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contexto
Es ahora cuando surgen los artistas que consolidarán una escuela que va a gozar de extraordinario prestigio en toda Europa. Los hermanos Van Eyck, pero sobre todo el bien conocido Jan, parecen concentrar en ellos las mayores novedades, si bien en realidad hay que recordar igualmente a Robert Campin, si es el llamado Maestro de Flamalle. Jan van Eyck es, como Giotto, uno de los artistas más grandes de todos los tiempos. Ya en vida gozó de un gran prestigio que en ningún momento perdió, pese a los cambios de gusto, hasta nuestros días. La complejidad conceptual de sus obras no tiene apenas parangón entre sus contemporáneos y resulta excepcional si tenemos en cuenta que se mueve en un medio en el que los pintores siguen siendo considerados artesanos. Tuvo el favor de los duques de Borgoña, que le encargaron obras importantes y misiones que iban más allá de lo relacionado con el puro oficio. Pero su clientela se extiende a personajes importantes de la aristocracia (canciller Rolin) y de la burguesía flamenca, así como de la Iglesia. No deja de llamar la atención que una de las obras más conocidas y complejas, el Políptico del Cordero de Gante haya sido encargado por Joos Vijd, un importante burgués de Gante. En vida su fama fue más allá de las fronteras de su país y recibió encargos de clientes muy lejanos. Su arte intelectual y extraordinariamente minucioso no permite un catálogo demasiado nutrido. Pero ese mismo carácter conceptual impidió que su forma de hacer tuviera una descendencia apropiada, a no ser en copias de distinta calidad.Se supone que nace hacia 1390, mientras las primeras referencias que tenemos no son anteriores a 1422. Un poco antes debió intervenir en las llamadas "Horas de Turín", con otros artistas. Después de una estancia en La Haya, cerca de Juan de Baviera se traslada a Brujas y entra en contacto con Felipe el Atrevido, duque de Borgoña. En 1429, formando parte de una embajada a Portugal, llega a este país, pasa por los reinos occidentales y se supone que hace el viaje a Compostela. A partir de 1432 comienza a firmar sus obras, establecido definitivamente en Brujas. Muere en 1441.Precisamente en 1432 firma el Políptico del Cordero, aludiendo a que lo había comenzado su famoso y misterioso hermano, Hubert. El encargo se debe a ese Joos Vijd, que quiso que constara su nombre, junto al de su mujer, y que realizó tal empresa por varios motivos entre los que se incluye un deseo de expiación de las faltas de su padre. Cerrado, contiene varias pinturas, algunas a la grisalla, como la Anunciación, en un espacio relacionado a través de dos tablas. Abajo, entre otras figuras, están arrodillados los promotores. Abierto despliega un mundo de imágenes contrastadas. Mientras se centra en una suntuosa deesis con Cristo juez entre María y el Bautista, intercesores, en figuras monumentales; abajo se despliega un mundo abigarrado de personajes múltiples, reunidos en torno a la Fuente de la Vida y al Cordero místico, en un paisaje asombroso. El sentido eucarístico prima sobre otros, pero sólo es uno de los grandes temas.En el paisaje se alcanza una cota nueva representativa, que él mismo superará en La Virgen y el canciller Rolin. Nunca se había llegado en una superficie a crear un clima ilusionista tan inmenso, con unos medios intuitivos, pero sin relacionar con un sistema geométrico de reglas fijas y fiables. Por otro lado, la portentosa minuciosidad con que se dibuja desde la gran imagen de Dios, hasta el retrato de la última planta, causó una inolvidable impresión desde que puso allí su firma. La vigorosa visión de tantos personajes se completa con un sistema que busca individualizar a todos los personajes, salvo aquellos, como Dios o la Virgen que obedecen a prototipos muy establecidos.Desarrolla un tipo de retrato, que es una pintura religiosa. El donante y las personas santas se ubican en un mismo espacio, cargado de signos icónicos. La Virgen y el canciller Rolin (Museo del Louvre) es una obra ejemplar. La Virgen y el Niño están a la derecha, coronada ella por un ángel. De igual tamaño, el canciller se arrodilla ante ellos. Todos están en una gran sala abierta al exterior por una arquería de gusto arcaico románico con capiteles donde se pintan temas relacionados con María. Al exterior se dibuja en una superficie mínima un paisaje profundísimo con río y