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De cómo fue Cortés hecho gobernador Después de ser tenido por recusado el obispo de Burgos, mandó el Emperador que viesen y determinasen las diferencias y pleitos de Hernán Cortés y Diego Velázquez, Mercurino Gatinara, gran chanciller, que era italiano; el señor de Lasao; el doctor de la Rocha, flamenco; Fernando de Vega, señor de Grajales y comendador mayor de Castilla; el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal y el licenciado Francisco de Vargas, tesorero general de Castilla; los cuales se juntaron muchos días en las casas de Alonso de Argüello, donde habitaba el Gran Chanciller. Oyeron a Martín Cortés, Francisco de Montejo, Francisco Núñez y otros procuradores de Cortés, y a Manuel de Rojas, Andrés de Duero y otros procuradores de Diego Velázquez. Llevaron lo procesado, y después sentenciaron a favor de Cortés, más por derecho y rigor de justicia que por admiración de virtud, loando sus hazañas y servicios y aprobando su fidelidad. Impusieron silencio a Diego Velázquez en la gobernación de la Nueva España, dejándole su derecho a salvo, si algo le debía Cortés, y hasta pienso que le quitaron el gobierno de Cuba porque envió con armada a Pánfilo de Narváez. Los descargos, razón y justicia que tuvo Cortés para librarlo de aquel pleito y darle la gobernación de la Nueva España y tierras que habían conquistado, la historia los cuenta. Los cargos de la acusación y culpa eran que había ido con dinero y poder de Diego Velázquez a descubrir, rescatar y conquistar; que no acudió a él con la ganancia y obediencia; que sacó un ojo a Narváez; que no recibió a Cristóbal de Tapia; que no obedecía las provisiones reales; que no pagaba el quinto real; que tiranizaba a los españoles y maltrataba a los indios. Por la sentencia que dieron estos señores, y porque se lo aconsejaron así, hizo el Emperador a Hernán Cortés adelantado, repartidor y gobernador de la Nueva España y cuantas tierras ganase, alabando y confirmando todo lo que había hecho en servicio de Dios y suyo. Firmó las provisiones en Valladolid, a 22 de octubre, el año 1522. Las signó el licenciado don García de Padilla, y las refrendó el secretario Francisco de los Cobos. Le dio también cédulas para echar de la Nueva España a los tornadizos y letrados; éstos para que hubiese menos pleitos, y aquéllos para que no estragasen la conversión. Le escribió también el Emperador, agradeciéndole los trabajos que había pasado en aquella conquista, y el servicio de Dios en quitar los ídolos. Le prometió grandes mercedes, animándole a semejantes empresas. Dijo que le enviaría obispos, clérigos y frailes para la conversión como los pedía, y haría llevar todas las demás cosas que solicitaba para fortalecer, cultivar y ennoblecer la tierra. Caminaron luego con estos buenos despachos de su majestad Francisco de las Casas y Rodrigo de Paz. Notificaron la sentencia y provisión a Diego Velázquez con público pregón, en Santiago de Barucoa de Cuba, el siguiente mayo del año 23. De lo cual sintió tanto pesar Diego Velázquez, que llegó a morir de ello. Murió triste y pobre, habiendo sido riquísimo, y nunca después de muerto pidieron nada a Cortés sus herederos.
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De cómo fue recusado el obispo de Burgos en las cosas de Cortés Tenía el obispo de Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca, que gobernaba las Indias, tanta enemistad y odio a Hernán Cortés, o tanto cariño y amistad a Diego Velázquez, que desfavorecía y encubría sus hechos y servicios; por donde Cortés fue difamado cuando merecía más fama, y no pudieron Martín Cortés, su padre, ni Francisco de Montejo, ni el licenciado Francisco Núñez, su primo, y otros procuradores suyos, tener respuesta ni despacho ninguno del obispo, en lo que cumplía a la conquista de Nueva España y contentamiento de los conquistadores. Pendían del obispo todos los negocios de las Indias; estaba el rey en Alemania como emperador, y no tenían remedio ni aún esperanzas de negociar bien. Así que acordaron de recusarle, aunque pareciese muy duro y feo. Hablaron al Papa Adriano, que gobernaba estos reinos antes que pasase a Italia, y al Emperador así que vino. El Papa quiso llevar aquel negocio muy de raíz, por ser el Obispo tan principalísima persona, a súplicas del señor de Lasao, que era de la cámara del Emperador, y había venido a darle el parabién del pontificado, el cual favorecía a Cortés por la fama; y oídas las partes y vistas las relaciones, mandó al Obispo, estando en Zaragoza, que no se ocupase más en negocios de Cortés ni de Indias, según pareció, y el Emperador mandó lo mismo siguiendo la declaración del Papa. Las causas que dieron y probaron fueron el odio que tuvo siempre a Cortés y a sus cosas, llamándole públicamente traidor: que encubría sus relaciones y torcía sus servicios para que no lo supiese el Rey; que mandaba a Juan López de Recalde, contador de la casa de la contratación de Sevilla, que no dejase pasar a la Nueva España hombres, ni armas, ni vestidos, ni hierro, ni otras cosas; que proveía los oficios y cargos a hombres que no los merecían, como fue Cristóbal de Tapia, que se apasionó por Diego Velázquez, por casarle con doña Petronila de Fonseca, su sobrina; que consentía y aprobaba las falsas relaciones de Diego Velázquez, que ordenaron Andrés de Duero, Manuel de Rojas y otros contra las de Cortés, y esto fue lo que le dañó y afrentó, pues sonó muy mal condenar las relaciones verdaderas, y aprobar las falsas. Esta recusación fue causa de que el Obispo se marchase de la corte descontento y enojado, y Diego Velázquez fuese condenado y hasta removido de la gobernación de Cuba, sino que se murió en seguida, y Cortés se declarase como gobernador de la Nueva España con grande honra. Se ocupó en las cosas de las Indias Juan Rodríguez de Fonseca cerca de treinta años, y las mandó muy absolutamente. Comenzó siendo deán de Sevilla y acabó obispo de Burgos, arzobispo de Rosano y comisario general de la Cruzada, y hubiese sido arzobispo de Toledo si hubiese tenido ánimo; mas como era clérigo riquísimo y había servido tanto tiempo, y le favorecía su hermano Antonio de Fonseca, se confió mucho, y le robó, como dicen, la bendición don Alonso de Fonseca, sobrino suyo, arzobispo de Santiago, que prestó dinero para lo de Fuenterrabía, por lo cual no se hablaban.
