El anfiteatro de Nîmes fue construido al final del primer siglo de nuestra era. No es el más grande del mundo romano, pero es sin duda el que tiene el mejor estado de conservación. Esa elipse de 133 metros por 101 con 21 metros de altura en su fachada podía recibir más de 24. 000 personas. La prohibición de los combates de gladiadores en el siglo V provocó la transformación del edificio en una fortaleza visigoda, a la que se añadieron unas torres y un paso de ronda. Durante la Edad Media se habitó este espacio, viviendo en él durante el siglo XVIII unas 700 personas. Sin embargo, en la centuria siguiente, el anfiteatro se restauró, utilizándose especialmente para realizar corridas de toros, convirtiéndose en una de los cosos taurinos más importantes fuera de España. Actualmente ha sido dotado de un techo desmontable que permite su uso durante todo el año, convirtiéndose en uno de los centros de la cultura y el ocio de la ciudad.
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El anfiteatro de Nîmes fue construido al final del primer siglo de nuestra era. No es el más grande del mundo romano pero es sin duda el que tiene el mejor estado de conservación.
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El Anfiteatro de Pompeya, similar al Coliseo romano, es el más antiguo que llegó hasta nuestros días ya que se construyó en el año 80 a.C. Se mantuvo prácticamente intacto, y aún se ingresa por las mismas galerías empedradas. Al pararnos en el centro, vemos la elipsis perfecta que forma este anfiteatro de 135 metros de largo, que podía albergar hasta 20.000 personas. En los días calurosos, durante las representaciones, los espectadores eran rociados con agua perfumada.
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La mitad del edificio está apoyada en una colina, mientras que el resto se erigió con muros y bóvedas de cemento, y sin tomarse la molestia de levantar una fachada monumental. Entre las peculiaridades más interesantes, cabe resaltar que, igual que en Emerita, las gradas del podium son sólo dos y no están netamente separadas de la ima cavea. La inclinación de ésta, por lo demás, es la más acentuada de cuantas se conocen. Además de las carceres tradicionales, aparece un pasillo que rodea la arena, al menos en la zona no tallada en la roca: a través de él podrían moverse fieras y gladiadores, sorprendiendo al espectador cuando saliesen por una puerta imprevista. Las medidas totales del edificio eran 75 x 68 m. mientras que las de las de la arena 40 x 34 m. Podría contener 7.000 espectadores.
monumento
El anfiteatro de la localidad romana de Segobriga, cercano a Saelices (Cuenca), fue levantado entre los años 30 y 60 de nuestra era. Arquitectónicamente, la mitad del edificio está apoyada en una colina, mientras que el resto se erigió con muros y bóvedas de cemento, y sin tomarse la molestia de levantar una fachada monumental. Sin embargo, este edificio presenta algunas particularidades. Así, al igual que en Emerita, las gradas del podium son sólo dos y no están netamente separadas de la ima cavea. La inclinación de ésta, por lo demás, es la más acentuada de cuantas se conocen. Además de las carceres tradicionales, aparece un pasillo que rodea la arena, al menos en la zona no tallada en la roca: a través de él podrían moverse fieras y gladiadores, sorprendiendo al espectador cuando saliesen por una puerta imprevista. Las medidas totales del edificio eran 75 x 68 m. mientras que las de las de la arena 40 x 34 m. Podría contener 7.000 espectadores.
