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Personaje Político
Licenciado en Derecho, desde 1917 trabaja en la difusión del catolicismo a través de actividades propagandísticas. Su nombre también aparece entre los miembros del partido carlista y en 1930 es elegido jefe del tradicionalismo de Andalucía. Debido a su participación en el levantamiento de Sanjurjo, permaneció tres meses en prisión en 1932. En 1934 su trayectoria política experimenta un fuerte impulso al ser nombrado secretario regio y secretario general de la Comunión Tradicionalista, a instancias de Alfonso Carlos, pretendiente el trono carlista. En 1936 intervino en los preparativos del levantamiento de 1936, negociando con el general Mola la participación del tradicionalismo. Cuando estalló la Guerra Civil intentó formar una Academia Militar carlista para imbuir a los oficiales en esta ideología. Esta iniciativa no fue bien vista por Franco, que lo consideró como un "golpe de estado". Por medio del general Dávila, instó a Fal Conde a que abandonara el país. En caso de no ser así, sería sometido a un consejo de guerra. Se trasladó a Portugal y desde allí trató de fusionar la Comunión Tradicionalista con la Falange Española de las JONS, con ayuda del sector falangista. Una vez creado el nuevo grupo -Falange Española y Tradicionalista de las JONS-, fue propuesto para consejero nacional, pero rechazó el cargo. Cuando finalizó el conflicto, volvió a España y pasó una temporada confinado en las Baleares. En 1956 dejó definitivamente la política.
contexto
Francisco Franco se aseguró que hubiera cuatro falangistas en el nuevo gabinete. Después de 15 años decidió reemplazar al veterano Girón, hasta la fecha el único Ministro de Trabajo que él consideraba muy bueno y extremadamente leal pero también demasiado impetuoso, y llevaba demasiados años en el poder. Le sustituyó el veterano líder sindical Fermín Sanz Orrio, y otro sindicalista, José Solís Ruiz, tomó el puesto de Arrese como Secretario General. Rubio, que apenas llevaba un año en el Gobierno, se quedó en Educación y se creó un nuevo ministerio de la Vivienda para Arrese. De este modo no se disminuía numéricamente la representación falangista en el Gobierno, pero era evidente que el Movimiento había sufrido una derrota importante y que ya no tendría un papel influyente en el futuro del Régimen. Arrese estuvo en su nuevo cargo durante dos años antes de renunciar y retirarse por completo de la vida pública. Fernando María Castiella vino a reemplazar a Martín Artajo en Asuntos Exteriores. Era profesor de derecho internacional y un diplomático conocido y, al igual que Artajo, miembro de la elite de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Originalmente conocido por ser el coautor de la obra escrita durante la guerra Reivindicaciones de España, Castiella también era veterano de la División Azul y segundo miembro del gabinete que estaba en posesión de la Cruz de Hierro alemana, pero también era más culto y tenía más experiencia que la mayoría de sus predecesores en el puesto. El Ministro de la Gobernación saliente, Blas Pérez González, era uno de los favoritos de Franco de toda la vida, por su honestidad y eficacia, su capacidad de juzgar desapasionadamente y su carácter incorruptible. El Generalísimo esperaba poder mantenerle en algún cargo del Gobierno, pero Pérez deseaba regresar a la práctica privada para mejorar su situación financiera, de modo que le sustituyó el general Camilo Alonso Vega, que fue el reorganizador de la Guardia Civil. Franco cambió a sus ministros militares con más frecuencia que a los otros, probablemente para evitar que algún General alcanzara un poder personal excesivo o tuviera demasiada influencia. Pero a pesar de eso, siete de los 17 ministros del nuevo Gobierno eran militares: Carrero Blanco, Alonso Vega, el coronel Joaquín Planell, como reemplazo en Industria, y el general Jorge Vigón en Obras Públicas, así como otros tres que pertenecían a las fuerzas armadas. El Ejército seguía siendo la base del Régimen en una proporción desmesurada con el resto de las facciones. A Muñoz Grandes se le sustituyó como Ministro del Ejército, pero se le ascendió a Capitán General, lo que le hacía el único que tenía ese rango además de Franco. El Generalísimo parecía tener verdadera estima por el antiguo comandante de la División Azul, y estaba convencido de que en caso de emergencia Muñoz Grandes sería la persona más adecuada para tomar sus poderes e incluso para ser regente. Franco creía que de todos los generales era el que más prestigio tenía y sería el más leal a las instituciones y valores del Régimen. Sus tendencias autoritarias, combinadas con un ferviente antimonarquismo, hacían que Muñoz Grandes fuera el contrapeso perfecto a los monárquicos que había tanto dentro del Régimen como fuera de él. Se le nombró jefe del Estado Mayor Central y junto con varios ministros falangistas, formó parte de