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El Generalife es obra del segundo sultán de la dinastía nazarí, Muhammad II (1273-1302), reformado por Ismail I en 1319. Situado al pie de una colina, denominada Cerro del Sol, se halla separado de la Alhambra por un barranco, hacia el nordeste, y aunque su visita en la actualidad queda unida a la de la Alhambra, en realidad constituye un conjunto totalmente independiente, a modo de villa o casa de campo suburbana. El Generalife, calificado por el romancero como huerta que par no tenía, es una finca agropecuaria, con huertas, dehesa para ganado bovino y lanar y en el centro de la misma una residencia principesca, donde el sultán goza de soledad y aislamiento y de un contacto más íntimo con la naturaleza. Simbólicamente es un jardín paradisíaco.
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El Generalife es obra del segundo sultán de la dinastía nazarí, Muhammad II (1273-1302), reformado por Ismail I en 1319. Situado al pie de una colina, denominada Cerro del Sol, se halla separado de la Alhambra por un barranco, hacia el nordeste, y aunque su visita en la actualidad queda unida a la de la Alhambra, en realidad constituye un conjunto totalmente independiente, a modo de villa o casa de campo suburbana. El Generalife, calificado por el romancero como huerta que par no tenía, es una finca agropecuaria, con huertas, dehesa para ganado bovino y lanar y en el centro de la misma una residencia principesca, donde el sultán goza de soledad y aislamiento y de un contacto más íntimo con la naturaleza. Simbólicamente es un jardín paradisíaco. Tanto el Generalife como los accesos al mismo han sufrido en época moderna profundas modificaciones en su disposición. Hoy el acceso desde la Alhambra se realiza a través de una puerta y un puente, abiertos en el año 1971 en la parte más oriental del recinto fortificado de la Alhambra. Desde aquí se atraviesan para alcanzarlo unos jardines de los años treinta y un teatro al aire libre, construido en el año 1951 para celebrar el Festival Internacional de Música y Danza. Pero originariamente el acceso desde la Alhambra se efectuaba en cabalgadura, saliendo por la puerta del Hierro, defendida por las torres de los Picos y del Cadí, descendiendo hasta el barranco y volviendo a ascender en cuesta, por un camino entre muros de argamasa rojiza. El palacio, emplazado en ladera y en el centro de la finca, responde a la descripción de vivienda agrícola que el escritor del siglo XIV Ibn Luyun hace en su "Tratado de Agricultura"; se distribuye en dos terrazas, quedando la más inferior dividida en dos patios cuadrados. Al primero de ellos se llegaba por el callejón en cuesta ya mencionado; allí se desmontaba, pasando a través de un cuerpo de guardia al segundo patio, donde abre al final de una escalera una pequeña puerta cuyo dintel aparece decorado con bellísima cerámica de cuerda seca. Tras la puerta, un zaguán con banco corrido, segundo cuerpo de guardia, y una empinada escalera para alcanzar en la terraza superior el patio de la Acequia, centro del palacio. El patio de la Acequia es de planta rectangular alargada, en dirección norte-sur, y está longitudinalmente atravesado por la acequia real. Tras el incendio sufrido en 1958, las excavaciones arqueológicas permitieron constatar su disposición de patio de crucero, con cuatro cajas de jardín ochavadas, separadas por dos andadores o paseadores que los cruzan perpendicularmente, mientras que en el centro habría originalmente un pabellón, desde donde se podía ver al que llegaba sin ser visto ni oído. El jardín del patio de la Acequia era originalmente de tipo persa, con las cuatro cajas de vegetación a nivel inferior que los andadores o paseadores que lo atraviesan en cruz: formaban una especie de prado florido, con plantas de tipo de maceta y arbolitos enanos, según se lee en las inscripciones poéticas. La época romántica lo convirtió en un jardín de plantas y arbustos de gran desarrollo, desnaturalizado. Tras el incendio de 1958 se