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...De la cual y dél procedieron todos los naturales que hobo y hay. Tenían por Dios al Sol. Acá en estas provincias del Perú, aunque ciegos, los hombres dan más razón de sí, puesto que cuentan tantas fábulas que serían dañosas si las hobiese describir. Cuentan estas naciones que antiguamente, muchos años antes que hobiese Incas estando las tierras muy pobladas de gentes, que vino tan gran diluvio y tormenta que, saliendo la mar de sus límites y curso natural, hinchió toda la tierra de agua de tal manera que toda la gente peresció, porque allegaron las aguas hasta los más altos montes de toda la serranía. Y sobre esto dicen los guancas, habitadores en el valle de Xaoxa y los naturales de Chaquito en el Collao que, no embargante que este diluvio fuese tan grande y en todas partes tan general, por las cuevas y concavidades de peñas se escondieron algunos con sus mujeres, de los cuales se tornaron a henchir de gentes estas tierras, porque fue mucho lo que multiplicaron. Otros Señores de la serranía y aun de los llanos dicen también que no escapó hombre ninguno que dejase de perescer, si no fueron seis personas que escaparon en una balsa o barca, las cuales engendraron las que ha habido y hay. En fin, sobre esto unos y otros cuentan tantos dichos y fábulas (si lo son), que sería muy gran trabajo escribirlas. Creer que hubo algún diluvio particular en esta longura de tierra como fue en Tesalia y en otras partes, no lo dude el lector porque todos en general lo afirman y dicen sobre ello lo que yo escribo y no lo que esotros fingen y componen; y no creo yo que estos indios tengan memoria del Diluvio, porque cierto tengo para mí ellos poblaron después de haber pasado y haber habido entre los hombres la división de las lenguas en la Torre de Babel. Todos los moradores de las provincias de acá creen la inmortalidad de la ánima como creen que hay Hacedor. Tienen por Dios soberano al Sol. Adoraban en árboles, piedras, sierras y en otras cosas que ellos imaginaban. El creer que el ánima era inmortal, según lo que yo entendí de muchos Señores naturales a quien lo pregunté, era que muchos decían que si en el mundo había sido el varón valiente y había engendrado muchos hijos y tenido reverencia a sus padres y hecho plegarias y sacrificios al Sol y a los demás dioses suyos, que su songo deste, que ellos tienen por corazón, porque distinguir la natura del ánima y su potencia no lo saben ni nosotros entendemos dellos más de lo que yo cuento, va a un lugar deleitoso lleno de vicios y recreaciones, adonde todos comen, beben y huelgan; y si por el contrario ha sido malo, inobediente a sus padres, enemigo de la religión, va a otro lugar oscuro y tenebroso. En el primer libro traté más largo en estas materias; por tanto, pasando adelante, contaré de la misma manera questaban las gentes deste reino antes que floresciesen los Incas ni dél se hiciesen señores soberanos por él, antes sabemos, por lo que todos sabemos y afirman, que eran behetrías sin tener la orden y gran razón y justicia que después tuvieron; y lo que hay que decir de Ticiviracocha, a quien ellos llamaban y tenían por Hacedor de todas las cosas.