ciudad, donde se alcanza el límite de recreación ilusionista.La Virgen con el canónigo Van der Paele (Museo Comunal, Brujas) repite la fórmula, ahora en un interior. La composición es distinta, por la inclusión de varios santos. Lo mismo que antes, el retrato del canónigo parece de una fidelidad extrema al modelo. Esto debió colaborar a la fama de Van Eyck como retratista, tanto en estas obras religiosas y votivas, como en el mero retrato profano.Lo que no dejó de ponerse de manifiesto es el juego de signos simbólicos, lenguajes ocultos y guiños al espectador avisado. El retrato del Matrimonio Arnolfini (National Gallery) lleva estos caracteres a su apogeo, planteando problemas de interpretación no resueltos a gusto de todos. El juego del espejo del fondo, al tiempo objeto religioso, que devuelve la imagen de personajes que están en la estancia junto al matrimonio es más que un capricho o una exhibición técnica. Por otra parte, los Arnolfini son italianos vinculados al comercio, unos entre muchos que se dejan seducir por el arte nórdico, contrapuesto con el de su país. También la recreación de un interior burgués acomodado va a introducirse en la pintura tanto en el retrato de realismo simbólico, como en la obra religiosa.
obra
<p>Se trata de uno de los más inquietantes cuadros de Vermeer. Este artista sólo se dedicó a escenas de interior protagonizadas por mujeres, y sólo en seis ocasiones rompió la norma: dos paisajitos con vistas de Delft y cuatro interiores con hombres. Éste en concreto se ha dado en llamar el Geógrafo, puesto que un cartulano, mapa del mundo conocido, adorna la pared, y el personaje además se inclina con un compás sobre un extenso pliego que podría ser un mapa, disponiéndose a medir lo que pueden ser unos planos. En realidad no se sabe cuál es el motivo de la escena, excepto que se trata de un científico ya que Vermeer nos presenta a su figura realizando una actividad concreta, de tal manera que no se presentan como figuras alegóricas, sino en el marco de lo cotidiano. La figura del geógrafo no es la imagen que podría esperarse del hombre de ciencia, sino que se trata de un joven apuesto, vestido con sencillez pero con telas ricas. El interior sigue todas las normas que Vermeer utilizaba en sus cuadros: sobriedad, luz natural que proviene de una ventana abierta en el lateral, figuras serenas en acciones comedidas, materiales ricos pero discretos (el cartulano, las telas de procedencia siria u otomana que adornan el mobiliario) y, como nota personal del autor, ese azul maravilloso, indescriptible y que jamás ha logrado ser reproducido, convirtiéndose en la firma de su autor. El ambiente participa en general de la intención intimista que se practicó en los retratos y los cuadros de costumbres del Barroco holandés, pero ni se ha identificado a quién pueda estar retratando ni se sabe qué costumbre capta en este interior delicado y misterioso.</p>
obra
Este magnífico lienzo fue atribuido a José de Ribera durante largo tiempo, pasando a ser considerado como obra de Velázquez en el siglo XIX. Se piensa que fue realizada en una época temprana - hacia 1627, por los colores verdes y marrones empleados - y retocada posteriormente, cuando el artista alcanzara cierta madurez. Se trata de un personaje con aire chistoso y cómico, vestido a la moda con un cuello blanco, un jubón en tonos oscuros y un manto de color marrón. Mira hacia el espectador y señala una bola del mundo y unos libros que se encuentran sobre una mesita. La figura se recorta sobre un fondo neutro para obtener un efecto volumétrico mayor. Desconocemos exactamente quién es este personaje, pudiendo tratarse de un bufón o de un filósofo de la Antigüedad clásica representado con cierto aire satírico (se ha pensado en Demócrito), rasgo muy habitual en el Barroco y que motivó la primera atribución. También se piensa en una imagen algo más "científica", planteándose como auténticos retratos de Galileo Galilei o incluso Cristóbal Colón. Por esto se acepta como título El geógrafo. Sin duda, estamos ante una figura totalmente realista, que nos mira a los ojos para atraer nuestra atención, llevándonos a esa bola del mundo a la que señala. La luz procedente de la izquierda ilumina su expresivo rostro, trabajado con una pincelada más suelta que lo que acostumbra por estos años - véase Los Borrachos, por ejemplo - considerándose pues que sería un retoque posterior.