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De cómo queman para enterrar a los reyes de Michuacan El rey de Michuacan, que era grandísimo señor, y que competía con el de México, cuando estaba muy a la muerte y desahuciado de los médicos, nombraba al hijo que quería por rey; el cual llamaba entonces a todos los señores del reino, gobernadores, capitanes y valientes soldados que tenían cargos de su padre, para enterrarle; al que no venía le castigaba como a traidor. Todos venían, y le traían presentes, que era como aprobación del reinado. Si el rey estaba enfermo en artículo de muerte, cerraban las puertas de la sala para que nadie entrase allí. Ponían la divisa, silla y armas reales en un portal del patio de palacio, para que allí se recogiesen los señores y los demás caballeros. En muriendo alzaban todos ellos y los demás un gran llanto, entraban donde estaba su rey muerto, le tocaban con las manos, lo bañaban con agua olorosa, le vestían una camisa muy delgada, le calzaban unos zapatos de venado, que es el calzado de aquellos reyes; te ataban cascabeles de oro a los tobillos, le ponían ajorcas de turquesas en las muñecas, en los brazos brazaletes de oro, en la garganta gargantillas de turquesas y otras piedras, en las orejas zarcillos de oro, en el bezo un bezote de turquesas, y en la espalda un gran trenzado de muy linda pluma verde. Le echaban en unas anchas andas que tenían una cama muy buena; le ponían a uno de los lados un arco y un carcaj de piel de tigre, con muchas flechas; y al otro un bulto de su tamaño, hecho de mantas finas, a manera de muñeca, que llevaba un gran plumaje de plumas verdes, largas y de precio. Llevaba su trenzado, zapatos, brazaletes y collar de oro. Entre tanto que unos hacían esto, lavaban otros a las mujeres y hombres que habían de ser matados para acompañar al rey al infierno. Les daban bien de comer, y los emborrachaban para que no sintiesen mucho la muerte. El nuevo señor señalaba las personas que habían de ir a servir al rey su padre, porque muchos no se alegraban de tanta honra y favor; aunque algunos había tan simples o engañados, que tenían por gloriosa aquella muerte. Eran principalmente siete mujeres nobles y señoras: una para que llevase todos los bezotes, arracadas, manillas, collares y otras joyas así de ricas, que solía ponerse al muerto; otra iba para copera, otra para que le sirviese aguamanos, otra para que le diese el orinal, otra para cocinera, y la otra para lavandera. También mataban otras muchas esclavas, y mozas de servicio que eran libres. No se lleva cuenta de los hombres esclavos y libres que mataban el día del entierro del rey, pues mataban uno y aun más de cada oficio. Limpios, pues, estos escogidos, hartos y beodos, se teñían los rostros de amarillo, y se ponían en las cabezas sendas guirnaldas de flores, e iban como en procesión delante del cuerpo muerto, unos tañendo caracolas, otros huesos, otros en conchas de tortuga, otros chiflando, y creo que todos llorando. Los hijos del muerto y los señores principales tomaban en hombros las andas, y caminaban paso a paso al templo de su dios Curicaueri; los parientes rodeaban las andas y cantaban ciertos cantares tristes y enrevesados; los criados, los hombres valientes, y de cargos de justicia o guerra, llevaban abanicos, pendones y diversas armas. Salían de palacio a medianoche con grandes tizones de tea y con grandísimo ruido de trompetas y atabales. Los vecinos de las calles por donde pasaban, barrían y regaban muy bien el suelo. Al llegar al templo daban cuatro vueltas a una hacina de leña de pino, que tenían hecha para quemar el cuerpo, echaban las andas encima del montón de leña, y le prendían fuego por debajo; y como estaba seca, pronto ardía. Golpeaban entre tanto a los enguirnaldados, con porras, y los enterraban de cuatro en cuatro con los vestidos y cosas que llevaban, detrás del templo, al lado de las paredes. Al amanecer, cuando ya estaba muerto el fuego, cogían en una rica manta la ceniza, huesos, piedras y oro derretido, e iban con ello a la puerta del templo; salían los sacerdotes, bendecían las endemoniadas reliquias, las envolvían en aquella y en otras mantas, hacían una muñeca, la vestían muy bien como hombre, le ponían máscara, plumaje, zarcillos, sartales, sortijas, bezotes y cascabeles de oro; arco, flechas y una rodela de oro y pluma a la espalda, que parecía un ídolo muy compuesto. Abrían luego una sepultura al pie de las gradas, ancha y cuadrada, y dos estados de honda.; la emparamentaban de esteras nuevas y buenas por las cuatro paredes y el suelo, armaban dentro una cama, entraba cargado de la muñeca un religioso, cuyo oficio era tomar a cuestas a los dioses, y la tendían en la cama con los ojos hacia levante. Colgaban muchas rodelas de oro y plata sobre las esteras, y muchos penachos, saetas y algún arco. Arrimaban tinajas, ollas, jarros y platos. En fin, llenaban la huesa de arcas encoradas, con ropa y joyas, de comida y de armas. Salían, y cerraban el hoyo con vigas y tablas, echaban por encima un suelo de barro, y con eso esto se iban. Se lavaban mucho todos aquellos señores y personas que se habían acercado al sepultado y hecho algo en el enterramiento, y luego comían en el patio de palacio, sentados, pero sin mesa. Se limpiaban con sendos copos de algodón. Tenían las cabezas bajas, estaban mustios, y no hablaban sino "Dame de beber". Esto le duraba cinco días, y en todos ellos no se encendía fuego en casa ninguna de aquella ciudad Chincicila, si no era en palacio y en los templos; ni se molía maíz sobre piedra, ni se hacía mercado, ni andaban por las calles; y en fin, hacían todo el sentimiento posible por la muerte de su señor.
