Los designios dirigidos hacía la ocupación permanente de la región de Manchuria por parte del Imperio japonés eran evidentes para todos los observadores llegados los primeros años de la década treinta. Esta extensa región, contigua a la ocupada península de Corea, presentaba todos los elementos adecuados para convertirse en el espacio físico que el expansionismo nipón precisaba. Por una parte era un espacio estratégico situado entre dos adversarios de Japón: China y Unión Soviética. Por otra, era un importante centro de producción de materias primas, fundamentales para la prosecución de la guerra que se preveía inmediata. Así, ante la inacción de la Sociedad de Naciones, el día 9 de marzo de 1932, cinco meses de ocupación militar de Manchuria por parte japonesa se verán culminados por la proclamación del Estado independiente de Manchukuo. A nadie se le ocultaba que se trataba de un régimen títere creado con el fin de ofrecer una imagen aceptable a un mero estado de ocupación y explotación. El último emperador de la dinastía manchú, Pu Yi, que residía en Tientsin, fue trasladado a la capital del nuevo Estado, Mukden, para ser situado a la cabeza del mismo. Mediante esta evidente maniobra, los japoneses pretendían obtener un cierto grado de legitimidad a su acción. Estados Unidos no reconocería al nuevo régimen, mientras que la Sociedad de Naciones ni siquiera consideraba necesario decretar sanciones contra Japón, que de todas formas acabaría retirándose de la organización. El día 31 de mayo de 1933, Japón consiguió establecer un acuerdo con el Gobierno chino, creándose una zona desmilitarizada entre la ciudad de Pekín y la Gran Muralla. Pero para afirmar todavía más su poder sobre Manchuria proclamó, el 1 de marzo de 1934, el Imperio de Manchukuo. El comandante en jefe del Ejército de Kwantung, que asimismo ejercía las funciones de gobernador de aquella región, fue nombrado embajador japonés arte las autoridades imperiales. De hecho, él era quien se hallaba en posesión de los supremos poderes militares y políticos, siendo única fuente de autoridad. El Gobierno independiente de Mukden tenía todos sus puestos decisorios ocupados por militares ocupantes. Al mismo tiempo, Tokio presionaba sobre las autoridades soviéticas para que cediesen a Manchukuo las instalaciones del ferrocarril de la China Oriental. A partir de este momento, el ejército japonés de ocupación se dedicaría de forma sistemática y racionalizada a convertir a Manchuria en la base fundamental, industrial y militar, para la expansión del Japón sobre territorio asiático. La Compañía de Ferrocarriles de Manchuria del Sur se convirtió así en el agente principal de explotación económica de la región. Se organizó con posterioridad una Compañía de Industria Pesada que, a partir de 1937, se dedicó a la masiva instalación de factorías metalúrgicas, eléctricas, químicas, de extracción minera, de sistemas de transportes y de comunicación, etc. Al mismo tiempo, gran cantidad de familias de campesinos japoneses y coreanos fueron instaladas en la región, mientras se limitaba drásticamente la entrada de contingentes chinos. Estos granjeros debían servir además para actuar militarmente en caso de agresión procedente del exterior, es decir, de China o de la Unión Soviética. En este plano agrícola, las nuevas autoridades impulsaron la diversificación en los cultivos y su tratamiento intensivo, con el fin de dotar a Japón de una autonomía alimenticia suficiente para el momento en que diesen comienzo las hostilidades. Sin embargo, la resistencia antijaponesa se mantendría viva durante todo este periodo, sustentada tanto por el Kuomintang como por el partido comunista opuesto a éste. Solamente en el año 1934, los japoneses debían reconocer haber sufrido un total de más de cincuenta mil bajas en sus enfrentamientos con la guerrilla patriota. El día 9 de agosto de 1945, cuando ya habían sido lanzadas las bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, la Unión Soviética declaro la guerra al Japón ya vencido. El Ejercito Rojo atravesó las fronteras y penetro en el territorio de Manchuria. El 14, fue firmado un tratado chino-soviético, y la paz llegó en la siguiente jornada. El emperador Pu Yi fue apresado por los soviéticos, que al mismo tiempo se lanzaron a desmantelar y transportar hacia su territorio la mayor parte de las instalaciones industriales existentes en la región, a la que consideraban enemiga. No se conoce con exactitud el monto total de los bienes producto de este expolio, pero una aproximación arroja cifras cercarías a los varios centenares de millones de dólares debido a la envergadura del sistema que los japoneses habían dispuesto en Manchuria, convirtiéndola en una verdadera prolongación de su propio aparato productivo. A partir de estos momentos, Manchuria, será escenario de repetidos y violentos choques habidos entre la guerrilla comunista sostenida por Moscú y el ejército del Kuomintang, La región se verá de forma inmediata organizada según las directrices de un Gobierno Popular del Nordeste, de inspiración comunista, que el régimen de Chiang Kai-Chek se verá obligado a aceptar debido a su misma debilidad. Tras el triunfo de los comunistas de Mao Zedong y la huida a Formosa de las autoridades hasta entonces vigentes, será proclamada la República Popular China. Manchuria pasará a integrarse en ella, manteniendo, a pesar de todas las vicisitudes sufridas, el más destacado lugar del país en lo referente a niveles de desarrollo agrícola e industrial.