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El sentido de ordenamiento territorial Lo que se ha llamado la expansión radial de México, deja un campo ciertamente corto a la gran visión ordenadora que tuvo Cortés respecto al territorio. En éste existe un centro natural, que es México-Tenochtitlan, sólo que, en lugar de ser la cuenca meramente continental, después de la conquista tenía que ser concebido como un eje doble: continental, por supuesto, pero también concordando con la línea del Caribe, el mar más exactamente denominado por los oceanógrafos Mediterráneo tropical. Su fuerza radicaba específicamente en su capacidad de producción-consumo y sería el primer lugar del mundo en donde se ensaye un territorio, sin solución de continuidad entre dos Océanos. El índice de actividad del comercio exterior no deja lugar a dudas en señalar en la Nueva España --y su centro natural de México-Tenochtitlan-- el máximo en volumen y valor. La relación exterior sigue dos ejes perfectamente delineados por Hernán Cortés: uno marítimo Este-Oeste, en la línea de Veracruz-México-Acapulco, uniendo, en consecuencia, el Mediterráneo tropical con el Pacífico que, en definitiva, marcó el camino de Castilla, camino de China, es decir, el cumplimiento tardío del inicial propósito de Cristóbal Colón. El segundo eje, es el Norte-Sur, supone la unión de la frontera norte, con el istmo de Tehuantepec. Entre Veracruz y México-Tenochtitlan, un camino de cuatrocientos kilómetros de largo, pasa por Puebla; es el camino para los comerciantes, los viajeros; paralelo a él, otro, el de las Ventas, propiciado desde luego por Hernán Cortés. Es el mundo de los carreros, los arrieros, que desde el comienzo mismo ofrecen grandes desafíos por sus específicos e importantes problemas sociales. Veracruz, apoyado en Puebla, es el puerto terrestre en la malsana y peligrosa costa. Como se ha hecho constar35, el verdadero puerto de Nueva España es México-Tenochtitlan. Su emplazamiento dependió de la voluntad indígena. Tenochtitlan (fundada en 1325), es una ciudad lacustre de meseta, rodeada de volcanes, que fueron la causa de la fabulosa riqueza de la tierra, aunque contribuyesen al clima de inseguridad que permanentemente gravita sobre la ciudad. Los conquistadores medían la longitud de los temblores por unidades muy particulares: credo, pater noster, ave maría. Ello otorgó un valor económico inestable al Anahuac, que es la base económica del Tenochtitlan indígena. La permanencia del emplazamiento dependió, en exclusiva, de la voluntad de Hernán Cortés; en su tiempo llegó a albergar una población de, al menos, setenta y cinco mil habitantes, con un crecimiento constante de blancos que Humboldt, en 1800, estima de ciento treinta mil. Su gran originalidad --en lo que con tanto acierto insistió Hernán Cortés-- consistió en ofrecer una gama muy completa de actividades económicas. Se trata, ante todo, de una ciudad rural, como puede apreciarse desde la constitución del primer Cabildo. Este siempre estuvo atento a los problemas derivados de tal ruralidad: cuidado y atención por los bosques, abundancia de trigo y de carne --esta última ocho veces más barata que en España-- así como productos de la huerta. Inmediatamente aparece el México manufacturero: primeras tentativas --entre 1523/1540-- de la industria de la seda; en la década de los años treinta se convierte en espléndida realidad la producción de seda bruta, que a mediados de siglo alcanza, en la Mixteca, una verdadera prosperidad; finalmente, México es la ciudad del comercio y de los negocios. Y es también la ciudad política. Desde su origen ambos términos se encuentran estrechamente vinculados entre sí. Ser capital política, implica la existencia de una sólida e importante red financiera, lo cual supone un formidable incremento para el comercio y los negocios, que a su vez, queda condicionado por las masas geográficas que constituyen fuentes regionales, generalmente integrados por Hernán Cortés, en virtud de su política de expansión: el Sur y el Este, agrícola y portuario (Pánuco, Tehuantepec, Oaxaca, Guatemala, Honduras); la Costa del Pacífico, gran empeño cortesiano, generador de una política de descubrimientos de alta importancia, como vimos. Queda el Norte minero, más tardíamente integrado. La importancia de estos grandes frentes no tiene relación proporcional ni con la población ni con la superficie realmente integrada. El Sur es el ámbito de las grandes densidades, pero las estructuras indígenas apenas si se modifican, no porque el poblamiento español fuese débil, que sin duda lo fue, sino porque cabalmente está respondiendo al esquema del proyecto político cortesiano de convivencia del México indígena con el español. Será, fundamentalmente, territorio de señoríos, siendo el primero de todo el marquesado de Oaxaca, concebido por el Rey a Hernán Cortés36. El Sur se encuentra situado entre México ciudad y el istmo de Tehuantepec; corresponde a la parte húmeda de la Nueva España. Está compuesta por el Tlaxcala, Cuernavaca, La Mixteca, Oaxaca-Antequera, Michoacan, ésta última a la misma distancia de México Tenochtitlan, basculando hacia la costa del Pacífico, que la Mixteca y Oaxaca. Este Sur, pese a su masa geográfica y humana, no llegó a alcanzar un papel importante en la economía atlántica. Lo tuvo, sin embargo, en la economía continental, propiamente mexicana. La conquista de la costa del Pacífico, precede, en mucho, la del México seco, donde se inicia la América árida como la denominan actualmente los antropólogos. Hacia el Pacífico, la Nueva España de Cortés superó los límites del Imperio Mexica, pero su función económica sólo se produjo más tardíamente y en razón al México seco. Se dan cuatro puertos fundamentales, que, en principio, no significan la voluntad exploradora de Cortés para conocer el trazado de la costa pacífica de la Nueva España. Más adelante, serán puertos de salida de las riquezas mineras del norte, del México seco, hacia el oriente, después de que la expedición Legazpi-Urdaneta (1564-1565) produjese la proyección al Pacífico Oriental y se descubriese la ruta de regreso hasta la Nueva España, esos puertos fueron el de Navidad, al norte, en la provincia de Colima, Acapulco, al final de la ruta de México, Huatulco y Tehuantepec, en Oaxaca. Como receptor de la confederación mexicana, Cortés, a finales de 1521, había extendido su dominio sobre cerca de trescientos mil kilómetros cuadrados. La expansión hacia el Sur, supuso la incorporación de otros doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados. A principios de 1523 el dominio del país nahua parecía suficientemente firme como para servir de base de operaciones a otra gran empresa de conquista, que Cortés orientó hacia el Mar del Sur, aunque sin grandes éxitos y sus continuadores hacia el árido Norte, de gran riqueza minera. En las costas norteñas del golfo de México, entre el río Tuxpán y el Pánuco, los huastecas eran representantes más septentrionales de las culturas altas del golfo hasta Yucatán. La conquista fue difícil, realizada personalmente por Cortés, y se prolongó durante dos largos años, desde 1521, consiguiendo anticiparse al adelantamiento de Garay. Supone el largo recorrido de tres mil kilómetros de la costa del golfo de México. A partir de 1522, se inició el lanzamiento de expediciones hacia el istmo de Tehuantepec. Pedro de Alvarado dio el primer impulso, tras someter a los mixtecas de la costa de Tututepec, Desde aquí atravesó el istmo de Tehuantepec y llegó al sur del macizo maya, en territorio de quichés y cakchiqueles. Tras el hundimiento del mexicanizado imperio quiché de Kumarcaaj, la división anárquica desgarró el istmo y la conquista pudo considerarse concluida en 1525. En este mismo momento, Cortés, en una arriesgada expedición, a través de las tierras del golfo, llegaba, por los bosques de Chiapas y Guatemala, hasta el territorio de las Hibueras. Desde 1529 se iniciaría el movimiento de expansión hacia el norte, con la expedición de Nuño de Guzmán, uno de los grandes enemigos de Cortés. Con la política del Mar del Sur, se cierra el ordenamiento territorial.