perdió la oportunidad de restaurar su carácter originario, adoptando una solución ecléctica, en la que conviven la vegetación baja junto a árboles de tipo medio y otros de gran altura. En los lados largos del patio, al este se han conservado dos viviendas, aunque probablemente fueran cuatro en origen, mientras que al oeste solamente existía una torre-mirador en época nazarí, para contemplación de la huerta, ya que la, galería o pórtico corrido de este lado fue obra de los Reyes Católicos. En esta torre-mirador se puede observar una superposición de yeserías, resultado de las frecuentes reformas en época nazarí. En los lados cortos, el pórtico sur se halla totalmente reconstruido y falseado; la actual galería inferior de tres arcos tenía solamente uno. El más importante es el pabellón del lado norte del patio de la Acequia. En su planta inferior, la única nazarí, un pórtico de cinco arcos, más ancho y rebajado el central, da acceso a través de una triple arcada a una sala de planta rectangular con alcobas laterales; al fondo de esta sala avanza hacia el norte una torre-mirador de planta cuadrada con sala interior decorada. Esta torre fue añadida en la reforma de Ismail. La planta primera del pabellón fue profundamente modificada por los Reyes Católicos y realzada con una galería alta en el siglo XVII. Las inscripciones poéticas en los alfices de las tacas u hornacinas que preceden a la sala rectangular nos informan de su uso para contener jarras de agua, además de la función de mirador que tiene todo el pabellón. Las cartelas cúficas de estas mismas tacas son sumamente expresivas; en la del lado izquierdo se dice: "Entra con compostura, habla con ciencia, sé parco en el decir y sal en paz", clara referencia a que la función de esta finca era el descanso de las tareas de gobierno y de estado, aunque en ocasiones se despacharían asuntos de audiencia con brevedad. Por su parte la cartela cúfica de la taca derecha anuncia: "A aquél cuyas palabras son hermosas debe respetársele", alusión a los poetas y literatos que deleitaban al sultán en su retiro, junto a músicos y bailarinas. Por su lado, el poema que decora el alfiz del triple arco de acceso a la sala permite constatar que se trata de la reforma de Ismail, realizada para celebrar su victoria, del año 1319, cuando derrotó a las tropas castellanas en las estribaciones de Sierra Elvira, batalla en la que perecieron los infantes don Juan y don Pedro. Los tres poemas mencionados son de Ibn al-Yayyab. Desde el pórtico norte del patio de la Acequia se pasa al patio del Ciprés de la Sultana y desde aquí se asciende a la escalera del Agua. Esta escalera consta de tres rellanos, separados por cuatro tramos de escalones, toda ella sombreada por una bóveda de laureles, mientras que tres canalillos de agua se precipitan por los pasamanos de la escalera y por el centro del suelo. Esta agua podía servir para las abluciones rituales del sultán cuando ascendía por la misma para dirigirse a la pequeña mezquita, situada en la, parte más alta y que en el siglo XIX fue desvirtuada por completo al convertirla en un mirador romántico. El conjunto de la escalera del Agua, debido a todos los elementos que contiene (árboles altos, sombra abundante y agua fluyente), responde al tipo de jardín del Paraíso, a que hace referencia el Corán (IV, 57) cuando dice: "Y en cuanto a los que creen y hacen buenas obras, les haremos entrar en jardines, debajo de los cuales fluyen ríos, para permanecer allí eternamente; para ellos habrá compañeras purificadas y les haremos entrar bajo sombra abundante". Así pues en el Generalife encontramos el tipo de jardín coránico en la escalera del Agua y el tipo histórico de jardín persa en el patio de la Acequia. En ambos casos se trata del Jardín del Paraíso. Por todo ello, cuando al caer la tarde los guardas cierran las verjas del Generalife, el visitante, aún absorto en la ensoñación de estos jardines, tiene la penosa sensación -en feliz sugerencia de García Gómez- "de haber sido expulsado del Paraíso".
