En efecto, con la guerra y repoblación se vincula la creación de las bastidas o villas nuevas, cuyos vecinos viven prácticamente una doble condición civil y militar en un territorio en litigio que hay que defender. Así ocurrió por ejemplo, en Francia donde la rivalidad anglo-francesa dio lugar a un número elevado de nuevas ciudades (Villeneuve-sur-Lot, Villefranche-de-Rouergue), a lo largo del siglo XIII, cuya organización viaria tiende a regularizar el trazado con calles largas y de cierta amplitud, prácticamente rectas o con quiebros muy suaves, cruzándose unas con otras en un ángulo que si no es de 45' está próximo al ángulo recto. Aquí interesa recordar que en el corazón de esta malla regular se reserva un espacio libre, de planta entre cuadrada y rectangular para una plaza en cuyos ángulos, generalmente, se cruzarán las cuatro calles principales, dos a dos, las cuales comunican el centro con las puertas de la ciudad. Todo ello con un carácter muy expeditivo y funcional que recuerda, salvando las diferencias, las técnicas de la castrametatio romana, es decir, la ordenación sobre el terreno de un campamento militar, cuyas reglas nos han llegado a través de Polibio. El hecho de que las plazas de las bastidas sean con frecuencia porticadas y sirvan de escenario al mercado, así como el que la arquitectura del entorno albergue en los soportales el comercio estable y viviendas en las plantas superiores, nos obliga a tener en cuenta esta realidad no tanto como antecedente directo de la Plaza Mayor, sino como respuesta funcional al centro cívico y comercial de una ciudad de nueva planta, que guarde desde luego analogías con nuestras plazas. En la España de la Edad Media, donde el hecho de la Reconquista obligó a las coronas de Castilla y Aragón a asegurar las tierras tomadas a los musulmanes, fundando nuevas ciudades y fijando una población a la que se atraía con los privilegios recogidos en las respectivas cartas pueblas, también se dieron interesantes ejemplos de asentamientos urbanos en una línea análoga a la de las bastidas. Interesa señalar aquí algunos de los ejemplos que guardan en su interior una plaza como es, en Levante, el caso de Villarreal de los Infantes (Castellón) o, en Castilla, la ciudad de Briviesca (Burgos). El nombre de Villarreal nos dice que se trata de una fundación regia debida en este caso a don Jaime I de Aragón, quien firmó su carta puebla el 20 de febrero de 1274. El interés de su trazado es excepcional por ofrecer un ejemplo muy acabado de lo que fueron estos asentamientos de nueva planta, en los que era posible realizar una ciudad funcionalmente ideal, traducida en la equilibrada disposición de sus calles y plazas, sin omitir la formación de solares de igual valor de superficie y orientación para su reparto entre los nuevos pobladores. Castellón, Nules, Almenara, etc., tuvieron igualmente una disposición análoga si bien Villarreal es la que ofrece un modelo más acabado. La regularidad de sus plantas, formadas por una retícula, condicionó y ordenó el futuro de su crecimiento de tal forma que con la simple prolongación de sus calles, más allá de la primitiva muralla, se ampliaba la malla inicial. En Villarreal, su Plaza Mayor se encuentra en el cruce de los dos ejes principales de la ciudad que, de este modo, se comunica de inmediato con las cuatro puertas del recinto amurallado. La plaza, desdichadamente, hoy muy deteriorada, aún conserva parte de su carácter original, especialmente en aquellos lienzos que con tres alturas mantienen la escala y ordenación primitiva. Consistía ésta en un cuerpo bajo de hondos soportales con arcos apuntados, en piedra, y dos pisos de viviendas encima. Siempre se ha distinguido la Plaza Mayor de Villarreal por las salidas de sus cuatro calles en el centro de sus cuatro frentes, dando a los soportales soluciones poco frecuentes al formar ángulos y esquinas. Lo común es que el cruce de las calles más importantes se produzca precisamente en los ángulos de la plaza y no en su centro, es decir, la fórmula vista en las bastidas francesas mencionadas y que hallamos en la Plaza Mayor de Briviesca. Esta ciudad, de origen romano, trasladó su asiento al actual emplazamiento a comienzos del siglo XIV. De entonces data su trazado que obedece a la clara influencia de las bastidas francesas, con calles amplias y rectas, cortadas transversalmente por otras, todo siempre dentro de una muralla cuyas puertas se abren al final de las calles principales. Estas, de mayor amplitud, delimitan en el centro de la villa la Plaza Mayor, de planta casi rectangular y porticada, contando con la presencia de la iglesia de San Martín en el lado norte. De clara vinculación castrense fueron los campamentos levantados en la campaña de Granada por la corona de Castilla, algunos de los cuales asemejaban a ciudades por su tamaño y orden. En este sentido contamos con algunos testimonios literarios del siglo XV, como el de la "Crónica de don Alvaro de Luna", donde se describe la entrada en la Vega de Granada por don Juan II (1431) y el campamento levantado al efecto "ordenado por sus calles en muy fermoso asiento", pero sobre todo, con la realidad viva del campamento de Santa Fe, a dos leguas de Granada, convertida luego en ciudad firme. Lucio Marineo Sículo afirmaba en su obra "De Rebus Hispaniae memorabilibus" (1539) que el plano de Santa Fe se había copiado del de Briviesca, cosa que no parece corresponder a la realidad pero que tiene el interés de vincular este tipo de ciudades, así como la estima por algunos modelos concretos. El campamento de Santa Fe, establecido como tal en abril de 1491, sufrió a los pocos meses un importante incendio que destruyó los pabellones reales y otras muchas construcciones de modestos materiales. Ello hizo que los Reyes Católicos redoblaran su voluntad de permanecer allí hasta lograr la conquista de la capital nazarí, iniciando inmediatamente la construcción no ya de un campamento sino de una verdadera ciudad. Recogiendo noticias de anteriores cronistas, Luis del Mármol de Carvajal ("Historia de la rebelión y castigo de los moriscos ...." Málaga, 1600) describía así Santa Fe: "Hicieron una ciudad cerrada de muros y torres, con honda cava, dexando dos calles principales en medio derechas, puestas en cruz, que van a dar a cuatro