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De cómo se alzó Cristóbal de Olid contra Hernán Cortés Fue Cristóbal de Olid a Cuba, según Cortés le mandara, y tomó en la Habana los caballos y las vituallas que Contreras tenía compradas, que costaron bien caras. Costaba entonces la fanega de maíz dos pesos de oro, la de judías cuatro, la de garbanzos nueve, una arroba de aceite tres pesos, otra de vinagre cuatro, otra de candelas de sebo nueve, y la de jabón otros nueve, un quintal de estopa cuatro pesos, otro de hierro seis, dos pesos una ristra de ajos, una lanza un peso, un puñal tres, una espada ocho, una ballesta veinte, y el ovillo uno, una escopeta ciento, un par de zapatos otro peso de oro, un cuero de vaca doce. Ganaba un maestre de nao ochocientos pesos cada mes; y con esta carestía hizo Cortés ésta y otras armadas, y en ésta gastó treinta mil castellanos. Entretanto que se cargaban y proveían las naos de estos bastimentos, y de agua y leña, se escribió y concertó con Diego Velázquez para alzarse contra Cortés, con aquella gente armada y tierra que a su cargo llevaba. Intervinieron en el concierto Juan Ruano, Andrés de Duero, el bachiller Parada, el provisor Moreno y otros que, después de muertos Velázquez y Olid, se descubrieron. Tomó, pues, lo que Contreras y Diego Velázquez le dieron, y se fue a desembarcar quince leguas antes del puerto de Caballos, habiendo corrido mal tiempo y peligro; y como llegó el 3 de mayo, llamó al pueblo que trazó Triunfo de la Cruz. Nombró por alcaldes, regidores y oficiales a los que Cortés señalara en México, tomó la posesión, e hizo otros autos en nombre del Emperador y de Hernán Cortés, cuyo poder llevaba. Todo esto era, según después pareció, para asegurar los parientes y criados de Cortés, y para fortalecerse muy bien y reconocer aquella tierra; mas luego mostró odio y enemistad a Cortés y a sus cosas, y amenazaba con la horca al que algo le contradecía o murmuraba. Prometió oficios, obispados y audiencias a muchos; y así, no había hombre que le fuese a la mano. Dejó de enviar a descubrir el estrecho, y se puso a echar de aquella tierra y costa a Gil González de Ávila, que, como poco antes dije, estaba en ella, y tenía poblado a San Gil de Buena Vista. Mató muchos españoles por hacerlo, y entre ellos a Gil de Ávila, su sobrino, y prendió al mismo Gil González de Ávila con otros muchos, por quedarse solo en aquella tierra, que no era pobre. Cortés, cuando supo lo que Cristóbal de Olid había hecho, envió con gran prisa a Francisco de las Casas con nuevos poderes y mandamientos de prenderle, en dos naves muy buenas, y bien acompañado. Cristóbal de Olid, cuando vio aquellas naos, sospechó lo que traían; se metió en dos carabelas que tenía con mucha gente para no dejarles tomar tierra, y les tiraba. Francisco de las Casas alzó una bandera de paz; mas no fue creído. Echó al mar los bateles con muchos hombres armados para pelear y tomar tierra si hallasen entrada, y comenzó a jugar su artillería; y como en no escucharle se manifestaba la malicia y rebelión que se decía, se dio tal mana, que echó a fondo una carabela del contrario. No se ahogó la gente ni él se atrevió a arribar al puerto, sino que se estuvo con sus naos sobre las anclas, esperando lo que acordara hacer Cristóbal de Olid, que luego movió partido, y era por esperar una compañía de su gente que había ido contra los de Gil González. Entretanto sobrevino un fuerte temporal y viento, que dio con los navíos de Francisco de las Casas a través, de forma que muy pronto fueron presos los que venían en ellos, sin derramamiento de sangre. Estuvieron tres días sin comer y con muchas aguas y fríos; murieron cerca de cuarenta españoles. Les hizo Cristóbal de Olid jurar sobre los Evangelios, como a los de Gil González, que le obedecerían en todo y por todo; que nunca serían contra él ni seguirían más a Cortés; y con tanto, los soltó a todos, excepto a Francisco de las Casas, que llevó consigo a Naco, buen pueblo, que destruyeron Albitez y Cereceda. De la manera susodicha prendió Cristóbal de Olid a Francisco de las Casas, y antes, o como dicen otros, después a Gil González de Ávila. Como quiera que fuese, está cierto que los tuvo presos a entrambos a un mismo tiempo y en su propia casa, y que estaba muy ufano con tan buenos prisioneros, así por la reputación y fama, como pensando conseguir por ellos aquella tierra libremente, y que se concertaría con Hernán Cortés. Mas le sucedió muy el contrario; porque Francisco de las Casas le rogó muchas veces delante de todos los españoles que le soltase para ir a dar razón de sí a Cortés, pues su persona y prisión le hacía poco al caso; y como siempre le respondía que no lo haría, le dijo que le tuviese a buen recaudo, porque de otra manera le mataría; palabra muy fuerte y atrevida para hombre preso. Cristóbal de Olid, que presumía de valiente, y que le tenía sin armas y entre sus criados, no hizo caso de aquellas amenazas. Acordaron, pues, ambos prisioneros de matarle; y cenando los tres a una mesa, otros dicen que paseándose por la sala, tomaron sendos cuchillos de servicio o de escribanía. Le echó mano por la barba Francisco de las Casas, y sin que se pudiese rebullir, le hicieron muchas heridas, diciendo: "No es tiempo de sufrir más a este tirano". Al fin se les escapó, y se fue al campo a esconder en unas chozas de indios, con el pensamiento de que, llegados los suyos a cenar, pues entonces estaba solo, matarían a Francisco de las Casas y a Gil González; pero ellos dijeron luego: "Aquí los de Cortés"; y al poco tiempo tuvieron sin sangre ni mucha contradicción las armas y personas de todos los españoles a su mando, y presos algunos favorecedores de Cristóbal de Olid. Lo pregonaron, y se supo dónde estaba; le prendieron e hicieron proceso, y por sentencia que entrambos a dos dieron, fue degollado públicamente en Naco, a los pocos días de ser apresado. Y así feneció su vida, por tener en poco a su contrario y no seguir el consejo de su enemigo. Tras la muerte de Cristóbal de Olid gobernó la gente y tierra Francisco de las Casas y Gil González, sin apartarse ninguno con la suya; y Francisco de las Casas pobló la villa de muchas cosas Trujillo en 18 de mayo del año 25; ordenó cumplideras a Cortés, y se volvió a México por tierra, llevando consigo a Gil González de Ávila. Tenía la audiencia de Santo Domingo autoridad del Emperador para castigar al que se descomediese y moviese guerra entre españoles en aquella tierra de las Higueras, y envió allí lo más pronto que pudo al bachiller Pedro Moreno, su fiscal, con cartas y poder; mas ya cuando llegó había muerto Cristóbal de Olid, y los matadores marchado a México, y no pudo ni supo hacer nada; antes bien, dicen que fue mejor mercader que juez.