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El primer homínido conocido con relativo detalle en estos momentos es el Australopithecus ramidus, especie definida en 1994 por T. White, G. Suwa y B. Asfaw, según una serie de fósiles procedentes del río Aramis, en Etiopía, y datados en 4,5-4,3 millones de años. Se trata de un homínido muy similar al chimpancé, adaptado a un hábitat relativamente arbolado, pero cuya morfología dental presenta ya el inicio de unos rasgos que se desarrollarán en los homínidos posteriores. La aparición de esta especie ha supuesto una buena confirmación de la fecha, en torno a 5 millones de años, en la que se estimaba, desde un punto de vista bioquímico, que se había producido la separación entre homínidos y chimpancés. El siguiente representante de esta línea es Australopithecus afarensis. Descubierto y dado a conocer hace relativamente poco tiempo por Johanson, White y Coppens, se conoce bastante bien gracias a los numerosos restos encontrados en Hadar (Etiopía) y Laetoli (Tanzania), que incluyen esqueletos bastante completos, como la famosa Lucy, y huellas de sus pisadas en ceniza volcánica. Está datado entre 3,8 y 3 m.a. Se trata de individuos de pequeña talla, 1,10-1,30 m. de altura, con fuerte dimorfismo sexual: los machos son mucho más grandes que las hembras, hasta el punto de que algunos investigadores piensan que tal vez sean especies distintas. Tanto las pisadas de Laetoli como la articulación de la rodilla, el pie en arco y la pelvis ancha demuestran que ya era completamente bípedo. Su esqueleto postcraneal es, salvo pequeños detalles, similar al del hombre moderno. Su capacidad encefálica es de 350-400 cm, inferior incluso a la del chimpancé, y tiene una morfología craneal con aspecto en general muy tosco. La dentición, sin embargo, presenta ya los caninos reducidos, fuerte molarización y sólo vestigios de diastema entre caninos e incisivos. Este rasgo y el bipedismo revelan componentes conductuales importantes en la aparición de los homínidos, sin duda derivados de cambios ecológicos (desecación de África oriental, sustitución de los bosques tropicales por la sabana). Entre los 3 y los 0,8 m.a. los australopitecinos sufren una clara evolución restringida espacialmente a África oriental y conocida, desde el hallazgo en 1924 del niño de Taung, en una serie de yacimientos escalonados a lo largo del Rift Valley, desde Etiopía hasta Sudáfrica. En todo este sector parecen coexistir dos formas distintas: una grácil y otra robusta. Los australopithecos gráciles, denominados normalmente Australopithecus africanus (equivalente al antiguo Plesionthropus transvaalensis), proceden sobre todo de los yacimientos kársticos de Sudáfrica (Taung, Sterkfontein, Makapansgaat), cuyas fechas oscilan entre 2,5 y 1 m.a., aunque también han sido citados algunos especímenes en los depósitos del lago Turkana y del río Omo. Sus características principales son similares a los afarensis en el esqueleto postcraneal, de tipo moderno a grandes rasgos, mientras que el cráneo presenta un aspecto claramente más evolucionado: capacidad craneana de 500 cm3, ausencia total de diastemas, caninos pequeños y bóveda craneal redondeada. Las formas robustas son las más complejas y las que han planteado últimamente más interrogantes a los antropólogos. En Sudáfrica se las ha querido denominar Australopithecus robustus, englobando a los clásicos Paranthropus robustus y P. crassidens de los yacimientos de Kromdraii y Swartkrans, datados en 1,7 m.a. Se trata de individuos más grandes que los gráciles y, al menos los machos, notablemente más robustos, sobre todo en sus características craneales: tienen la frente plana, fuerte estrechamiento postorbital, grandes arcos superciliares, cresta sagital, cara alta y muy ancha, aunque son menos prognatos que los gráciles. Su morfología dental es moderna, pero tienen una fuerte molarización. El aspecto general es el de un imponente aparato masticador. En África Oriental esta variedad adquiere mucha mayor importancia, sobre todo a raíz del descubrimiento del célebre Zinjanthropus boisei en Olduvai (Tanzania), corroborado con restos similares en Chesowanja, Omo, Turkana... Tiene una cronología comprendida entre 2,2 y 1,2 m.a. Su aspecto es aún más robusto que la variedad surafricana, con la cara ancha y claramente cóncava. El reciente descubrimiento del cráneo KNM-WT 17000, para el que se ha propuesto la denominación de Paranthropus aethiopicus, con una fecha de 2,5 m.a. y parecido a otros restos fragmentarios del Awash, ha supuesto una importante renovación en la consideración taxonómica de este grupo aethiopicus/robustus/boisei. Para la mayor parte de los investigadores, el hecho de que exista una línea evolutiva independiente de estos australopitecinos robustos desde fechas tan tempranas justifica su clasificación como un género distinto del Australopithecus: el Paranthropus. A nivel evolutivo, estas formas robustas se consideran morfotipos especializados en la obtención de ciertos alimentos vegetales (semillas, raíces, tubérculos...) que necesitan un potente aparato masticatorio. En cualquier caso, la línea de los australopitecinos, que parece formada hace ya 5 m.a., representa una clara adaptación africana a los entornos de borde de sabana, siendo el bipedismo y no la encefalización el verdadero motor de todo el proceso de hominización. El papel de los tipos robustos parece hablar a favor de una hiperespecialización en esta línea que separará claramente a dicho género de los primeros representantes de los Homo.
