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Relación entre personas basada en la filiación, en contraste con los lazos de afinidad matrimoniales.
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Es difícil, si no imposible, estimar las bajas de ambos bandos, Ya se ha dicho que muchos de los grandes persas, como Mitrídates -el yerno de Darío-, Espitridates -el sátrapa de Lidia-, su hermano Resaces y otros murieron al frente de sus tropas; algunos, si hemos de creer a las fuentes, a manos del propio héroe macedonio. Sin duda, los mercenarios griegos al servicio de Persia sufrieron la matanza mayor, aunque sea más creíble aceptar tres que dieciocho mil muertes. La caballería persa, desordenada, abandonó el campo sin ser muy perseguida, por lo que casi todas sus bajas debieron producirse al defender la ribera del río. Según Arriano, murieron mil jinetes y los mercenarios, salvo dos mil prisioneros; para Plutarco, murieron dos mil quinientos jinetes y veinte mil infantes, una obvia exageración. Unos mil jinetes, y los tres mil infantes masacrados tras la victoria, parecen cifras concordantes con los acontecimientos. Si las estimaciones para los persas son groseras, las cifras precisas que diferentes fuentes nos dan para los vencedores son igualmente difíciles de valorar. Según Arriano, murieron veinticinco Compañeros, sesenta de los otros jinetes -prodromoi y peonios- y treinta infantes. En cambio, según Plutarco, cayeron unos veinticinco infantes y nueve jinetes. Según Justino, por último, murieron ciento veinte jinetes y nueve infantes. Todo esto sin contar los heridos, que probablemente quintuplicaran o más el número de los muertos, teniendo en cuenta el tipo de heridas que causan las armas blancas, como jabalinas o espadas, y el grado de protección corporal de los contendientes, Según las fuentes, Alejandro se interesó personalmente por los heridos e hizo erigir en Dioo estatuas broncíneas de los veinticinco Compañeros muertos, que encargó nada menos que al escultor Lisipo... y que fueron trasladadas a Roma en el 148 a.C. por los nuevos vencedores de Grecia. Entretanto, uno de los pocos jefes persas de importancia supervivientes, el sátrapa Arsites, acabó suicidándose abrumado por la derrota. Aunque la mayoría de los investigadores tiende a rechazar como ridículas estas bajas macedonias, no estamos de acuerdo. El orden de magnitud que proporcionan las fuentes -en torno al centenar de muertos y posiblemente sobre quinientos entre los macedonios, y alrededor del millar de muertos entre la caballería persa- concuerda con lo que sabemos sobre las características de la guerra en esa época. La mayoría de las bajas se producía no en el combate, sino en el momento de la huida y en la persecución. Dado que los mercenarios griegos solamente fueron masacrados al final del combate, la magnitud de bajas y su proporción parecen plausibles. El problema radica en que los tres autores citados dan como bajas macedonias cifras muy concretas y creíbles y, sin embargo, lo suficientemente diferentes entre sí como para afirmar que proceden de diferentes fuentes, lo que ha dado lugar a largas discusiones. Desde el punto de vista de los efectivos puestos en juego, la batalla fue pequeña en comparación con lo que había de venir, pero sus efectos fueron importantísimos. Anatolia quedaba abierta a Alejandro y disminuía el peligro de que los propios persas llevaran la guerra a Grecia mediante un audaz desembarco. Los macedonios y su propio general cobraron confianza para marchar contra el núcleo Imperio y de las fuerzas del Gran Rey. En lugar de seguir hacia el Este, Alejandro marchó hacia el Sur, conquistó Jonia, expulsó de su base en Mileto a la flota persa y tomó Sardes sin oposición. En cuanto a los riesgos que corrió Alejandro bastará recordar las palabras de Quinto Curcio (4,9,23): "En cuanto a la audacia misma, que fue su rasgo distintivo, puede incluso rebajarse su alcance porque no se dio nunca la ocasión decisiva de saber si había obrado con temeridad". No hacen reproches a una victoria: sólo se buscan culpas a la derrota.