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Antes de 1941, los sentimientos anticolonialistas existían, pero no eran ampliamente mayoritarios. Algunas minorías ilustradas, educadas al estilo occidental, se distanciaron críticamente y buscaron las raíces de su identidad. La guerra de 1914 evidenció las divisiones de los europeos. La campaña contra los imperios centrales se basó en las ideas democráticas y el derecho de los pueblos al autogobierno, lo que dio esperanzas y argumentos a los nacionalistas asiáticos. Desde 1917, la URSS atacó abiertamente las ideas colonialistas, puestas claramente en crisis con el sistema a raíz de la depresión de 1929. De modo que durante los años treinta, los partidos y sindicatos de izquierda promovieron en Asia revueltas frecuentes. La oposición no era ni amplia ni violenta en vísperas de guerra. Lo más frecuente era la búsqueda de la propia identidad, favorecido por el sentimiento religioso. El deseo de cambio había sido fomentado por las ideas llegadas de Occidente y la religión (movimiento conservador que experimentaba alientos renovadores) era a menudo el único lazo de unión entre las poblaciones, de modo que el budismo en Birmania e Indochina, y el islamismo en Insulindia, sirvieron para despertar y aglutinar el sentimiento nacional. Este hecho se unió a la poca influencia que el cristianismo tenía sobre las poblaciones indígenas. En muchos lugares, los misioneros eran los únicos blancos no movidos por afanes lucrativos que llevaban a cabo una importante labor asistencial y pedagógica. Pero su papel de colaboradores y avanzados de los intereses coloniales, con cuyas autoridades mantenían magnífica relación, eran demasiado evidentes. Su influencia sólo era grande en Filipinas, aunque los misioneros españoles se habían desprestigiado ante la población indígena, teóricamente cristiana en su mayor parte, por el acaparamiento de tierras. En Tailandia, que jamás sufrió la colonización, había poco nacionalismo; pero en China la situación era confusa a causa del fracaso de la revolución de 1911, que había terminado en el caos del Kuomintag, incapaz de oponerse a la política japonesa. El país era la viva contradicción entre la economía moderna de los puertos de la costa meridional y oriental, donde había empresas coloniales extranjeras y chinas, y la agricultura tradicional que oprimía a la mayor parte de la población a causa de los terratenientes, la demografía y el atraso. En otras regiones como Java las tensiones eran muy recientes: databan de pocos años, cuando los colonizadores habían endurecido las condiciones políticas y administrativas a fin de explotar, mucho más a fondo, los recursos naturales y el trabajo de la población. Tampoco los holandeses de Insulindia estaban preocupados por la acción de sacerdotes, poetas e intelectuales indígenas, ni por el estallido de la guerra europea. Su inquietud eran los japoneses, a quienes consideraban presuntuosos y codiciosos de la riqueza de las islas. La apacible vida de los blancos transcurría sin prisa, entre el tenis de la mañana y el whisky de la tarde. Todo su universo se mantenía en orden: el caucho (remitido según las instrucciones de las oficinas centrales de Singapur), la salud de las chorreantes plantaciones (mantenida con la cuidadosa pulverización de los charcos) y la paz de los trabajadores descansando en la sumisión a los amos blancos, entre el mascar despacioso de betel. La oposición anticolonialista más organizada estaba en la India, donde ya, en 1930, el partido del Congreso tenía un ala radical que reclamaba la independencia. Nehru y Subbas Chandra Bose capitaneaban esa tendencia que los ingleses trataban de neutralizar, dando mayor representación parlamentaria a los príncipes reaccionarios. La Constitución de 1935 estableció un congreso central de la India, donde los representantes designados libremente por los príncipes eran más que los libremente elegidos. Además, ese parlamento autonómico sólo controlaba el 20 por 100 del presupuesto y ninguna parcela de los asuntos militares. En todo caso, tal proyecto federativo no se llevó a cabo porque estalló la guerra, de modo que, hasta la independencia, la India fue regida por la Constitución de 1919. En cambio, se adelantó en los gobiernos locales; con unas elecciones donde votaron el 43 por 100 de los hombres y el 10 por 100 de las mujeres, el partido del Congreso obtuvo el poder en ocho provincias el año 1937. Los musulmanes, que se agrupaban alrededor de la Liga Musulmana, tuvieron malos resultados y en 1940 ya promulgaron la teoría de establecer dos naciones después de la independencia. Cuando la guerra era inmediata, el partido del Congreso atravesó una crisis de dirección. Subbas Chandra Bose creía en una síntesis del comunismo y el fascismo, de ribetes autoritarios, y consiguió ser elegido presidente en 1938 y nuevamente en 1939. Pero el número de sus seguidores era pequeño y Nehru le obligó a dimitir. Chandra Bose fundó entonces el Forward Bloc, y acabó en la cárcel. La guerra puso definitivamente en marcha el proceso descolonizador. La propaganda japonesa insistió en la liberación de los pueblos asiáticos del yugo blanco y los ingleses debieron prometer también la libertad para obtener colaboración. En cambio, Washington y Moscú propugnaron que la descolonización debía ser inmediata y, desde 1943, ambos insistieron claramente en ella.
