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En primer lugar, hay que indicar que la guerra significó una parálisis casi total de la actividad escultórica, convirtiéndose el Nuevo Estado y sus organizaciones casi en el demandante exclusivo, canalizando sus encargos hacia la exaltación del régimen y su ideario (monumentos a la Victoria, Caídos, personalidades del momento o históricas, afines o tenidas como tales). Completaba el círculo comitente la Iglesia, más volcada en la restauración mimética de los estragos de la II República y la guerra, que en insuflar alientos nuevos. Ya marcó ciertamente Ureña el carácter simbólico, público y didáctico que la cultura franquista concedió a la escultura, glorificando los valores patrios e intemporales tal y como eran entendidos por el régimen: clasicismo, tradición, academicismo, sobriedad mediterránea, imaginería barroca, reciedumbre social, madurez. Como se ve, es difícil conciliar tales mimbres, que terminaron por ser sólo académicos y eclécticos. Pocos fueron los artistas genuinos del período, ya que por su carácter tradicional, académico, ideológico, se echó mano de los ya consolidados -que cada uno de sus mentores convertía en paradigma- excluyendo todo lo que oliera a vanguardia, a los que condenaba al exilio, ostracismo u obligada adaptación. Concentrada la actividad plástica más comprometida en pocos lugares (Valencia, Madrid, Barcelona, para lo civil; Granada, Sevilla, para lo religioso-procesional) sus focos metastásicos fueron de muy limitada actividad, permitiendo en cambio una actividad más libre y rupturista en aquellos lugares alejados de consignas y tópicos. Para entender mejor el período recordamos la fuerte depuración sufrida por el mundo profesional, las pérdidas de figuras por exilio o muerte y los compromisos a que obligó el clima represor de la inmediata post-guerra y la política autárquica. Desbrozando de urgencia tendencias y creadores pudiéramos englobarlos en pocos apartados y con notables interferencias: 1) Los academicistas más conservadores que, con poco esfuerzo, veían valorar más maneras cercanas a las propias (M. Benlliure, J. Higueras, I. Pinazo, A. Marinas). 2) Los imagineros y otros escultores que encontraron en lo religioso-procesional y la restauración historicista un notable campo de actuación (F. Marco Pérez, J. Beobide, I. Soriano, F. Marés, D. Sánchez Mesa, Navas Parejo, N. Prados López, F. Trapero, A. Castillo Lastrucci, A. Illanes, M. Echegoyan), en los que el peso de la tradición fue siempre determinante. 3) Los que refrenaron, de grado o a la fuerza, su personalidad renovadora en obsequio de la demanda (M. de Huerta, F. Orduna, J. Clará, Q. de Torre, P. de Torre lzunza, J. Adsuara, A. Sánchez-Cid, M. Álvarez Laviada, E. Monjo) a los que el paso del tiempo quitó novedad. 4) Los más jóvenes surgidos al arte poco antes, que se integraron en búsqueda de encargos y fortuna, que a veces vieron aflorar herencias varias (E. Aladrén, J. de Avalos, E. Pérez Comendador, A. Cano Correa, A. Casamor d'Espona, M. Ramos, E. Cejas, J. Ortells, J. Cañas, V. Navarro, R. Isern). 