un grupo fluctuante de regencialistas que preferían que el sucesor del Caudillo fuera otro regente de su estilo que un rey Borbón más liberal. Franco encontró cierta satisfacción en dos acontecimientos que tuvieron lugar en Europa al año siguiente, y que él interpretó como una especie de demostración de que era necesario tener un gobierno fuerte. En una visita que realizó en octubre a un complejo industrial en Cartagena, dijo que el Sputnik soviético era algo que no hubiera podido lograrse en la Rusia vieja -en su habitual ignorancia, olvidó que bajo el viejo Régimen semiliberal, Rusia había hecho varios descubrimientos aeronáuticos- porque las grandes obras necesitan para lograrse de unidad política y de disciplina (citado en R. de la Cierva, Historia del franquismo, Barcelona, 1975-78, 11, 168). Estas alabanzas tan poco usuales en él -el máximo anticomunista de Europa- iban dirigidas al autoritarismo, sin tener en cuenta la tendencia política. El otro hecho, que Franco admiró aún más, fue el colapso de la Cuarta República parlamentaria en Francia y la instauración de una República presidencial bajo Charles De Gaulle, quien también afirmó, aunque en términos algo distintos de los de Franco, que el sistema de partidos no funcionaba. El nuevo Gobierno hizo su contribución limitada a una definición más precisa de las instituciones cuando elaboró una nueva versión de los Principios del Movimiento promulgada el 29 de mayo de 1958. Con ella se desplazó por completo a los Veintiséis Puntos originales y, del mismo modo que en el borrador anterior de Arrese, se eliminaron todas las expresiones fascistas. Se alababa el patriotismo, la unidad, la paz, el catolicismo, el individuo, la familia, la representación a través de las instituciones locales y sindicatos, y la armonía internacional. Tomaba conceptos y terminología del carlismo más que del falangismo; se empezó a hablar de que era una comunión en vez de un partido y el Régimen se definía como una monarquía tradicional, católica, social y representativa.
termino
acepcion
Comunidad autónoma de producción y consumo, en el sistema de Fourier, socialista utópico francés de principios del siglo XIX.
fuente
"¿Recuerdas, César, aquella ocasión en la campaña de Hispania? Te habías torcido el tobillo, no podías andar, y estabas sediento. Uno de tus soldados recogió agua en su casco y te la trajo... ¿Tú crees, César, que podrías recordar perfectamente a aquel soldado que te ayudó? Y sin embargo no me reconoces, porque en aquel entonces yo era todavía un hombre completo; después en la batalla de Munda, perdí un ojo y parte de los huesos de mi cabeza... Tampoco reconocerías el casco que llevaba, porque una falcata hispana lo partió por la mitad". Más o menos así describe Séneca (De Beneficis, V) la anécdota narrada durante un juicio por un veterano mutilado que se granjeó la benevolencia de Julio César. Independientemente de la veracidad de esta historia, refleja el respeto que los romanos sentían por un arma terrible: la falcata ibérica. Este texto es casi la única fuente antigua que con seguridad se refiere a esta espada y a los destructivos efectos de sus golpes, que ni el casco de bronce de un legionario podía frenar. Ni siquiera fue conocida por los latinos como falcata, que es una voz culta moderna, sino como machaeera (machaira o kopis, entre Ios griegos). Sin embargo, la falcata ibérica es el arma más conocida de la Antigüedad hispana, debido a su peculiar forma y decoración, a la frecuencia con que aparece representada en esculturas o exvotos y al hecho de que se conocen más de seiscientos ejemplares, repartidos en museos y colecciones de todo el mundo, procedentes casi siempre de tumbas. Se trata de una espada en forma de sable, de hoja ancha, curva y asimétrica, con doble filo en la zona de la punta; es, por tanto, una espada pesada y capaz de asestar terribles golpes tanto tajantes como punzantes, éstos últimos, mucho más peligrosos. Su pequeño tamaño -pocas falcatas tienen una hoja de más de 55 cm de largo- hacen de ella un arma especialmente apropiada para infantes. La falcata se fabricaba con tres láminas de hierro soldadas "a la calda" entre sí. Pese a las entusiastas tradiciones literarias romanas sobre la calidad del hierro hispano, lo cierto es que los análisis metalográficos realizados hasta la actualidad muestran una tecnología relativamente pobre, y ni siquiera está claro que se añadiera de manera consciente carbono al filo para acerarlo. Unas profundas y elegantes acanaladuras aligeraban el peso de la hoja, al tiempo que la embellecían. Es un mito la idea de que se practicaban para agravar las heridas causadas por este tipo de espadas. La lámina central de las tres que la componen se prolonga en una delgada lengüeta que forma el alma de la empuñadura, recubierta con cachas de madera o hueso que en casi todos los casos han desaparecido. Vuelta sobre sí misma para proteger la mano, la