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El proceso de conquista y repoblación no fue, en absoluto, un proceso pacífico en ninguno de los dos reinos. El descontento de los nuevos pobladores en la región castellano-leonesa pronto se hizo patente. Las razias granadinas, que llevaron a los musulmanes hasta las puertas de Sevilla, amenazaban continuamente las conquistas alcanzadas y amedrentaban a los recién llegados, provocando que algunos abandonaran sus heredades. En la Corona de Aragón, el proceso de repoblación, que se hizo a pequeña escala, estuvo jalonado por amplios estallidos de rebeliones mudéjares a partir del año 1247. El hijo y sucesor de Jaime I, Pedro el Grande, sólo logró acabar con ellas en el año 1276.Las rebeliones de los valencianos fueron, sin duda, un aliciente para la gran revuelta mudéjar de Castilla en el año 1264, atizada probablemente desde Granada y el Norte de África. Esta se declaró con más virulencia en Murcia, donde el monarca aragonés tuvo que intervenir en ayuda de los castellanos.Uno de sus efectos fue, sin duda, sus repercusiones en el equilibrio poblacional que se creía ya conseguido, provocando la sensación de fracaso del proceso repoblador y la necesidad de nuevos repartimientos. Jaime I el Conquistador efectuó varios donadíos entre los caballeros de su hueste pero devolvió la región a Alfonso Xen 1266. El rey castellano tuvo, también, que realizar más repartimientos, que se hicieron posibles gracias a la expulsión de gran número de musulmanes hacia el reino de Granada.Ahora bien, a pesar de los disturbios internos causados por la población musulmana, Jaime I mantuvo relaciones pacíficas con Marruecos, Tremecén y Túnez, que favorecieron los intercambios comerciales. Algún reflejo de estas relaciones se encuentra en la acuñación en Cataluña, en el año 1262, de monedas que imitaban las piezas musulmanas de aquella zona y en el tratado de Valencia del año 1272, firmado entre Jaime I y el sultán hafsí al-Mustansir.Pero allí no se detuvieron los problemas entre musulmanes y cristianos. En el año 1304 los granadinos realizaron una incursión por tierras valencianas que, como había ocurrido con anterioridad, provocó una reacción de colaboración entre Jaime II de Aragón y Fernando IV de Castilla contra el reino de Granada. Este estado de guerra entre los coaligados cristianos y el reino nazarí se mantuvo hasta el año 1323, fecha en la que Jaime II envió embajadores a Granada para establecer un nuevo modelo de relaciones con este vecino del Sur, construido sobre la base de tratados de paz y de tributación.
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Las consecuencias de la doctrina almohade se pueden resumir en:1) Guerra contra los almorávides: No le fue difícil a Ibn Tumart convencer a su gente de la necesidad de atacar a estos musulmanes cuya sangre les llevaría al Paraíso porque no respetaban los preceptos islámicos: en sus ciudades el vino no estaba prohibido, los cerdos corrían por las calles, se cometían excesos en la recaudación de impuestos -buscando la riqueza personal-, los hombres se tapaban la cara mientras las mujeres iban con ella descubierta... Además, los alfaquíes no habían aceptado la nueva teología, seguían ciegamente la casuística malakí sin esforzarse en volver a los textos originales y eran incapaces de contestar a cualquier pregunta teológica. El jefe almorávide, el Príncipe de los Musulmanes, estaba absorbido por su vida contemplativa dejando al pueblo descarriarse cuando su deber era llevarlo a la salvación. Había que perseguirles donde estuvieran, no sólo en el Norte de África sino también en al-Andalus. Bajo el mando de su Imam Infalible e Incontestable, jefe militar y religioso, los almohades cruzaron el Estrecho e invadieron la Península Ibérica para acabar con los almorávides y restablecer el orden islámico en las tierras del Islam.2) Guerra contra los cristianos: Enfrentándose a los cristianos politeístas (por las tres personas de la Trinidad) se cumplía con otro deber: participar en la victoria del Islam con la Guerra Santa y ganarse el Paraíso con el martirio.3) Desarrollo de las ciencias: Dado el lugar destacado que había reservado Ibn Tumart a la ciencia, los almohades buscaron siempre profundizar en el saber y proteger a los hombres de ciencias, no sólo las religiosas sino de todo tipo: astrología, filosofía, historia... etcétera. En al-Andalus encontraron un terreno abonado.4) Austeridad en las artes: la vida ruda que se impuso Ibn Tumart a sí mismo y a sus seguidores, desprendiéndose de lo terrenal, afectó también al arte almohade, que se desarrolló austero y utilitario.
