. Simbolizaban la Paz y el Triunfo de la Guerra y Calderón de la Barca se ocupó de escribir un coloquio para explicar el sentido de ambas carrozas. Otros cuatro carros fueron decorados para una mojiganga que representó fábulas y comedias. Además de los carros, del Coliseo y de los salones existió otro escenario utilizado con gran éxito: el estanque grande de los jardines, en cuya isla Cosme Lotti hizo gala de su capacidad con la puesta en escena de la historia de Ulises y Circe, escrita por Calderón, o de la obra de Tirso de Molina "La fingida Arcadia". Los efectos escénicos y el reflejo de las luces e iluminaciones en el agua durante las representaciones nocturnas tan sólo pueden ser imaginados, ya que ninguna imagen se ha conservado de estas comedias de tramoyas, que combinaban ballets, mascaradas y disfraces con música y cantos, muy próximas a la ópera. El único testimonio gráfico con el que contamos son los once dibujos enviados a la corte de Viena después de la brillante escenificación de "Andrómeda y Perseo", una obra de Calderón estrenada en 1553 y puesta en escena por otro florentino, sucesor de Lotti en el Retiro, Baccio del Bianco. Los efectos aéreos y los artilugios mecánicos, como autómatas o carrozas voladoras, culminaron este capítulo del teatro en las fiestas cortesanas. Algunos dibujos, ilustraciones y proyectos para decoraciones teatrales conservados de Rizi o Herrera el Mozo testimonian la colaboración de los pintores en estos aparatos y arquitectura fingidas, así como la continuidad de estos artificios en décadas posteriores. Pero el brillo de los fastos cortesanos se apaga con el último monarca Habsburgo. De siempre los mejores artistas de la corte se involucraron en las artes provisionales. Pompeo Leoni intervino en festejos madrileños del último tercio del siglo XVI y, a mediados de la siguiente centuria, destacaron figuras como Herrera Barnuevo o Pedro de la Torre.
fuente
La guerra en el mar se convirtió, a partir de 1942, en una carrera tecnológica entre Alemania y los aliados. Es en este contexto en el que surge el torpedo de propulsión eléctrica alemán FAT, Flachenabsuchender torped, cuya eficacia se basaba en su capacidad de lucha contra los convoyes. Describiendo una trayectoria en zig-zag, lo que le convertía en un objetivo difícil de abatir por las defensas enemigas y predecir su recorrido final, se estrellaba contra el blanco fijado y hacía explotar su carga de 274 kilogramos. Su capacidad destructiva pronto quedó superada por la de su sucesor, el Zaunkönig 1.