En los últimos años de su vida, Manet hace un buen número de escenas de cafés y locales nocturnos, entendidos como los templos de la modernidad. Realizó el artista un gran lienzo sobre el café concierto Reichshoffen, que más tarde sería dividido en dos partes: El café y la Camarera. El estilo difuminado de Manet motiva que hoy día parezcan dos obras independientes. Para El café empleó como modelos a dos de sus amigos, el grabador Henri Guerard y la actriz Ellen Andrée. La mujer que aparece de perfil nos es desconocida. En el cristal del fondo se puede leer un cartel publicitario del espectáculo de los célebres acróbatas Hanlon Lees, quienes actuaban en aquellos momentos en el Folies Bergère. De nuevo recurre Manet a situar la escena en primerísimo plano para invitar al espectador a participar en ella. Incluso la mujer sonríe y nos ofrece una silla. Su estilo muestra la influencia de los jóvenes artistas impresionistas al emplear una pincelada rápida, dejando las figuras difuminadas para crear el efecto atmosférico de un local cerrado. A pesar de esa rapidez en el toque de pincel, Manet sigue muy interesado por los detalles, como vemos en las jarras de cerveza o en los trajes de los modelos. Sus tonalidades recuerdan la primera etapa, más bien por la moda de los protagonistas que por el interés hacia los colores oscuros. La cortina del fondo permite pasar algo de luz, creándose un interesante juego de sombras coloreadas. El lienzo titulado la Camarera está más reelaborado, como se aprecia en la tira de lienzo añadida en la zona de la derecha, perfectamente visible en el hombre vestido de azul de primer plano, acompañado de los espectadores y a la camarera, protagonista del lienzo y verdadera atracción de aquel local, ya que procedía de Alemania. Al fondo de la escena se contempla a un músico y a una cantante en el escenario. Su faceta de reportero de escenas nocturnas se culmina con La Barra del Folies-Bergère.
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Fundada en el sitio de la Fortaleza de Babilón, cerca de las ruinas de la antigua Menfis. El Cairo cuenta con muchos monumentos de varias épocas: las pirámides de los faraones, iglesias cristianas, monasterios, la Ciudadela de Salah Eddín El-Ayubi (Saladino) que se eleva sobre el monte de Mokattam, así como mezquitas de sultanes mamelucos y otomanos. En la llanura de Guizeh se elevan las tres Pirámides, mandadas construir por Keops, Kefren y Mikerinos en la IV dinastía (alrededor de 2450-2300) y la Esfinge, estatua legendaria con cabeza de hombre y cuerpo de león. Pirámides y Esfinge constituyen una de las siete maravillas del mundo. Destaca también la barca solar del rey Keops, barca de madera mandada construir por el faraón para su viaje al otro mundo. El museo egipcio de El Cairo cuenta con casi un cuarto millón de piezas arqueológicas del Egipto antiguo y es considerado el más importante del mundo. Originariamente, El Cairo fue concebido como un campamento militar establecido en el año 641, a la orilla del río Nilo. La ciudad como tal fue fundada en el año 969 d.C con la conquista de los Fatimíes de Egipto, fortificando progresivamente la ciudad. El general Yauhar puso en 970 la primera piedra de la nueva ciudad. El Cairo fue una ciudad palacio reservada exclusivamente a los califas. A partir de 1517 Egipto pasó a formar parte del imperio turco hasta 1922, cuando Inglaterra lo constituye en reino independiente. Sin embargo, no será hasta 1952 cuando logre su total independencia bajo el mandato de Nasser. Las construcciones más importantes de época ayubí (1162-1260) y mameluca (1250-1517) son, principalmente, las mezquitas y los mausoleos, como el Mausoleo del emir Hairbak (1502) unido directamente a un palacio de época temprana de los mamelucos o la Mezquita Azul (1346-1347). Sobre la montaña Mokattam, que divide la ciudad antigua de la nueva, se yergue la Ciudadela, fortaleza mandada construir por el sultán Saladino en 1177. Éste, además, colaboró a la ampliación de la ciudad en el siglo XII y la convirtió en la capital de los sultanes mamelucos. Actualmente, El Cairo es la capital de la República Árabe de Egipto y la ciudad más grande del continente africano. Comercialmente es vital gracias al cercano canal de Suez.