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Polibio mantenía que en el 168-167 Roma era dueña del mundo conocido y concedía poca importancia al hecho de que la mayor parte de este mundo no fuese gobernado directamente por ella. Sin duda tenía razón puesto que tal dominio implicaba la obediencia de los otros a Roma. La misma idea es ampliada por Estrabón al final de su "Geografía": "De todas estas regiones sujetas a los romanos, algunas partes son, en efecto, gobernadas por reyes, mientras que otras las gobiernan directamente los romanos. Las llaman provincias y envían allí prefectos y cobradores de impuestos. También hay algunas ciudades libres, algunas de las cuales se decantaron por Roma desde los comienzos como amigas, mientras otras fueron liberadas por los propios romanos como señal de honor...". Reinos o provincias, el poder de Roma se extendía a todos ellos. Durante esta época, Roma resolvía habitualmente los problemas de seguridad de su imperio en pleno crecimiento por la expansión, pero ésta era una expansión más hegemónica que territorial. Las guerras y las victorias romanas conducían generalmente a un relativo aumento territorial y a una acción cada vez más amplia de la diplomacia de Roma por medio de la clientela. El mantenimiento del poder indirecto sobre estos territorios (como por ejemplo Bitinia, Egipto, Numidia...) ofrecía la ventaja de una economía de fuerzas para Roma. No obstante, durante la última fase republicana las nuevas fuerzas políticas en el poder elaboraron una política distinta y el ritmo de la expansión territorial se aceleró manifiestamente, alcanzando su apogeo bajo Augusto, entre otras razones porque la capacidad demográfica y militar de Roma al ser mayor posibilitaba esta nueva elaboración política tardorrepublicana. Las guerras ultramarinas que siguieron a la segunda Guerra Púnica tuvieron entre otras consecuencias dos que conviene tener presentes: una profesionalización estable del soldado romano e italiano y un flujo de riqueza que revirtió en Roma e Italia. Respecto al primer aspecto, aunque no pueda ser considerado exactamente un ejército profesional, puesto que era reclutado expresamente para cada campaña, lo cierto es que hasta comienzos del siglo II resultaba habitual que el campesino alternase el trabajo en sus tierras con el desempeño de sus funciones militares. Pero después del 200 a.C. esta compatibilidad ya no fue posible puesto que los soldados-campesinos pasaban muchos años fuera de casa. Esta situación tuvo gran repercusión en el problema de la propiedad y explotación de la tierra en Italia. En segundo lugar, la riqueza que llegaba a Italia a través del cobro de indemnizaciones, de impuestos o en forma de botín, benefició en parte a las clases bajas, pero fundamentalmente a la aristocracia, que pudo seguir desempeñando puestos en la administración de estos nuevos territorios y seguir invirtiendo su dinero en tierras en Italia. Estas tierras eran grandes empresas agrícolas trabajadas por esclavos. Así, este aspecto enlaza con el anterior, puesto que la amplia demanda de tierras en Italia llevó a que estos grandes propietarios obligaran a vender al pequeño campesino. Por este procedimiento la elite romana actuaba hasta cierto punto en contra de sus intereses puesto que amenazaba el suministro estable de hombres para las legiones que posibilitasen la continuidad de nuevas guerras en ultramar. Esta contradicción estallaría pocos años mas tarde.