monumento
El anfiteatro de Tarraco se situaba fuera de los muros de la ciudad, entre ésta y el mar, y junto al acceso nordeste de la Via Augusta, aprovechando las especiales condiciones topográficas de la zona. La construcción del anfiteatro -en época de Trajano o de Adriano- fue importante para Tarraco al permitirle disponer de un edificio específico para los ludi gladiatorii, juegos que, sin duda alguna, se celebraban ya con anterioridad, quizás en el foro. Para su erección, se debió obliterar un amplio sector de la necrópolis, en uso a lo largo del siglo I d. C. El reciente hallazgo de una inscripción, originalmente ubicada sobre una de las portae de la arena, permite pensar que la construcción del edificio fue costeada por un sacerdote provincial, "flamen Romae Divorum et Augustorum", cuya identidad desconocemos. El edificio, de forma elíptica, fue adaptado a la topografía del terreno. De hecho, una parte de las gradas fueron talladas en la roca mientras que, en los sectores más cercanos al mar, éstas se apoyaron directamente sobre compartimentos estancos macizos y sobre bóvedas inclinadas, en opus caementicium. En la arena (61,5 x 38,5 m) se excavaron dos largas fosas perpendiculares para facilitar el acceso de los gladiadores a la pista y para albergar los elementos de la tramoya utilizados durante los espectáculos; se conserva la impronta de las cajas para algunos montacargas y gran cantidad de los contrapesos necesarios para el funcionamiento de los mismos. En los extremos del eje mayor de la pista se abrían dos grandes puertas que comunicaban con el exterior del edificio, una tercera puerta se hallaba en el extremo oriental del eje menor y conectaba, mediante una escalera, con el nivel de las fosas y con una larga bóveda subterránea que conducía a la cercana playa. Probablemente, a través de este pasadizo se introducían en el anfiteatro los animales destinados a los juegos. Los restos de la cavea, separada de la pista por un alto podio con un pasadizo anular, permiten distinguir con claridad la clásica división tripartita de la misma; de la parte superior, la summa cavea, se conserva sólo un breve tramo de las primeras gradas. En la media cavea, en uno de los extremos del eje menor, había una tribuna para las autoridades que presidían los juegos. Una serie de pasadizos y escaleras, conservados en parte, facilitaba el acceso de los espectadores a sus respectivos asientos. Una parte de los bloques de las gradas conservados presenta una serie de inscripciones que hacen referencia a la existencia de localidades reservadas a diversos personajes y estamentos sociales. Junto a la arena, interrumpiendo el podio, se ha podido documentar la existencia de un sacellum, pequeño santuario, dedicado a Némesis, divinidad protectora de los gladiadores. Esta misma divinidad estaba representada en una pintura (s. III d. C.) recuperada en una de las paredes de las fosas. El anfiteatro de Tarraco era de modestas dimensiones (111,5 x 86,5 m) y su capacidad ha sido calculada para unos 14.000 espectadores. La arqueología ha permitido documentar una serie de reformas del edificio, la más importante de las cuales es la que se llevó a cabo en época de Heliogábalo, en el año 218 d. C., y de la que nos da constancia una magna inscripción, cuya longitud ha sido estimada en unos 150 m, y que se hallaba en la coronación del podio que separaba la pista de las gradas. El texto reconstruido de este epígrafe indica una importante reforma del edificio comprobada, arqueológicamente, en lo que se refiere a una ampliación de las fosas y, casi seguramente, el aplacado marmóreo del podio. En el año 259 d. C., en el marco de las persecuciones contra los cristianos promovidas por Valeriano, fueron quemados en el anfiteatro tarraconense el obispo Luctuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio. Esta fue la causa de que, abandonado el edificio en el siglo V d. C., a finales de la centuria siguiente se construyese en la arena del mismo una basílica martirial, en uso hasta principios del siglo VIII. Ya en época medieval, a mediados del siglo XII, se edificó sobre los restos del anfiteatro y de la basílica una iglesia románica cuyos restos, junto a los de los edificios precedentes, configuran uno de los más interesantes conjuntos arqueológicos de la ciudad. Una parte significativa de la cávea es el resultado de una desafortunada restauración, realizada en los años setenta del siglo XX, tras los intensos trabajos de excavación financiados por la fundación Bryant.