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Entre el 3.200 y 2.500 antes de Cristo se desarrolla el llamado periodo Calcolítico, del que hallamos yacimientos en buena parte de Europa y el Levante mediterráneo. El principal rasgo de esta etapa es el uso del cobre, metal empleado para la fabricación de objetos suntuarios. Junto al cobre, los objetos de la vida cotidiana se siguen fabricando en piedra, material más fácil de conseguir y resistente. Los hombres de este periodo ya viven de manera permanente en asentamientos fijos, consiguiendo de la agricultura y la cría de animales la mayor parte de su sustento. Se sabe que las poblaciones estaban estructuradas en amplios grupos de parentesco, en los se recordaba y conmemoraba a los antepasados. Las creaciones funerarias son de gran tamaño y complejidad, y en ellas aparecen ajuares con objetos de cobre. En la península Ibérica, durante este periodo, los poblados más desarrollados pertenecen a la llamada Cultura de los Millares. Se trata de asentamientos fortificados, en los que se practicaría una agricultura intensiva. Sus habitantes se organizarían en clanes familiares gobernados por uno o varios cabecillas, lo que da idea de una mayor estratificación social. También característico de este periodo es el llamado fenómeno campaniforme, muy extendido dentro y fuera de España. Se trata en definitiva de un ritual de enterramiento en el que los individuos son rodeados de un rico ajuar con objetos cerámicos en forma de campana y decorados según un patrón. Además, se encuentran objetos de prestigio como puñales y puntas de flecha. La extensión de este fenómeno indica relaciones indica contactos y relaciones entre las élites de poblaciones distantes entre sí.
contexto
Al igual que habíamos observado en el Neolítico, el proceso cultural europeo de incorporación a la metalurgia es radicalmente distinto al del Próximo Oriente. Durante mucho tiempo, y partiendo de criterios exclusivamente difusionistas, se defendió que la adopción de la metalurgia y los avances que ello podría conllevar se produjeron a partir de la llegada de gentes orientales portadoras de los mencionados avances. Sin embargo, hace años que basándose en tesis poligenistas y en los nuevos hallazgos y dataciones, se acepta la existencia en Europa de focos metalúrgicos independientes en fechas bastante tempranas, más antiguas que algunos de los lugares que se venían considerando sus predecesores. En el área de los Balcanes se documenta el uso del cobre nativo durante el V milenio a. C. y, aunque los primeros objetos eran pequeñas piezas de adorno o pequeñas hachas que debían tener más un valor de prestigio que utilitario, representan el conocimiento que aquellas poblaciones tenían, de manera autóctona, sobre las técnicas mineras y metalúrgicas. Además, era una región en la que los anteriores grupos neolíticos se fueron asentando de una manera estable y poco a poco se fueron expandiendo por nuevos territorios, conociéndose núcleos de población relativamente grandes que, presumiblemente, se convirtieron en centros regionales que controlaban la producción y los posibles intercambios. Un ejemplo característico es el yacimiento de Vinça, poblado situado cerca de Belgrado, cuyo nivel inferior corresponde todavía a una etapa neolítica sobre la que se superponen los niveles calcolíticos. La gran diferencia respecto al proceso cultural de Oriente es que aquí la fabricación y uso de piezas metálicas, asociado al crecimiento de la población, no estuvo asociado a un cambio cultural rápido y definitivo y no implicó el paso a la vida urbana y a la forma política del estado. El segundo foco de metalurgia precoz en Europa, independientemente del anterior y del Próximo Oriente, se localiza en la Península Ibérica, concretamente en la región del Sudeste y en el sur de Portugal, durante el desarrollo del horizonte cultural de Los Millares donde a principios del III milenio aparecen las primeras producciones metalúrgicas. Las huellas de estos primeros procesos, extremadamente rudimentarios, hacen pensar en su carácter local, puesto que la presencia de colonos orientales habría implicado el uso de unas técnicas más depuradas; a ello hay que añadir que la riqueza minera de la zona debió facilitar el conocimiento y la utilización de estos nuevos recursos. De ello se desprende que la incorporación al Calcolítico no se produjo en la Península de una manera uniforme, pues las tierras del interior y del norte, al igual que había ocurrido durante la neolitización, tardaron más tiempo en adoptar las nuevas técnicas y los cambios a ellas asociados. El núcleo del Sudeste es el que primero evoluciona y en el que se pueden observar cambios evidentes. Tras la fase neolítica de la cultura de Almería, no demasiado bien sistematizada, se observa un indudable aumento de población documentado en los numerosos hábitats al aire libre sobre promontorios estratégicos, ahora ya mayoritarios frente a las cuevas, muchas