obra
Rubens enviaba a Italia en marzo de 1638 este gran lienzo destinado a la colección del gran duque de Toscana, Fernando de Medicis. La tela iba acompañada de una carta dirigida a Justus Sustermans en la que se dan instrucciones para la reparación de los daños sufridos por la obra durante el viaje y donde se hace una detalla descripción del lienzo: "La figura principal es Marte que, dejando abierto el templo de Jano (que, según la costumbre de los romanos, permanecía cerrado durante las épocas de paz), avanza con el escudo y la espada ensangrentada, amenazando a los pueblos con una gran ruina, sin ocuparse apenas de Venus, su mujer, que, acompañada de amores y cupidos, intenta retenerlo con caricias y abrazos. Marte se encuentra arrastrado por la furia de Alecto que lleva una antorcha en la mano y va acompañado por dos monstruos, la peste y el hambre, consecuencias inevitables de la guerra. En el suelo, dándonos la espalda, yace una mujer sobre los restos de un laúd roto, símbolo de la armonía, incompatible con la discordia de la guerra; y a su lado una madre con el hijo en brazos, para demostrar que la fecundidad, procreación y caridad, resultan arrasadas por la guerra que todo lo corrompe y todo lo destruye. También aparece allí, caído por tierra, un arquitecto con sus instrumentos en la mano, para significar que todo aquello que se había construido durante la paz para la comodidad de los hombres resulta destruido por la violencia de las armas. También creo, si mis recuerdos son exactos, que podrá ver arrojado al suelo, a los pies de Marte, un libro y algunos dibujos sobre un papel para simbolizar en qué manera pisa las letras y cualquier tipo de belleza; allí también se deben encontrar unas flechas o saetas desparramadas que eran el emblema de la Concordia cuando se encontraban unidas por una cinta ahora suelta; y lo mismo sucede con el caduceo y la rama de olivo, símbolos de la paz, que yacen por el suelo junto a una lúgubre mujer vestida de negro y despojada de todas sus joyas y adornos; es la infeliz Europa, que durante tanto tiempo viene siendo víctima de aquellas rapiñas, ultrajes y miserias tan evidentes que no necesitan más explicación".Al igual que las escenas destinadas a la decoración de la Torre de la Parada encargadas por Felipe IV de España, esta composición presenta a las figuras a modo de relieve clásico, en un movimiento de izquierda a derecha, sirviendo de contrapeso a la fuga sólo la figura blanquecina de Venus y los cupidos que la acompañan. La influencia de la escuela veneciana queda de manifiesto en la importancia concedida a la luz, el color y la atmósfera, demostrando el maestro flamenco una vez más su admiración por Tiziano.
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Último gran conflicto medieval y precedente de las grandes guerras modernas, el enfrentamiento bélico de Francia e Inglaterra durante 138 años tuvo enormes consecuencias para la evolución histórica de todo el Occidente europeo. Además de innumerables efectos negativos -dispendios económicos, destrucción de recursos, sangría demográfica, etc.-, la Guerra de los Cien Años actuó también como dinamizador de procesos históricos de gran trascendencia. Francia e Inglaterra se constituyeron como Estados modernos al calor del conflicto. La primera alcanzó unas dimensiones y una cohesión interna que nunca había tenido. La segunda perdió su vocación continental esencialmente medieval para iniciar una evolución histórica más puramente británica e insular. En ambos casos, la monarquía aprovechó las reformas y procesos experimentados para imponerse como fuerza política hegemónica y autoritaria frente a una nobleza caballeresca humillada en los campos de batalla, unas burguesías desangradas en las luchas por el poder y un campesinado arruinado y agotado por los desastres de la guerra. El resto de Occidente experimentó procesos similares. La brillante Borgoña, emergida durante las luchas anglo-francesas, alcanzó un efímero cénit histórico para acabar dividida entre Francia y el Imperio. Castilla, dirigida por una nueva dinastía fruto en buena medida del enfrentamiento entre ingleses y franceses, se alzó como potencia peninsular hegemónica y gran fuerza marítima en el