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Este primer siglo de completa independencia del gobierno imperial de Constantinopla abarca los reinados de los siguientes emperadores: Arcadio (395-408), Teodosio II (408-450), Marciano (450-457), León I (457-474), León II (474), Zenón (474-491, con el intermedio de Basilisco en 475-476), y Anastasio (491-518). Estos emperadores podrían agruparse en dos dinastías, especialmente si por ello entendemos no sólo una auténtica relación de parentesco, con preferencia paterno-filial, sino la continuidad de un mismo grupo de la clase dirigente en el control del poder imperial. Los dos primeros emperadores, Arcadio y Teodosio II, pertenecían a la familia del gran Teodosio, siendo padre e hijo. Mientras que Marciano estaba emparentado con la dinastía por su matrimonio con Pulqueria, una hija de Arcadio. Sus reinados representaron la continuidad de unos mismos grupos de poder instaurados en la Corte de Constantinopla desde los tiempos de Valente, y en especial de Teodosio, y que suponía una preeminencia de burócratas y nobles con especiales vínculos con la dinastía y con una cierta desvinculación con las provincias más orientales -incluso había gentes de procedencia latina y occidental-, y de militares de procedencia bárbara apoyados en séquitos de soldados de su mismo origen, que constituían así el núcleo fundamental del ejército de maniobra acuartelado en las proximidades de la misma capital. Los otros cuatro emperadores podrían constituir una nueva y distinta dinastía, en la que el único lazo de parentesco estaría representado por la importante figura de la emperatriz Ariadna. Pues esta hija de León I contraería sucesivamente matrimonio con Zenón y Anastasio, justificando y/o fortaleciendo la subida al trono de éstos. De su primer matrimonio nacerá León II, de breve reinado por su prematura muerte. Pero el cambio de dinastía significó bastante más que el de una familia por otra. En buena medida supuso también una importante renovación en el grupo dirigente y en sus instrumentos políticos. Los años transcurridos desde la muerte de Teodosio habían supuesto una paulatina separación del Occidente romano y de sus grupos dirigentes; mientras que el mismo poder imperial en aquellas tierras se había ido reduciendo a la sola península italiana. Y en esas condiciones era lógico que las ricas provincias orientales -de Asia Menor, Siria y Egipto- hicieran sentir su peso en la Corte de Constantinopla, tanto aceptando a una mayoría de gentes provenientes de sus círculos dirigentes, como buscando unos posicionamientos ideológicos (religiosos) más conformes con el sentir de aquéllas. Por otro lado, el fin de la dinastía de Teodosio significó también el de los especiales vínculos de la casa imperial con nobles de procedencia barbárica. Y la misma preponderancia de los orientales en la Corte supuso también la búsqueda de un ejército compuesto fundamentalmente de gentes de esa misma procedencia. Planteadas así las líneas de fuerza de la evolución política del Imperio durante el siglo V, no cabe duda que los principales problemas que tuvieron que encarar los diversos gobiernos fueron de dos tipos: conflictos étnicos y conflictos religiosos. Aunque en más de una ocasión se entremezclaran unos y otros. Para su resolución los diversos gobiernos no sólo echaron mano de medidas coyunturales sino que también se procedió a muy importantes reformas administrativas, financieras y de legislación civil y religiosa (Concilios ecuménicos), algunas de las cuales habrían de tener importancia decisiva en la posterior historia bizantina. Los problemas de tipo étnico que tuvo que enfrentar el Imperio en este siglo fueron fundamentalmente tres, presentados de forma mas o menos sucesiva: germánico, isáurico y búlgaro. De ellos los dos primeros se presentaron fundamentalmente como dificultades internas al Imperio; derivados de la problemática planteada por la existencia de algunas etnias especializadas en suplir de soldados al Imperio pero conservando su identidad étnica, y siendo utilizadas como instrumento de presión y de ascenso en la Corte imperial por parte de su jefes, que mantenían una específica situación de mando y autoridad sobre las mismas al margen de las estructuras político-administrativas del Imperio. El primer problema en presentarse fue el germánico, y más concretamente el gótico. Éste era una consecuencia directa de la política llevada a cabo por Teodosio el Grande, que había tratado de resolver los graves problemas militares creados en los Balcanes con la gran invasión y victoria godas de Adrianópolis (376). Pues el emperador hispano habría querido resolver la doble crisis representada por la invasión de los Balcanes por los godos y por la destrucción del ejército de maniobra oriental mediante la conversión de los invasores en soldados federados. Es decir, contra la entrega de libramientos regulares y periódicos de subsidios alimentarios y la colación de grados del ejército imperial a los principales jefes godos, Teodosio se aseguraba el concurso militar de los soldados godos, en una buena medida encuadrados en los séquitos personales (Gefolgen) de aquellos. Sin embargo la tardanza en dichos libramientos, la ambición y rivalidad de esos mismos nobles godos, y hasta el mismo carácter personal de la relación de fidelidad existente entre éstos y el gobierno imperial habrían creado situaciones de crisis y de abierta rebeldía entre dichas tropas federadas y el gobierno de Constantinopla, peligrosas para el mismo. La primera crisis se habría producido con la muerte de Teodosio y la disputa surgida entre los gobiernos de Constantinopla y Roma por la posesión del Ilírico oriental, y del ejército de maniobra oriental, bajo el mando del generalísimo occidental Estilicón -auténtico regente en nombre del emperador Honorio-, así enfrentado al gobierno constantinopolitano de Rufino, prefecto del pretorio oriental. Al calor de dicha disputa y de la amenazadora marcha de Estilicón hacia los Balcanes se produciría la rebelión de una buena parte de los godos federados allí establecidos bajo el liderazgo del joven Alarico. Este último pertenecía al noble linaje de los Baltos que había gozado de la preeminencia entre los godos Tervingios desde mediados del siglo IV. Alarico habría constituido entonces (395) una novedosa monarquía militar de tipo germánico sobre