de las cuales, sin embargo, siguieron estando habitadas; en algunos de los yacimientos, como en La Peña de los Gitanos (Montefrío, Granada), se observa una clara continuidad desde los niveles neolíticos hasta la aparición de la primera metalurgia calcolítica. Esta eclosión de poblados va marcando el territorio típico de esta cultura desde el sur de la provincia de Murcia (Cabezo del Plomo, en Mazarrón), a lo largo de la provincia de Almería (Los Millares, Almizaraque, Campos, Terrera Ventura, Cerro de las Canteras, etcétera), hasta la de Granada (Virgen del Orce, El Malagón, Montefrío, etcétera). Aunque no se trata de grandes núcleos de población, pues su extensión no suele sobrepasar 1 ha., sí son exponentes de una nueva forma de poblamiento estable enraizado con su territorio circundante en los que, como señalan Delibes y Fernández Miranda, se ha invertido una gran cantidad de trabajo al construir las viviendas circulares con zócalo de piedra y, sobre todo, las grandes murallas que rodean su perímetro, así como la utilización de necrópolis asociadas a ellos que parecen indicar una continuidad y permanencia en el asentamiento. Entre todos los yacimientos conocidos destaca el de Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería) que da nombre a todo el grupo cultural y puede considerarse un ejemplo excepcional, puesto que su extensión sobrepasa las 4 ha. que podían haber albergado más de 1.000 habitantes. Está situado en la confluencia de los ríos Huéchar y Andarax, en una meseta elevada de gran valor estratégico sobre la que se construyeron sucesivamente, por el lado más accesible, hasta tres recintos defensivos formados por una muralla de casi dos metros de altura, con torres circulares y bastiones semicirculares adosados a ella. Además de las importantes fortificaciones que cercan el poblado, hay que añadir la presencia de hasta diez fortines, situados en las montañas próximas desde las que se divisa y controla el lugar. Estas construcciones están formadas por una torre central con los ángulos redondeados, rodeada de dos recintos amurallados con bastiones semicirculares semejantes a los del poblado y, finalmente, de un foso. El tamaño del poblado y la solidez de sus estructuras hizo pensar a algunos autores que se trataba de una auténtica ciudad, pero si nos atenemos al sentido clásico y oriental del término, estos asentamientos distan mucho de aquéllos y en ningún caso su evolución cultural, asociada al inicio de una metalurgia precoz, supuso un rápido tránsito hacia modelos culturales complejos ni a su entrada en la Historia. Además de las estructuras de habitación y defensivas, en los alrededores de la mayoría de estos poblados se han encontrado sus necrópolis correspondientes, con tumbas colectivas de carácter megalítico. Nuevamente es la del yacimiento de Los Millares una de las más representativas, ya que en ella se encontraron casi cien enterramientos. Aunque se han identificado varios ejemplos de sepulturas, algunas cámaras simples o cuevas artificiales, el tipo más característico es el denominado tholos o sepultura construida con grandes piedras, formada por un corredor que daba acceso a la cámara circular, en ocasiones con nichos laterales, que cerraba en forma de falsa cúpula. El ritual empleado era el de inhumación, depositándose los cadáveres en la cámara acompañados del ajuar personal; también se han encontrado enterramientos en el corredor de acceso debido, sin duda, a la utilización de las sepulturas a lo largo de mucho tiempo. Aunque las sepulturas colectivas megalíticas se vienen interpretando como representativas de linajes familiares iguales entre sí, las diferencias observadas en la cuantía y en la riqueza de las piezas de los ajuares, así como la existencia de tumbas más o menos complejas desde el punto de vista constructivo, han hecho pensar en una sociedad no totalmente igualitaria sino con una estructura más sólida en la que existían jerarquías de poder. Aparte de este yacimiento emblemático ya hemos señalado la existencia de otros muchos poblados, entre los que cabría destacar el Cerro del Plomo (Mazarrón, Murcia) que conserva un recinto habitado rodeado de una muralla, con bastiones cuadrados y uno circular en cuyo interior se han localizado fondos de cabaña circulares con el zócalo de piedras. Cerca de Los Millares se ubica el poblado de Almizaraque, en la desembocadura del río Almanzora, con ocupaciones superpuestas desde el Calcolítico a la Edad del Bronce; conserva una gran construcción circular en el centro y restos de viviendas circulares y cuadrangulares. En las tierras del interior podemos mencionar el poblado de la Virgen de Orce (Granada) con niveles calcolíticos, argáricos y del Bronce Final. En su fase millarense se han localizado las viviendas circulares con zócalo de piedra y la muralla de adobes con bastiones circulares; también se han identificado los restos de una acequia que parece confirmar la importancia que tuvo la agricultura