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Septizonium o tal vez mejor Septizodium, pues más que a siete pisos o franjas parece recibir su nombre de los siete planetas de los antiguos, que incluían al sol y la luna. En todo caso, el entusiasmo romano por las fachadas estuvo a punto de hacerlas independientes del edificio, como en el frons scaenae del teatro de Sabratha, en el ninfeo de Leptis y en un edificio de Roma destruido por el celo constructor y demoledor del pontífice Sixto V (1585-1590) de su arquitecto Domenico Fontana: el Septizonium, monumental fachada de una fuente o ninfeo levantada en honor del emperador y de los planetas. Afortunadamente, artistas y anticuarios del Renacimiento dejaron dibujos del aspecto de aquella fantasía, que al pie del Palatino y al término de la Vía Apia, por donde entraban en la Urbe los viajeros procedentes de Africa, desplegaba ante los ojos de éstos el poder y la munificencia de su paisano el divino Septimio. El teatral escenario de zócalos, columnas y epistilios, en tres órdenes superpuestos, recubrían el paredón del fondo, sin participar en absoluto en la tectónica del mismo ni en la articulación de sus probables nichos. Tan satisfechos quedaron los Severos de su Septizonium, que se inspiraron en él para un nuevo experimento no muy distante: el muro que cerraba por el norte la piscina (natatio) de una de las ruinas más notables de Roma.
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La reina Isabel quiso que los restos de su joven hermano hallaran adecuada sepultura también en Miraflores. El príncipe que, de haber vivido, hubiera cambiado seguramente el curso de la historia de los reinos hispanos, había sido un rebelde contra el rey legítimo, su hermanastro Enrique, que tampoco se había entendido bien con Isabel. Al tomar la decisión de enterrarlo con el rey, su padre, había tanto un recuerdo al hermano perdido, como una voluntad de realzarlo al contrario que a su hermanastro, Enrique. Parece que Gil de Silóe recibió el encargo al tiempo que el otro y entregó el modelo en mayo de 1486. En esta ocasión, la idea del sepulcro adosado en el muro, con arco solio que cobija un amplio espacio destinado a la figura del difunto, tenía amplios antecedentes. Aunque resulta menos normal que éste se represente arrodillado en oración mirando al altar, también en esto Gil encontraba modelos, al menos en alguna obra de Egas Cueman (Guadalupe) o en el sepulcro del primer conde de Buendía en Dueñas. Sin embargo, ninguno de ellos presenta un desarrollo como el del infante. En primer lugar, amplia la altura de los haces de columnillas que enmarcan el arco, así como el conopio de éste, de modo que el conjunto se extiende hacia arriba, como forma e incluyendo alguno de los temas principales. Debió causar de nuevo una fuerte impresión, porque poco después vemos en Burgos y, más adelante, en otros lugares, cómo se construyen sepulcros con esas características, siendo el primero el de Fernando Díaz de Fuentepelayo, el servidor fiel de Luis de Acuña, en la catedral de Burgos. Por otro lado, es insuperable la riqueza ornamental, sin precedentes tampoco en los otros casos citados. Aunque se conserva bien en líneas generales, ha perdido parte de la decoración cairelada que cerraba parcialmente el nicho donde estaba el orante del príncipe. De haberse conservado por completo, habría creado un ámbito más cerrado en el volumen del nicho, viéndose la estatua como a través de un celaje alabastrino. Con todo está en un estado que permite darse cuenta del punto de exhibición técnica en el tratamiento de los tallos vegetales entremezclados con niños y otros elementos. Temáticamente el sepulcro es claro y relativamente sencillo. El difunto reza mirando hacia el altar. Los elementos salvíficos básicos están estrechamente relacionados con la tradición y con las peticiones de ayuda que se repiten en numerosos testamentos contemporáneos. Así, todo culmina en la Anunciación de la zona superior, tanto normal en sepulcros burgaleses, como clara en cuanto refleja la idea de encarnación presagio de la liberación del pecado original que ata a los hombres. Entre el arco escarzano que limita el nicho y el conopial superior ornamental, queda una superficie que ocupan una cabeza triple