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De como se tomó, y aprehendio la possesion de la nueua tierra. En el nombre de la santisima Trinidad, y de la indeuidua vnidad eterna, deidad y magestad, Padre, Hijo, y Espiritu Santo, tres personas, y vna sola essencia, y vn solo Dios verdadero, que con su eterno querer, omnipotente poder, è infinita sabiduria, rige, gouierna, y dispone, poderosa, y suabemente, de mar à mar, de fin à fin, como principio y fin de todas las cosas, y en cuias manos estan, el eterno Pontificado, y Sacerdocio, los Imperios, y los Reynos, Principados, y Ditados, Republicas, mayores y menores, familias, y personas, como en eterno Sacerdote, Emperador, y Rey de Emperadores y Reyes, señor de señores, criador de Cielos y Tierra, elementos, Aues, y pezes, animales, plantas, y de toda criatura, espiritual, y corporal, razional è irrazional, desde el mas supremo Cherubin, hasta la mas despreciada hormiga, y pequeña mariposa: è à honor y gloria suya, y de su sacratissima, y venditissima Madre, la Virgen santa Maria, nuestra Señora, puerta del Cielo, arca del Testamento, en quien el manà del Cielo, la vara de la diuina Iusticia, y braço de Dios, y su Ley de gracia, y amor, estuuo encerrada, como en Madre de Dios, Sol, Luna, Norte, y guia, y abogada, del genero humano: y à honrra del Seraphico Padre san Francisco, Imagen de Christo, Dios, en cuerpo y alma, su Real Alferez, y Patriarca de pobres, à quienes tomo por mis Patrones y abogados, guia, defensores, è intercessores, para que rueguen al mismo Dios, que todos mis pensamientos, dichos, y hechos, vayan encaminados al seruicio de su Magestad infinita, aumento de fieles, y extension de su santa Iglesia, y à seruicio del Christianissimo Rey don Felipe, nuestro señor, columna fortissima de la Fè Catholica, que Dios guarde muchos años, y corona de Castilla, y amplificacion de sus Reynos y Prouincias. Quiero que sepan, los que ahora son, o por tiempo fueren: como yo don Iuan de Oñate, Gouernador, y Capitan General, y Adelantado de la nueua Mexico, y de sus Reynos y Prouincias, y las à ellas circunuezinas, y comarcanas, poblador y descubridor, y pazificador dellas, è de los dichos Reynos, por el Rey nuestro señor. Digo, que por quanto en virtud del nombramiento que en mi fue hecho, y titulos que su Magestad me da, desde luego, de tal Gouernador, Capitan general, y Adelantado de los dichos Reynos, y Prouincias, sin otros mayores que me promete, en virtud de sus Reales ordenanças, y de dos Cedulas Reales, y otras dos sobrecedulas, y capitulos de cartas del Rey nuestro señor: su fecha en Valencia, à veinte y seis de Enero, de mil y quinientos y ochenta y seis años: su fecha en san Lorenço, à diez y nueue de Iulio, de mil y quinientos y ochenta y, nueue años: su fecha à diez y siete de Enero, de mil y quinientos y nouenta y tres: su fecha à veinte y vno de Iunio, de mil y quinientos y nouenta y cinco: y por otra vltima cedula Real: su fecha de dos de Abril, deste año passado, de mil y quinientos y nouenta y siete: en que en contradicion de partes, su Magestad aprueua la eleccion hecha en mi persona, è estado, exerciendo y continuando el dicho mi oficio, y aora venido en demanda de los dichos Reynos y Prouincias, con mis oficiales maiores, Capitanes, Alferez, soldados y gente de paz y guerra, para poblar y pazificar, è otra gran machina de pertrechos necessarios, carros, carretas, rosas, cauallos, bueyes, ganado menor, y otros ganados, y mucha de la dicha mi gente casada, de suerte que me hallo oy con todo mi campo entero, y con mas gente de la que saquè de la Prouincia de santa Barbola, junto al Rio que llaman del Norte, y alojada à la Ribera, que es lugar circunuezino, y comarcano, à las primeras poblaciones de la nueua Mexico, y que passa por ellas el dicho Rio, y dexo hecho camino auierto de carretas, ancho y llano, que sin dificultad se pueda yr y venir por el, despues de andadas al pie de cien leguas de despoblado: è porque yo quiero tomar la possesion de la tierra, oy dia de la Ascension del Señor, que se cuentan treinta dias del mes de Abril, deste presente año, de mil y quinientos y nouenta y ocho: Mediante la persona de Iuan Perez de Donis, Escriuano de su Magestad, y Secretario de la jornada, y gouernacion de los dichos Reynos y Prouincias, en voz y nombre del christianissimo Rey nuestro señor, don Felipe Segundo deste nombre, y de sus sucessores, que sean muchos, y con suma felicidad, y para la corona de Castilla, y Reyes que su gloriosa estirpe Reynaren en ella, è por la dicha, y para la dicha mi gouernacion, fundandome y estriuando, en el vnico y absoluto poder, è juridicion, que aquel eterno summo Pontifice, y Rey Iesu Christo, hijo de Dios viuo, cabeça vniuersal de la Iglesia, y primero y vnico instituidor de sus sacramentos, vassa y piedra angular del viejo y nueuo Testamento, fundamento y perfeccion del, tiene en los Cielos y en la tierra, no solo en quanto Dios, y consustancial à su Padre eterno, que como criador de todas las cosas, es vnico absoluto, natural y propietario señor de ellas, que como tal puede hazer y deshazer, ordenar y disponer à su voluntad, y lo que por bien tuuiere: mas tambien en quanto hombre, à quien su eterno Padre, como à tal, y por ser hijo del hombre, y por su dolorosa y penosa muerte, y triunfante y gloriosa Resurreccion, y Ascension, y el especial titulo de vniuersal Redentor, que con ella ganò, dio omnimoda potestad, jurisdiccion y dominio, cibil y criminal, alta y baja horca, y cuchillo mero mixto Imperio, en los Reynos de los Cielos, y en los Reynos de la tierra, y en cuias manos puso el peso y medida, judicatura, premio y pena, del Orbe vniuerso, haziendole no solo Rey y juez, mas tambien pastor vniuersal de las ouejas, fieles, è infieles, de las que oy en su voz le creen y sigue, y estan dentro de su rebaño y pueblo Christiano, y de las que no han oido su voz, y Euangelica palabra, ni hasta el dia de oi le conozen, las quales dize le conuiene traer à su diuino conozimiento, porque son suias, y es su ligitimo y vniuersal Pastor, para lo qual auiendo de subir à su eterno Padre, por presencia corporal, vbo de dexar y dexò por su Vicario, y substituto, al Principe de los Apostoles, san Pedro, y demas subcessores, ligitimamente electos, à los quales dio y, dexò el Reyno, poder, è Imperio, y las llaues del Cielo, segun y como el mismo Christo Dios le recibio de su eterno Padre, en el, como su cabeça, y señor vniuersal, y en los demas, como en sus subcessores, sieruos, ministros, y Vicarios, y assi no solo les dexò la jurisdicion Eclesiastica, y monarchia espiritual: mas tambien les dexò auitualmente jurisdicion y monarchia temporal, y el vno y otro braço, y cuchillo de dos filos, para que por si o por medio de sus hijos, los Emperadores y Reyes quando y como les pareciesse conuenir, por vrgente causa pudiessen reduzir la sobredicha jurisdiccion, y monarchia temporal, al acto, y ponerla en execucion, como luego que la ocasion y necesidad se ofrecio, la executaron, vsando de la omnimoda potestad temporal, del braço y poder fecular, assi por si, como por armadas y exercitos, de mar y tierra, en las proprias, y en las distintas y baruaras naciones, con los pendones, vanderas y estandarte Imperial de la Cruz, subgetando las baruaras naciones, hallanando el passo à los Euangelicos Predicadores, assegurando sus vidas y personas, vengando las injurias que los vna vez recebidos recibieren, reprimiendo y refrenando el impetu, y bestial y baruara fiereza, de los sobredichos: y en el nombre del poderoso Christo Dios, que mandò predicar su Euangelio à todo el mundo, y por su autoridad y derecho ensanchando los terminos de la Republica Christiana, y amplificando su Imperio, por mano tambien de los sobredichos sus hijos, Emperadores y Reyes: entre los quales el Rey don Felipe nuestro señor, Rey de Castilla, y de Portogal, y de las Indias Occidentales y Orientales, descubiertas y por descubrir, halladas y por hallar, mediante la sobredicha potestad, juridicion y monarquia Apostólica y Pontifical transfussa, concedida y otorgada, encomendada y encargada, à los Reyes de Castilla y Portogal, y a sus sucessores, desde el tiempo del sumo Pontifice Alexandro Sexto, por diuina y singular inspiracion, como por la piedad Christiana enseña ser infaliblemente assi, pues Dios à su Vicario que representa su persona y vezes, en cosas tan graues jamas falta, y la experiencia verdadera maestra, y prueua de la verdad, en tan largos tiempos à mostrado: lo qual testifica con infalible certidumbre, el consentimiento permiso, y confirmacion, del sobredicho Imperio y dominio, de las Indias Orientales, y Occidentales, en los Reyes de Castilla y Portogal, y sus subcessores, transfusso y colocado, por manos de la Iglesia militante, de todos los demas sumos Pontifices, subcessores del dicho santissimo Pontifice, de gloriosa memoria, Alexandro Sexto, hasta el dia presente, en cuio solido fundamento estriuo, para tomar la sobredicha possesion, destos Reynos y Prouincias, en el sobredicho nombre: à lo qual se allegan, como vassas, y pilares deste edificio, otras muchas, graues, vrgentes, y notorias causas, y razones, que à ello me mueuen, y obligan, y dan segura entrada, y con aiuda d Dios, y de su vendita Madre, y el estandarte de su santa Cruz, por medio de los Euangelios Predicadores, hijos de mi Seraphico Padre san Francisco, daran mucho mas seguro, prospero, felice siubcesso, y la primera, y no de menos consideracion, para el caso presente, es la inocente muerte de los predicadores del santo Euangelio, verdaderos hijos de san Francisco, Frai Iuan de Santa Maria, Frai Francisco Lopez, y Frai Agustin Ruiz, primeros descubridores desta tierra, despues de aquel gran Padre Fray Marcos de Niça, que todos dieron sus vidas y sangre, en primicias del santo Euangelio, en ella, cuia muerte fue inocente, y no merecida, pues siendo vna vez recebidos destos Indios, y admitidos en sus Pueblos, y casas, y quedandose los dichos Religiosos solos entre ellos, para predicarles la palabra de Dios, y mejor entender su lengua, confiados de la seguridad del buen rostro y trato que les hazian, y auiendo acudido en todas ocasiones a hazer bien à estos naturales, assi en todo el tiempo que los pocos Españoles que con ellos estuuieron, que fueron solos ocho, duraron en la tierra, como el que despues estuuieron solos, contra ley natural, dieron mal por bien, y la muerte à otros hombres como ellos, inocentes, y que no les hazian daño, y que les dauan como por entonces mejor podian, y procurauan darles la vida, mediante la palabra de la Ley de gracia, mas auentajadamente, causa y razon bastante, quando otra no vbiera para justificar mi pretension, demas de la qual, la enmienda, correccion y castigo de los pecados contra naturaleza, y la inhumanidad que entre estas bestiales naciones se halla, que à mi Rey y Principe, como à tan poderoso señor, conuiene corregir y reprimir, y à mi en su Real nombre, dan mano al acto presente, y sin estas la piadosa razon y Christianissima opinión del Bautismo, y saluacion de las almas, de tantos niños como entre estos infieles padres al presente viuen y nacen, que à su verdadero Padre Dios, y mas principal Padre, ni obedezen, ni reconozen, ni pueden moralmente hablando reconozer, sino es mediante este medio, como la larga experiencia en todas estas tierras ha mostrado, y quando pudieran reconozerle, entrando por la puerta del Bautismo, no pueden conseruar la Fe, ni perseuerar en su bocacion, entre gente idolatra, è infiel, contra cuia voluntad se ha de hazer esta obra, porque la voluntad de Dios es, que todos te salben, y à todos llegue el son, y efectos de su palabra y Passion, y Dios deue ser ouedezido, y no los hombres, aunque sean juezes, o padres, o si tengan Reynos o Ciudades, pues sola vn alma es mas preciosa, que todo el mundo, ni sus mandos, riquezas, y propiedades, y sin estas, ai otras euidentes causas, en que me fundo, para este efecto, assi del gran bien temporal, que el espiritual no tiene precio, que estas baruaras naciones con nuestro comercio, y trato, adquieren, y ganan en su trato pulitico, y gouierno de sus Ciudades, viuiendo como gentes de razon, en pulicia, y entendimiento, acrecentando sus oficios y artes, mecanicas, y algunos las liberales, aumentando sus Republicas, de nueuos ganados, crias, y semillas, legumbres, y bastimentos, ropas, y frutos, y ordenando discretamente el trato economico de sus familias, casas y personas, vistiendose los desnudos, y los ia bestidos mejorandose, y dexando otras causas, finalmente en ser gouernados en paz y justicia, con seguridad en sus casas y en sus caminos, y defendidos y amparados de sus enemigos, por mano y à expensas de tan poderoso Rey, cuia subgecion es verdadero prouecho y libertad, y tener en el proprio Padre, que à su costa, y mediante sus gages, y mercedes, de tan remotas tierras, les embian Predicadores y ministros, Iusticia y amparo, con instruciones verdaderamente de Padre, de paz, concordia, suabidad y amor, la qual guardare yo à perder de vida: y mando, y siempre mandare se guarde, sopena della. Y por tanto, fundado en el solido fundamento sobredicho, quiero tomar la sobredicha possesion, y assi lo haziendo, en presencia del Reuerendissimo Padre Fray Alonso Martinez, de la orden del señor san Francisco, Comissario Apostolico, cum plenitudine potestatis, desta jornada de la nueua Mexico y sus Prouincias, y de los Reuerendissimos Padres Predicadores del santo Euangelio, sus compañeros, Fray Francisco de san Miguel, Fray Francisco de Zamora, Fray Iuan de Rosas, Fray Alonso de Lugo, Fray Andres Corchado, Fray Iuan Claros, y Fray Christoual de Salazar, y de mis amados Padres, y hermanos, Fray Iuan de San Buenauentura, y Fray Pedro de Vergara, frailes legos, Religiosos que van à esta jornada, y conuersion, y de mi Maese de campo General, don Iuan de Zaldiuar Oñate, y de los oficiales mayores, y de la maior parte de los capitanes y oficiales del campo, y gente de paz y guerra del, digo: que en voz, y en nombre de Christianissimo Rey don Felipe nuestro señor, vnico defensor, y amparo de la santa madre Iglesia, y su verdadero hijo, y para la corona de Castilla, y Reyes, que de su gloriosa estirpe Reynaren en ella, y por la dicha, è para la dicha mi gouernacion, tomo y aprehendo, vna, dos, y tres vezes: vna, dos, y tres vezes: vna, dos, y tres vezes: y todas las que de derecho puedo, è deuo, la tenencia y possesion, Real, y actual, cibil y criminal, en este dicho Rio del Norte, sin excetar cosa alguna, y sin ninguna limitacion, con las vegas, cañadas, y sus pastos y abreuaderos. Y esta dicha possesion tomo, y aprehendo, en voz, y en nombre de las demas Tierras, Pueblos, Ciudades, Villas, Castillos, y casas fuertes, y llanas, que aora estan fundadas, en los dichos Reynos, y Prouincias, de la nueua Mexico, y las à ellas circunuezinas, y comarcanas, y adelante por tiempo se fundaren en ellos, con sus montes, Rios, y Riberas, aguas, pastos, vegas, cañadas, abreuaderos, y todos sus Indios, naturales, que