5) Los que pudieron o supieron mantener u ofrecer propuestas más libres en tiempos de consigna y escasez (A. Ferrant, C. Ferreira, J. Oteiza, J. Planes, E. Serra, L. Cristóbal, R. Sanz, P. Fleitas) que se proyectan después así como los que trabajan fuera. La efervescencia religiosa y la labor de restauración y erección de templos y centros, produjo una pléyade de obras de dudosa originalidad y frecuentes anacronismos, pero merecen especial recuerdo las ímprobas reconstrucciones del Panteón Real de Poblet por Federico Marés y las de la Catedral de Sigüenza por Moisés de Huerta y Florentino Trapero, así como la de tantas imágenes maltrechas de las que algunos tomaron alientos con resultados dignos. En el apartado de artistas ya reconocidos que se plegaron a las demandas y exigencias del nuevo orden debe matizarse el grado de acomodación, la frecuencia, el recetario imperialista aceptado y la ponderación de su uso. En rápida recapitulación, recordamos las obras más estimables: de F. Orduna, los algo envarados pero clásicos Deportistas (1942), y que se mostraría de más grácil composición en el monumento a Gayarre (1948-50, Pamplona) que debe poco a códigos imperiales; de Moisés de Huerta el clasicista relieve del Arco del Triunfo de la Ciudad Universitaria (1952-56, Madrid); de José Clará, el grupo central del Monumento a los Caídos (1951, Barcelona) y de Federico Marés su estilizado Angel Custodio para D'Ors (1945). Entre los más integrados en la estética del Régimen destacan Emilio Aladrén (muerto en 1941), autor de la primera serie de retratos oficiales y Juan de Avalos (1911), volcado con gracia en el retrato y ciertas composiciones literarias (Los amantes de Teruel) y escasa fortuna en lo monumental. Quiso ser el escultor del sistema y quedó en empalagoso repertorista de ampulosidades (Valle de los Caídos, Cuelgamuros; Monumento a Franco, Santa Cruz de Tenerife). Recordemos por último a Enrique Pérez Comendador (1900-1981) que se inició con primor en las gracias clasicistas de la Sevilla de 1927-29 (Borja de Arteaga, 1927; La tierra de Sevilla, 1929) para irse decantando por serenidad helénica y porte mediterraneísta (Desnudo, 1935). Los años de la postguerra son de un indudable estancamiento, salvo en los siempre bellos retratos (Autorretrato, 1948-51) y algunas ponderadas piezas religiosas, empeñado en una serie de monumentos clasicistas, pero distantes y envarados (Pedro de Valdivia, 1946; Núñez de Balboa, 1952-54; Hernando de Soto, 1962), quedando muchos otros autores en repetidores, con oficio, de simbologías patrióticas ajadas por el uso reiterativo.
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A partir de los años 80 del siglo X, el final del califato omeya en al-Andalus estuvo marcado por un cambio de régimen bastante parecido al que se había producido en el califato de Bagdad unos cuarenta años antes cuando los Buyíes se hicieron con el poder. En Córdoba como en Iraq y en Irán, detrás de la conservación de principio del califato, el poder efectivo pasó a manos de una dinastía de emires en Oriente, hayib/s en al-Andalus. La evolución tuvo lugar en la Península en un período mucho más corto en el tiempo pero fue de la misma naturaleza. Los hayib/s amiríes del último cuarto del X y la primera decena del XI -al-Mansur y luego su hijo al-Muzaffar- llevaron el florecimiento del califato omeya a un punto inigualable y formaron un amplio conjunto político en el que la autoridad de Córdoba se extendía en todo el Magreb occidental. Se acuñaban monedas a nombre del califa Hisham hasta Siyilmasa, a las puertas del Sahara. Un imponente ejército en el que los contingentes esclavones (saqaliba) y beréberes eran la punta de lanza atemorizaba a los Estados cristianos del norte de la Península y hacía reinar el orden en el norte de Marruecos. Pero, como un cable demasiado tendido, esta construcción política, aparentemente tan potente, se derrumbó de forma repentina a raíz de la Revolución de Córdoba en el año 1009.