y un san Miguel venciendo al dragón diabólico. Es posible que en lo primero se aluda a la Trinidad, a la que se recurre a la hora de la muerte y se encomienda el alma. San Miguel también es recordado entonces y su triunfo sobre el diablo es especialmente apreciado. En numerosos libros de horas algo anteriores, el oficio de difuntos se ilustra con un muerto cuya alma surge ya del cuerpo y por ella luchan un ángel y un diablo. Finalmente, los dos pilares de enmarcamiento se dividen en tres pisos de modo que en la base de cada uno hay dos apóstoles, hasta completar los doce, aunque faltan Matías y Simón; sustituidos por Pablo y Juan Bautista. Como santos protectores figuraban en el frente san Esteban y un santo dominico, hoy trasladados al sepulcro de Juan II. La zona baja central la ocupa un gran escudo real flanqueado por ángeles, mientras en los extremos hay dos hombres armados acompañados por putti y ramas. De nuevo hay que contar con la diversidad de franjas ornamentales tan bien cinceladas como los caireles que bordean el arco solio. Sobre todo las dos amplias fajas que corren de arriba abajo en los extremos despliegan un mundo animado de figuras animales y humanas enredadas en vegetales, con puntos de semejanza con otra situada en lugar similar de la portada de San Gregorio de Valladolid. Una vez más estamos ante algo que pertenece muy directamente a Gil de Silóe. Su mano está en el orante, en la mayor parte de los apóstoles, en los caireles que parecen colgar del arco, en el dinámico arcángel Miguel. Este especialmente es una de las obras mayores del artista. Existe una unidad estilística en los excelentes apóstoles de los dos pisos bajos, con figuras inolvidables de Santiago el Mayor, Tomás y Andrés. Pero los situados en la zona alta, que son exentos, al contrario que los otros que son relieves destacados de la arquitectura, parecen de diferente autor, aunque posean asimismo una alta calidad. Bien por haber sido policromados más tarde o por otras razones, recuerdan vivamente el hecho de que el conjunto del sepulcro debió recibir algo de color, aunque no alcanzara los niveles de los retablos de madera. Es más, mientras en ellos se requiere siempre la colaboración igualitaria del pintor Diego de la Cruz, su nombre no se cita en los contratos de las obras en alabastro. En la puerta de entrada a la clausura desde la iglesia (lado sur) se ha colocado una bella imagen de la Virgen con el Niño. Aunque existen algunas diferencias con la Virgen del sepulcro de Juan II, se ha atribuido al mismo maestro. Uno de los aspectos más desconcertantes en lo estilístico es el distinto tratamiento que se da a las telas. Pueden ser modeladas mórbidamente en piezas de alabastro, pero se quiebran, endurecen y alcanzan un aspecto más rígido aún en el mismo material, hasta llegar a calidades metálicas en las tallas en madera. La Virgen de la puerta del claustro está en esta línea. Tampoco debe sorprender el que el artista hubiera aceptado semejante encargo mientras estaba ocupado en empeños mayores. Estamos en situación de afirmar que conocemos todas las obras mayores, tanto conservadas como documentadas, que llegó a contratar. Pero, complementariamente, es de suponer que se comprometería al mismo tiempo con imágenes sueltas (Vírgenes, Crucificados, alguna figura de santo, etcétera). La Virgen de Miraflores sería una de ellas.
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Desde la década de 1840 Samuel Palmer deseaba ilustrar algunos poemas de John Milton, concretamente "Il Pensoroso" y "L´Alegro", pero hasta 1860 no se sintió preparado para ponerse manos a la obra. Palmer consiguió convencer a L. R. Valpy, su patrón, para realizar una serie de acuarelas que tuvieran como base los textos de Milton, realizando un buen número de bocetos preparatorios del que esta escena que contemplamos forma parte. Palmer nos presenta la iluminación del crepúsculo cargada de poesía, envolviendo de tonalidades anaranjadas el escenario donde se desarrolla la escena: una hilera de casas entre las que el casero se pasea "para librarlas de todo mal durante la noche". El efecto imaginario y bucólico que Palmer presenta se puede relacionar con Linnell pero en la sensación atmosférica podemos advertir cierta influencia de Turner.