puertas, que responden a los cuatro vientos, quedando en medio una plaza de armas espaciosa y ancha, donde pueden juntarse la gente del ejército". Es ésta la actual Plaza Mayor de Santa Fe, donde la arquitectura ha sido renovada pero en la que se reconoce la huella de la ciudad-campamento del siglo XV. En ella se situaron los edificios más representativos no ya de la ciudad, sino de la estructura del poder, esto es, la casa real, la casa llana, el ayuntamiento, la iglesia y el pósito o almacén de grano, con lo que tenemos uno de los programas más completos de Plaza Mayor que luego se irán cumpliendo de forma más o menos parcial. Además de estas plazas que, efectivamente, pueden considerarse como de armas, la Baja Edad Media conoció el creciente desarrollo de otras plazas de análoga configuración pero de distinto uso, las plazas de mercado. Ello no obsta para que las primeras no excluyeran el uso mercantil de las segundas, y viceversa. Las plazas de mercado se situaban, habitualmente, fuera de la ciudad y delante de las puertas de la muralla, dado el poco espacio existente en el interior. Aquellos mercados, tan preciados por lo que de riqueza y actividad suponían para la ciudad, fueron inicialmente meros espacios abiertos donde exponer y vender la mercancía, pero según fue creciendo la actividad mercantil se fue perfilando un tipo de plaza de ordenada arquitectura en la que los pórticos formaban parte inseparable de ella. Uno de los casos mejor conocidos de nuestra Edad Media en la que el mercado se celebraba fuera de la ciudad amurallada es el de León. Aquí, en una explanada próxima a la Puerta del Arco del Rey, sabemos que en el siglo X se celebraba un mercado semanal (mercatum rege), que daría lugar a que paulatinamente se fueran levantando construcciones y tiendas estables, formando en el siglo XI el que se denomina mercatum publicum. La atracción de mercaderes y gentes venidas de otros lugares, entre ellos judíos, moriscos y francos, desarrollaron esta parte de la ciudad que en el siglo XIV ya había formado un arrabal muy importante en torno al mercado inmediato a la parroquia de San Martín, hasta el punto de protegerse con una nueva cerca en 1324. El nombre de sus calles inmediatas (Carnicerías, Zapaterías, Rodezneros, etc.) habla de la pujante actividad de este mercado que, si bien conoció las competencias de otras plazas de la ciudad, acabaría dando lugar en el siglo XVII a una de nuestras más características Plazas Mayores. Una situación parecida es la que se dio en Madrid en la antigua plaza del Arrabal, más allá de la muralla, llamada también del Mercado, de irregular aspecto y arquitectura, que acabaría siendo la célebre Plaza Mayor. En ella se vendía pescado, carne y otros muchos productos de alimentación y consumo diario, así como artículos de muy diferente género que agrupándose por especies y oficios fue dando nombre a las calles inmediatas. Cuando la ciudad lo permitía, también se utilizaron plazas interiores como plazas de mercado, a las que se les dotaba de soportales para mayor comodidad y orden del comercio así como para ennoblecer el aspecto de aquéllas. A estos efectos es muy elocuente el caso de la plaza de San Salvador, también en Madrid, utilizada como mercado intramuros, donde el rey Enrique IV aprobó, en 1466, el derribo de varias casas para ampliar la plaza y construir soportales delante de las tiendas. Como al parecer no se ejecutó de este modo, la reina Isabel insistió, en 1476, ante el concejo de Madrid para que "fagades poblar de mercaderes e oficiales toda la dicha plaça e fagades portalar e facer portales delante delas dichas tiendas dela dicha plaça para que se pueble mejor, ...porque las gentes ayan do se poner en tiempo de necesidades, ... Los dichos portales son muy necesarios conplideros e aprovechosos a la dicha plaça pues ésta es nobleza e provecho deta dicha plaça como dicho es...". Es decir, parece que el hecho de aportalar la plaza, así como las inmediatas calles dedicadas igualmente al comercio, aparece vinculada de una forma muy específica al mercado, irrumpiendo con fuerza en el siglo XV el portal como un elemento arquitectónico que tiene una determinada significación urbana y de uso. Un testimonio muy claro, aunque ya pertenezca al siglo XVI, es el del Concejo de Segovia que, en 1542, en el momento de configurar su nueva Plaza Mayor, permite a los dueños de las casas y mesones que "puedan sacar libremente portales a la calle de la dicha plaza" a condición de "que lo hueco que quedase debajo lo dejen libre para que todos los que quisieren puedan vender sus mercadurías y estar debajo dellos sin llevalle cosa alguna". Lo más característico de estas soluciones porticadas es que en Castilla se resuelven de modo muy sencillo, con una estructura adintelada de madera a base de pies derechos, sustituidos luego por columnas o pilares de piedra, sobre las que apoya una arquitectura carpinteril de cargaderos y vigas igualmente de madera que habitualmente fueron objeto de las llamas. Ello, unido a la paulatina sustitución de sus elementos, hace que no hayan llegado hasta nosotros plazas medievales en su arquitectura aunque el espacio urbano se configurase entonces. Por el contrario, en tierras de Aragón, Cataluña y Levante son muy comunes las plazas de mercado con soportales formados por sólidos y desiguales arcos de piedra, que dan un aspecto más grave al conjunto. Torres Balbás señalaba que ninguna de ellas debe ser "anterior a los últimos años del siglo XIV o a los comienzos del XV", citando el caso de Aínsa (Huesca) como uno de los más representativos. Otras regiones más alejadas utilizaron también los soportales de fábrica y en arco en sus plazas de mercado, como sucedió en Badajoz. En esta ciudad, al despejar con unos derribos un espacio para la Plaza Mayor, dentro del prieto caserío de la antigua ciudad hispano-musulmana, el concejo se dirigió al cabildo catedralicio, en 1485, comunicándole que "podades facer, e fogades portales delant de las casas vuestras, que vos tenedes en la Plaza... e que los arcos que ficiéredes así los fogades sobre arcos de ladrillos e piedra, porque la dicha plaza sea mas noblesçida, con tanto que los dichos portales sean de la dicha çibdat, según las condiciones con que se han dado los otros portales de la dicha plaza".