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Los árabes no quisieron aceptar aquella decisión internacional que, arbitrariamente, les privaba de su tierra y enquistaba en ella a otro pueblo, cuyo argumento eran derechos religiosos e históricos con dos milenios de antigüedad. Cuando David Ben Gurion proclamó el Estado de Israel, en la tarde del 14 de mayo de 1948, lo hizo sin acogerse a los límites de la partición de la ONU, consciente, por un lado, de que su país tendría las fronteras que fuese capaz de defender, pero, también, esperando que sus soldados vencieran y las ampliaran. En la guerra de 1948, que para los israelíes es la de "la independencia" y para los árabes la de "la infamia", se impuso el nuevo país y durante el conflicto se creó el problema de los refugiados, el más grave que ahora mismo subsiste: de las tierras del nuevo Estado fueron arrojadas por el miedo, las fuerzas armadas judías o la propaganda árabe unas 500.000 personas. El 11 de diciembre de 1949, la Asamblea General de la ONU, en la resolución 194, ya ordenaba a Israel que las acogiera en su territorio si deseaban regresar o las indemnizase, caso de que prefirieran emigrar. Israel acogió a unos 40.000 e indemnizó a algunos millares más. En los veinte años siguientes, Israel se desarrolló económica y militarmente: logró éxitos agrícolas y un ejército capaz de vencer a todos sus vecinos. En estos progresos debe hacerse constar su buena parte de artificialidad, porque el Estado judío ha recibido en medio siglo cientos de miles de millones de dólares de Europa y, sobre todo, de Estados Unidos, en ayudas de todo tipo. Entre ellas hay que citar una central nuclear, que la ha convertido en potencia atómica, y las armas más sofisticadas, que no suelen estar ni siquiera en manos de los aliados de la OTAN. Donde no ha evolucionado es en lo político. En el interior, el país está fraccionado social, racial y religiosamente; en sus relaciones exteriores ha sido incapaz de construir vínculos de cooperación y progreso con sus vecinos e, incluso, llegan a ser hoscas con Europa y Estados Unidos, a los que ha prestado servicios como centinela del Mediterráneo Oriental durante la Guerra Fría y de los que ha recibido y recibe las ayudas que hacen viable su funcionamiento (hasta un tercio de renta). En esas tensiones regionales, Israel provocó la Guerra del Sinaí-Suez, de octubre 1956, y se dejó llevar a la Guerra de los Seis Días, de junio de 1967. Sobre esas victorias se erigiría el prestigio militar israelí pero también su descalificación moral. La guerra de 1956 fue una agresión vinculada a los intereses colonialistas franco-británicos en el Canal de Suez. La guerra de 1967 no fue defensiva, para lo cual hubiera bastado el primer día de la contienda, sino una campaña de conquista en la que se apoderó del Sinaí -devuelto a Egipto en 1982, tras los acuerdos de Camp David-, y del Golán, de Cisjordania y de la zona vieja de Jerusalén. Coincidencias de la Historia: también en 20 años el sionismo pasaba de lograr un Estado, en el cual no ser víctima de otros, a convertirse en una potencia con actitudes imperialistas. Las resoluciones de la ONU números 242 (1967), 338 (1973), y 3236 (1974) exigen la retirada israelí de todos los territorios ocupados en esa guerra y muestran la abierta censura de la comunidad internacional ante una ideología de corte fascista que pretende mantener vigente el derecho de conquista con el pretexto de que está amenazada su integridad.
Personaje Militar
Fue uno de los personajes más destacados que pasaron por las colonias italianas en Africa. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en compensación por su trabajo en los territorios dependientes de Italia, recibió algunos nombramientos, aunque siempre ocupó cargos secundarios. De ideología monárquica, en su defensa de esta institución se alió con algunos senadores para pedir al rey Víctor Manuel III que relegara a Mussolini como cabeza del ejército. En 1943, con motivo de la celebración del gran consejo fascista, secundó a Grandi en su moción de deponer al Duce. Su actitud le valió la detención del gobierno fascista. Fue sometido a un juicio por el Tribunal Especial de Verona y condenado a muerte. El 11 de enero de 1944 tuvo lugar su ejecución y la de Ciano.