de regadío y el papel que su control pudo tener a nivel tanto económico como social. Casi la misma importancia cultural tuvo el foco del Suroeste portugués, centrado en la desembocadura del Tajo y paralelo culturalmente a Los Millares, donde destaca el poblado de Vila Nova de Sáo Pedro con estructuras constructivas semejantes, consistentes en dos recintos fortificados, con muralla de piedra y bastiones semicirculares. Igualmente es interesante el poblado de Zambujal, construido a lo largo de varias fases, que conserva una torre central rodeada de dos líneas de muralla con bastiones semicirculares y torres añadidas en los últimos momentos de ocupación. La interpretación tradicional de todos estos poblados en altura y fortificados era considerarlos como enclaves coloniales, fundados por gentes mediterráneas que habían llegado a Occidente en busca de metal, teoría sustentada en parte por el supuesto paralelismo formal entre estas fortificaciones y los recintos amurallados de algunos poblados del Mediterráneo Oriental. En los últimos años, sin embargo, se ha defendido la evolución local de todas estas sociedades que ya estaban asentadas en los mismos territorios durante las precedentes fases neolíticas y además se ha demostrado que muchos de los poblados buscaron estos lugares elevados de ubicación en momentos anteriores a la construcción de las espectaculares murallas, debido a la necesidad de controlar y explotar mejor nuevos recursos económicos; a pesar de esta defensa del autoctonismo, hay autores que piensan que es difícil explicar determinados elementos materiales sin aceptar algunos contactos e influencias venidos desde el exterior. Hemos apuntado ya algunas notas sobre la economía de estas poblaciones y a modo de resumen podemos recordar que tradicionalmente se pensaba que habían surgido y crecido en función de la explotación del metal y que su localización, entre la costa y las minas del interior, demostraba la importancia que su explotación tuvo. Sin embargo, los trabajos de Gilman en el Sureste han demostrado la importancia que debieron jugar los recursos cercanos a los poblados, especialmente la explotación de las tierras circundantes. Analizó el paisaje de la zona, uno de los más áridos de Europa, y valoró la respuesta que los campesinos autóctonos podían haber dado a este medio en principio hostil; tuvieron que forzar la intensificación de algunos cultivos mediante el regadío, concentrándose la producción en zonas relativamente restringidas. Establece una clara relación entre este nuevo sistema de agricultura intensiva y la aparición de incipientes jerarquías a nivel social. En el equipo material de todos estos yacimientos destaca la presencia de los primeros objetos metálicos de cobre, hachas planas, puñales triangulares, punzones y cinceles, de tecnología relativamente simple. Uno de los objetos más significativos del horizonte millarense son los ídolos, de distintas formas y tamaños, fabricados bien sobre piedra, bien sobre hueso y muchos de ellos decorados con motivos oculados y geométricos. La cerámica constituye también un elemento muy representativo, aunque algunas de las formas son claramente heredadas de las anteriores cerámicas neolíticas; muchos de los recipientes son lisos pero otros presentan decoración incisa formando nuevamente motivos oculados y estilizaciones de animales. La industria lítica sigue estando presente con algunas piezas de clara tradición neolítica como los geométricos y en cambio otras formas nuevas como las grandes láminas de retoque abrupto, las puntas de flecha triangulares de base cóncava, con o sin aletas, y las hachas planas o redondeadas de piedra pulimentada. Los útiles fabricados en hueso siguen utilizándose y aparte de los tradicionales punzones, agujas o varillas, aparecen placas, peines, cuentas de collar, etcétera. En las restantes regiones peninsulares ya hemos dicho que no se produce el mismo fenómeno cultural; la adopción de la primera metalurgia del cobre es más tardía, no estando presente hasta el momento plenamente campaniforme, y ni siquiera el fenómeno megalítico tiene las mismas expresiones materiales, no encontrándose fuera del sur y sureste las famosas tholoi ni las galerías cubiertas, apareciendo los enterramientos colectivos en cuevas naturales o en dólmenes de estructura simple. En Levante, que es la región más próxima al foco del Sureste, se han localizado algunos poblados calcolíticos que son una clara evolución de los anteriores asentamientos neolíticos, pero suelen ubicarse en terrenos llanos y carecen de fortificaciones. El único ejemplo más paralelizable que podemos mencionar es el de La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) pues aunque se trata de un poblado en llano, está rodeado de una muralla; este lugar de habitación no sobrepasa la media hectárea de extensión y conserva una potente estratigrafía que documenta un poblamiento desde finales del Neolítico hasta ya iniciada la Edad del Bronce.