empuñadura adoptaba la forma de una cabeza de caballo o de ave, y un remache a menudo dorado figuraba el ojo del animal, dotado probablemente de un carácter protector además de ornamental. A menudo, las falcatas se decoraron con damasquinados en hilo de plata, figurando motivos geométricos, vegetales, animales e, incluso, representaciones de cabezas humanas e inscripciones a en lengua ibérica. La falcata se guardaba en una vaina de cuero con armazón de hierro y solía colgarse al costado izquierdo mediante un largo tahalí de cuero que pasaba por el hombro derecho y se sujetaba por anillas a la vaina; por tanto, no pendía verticalmente del cinturón, lo que facilitaba el movimiento del guerrero y la extracción del arma. Esta espada tiene un remoto origen mediterráneo, probablemente de las costas balcánicas bañadas por el Adriático. Desde allí se extendió hacia Italia, donde tuvo mucho éxito, y hacia Grecia, que la denominó machaira y la utilizó como símbolo de las armas de los pueblos bárbaros, persas y de las amazonas. Fue de Italia desde donde llegó a los íberos, quienes la modificaron sustancialmente (la acortaron, redujeron la curvatura y la dotaron de doble filo) dentro de la conocida vitalidad propia de la receptiva cultura ibérica. Las primeras falcatas se datan en el s. V a.C., y perduraron, al menos, hasta finales del I a.C. Aunque hay algunas piezas procedentes de otras regiones, la inmensa mayoría se ha hallado en la Alta Andalucía y el Sureste: no es, pues, un arma característica de los antiguos hispanos en sentido general, sino, sobre todo, de los antiguos bastetanos y contestanos. No deja por ello de ser curiosa la forma en que se ha mitificado en época moderna, convirtiéndose en una suerte de símbolo nacional de los antiguos íberos y en icono empleado en esculturas decimonónicas como un indicador de "iberismo". Es muy frecuente que las falcatas halladas en los ajuares funerarios de las tumbas aparezcan quemadas, dobladas y con el filo mellado a golpes. Este ritual de destrucción simboliza la especial vinculación del guerrero con sus armas y, quizá también, una concepción funeraria de inversión ritual que exigía que el difunto calcinado en la pira necesitara objetos, también destruidos, para poder emplearlos en el Más Allá.
obra
La cultura ibérica destaca por desarrollar una nueva tecnología basada en la metalurgia del hierro, que había sido traída a la Península por contactos comerciales desde el Oriente mediterráneo. El hierro al ser más resistente que el bronce, fue usado para fabricar herramientas, aperos y armas, algunas de las cuales se decoran profusamente con diversas técnicas, como la falcata de Almedinilla. Esta espada de hierro consta, por un lado, de una empuñadura con forma de cabeza de caballo y, por otro, de una hoja con dos filos cortantes. Toda la hoja está recorrida por acanaladuras para aligerar el peso sin disminuir la resistencia. Se adornó con ricos motivos decorativos damasquinados con plata en la empuñadura y en el extremo de la hoja. La falcata fue hallada, por Luís Maraver, en 1867 durante la excavación de una tumba ibérica en la necropolis de Los Collados (Almedinilla, Córdoba), próxima al poblado del Cerro de la Cruz. Poco se sabe de la tumba de la que procede la espada. Seguramente en el enterramiento habría una urna cineraria, una punta de lanza, un asa de escudo y un soliferrum, como suelen aparecer en otras tumbas ibéricas. Hasta fines de la Edad del Bronce las espadas sólo pinchan. La falcata presenta la novedad de servir no sólo para pinchar si no también para cortar, puesto que la hoja presenta dos filos. Los guerreros la llevaban sujeta al cinturón en el frente y bajo la cintura con una vaina o funda. Su eficacia mereció ser mencionada por los escritores clásicos, como Diodoro de Sicilia y Estrabón.
Personaje Pintor
En su estilo se aprecia la influencia de Caravaggio. Dentro de su producción destacan los cuadros de batallas, uno de los temas más recurridos. Entre estos cabe mencionar el episodio de Capodimonte, cuyas escenas se encuentran en el Museo del Prado y el Louvre. A partir de la década de los años cuarenta abandona progresivamente el luminismo e incrementa el efecto del color.
Personaje Escultor
Se inició bajo los consejos de J.B Lemoyne. Una de sus principales clientas fue Madame Pompadour, que le encargó varios retratos y grupos. Gracias a ella ocupó la dirección de la manufactura de Sèvres, desde 1757 hasta 1766. Sus composiciones escultóricas recogen la gracia rococó, al tiempo que se decantan por el estilo clasicista. Es autor de obras como Madame de Pompadour como Venus, Pigmalión y Galatea o el monumento de Pedro el Grande. Este último fue realizado a instancia de Catalina II.
fuente
El falconete era una de las armas portátiles más mortíferas del siglo XVI, similar al arcabuz o al mosquete. Se trataba de una especie de culebrina, capaz de arrojar balas de hasta kilogramo y medio.