la base principal de dichos federados godos, para cuya consolidación necesitaba urgentemente de una base territorial y de un alto mando militar imperial, evitando así la concurrencia de otros posibles nobles godos rivales suyos y de su familia. En una situación apurada es posible que Rufino buscase la alianza de los godos de Alarico para oponerse a las apetencias hegemónicas de Estilicón. La momentánea solución de la crisis entre ambos gobiernos imperiales, con la caída y muerte de Rufino, había lanzado a Alarico y sus godos a realizar una demostración de fuerza invadiendo y saqueando Grecia (396-397). La incapacidad de Estilicón para derrotar de una forma concluyente a Alarico y nuevas desavenencias entre ambos gobiernos imperiales habían obligado al emperador Arcadio a ceder a las aspiraciones del godo. Alarico fue nombrado generalísimo (magister militum) con mando en el disputado Ilírico; además, se le concedía un territorio para asentar a sus godos en el Epiro, y posiblemente atribuciones de naturaleza fiscal para conseguir recursos para sus tropas federadas. Con ello el gobierno de Constantinopla alejaba de sus cercanías al ambicioso rey godo, creando de paso problemas al gobierno occidental dominado por Estilicón. Esto ultimo, junto con las dificultades para Alarico de mantener a su pueblo y ejército en el empobrecido Epiro, decidirían la definitiva marcha a Occidente del rey godo y su pueblo, iniciando en el 401 la invasión de Italia y una nueva presión sobre el gobierno occidental y Estilicón. El definitivo alejamiento de Alarico y sus godos posiblemente pudo ser provocado también por el triunfo en Constantinopla de una corriente política contraria a los pactos con grupos de federados godos. La devolución por Estilicón del ejército de maniobra oriental y la subsiguiente desaparición de Rufino supusieron el predominio en la Corte constantinopolitana del general godo Gainas, que tenía bajo su clientela personal al núcleo de dicho ejército, compuesto por tropas federadas de godos greutungos u ostrogodos. Las aspiraciones de Gainas a convertirse en una especie de Estilicón oriental suscitaron en Constantinopla una amplia coalición de fuerzas contrarias, que agrupaba tanto a sectores eclesiásticos católicos, bajo el liderazgo del discutido pero influyente obispo capitalino Juan Crisóstomo, como a intelectuales y aristócratas paganos que todavía gozaban de alguna influencia en las provincias orientales. La precipitación y el error de cálculo de Gainas terminarían finalmente en un violento levantamiento popular de la población de Constantinopla en la noche del 11 al 12 de julio del 400, que cogió desprevenido al general godo y a sus tropas. Masacrada en la misma ciudad una buena parte de sus soldados de élite, el resto de sus fuerzas resultaría poco tiempo después vencidos en campo abierto, cayendo muerto el propio Gainas. Liberado de grupos de bárbaros federados bien organizados en torno a clientelas militares nobiliarias, el gobierno de Constantinopla emprendería a partir de entonces una política militar menos dependiente de las tropas de federados de este tipo, reconstruyendo pausadamente un ejército más nacional y acudiendo en caso de necesidad a la compra de la paz en las amenazadas fronteras danubianas mediante la entrega de fuertes cantidades de subsidios alimenticios y de metal precioso. Dicha política se practicó especialmente durante los años en que el mundo bárbaro de la Europa central y oriental estuvo dominado por la gran construcción político-militar que fue el Imperio húnico de Atila, que así prefirió lanzar sus peligrosas invasiones depredatorias sobre la Pars occidentis del Imperio, tras más de una década (a partir del 430) de periódicas incursiones en los Balcanes al norte de las Termópilas. La derrota de Atila en las Galias en el 451 y su muerte dos años después habrían supuesto un cierto cambio en la política balcánica de Constantinopla. Si en el 452 el emperador Marciano trató ya de pasar a la ofensiva, la crisis profunda en que entró el Imperio húnico a la muerte de Atila puso a disposición de Bizancio importantes contingentes de posibles tropas federadas, especialmente ostrogodos, que hasta entonces habían servido bajo las banderas del rey huno en una situación de dependencia por parte de sus nobles detentadores de séquitos militares. Así parecía reproducirse en un cierto sentido la situación existente cuando la política filogótica de Teodosio, aunque tal vez con una mejor posición para el Imperio. Marciano procedería entonces al asentamiento de germanos, en especial ostrogodos, y hunos en las provincias danubianas y en Tracia. En todo caso la reanudación de la política de pactos de federación con los diversos nobles bárbaros, ostrogodos especialmente, poseedores de dichas clientelas, habría sido instrumentalizada por un general de origen alano, Aspar, entre el 450 y el 470. Fuerte de la alianza con el poderoso jefe ostrogodo Teodorico el Tuerto (Estrabón) Aspar lograría regentar el decisivo comando del ejército de maniobra oriental (Magister praesentalis), mientras su hijo Ardabur ocupaba la jefatura militar en las provincias orientales. Tanto los emperadores Marciano como en especial León habrían así debido el trono al poderoso Aspar. La ambición de éste habría llegado hasta pretender la sucesión imperial para su hijo Patricio, nombrado césar. Para contrapesar tan excesivo poder, el propio León I habría acudido a buscar el apoyo de una especie de bárbaros interiores que era el belicoso pueblo de los isaurios. Éstos habitaban una montañosa y pobre región en el sudeste de Anatolia, y se habían especializado tanto en el bandidaje como en contratarse como soldados privados al servicio de los poderosos a la manera de las clientelas militares de raigambre germánica. Así León I habría buscado la alianza de un poderoso noble isaúrico, Tarasicodisa, que bajo el nombre de Zenón en el 467 contraería matrimonio con la hija del emperador, Ariadna, siendo nombrado jefe del poderoso ejército de Tracia. Con su apoyo un motín urbano antigermánico estallaría y triunfaría en Constantinopla en el 471, que costó la vida a Aspar y terminó con el predominio militar de los federados ostrogodos. En los años sucesivos tanto León I como Zenón sabrían jugar hábilmente con las rivalidades entre los diversos jefes godos, en especial entre Teodorico el Tuerto y Teodorico