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La ciudad de Kursk era en 1943 una más entre las numerosas poblaciones rusas, aunque el devenir de la II Guerra Mundial la habría de convertir durante unos meses de ese mismo año en el escenario sobre el que se representará uno de los acontecimientos fundamentales de la contienda, y cuyo resultado final será decisivo para el transcurso posterior de los hechos. Con 120.000 habitantes hacia 1940, Kursk se ubica en la baja meseta de la Rusia Central, donde se juntan los ríos Tuskory y Seym. Situada a 530 kilómetros de Moscú, ninguna característica propia hacía prever que fuera a convertirse en el punto donde se desarrollara la mayor confrontación de carros de combate de la Historia ni en el punto de inflexión en el prolongado enfrentamiento entre alemanes y rusos. Lo decisivo, lo importante de Kursk, estaba en la posición estratégica que el discurrir de la ofensiva alemana hacia el Este y la contraofensiva soviética habían creado. Kursk, en efecto, quedó después de las operaciones iniciales como un extraño saliente que rompía la verticalidad de la línea de frente entre ambos contendientes, una especie de península interior en manos soviéticas, al sur de Moscú, cabeza de puente hacia los campos petrolíferos de la Transcaucasia. La importancia de Kursk no estuvo tanto en la victoria soviética, recordemos que los alemanes ya habían sufrido severos castigos en Moscú y Stalingrado, sino en el carácter de ésta: sobre el tapete de Kursk ambos contendientes pusieron las mejores cartas, conscientes de la importancia de la partida y de que el derrotado habría de sufrir a partir de entonces un acoso constante por parte del enemigo durante una penosa retirada. La importancia estratégica de la región de Kursk comenzó a ser mayor tras la derrota alemana en Stalingrado. El mando soviético acariciaba la posibilidad de contener a las fuerzas alemanas en Ucrania Oriental e incluso expulsarlas de la región antes del deshielo. En diciembre de 1942, varias unidades alemanas partieron hacia Stalingrado para ayudar a las veintidós divisiones alemanas y dos rumanas allí cercadas. Sin embargo, la expedición no llegó a acercarse a su objetivo, pues a 100 kms. de su punto de partida fueron detenidas por un contraataque soviético comenzado durante la Navidad. Cercadas y sin ayuda exterior, estaba claro que las fuerzas alemanas en Stalingrado acabarían más temprano que tarde cediendo al enemigo. La orden del Alto Mando alemán era tajante: resistir a cualquier precio. Ello permitiría mantener a los soviéticos ocupados en el cerco de la ciudad, evitando que dispusieran fuerzas en el Caúcaso para cortar la retirada alemana. Estaba claro ya que los otrora victoriosos ejércitos alemanes de la Blitzkrieg habrían de batirse en retirada, al menos momentánea, por lo que para el Alto Alemán era imprescindible limitar las pérdidas a Stalingrado, evitando una caída general del frente ruso. La situación para los soviéticos, por el contrario, se presentaba favorable. Mientras mantuvieran cercados a los alemanes en Stalingrado, para lo que eran empleados los siete ejércitos pertenecientes a los Cuerpos de Ejército de Stalingrado y Don, podrían utilizar a los ejércitos del Sur para tomar la zona del Don inferior y proteger a la Transcaucasia de la amenaza alemana. El Alto Mando Soviético, Stavka, acariciaba así la posibilidad de asestar un durísimo golpe al enemigo alemán, pues evitaría así que los nazis pudieran disponer de las reservas petrolíferas imprescindibles para el funcionamiento de sus carros. Además, en caso de triunfo, podría ser recuperada la orilla occidental del Dnieper, ocupada por los alemanes desde 1941. Con estos propósitos comenzaron por parte soviética a realizarse los planes de la ofensiva. Para el ataque se dispusieron cuatro de sus grupos de ejército, los frentes de Voronezh, Sudeste, Sur y Cáucaso Norte. El grueso de la iniciativa habría de correr a cargo de los dos frentes del ala norte, es decir, el Voronezh, comandado por el general F. I. Golikov, y el Sudeste, dirigido por el general N. F. Vatutin. Las fuerzas puestas a disposición de ambos eran cuantiosas, no en vano se presumía que, en caso de salir victoriosa, la ofensiva podría ser decisiva para el transcurso de la guerra. Cinco ejércitos, de ellos uno de carros de combate y cuatro de infantería, se pusieron bajo el mando de Golikov. Vatutin, además, podría disponer de un ejército móvil, mientras que ambos recibirían el apoyo de una fuerza aérea tipo ejército. La diferente nomenclatura utilizada por soviéticos y alemanes en la organización de sus fuerzas se presta a confusión, pues los rusos designaban con el mismo nombre a unidades más pequeñas que las nazis. Así, un ejército ruso podía equipararse a un cuerpo de ejército alemán; o una división soviética tendría menos de dos tercios de su homónima alemana. Con todo, ambos generales dispusieron para la batalla de unas fuerzas extraordinarias, nada menos que 54 divisiones de infantería y 10 acorazadas, auxiliadas por bridas autónomas de infantería y carros, esquiadores y caballería. Los alemanes, por su parte, contaban con 19 divisiones integradas en el Grupo de Ejército B, a las que se sumaban once divisiones panzer, una de granaderos panzer y siete de infantería encuadradas en el Grupo de Ejército Sur. Varias unidades rumanas, italianas y búlgaras auxiliaban al grueso del ejército alemán, si bien con escasas posibilidades y disposición, pues su moral era baja y sus pertrechos para la batalla escasos. La ofensiva rusa comenzaría con el encargo al frente Sur de ocupar Rostov y entretener a las fuerzas alemanas del Grupo de Ejército Don, para que éstas no pudieran acudir en auxilio del Grupo de Ejército B cuando comenzase el ataque soviético sobre el área comprendida entre Zmiyev y Slavyansk. El plan ruso, no obstante, no carecía de cierto riesgo, pues suponía alejarse de sus posibilidades de abastecimiento, situación de precariedad agravada por el hecho de que en su avance destrozaban cuanta instalación férrea encontrasen a su paso. Además, las tropas de Golikov y Vatutin llevaban demasiado tiempo