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El deporte de masas no sólo convoca masas en las gradas y ante el televisor. También en el estadio, en la cancha o en la piscina. La masificación y el gigantismo de los Juegos Olímpicos, que en Barcelona congregaron a 172 países, y la propia evolución del espectáculo, que lleva a las cadenas de televisión a pagar muchos millones por los derechos de retransmisión, obliga a una purga orientada de forma inevitable hacia la elite. La seguridad de los Juegos y la propia organización son inversamente proporcionales al número de atletas. En Seúl 88, por ejemplo, había 67.000 responsables de seguridad en la final de la prueba de maratón, que transcurrió por la ciudad, lo que situaba a un policía exactamente cada dos pasos. En Barcelona 92, con apenas la mitad de agentes, fue preciso reducir las plantillas de otras ciudades de España. La masificación, por tanto, suele acarrear problemas de organización. Para evitar que el sistema confunda selección con discriminación, el Comité Olímpico Internacional se propone hablar de presencia, no de participación. En Atlanta 96 se limitó la participación en los deportes individuales, como en los de equipo, donde ya hay plazas acotadas. En baloncesto o en waterpolo, por ejemplo, se acude a los Juegos después de ganarse la plaza en un exigente torneo preolímpico. En otros, como el fútbol, el COI se encuentra en una difícil tesitura. Pretendió mantener el interés permitiendo jugar a futbolistas profesionales menores de 23 años -y en Barcelona 92 lo consiguió, con 100.000 personas en el estadio del Nou Camp en la final España-Polonia-, pero chocó con otros objetivos, como la reducción de la masificación -en Atlanta 96 hubo sólo 16 equipos de fútbol, 320 jugadores- y la solapación con torneos más prestigiosos e importantes, como el campeonato del mundo. Otra decisión fue la de invitar a dos atletas por cada país que no participe por falta de posibilidades. Es una variante de la ayuda que el COI ha ofrecido en los últimos tiempos a los países con menos posibilidades, a través del Fondo Solidaridad Olímpica. Puede haber cierta merma en la calidad de algunas pruebas con esta medida. Si los tres mejores especialistas pertenecen al mismo país, por ejemplo, evitar la participación del tercero, según esta norma, limita el espectáculo, que es hoy por hoy el objetivo último de la cita Olímpica. Pero también es cierto que algunos deportes, como el atletismo y la natación, han introducido nuevas pruebas, que requieren nuevos especialistas y aumentan el número de pruebas. En Seúl 88, por ejemplo, de los dieciséis competidores que lograron tres o más medallas, trece procedían de natación y gimnasia. En los Juegos coreanos hubo 13.784 participantes, y en Barcelona 92, más de 15.000. Si se aplicase la Carta Olímpica al pie de la letra, si todos los comités olímpicos nacionales tomaran parte con equipos completos en todos los deportes, la cifra rondaría los 79.000 participantes. Pero el COI tiene intención de limitar a 10.000 la participación máxima. El boxeo ha recibido muchas críticas como deporte olímpico, y otras pruebas, como el pentatlon moderno, carecen de interés para el gran público y la televisión y resultan poco rentables para la publicidad. Otros deportes no hacen nada por modernizarse o hacerse atractivos y parecen condenados a la salida de los Juegos Olímpicos. El propio Juan Antonio Samaranch duda y lucha por adaptarse a los tiempos: "La esgrima, por ejemplo, incluye la máscara de gasa ante la cara y uniformes de color blanco que impiden al espectador distinguir a los participantes, incrementar su interés. Algunas pruebas de lucha libre son obsoletas, pero reparte 20 medallas de oro". El dirigente español duda que la práctica de deportes como el tiro con arco esté tan extendida como para mantenerse en el programa olímpico. Los deportes de exhibición, habitual consuelo en el medallero para el país organizador, desaparecieron en Atlanta 96, en beneficio de otros más atractivos para los patrocinadores, como el millonario golf o el rudo ciclismo profesional, donde la presencia de figuras como Miguel Induráin es una garantía de audiencia.