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La Edad de la Piedra termina con el periodo Neolítico y a continuación se inicia la Edad de los Metales, llamada así porque el hombre inventó la metalurgia, a la que se consideró el avance tecnológico decisivo y definitorio de la nueva etapa cultural. La primera fase se denomina Calcolítico (calcós = cobre; litos = piedra) durante la que el hombre descubrió el cobre y comenzó a trabajarlo; la segunda etapa es la Edad del Bronce, momento en que empezaron a realizar aleaciones de cobre y estaño y, por último, se desarrolló la Edad del Hierro en la que ya se fabricaron objetos de dicho metal. Aunque la invención de la metalurgia supuso, sin duda, un avance tecnológico importante, debemos recordar que no se trató de un hecho repentino, ya que aquellas sociedades antiguas conocían desde siempre la existencia y la manera de extraer todo tipo de piedras -se conocen minas de sílex- usadas para fabricar no sólo objetos utilitarios sino también otros elementos destinados al comercio y al intercambio. No es raro, pues, que empleasen rocas y arcilla o piedras semipreciosas como la malaquita y la azurita, que contuvieran en su composición minerales de cobre y que con el tiempo llegasen a descubrir sus propiedades para la fundición y la transformación. El acceso al conocimiento de la metalurgia no fue idéntico en todas partes y muchos autores se inclinan a pensar que en gran número de ocasiones se debió tratar de procesos locales que, al principio, no tuvieron demasiada trascendencia y no jugaron un papel importante como industria que alterase la vida de aquellos grupos. Las primeras piezas metálicas conocidas son pequeños alambres o punzones de cobre nativo fabricados por martilleo en frío, así como pequeños hilos de oro, el otro metal utilizado tempranamente porque también se encuentra en la naturaleza en estado nativo, generalmente en forma de pepitas. Sólo tiempo después se llegó al conocimiento de la fusión del mineral a altas temperaturas, técnica que requiere el uso de hornos herméticos y el empleo de moldes que permiten fabricar objetos más grandes, variados y resistentes. Al principio, los hornos empleados eran sencillos, seguramente simples fosas recubiertas de arcilla en las que se colocaban capas sucesivas de carbón y de mineral que por el calor producido se iba fundiendo y cayendo al fondo de la fosa, del que se recogía una vez retirados los restos del carbón; como apunta Rovira, se ha demostrado que en un principio pudo usarse la simple lumbre del hogar donde se alcanzarían 600 o 700°, suficientes para transformar el carbonato de cobre en cobre metálico a partir de piedras como la malaquita, o incluso se han descubierto vasijas de cerámica con escoriaciones dentro, que podían haber desempeñado el papel de pequeños hornos domésticos. Siendo importante el descubrimiento de la metalurgia, no es la única característica cultural que permite definir la etapa calcolítica, puesto que dicho invento se produjo en el seno de unas comunidades que seguían evolucionando y transformando sus formas económicas y sociales. Muchos autores, como Chapman, insisten en que la progresiva complejidad de aquellos grupos fue la que permitió el desarrollo de determinadas tecnologías y que esa progresión se apoyaba en la intensificación de los recursos que ya se conocían en el Neolítico. Fue importante la mejora en la producción agrícola y los cultivos se vieron incrementados al introducirse sistemas de regadío, abonado de los campos y utilización del arado, primero tirado por el hombre y después por animales usados como fuerza de trabajo en el campo. El mayor aprovechamiento de los animales domésticos, no sólo en las mencionadas tareas agrícolas sino en la explotación de la leche o de la lana, también supuso un adelanto importante, hasta el punto de que Sherrat y otros autores han hablado de la revolución de los productos secundarios. El uso de algunos animales para el transporte, unido a la invención de la rueda, permitió los desplazamientos a larga distancia tanto de personas como de productos y mercancías, lo que favoreció el intercambio entre comunidades distantes, la progresiva actividad comercial y la propia expansión de los nuevos inventos. Igualmente se pueden observar cambios en el plano social, sobre todo en el paulatino aumento de la población o en la variación de los lugares de asentamiento, que amplían su tamaño y cambian de lugar, ocupándose ahora nuevas tierras que en las fases anteriores no habían resultado rentables. Las aglomeraciones mayores y la progresiva especialización en el trabajo fueron elementos determinantes para la aparición de estructuras sociales más complejas, con la consecuente aparición de mayores desigualdades y una autoridad o jerarquía más estable.