el Amalo, descendiente de un poderosísimo linaje godo; en concreto Zenón se movería entre la política de guerra abierta y la de concesión de subsidios alimenticios para las tropas godas y cargos en la administración militar para los jefes de éstas. Tras la aniquilación del primero, el peligro que representaba el segundo con el grueso del pueblo ostrogodo asentado en Mesia sería conjurado al aceptar en el 488 Teodorico el Amalo el encargo de Zenón de dirigirse con todo su pueblo a la conquista, en nombre del Imperio, de Italia dominada por Odoacro. De esta manera Bizancio se libraba al cabo de un siglo del peligroso problema germánico, en especial godo. En su solución no sólo había resultado decisiva una hábil política imperial de apoyo a un reclutamiento militar romano, sino también las mismas debilidades de los diversos jefes bárbaros. Pues éstos se encontraron cogidos en el mismo dilema de su total integración en las filas de la alta oficialidad del ejército imperial y del mantenimiento de la identidad étnica de sus pueblos, para lo que la preservación de la odiada confesión arriana de los mismos resultaba básica. Al final todos ellos habrían tenido que optar por una de las dos soluciones, dejando así de constituir un problema interno para Bizancio. Por cierta rutina se ha venido hablando de cómo al problema étnico germánico, gótico en especial, sucedió otro protagonizado por los isaurios. Sin embargo, no creemos que el paralelismo sea exacto. El problema isaurio sería más el de una minoría de oficiales de ese origen, apoyados en sus clientelas armadas, por hegemonizar el ejército de maniobra mediante un emperador cuyo poder se basase exclusivamente en ellos. Pero ni constituirían un grupo políticamente homogéneo, ni mucho menos tenían ese peligroso sentimiento de identidad, y cuasi dualidad, étnica extraña al Imperio como sus antecesores germanos. Así el emperador isaurio que fue Zenón tendría que hacer frente a una serie de rebeliones instigadas en buena medida por sectores de la aristocracia senatorial constantinopolitana que le consideraba un advenedizo que había venido a romper el monopolio que del gobierno central venían teniendo desde los tiempos de Teodosio el Grande. Para ello se aprovecharían tanto las disputas religiosas como el puntual malestar de la población de la capital, sometida a una presión demográfica creciente y a una falta de trabajo y pérdida de nivel de vida, y las aspiraciones de algún jefe isaurio o incluso germano (Teodorico Estrabón). Así se podrían explicar la rebelión de Basilisco (475-476) que levantó la bandera de su monofisismo y de su isaurofobia, aunque al principio se apoyase en Illo, otro jefe militar isaurio; la revuelta de Marciano en el 479, sostenido por la emperatriz viuda Verina y que contó con el apoyo de Teodorico Estrabón, siendo derrotado por Illo; y en el 483 la final rebelión del isaurio Illo, que también contó con el apoyo de Verina y pretendió proclamar emperador a Leoncio, al fin derrotados con el apoyo de federados germanos. Finalmente, con la subida al trono de Anastasio, un antiguo funcionario cortesano, se produjo la victoria de tales sectores políticos. Con el apoyo popular los isaurios serían expulsados de sus cargos y de la capital, derrotando a sus clientelas militares totalmente en Cotieno (Frigia) en el 491. Con la captura siete años después de sus últimos jefes, Longino y Selino, el problema isaurio había dejado de existir; mientras, bastantes prisioneros isauros eran trasladados y asentados en Tracia. Al final del siglo (493) un nuevo problema étnico parecía cernirse en el horizonte, con la aparición en los Balcanes de los búlgaros y cuatriguros. Eran éstos pueblos de origen húnico o turco-tártaro, que constituían la avanzadilla de otros grupos más numerosos de inmigrantes, en buena parte campesinos, de etnia eslava, los esclavones o eslavos meridionales y los antas o eslavos orientales. Unos y otros acabarían en buena parte por aculturizarse e indiferenciarse. Pero de momento todos ellos no protagonizarían más que alguna transgresión de tipo esporádico de la frontera danubiana. Y Anastasio prudentemente se contentaría con la construcción de los llamados largos muros, línea de fortificaciones situada a sesenta kilómetros al oeste de Constantinopla.
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M. Ulpio Trajano no había cambiado su nombre por el de su padre adoptivo, Nerva, lo que puede ser interpretado como un indicio del carácter formal de la adopción. Aun perteneciendo a una familia procedente de Italica (Santiponce, prov. Sevilla), su actividad política no lleva marcas puramente hispanas. El que en sus monedas se hiciera propaganda religiosa de Hércules refleja su intención de servirse de la ideología de la victoria asociada a este dios más que una referencia al origen familiar. El Hércules venerado en Foro Boario de Roma, Hércules Invictus, y el Hércules, también Victor, patrono de la ciudad de Tibur (Tívoli), residencia preferida de los senadores hispanos pueden ayudar a justificar las preferencias religiosas de Trajano. Beaujeu ha demostrado que Trajano mantiene una vinculación a los grandes dioses de la religión romana como medio de apoyo y justificación del poder (es significativa su propaganda de Júpiter y de Diana) y que no fue innovador en la aceptación de cultos o dioses extranjeros. Trajano continúa la línea fijada por Nerva de sostener buenas relaciones con el Senado. Pero ello no indica ni cesión de prerrogativas políticas ni, por lo mismo, retorno al Senado de capacidades antiguas en la toma de decisiones. Se trata más bien de un reconocimiento de esta cámara como máximo órgano consultivo así como de gestos políticos tendentes a dar una mayor apariencia participativa. Trajano no dudó en condenar a senadores acusados de malversación de fondos. Pero reconoció que se podía conceder mayor libertad de expresión y de toma de decisiones en asuntos menores a una cámara que no contaba ya con componentes deseosos de restablecer la República. Como gestos de este reconocimiento se suelen citar las escasas ocasiones en que Trajano ocupó el consulado, sólo seis veces, y la negativa a desempeñar el cargo de censor. El privilegio, heredado de Vespasiano, de tener autoridad de aplicar la adlectio fue suficiente para promocionar a caballeros distinguidos por sus méritos y servicios al Estado.