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Ciudad de clara vocación marinera, industrial y comercial, es en el siglo XVIII cuando se produce su gran despegue económico y demográfico. Sus orígenes hay que buscarlos en tiempos de la dominación romana, siendo ocupado su solar por la IV Legión Macedónica, protegida tras un recinto amurallado en la isla de Santa Catalina. Pocos más datos hay acerca de Gijón hasta el siglo IX, apareciendo citada la población en un documento del año 857 en el que se detalla que ha sido otorgada dicha villa por el rey Ordoño. Mucho después, en el siglo XIV, se sabe, tras unas centurias anteriores ciertamente oscuras en cuanto a datos, que estuvo bajo el dominio del conde Rodrigo Álvarez, conde también de Noreña. Enrique II legó dichos condados a su hijo Alfonso Enríquez, con lo que Gijón pasó a formar parte del reino de Castilla. En 1395 la población quedó destruida por un incendio. El siglo XV es un periodo de desarrollo para la población y sus habitantes: la villa es repoblada a partir del 1400 y los Reyes Católicos fomentan la construcción de un puerto, fortificado en la centuria siguiente. Su carácter comercial y marinero se acrecentará en los siglos siguientes siendo, a partir del XVIII, capital marítima de la provincia y foco de una gran actividad económica, gracias a ser autorizado para comerciar con América a partir de 1778. El Siglo de las Luces tocará de lleno a Gijón, gracias a la figura de uno de sus hijos más ilustres, Gaspar Melchor de Jovellanos. Éste, preocupado por la educación y el desarrollo de sus conciudadanos, crea en 1794 el Real Instituto Asturiano de Minas, con sus secciones de náutica y mineralogía, para el que contrató profesores, dispuso métodos y redactó libros de texto, sin escatimar esfuerzos por considerarlo la plasmación concreta de sus sueños de educador. En Asturias vive Jovellanos más de diez años, entregado a sus tareas intelectuales, entre las que destacan la redacción de su importante Memoria sobre el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas (1790), la preparación del texto final del Informe sobre el expediente de Ley Agraria (1795), que le había sido encargado por la Económica Matritense y que es quizá el más significativo documento del siglo, y el comienzo de su Diario, un testimonio de primer orden para rehacer la biografía de su autor y para captar admirablemente el espíritu de la época. En el siglo XIX Gijón se independiza de la Capitanía de Castilla y, en octubre de 1937, en plena Guerra Civil, es ocupado por las tropas rebeldes. Los avatares de la Historia y la pujanza e importancia de la ciudad han dejado un buen reguero de monumentos artísticos. Del siglo XV es el Palacio del conde de Revillagigedo, finalizado en el XVIII. Del XVI son el Palacio de Valdés, ahora convento del Santo Ángel; la Torre de los Jove-Hevia y la Casa de Jovellanos, edificada sobre el solar de los García-Jove y actual museo y hemeroteca. En el siglo XVII se construye la Capilla de la Trinidad y se reedifica la Capilla de los Remedios, en la que se conserva el sarcófago con los restos de Jovellanos. Del XVIII son la Capilla de San Lorenzo; la Colegiata de San Juan y el Palacio Municipal de Justicia.