Atlántico hasta finales del siglo XVI. La Corona de Aragón, lastrada por la crisis de su motor catalán y por problemas internos, no pudo recuperar su potencial político-económico de principios del siglo XIV, pero logró a duras penas proseguir su avance en el Mediterráneo occidental. La pequeña Navarra sobrevivió a la Guerra de los Cien Años, pero no lo haría ante las poderosas monarquías autoritarias del siglo XVI. Finalmente, Portugal consolidó una personalidad política propia desde la entronización de la dinastía de Avis en otro capitulo del gran conflicto anglofrancés. El proceso de edificación estatal explica en buena medida el por qué del desenlace de la Guerra de los Cien Años. "Para nosotros esta claro -afirma R.B. Strayer- que los reyes ingleses jamás tuvieron los recursos necesarios para retener y gobernar zonas extensas de Francia, pero ello no resultaba tan obvio para los contemporáneos. Durante un siglo y medio la monarquía francesa se vio obligada a concentrar buena parte de su energía en la defensa de tierras y derechos que ya había adquirido en 1300". Según este autor, "la complejidad del sistema administrativo francés -especialmente perjudicial en una época de comunicaciones lentas- se tradujo en la permanente impotencia del gobierno central para hacer un uso efectivo de sus recursos materiales y humanos. Inglaterra, con menos de 1/5 de la población, y probablemente mucho menos de un cuarto de la riqueza de Francia, solía equipararse a esta última en periodos de conflicto". Desde el momento en que el fortalecimiento del aparato estatal permitió a los reyes franceses disponer de unas energías en gran medida desperdiciadas, Inglaterra tuvo muy pocas oportunidades de lograr la victoria final en la guerra.
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Además de las consecuencias evidentes como resultado de la expulsión de los cartagineses y de pasar Hispania a la dependencia política de Roma así como de todas las comunes a cualquier etapa de enfrentamientos armados (pérdida de vidas humanas, botín de guerra obtenido por el vencedor, etc.), la derrota cartaginesa conllevó otras que también afectaron profundamente a la población de la Península. En primer lugar, todas las comunidades que pasaron a la dependencia de Roma a través de acciones militares quedaron bajo la condición de poblaciones dependientes: habían pasado a ser usufructuarias de los bienes que antes tenían como propios (fincas rústicas o urbanas); el Estado romano, el populus Senatusque, había adquirido la propiedad jurídica de los mismos. Por la explotación de sus antiguas propiedades, las comunidades peregrinas debían ahora pagar un canon bajo la forma de impuestos. Tales comunidades podían seguir organizadas conforme a sus normas tradicionales e incluso conservar sus cultos locales. Ahora bien, habían perdido su autonomía política; en adelante, su destino estaría unido al del Estado romano que podía hacer gravar sobre ellas cualquier impuesto extraordinario que considerase necesario. Sólo aquellas ciudades que ya eran amigas de Roma, Ampurias y Sagunto, mantenían su estatuto anterior de ciudades libres. Ahora bien, incluso éstas podían verse obligadas a contribuciones económicas especiales, y, además, a la aportación de tropas auxiliares para el ejército romano. Unas pocas que colaboraron abiertamente con Roma, como Malaca (Málaga), recibían la categoría de ciudades federadas en un régimen de aparente igualdad con Roma, aunque también obligadas a contribuciones con hombres y con dinero siempre que lo necesitase el Estado romano. Al finalizar la Guerra en Hispania, Escipión fundó una ciudad a la que llamó Itálica (Santiponce, provincia de Sevilla) destinada a servir de hospital para los heridos durante los últimos enfrentamientos; así se dio el primer paso de lo que sería una ciudad de tipo romano. Pero tendrán que transcurrir aún algunos años para que Roma se decida a intervenir de modo sistemático en las ciudades de Hispania. Para esta fase inicial sirve la frase célebre que atribuye a Roma no sólo el haber respetado a muchos régulos sino el incrementar el poder de algunos, pues la alianza con las oligarquías locales era la forma política de intervención preferida por Roma.