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En septiembre de 1868 el pronunciamiento militar iniciado, cómo no, en la bahía de Cádiz, provocaba el destronamiento de Isabel II y el final del sistema moderado de poder. España iniciaba una nueva singladura política con un sistema cualitativamente diferente: la democracia, cuya espina dorsal fue la Constitución de 1869. Resulta evidente la carga intelectual de la revolución de 1868. Con frecuencia se ha hablado de los demócratas de cátedra, para referirse a un sector de las elites dirigentes cuya impronta, bien por su acción de gobierno, o por el discurso que elaboraron y difundieron, definió el transcurrir de los primeros tiempos de la nueva situación política de un país que buscaba, entre otras cosas, nuevos planteamientos éticos para el desarrollo de la gestión política. La encrucijada de los principios krausistas, los postulados librecambistas y el ideario de los demócratas crearon el caldo de cultivo del que surgió la septembrina. Sin embargo, un cúmulo de dificultades trabaron la evolución de la nueva realidad política. Dificultades estructurales en forma de desarrollo económico, cohesión social, atraso cultural, desigualdad acusada en el reparto de la renta, ausencia anterior de las prácticas parlamentarias en su sentido más profundo... De ahí, que por encima de los principios teóricos que informaron una época, la praxis estuviera trufada de acciones que recordaban épocas pretéritas. Baste señalar el arraigo de los personalismos que llenaron las tensiones más allá de la confrontación estrictamente ideológica o el hecho de que la vigencia de la Constitución de 1869 estuviera contrapesada por los variados estados de excepción que impuso la violencia insurreccional. Tengamos en cuenta que el país vivió en ese período tres conflictos de suma intensidad: la guerra carlista, la sublevación cantonal y la guerra cubana. Esta última condicionó desde el exterior el devenir político del Sexenio. El auge democrático correspondió a los años 1869 y 1870, para observarse un frenazo en el desarrollo de estos principios en tiempos de la monarquía de Amadeo y una etapa de fuerte inestabilidad durante la República. Y subyaciendo a todo esto, Cánovas preparaba pacientemente la Restauración borbónica.
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Alrededor de la Corte de los Austrias existía un amplio número de bufones y personajes monstruosos, muchos de ellos retratados a a perfección por los pinceles de Velázquez. Además de su faceta lúdica, alrededor de ellos existía cierto morbo por su mítica capacidad sexual. Y es que el sexo en la Edad Moderna tuvo un destacado papel, a pesar de la represión impuesta por la Iglesia contrarreformista. Las instrucciones de los confesores, los libros de espiritualidad o en los sermones se hacía continua referencia al sexo. Era necesario construir una moral colectiva que persiguiera el placer por lo que, desde los altares, el sexo fue perseguido y se impuso el puritanismo. El propio Carlos I aconsejaba a su hijo Felipe II "Yo os ruego, hijo, que se os acuerde de que, pues no auréys, como estoy cierto que será, tocado a otra mujer que la vuestra, que no os metáys en otras vellaqueryas después de casado, porque serya el mal y pecado muy mayor para con Dyos y con el mundo". El propio Felipe señalaba al justicia de Valencia en 1565: "hay algunas personas seglares, casadas y solteras, que biven profanamente teniendo concubinas públicas, (...) mandamos que proveays por la mexor manera que los que estan en pecado sean exemplarmente castigados". La Inquisición dirigió sus pasos hacia la eliminación de la creencia de que la fornicación no era pecado. El adulterio era severamente castigado, llegando a la muerte por apedreamiento. Todas estas represiones indican que el sexo estaba a la orden del día en el Siglo de Oro español y que la sociedad no era tan pía como la Iglesia y el Estado pretendían demostrar. A lo largo del siglo XVII empieza a ganar en popularidad la figura del marido consentido, cornudo complaciente que no duda en prostituir a su mujer. Numerosas comedias teatrales incluyen este personaje en sus tramas y algunos se quejan del trato recibido por lo amantes de sus