monumento
Inaugurado el año 8 a.C., el anfiteatro de Mérida fue modificado posteriormente, probablemente en época flavia o quizás en la de Trajano. Presenta una fachada de mapostería, por tongadas, con refuerzo de sillares almohadillados en las puertas y lienzos intermedios de la fábrica. Tres entradas principales y otras secundarias permitía acceder al recinto, capaz de albergar a 15.000 espectadores, que se distribuían en los tres sectores tradicionales, del que se conserva bien el inferior (ima cavea). Un elevado podium mantenía a salvo de las posibles acometidas de las fieras a los asistentes. Sobre el basamento, en una balaustrada que rodeaba el perímetro de la arena, se desarrollaba una interesante decoración pictórica con temas alusivos a los juegos. En el eje principal del monumento, de 55 metros de longitud, existían dos grandes arcos que marcaban el comienzo de largos corredores abovedados, por donde salían los participantes del espectáculo. A ambos lados de los mismos, unas habitaciones bajo las gradas se han querido interpretar como dependencias de los gladiadores, y spoliaria o jaulas para las fieras, aunque alguna, sobre todo una de las existentes en la zona septentrional, pudo haber tenido el carácter de capilla. En los extremos de los ejes mayor y menor estaban ubicadas las tribunas de las autoridades y de los que organizaban los juegos. De forma elíptica, la arena estaría cubierta en su parte central con un tablado que taparía la denominada fossa arenaria, donde estaban las jaulas de las fieras y se almacenaba la tramoya.
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A extramuros de la ciudad, entre ésta y el mar, el anfiteatro tarraconense se levanta junto al acceso nordeste de la Via Augusta, aprovechando las especiales condiciones topográficas de la zona. Obliterando un amplio sector de necrópolis, en uso a lo largo del siglo I d. C., la construcción del anfiteatro -en época de Trajano o de Adriano- representó para Tarraco el poder disponer de un edificio específico para los ludi gladiatorii, juegos que, sin duda alguna, se celebraban ya con anterioridad, quizás en el foro. El reciente hallazgo de una inscripción, originalmente ubicada sobre una de las portae de la arena, permite pensar que la construcción del edificio fue costeada por un sacerdote provincial, "flamen Romae Divorum et Augustorum", cuya identidad desconocemos. El edificio, de forma elíptica, fue adaptado a la topografía del terreno. De hecho, una parte de las gradas fueron talladas en la roca mientras que, en los sectores más cercanos al mar, éstas se apoyaron directamente sobre compartimentos estancos macizos y sobre bóvedas inclinadas, en opus caementicium. En la arena (61,5 x 38,5 m) se excavaron dos largas fosas perpendiculares para facilitar el acceso de los gladiadores a la pista y para albergar los elementos de la tramoya utilizados durante los espectáculos; se conserva la impronta de las cajas para algunos montacargas y gran cantidad de los contrapesos necesarios para el funcionamiento de los mismos. En los extremos del eje mayor de la pista se abrían dos grandes puertas que comunicaban con el exterior del edificio, una tercera puerta se hallaba en el extremo oriental del eje menor y conectaba, mediante una escalera, con el nivel de las fosas y con una larga bóveda subterránea que conducía a la cercana playa. Probablemente, a través de este pasadizo se introducían en el anfiteatro los animales destinados a los juegos. Los restos de la cavea, separada de la pista por un alto podio con un pasadizo anular, permiten distinguir con claridad la clásica división tripartita de la misma; de la parte superior, la summa cavea, se conserva sólo un breve tramo de las primeras gradas. En la media cavea, en uno de los extremos del eje menor, había una tribuna para las autoridades que presidían los juegos. Una serie de pasadizos y escaleras, conservados en parte, facilitaba el acceso de los espectadores a sus respectivos asientos. Una parte de los bloques de las gradas