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Está generalizada la tendencia a considerar la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado como un cambio positivo para ellas. No obstante, aquí no se observa una mejora en la situación material de las mujeres exiladas -del grupo mayoritario de las amas de casa- en función de su nueva actividad, ni tampoco se derivaba de ello una mejor consideración social del trabajo de las mujeres. Al contrario, sí puede afirmarse que, por lo general, se mantuvo en la familia la misma división del trabajo genérica por la cual correspondían a la mujer las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, mientras que los hombres ocupaban una posición de dominio en el grupo. Estos roles genéricos tradicionales eran aceptados por las propias mujeres, pues concebían su trabajo remunerado como algo secundario respecto a sus verdaderas tareas que consistían en el trabajo no pagado en el seno del hogar. Las instituciones del exilio contribuyeron también al mantenimiento de estos roles genéricos mediante las normas que regulaban su relación con los grupos familiares de exilados. Estas se basaban en una concepción androcéntrica del grupo familiar que dejaba a la mujer una posición totalmente subordinada a su padre o mando. Junto a esta tendencia conservadora de los comportamientos femeninos tradicionales se observan algunos cambios que afectan a la división genérica del trabajo. Aparecen nuevos comportamientos femeninos entre las exiladas, sobre todo en el sentido de que se presta menor atención al trabajo doméstico y a la reproducción, en beneficio de su actividad laboral y de una vida social más diversificada. Aquellas que hemos llamado amas de casa 'modernas' son las que concedían un papel más relevante a su trabajo profesional, pues solía ser una actividad más especializada y mejor remunerada que el trabajo de confección a domicilio. Por ello aspiraban a reducir su participación en el trabajo doméstico aunque tampoco ellas lo abandonaban por completo; el recurso al empleo de otras mujeres como servicio doméstico para estas tareas permitía que pudieran cumplir su objetivo. Gráfico Por otra parte, la actividad laboral de las mujeres, que limitaba sus posibilidades de dedicación a la esfera doméstica, unida al empeoramiento de las condiciones de vida producido por el exilio, condujo al descenso del número de hijos por mujer entre las familias de refugiados durante los años cuarenta. Así, aunque no fuera de una forma programada, empezó a introducirse un nuevo modelo de comportamiento femenino caracterizado por estar menos centrado en la maternidad y en las actividades domésticas. El control de la natalidad estaba, a su vez, impulsado por el deseo de las mujeres que querían incorporarse en condiciones de igualdad con el hombre a la vida social y al trabajo remunerado. Este nuevo modelo de comportamiento aparece principalmente entre las mujeres más cualificadas que trabajaban fuera de casa, no entre las que se ocupan del trabajo doméstico y la confección a domicilio. Estas últimas, por el contrario, con el paso del tiempo, tendieron a abandonar el trabajo remunerado para centrarse en las tareas domésticas cuando la situación económica familiar lo permitió.