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Las ciudades mineras tuvieron un crecimiento urbano que nada tiene que ver con el modelo de que hemos estado hablando. Nacidas sin ninguna traza previa, su crecimiento fue completamente irregular, ajeno a todo principio de urbanismo clásico y resultado de la urgencia de satisfacer necesidades inmediatas.Taxco, Guanajuato o Zacatecas, se desarrollaron por ejemplo en función de los caminos principales, y muy condicionadas por encontrarse en las laderas de los montes, lo cual resulta casi una constante de los centros mineros. Tanto el descubrimiento de las minas de Zacatecas en 1546, como de las de Guanajuato en 1548, habían transformado la región: se fundaron villas para la protección y pacificación de la zona así como presidios que, como el de San Miguel, el de Saltillo o el de Aguascalientes, acabaron generando a su vez el nacimiento de nuevas villas. La necesidad de proteger estos enclaves obligó a construir fortines, como los cuatro que protegieron el Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato. Este Real de Minas de Guanajuato había nacido en 1554, pero hasta 1741 no se le dio título de ciudad y fue en el siglo XVIII cuando se levantaron los grandes edificios -el de los Jesuitas, la Valenciana...- que modificaron la imagen urbana de una ciudad no demasiado regular en planta. Una vista del año 1783 muestra tanto la irregularidad de su trazado, adaptado a los cerros de las minas, como el carácter casi teatral de los edificios, representados en alzado como si fueran los decorados para una representación.También San Luis Potosí (México) conoció su esplendor en el siglo XVIII. Había nacido en el siglo XVI en función de la evangelización y pacificación de la zona, pero cuando en 1592 se descubrió la riqueza de su plata pasó a ser Real de Minas y, ya a mediados del siglo XVII, obtuvo el título de ciudad. En su caso el trazado, debido a Juan de Oñate, fue regular. Por lo que se refiere a Zacatecas, verdadera ciudad de frontera en la expansión española hacia el norte, Bakewell ha observado la decepción que se hubieran llevado los redactores de las "Ordenanzas" de 1573 de haber podido ver esta ciudad minera, nacida tras el descubrimiento de las minas en 1546, pues era "un poblado disperso sobre una línea irregular y comprimido entre dos montes que forman un estrecho valle".El centro minero que más riquezas aportó fue sin embargo Potosí (Bolivia). De su riqueza quedan huellas hasta en el lenguaje coloquial, como la expresión "vale un Potosí". Desde que los españoles, hacia 1545, conocieron la riqueza de plata del cerro, comenzaron a llegar allí pobladores que, en lugar de fundar una ciudad bien trazada, "procuraron todos poner el hombro a formar algunas caserías", pues fue en realidad un campamento minero el Asiento minero de Potosí aunque en 1561 alcanzara el título de Villa Imperial. Arzans y Vela escribía en 1737 que, tan sólo año y medio después de la fundación, tenía ya más de dos mil quinientas casas y catorce mil habitantes entre indios y españoles, pero a sus calles no se les podía llamar más que callejones por lo estrechas que eran. El virrey Francisco de Toledo trató de modificar ese estado de cosas y se ocupó en 1572 de que el centro de la ciudad se ordenara en forma de damero. Esa zona, donde estaba la plaza Mayor, se reservó para españoles y criollos y los barrios de indios quedaron al otro lado del río artificial de La Ribera. Además de la plaza Mayor hubo otra dedicada a mercado llamada del Ccatu -que significa mercado en quechua- y que los españoles llamaron del Cato. Esta plaza desapareció cuando en el espacio de ella se construyó -entre 1753 y 1773- la Casa de la Moneda.El campamento minero de Vila Rica (Duro Preto, Brasil), que recibió el título de villa en 1711, tuvo unas calles estrechas e irregulares, aunque también tuvo una plaza ante la Casa de Cámara y Cárcel. Tanto ésta como otras ciudades mineras de Brasil, situadas en terrenos escarpados, crecieron a lo largo de un camino y, con el tiempo, fueron las iglesias y los pequeños espacios urbanos creados ante ellas los que modificaron no sólo los trazados sino, sobre todo, la imagen urbana. La ciudad de Mariana, también en Minas Gerais, es una excepción ya que tuvo un trazado más regular proyectado por el ingeniero militar José Fernando Pinto Alpoim hacia 1740, pero lo normal fue la irregularidad de trazado que se puede apreciar por ejemplo en Vila Boa (Goiás Viejo) a pesar de contar, como la mayoría, con una plaza regular (aunque se debería hablar más de espacio que de plaza) ante la Casa de Cámara y Cárcel. En México fue una excepción, ya en el siglo XVIII, el Real de Minas de San Martín de Bolaños, en el que se intentó un trazado regular a pesar de estar situado en zona montañosa, pero los ejemplos citados no dejan de ser excepciones a la regla.
Personaje Arquitecto
En un primer momento, fue policía de la Casa del Rey, participando en las batallas de Fontenoy y Raucoux. Interesado por las actividades científicas, a partir de 1747 se convirtió en uno de los primeros alumnos de Perronet en la Escuela de Puentes y Caminos. Dirigió grandes empresas y trabajó especialmente en la ciudad de Rouen, además de dirigir la construcción de los puertos marítimos de La Havre, Tréport y Dieppe. En 1781, se encargó de la construcción del enorme puerto de Cherburg. Tras volver a París, llevó a cabo entre 1801-03 el hermoso Puente de las Artes. Se retiró en 1804 y falleció dos años después.