conservados presenta una serie de inscripciones que hacen referencia a la existencia de localidades reservadas a diversos personajes y estamentos sociales. Junto a la arena, interrumpiendo el podio, se ha podido documentar la existencia de un sacellum, pequeño santuario, dedicado a Némesis, divinidad protectora de los gladiadores. Esta misma divinidad estaba representada en una pintura (s. III d. C.) recuperada en una de las paredes de las fosas. El anfiteatro de Tarraco era de modestas dimensiones (111,5 x 86,5 m) y su capacidad ha sido calculada para unos 14.000 espectadores. La arqueología ha permitido documentar una serie de reformas del edificio, la más importante de las cuales es la que se llevó a cabo en época de Heliogábalo, en el año 218 d. C., y de la que nos da constancia una magna inscripción, cuya longitud ha sido estimada en unos 150 m, y que se hallaba en la coronación del podio que separaba la pista de las gradas. El texto reconstruido de este epígrafe indica una importante reforma del edificio comprobada, arqueológicamente, en lo que se refiere a una ampliación de las fosas y, casi seguramente, el aplacado marmóreo del podio. En el año 259 d. C., en el marco de las persecuciones contra los cristianos promovidas por Valeriano, fueron quemados en el anfiteatro tarraconense el obispo Luctuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio. Esta fue la causa de que, abandonado el edificio en el siglo V d. C., a finales de la centuria siguiente se construyese en la arena del mismo una basílica martirial, en uso hasta principios del siglo VIII. Ya en época medieval, a mediados del siglo XII, se edificó sobre los restos del anfiteatro y de la basílica una iglesia románica cuyos restos, junto a los de los edificios precedentes, configuran uno de los más interesantes conjuntos arqueológicos de la ciudad. Una parte significativa de la cávea es el resultado de una desafortunada restauración, realizada en los años setenta del siglo XX, tras los intensos trabajos de excavación financiados por la fundación Bryant.
contexto
Al realizar el estudio de los anfiteatros, podemos, en principio, seguir el mismo esquema que en los circos, y comenzar hablando de una serie de obras con marcados caracteres tradicionales. Acaso el monumento más tosco de todos sea el localizado hace pocos años en Vergi (Berja), con sus límites groseramente tallados en la montaña; pero pueden entrar en el mismo apartado el también reciente hallazgo de Bodadela (Oliveira do Hospital), si futuras noticias no obligan a cambiar de opinión, y el muy arruinado anfiteatro de Ucubi (Espejo). Sin embargo, el mejor ejemplo de estos monumentos sencillos, que aprovechan el relieve del suelo para asentarse y que apenas lo complementan con cascotes o con bloques mal tallados, es el localizado en Carmo: poco puede distinguirse hoy de su arena y cavea ovales, ya que no elípticas, pero sabemos que tuvo gradas cubiertas de estuco y pintadas, y quedan restos de sus carceres talladas en la roca a los lados de las puertas principales. El gran problema de estos edificios, mal conocidos y apenas excavados, es su cronología. Mientras que alguno, como el de Bobadela, puede ser fechado por los materiales recogidos en la segunda mitad del siglo I d. C., otros, en cambio, sugieren mayor antigüedad: así, Golvin ha propuesto para los monumentos de Ucubi y de Carmo una cronología muy alta, allá por el 30 a. C., y los ha situado en el restringido y prestigioso capítulo de los anfiteatros de época republicana, concediéndoles el honor de ser, junto con el de Antioquía, los únicos anfiteatros de esta época emplazados fuera de Italia. Más aún: si su opinión se confirmase, el anfiteatro de Carmo, con sus 131 m de dimensión máxima, sería el segundo en tamaño de los construidos hasta entonces, superado sólo por el de Pompeya (134 m). El paso a los grandes cosos de ingeniería avanzada lo hallamos, como en el caso de los circos, en Emerita Augusta. Allí el gobierno augusteo situó el primer anfiteatro conocido de estructura