combatiendo a un alto ritmo, desde su primera intervención en Stalingrado, el 19 de noviembre de 1942. Se planteaba así una disyuntiva para el Alto Mando Soviético, el Stavka. Por un lado, era necesario una pausa para que los hombres descansasen, se pudiesen reponer los equipos y se reparasen las infraestructuras de aprovisionamiento; por otro, la inminencia del deshielo, esperado para finales de marzo, obligaría a retrasar la ofensiva durante semanas, al carecerse de carreteras en buen estado. La decisión tomada fue la de adelantar la ofensiva, con el objetivo de conquistar la mayor cantidad de terreno posible. Golikov dirigía sus fuerzas contra el Segundo Ejército Húngaro y el Octavo Italiano, situados entre Ostrogozhsk, tomando con ello la línea férrea que une Liski con Kantemirovka . Por su parte, Vatutin habría de arremeter contra el tercer Ejército Rumano al Sur del medio Don, tomando el área de Starobelsk y avanzando hacia la costa del Mar Negro. Con ello, conseguiría impedir el repliegue de las tropas alemanas en el Cáucaso. La ofensiva comenzó el 13 de enero de 1943. Golikov logró en apenas dos semanas destruir al Segundo Ejército Húngaro y al Octavo Italiano, tomando 80.000 prisioneros y partiendo en dos las defensas alemanas. Su éxito le permitió avanzar 145 kms. en dirección oeste, situándole al Sudoeste del grupo de Ejército B alemán. Inmediatamente después dirigió se encaminó hacia el Norte contra la retaguardia alemana a través de dos líneas de ataque, una, por la izquierda, hacia Kursk, y la otra, por la derecha, hacia Kastornoye. Al mismo tiempo y de manera coordinada, el general M. A. Reyter hizo avanzar dos columnas hacia el Sur, con el objetivo final de rodear al Grupo de Ejército B alemán. En principio, los planes discurrían favorablemente bien. Por el Sur, Vatutin logró un éxito inicial destrozando al Tercer Ejército Rumano. En pocos días, sus tropas se situaron en las cercanías de Lisichansk y Voroshilovgrad, acechando al Grupo de Ejército del Don. Sin embargo, para su extrañeza y la del Stavka, las capturas de prisioneros alemanes eran mínimas. La razón estribaba en que Manstein, el victorioso general alemán en la campaña de Francia, había montado una contraofensiva a base de retrocesos tácticos con el objetivo de reorganizar sus fuerzas en espera de refuerzos provenientes de Francia. Su plan constaba de tres fases. En la primera, debía organizar una fuerza de choque en Krasnograd cuyo grueso sería todo un Cuerpo de Ejército Panzer "SS", al mismo tiempo que en Krasnoarmeyskoye situaría al XL y LVII Cuerpo de Ejército Panzer, y en Zaporozhye el XLVIII Cuerpo de Ejército Panzer, unidades que podrían caer conjuntamente sobre el ala derecha del frente Sudoeste y rechazar el ataque soviético al norte del Donets. Una ver recibidos los refuerzos de Francia, lanzaría un avance en dirección Norte y Este, separando la vanguardia soviética y tomando Kharkov y Belgorod. Por último, el ataque continuaría hacia Kursk, tanto desde la posición tomada en Jarkov, avanzando hacia el Norte, como desde la zona de Orel, desde la que el Segundo Ejército Panzer del Cuerpo de Ejército centro avanzaría en dirección Sur, en un movimiento conjunto de tenaza. Sus planes no se le ocultaban al mando ruso, pues los reconocimientos aéreos y los informes de los partisanos le daban al Stavka cumplida cuenta de los movimientos alemanes. Sin embargo, los rusos interpretaron erróneamente los datos recibidos como una retirada alemana, más que como una reorganización para lanzar un contraataque. En estas circunstancias, el Alto Mando ruso ordenó una persecución general del enemigo, a pesar del lamentable estado en que se hallaban sus propias fuerzas tras varios meses de cruentos combates. El optimismo soviético habría de tener, no obstante, desgraciadas consecuencias. El 18 de febrero, Vatutin lanzó al Sexto Ejército, acompañado de un cuerpo de ejército de carros y otro de caballería, con el objetivo de cortar la supuesta retirada alemana hacia el Dnieper y atacar posteriormente y de manera conjunta con el frente Sur a las fuerzas alemanas situadas, según estimaba el Stavka, en el bajo Don. Era un objetivo, sin embargo, demasiado ambicioso. Tras varios meses de combate, sus propias fuerzas se hallaban muy diminuidas. Su formidable Grupo Móvil de frente, en teoría compuesto por cuatro cuerpos de ejército de carros, dos brigadas de carros, una división de infantería y tres brigadas de esquiadores, se hallaba realmente exhausto y disminuido, de tal manera que en la práctica sólo pudo contar con 13.000 hombres y 53 carros, es decir, la cuarta parte de una división panzer alemana. Ignoraba, además, que las fuerzas alemanas eran superiores en una proporción de 2 a 1 en hombres, de 7 a 1 en carros y de 3 a 1 en aviación. La derrota de Vatutin, pues, estaba cantada, aunque aun tardó en comprenderla. El 24 de febrero buena parte de sus carros del Grupo Móvil se habían perdido, un número cuantioso de unidades del sexto Ejército había capitulado y uno de sus cuerpos de ejército de carros permanecía inactivo al carecer de combustible. Sólo entonces comprendió el general ruso que su movimiento había sido erróneo, aunque ya no era posible la reacción. El 27 de febrero su flanco derecho se vio obligado a retroceder hacia el norte del Donets, acosado por los alemanes, mientras que en la noche siguiente fue su flanco derecho quien quedó al descubierto al avanzar el XL Cuerpo de Ejército Panzer alemán el río al oeste de Izyum. Por su parte, Golikov tuvo noticias de los apuros por los que pasaban las tropas de Vatutin en su flanco derecho, lo que dejaba al descubierto su propio flanco izquierdo. Por ello lanzó al Tercero Acorazado y al Sesenta y Nueve ejércitos hacia la izquierda contra el flanco alemán, movimiento que supuso un éxito efímero y sin trascendencia, pues la brecha continuó abierta. Ante el deterioro de la situación, el Alto Mando ruso decidió enviar al tercer Ejército Acorazado de Golikov al frente Sudeste, en auxilio del flanco amenazado, pero un repentino ataque de blindados y aviación alemana acabó el 2 de marzo por arrinconar a todo el ejército, excepto la