Personaje Pintor
A pesar de unos orígenes italianos, Chirico nace en Grecia. Su formación se inicia en 1906 en la ciudad de Munich, donde conoce la cultura alemana. Estudia la filosofía de Nietzsche, Schopenhauer y Weiminger y la pintura romántica y decadente de Arnold Böcklin y Max Klinger. Sus primeras composiciones parten de estos postulados y de una gran admiración por las construcciones clásicas de los que salen esas escenografías en sus cuadros. Obras como Marina (1908), Lucha entre lapitas y centauros (1909), Centauro herido (1909) son ejemplos de ello. En 1910 se encuentra en París, entra en contacto con Paul Valéry y Guillaume Apollinaire. A pesar de sus conocimientos sobre las vanguardias parisinas, en concreto del cubismo, eso no le causó ningún interés y prefirió realizar una pintura más personal basada en visiones oníricas. En éstas existen grandes escenarios arquitectónicos que ofrecen un carácter mágico a la escena, repletos de elementos cotidianos, de personajes como los maniquíes, etc. como se advierte en La estatua se ha movido, El enigma de la hora, La gran torre, Melancolía otoñal, etc. En 1916 conoce a Carlo Carrà y comienzan a formular la teoría metafísica. Así nacen obras como Interiores metafísicos, El gran metafísico o Héctor y Andrómaca. Dos años después, junto a su hermano Savinio y a Carrà, participa en la revista Valori Plastici de M. Broglio que manifestaba el retorno al orden, a la tradición del arte italiano. De Chirico expone con el grupo Valori Plastici en Berlín (1921) y en Florencia (1922). La importancia de la metafísica en el arte posterior es fundamental ya que sirvió de base para otros movimientos como el realismo mágico, el Novecento italiano y el surrealismo. Más tarde, su introducción en el movimiento surrealista viene de la mano del propio grupo, que ve en sus obras algunos de los postulados que ellos mismos apuntaban. En 1925 participa en la primera exposición surrealista. Posteriormente, De Chirico rechaza sus propias investigaciones e incluso el arte contemporáneo comenzando así el llamado periodo neo-barroco, compuesto sobre todo por elementos arqueológicos y caballos.
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A lo largo de la primera mitad del siglo I d. C. se asiste a un proceso de consolidación de los programas iniciados con anterioridad. Es el momento en el que se edifica el foro de Clunia (Burgos), de excepcionales dimensiones, sin duda, acordes con el carácter de cabeza de conventus de la ciudad. Al sur se erigía un templo pseudoperíptero, dotado de una cella con ábside y dos escaleras laterales de acceso, mientras que en el otro extremo del conjunto se situaba la basílica, enfrentada al templo y en posición transversal. El pórtico lateral del foro comunicaba con una hilera de tabernae cuyas puertas abren hacia la plaza. En un momento posterior a la edificación del conjunto, las tabernae centrales fueron modificadas transformándose en una triple aula de culto, en la que aparecieron dos cabezas de príncipes julio-claudios. Esta circunstancia permite apuntar la posibilidad de que este nuevo espacio cultural respondiese al problema planteado por el aumento paulatino del panteón imperial, constituyendo un testimonio más de la complejidad alcanzada por el culto al emperador. Una buena muestra de la evolución experimentada por una ciudad hispana de tipo medio a lo largo del siglo I d. C. viene proporcionada por Baelo Claudia (Cádiz), donde las últimas investigaciones han permitido precisar la cronología de un programa monumental en constante evolución durante más de medio siglo, propiciado por su ascensión al rango de municipio bajo el emperador Claudio. En efecto, la arqueología va demostrando cómo este establecimiento costero, cuya importancia venía dada fundamentalmente por sus actividades relacionadas con el comercio de salazones, sufrió una transformación tan profunda en su aspecto monumental a raíz de su promoción jurídica que implicó la desaparición de los elementos anteriores a raíz de la construcción del foro. La organización general de este conjunto arquitectónico, limitado al Sur por el decumanus maximus, consta de los componentes básicos que definen un modelo canónico de foro, es decir, un sector religioso y una basílica ocupando una situación extrema, enfrentado entre sí y separados por una plaza enlosada, limitada lateralmente por sendos pórticos. El área sagrada estaba ocupada por tres templos que se abrían a la plaza ofreciendo una sensación de dominio sobre todo el espacio del foro. Su construcción se remonta a los tiempos