J. J. Pollitt describe de esta manera la obra maestra de la arquitectura helenística en [Pérgamo: "Estaba construido sobre una terraza..., al sur del templo de Atenea y a un nivel más bajo. A esta terraza se accedía por un propíleo desde el este, de forma que lo primero que se veía al entrar era, en realidad, la espalda del edificio". El Altar de Pérgamo sigue un esquema que ya tenía precedentes, pero con una relación de alturas desacostumbrada: en lugar de un friso bajo con una alta columnata, que era lo más normal, aquí lo que hallamos es un enorme podio, con su fabuloso friso esculpido y su majestuosa escalera, y, por encima, una columnata de escasa altura; es posible, como se ha sugerido, que se quisiesen reproducir las proporciones de los grandes altares de cenizas dedicados a Zeus (por ejemplo, el de Olimpia), en los que sólo la parte más alta se veía rodeada de placas -aquí reemplazadas por columnas- para sostener las cenizas más recientes. De cualquier modo, la parte esencial del altar pasaba a ser su podio, y por tanto el alto friso que lo recubre. En él se desarrollaba la gran conmoción cósmica que sacudió el principio de los tiempos: la lucha de los dioses, de la naturaleza organizada, contra los Gigantes, fuerzas del desorden y de lo irracional. Distribuidos según sus ámbitos y esferas de acción, rodeando a las soberanas figuras de Zeus y Atenea, todas las deidades, con sus animales correspondientes, rechazan la acometida de los brutales y monstruosos hijos de la Tierra. Todos los artistas que trabajaron en los relieves, procedentes de distintas ciudades (Pérgamo, Atenas, Tralles, quizá Rodas), consiguieron crear un estilo unitario, lo que se suele llamar Segunda Escuela Pergaménica; un ambiente donde las telas se abultan y anudan, donde las caras viven la tensión y el anhelo hasta mucho más allá de lo que Escopas concibiera, donde el sol brilla sobre las superficies como si las plasmase a grandes pinceladas, pero donde cualquier calidad -tela, piel, escamas- recibe un tratamiento individualizado y convincente.
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J. J. Pollitt describe de esta manera la obra maestra de la arquitectura [helenística en Pérgamo: "Estaba construido sobre una terraza..., al sur del templo de Atenea y a un nivel más bajo. A esta terraza se accedía por un propíleo desde el este, de forma que lo primero que se veía al entrar era, en realidad, la espalda del edificio". El Altar de Pérgamo sigue un esquema que ya tenía precedentes, pero con una relación de alturas desacostumbrada: en lugar de un friso bajo con una alta columnata, que era lo más normal, aquí lo que hallamos es un enorme podio, con su fabuloso friso esculpido y su majestuosa escalera, y, por encima, una columnata de escasa altura; es posible, como se ha sugerido, que se quisiesen reproducir las proporciones de los grandes altares de cenizas dedicados a Zeus (por ejemplo, el de Olimpia), en los que sólo la parte más alta se veía rodeada de placas -aquí reemplazadas por columnas- para sostener las cenizas más recientes. De cualquier modo, la parte esencial del altar pasaba a ser su podio, y por tanto el alto friso que lo recubre. En él se desarrollaba la gran conmoción cósmica que sacudió el principio de los tiempos: la lucha de los dioses, de la naturaleza organizada, contra los Gigantes, fuerzas del desorden y de lo irracional. Distribuidos según sus ámbitos y esferas de acción, rodeando a las soberanas figuras de Zeus y Atenea, todas las deidades, con sus animales correspondientes, rechazan la acometida de los brutales y monstruosos hijos de la Tierra. Todos los artistas que trabajaron en los relieves, procedentes de distintas ciudades (Pérgamo, Atenas, Tralles, quizá Rodas), consiguieron crear un estilo unitario, lo que se suele llamar Segunda Escuela Pergaménica; un ambiente donde las telas se abultan y anudan, donde las caras viven la tensión y el anhelo hasta mucho más allá de lo que Escopas concibiera, donde el sol brilla sobre las superficies como si las plasmase a grandes pinceladas, pero donde cualquier calidad -tela, piel, escamas- recibe un tratamiento individualizado y convincente.
acepcion
Ara de piedra en el que se representaban cuatro ofrendas. Cada una de ellas estaba orientada hacia los cuatro puntos cardinales.
obra
El primer taller de marfiles, en el ámbito castellano-leonés, es el del monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja), cuya actividad se inicia a fines del siglo X, antes de la del taller real de León, creado amediados del siglo XI. De la primera época mozárabe del taller de San Millán es este altar portátil con las placas enmarcadas en madera y una decoración de tradición andalusí. La parte inferior de esta pieza fue forrada con una tela califal que armoniza con el resto, dada la unidad de estilo.