caballería, en las proximidades de Kegichievka. Aunque alguna pequeñas unidades consiguieron romper el cerco alemán, lo cierto es que la situación se tornaba desesperada, siendo innumerables las bajas sufridas. El 3 de marzo debió ser retirada toda el ala derecha del Ejército Acorazado más allá del Donets, cediendo a los alemanes una extensión de terreno de 9.600 kilómetros cuadrados, situando la línea de frente 100 kms. más atrás. La primera fase del plan de Manstein había sido un éxito, por lo que debía dar comienzo la segunda. Cuatro Cuerpos de Ejército Panzer, SS, XL, XLVIII y LVII, reunidos al sur de Kharkov, se iban a encargar de su ejecución a partir del 4 de marzo. Las tropas y carros de Manstein se iban a encontrar enfrente con un ejército de Golikov cansado, desabastecido y superado tácticamente. Por si fuera poco, su mejor unidad, el Tercer Ejército Acorazado, había caído, y la línea de frente que debía cubrir se extendía a los 400 kms. Mal abastecidos de combustible, el deshielo temprano acabó por empeorar la situación, pues cortaba las comunicaciones y dejaba a brigadas enteras de carros prácticamente inservibles. Ante esto, Golikov se vio obligado a abandonar Kharkov , lo que sucedió el 15 de marzo. Tres días más tarde se hizo lo mismo con Belgorod. El 26 de marzo el frente Voronetzh había retrocedido hasta la orilla norte del río Donets, cumpliéndose así la segunda fase del plan de Manstein. Sólo quedaba la tercera, el ataque en tenaza sobre Kursk. La mala marcha de las operaciones en el frente meridional obligó al Stavka, el Alto Mando ruso, a recurrir a una de sus mejores bazas, el mariscal Zhukov, quien fue nombrado jefe supremo de las fuerzas soviéticas. La culpa del fracaso recayó exclusivamente sobre Golikov, sustituido por Vatutin. La entrada de los alemanes en Belgorod, ocurrida el 18 de marzo, obligó a los soviéticos a concentrar en las cercanías de la población una cantidad importante de efectivos. Hacia allí se dirigieron inmediatamente el Veintiuno y el Sesenta y Cuatro ejércitos, mientras que el Primer Ejército Acorazado quedaba bajo las órdenes directas de Zhukov para ser utilizado como reserva. El mismo día 18, el veintiuno Ejército de Chistyakov se apostó en las inmediaciones de la ciudad, con el objetivo de contener el posible avance alemán hacia Kursk -tercera fase del plan de Manstein-, al mismo tiempo que el primer Ejército Acorazado se atrincheraba al sur de Oboyan y el Sesenta y Cuatro Ejército tomaba posiciones al norte del Donets. El adelanto del deshielo a finales de marzo sorprendió a ambos bandos cuando se disponían a emprender la batalla. Las carreteras se volvieron impracticables, al mismo tiempo que la crecida del Donets impedía su franqueo. Las soluciones de urgencia tomadas por Zhukov había permitido establecer una situación de "impasse" que era preciso estudiar por parte de ambos bandos. La tercera fase del plan de Manstein, el ataque sobre Kursk, debía posponerse varias semanas, que serían aprovechadas por los contendientes para elaborar estrategias y reponer efectivos.
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La ciudad de Kursk era en 1943 una más entre las numerosas poblaciones rusas, aunque el devenir de la II Guerra Mundial la habría de convertir durante unos meses de ese mismo año en el escenario sobre el que se representará uno de los acontecimientos fundamentales de la contienda, y cuyo resultado final será decisivo para el transcurso posterior de los hechos. Con 120.000 habitantes hacia 1940, Kursk se ubica en la baja meseta de la Rusia Central, donde se juntan los ríos Tuskory y Seym. Situada a 530 kilómetros de Moscú, ninguna característica propia hacía prever que fuera a convertirse en el punto donde se desarrollara la mayor confrontación de carros de combate de la Historia ni en el punto de inflexión en el prolongado enfrentamiento entre alemanes y rusos. Lo decisivo, lo importante de Kursk, estaba en la posición estratégica que el discurrir de la ofensiva alemana hacia el Este y la contraofensiva soviética habían creado. Kursk, en efecto, quedó después de las operaciones iniciales como un extraño saliente que rompía la verticalidad de la línea de frente entre ambos contendientes, una especie de península interior en manos soviéticas, al sur de Moscú, cabeza de puente hacia los campos petrolíferos de la Transcaucasia. La importancia de Kursk no estuvo tanto en la victoria soviética, recordemos que los alemanes ya habían sufrido severos castigos en Moscú y Stalingrado, sino en el carácter de ésta: sobre el tapete de Kursk ambos contendientes pusieron las mejores cartas, conscientes de la importancia de la partida y de que el derrotado habría de sufrir a partir de entonces un acoso constante por parte del enemigo durante una penosa retirada. La importancia estratégica de la región de Kursk comenzó a ser mayor tras la derrota alemana en Stalingrado. El mando soviético acariciaba la posibilidad de contener a las fuerzas alemanas en Ucrania Oriental e incluso expulsarlas de la región antes del deshielo. En diciembre de 1942, varias unidades alemanas partieron hacia Stalingrado para ayudar a las veintidós divisiones alemanas y dos rumanas allí cercadas. Sin embargo, la expedición no llegó a acercarse a su objetivo, pues a 100 kms. de su punto de partida fueron detenidas por un contraataque soviético comenzado durante la Navidad. Cercadas y sin ayuda exterior, estaba claro que las fuerzas alemanas en Stalingrado acabarían más temprano que tarde cediendo al enemigo. La orden del Alto Mando alemán era tajante: resistir a cualquier precio. Ello permitiría mantener a los soviéticos ocupados en el cerco de la ciudad, evitando que dispusieran fuerzas en el Caúcaso para cortar la retirada alemana. Estaba claro ya que los otrora victoriosos ejércitos alemanes de la Blitzkrieg habrían de batirse en retirada, al menos momentánea, por lo que para el Alto Alemán era imprescindible limitar las pérdidas a Stalingrado, evitando una caída general del frente ruso. La situación para los soviéticos, por el contrario, se presentaba favorable. Mientras mantuvieran cercados a los alemanes en Stalingrado, para