de Claudio o Nerón, como la mayor parte de todo el conjunto forense, aunque uno de los tres quedó inacabado, no concluyéndose hasta la época de los primeros antoninos y siempre después que hubo finalizada la elevación del templo de Isis, situado al lado de los tres edificios religiosos. La función comercial estaba representada por un conjunto de seis tabernae localizadas en el pórtico oriental, construidas con Claudio o Nerón y abandonadas con bastante rapidez a consecuencia de la construcción de un mercado (macellum) en el ángulo suroeste del foro a finales del siglo I ó comienzos del II d. C. Estos cambios tan rápidos, junto con los que se observan en el lado occidental del foro, donde se documentan dos etapas sucesivas, una claudio-neroniana y otra flavio-trajanea, sin que pueda descartarse una anterior a éstas, representan los signos de una capacidad evidente para satisfacer unos claros deseos de monumentalidad especialmente dirigida a la vertiente religiosa y política, los dos aspectos esenciales de la ideología imperial. Fueron precisamente esas dos facetas, la política y la religiosa, las que impulsaron la realización de los nuevos programas monumentales a lo largo del siglo I d. C. y especialmente a partir de época flavia. El más espectacular de todos sin duda fue el construido en Tarraco por la dinastía flavia para desarrollar el culto imperial provincial, albergar la sede del Concilium Provinciae Hispaniae Citerioris, cuya grandiosidad, aproximadamente 11 Ha., ha determinado la evolución urbanística y la topografía de la ciudad desde el Bajo Imperio hasta nuestros días. Este complejo se estructuraba en tres niveles partiendo de un eje de simetría orientado NE/SO. La terraza superior estaba ocupada por una plaza central rodeada por tres de sus lados por un pórtico con una sala dispuesta axialmente en el pórtico de fondo. Este recinto, que en la actualidad se halla ocupado por la gran Catedral, debía estar presidido por un templo del que no se ha conservado ningún elemento arquitectónico in situ, aunque es muy probable su presencia, dado el fuerte componente religioso que tenían las ceremonias de culto imperial. La segunda terraza, situada a un nivel inferior, estaba ocupada por una gran plaza de representación rodeada de un doble porticado por tres de sus lados con criptopórticos y dispuesta transversalmente en relación con el eje del recinto superior. Dos escaleras dispuestas en el eje central permitían la comunicación con la terraza superior y con el circo que ocupaba la terraza inferior, construido en un momento ligeramente posterior, pero parte integrante del mismo proyecto. Los numerosos hallazgos en la terraza intermedia de pedestales de estatua con inscripción, correspondientes al sacerdocio de culto provincial (flamen y flaminica) han confirmado la funcionalidad de todo el conjunto. De entre los elementos recuperados que componían la decoración de este complejo destaca la serie de fragmentos de clípeos con representación de Júpiter Ammon y Medusa, que debían adornar los pórticos de la terraza superior y que imitan de forma inequívoca modelos iconográficos presentes en el Foro de Augusto en Roma. Piezas semejantes han sido descubiertas entre los restos que integraban la decoración del foro colonial de Augusta Emerita. Esta coincidencia debe ser entendida como el reflejo de la enorme carga simbólica que poseía el programa decorativo del Foro de Augusto en Roma, máxima representación de la ideología imperial y, por tanto, un modelo a imitar. La construcción del conjunto de culto provincial en Tarragona no implicó la desaparición del foro municipal, situado en la parte baja de la ciudad, como demuestran las inscripciones con dedicatorias a emperadores y las esculturas localizadas en este recinto, expresiones del culto imperial de carácter local. Estas evidencias permiten deducir la existencia de una voluntad decidida en separar las manifestaciones de veneración al emperador promovidas por los estamentos ciudadanos, de las que entraban en la esfera del ámbito provincial. Una situación semejante parece darse en las otras dos capitales de provincia, Augusta Emerita y Colonia Patricia (Córdoba), a la vista de los datos derivados de las investigaciones más recientes. En ambos casos, la recuperación de inscripciones relacionadas con el desarrollo del culto imperial provincial, constituye un argumento decisivo. Además, en Augusta Emerita el conocido como Arco de Trajano, de denominación arbitraria, constituía la entrada a este foro, del que recientemente, en un solar de la calle Holguín, han