obra
Los paisajes pintados por Klimt pueden considerarse trabajos de relax ya que las obras figurativas le causaban bastante estrés debido a los plazos de entrega. Buena parte de ellos se realizaron en verano y algunos fueron ejecutados en el jardín del estudio del pintor, como esta composición que aquí contemplamos, presidida por un girasol, situado en el centro de la composición y rodeado de pequeñas florecillas que contrastan con su grandeza.El estilo empleado recuerda al puntillismo al aplicar los colores a base de pequeños trazos, especialmente en las flores y las plantas que cierran la composición. En este sentido, resulta curioso advertir que Klimt casi siempre renuncia a pintar el cielo y el horizonte, eliminando la perspectiva para mostrar pequeños retazos de la naturaleza, que habitualmente tomaba gracias a un visor. Esto permite también presentar un formato casi fotográfico.A diferencia de los impresionistas, el maestro austriaco no se interesa por efectos atmosféricos o lumínicos sino que para el los paisajes son un manera de trabajar en paz y tranquilidad.
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Los resultados de las elecciones para la Asamblea Constituyente habían puesto de manifiesto la existencia de amplios sectores conservadores, deseosos de reconducir la trayectoria revolucionaria, a la vez que confirmaban los temores de republicanos avanzados y socialistas, que habían tratado de posponerlas. "Febrero de 1848 -ha escrito F. Furet- quiso conjurar la, división social con la fraternidad, pero la idea de clase estaba en el corazón de lo que sitió, como la verdad oculta detrás de la ilusión".Una Comisión Ejecutiva de sólo cinco miembros (Arago, Garnier-Pagès, Lamartine, Marie y Ledru-Rollin) fue designada para sustituir al Gobierno provisional. Todos ellos eran moderados, con la excepción de Ledru-Rollin, y actuaron decididamente contra una democracia social que amenazaba con desbordarles. Los talleres nacionales, que acogían a 28.000 obreros a finales de marzo, contaban con 100.000 un mes después. También trataron de frenar la presión de los clubs políticos y, el 12 de mayo, la Asamblea les prohibió presentar peticiones. La respuesta de los clubs, dirigidos por Blanqui y Raspail, fue el asalto al palacio Bourbon, sede de la Asamblea, y el nombramiento de un nuevo Gobierno provisional. Los manifestantes, sin embargo, fueron detenidos en su marcha hacia el Ayuntamiento y, con el arresto de sus principales dirigentes, perdieron efectividad rápidamente. La Comisión Ejecutiva se sintió entonces lo suficientemente fuerte como para ir contra la Comisión de Luxemburgo y contra los talleres nacionales, que eran vistos como un permanente foco de agitación.La decisión de suprimir estos últimos, que había sido adoptada el 24 de mayo, no se publicó hasta el 21 de junio. Los que habían venido de fuera de París tendrían que volver a su lugar, aunque a los jóvenes se les ofrecía la posibilidad de alistarse en el Ejército, o incorporarse a la realización de trabajos públicos en otras provincias. La reacción de los obreros lleva a la construcción de barricadas que dividen a París entre la zona proletaria del este y la burguesa del oeste. La represión corre a cargo del general Cavaignac, ministro de la Guerra y republicano intachable. El día 24 la Asamblea proclama el estado de sitio y destituye a la Comisión Ejecutiva, a la vez que concede plenos poderes a Cavaignac. Éste, que parece haber conducido la represión con deliberada parsimonia, domina completamente la situación el día 26. En la calle han quedado miles de muertos, entre los que se cuenta el arzobispo de París, monseñor Affre, que había intentado desempeñar un papel de mediador entre los sublevados y el Ejército. A la derrota de los insurrectos siguió una durísima represión en la que hubo 1.500 fusilados y más de 25.000 prisioneros, de los que unos 11.000 serían deportados. Los clubs serían cerrados y, pocas semanas después, duramente reglamentados, al igual que la prensa. El restablecimiento de un depósito previo para publicar diarios hizo que F. de Lamennais dijera que a los pobres sólo les quedaba el silencio.El espíritu de fraternidad del anterior mes de febrero podía darse por desaparecido y Lamartine, que había sido quien mejor lo había representado, inició su definitivo ocaso