lo que eran empleados los siete ejércitos pertenecientes a los Cuerpos de Ejército de Stalingrado y Don, podrían utilizar a los ejércitos del Sur para tomar la zona del Don inferior y proteger a la Transcaucasia de la amenaza alemana. El Alto Mando Soviético, Stavka, acariciaba así la posibilidad de asestar un durísimo golpe al enemigo alemán, pues evitaría así que los nazis pudieran disponer de las reservas petrolíferas imprescindibles para el funcionamiento de sus carros. Además, en caso de triunfo, podría ser recuperada la orilla occidental del Dnieper, ocupada por los alemanes desde 1941. Con estos propósitos comenzaron por parte soviética a realizarse los planes de la ofensiva. Para el ataque se dispusieron cuatro de sus grupos de ejército, los frentes de Voronezh, Sudeste, Sur y Cáucaso Norte. El grueso de la iniciativa habría de correr a cargo de los dos frentes del ala norte, es decir, el Voronezh, comandado por el general F. I. Golikov, y el Sudeste, dirigido por el general N. F. Vatutin. Las fuerzas puestas a disposición de ambos eran cuantiosas, no en vano se presumía que, en caso de salir victoriosa, la ofensiva podría ser decisiva para el transcurso de la guerra. Cinco ejércitos, de ellos uno de carros de combate y cuatro de infantería, se pusieron bajo el mando de Golikov. Vatutin, además, podría disponer de un ejército móvil, mientras que ambos recibirían el apoyo de una fuerza aérea tipo ejército. La diferente nomenclatura utilizada por soviéticos y alemanes en la organización de sus fuerzas se presta a confusión, pues los rusos designaban con el mismo nombre a unidades más pequeñas que las nazis. Así, un ejército ruso podía equipararse a un cuerpo de ejército alemán; o una división soviética tendría menos de dos tercios de su homónima alemana. Con todo, ambos generales dispusieron para la batalla de unas fuerzas extraordinarias, nada menos que 54 divisiones de infantería y 10 acorazadas, auxiliadas por bridas autónomas de infantería y carros, esquiadores y caballería. Los alemanes, por su parte, contaban con 19 divisiones integradas en el Grupo de Ejército B, a las que se sumaban once divisiones panzer, una de granaderos panzer y siete de infantería encuadradas en el Grupo de Ejército Sur. Varias unidades rumanas, italianas y búlgaras auxiliaban al grueso del ejército alemán, si bien con escasas posibilidades y disposición, pues su moral era baja y sus pertrechos para la batalla escasos. La ofensiva rusa comenzaría con el encargo al frente Sur de ocupar Rostov y entretener a las fuerzas alemanas del Grupo de Ejército Don, para que éstas no pudieran acudir en auxilio del Grupo de Ejército B cuando comenzase el ataque soviético sobre el área comprendida entre Zmiyev y Slavyansk. (((MAPA 1 ????))) El plan ruso, no obstante, no carecía de cierto riesgo, pues suponía alejarse de sus posibilidades de abastecimiento, situación de precariedad agravada por el hecho de que en su avance destrozaban cuanta instalación férrea encontrasen a su paso. Además, las tropas de Golikov y Vatutin llevaban demasiado tiempo combatiendo a un alto ritmo, desde su primera intervención en Stalingrado, el 19 de noviembre de 1942. Se planteaba así una disyuntiva para el Alto Mando Soviético, el Stavka. Por un lado, era necesario una pausa para que los hombres descansasen, se pudiesen reponer los equipos y se reparasen las infraestructuras de aprovisionamiento; por otro, la inminencia del deshielo, esperado para finales de marzo, obligaría a retrasar la ofensiva durante semanas, al carecerse de carreteras en buen estado. La decisión tomada fue la de adelantar la ofensiva, con el objetivo de conquistar la mayor cantidad de terreno posible. Golikov dirigía sus fuerzas contra el Segundo Ejército Húngaro y el Octavo Italiano, situados entre Ostrogozhsk, tomando con ello la línea férrea que une Liski con Kantemirovka . Por su parte, Vatutin habría de arremeter contra el tercer Ejército Rumano al Sur del medio Don, tomando el área de Starobelsk y avanzando hacia la costa del Mar Negro. Con ello, conseguiría impedir el repliegue de las tropas alemanas en el Cáucaso. La ofensiva comenzó el 13 de enero de 1943. Golikov logró en apenas dos semanas destruir al Segundo Ejército Húngaro y al Octavo Italiano, tomando 80.000 prisioneros y partiendo en dos las defensas alemanas. Su éxito le permitió avanzar 145 kms. en dirección oeste, situándole al Sudoeste del grupo de Ejército B alemán. Inmediatamente después dirigió se encaminó hacia el Norte contra la retaguardia alemana a través de dos líneas de ataque, una, por la izquierda, hacia Kursk, y la otra, por la derecha, hacia Kastornoye. Al mismo tiempo y de manera coordinada, el general M. A. Reyter hizo avanzar dos columnas hacia el Sur, con el objetivo final de rodear al Grupo de Ejército B alemán. En principio, los planes discurrían favorablemente bien. Por el Sur, Vatutin logró un éxito inicial destrozando al Tercer Ejército Rumano. En pocos días, sus tropas se situaron en las cercanías de Lisichansk y Voroshilovgrad, acechando al Grupo de Ejército del Don. Sin embargo, para su extrañeza y la del Stavka, las capturas de prisioneros alemanes eran mínimas. La razón estribaba en que Manstein, el victorioso general alemán en la campaña de Francia, había montado una contraofensiva a base de retrocesos tácticos con el objetivo de reorganizar sus fuerzas en espera de refuerzos provenientes de Francia. Su plan constaba de 3 fases. En la primera, debía organizar una fuerza de choque en Krasnograd cuyo grueso sería todo un Cuerpo de Ejército Panzer "SS", al mismo tiempo que en Krasnoarmeyskoye situaría al XL y LVII Cuerpo de Ejército Panzer, y en Zaporozhye el XLVIII Cuerpo de Ejército Panzer, unidades que podrían caer conjuntamente sobre el ala derecha del frente Sudoeste y rechazar el ataque soviético al norte del Donets. Una ver recibidos los refuerzos de Francia, lanzaría un avance en dirección Norte y Este, separando la vanguardia soviética y tomando Kharkov y Belgorod. Por último, el ataque continuaría hacia Kursk, tanto desde la posición tomada en Jarkov, avanzando hacia el Norte, como desde la zona de