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El calendario judío regula la vida cotidiana de las poblaciones creyentes de todo el mundo. Se trata de un calendario lunar, siendo los meses alternativamente de 29 y 30 días. El primer día de cada mes y los días 30, cuando los hay, son fiestas menores. En cada ciclo de diecinueve años se inserta siete veces un mes adicional para hacer coincidir el calendario lunar con el solar, de tal forma que las fiestas sigan cayendo en la estación adecuada, a diferencia de las musulmanas, que pueden caer en cualquier fecha del calendario solar. Sin embargo, existe cierta fluctuación en la fecha civil de las fiestas judías entre un año y otro. El antiguo calendario judío sigue estando en uso en un contexto religioso. El punto de partida es la Creación, cuya fecha (3761 a.C.) ha sido calculada a partir de la Biblia. El día comienza y termina al anochecer. La semana tiene su punto culminante en el Sabbath, día sagrado de descanso que corresponde al sábado cristiano.
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Los egipcios conocieron el calendario más complejo y exacto de la antigüedad, cuya existencia se supone ya hacia el año 4241 a.C. El calendario egipcio o renpit, de 365 días, se basaba en la salida helíaca de la estrella Sirio o Sothis. Estaba dividido en doce periodos de treinta días, más cinco días festivos llamados epagomenoi o epagómenos. Según este calendario, el año resultaba más o menos un cuarto más corto que el año solar, con lo que una determinada fecha del calendario se adelantaba un día cada cuatro años. El inicio del calendario comenzaba con la inundación anual del Nilo. En consecuencia para los egipcios existían tres estaciones: akhet o inundación, el invierno; peret o siembre, la primavera; y shemu o maduración, el verano.
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Con el fin de festejar a todos los dioses en los templos y los lugares sacros, los romanos establecieron un calendario, originalmente ligado a la agricultura. Primitivamente, el año romano, basado en la Luna, constaba de 10 meses, 304 días, y comenzaba en marzo y finalizaba en diciembre. Posteriormente Numa intentó adecuar el calendario al ciclo solar, creando los meses de enero y febrero y ampliando los días del año a 355. Cada dos años se intercalaba un mes de 20 días (mensis intercalaris), mientras que los días se dividían en 12 partes diurnas y 12 nocturnas (vigilias). César organizó el calendario en el año 46 a.C., y fijó en 365 días, 5 horas y 52 minutos la duración del año, añadiendo un día suplementario cada 4 años (bis sextum), que debía ir intercalado entre el 24 y el 25 de febrero. Los meses romanos, dedicados a un dios o una actividad, quedaron de la siguiente manera tras la reforma de César: - Ianuarius - Jano - Februarius - Mes de las fiestas expiatorias o purificaciones - Martius - Marte - Aprilis - Probablemente, mes en que se abre la vegetación - Maius - Maya, fecundidad de la tierra. - Iunius - Juno, el mes de las bodas - Quintilis, quinto mes del año antiguo, dedicado a César y renombrado como Iulius - Sextilis, sexto mes del año antiguo, más tarde dedicado a Augusto y por tanto renombrado como Augustus - September, séptimo mes del año antiguo - October, octavo mes del año antiguo - November, noveno mes del año antiguo - December, décimo mes del año antiguo El mes se dividía en dos fases, siguiendo el esquema del calendario lunar. El primer día de mes era llamado calendae; las nonas eran el quinto día de cada mes, mientras que el día decimotercero de cada mes era llamado idus. En los meses de marzo, mayo, julio y octubre, las nonas correspondían al séptimo día del mes. En esos mismos meses, los idus eran el decimoquinto día. Los meses de febrero y diciembre correspondían a los inicios del año, por lo que se celebraban las llamadas fiestas caóticas. También se consideró que el 21 de abril era otro comienzo de año, para festejar el nacimiento de Roma.
contexto
El año heleno tenía 12 meses de 30 días, resultando un desfase de 11 días con respecto al año astronómico. Para solucionarlo incorporaron un nuevo mes cada dos años, aunque tampoco el resultado será perfecto, lo que obligó a continuas modificaciones. Los meses estaban divididos en tres grupos de diez días y, respecto a la hora, siguieron la división caldea de una hora como la vigesimocuarta parte del día, estando dividida en 60 minutos, cada uno de ellos dividido a su vez en 60 segundos. La medida del tiempo se realizaba con relojes de arena y de agua.