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La peste negra dejó en todos los territorios por donde se propagó unas huellas profundísimas. Pero su impacto se dejó sentir básicamente, como era lógico por lo demás, en el terreno demográfico, testigo de un brusco incremento de la mortandad. Las fuentes coetáneas de la epidemia ya nos advierten de dicho fenómeno, por más que se trate de simples opiniones subjetivas. "No se había conocido nada semejante. Los vivos apenas eran suficientes para enterrar a los muertos", leemos en las "Vitae Paparum Avinonensium". Por su parte, el brillante cronista francés Jean Froissart también nos dejó su testimonio a propósito de la peste negra: "En este tiempo por todo el mundo corría una enfermedad, llamada epidemia, de la que murió un tercio de la humanidad. Comenzó a darse en Florencia y en el contado enfermedad, luego mortalidad de gente, especialmente mujeres y niños, en ,general gente pobre", dirá el cronista G.Villani, víctima él mismo de la epidemia. El cronista Agnolo di Tura "il Grasso", que nos ha dejado una patética descripción de los efectos causados por la peste en Siena, después de indicar que en aquella dramática situación "el padre abandonaba al hijo, la mujer al marido y un hermano a otro hermano", afirma: "yo mismo enterré a mis cinco hijos con mis propias manos". Un texto del año 1350, procedente de una diócesis gallega, señalaba que a consecuencia de la peste "murieron en nuestra diócesis casi las dos terceras partes tanto de los clérigos como de los feligreses". Como se ve, las referencias proceden de diferentes regiones de la geografía europea, pero todas ponen el dedo en la llaga al señalar los terribles efectos de la peste negra. ¿Disminuyeron en un tercio los efectivos demográficos de los países afectados por la epidemia? ¿O acaso en dos tercios? Ciertamente analizar en términos cuantitativos la mortandad causada por la peste negra es de todo punto imposible, debido a las limitaciones de las fuentes conservadas. Es preciso advertir, por otra parte, que el morbo afectó de manera muy desigual a unas y otras regiones de Europa. El norte de Polonia, por ejemplo, prácticamente quedó indemne de la peste. Comarcas como el Bearn o Brabante, en el occidente de Europa, sintieron muy débilmente sus mortíferos efectos. Otras comarcas, como el Artois, aunque padecieron la peste, la sufrieron de forma muy matizada. Algo parecido ocurrió con la ciudad de Milán. En cualquier caso los contrastes regionales fueron muy acusados, incluso tratándose de territorios relativamente próximos. Es sabido, por referirnos a un ejemplo del Imperio germánico, que Brandeburgo fue mucho más afectado por la muerte negra que Franconia. La única estimación global de la mortandad causada por la peste negra para un país europeo nos la proporciona J. C. Russell a propósito de Inglaterra. Este investigador calcula que Inglaterra perdió, debido a la aludida epidemia, entre el 20 y el 25 por 100 de su población, aunque esa proporción alcanzó niveles muy superiores en algunas comarcas, como el condado de Surrey. Escocia. por su parte, perdió, entre los años 1349 y 1362, casi una tercera parte de sus habitantes. La región francesa de Ile-de-France perdió, entre 1348 y mediados del siglo XV, cerca de la mitad de su población. El entorno rural de la ciudad italiana de Pistoia perdió, entre los años 1340 y 1400, cerca del 60 por 100 de sus efectivos demográficos. Si nuestro punto de vista se sitúa sobre núcleos de población concretos observaremos que algunas ciudades alemanas tuvieron pérdidas elevadísimas: Magdeburgo, el 50 por 100, y Hamburgo, entre el 50 y el 66 por 100, porcentaje similar al que afectó a Bremen. Bolonia perdió, según el cotejo de los datos de enero de 1348 con los de enero de 1349, entre 1/3 y 2/5 de sus habitantes. París, de la que hay también información cuantitativa aprovechable, vio descender el número de sus habitantes en un 25 por 100 aproximadamente. Muy elevada fue también la mortalidad en ciudades como Deventer, Ypres o Tournai. De todas formas hay que tener en cuenta que las pérdidas demográficas de muchas ciudades se vieron compensadas por las inmigraciones de gentes procedentes del medio rural. Si de la incidencia territorial de la epidemia pasamos a contemplar sus efectos sobre grupos