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En el resto de España, se puede seguir la traza de un grupo importante de artistas que se sienten influidos por la temática simbolista; es difícil establecer un balance equilibrado sobre ellos, ya que los estudios de los que disponemos son muy irregulares. Conocemos, por ejemplo, gracias a los trabajos de Teresa Sauret, los pintores malagueños Santiago Casilari, Pedro Sáenz, o Blanco Coris, siguiendo las trazas de Joaquín Martínez de la Vega (1846-1905), un artista que conocía a los pintores nazarenos y prerrafaelitas y que en los últimos años de su vida, entre 1900 y 1905, inmerso en un mundo de alcohol y droga, realiza una serie de pasteles entre idealistas y decadentistas que se integran de pleno en el lenguaje simbolista europeo. En la misma Andalucía podemos citar también las últimas obras, naturalezas muertas y desnudos femeninos, del granadino José María Rodríguez Acosta (1878-1941). Asimismo haremos referencia del madrileño Eduardo Chicharro (1873-1949), artista que se movería siempre dentro de la estela del simbolismo, del que destacaremos, en especial, el tríptico de Las tres esposas (1908) y La tentación de Buda (1922); los aragoneses Angel Díaz Domínguez (1879-?), autor de los lienzos que decoran el Casino Mercantil de Zaragoza (1914 y 1919) y Francisco Marín Bagüés (1879-1941) que enviaría, como pensionado en Roma por la Diputación de Zaragoza, un tríptico sobre Santa Isabel de Portugal, de clara resonancia prerrafaelita y muy próximo a Las Tres Esposas de Chicharro.

También tienen estos visos decorativos las primeras obras del asturiano Evaristo Valle (1873-1951) entre muchísimos otros artistas que es imposible enumerar. Y finalmente en una línea mucho más abiertamente decadentista, señalaremos la obra del artista cubano, famosísimo en su tiempo, que residió mucho tiempo en España y se afincó definitivamente en París, Federico Beltrán-Masses (18851949). Hay que tratar con cierto detalle al cordobés Julio Romero de Torres (1874-1930), por ser uno de los pintores que mejor definen la ambigüedad que domina todas las manifestaciones simbolistas. La fama popular que gozó en los últimos años de su vida y, especialmente, en los que siguieron a su muerte, popularidad que le ha llevado a protagonizar una copla popular; el que recree los tópicos de una Andalucía doliente y, muy especialmente, por el erotismo de sus desnudos femeninos, ha llevado a perder la perspectiva suficiente para enjuiciar a un artista que encarna uno de los momentos más complejos del simbolismo. Ramón del Valle Inclán, por ejemplo, se fascinó por la pintura de Romero de Torres, por su tendencia al arcaismo y, sobre todo, porque transgredía los límites entre lo sublime y lo decadente; un riesgo que ejercía una fuerte atracción entre los intelectuales del fin de siglo. Romero de Torres fue, sin ninguna duda, un artista de sólida formación y dominio del oficio. Sus primeras obras, en los años del fin de siglo, trasladan al ambiente andaluz las conquistas luministas y técnicas del impresionismo con matices decorativos de gusto modernista, configurando una obra que sintetiza la pintura europea contemporánea.

Destacamos los murales que proyecta para el Círculo de la Amistad de Córdoba (1905), en un estilo ya muy estilizado, dentro del modernismo o el Art Nouveau. Hacia 1907, se orienta ya definitivamente hacia el que será su estilo personal en una versión muy independiente del simbolismo, dominada por las alegorías femeninas. En este mismo año, emprende un viaje a través de Francia, Inglaterra e Italia, que será decisivo para su evolución plástica y durante el cual se apasiona por la obra de los pintores prerrafaelitas, los simbolistas franceses -Puvis de Chavannes de manera muy especial- y los pintores del primer Renacimiento italiano, los tres fundamentos que inspirarán sus composiciones. Desde este momento será un pintor consagrado, siempre acompañado de escándalos por el contenido erótico de sus obras, se instala en Madrid, y se convierte en el pintor oficial de una España-Andalucía popular y hermética al mismo tiempo. El acierto de Julio Romero de Torres fue vincular el movimiento simbolista con el casticismo que había estado siempre presente en la cultura española de siglo XIX, un casticismo que se relaciona con la temática regionalista y que, desde la época del romanticismo y hasta muy entrado el siglo XX, dominará la producción de muchos artistas.

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