de compartimentos, obra que, además, ofrece muchos detalles de interés, desde la organización de las escaleras para acceder a las partes más altas, hasta el poderoso aparejo rústico de sillares almohadillados que da fuerza titánica a la fachada, sin olvidar el interesante sistema de acceso a las localidades más bajas, que permite pasar junto a las puertas principales de la arena, allí donde se concentran las carceres y los gladiadores. Tras esta obra maestra, los anfiteatros del período julioclaudio y de principios de la dinastía flavia resultan ciertamente pobres. Construidos, probablemente todos, por iniciativa particular o municipal, en sus estructuras alternan -y hasta se yuxtaponen cuando es necesario para ahorrar gastos- todo tipo de sistemas constructivos, desde la talla en la roca hasta la estructura hueca. Alguno hay, como el de Emporiae, que merecería situarse entre las obras populares, porque su modo de construcción es exactamente el mismo -estructura de casillas, gradas de madera- que utilizaría el circo de Saguntum más de un siglo después, y porque, además, su constructor alargó la arena de forma desproporcionada. Pero no son mucho mejores los demás: tanto el de Carthago Nova como el de Segobriga pecan de un trazado inseguro, más cercano al círculo o al óvalo que a la elipse, y si no podemos decir lo mismo del de Conimbriga, hay que tener en cuenta que es muy poco lo que de él sabemos. Sólo cabe señalar, en estas obras, alguna novedad estructural, fruto del progresivo enriquecimiento de los juegos: así, en Segobriga descubrimos cómo, además de las carceres tradicionales, aparece un pasillo que rodea la arena, al menos en la zona no tallada en la roca: a través de él podrían moverse fieras y gladiadores, sorprendiendo al espectador cuando saliesen por una puerta imprevista. Tras tantas indecisiones, y dejando aparte el arruinado coso de Astigi (Ecija), imposible de fechar, llegamos finalmente a los reinados de Tito y Domiciano. Para la construcción de anfiteatros, se trata de un momento crucial, porque en Roma se inaugura la máxima obra de este género, el Coliseo, e inmediatamente se difunde la noticia de su grandiosidad arquitectónica y de la riqueza de los juegos que en él se contemplan. La estructura hueca, y en sus sistemas más complicados, alcanza un dominio exclusivo, a la vez que, bajo la arena, crece y se desarrolla el sistema de la fossa, con sus carceres subterráneas, que permite hacer surgir las fieras, de improviso, en cualquier parte del ruedo. Algunos viejos anfiteatros intentan ponerse al día -es el caso del de Emerita, en cuya arena se talla una piscina para naumaquias, planteándose después la realización de una verdadera fossa-, pero, como es lógico, son los edificios nuevos los que permiten desarrollar la nueva concepción, ya definitiva, con toda su esbelta complejidad.A este modelo de anfiteatro pertenecen los dos últimos fechados en Hispania: el de Tarraco, que mezcla aún diversos sistemas constructivos -talla en la roca, estructura de compartimentos y verdadera estructura hueca-, pero que no por ello prescinde de una fachada de arquerías de grandiosa concepción, y, sobre todo, el de Itálica, al que podemos considerar uno de los más importantes monumentos de todo el imperio. Construido sin duda por encargo del propio Adriano, es, por su tamaño, el mayor de los conocidos, con la única excepción del Coliseo, y, como es lógico, todo responde en él a estas proporciones: su altísimo muro del podium (3,50 m sin contar el balteus), perfectamente acabado y recubierto -como en Emerita y Tarraco- con placas de mármol; su espacioso pasillo tras ese muro, verdadero eje de distribución abierto a múltiples habitaciones; su foso central, que necesita pilares para sostener la enorme tapa de madera; su bella fachada con espaciosos arcos -los más anchos que se conozcan en un anfiteatro, de nuevo tras el Coliseo-: nos hallamos, en una palabra, ante una obra que trasciende el nivel de una provincia, y que imaginaríamos mejor en la propia Roma.