descubierto unos vestigios pertenecientes a un gran templo con columna de mármol. En el caso de Córdoba, el programa flavio no sólo incluyó la construcción del foro provincial, sino que además contempló la edificación de otro gran conjunto monumental a modo de plaza, presidida por la imponente mole de un templo marmóreo, cuyos restos se localizan actualmente en la calle Claudio Morelo, así como un nuevo acueducto. La situación periférica de este último templo para cuyo levantamiento tuvo que derribarse un tramo de la muralla urbana, representa la muestra más evidente del crecimiento alcanzado por las principales ciudades, que obligaba a planificar nuevas zonas de expansión. Otros signos de esta vitalidad urbana en época flavia van definiéndose en Valentia (Valencia) de igual modo que en Conimbriga, donde se renovó en forma muy profunda, tanto el foro como las termas y en Munigua (Sevilla) donde, sobre todo, destaca la construcción de un santuario en terrazas que constituye una soberbia continuación, en período tardoflavio, de modelos arquitectónicos desarrollados en el Lacio en época tardorrepublicana, como los santuarios de Hércules Victor en Tibur y de la Fortuna Primigenia en Praeneste. De nuevo, en este caso, hay que relacionar la concesión del Ius Latii la ciudad por parte de Vespasiano y la realización de un importante conjunto monumental, un santuario, sin descartar la posible influencia ejercida por senadores procedentes de la Bética presentes en Tibur. También parece estar relacionada con la concesión de la ciudadanía romana, la construcción, a fin del siglo I d. C., de un arco cuadrifronte en el cruce de dos calles de la ciudad de Capera (Cáceres), a cargo de un magistrado local. En el siglo II d. C., la Nova Urbs de Italica (Sevilla), constituye un ejemplo para el que no existe parangón alguno. A ello contribuyó la circunstancia de haber sido la patria de Trajano y Adriano, quienes, sobre todo este último se mostraron generosos con la ciudad que les vio nacer. La creación del nuevo establecimiento urbano coincidió con su ascenso a la categoría de colonia, acontecimiento propicio que también se dejó sentir en el viejo núcleo republicano que vio como sus edificios más singulares, como el teatro, eran objeto de sensibles mejoras, como la gran plataforma dispuesta sobre la summa cavea que debió de servir de asiento a un templo. Todos los elementos de la nova urbs fueron cuidados hasta el más minino detalle, incluso su red de alcantarillado. Su trama regular con calles espaciosas, algunas llegan a alcanzar los 16 metros de anchura, perfectamente pavimentadas y dotadas de pórticos. Las manzanas rectangulares determinadas por el trazado de las calles estaban ocupadas por lo general por dos casas amplias, auténticas domus en las que las habitaciones principales se disponían en torno a un patio porticado con fuentes y aljibe. La presencia de termas privadas y de mosaicos era bastante habitual, así como la localización de establecimientos comerciales en las fachadas. Los edificios públicos no desentonaban en este ambiente de elevada categoría, destacando unas termas públicas -la ciudad antigua contaba con otras-, un anfiteatro y un gran recinto monumental, tremendamente expoliado, consistente en una gran plaza rectangular limitada por pórticos, amenizados por medio de la alternancia de exedras cuadrangular y semicirculares. El espacio interior estaba presidido por un templo, del que apenas queda la impronta del arranque de su cimentación, pero que, a juzgar por las dimensiones de ésta, debió poseer unas proporciones majestuosas, comparables tan sólo con las del templo octástilo de Augusto representado en monedas de Tarraco. Es indiscutible el enorme parecido de este conjunto con la célebre Biblioteca de Adriano en Atenas, que en Itálica se destinó probablemente a venerar la figura de Trajano divinizado, a cuya estatua de culto bien pudo pertenecer el colosal antebrazo de casi dos metros de longitud, recuperado en las excavaciones realizadas en dicho recinto. La labor constructora de Adriano en Hispania no debió limitarse a su ciudad natal, pues, sabemos que en Tarragona restauró el templo de Divus Augustus y hasta es posible que el templo que en la actualidad se localiza en la calle Mármoles, de Sevilla, del que permanecen in situ tres columnas monolíticas de granito, fuese reconstruido por este emperador o por su sucesor, Antonino Pío. Hacia esa fecha se construyó en Augusta Emerita un templo dedicado a Marte, cuyos restos fueron reaprovechados para elevar un templete dedicado a Santa Eulalia.