en ellas se incluieren, y comprehendieren, y con la jurisdicion civil y criminal, alta y baja, horca y cuchillo, mero mixto Imperio, desde la hoja del Monte, hasta la piedra del Rio, y arenas del, y desde la piedra y arenas del Rio hasta la hoja del Monte. Y yo el dicho Iuan Perez de Donis, Escriuano de su Magestad, y Secretario susodicho, certifico y doi fee, que el dicho señor Gouernador, Capitan general, y Adelantado de los dichos Reynos, en señal de verdadera, y pacifica possesion, y continuando los actos de ella, puso y clauò, con sus propias manos, en vn arbol fijo, que para el efecto se aderezò, la Santa Cruz, de nuestro Señor Iesu Christo, y boluiendose a ella, las rodillas en el suelo, dixo. Cruz Santa, que sois diuina puerta del Cielo, Altar, del vnico, y essencial sacrificio, del cuerpo, y sangre del Hijo de Dios, camino de los Santos, y possesion de su gloria, Abrid la puerta del Ciclo, à estos infieles, fundad la Iglesia y Altares, en que se ofresca el cuerpo y sangre, del Hijo de Dios: Abridnos camino de seguridad y paz, para la conuersion dellos, y conuersion nuestra, y dad a nuestro Rey, y à mi en su Real nombre, pacifica possesion, destos Reynos, y Prouincias, para su Santa Gloria. Amen. Y luego, incontinente, fixò, y prendiò, assimismo, con sus propias manos, en el estandarte Real, las Armas del Christianissimo Rey don Felipe, nuestro señor, de la vna parte, las Imperiales, y de la otra las Reales: y al tiempo y quando se puso, è hizo lo susodicho, se tocò el clarin, y disparò el arcabuzeria, con grandissima demonstracion de alegria, à lo que notoriamente parecio. Y su Señoria del dicho señor Gouernador, Capitan general, y Adelantado, para perpetua memoria, mandò que se autorice, y selle, con el sello maior de su oficio, y signado, y firmado, de mi nombre y signo, se guarde con los papeles de la jornada, y Gouernacion, y se saquen deste original, los traslados que quisieren, assentandose en el libro de la gouernacion, y lo firmò de su nombre, siendo testigos, los sobredichos, Reuerendissimos, Padre Comissario, Frai Alonso Martinez, Comissario Apostolico, Frai Francisco de San Miguel, Frai Francisco de Zamora, Frai Iuan de Rosas, Frai Alonso de Lugo, Frai Andres Corchado, Frai Iuan Claros, Frai Christoual de Salazar, Frai Iuan de San Buenauentura, Frai Pedro de Vergara, y don Iuan de Zaldiuar Oñate, mi Maese de campo, General, y los demas oficiales mayores, Capitanes, y soldados del exercito, sobredichos, el dicho dia de la Ascension del Señor, treynta, y vltimo de Abril, deste año de mil y quinientos y nouenta y ocho años. Tomada esta possesion, otro dia començo à marchar el campo, para passar el Rio del Norte, en la forma que diremos.
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De cómo supo Cortés que había bandos en aquella tierra En este intermedio andaban algunos hombres en un cerrillo o médano de arena, de los que hay allí muchos alrededor; y como no se juntaban ni hallaban con los que estaban sirviendo a los españoles, preguntó Cortés qué gente era aquélla, que no se atrevía a llegar donde él y ellos estaban. Aquellos dos capitanes le dijeron que eran algunos labradores que se paraban a mirar. No satisfecho de la respuesta, sospechó Cortés que le mentían, pues le pareció que tenían gana de acercarse a los españoles, y que no se atrevían por los del gobernador, y así era; que como toda la costa y aun tierra adentro hasta México estaba llena de las nuevas y extrañas cosas que los nuestros habían hecho en Potonchan, todos deseaban verlos y hablarles; mas no se atrevían, por miedo a los de Culúa, que son los de Moctezuma. Así que envió a ellos cinco españoles que, haciendo señales de paz, los llamasen, o por fuerza cogiesen a alguno y se lo trajesen al campamento. Aquellos hombres, que serian cerca de veinte, se alegraron de ver ir hacia ellos a los cinco extranjeros; y deseosos de mirar tan nueva y extraña gente y navíos, se vinieron al ejército y a la tienda del capitán muy de su grado. Eran estos indios muy diferentes de cuantos hasta allí habían visto, porque eran más altos de cuerpo que los otros, y porque llevaban las ternillas de las narices tan abiertas, que casi llegaban a la boca, donde colgaban unas sortijas de azabache o ámbar cuajado o de otra cosa igual de preciada. Llevaban asimismo horadados los labios inferiores, y en los agujeros unos sortijones de oro con muchas turquesas no finas; mas pesaban tanto, que derribaban los bezos sobre la barbilla y dejaban los dientes por fuera, lo cual, aunque ellos lo hacían por gentileza y bien parecer, los afeaba mucho a los ojos de nuestros españoles, que nunca habían visto semejante fealdad, aunque los de Moctezuma también llevaban agujereados los bezos y las orejas, pero de agujeros pequeños y con pequeñas ruedecitas. Algunos no tenían hendidas las narices, sino con grandes agujeros; mas, sin embargo, todos tenían hechos tan grandes agujeros en las orejas, que podía muy bien caber por ellos cualquiera de los dedos de la mano, y de allí prendían zarcillos de oro y piedras. Esta fealdad y diferencia de rostro puso admiración en los nuestros. Cortés les hizo hablar con Marina, y ellos dijeron que eran de Cempoallan, una ciudad lejos de allí casi un sol: así cuentan ellos sus jornadas. Y que el término de su tierra estaba a medio camino en un gran río que parte mojones con tierras del señor Moctezumacín; y que su cacique los había enviado a ver qué gentes o dioses venían en aquellos teucallis, que es como decir templos; y que no se habían atrevido a venir antes ni solos, no sabiendo a qué gente iban. Cortés les puso buena cara y los trató halagüeñamente, porque le parecieron bestiales, demostrando que se había alegrado mucho en verlos y en oír la buena voluntad de su señor. Les dio algunas cosillas de rescate para que se llevasen, y les mostró las armas y los caballos, cosa que nunca ellos vieran ni oyeran; y así, andaban por el campamento hechos unos bobos mirando unas y otras cosas; y a todo esto no se trataban ni comunicaban ellos ni los otros indios. Y preguntada la india que servía de faraute, dijo a Cortés que no solamente eran de lenguaje diferente, sino que también eran de otro señor, no sujeto a Moctezuma sino en cierta manera y por fuerza. Mucho se alegró Cortés con semejante noticia, pues ya él barruntaba por las pláticas de Teudilli que Moctezuma tenía por allí guerra y contrarios; y así, apartó luego en su tienda tres o cuatro de aquellos que le parecieron más entendidos o principales, y les preguntó con Marina por los señores que había por aquella tierra. Ellos respondieron que toda era del gran señor Moctezuma, aunque en cada provincia o ciudad había señor por sí, pero que todos ellos te pechaban y servían como vasallos y hasta como esclavos; e incluso que muchos de ellos, de poco tiempo a esta parte, le reconocían por la fuerza de las armas, y le daban parias y tributo, que antes no solían, como era el señor de Cempoallan y otros comarcanos suyos, los cuales siempre andaban en guerras con él por librarse de su tiranía, pero no podían, pues sus huestes eran grandes y de gente muy esforzada. Cortés, muy alegre de hallar en aquella tierra unos señores enemigos de otros y con guerra, para poder efectuar mejor su propósito y pensamientos, les agradeció la noticia que le daban del estado y ser de la tierra. Les ofreció su amistad y ayuda, les rogó que viniesen muchas veces a su ejército, y les despidió con muchos recuerdos y dones para su señor, y que pronto le iría a ver y servir.