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Frente a las continuas invasiones en la cuenca del Ganges, se organizó una reacción india bajo la dinastía de los Gupta, que hacia el año 300 dieron comienzo a una de las Épocas mas importantes en la historia india. Hahraja Gupta, entre el 230 y 300, fue el fundador de esta dinastía feudal de la que se sabe muy poco en esta época. Su nieto Chandragupta inicio el año 320, como soberano absoluto, la autentica era Gupta y el comienzo de un nuevo sistema cronológico. Por su matrimonio con la princesa Kumaradevi, heredera del Reino de Lichchavis, el monarca extendió su poder sobre Bihar, ampliándolo mas tarde hasta la región bengalí y la llanura del Ganges. Su sucesor, Samudra Gupta (328-376), tiene los principales hechos que realizó inscritos en una columna Ashoka de Allahabah, en los que se narra la consolidación del poder gupta en el Norte, así como la penetración en India meridional tras las derrotas consecutivas de nueve reyes, hasta que una coalición de varios príncipes indios meridionales frenó su expansionismo. A la muerte de Samudra Gupta, el Estado gupta atravesó un periodo de decadencia del que fue sacado por Chandra Gupta II (376-415), llamado Vikramaditya (Sol de la fuerza y del valor), que representó la época dorada del periodo. Gracias a sus campañas, diplomacia y valor, su imperio, entre dominios directos, reinos sometidos y protectorados, llegó a extenderse por todo el triángulo territorial entre el Himalaya, al Noreste, el río Indo, al Noroeste, y los montes Vindhya, al Sur. Bajo su hijo, Kumasa Gupta I, y la esposa de éste, Dhruvadevi (415-455), se mantuvo todavía un Estado gupta floreciente, si bien casi al final del reinado la amenaza de los hunos ya se hizo sentir cada vez más. Con el Skanda Gupta (455-476) se tuvo que luchar repetidamente contra los hunos, que ocuparon todo el Noroeste, situación que permitió a algunos gobernadores del Ganges declararse independientes. Las luchas sucesorias a la muerte de Budha Gupta, hacia el 500, dividieron al imperio gupta en dos partes, una occidental y otra oriental, pero muy pronto los hunos invadieron ambas, dando paso al periodo de descomposición del Imperio. Con el dominio gupta, que unifican políticamente la India, el arte y la cultura alcanzan un gran esplendor y refinamiento. Ciencia y filosofía, arquitectura y escultura, pintura, literatura, música y danza, se cultivan intensamente; el sánscrito se mantuvo como lengua literaria. El poeta Kalidasa, de la época de Chandra Gupta II, escribió las famosas obras "Raghuvamsa" o "Estirpe de Ragú", en honor de Rama, y la "Nube Mensajera", en medio de un arte caracterizado por una sutileza equilibrada y risueña, como se aprecia en la escultura del "Buda de Sarnath" y en otros muchos relieves, si bien la mayoría de los santuarios que se construyen son hinduistas, puesto que el hinduismo adquiere preponderancia en la era gupta. En el aspecto religioso las ideas hinduistas corresponden a este periodo, y puede decirse que no constituyen una religión dogmática, sino que tolera las opiniones más diversas, e incluso antagónicas. Los elementos inherentes al hinduismo, que lo distinguen de otras creencias, son el régimen de castas como orden social y determinados ritos a los que, según su clase, están ligados inseparablemente todos los miembros de cada casta. A juicio del hindú, el cosmos es eterno de por sí, pero se halla en un estado de evolución permanente, a la vez que todos los seres animados, desde Dios hasta una simple hierba, tiene un alma inmortal revestida con la materia corporal. En la cúspide de su panteón están los tres dioses supremos -Brahma, Visnú y Siva-, que se agrupan en una tríada, amén de adorarse también a numerosas deidades, semidioses, divinidades locales, seres demoniacos, así como a diversas fuerzas sobrenaturales que se manifiestan en la naturaleza (ríos, animales, piedras, montañas, plantas, etc.). La sociedad estaba dividida en cuatro clases o varna, todavía no demasiado rígidas, por orden de importancia: la de les brahmanes, la de los guerreros o kshatriya, la de los ganaderos o vaiçya y la de los çudra o clase inferior, a la que pertenecían los comerciantes y artesanos. Fuera de la sociedad estarían los intocables, candala, cazadores, barrenderos e incineradores de cadáveres. La prosperidad de las ciudades permitió que los artesanos se agruparan en corporaciones de oficio cuyas clases superiores formaron una verdadera burguesía.
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A comienzos del siglo XVII, la Monarquía hispana cuenta con posesiones en buena parte del mundo. Mientras desde la corte de Madrid se gobiernan el resto de reinos peninsulares, en la Europa del norte y central, son posesiones españolas los Países Bajos y el Franco Condado. En Italia, los Habsburgo dominan el Milanesado y los reinos de Nápoles y Sicilia. La presencia hispana en Africa se reduce a dos pequeñas aunque estratégicas plazas, las de Orán y Melilla, además de las Canarias, escala esencial en la navegación hacia América. En el Caribe americano, la expansión española ha conseguido controlar las islas de Cuba y La Española, además de la península de Florida. Ya en Tierra Firme, se han creado el Virreinato de Nueva España, con capital en México, y el del Perú, gobernado desde la ciudad de Lima, fundada en 1535. Por último, en Asia, la presencia española se traduce en la colonización de las islas Filipinas. Desde 1581 y hasta 1640 el reino de Portugal se integra en la Monarquía Hispánica, lo que suma a ésta nuevos territorios. Los navegantes portugueses, volcados en el comercio con Oriente, han establecido numerosas e importantes escalas, como las Azores y Madeira. En Africa, cuentan con factorías en Tanger, Ceuta, Guinea, Accra, Angola, y la costa oriental africana. En la península Arábiga, los portugueses controlan el estrecho de Ormuz. En la India, establecen factorías en Diu, Goa y Ceilán. En Indonesia, cuentan con colonias en Syriam, Malaca, Sumatra, Java, Célebes y Timor. Finalmente, la estratégica Macao les abre las puertas de la Gran China. Por último hay que considerar las posesiones portuguesas en América, una amplia franja costera en Brasil que cuenta con ciudades como Río o Recife.