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De cómo Diego Velázquez envió contra Cortés a Pánfilo de Narváez con mucha gente Estaba Diego Velázquez muy enojado de Hernán Cortés, no tanto por el gasto, que poco o ninguno había hecho, cuanto por el interés de lo presente y por la honra, formando muy fuertes quejas de él porque no le había dado cuenta ni parte, como a teniente de gobernador de Cuba, de lo que había hecho y descubierto, sino enviándola a España al Rey, como si aquello estuviera mal hecho o traición; y donde primero mostró la saña, fue al saber que Cortés enviaba el quinto y presente, y las relaciones de lo que había descubierto y hecho, al Rey y a su consejo, con Francisco de Montejo y con Alonso Fernández Portocarrero en una nao; pues en seguida armó una o dos carabelas, y las despachó corriendo a tomar la de Cortés y lo que llevaba; y en una de ellas fue Gonzalo de Guzmán, que después fue teniente de gobernador en Cuba por su muerte; mas como se detuvieron mucho en prepararla, ni la tomaron ni la vieron, y después, como cuanto más prósperas nuevas y hazañas oyese de Cortés, tanto más le creciese la saña y mala querencia, no hacía sino pensar cómo deshacerle y destruirle. Estando, pues, en este pensamiento, sucedió que llegó a Santiago de Cuba Benito Martín, su capellán, que le trajo cartas del Emperador y el título de adelantado, y cédula de la gobernación de todo lo que hubiese descubierto, poblado y conquistado en tierra y costa de Yucatán, con lo cual se alegró mucho, y tanto por echar de México a Cortés, cuanto por el dictado y favores que el Rey le daba; y así, vino entonces con esta armada, que tenía ochenta caballos, y se acordó con Pánfilo de Narváez que viniese como capitán general de ella y su teniente de gobernador; y para que partiese más pronto, anduvo él mismo por la isla y llegó a Guaniguanico, que es lo último de ella al poniente, donde, estando ya para partir Diego Velázquez a Santiago y Pánfilo de Narváez a México, llegó el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de Santo Domingo, en nombre de aquella chancillería y de los frailes jerónimos que gobernaban, y del licenciado Rodrigo de Figueroa, juez de residencia y visitador de la audiencia, a requerir, bajo graves penas, a Diego Velázquez que no enviase, y Pánfilo que no fuese, contra Cortés, pues sería causa de muertes, guerras civiles, y otros muchos males entre españoles, y se perdería México con todo lo demás que estaba ganado y pacífico para el Rey. Les dijo, que si tenía enojo con él y diferencia sobre hacienda o sobre puntos de honra, que al Emperador pertenecía conocer y sentenciar la causa y no que él mismo hiciese justicia en su propio pleito, haciendo fuerza al contrario. Les rogó, si querían servir al Rey y a Dios primeramente, y ganar honra y provecho, que fuesen a conquistar nuevas tierras, pues había muchas descubiertas sin la de Cortés, y tenían tan buena gente y armada. No bastó este requerimiento ni la autoridad y persona del licenciado de Ayllón, para que Diego Velázquez y Narváez dejasen de proseguir su viaje contra Cortés. Viendo, pues, tanta obstinación en ellos y tan poca reverencia a la justicia, decidió irse con Narváez en la nao que vino desde Santo Domingo, para impedir daños, pensando que lo acabaría mejor allí con él solo que estando presente Diego Velázquez, y también para mediar entre Cortés y Narváez si rompiesen. Embarcóse con tanto Pánfilo en Guaniguanico, y fue a surgir con su flota cerca de Veracruz, y cuando supo que había allí ciento cincuenta españoles de los de Cortés, envió allí un clérigo, a Juan Ruiz de Guevara y a Alonso de Vergara a requerirlos para que le tuviesen por capitán y gobernador; pero no quisieron escucharle los de dentro, antes bien, les prendieron y los enviaron a México a Cortés para que se informase de ellos. Sacó después a tierra a la gente, caballos, armas y artillería, y se fue a Cempoallan. Los indios comarcanos, tanto amigos de Cortés como vasallos de Moctezuma, le dieron oro, mantas y comida, pensando que era de Cortés.