político. Dirigentes socialistas, como Louis Blanc, tuvieron que tomar el camino del exilio, y Cavaignac quedó como dueño absoluto del poder ejecutivo, que ejerció en beneficio de los republicanos moderados. De todas maneras, como han puesto de manifiesto los estudios de Ph. Vigier, las prácticas democráticas se generalizaron en las provincias francesas durante aquellos meses, con las elecciones de los órganos consultivos de la vida local.La nueva Constitución fue promulgada el día 4 de noviembre y, aunque su preámbulo ratificaba las libertades públicas en la tradición de 1789, las formulaciones de su articulado eran un tanto vagas. El poder legislativo residiría en una Asamblea de 750 miembros, que serían elegidos mediante sufragio universal para un periodo de tres años. El poder ejecutivo residía plenamente en un presidente de la República, elegido por sufragio universal directo para un periodo de cuatro años, aunque no sería reelegible. La figura estaba inspirada en el sistema norteamericano, aparte de que parecía haber sido pensada en beneficio de Cavaignac ya que, de no obtener un determinado nivel de votos, la elección revertiría a la Asamblea.Las previsiones políticas comenzaron a torcerse desde el momento en que la derecha de la Asamblea, el Partido del Orden, tomó la decisión de apoyar la candidatura del príncipe Luis Napoleón Bonaparte, que apenas presentaba otro mérito que su apellido. Los conservadores estaban convencidos de que podrían manejarlo a su gusto.Frente a esa candidatura, la de Cavaignac representaba al poder establecido y a ciertos medios liberales, pero tenía el defecto de haberse enajenado la simpatía de muchos republicanos, después de la represión de las jornadas de junio. Otras candidaturas eran la de Ledru-Rollin, que representaba los planteamientos de una Solidaridad Republicana en la que coincidían republicanos avanzados y socialistas moderados; la de Raspail, socialista intransigente a la componenda con los republicanos; la de Lamartine, candidatura que trataba de evocar el espíritu de concordia de los primeros momentos de la revolución, y la del general Changarnier, de carácter monárquico.Los 7.300.000 franceses que votaron el día 10 de enero distribuyeron muy desigualmente sus votos. Cinco millones cuatrocientos treinta y cuatro mil (lo que representaba un 74 por 100 de votantes) lo hicieron por Luis Napoleón, mientras que Cavaignac sólo obtenía 1.448.000 (19 por 100). Ledru-Rollin quedaba en 371.000, mientras que los demás quedaban en cifras insignificantes (Raspail, 37.000; Lamartine, 17.000; Changarnier, 8.000).Napoleón había encontrado un apoyo popular que le permitiría un extraordinario margen de maniobra pero, de momento, organizó su gobierno con los hombres del Partido del Orden. Odilon Barrot se encargó de la presidencia de un Consejo en el que también era figura destacada el conde Falloux, de fuertes convicciones católicas. Los verdaderos republicanos parecían desaparecer de la escena política.Las elecciones de 13 de mayo de 1849, para la elección de la nueva Asamblea, demostraron que la vida política francesa estaba polarizada entre los elementos conservadores del Partido del Orden y los republicanos radicales que se caracterizaban como la Montaña, en recuerdo de la Convención de 1793. Éstos, que fueron también caracterizados como demócratas-socialistas (democsocs) o, simplemente, rojos, obtuvieron unos 200 escaños, con casi 2.500.000 votos, pero no pudieron impedir un amplio triunfo de los conservadores, que casi alcanzaron los 500 escaños. Entre ambas formaciones, quedaron menos de 100 puestos para los republicanos moderados que parecían haber triunfado un año antes. En cualquier caso, las elecciones demostraron que el voto radical podía salir de las grandes ciudades y Francia pudo ofrecer, por primera vez, un mapa electoral en el que se podían apreciar diferencias que habrían de perdurar en la vida política posterior.De momento, los conservadores ejercieron un control completo de la situación que aún sería más acusado desde mediados de junio, cuando las protestas de los demócratas socialistas, contra la expedición francesa a Roma, y su enfrentamiento con los republicanos de aquella ciudad, permitió al Gobierno descabezar el movimiento radical francés. Ledru-Rollin estuvo entre los que tuvieron que tomar el camino del exilio.