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Al igual que los australopitecos, el género Homo es completamente bípedo y carece de colmillos desarrollados, pero en cambio presenta una serie de caracteres propios que se van acrecentando con el tiempo: mayor encefalización, reducción en el tamaño de la cara, aumento de estatura y verdaderas capacidades simbólicas y culturales. Además, sus representantes forman poblaciones extremadamente variables a nivel fósil, tal vez preconfigurando una variedad racial que se mantiene hasta nuestros días. A causa de esta variabilidad, el género Homo está siendo objeto de una fuerte revisión en los últimos años, sin que haya una absoluta unanimidad por parte de todos los antropólogos. Los restos más antiguos que pueden atribuirse sin discusión a nuestro género han sido agrupados hasta hace poco bajo la denominación de Homo habilis. Sus fósiles proceden de Olduvai, del valle del río Omo y sobre todo de Koobi Fora -incluyendo los famosos cráneos KNM ER 1470 y 1813-, con una cronología comprendida entre 2,3 y 1,6 m.a. Hay que tener en cuenta sin embargo que, si se considera que este homínido es el primero que fabricó útiles líticos, se le debería considerar algo más antiguo, ya que en el río Awash hay instrumentos datados hasta en 2,7 m.a., aunque no haya restos indiscutiblemente humanos de cronología comparable. El aspecto físico es parecido al de los australopitecos, sobre todo en el esqueleto postcraneal, pero su cabeza es bastante diferente: tiene una capacidad muy variable, entre 580 y 700 cm3, los molares están muy reducidos y, en cambio, los incisivos son proporcionalmente mayores. Estas modificaciones en el tamaño cerebral y en el aparato masticador conllevan un mayor elevamiento de la bóveda craneana, que además tiene forma redondeada, y una fuerte reducción de la cara. A pesar de ello, todavía es bastante arcaico en algunos aspectos: tiene una estatura de sólo 1,5 m. y sus brazos son demasiado largos en relación al cuerpo, tal y como ocurría con los primeros australopitecos. Para algunos investigadores, las morfologías más arcaizantes deberían formar una especie aparte, Homo rudolfensis. Los representantes de la especie siguiente a nivel cronológico se agrupan normalmente bajo el nombre de Homo erectus. Este grupo está ya ampliamente representado a lo ancho del Viejo Mundo, en niveles datados entre 1,8 m. a. y 250.000 años, aproximadamente. Desde hace algún tiempo se considera que los restos africanos más antiguos forman una especie diferente (Homo ergaster: 1,8-1,5 m. a.), lo que significaría que, entre 1,8 y 1,6 m. a. en África convivirían hasta cuatro tipos humanos diferentes (rudolfensis, habilis, ergaster e incluso los primeros erectus), por no hablar de los parántropos. La extensión de este grupo, continuamente ampliada desde su descubrimiento por E. Dubois en Java (Pithecanthropus) a finales del siglo pasado, permite distinguir, además, numerosas variedades regionales: (a) Homo erectus esteafricanos: Nariokotome, Koobi Fora, lleret, Olduvai. (b) Atlanthropus norteafricanos: Ternifine, Salé. (c) Anteneandertales europeos, también llamados Homo heidelbergensis en sus formas más arcaicas: Mauer, Atapuerca, Aragó, Ehringsdorf, Fontechevade, Swanscombe, Steinheim, Petralona... (d) Sinanthropus en China: Zukudian, Yuanmou, Lantian, Yianku... (e) Pithecanthropus y (con dudas) Meganthropus de Java: Sangiran, Modjokerto, Trinil... Las últimas dataciones de algunos de estos fósiles entre 1,8 y 1,6 m.a. suponen un problema que se comentará más adelante. Físicamente, los erectus presentan por tanto una fuerte variabilidad tanto cronológica (estadios evolutivos) como regional (posible diversificación racial), pero se trata de características tan solapadas que muchos antropólogos actuales tienden a considerarlos, sobre todo a los especímenes más recientes, como una especie de Homo sapiens arcaicos. Esto determina que el género Homo sólo estaría representado por una especie única en realidad con diferentes estadios evolutivos. La postura ortodoxa, sobre todo por lo que respecta a las variedades de Homo que se verán a continuación, implica aceptar el estadio erectus, aunque únicamente se considere a nivel de cronoespecie. Los rasgos genéricos de erectus son: esqueleto postcraneal prácticamente moderno, aunque notablemente robusto, capacidad craneana muy variable (entre 800 y 1.300 cm3), con 1.100 de media, cráneo alargado y aplanado, con la frente huidiza, depresión postorbital marcada, fuertes arcos superciliares, cara proyectada hacia delante, mandíbula ancha, robusta y sin mentón. Las paredes del cráneo, además, son notablemente espesas y no es raro encontrar individuos con una mezcla de caracteres arcaicos y evolucionados (denominados en mosaico).