Personaje Arquitecto
De su prolífica producción son importantes obras como el palacio de Vrilliere o una capilla de Versalles. Ocupó varios cargos como la dirección de la Academia de Arquitectura y de la Casa de la Moneda.
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La ocupación de la Península por los musulmanes fue relativamente fácil debido a los enfrentamientos internos visigodos: poblaciones montañesas (astures, cántabros y vascos) mal sometidas por Roma mantienen su oposición a los reyes visigodos, como recordarán algunas crónicas al decir que Rodrigo supo de la invasión islámica mientras estaba combatiendo a Pamplona; por otra parte, desde mediados del siglo VII, la nobleza visigoda aparece dividida en bandos que se turnan en el poder y en la revuelta contra el monarca reinante; y, aunque aparentemente el reino mantenga la unidad, el proceso de feudalización lo ha convertido en una suma de territorios en los que cada señor, cada gran propietario y jefe militar, dispone de una cierta autonomía y cuenta con grupos armados a su servicio, por lo que difícilmente puede hablarse de un ejército visigodo: éste se reduce al ejército del monarca, al que se suman las tropas de los nobles que le son fieles. A la división entre los dirigentes se añade el desinterés de la población campesina, cuya suerte poco o nada cambiará aunque cambie el señor para el que trabajan; y los invasores podrán contar desde el primer momento con la colaboración interesada de los judíos, continuamente perseguidos en época visigoda y culpados de cuantas calamidades climáticas, políticas o sociales se producen en el reino. En estas condiciones, bastará que una parte del ejército nobiliario, los hijos de Witiza y sus partidarios, se desentienda de la batalla, para que Rodrigo sea derrotado, y para que, con un número reducido de combatientes, los musulmanes ocupen la Península en poco más de tres años. La ocupación no es total: los nuevos señores, pocos en número, se establecen en las zonas más productivas (Andalucía, Levante y Valle del Ebro, fundamentalmente) y en los demás territorios establecen guarniciones encargadas de cobrar los tributos y de recordar con su presencia y posibles campañas la nueva situación política. A lo reducido del número de los musulmanes se añade su falta de preparación: son, ante todo, guerreros, y para gobernar necesitan la ayuda de la población culta sometida, entre la que se reclutan los funcionarios, y a cuyos dirigentes se permite mantener el poder, autoridad y riquezas de época visigoda a cambio de algunos tributos y del reconocimiento de la autoridad del emir de Córdoba; se explican así pactos como el firmado por Teodomiro o Tudmir en la región de Murcia, conservando la religión de sus antepasados, o el que, sin duda, firmó el conde Casio cuyos herederos, convertidos al Islam, los banu Qasi, señorearon en el Valle del Ebro hasta finales del siglo IX; Egilona, viuda de Rodrigo, casará con Abd al-Aziz, hijo de Muza; Sara, nieta de Witiza, casó sucesivamente con dos jefes musulmanes y entre sus descendientes figura uno de los primeros historiadores musulmanes de al-Andalus cuyo nombre, Ibn al-Qutiya -el Hijo de la Goda- recuerda sin la menor duda el origen de su familia y el apoyo prestado a los musulmanes por su abuela. De los hijos de Witiza se dice que cada uno poseía, bajo los musulmanes, mil aldeas...A la colaboración de los nobles vitizanos y de la población urbana se une la de la Iglesia, que mantiene la organización de épocas anteriores bajo el control del arzobispo toledano, al que se permite y, a veces, se anima a convocar concilios. Muertos en combate o huidos los dirigentes militares y eclesiásticos fieles a Rodrigo, la primera oposición a los emires cordobeses procederá no de los cristianos sino del interior del mundo islámico, de los musulmanes de origen norteafricano, beréberes, tratados como inferiores por los árabes e instalados en las montañas del Sistema Central y en la Meseta Norte para hacer frente a los insumisos vascos, cántabros y astures del Norte que ya han rechazado, en Covadonga -722-, a una de las expediciones militares enviadas a someterlos y hacer efectivo el tributo.Sometidos los beréberes, la lucha contra el poder cordobés será dirigida por los muladíes, los visigodos convertidos al Islam, y la suerte de los territorios del Norte, de los futuros reinos y condados cristianos, depende de la inestabilidad interna de al-Andalus: las revueltas beréberes y muladíes permiten afianzar el control del territorio y extender hacia el Sur las fronteras cristianas, cuando los emires y, más tarde, los califas controlan al-Andalus. Los ejércitos cordobeses se encargan de recordar su poder y de hacer efectivos los tributos de los montañeses del Norte, cuya independencia sólo se consolida cuando desaparece el califato en el siglo XI y al-Andalus se fragmenta en multitud de reinos, incapaces de imponer su poder a los cristianos del Norte.La primera resistencia conocida tiene lugar en las montañas de Asturias, donde es derrotada una de las expediciones enviadas para cobrar los tributos y recordar la autoridad de los emires; para la historiografía cristiana, Covadonga será el punto de partida de la Reconquista, sobre cuyo sentido volveremos más adelante; para los cronistas musulmanes, Covadonga no pasa de ser una escaramuza a cuyos protagonistas se olvida desdeñosamente para lamentarlo más adelante: "no había quedado sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres... -escribirá al-Maqqari- y al cabo los despreciaron diciendo: Treinta asnos salvajes ¿qué daño pueden hacernos?... El reinado de Pelayo duró 19 años... Después... reinó Alfonso... abuelo de los Banu Alfonso, que consiguieron prolongar su reino hasta hoy y se apoderaron de lo que los musulmanes les habían tomado".El segundo foco de resistencia al Islam se sitúa en las tierras al Norte de los Pirineos, donde los ejércitos musulmanes son detenidos, en Poitiers -732-, por el franco Carlos Martel, origen de la dinastía carolingia: los musulmanes se enfrentan a los mismos enemigos que los visigodos: a los astures-cántabros-vascones en la Península y a los francos en la zona pirenaica.