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El primer imperio documentado de la India fue el construido por la dinastía maurya (322-187 a.C.), siendo también artífice del primer arte indio y del establecimiento del budismo como religión oficial. Los gobernantes maurya establecieron un gobierno centralista y sentaron las bases para la futura administración de los territorios indios. El imperio fue dividido en cinco virreinatos, cada uno con una capital. El primero fue gobernado directamente por el emperador, con capital en Pataliputra. Los otros cuatros fueron encargados a virreyes, que respondían directamente al emperador. Eran los de Taxila, Tasalia, Ujjain y Suvarnagiri. Cada virreinato estaba a su vez dividido en distritos, al frente de los cuales estaban los mahamatras, auxiliados por un numeroso grupo de funcionarios. Éstos se encargaban de tareas diversa como la inspección, la administración y la justicia. Los emperadores maurya dispusieron, por último, de un cualificado cuerpo de diplomáticos, que fueron enviados tanto a Occidente como al sur de la India y Sri Lanka.
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Con una orden terminante de "no se hable más de los derechos del hombre" (derecho de propiedad, de libertad, de justicia...), la "Doctrina de Amenemhet" (Amón está en la cúspide), redactada a instancias de su hijo Sesostris I, una vez que aquél fue asesinado por una conjura de palacio, ponía fin al Egipto democrático y autonómico que se había impuesto merced a la concepción herakleopolitana del hombre como señor del mundo y, consecuentemente, del rey como funcionario al servicio del mismo. El objetivo de la Dinastía no era otro que restaurar el Estado totalitario del Imperio Antiguo. Y hay que reconocer que lo consiguió, salvo en un aspecto: restablecer el vínculo espiritual existente antaño entre el faraón y el individuo, en virtud del cual éste creía en la divinidad de aquél. Eso no lo consiguió la Dinastía XII -el Imperio Medio, la época que las generaciones posteriores habían de considerar como más clásica y más egipcia que el mismo Imperio Antiguo-: y de ahí su única frustración, bien visible en las expresiones enérgicas, pero adustas y decepcionadas, de los semblantes de los reyes. Aparte de éste, todos los demás puntos del programa de gobierno fueron alcanzados: orden, tranquilidad, prosperidad material, centralismo, funcionarios en lugar de nobles, poderío militar, ascendiente sobre los países y ciudades del extranjero (Biblos, Ugarit, Palestina), dominio del Sinaí, conquista de Nubia. Como si los dioses quisiesen mostrar su conformidad con el orden imperante, casi todos los faraones tuvieron reinados largos y prósperos, en los que el monarca, una vez alcanzado el umbral de la vejez, asocia al trono al hijo que ha de sucederle y éste asume el mando del ejército y la representatividad del Estado, mientras que el padre se retira a un segundo plano, más honorífico que activo. Esta prosperidad permitirá la realización de un importante programa de obras públicas y urbanísticas, sin renunciar a la construcción de templos, pirámides y estatuas. Así reinaron Amenemhet I (1991-1961 a. C.), Sesostris I (1971-1925), Amenemhet II (1929-1891), Sesostris II (1896-1877), Sesostris III (1877-1839), Amenemhet III (1839-1791). Con éste alcanza Egipto la cumbre de su poderío; seguidamente, comienza a descender con Amenemhet IV (1791-1781) y su hermana Sebekneferure (1781-1777). Esta da paso a la dinastía XIII, de muchos reyes débiles, puestos y depuestos por los funcionarios, que son quienes realmente detentan el poder. Las realizaciones de la Dinastía XII en este terreno fueron inmensas, pero la mayor y más duradera, sin duda, la colonización del Fayum. Este oasis está regado por un brazo del Nilo, el Bahr Yusuf, que se separa del cauce principal cerca de Deirut -y por tanto, cerca también de Tell el-Amarna, capital en tiempos de Amenofis IV- y después de realizar un largo recorrido paralelo al del curso del Nilo, atraviesa la Cordillera Occidental, en las proximidades de Illahun, y desciende a la depresión del Fayum. Una vez aquí, desemboca en el Birket Karun, el antiguo lago Moeris de Herodoto (del egipcio mer-wer, gran lago), mucho más extenso en la Antigüedad que en el presente. Las diferencias de cotas constituyen un rasgo dominante en el paisaje, v.gr.: la superficie actual del lago, según datos del año 1931, se encuentra a 45 metros bajo el nivel del mar. Su profundidad es de ocho metros. La ciudad de Illahun se halla a unos 26 metros sobre el nivel del mar, con lo que resulta que la cota más baja del Fayum, que es el fondo del lago, viene a encontrarse a unos 79 metros por debajo del nivel del valle del Nilo. Aunque poblado ya durante el Imperio Antiguo, e incluso en época prehistórica, el Fayum no fue sistemáticamente colonizado y convertido en una de las comarcas más feraces de la tierra, hasta que la Dinastía XII emprendió las grandes obras de ingeniería que permitieron multiplicar la superficie cultivable. Herodoto no salía de su asombro ante la magnitud de aquella empresa. La capital del distrito, situada en la ribera del lago, tenía un nombre que el historiador traduce a su lengua como Krokodeilon polis, la Ciudad de los cocodrilos (la actual Medinet el-Fayum), en honor del rey de los saurios, que era objeto de culto en la localidad. Cuando Amenemhet III decidió dar el impulso definitivo a esta obra de colonización, la superficie cultivable se reducía al delta del Bhar Yusuf, en las proximidades de la capital. Para que el resto, que eran inmensos pantanos, se convirtiese en tierras de labor era menester regular tanto las entradas de agua como el drenaje de los terrenos, y aquí fue donde los técnicos de Amenemhet III realizaron una obra de ingeniería de canales que causaba el asombro del