Orel, desde la que el Segundo Ejército Panzer del Cuerpo de Ejército centro avanzaría en dirección Sur, en un movimiento conjunto de tenaza. Sus planes no se le ocultaban al mando ruso, pues los reconocimientos aéreos y los informes de los partisanos le daban al Stavka cumplida cuenta de los movimientos alemanes. Sin embargo, los rusos interpretaron erróneamente los datos recibidos como una retirada alemana, más que como una reorganización para lanzar un contraataque. En estas circunstancias, el Alto Mando ruso ordenó una persecución general del enemigo, a pesar del lamentable estado en que se hallaban sus propias fuerzas tras varios meses de cruentos combates. El optimismo soviético habría de tener, no obstante, desgraciadas consecuencias. El 18 de febrero, Vatutin lanzó al Sexto Ejército, acompañado de un cuerpo de ejército de carros y otro de caballería, con el objetivo de cortar la supuesta retirada alemana hacia el Dnieper y atacar posteriormente y de manera conjunta con el frente Sur a las fuerzas alemanas situadas, según estimaba el Stavka, en el bajo Don. Era un objetivo, sin embargo, demasiado ambicioso. Tras varios meses de combate, sus propias fuerzas se hallaban muy diminuidas. Su formidable Grupo Móvil de frente, en teoría compuesto por cuatro cuerpos de ejército de carros, dos brigadas de carros, una división de infantería y tres brigadas de esquiadores, se hallaba realmente exhausto y disminuido, de tal manera que en la práctica sólo pudo contar con 13.000 hombres y 53 carros, es decir, la cuarta parte de una división panzer alemana. Ignoraba, además, que las fuerzas alemanas eran superiores en una proporción de 2 a 1 en hombres, de 7 a 1 en carros y de 3 a 1 en aviación. La derrota de Vatutin, pues, estaba cantada, aunque aun tardó en comprenderla. El 24 de febrero buena parte de sus carros del Grupo Móvil se habían perdido, un número cuantioso de unidades del sexto Ejército había capitulado y uno de sus cuerpos de ejército de carros permanecía inactivo al carecer de combustible. Sólo entonces comprendió el general ruso que su movimiento había sido erróneo, aunque ya no era posible la reacción. El 27 de febrero su flanco derecho se vio obligado a retroceder hacia el norte del Donets, acosado por los alemanes, mientras que en la noche siguiente fue su flanco derecho quien quedó al descubierto al avanzar el XL Cuerpo de Ejército Panzer alemán el río al oeste de Izyum. Por su parte, Golikov tuvo noticias de los apuros por los que pasaban las tropas de Vatutin en su flanco derecho, lo que dejaba al descubierto su propio flanco izquierdo. Por ello lanzó al Tercero Acorazado y al Sesenta y Nueve ejércitos hacia la izquierda contra el flanco alemán, movimiento que supuso un éxito efímero y sin trascendencia, pues la brecha continuó abierta. Ante el deterioro de la situación, el Alto Mando ruso decidió enviar al tercer Ejército Acorazado de Golikov al frente Sudeste, en auxilio del flanco amenazado, pero un repentino ataque de blindados y aviación alemana acabó el 2 de marzo por arrinconar a todo el ejército, excepto la caballería, en las proximidades de Kegichievka. Aunque alguna pequeñas unidades consiguieron romper el cerco alemán, lo cierto es que la situación se tornaba desesperada, siendo innumerables las bajas sufridas. El 3 de marzo debió ser retirada toda el ala derecha del Ejército Acorazado más allá del Donets, cediendo a los alemanes una extensión de terreno de 9.600 kilómetros cuadrados, situando la línea de frente 100 kms. más atrás. La primera fase del plan de Manstein había sido un éxito, por lo que debía dar comienzo la segunda. Cuatro Cuerpos de Ejército Panzer, SS, XL, XLVIII y LVII, reunidos al sur de Kharkov , se iban a encargar de su ejecución a partir del 4 de marzo. Las tropas y carros de Manstein se iban a encontrar enfrente con un ejército de Golikov cansado, desabastecido y superado tácticamente. Por si fuera poco, su mejor unidad, el Tercer Ejército Acorazado, había caído, y la línea de frente que debía cubrir se extendía a los 400 kms.. Mal abastecidos de combustible, el deshielo temprano acabó por empeorar la situación, pues cortaba las comunicaciones y dejaba a brigadas enteras de carros prácticamente inservibles. Ante esto, Golikov se vio obligado a abandonar Kharkov , lo que sucedió el 15 de marzo. Tres días más tarde se hizo lo mismo con Belgorod. El 26 de marzo el frente Voronetzh había retrocedido hasta la orilla norte del río Donets, cumpliéndose así la segunda fase del plan de Manstein. Sólo quedaba la tercera, el ataque en tenaza sobre Kursk. La mala marcha de las operaciones en el frente meridional obligó al Stavka, el Alto Mando ruso, a recurrir a una de sus mejores bazas, el mariscal Zhukov, quien fue nombrado jefe supremo de las fuerzas soviéticas. La culpa del fracaso recayó exclusivamente sobre Golikov, sustituido por Vatutin. La entrada de los alemanes en Belgorod, ocurrida el 18 de marzo, obligó a los soviéticos a concentrar en las cercanías de la población una cantidad importante de efectivos. Hacia allí se dirigieron inmediatamente el Veintiuno y el Sesenta y Cuatro ejércitos, mientras que el Primer Ejército Acorazado quedaba bajo las órdenes directas de Zhukov para ser utilizado como reserva. El mismo día 18, el veintiuno Ejército de Chistyakov se apostó en las inmediaciones de la ciudad, con el objetivo de contener el posible avance alemán hacia Kursk -tercera fase del plan de Manstein-, al mismo tiempo que el primer Ejército Acorazado se atrincheraba al sur de Oboyan y el Sesenta y Cuatro Ejército tomaba posiciones al norte del Donets. El adelanto del deshielo a finales de marzo sorprendió a ambos bandos cuando se disponían a emprender la batalla. Las carreteras se volvieron impracticables, al mismo tiempo que la crecida del Donets impedía su franqueo. Las soluciones de urgencia tomadas por Zhukov había permitido establecer una situación de "impasse" que era preciso estudiar por parte de ambos bandos. La tercera fase del plan de Manstein, el ataque sobre Kursk, debía posponerse varias semanas, que serían aprovechadas por los contendientes para elaborar estrategias y reponer efectivos.