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Resulta esclarecedor comparar lo que sabemos se hizo en los primeros cuarenta años del siglo XV con lo producido en los sesenta restantes, que no han sido estudiados en profundidad. Los tiempos de bonanza continuaron al menos hasta la muerte de la reina Blanca en 1441: algunas obras iniciadas en vida del rey Noble debieron concluirse en la década de 1430. La reina resulta un personaje muy digno de atención en lo referente a la promoción artística. Había reinado en Sicilia, de donde volvió viuda en vida de su padre. Desde joven manifestó interés por el arte: creemos existen razones suficientes para considerar encargo suyo hacia 1420 la portada de San Francisco de Olite. En torno a 1425 hay que situar el sepulcro de su hija, la infanta Juana, hoy en el Museo de Navarra, que tuvo yacente en su ubicación inicial tudelana y hoy sólo conserva los grandes escudos de don Juan y doña Blanca en los laterales sobre deteriorados leones. Tras la muerte de su progenitor, Blanca prosigue el embellecimiento de Olite con el atrio de Santa María (en obra en 1432), cuyas arquerías siguen una tipología de pilar que simplifica los precedentes navarros (claustro de Pamplona, galería del palacio olitense) y perdurará en el reino durante el siglo XV (Sangüesa: San Francisco y El Carmen). Concentra la figuración en la puerta principal, con las estatuas de la Virgen y la reina, de nuevo sobre ménsulas con ángeles portaescudos, esculturas ambas de excelente calidad atribuidas a Lome por Janke. Intervino, asimismo, en la catedral, en iglesias y conventos desaparecidos, como San Sebastián de Tafalla o los franciscanos de Tudela. Por desgracia Blanca murió demasiado pronto (1441), y su ausencia trajo la desdicha al reino. La desmesurada ambición de su marido, Juan II, y el no reconocimiento de los derechos de su hijo el príncipe de Viana Carlos, heredero del reino conforme al testamento de la reina, terminaron en un conflicto abierto entre padre e hijo, que dividió durante décadas a la sociedad navarra entre beaumonteses y agramonteses, y preparó poco a poco el terreno para la anexión a Castilla en 1512. Del príncipe de Viana conocemos su afición por las letras y las artes, aumentada si cabe tras su matrimonio con Inés de Cléves, que marcó la irrupción en Navarra de modos y gustos borgoñones. Pero ignoramos una promoción artística directa acorde con sus intereses literarios. La guerra abierta entre padre e hijo se inició en 1451 y prosiguió intermitentemente hasta el fallecimiento del príncipe con fama de santidad diez años después. El enfrentamiento perduró con los demás hijos, jalonado por la muerte de la princesa doña Blanca (1464) y del príncipe de Viana Gastón (1470), hasta la muerte de Juan II (1479). Tras quince días de reinado de Leonor (muerta en 1479), el reino navarro pasaría a su nieto Francisco Febo (muerto en 1483) y más tarde a la hermana de éste, Catalina, que casada con Juan de Albret iba a ser la última reina de Navarra como reino independiente. Tan complicada historia familiar se mezclaba con las hostilidades permanentes entre las facciones del reino y con turbios asuntos, como las sombras de envenenamiento que planean sobre las muertes de varios protagonistas. Luchas, vaivenes, desinterés por Navarra de Juan II, minorías de edad de los herederos e inseguridades llevaron a que la segunda mitad del siglo XV careciera de grandes proyectos artísticos promovidos por la monarquía. Tampoco el reino estaba para empresas de calidad. Decepciona ver los encargos de quienes encabezaban los bandos beaumontés y agramontés, como la capilla de don Juan de Beaumont en Cizur Menor. La consecuencia fue el retraso con que las formas del arte llamado hispanoflamenco se desarrollaron en Navarra: hasta cerca del 1500 no se aprecia una recuperación. Fue la catedral de Pamplona la gran obra que impulsó la reacción. Faltaba la cabecera, que podemos fechar a partir de 1480, probablemente con colaboración regia, que no se plasmó en escudos o documentación. La cabecera es extraña, con soluciones ajenas a la tradición hispana como la existencia de un pilar cerrando el eje longitudinal de la capilla mayor, o la inclusión bajo la misma bóveda de cada tramo de girola con su capilla correspondiente. También el entrecruzamiento de nervios en los arranques, o la manera de surgir dichos nervios directamente del pilar, sin capitel, nos hablan de soluciones nórdicas, aunque éstas sí asimiladas en el arte hispano de la segunda mitad del siglo XV. Las torpezas en la resolución de detalles inclinan a diferenciar en la cabecera la traza novedosa y sorprendente de la realización, dirigida probablemente por un maestro menos diestro. ¿Fue el propio Johan Lome quien proyectó la cabecera cuando era maestro de la catedral en 1439? Es una hipótesis de imposible confirmación. Aparte de la catedral, a los últimos reyes navarros podemos asignar una intervención profunda en el palacio real de Sangüesa, hoy conservado sólo en una de sus alas, con sobrios y elegantes ventanales cuadrangulares. Quizá tuvieron algo que ver en los inicios de la nueva bóveda gótica de Leire, donde permanecen las armas reales. Pero es un balance pobre, explicable por la continua amenaza en que los navarros vivieron y que finalmente se resolvería en 1512, cuando la invasión castellana acabó con siete siglos de independencia del reino. Con ello se cerró el gran proceso de unificación de los reinos hispanos que preparó a nuestro país para la modernidad.
obra
La desesperación llevará a Gauguin a intentar suicidarse en diciembre de 1897, no sin antes realizar su testamento pictórico. S trata del celebre lienzo ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?, su obra más ambiciosa. Se trata de un enorme friso con el que el pintor desea formar parte de los más reputados "decoradores de murallas" como él mismo decía. En una carta dirigida a su amigo Monfreid, Gauguin cuenta el proceso de elaboración del lienzo: " He de confesarte que mi decisión estaba ya tomada para el mes de diciembre. Pero entonces quería, antes de morir, pintar un gran cuadro que llevaba en la mente y, durante todo el mes, he trabajado día y noche con un ardor inaudito (...). El aspecto es terriblemente zafio (...). Se diría que está sin terminar. Aunque sea cierto que nadie es buen juez de sí mismo, me parece que este lienzo supera no sólo a los anteriores sino también a los que pueda hacer en el futuro. He puesto en él, antes de morir, toda mi energía y tanta pasión dolorida en circunstancias terribles y una visión tan límpida, sin correcciones, que desaparece la prematurez y surge la vida (...). Las dos esquinas superiores son de un amarillo metálico con la inscripción a la izquierda y mi firma a la derecha, como un fresco con los bordes estropeados puesto sobre una pared. (...). Creo que está bien". La descripción que hace del lienzo es la siguiente: "sobre una tela de saco llena de nudos y rugosidades; de ahí que su aspecto sea tremendamente zafio (...). En la parte inferior derecha, un bebé dormido y tres mujeres en cuclillas. Dos figuras vestidas se comunican sus pensamientos; una figura enorme intencionadamente y a pesar de la perspectiva, también en cuclillas, levanta el brazo y mira extrañada, a loa dos personajes que osan pensar en su destino. Una figura central coge una fruta. Un par de gatos junto a un niño. Una cabra blanca. El ídolo, con ambos brazos alzados misteriosa y rítmicamente parece indicar el más allá. Otra figura reclinada parece escuchar al ídolo; finalmente una vieja, próxima a la muerte, parece aceptar y resignarse a lo que piensa; a sus pies, un extraño pájaro blanco, sujetando con su pata a un lagarto, representa la inutilidad de las palabras vanas. Todo transcurre junto a un riachuelo, a la sombra de los árboles. A pesar de los cambios de tonalidad, el paisaje es constantemente azul y verde Veronés. Sobre él, todas las figuras desnudas destacan por su intenso color naranja".