mundo antiguo. Gracias a obras como ésta, aún en tiempos de Roma, Egipto era el primer productor de alimentos de todo el Imperio Romano, y por tanto, el gobierno (la prefectura) de Egipto, el cargo político más importante fuera de Italia. Satisfecho de haber coronado con éxito aquella empresa tan descomunal, Amenemhet III quiso erigir allí, en Hawara, el lugar de su eterno reposo, para lo cual no tuvo reparo en abandonar la tumba que tenía dispuesta en Dahsur. La posteridad, respetuosa con su memoria, lo veneró como a un dios hasta el final de la historia de Egipto. La escasez de obras edilicias del Imperio Medio se debe a la renovación o reconstrucción de las mismas en épocas posteriores. Sólo las muchas referencias a fundaciones de monumentos, donaciones y obras de extracción y búsqueda de materiales de construcción y decoración, tanto en el país como fuera del mismo, suplen en parte aquella deficiencia. Así, hay constancia de que Amenemhet I promueve la extracción de diorita en las canteras de Toshke, y de piedras duras, en general, en las del Wadi Hammamat; de que Sesostris I envía varias expediciones a las canteras de Wadi el-Hudi y de Assuán, extrae bloques de alabastro de Hatnub y en un momento dado, reúne 17.000 hombres en el Wadi Hammamat para extraer piedra para 60 esfinges y 150 estatuas. Gracias a la Dinastía XII, el dios Amón, cuyo nombre entra en el de Amenemhet, sigue su marcha ascendente hacia la cima del panteón tebano a expensas de Montu, a quien la Dinastía XI había reservado aquel puesto de honor. No quiere ello decir que éste se viese execrado; antes al contrario, fue objeto de grandes mercedes; pero con todo, hubo de ceder el mando a Amón, cuyo santuario de Karnak asumió el papel de centro religioso del país. Otros santuarios -en Menfis, Koptos, Abidos, Dendera, etc.- fueron objeto de atención por parte de los reyes. Sesostris I inauguró un santuario en el extranjero: el de Hathor, en Serabit el-Khadim, en el Sinaí, donde había un magnífico yacimiento de turquesas, explotado por Egipto desde entonces. A su patronazgo se debe asimismo la erección en Heliópolis de una pareja de obeliscos, uno de los cuales (hoy en la vecindad del aeropuerto) no sólo tiene el mérito de conservarse en pie, sino de ser el más antiguo de los obeliscos monolíticos de que hay constancia. La protección dispensada a Heliópolis es reveladora de que a pesar de todas sus simpatías por Tebas, los faraones de la XII Dinastía se percataban de que el centro de gravedad del país se hallaba más al norte, y de que el buen sentido aconsejaba implantar la capital del Egipto unificado a corta distancia de Menfis. Y así lo hicieron, en Licht, a medio camino entre Menfis y Hawara, a la entrada del Fayum. Justamente en esta zona, donde está situada la pirámide de Sesostris II, se encuentra la correspondiente ciudad-pirámide de Kahun, única ciudad excavada con amplitud en el Egipto antiguo.
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Las campañas exteriores durante el período revolucionario darán a conocer al pueblo francés la figura de un joven general que proporcionará éxitos y sobre el que se depositarán las esperanzas generales en tiempos de zozobra e inestabilidad. Elegido en principio como cónsul, al poco tiempo acaparará en sus manos el poder suficiente para instaurar un régimen imperial e iniciar un proceso expansivo mediante el que Francia pasará a controlar buena parte de Europa. La posición hegemónica de Francia será, sin embargo, contestada por algunas naciones, fundamentalmente Gran Bretaña, que recelan de la acumulación desmesurada de poder por parte de una sola potencia y las ansias expansivas de Napoleón. Contra aquélla Napoleón organizará un bloqueo desde el Continente, ya que resulta incontestable su poder naval. Una alianza de naciones creada para frenar el expansionismo francés desembocará en una guerra a escala europea y, finalmente, en la derrota militar del Emperador y su desalojo del poder.
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La presencia de los arameos supuso un freno a las ambiciones expansivas asirias hacia el año 1000 a.C. Sin embargo, la situación cambiaría con Assur-Dan II (935-912 a.C.), el primer monarca que puso en cuestión el dominio arameo y abrió el camino para las posteriores conquistas de Adad-Nirari II y Tukultininurta II. Estos reyes lograron reconquistar las ciudades asirias tomadas por los arameos y establecer un control directo sobre la Mesopotamia septentrional. Lo que no pudieron, o quisieron, evitar fue la penetración de la cultura aramea en el seno de la asiria, principalmente de la escritura y la lengua. La hegemonía definitiva de Asiria en el Oriente Próximo la consiguen Assurnasirpal II y Salmanasar III, extendiendo el Imperio desde Cilicia hasta los Montes Zagros y desde el lago de Urmia hasta Siria. Para frenar tal poder fue necesaria una coalición de varios pueblos -arameos, egipcios, fenicios, israelíes y árabes-, quienes, en el año 853 a.C., detuvieron de momento el avance asirio por Siria. Las ansias expansivas de Salmanasar le llevaron también hasta la misma Babilonia, aunque sin un deseo de dominio, por el momento. Otra decisión importante del periodo es la de trasladar la capital desde Assur hasta Kalhu, ciudad en la que fue levantado un gigantesco complejo palaciego para cuyos diez días de inauguración asistieron 70.000 invitados. Assur, no obstante, aunque perdió la capitalidad política, mantuvo la religiosa, siendo en parte el lugar donde eran enterrados los reyes. Durante los últimos años de Salmanasar III comienza una lenta decadencia, que tuvo su consecuencia en una importante revuelta interna. Esta situación continuó con sus sucesores, quienes hubieron de hacer frente a la tendencia centrípeta de los territorios conquistados, actuando los gobernadores de