contexto
La lucha por el avance del liberalismo había continuado después del brote revolucionario de 1830. El proceso de consolidación de la nueva Monarquía belga (tratados de 1839), o la adopción del librecambismo en el Reino Unido (1846), eran buena muestra de ello. También lo era el avance de los liberales en la Confederación Helvética, con su pretensión de una reforma constitucional para convertir a Suiza en una república unitaria y democrática. La resistencia de los cantones católicos, amparados por Metternich, les lleva a la formación de una liga (Sonderbund) a finales de 1845 y a reclamar la separación de la Confederación. La confrontación con los liberales, que cuentan con el apoyo de Francia, lleva a una rápida guerra, en octubre de 1847, que se inclina del lado de los cantones protestantes y liberales. En septiembre del siguiente año se aprobará una nueva Constitución federal, que recoge los puntos de vista de los elementos radicales. La impotencia de Metternich para evitarlo había quedado patente.También en Italia se respiraban aires de reforma. La elección de Pío IX en junio de 1846 marcó el comienzo de cambios notables en los Estados Pontificios, que eran un arquetipo del absolutismo. A la liberación de centenares de prisioneros políticos, sucedió la libertad de prensa y el establecimiento de una Consulta de Estado a la que tendrían acceso los laicos. Los consejos de los embajadores de Francia y el Reino Unido hicieron posible proyectos de construcciones ferroviarias y de una unión aduanera con Piamonte y los ducados. Estas medidas crearon un clima de esperanza en los ambientes liberales italianos, aunque el nuevo Papa no coincidía en nada con los planteamientos teóricos de éstos. La encíclica Qui Pluribus, de noviembre de aquel mismo año, sobre las relaciones entre la fe y la razón, era buena muestra de ello.Las concesiones pontificias fueron secundadas por el duque Leopoldo II de Toscana y por Carlos Alberto, rey de Piamonte (1831-1849). Este último, que tenía una personalidad bastante compleja, había preferido hacer una política más atenta a los intereses piamonteses que a los del nacionalismo y su política errática le había valido el mote de rey veleta. Las concesiones liberales de ambos monarcas obligaron a Metternich a enviar un cuerpo expedicionario, que ocupó Ferrara (julio de 1847), pero no consiguió aplacar el clima de excitación política que alcanzó a Milán y favoreció la campaña del abogado veneciano Daniel Manin, que publicó en 1847 La Guida (estudio comparado de las leyes austriacas y venecianas) y pidió a la Congregación (parlamento) la restauración de las antiguas leyes. Su campaña de desobediencia civil le llevó a la cárcel en los primeros días de enero de 1848.Los primeros movimientos revolucionarios no tardaron en estallar. El 12 de enero se produce una sublevación de artesanos en Palermo, en la que se pide reforma constitucional y se hacen planteamientos separatistas para Sicilia. Fernando II de Nápoles ve cómo la revolución se propaga a los territorios peninsulares y, a finales de ese mismo mes de enero, promete una Constitución otorgada, inspirada en la Carta francesa de 1814.Se podría considerar que una primera fase de la revolución había terminado. En ella, los disturbios sociales habían sido canalizados por sectores de la burguesía y de la nobleza, para obtener Constituciones, aunque fueran de carácter otorgado. Era un precario triunfo del liberalismo, que no se hubiera consolidado sin los acontecimientos que ocurrieron poco después en París.
Personaje
Político
El fundador de la XI Dinastía, también denominada Dinastía Tebana, consiguió agrupar en torno a su persona a todos los nomarcas del sur, a través de la diplomacia y de la fuerza. Inmediatamente después se proclamó rey y gobernó sobre todo el Alto Egipto, estableciendo su capital en Tebas. Antef I se enfrentará de esta manera con el monarca heracleopolitano Neferkare, abriéndose una brecha profunda por la separación de Egipto en dos grandes núcleos dirigidos por ambos soberanos. Las relaciones entre ambos territorios entrarán en un periodo de calma, rota por puntuales conflictos fronterizos que provocarán una verdadera guerra de la que tenemos constancia por las inscripciones encontradas en la tumba de Ankhtifi, aliado de Neferkare. Ankhitifi luchó contra Antef, saliendo victorioso en un primer momento. Las luchas parecen interrumpirse por una grave hambruna que afecta al Alto Egipto. En su continuación parece Antef el vencedor, falleciendo poco después. Antef II le sucederá.
Personaje
Político
Sucesor de Antef I, la labor de Antef II será fundamental para acabar con las dinastías heracleopolitanas y conseguir la unificación del país. Inicialmente, las relaciones con Heracleópolis y su rey Kheti III fueron bastante fluidas, pero Antef pronto atacará y tomará el nomo tinita. Desde ese momento Antef se prepara para la lucha con el fin de avanzar hacia el norte. Toma el nomo de Afroditópolis, aunque pronto fue recuperado por el nuevo rey de Heracleópolis, Merikare. La situación en la frontera se tornaría indecisa durante un tiempo hasta que Antef puso las bases de la ofensiva definitiva que finalizará Mentuhotep I.
Personaje
Político
Antef III sucede a Antef II en el trono de Tebas. Su reinado es muy poco conocido, aunque imaginamos que continuaría con la labor unificadora de su antecesor, sentando las bases para la unificación definitiva que tuvo lugar con Mentuhotep I.