Esta imagen es muy similar a Remeros en Chatou, reflejando el interés de los impresionistas por representar escenas fluviales, especialmente por los reflejos en el agua. Una larga canoa rojiza ocupada por dos mujeres domina la composición. Al fondo contemplamos la orilla opuesta a donde el espectador se encuentra, lo que demuestra que la escena ha sido tomada del natural. Las luces son de "plein-air", animando los colores gracias a esa pincelada rápida, que provoca la disolución de las formas. La similitud de esta obra con las que hacía Monet en estas fechas recoge el grado de relación existente entre ambos, relación que más tarde se romperá por diferencia de conceptos pictóricos.
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Monet se llevó el bote-taller desde Argenteuil a Vétheuil, incluso alquiló una casa con un gran jardín que llegaba hasta el Sena donde podía atracar la embarcación. Pasado el frío invierno y con la llegada de la primavera, pudo emplear el barco para realizar obras en el Sena, como esta que contemplamos donde el río está representado a la caída de la tarde, creando un efecto lumínico de gran belleza. La torre de la iglesia del siglo XIII se alza majestuosa entre las casas y una pequeña barca centra nuestra atención en el plano medio de la composición. Las tonalidades amarillentas del cielo se reflejan en el agua para conseguir una sensación de atmósfera que recuerda a Turner. La pincelada continúa siendo quebrada y empastada, aplicando el color a base de cortos toques, como si de comas se tratara, configurando el conjunto de manera casi abstracta. Esta pérdida de forma será criticada por algunos compañeros de Monet como Renoir y Cèzanne, por lo que Claude parece retomar las formas en los bloques de casas.
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La única sede del senado romano que hoy se conserva es la Curia Iulia, en el Foro, un edificio cúbico, de ladrillo visto y de una altura considerable dadas sus otras dimensiones. Esto no debe extrañar después de lo que acabamos de oír; obedece al gusto por la altura, característico del Bajo Imperio. La llamada Basílica de Tréveris, en Germania, en realidad una aula del palacio de Constancio Cloro, el César de Maximiano, también se distingue por su altura y por la luminosidad de sus muchos y grandes ventanales. La Curia Iulia, destruida en el 283 por el pavoroso incendio que sufrió Roma en tiempos de Carino, fue reconstruida inmediatamente por Diocleciano conforme al plano original, aunque no a la poca altura que le había dado Julio César. Una escalera descubierta daba acceso desde la plaza del Comitium a un porche columnado y a la puerta principal, de bronce. Por ella se entra hoy a un ambiente que infunde tanto respeto por lo que fue como por lo que es: allá al fondo, en la cabecera, se alzaba la estatua de la Victoria que por disposición de César presidiría las sesiones del senado mientras Roma siguiese siendo la cabeza del mundo; junto a aquella estatua pronunció Sinmaco el último discurso que en el mundo se oyó en defensa del que los cristianos llamaban paganismo. La sala tiene algo de iglesia, y en iglesia fue convertida hasta nuestro siglo. Mide 27 metros de largo, 18 de ancho y 21 de altura, hasta el techo plano de madera que la cubría de casetones. Tres ventanas arqueadas en la fachada (por debajo de ellas los mechinales de las vigas del antiguo narthex), una en las laterales y otra en la cabecera daban luz al interior. La parte baja de las paredes, revestida de placas de mármol, tenía por único adorno una serie de estatuas, en nichos flanqueados por columnas de alabastro. Delante de ellas, a un lado y a otro de un ancho corredor central, pavimentado de un espléndido sectile de pórfido y serpentina, tres escaños de mármol para los asientos de los senadores, y al fondo del salón, la tribuna de los cónsules ante el pedestal de la Victoria.