esposas. Uno de ellos llega a reprimir al despechado amante, que convencido de que la moza se acuesta con un tercero, intenta castigar la osadía con un golpe en el rostro, diciendo el marido que él no entra en cuestiones de celos pero que en la cara no la pegue porque le daña el negocio. El marido engañado por su mujer podía ejercer la justicia por su cuenta, siempre que sorprendiera a los amantes "in fraganti". Para ello necesitaba a un testigo y tenía que matar a ambos. El honor llevaba a cumplir con la condena pero la razón llevaría a más de un marido engañado a volver la cara hacia otro lado. Numerosos viajeros extranjeros se hacen eco del desenfreno sexual que se vivía en algunos ambientes de la corte. Brunel comentó que "no hay nadie que no mantenga a una querida o que no caiga en las redes amorosas de una prostituta". El propio rey Felipe IV es un claro ejemplo de don Juan. Sus hijos naturales se elevan a la treintena, aunque sólo reconociera a uno, don Juan José de Austria, fruto de sus relaciones con la actriz conocida como la "Calderona". Sus amantes son innumerables y se contaban entre todas las clases sociales. Tras la relaciones con el monarca, todas tenían reservado el mismo destino: el convento. Una mujer que había sido tocada por el monarca sólo podía estar cerca de Dios. Por esta razón una cortesana rechazó el amor del rey respondiendo "Majestad, no tengo vocación de monja". Otro de los grandes amantes del siglo XVI será don Juan de Tassis, el famoso conde de Villamediana, rival del propio Felipe IV. Los mentideros cortesanos apuntan a un posible amorío entre el conde y la reina, doña Isabel de Borbón. Don Juan murió de manera violenta en las cercanías de la madrileña iglesia de San Ginés, apuntándose a la mano real como la que ordenó su asesinato. El clero tampoco estuvo exento de esta fiebre sexual. El celibato eclesiástico se llevaba muy mal y era frecuente la manceba que acompañaba a los sacerdotes, incluso a los inquisidores. La figura del clérigo solicitante será duramente castigada por el Santo Oficio. Entre Toledo, Zaragoza y Granada ofrecen 320 casos entre 1540-1700. El clérigo Marco Antonio Avila será procesado en 1608 por haber solicitado desde su confesionario los amores de 29 mujeres. La prostitución será una de las salidas más frecuentes a estos ardores sexuales con los que la sociedad aristocrática española parecía convivir. El "sexo contra natura" tuvo un desarrollo notable en esta época en España. El tribunal de la Inquisición tuvo la jurisdicción en la Corona de Aragón sobre estos pecados y en Zaragoza se contabilizaron 791 casos mientras que en Barcelona suman 453 entre 1540-1700. La sodomía invitaba especialmente a jóvenes menores de 30 años, abundando los clérigos y los marginados -buhoneros, mendigos, etc.- así como los criados, obligados a una terrible sumisión personal que los monarcas intentaron atajar. El bestialismo, delito característico de las clases sociales más marginales, será castigado habitualmente con la muerte. Como bien dice García Cárcel "este despliegue de energías sexuales tuvo los contrapesos de una religiosidad obsesiva y la fijación por las pautas conductivas que marcaba el honor social".
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El sexto Capítulo Tracta del mal agüero que tomavan cuando vían que la comadreja o mostolilla atravesava por delante de ellos cuando ivan por el camino o por la calle De este animalejo que se llama comadreja o mostolilla se espantavan y tomavan mal agüero cuando la vían entrar en su casa, o atravesar por delante de sí cuando ivan por el camino o por la calle. Y concebían en su coraçón mala sospecha de que les havía de venir algún mal, o que si algún viaje tomasse no le havía de suceder bien, que havía de caer en manos de ladrones, le havía de matar, o que le havían de levantar algún testimonio. Y por esto ordinariamente los que encontravan con este animalejo les temblavan las carnes de miedo y se estremecían, y se les espeluzavan los cabellos. Algunos se ponían yertos o pasmados por tener entendido que algún mal les havía de acontecer. La forma de este animal acá en esta tierra es que son como los de España, que tienen la barriga y pecho blanca, y todo lo demás bermejo.