manera casi independiente con respecto al gobierno central. Otro grave problema fue la presencia de un nuevo Estado en la región del lago Van, entre Asiria y el Cáucaso, formado en el siglo IX a.C. Este Estado, Urartu, estuvo integrado por varios pueblos de montaña que utilizaban una lengua emparentada con el hurrita de Mitanni. Su alianza con los Estados del norte de Siria supondrá un peligro permanente para los asirios, hasta que en el siglo VII Urartu desaparezca. Con Tiglatpileser III los asirios logran sacudirse de encima momentáneamente la presión de los urarteos, sobre los que logran una importante victoria. Tras esto el interés asirio se dirigió a Fenicia y Palestina, donde sometió a los reinos de Israel y Judea. Otro de sus logros fue el de someter a Babilonia, compuesta por pequeños estados arameos diseminados, de tal forma que Tiglatpileser III fue denominado rey de Asiria y de Babilonia, lo que, más allá de indicar el poder de este monarca, muestra la importante significación simbólica que Babilonia conservaba. La toma de la región de Babilonia por parte de los reyes asirios es una conquista mutua: los monarcas se preocupan por los cultos babilónicos y reconocen al dios Marduk. Esta política les ganó, no obstante, el apoyo de la población local, pese a lo cual aun se mantuvieron activos reductos de oposición por parte de arameos y caldeos. Esta resistencia puso en apuros a algunos sucesores de Tiglatpileser III, quienes intentaron apaciguarla cediendo el gobierno sobre Babilonia a personas interpuestas. Sin embargo, tampoco esta política dio resultados, siendo Babilonia un foco de constante preocupación para los reyes asirios. Uno de los sucesores de Tiglatpileser III fue Sargón II, quien usurpó el trono y fundó una nueva dinastía. Su propio nombre, adoptado al acceder al trono, indicaba el deseo de entroncar simbólicamente con el legendario Imperio de Sargón de Akkad. Con Sargón, Asiria vive sus momentos de mayor expansión: son aplastadas las revueltas internas y se conquistan nuevos territorios. Los asirios consiguen combatir a los urarteos, tomarán brevemente Chipre y derrotarán la oposición de caldeos y elamitas en Babilonia, donde Sargón se hará coronar rey. Otra de sus decisiones es trasladar la capital a Dur-Sharrukin, "fortaleza de Sargón", en un intento de plasmar su poder. Sin embargo, la capital será abandonada por su hijo y sucesor Senaquerib, quien fundará una nueva capital en Nínive. Senaquerib no tuvo una actuación política destacada. Aunque al comienzo de su reinado aplastó las revueltas de Siria y Palestina, no pudo tomar Jerusalén. Tampoco fue afortunada su decisión de arrasar Babilonia en el año 689 a.C. y asesinar a sus habitantes. El traslado o deportación a Asiria de la estatua del dios Marduk provocó el descontento de babilonios y asirios -entre los que contaba con grandes devotos-. Por si fuera poco, la designación como sucesor de su hijo menor Asarhadón acabó por provocar la rebelión de parte de la nobleza, que acabó con la vida de Senaquerib. A pesar de la muerte de su padre, Asarhadón consiguió vencer a sus hermanos y tomar el trono asirio. Su política fue conciliadora: ordenó reconstruir Babilonia y el templo de Marduk. Por otro lado, los asirios ocuparon de nuevo Chipre y Siria, e incluso, en el año 671 a.C., lograron ocupar el bajo Egipto, lo que acabó de marcar el apogeo del Imperio asirio. Sin embargo, en los años finales de su reinado Asarhadón tuvo que enfrentarse a graves problemas, como la presencia de escitas, cimerios y medos, que amenazaban las fronteras asirias. Otra gran preocupación fue la designación de uno de sus hijos, Assurbanipal, como sucesor. Nuevamente esta decisión dio lugar a enfrentamientos, hasta el punto que a la muerte de Asarhadón se produjo una guerra civil entre pretendientes, de la que salió victorioso Assurbanipal. Como compensación, a uno de sus rivales, Shamash-shum-ukin, le fue entregado el trono de Babilonia. Uno de los primeros problemas de Assurbanipal vino de Occidente, concretamente de Egipto. La resistencia egipcia al poder asirio se saldó, sin embargo, con la ocupación de Tebas, hasta que, en el año 665 a.C., los egipcios lograron expulsar a los asirios, aprovechando la revuelta que por aquellas fechas estaba teniendo lugar en Babilonia. En este territorio, caldeos y arameos, con el apoyo de árabes y elamitas, habían iniciado un levantamiento, empeorado con la sublevación de Shamash-shum-ukin ante su hermano Assurbanipal. El ejército de éste logró aplastar al enemigo y saldó con ganancias la victoria, pues el Elam se convirtió en estado vasallo de Asiria. Por estas mismas fechas, los persas, un pueblo indoiranio del este del Irán, reconocía su vasallaje ante los asirios, pues su rey Ciro I les tributaba y mandaba a su hijo a Nínive, para vivir en la corte. La muerte de Assurbanipal marca el comienzo de la decadencia asiria, que se va a producir con una extraordinaria rapidez. En tan sólo 18 años, el gran imperio asirio desparece ante la presión enemiga y una grave crisis económica, probablemente provocada por el ingente gasto que la impresionante maquinaria militar requería. La primera respuesta al poder asirio proviene de Babilonia. En el año 626 a.C. Nabopolasar, caldeo, toma el trono de Babilonia, sin que desde Asiria se pueda hacer nada por impedirlo. Además, cada vez es más fuerte la presión de los medos, que ahora están unidos bajo un solo gobierno. De esta forma, Ciaxares, rey de los medos, conquista Assur, lo que será el preludio de la definitiva derrota asiria a manos de una coalición de medos y babilonios. Nínive, arrasada en el año 612 a.C., de ahora en adelante sólo será un nombre estigmatizado por la maldición, un camino que seguirán muchas otras capitales asirias. Nada, o casi nada, se sabe de su gobernante, Assur-uballit II.