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Durante los períodos fríos del Pleistoceno medio y superior, a causa de las condiciones climáticas, las cabras monteses descendieron a zonas de baja altitud, aunque sin extenderse a las grandes llanuras. Entonces fueron objeto del interés de los cazadores paleolíticos que muchas veces las hicieron figurar en sus santuarios. Tenemos bellos ejemplos en Altamira, realizados dentro del conjunto de pinturas del periodo Magdaleniense, en torno a 14.500 años.
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La Sala de los Polícromos de Altamira tiene aproximadamente 18 x 9 metros, y en su techo se contiene el conjunto más célebre de todo el arte paleolítico. Al examinarlo como tal hay que tener en cuenta que el hombre paleolítico no podía contemplarlo en su totalidad, pues el suelo estaba más alto que en nuestros días (fue rebajado en 1925). Pero, ahora, el conjunto se nos presenta como una unidad -acaso una escena en una pradera-. Las formas de los animales se hacen más corporales a causa de haberse aprovechado las protuberancias del techo para representar su volumen. En el panel la figura más importante es el bisonte de faz humana, colocado en la parte de abajo y en el centro. Sus patas tocan un gran signo claviforme (de los que hay varios) y dos signos con apéndices laterales. El tema general, bisonte + caballo, lleva añadidos algunos temas complementarios: al fondo se encuentra una gran cierva acompañada de un pequeño bisonte. Otra cierva completa el caballo. Hay en el centro una gran cabeza, que Leroi-Gourhan cree que es de caballo, lo que es dudoso. Las zonas del contorno llevan un cierto número de figuras marginales que en una composición de corredor se colocarían hacia el fondo. Al lado de la gran cierva hay antropomorfos; a cada lado los jabalíes (son dos que constituyen un unicum en el arte parietal, aunque uno es dudoso); y un bisonte sin cabeza. Paralelos de Altamira los tenemos en El Castillo, Marsoulas, Niaux, Trois-Fréres, etc.
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Las manos son una de las imágenes más sugestivas de la iconografía paleolítica. Las manos pueden ser negativas (siluetas con un halo) o positivas (impresión directa de la mano impregnada de color), siendo las primeras mucho más numerosas que las segundas. Las manos negativas se obtenían arrojando el color por la boca o por un tubo, como un rudimentario precedente de lo que hoy llamamos pintura a la pistola. El aspecto aureolado de la mancha de color, negra o roja, la reserva del espacio vacío cubierto por la mano, nos inclinan a pensarlo así, pues un pincel no habría obtenido los matices progresivamente ligeros y vaporosos a medida que la pintura se aleja de los límites de la mano.
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Al periodo Solutrense, entre 18.500 y 16.500 años, corresponde el conjunto de pinturas más antiguo de la Cueva de Altamira. Se trata de grandes figuras de caballos pintados en rojo o negro, manos pintadas en positivo y en negativo, y numerosos signos grabados. Este conjunto se halla en la zona más alejada de la boca de acceso a la sala de los Polícromos.
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El conjunto de pinturas más antiguo de la Cueva de Altamira corresponde al periodo Solutrense, entre 18.500 y 16.500 años. Son grandes figuras de caballos pintados en rojo o negro, manos pintadas en positivo y en negativo, y numerosos signos grabados. Según Leroi-Gourhan en los signos donde la capacidad de abstracción del artista paleolítico se nos hace más patente. En ellos vemos cómo se llega a individualizar la realidad en modelos expresados bajo formas simbólicas. No es que el arte figurativo no implique ya una cierta capacidad de abstracción, es que el autor del arte cuaternario produce símbolos que podemos paralelizar con nuestros fonemas escritos.
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La Sala de Polícromos de la cueva de Altamira fue durante el Paleolítico Superior un santuario cuyo ambiente oscuro necesitó luz artificial para realizar las pinturas. Los artistas se iluminaron con lámparas alimentadas con grasa animal. En esta sala de la cueva aparecen manifestaciones artísticas de diversos momentos del Paleolítico Superior. Se distinguen varias superposiciones que denotan que su realización se llevó a cabo en diversas etapas. Las representaciones comprenden una amplia variedad de temas del arte paleolítico: animales, signos y antropomorfos. El conjunto de pinturas más antiguo corresponde al periodo Solutrense, entre 18.500 y 16.500 años. Son grandes figuras de caballos pintados en rojo o negro, manos pintadas en positivo y en negativo, y numerosos signos grabados. Al conjunto de pinturas del periodo Magdaleniense, en torno a 14.500 años, corresponden los bisontes polícromos, representados en diferentes posturas y actitudes. Forman parte también de este conjunto dos caballos, una cierva y una impresionante cabeza de uro o toro del Paleolítico ya extinguido. También se conservan gran cantidad de grabados, entre los que destaca la figura completa de un impresionante ciervo en actitud de bramar y algunas cabezas de cápridos y cérvidos de gran belleza. Los antropomorfos muestran convenciones habituales en este tipo de representaciones, como la actitud "orante", con las manos levantadas ante la cara, y cabezas que recuerdan la forma de los pájaros.
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Junto al área de habitación de la cueva de Altamira y recibiendo la escasa luz natural que nos brinda la boca de la cueva, se encuentra el famoso Techo de los Polícromos, considerado por Breuil "la Capilla Sixtina del arte paleolítico". En esta sala de la cueva aparecen manifestaciones artísticas de diversos momentos del Paleolítico Superior. Se distinguen varias superposiciones que denotan que su realización se llevó a cabo en diversas etapas. Las representaciones comprenden una amplia variedad de temas del arte paleolítico: animales, signos y antropomorfos. La interpretación del arte rupestre cuaternario sigue siendo objeto de vivas polémicas. Han sido formuladas varias teorías para interpretar este arte: el arte ornamental, la magia propiciatoria, la mentalidad totémica, el chamanismo. En cualquier caso, la mayoría de los investigadores piensan que el arte rupestre paleolítico formó parte del mundo espiritual y religioso de sus autores, que respondía a unas creencias y que, por tanto, las cuevas decoradas fueron santuarios en los que el hombre plasmó una concepción del mundo que se perdió en el tiempo.