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Finalmente, Carlos se encontró con una herencia materna en plena expansión. El descubrimiento de América había propiciado la ocupación de las Antillas antes de la llegada del nuevo soberano, bajo cuyo mandato la conquista del continente avanzó a marchas forzadas con la incorporación de los dos grandes imperios de México -en los años veinte- y Perú -a partir de los años treinta-. Desde las bases de México, la vieja Tenochtitlán, y de la recién fundada Lima, o Ciudad de los Reyes, los conquistadores españoles se expandieron en todas direcciones, de tal modo que la mayor parte del Nuevo Mundo estuvo bajo la soberanía del Emperador antes de su abdicación y muerte. Y, más allá, Carlos respaldó la expansión por el Pacífico, reclamando las islas Molucas -a las que renunció definitivamente en favor de Portugal por el tratado de Zaragoza de 1529- y explorando otras rutas, aunque los frutos de esta política no se recogieron hasta el siglo siguiente, con la incorporación de las Filipinas y de la Micronesia española.
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...De la cual y dél procedieron todos los naturales que hobo y hay. Tenían por Dios al Sol. Acá en estas provincias del Perú, aunque ciegos, los hombres dan más razón de sí, puesto que cuentan tantas fábulas que serían dañosas si las hobiese describir. Cuentan estas naciones que antiguamente, muchos años antes que hobiese Incas estando las tierras muy pobladas de gentes, que vino tan gran diluvio y tormenta que, saliendo la mar de sus límites y curso natural, hinchió toda la tierra de agua de tal manera que toda la gente peresció, porque allegaron las aguas hasta los más altos montes de toda la serranía. Y sobre esto dicen los guancas, habitadores en el valle de Xaoxa y los naturales de Chaquito en el Collao que, no embargante que este diluvio fuese tan grande y en todas partes tan general, por las cuevas y concavidades de peñas se escondieron algunos con sus mujeres, de los cuales se tornaron a henchir de gentes estas tierras, porque fue mucho lo que multiplicaron. Otros Señores de la serranía y aun de los llanos dicen también que no escapó hombre ninguno que dejase de perescer, si no fueron seis personas que escaparon en una balsa o barca, las cuales engendraron las que ha habido y hay. En fin, sobre esto unos y otros cuentan tantos dichos y fábulas (si lo son), que sería muy gran trabajo escribirlas. Creer que hubo algún diluvio particular en esta longura de tierra como fue en Tesalia y en otras partes, no lo dude el lector porque todos en general lo afirman y dicen sobre ello lo que yo escribo y no lo que esotros fingen y componen; y no creo yo que estos indios tengan memoria del Diluvio, porque cierto tengo para mí ellos poblaron después de haber pasado y haber habido entre los hombres la división de las lenguas en la Torre de Babel. Todos los moradores de las provincias de acá creen la inmortalidad de la ánima como creen que hay Hacedor. Tienen por Dios soberano al Sol. Adoraban en árboles, piedras, sierras y en otras cosas que ellos imaginaban. El creer que el ánima era inmortal, según lo que yo entendí de muchos Señores naturales a quien lo pregunté, era que muchos decían que si en el mundo había sido el varón valiente y había engendrado muchos hijos y tenido reverencia a sus padres y hecho plegarias y sacrificios al Sol y a los demás dioses suyos, que su songo deste, que ellos tienen por corazón, porque distinguir la natura del ánima y su potencia no lo saben ni nosotros entendemos dellos más de lo que yo cuento, va a un lugar deleitoso lleno de vicios y recreaciones, adonde todos comen, beben y huelgan; y si por el contrario ha sido malo, inobediente a sus padres, enemigo de la religión, va a otro lugar oscuro y tenebroso. En el primer libro traté más largo en estas materias; por tanto, pasando adelante, contaré de la misma manera questaban las gentes deste reino antes que floresciesen los Incas ni dél se hiciesen señores soberanos por él, antes sabemos, por lo que todos sabemos y afirman, que eran behetrías sin tener la orden y gran razón y justicia que después tuvieron; y lo que hay que decir de Ticiviracocha, a quien ellos llamaban y tenían por Hacedor de todas las cosas.