compactos de la población, ¿no es significativo que en Inglaterra perecieran a consecuencia de la peste negra el 18 por 100 de sus obispos y en torno al 40 por 100 de todos los clérigos beneficiados? En este orden de cosas cabe consignar el dato relativo a los canónigos del cabildo de la catedral de Burdeos, recogido en sus investigaciones por R. Boutruche: "En vísperas de la llegada de la peste negra eran veinte, de los cuales en 1355 solo permanecían cinco; tres de ellos nos consta que habían cambiado de residencia, pero los doce canónigos restantes, es decir, más de la mitad, habían muerto, presumiblemente en función de la incidencia de la epidemia". También se han utilizado como guía para el estudio de la mortandad causada por la peste negra los testamentos. En su trabajo sobre los campos de la región de Lyon a fines de la Edad Media, M. T. Lorcin ha comprobado que el año en que se hicieron más testamentos, de todo el siglo XIV, fue 1348, con un total de 376. Le sigue el año 1361, en que se propagó nuevamente la peste, con 206. Los siguientes años están a gran distancia, por el número de testamentos redactados: 92 en 1343 y 91 en 1392. En otras ocasiones las referencias demográficas aluden a un periodo cronológico de relativa amplitud. G. Bois comprobó que en el este de Normandía la población descendió, entre los años 1314 y 1380, en un 53 por 100. La ciudad italiana de Imola vio descender sus efectivos demográficos, entre los años 1336 y 1371, en cerca de un 40 por 100. Pero aunque en los dos periodos mencionados se propagó la peste negra, y todo indica que ella fue la causa principal de ese declive poblacional, es imposible conocer cual fue su concreta incidencia en lo que a mortandad se refiere. En ocasiones la incidencia de la epidemia se ha deducido no de lo que los documentos cuentan, sino de lo que callan. Tal es el caso, por ejemplo, de lo acontecido en la ciudad italiana de Orvieto, estudiada en su día magistralmente por E. Carpentier, la cual dedujo los efectos de la peste negra a través del silencio de las fuentes. Al fin y al cabo era tal el temor reverencial que causaba la peste que incluso se evitaba escribir su nombre, como comprobó Arlette Higounet-Nadal en su estudio sobre Périgueux en los siglos XIV y XV. Los datos conocidos de la Península Ibérica son, asimismo, muy fragmentarios. También hubo comarcas en las que la muerte negra apenas hizo acto de presencia, como la plana de Castellón. Luttrell, por su parte, ha probado cómo la epidemia causó muy escasas víctimas entre los hospitalarios de Aragón. Pero hay más referencias en sentido contrario, alusivas a la mortal influencia de la peste. Es muy significativo, por ejemplo, que en un cementerio judío de Toledo nueve de las 25 inscripciones funerarias fechadas entre los años 1205 y 1415 correspondan a 1349. En las inscripciones citadas la peste negra es, sin duda, la causante del óbito. Recordemos la inscripción funeraria de David ben Josef aben Nahmías, sumamente expresiva por más que utilice elementos retóricos: "Sucumbió de la peste, que sobrevino con impetuosa borrasca y violenta tempestad". Si pasamos a tierras aragonesas nos encontraremos igualmente con una fractura demográfica en los años medios del siglo XIV. La población de Teruel disminuyó, entre los años 1342 y 1385, en un 37 por 100. Aunque el arco cronológico es, una vez más, amplio, en el mismo se sitúa la incidencia de la muerte negra. Más llamativa fue la evolución demográfica experimentada por la comarca catalana de la plana de Vic, la cual contaba en vísperas de 1348 con unos 16.000 habitantes, pero quedó reducida a sólo 6.000 unos años después. Conclusiones semejantes se deducen de las investigaciones efectuadas sobre la evolución de la población en el siglo XIV en territorios tan diferenciados entre sí como Mallorca o Navarra. En Mallorca, a juzgar por las investigaciones llevadas a cabo por A. Santamaría, perecieron a causa de la peste negra el 4,4 por 100 de los habitantes de la ciudad de Palma y el 23,5 por 100 de los que vivían en los núcleos rurales de la isla. Es posible, no obstante, que esta distorsión entre el campo y la ciudad mallorquines obedeciese también a la existencia de movimientos migratorios desde el ámbito rural hacia el urbano. Por lo que respecta a Navarra, los estudios de J. Carrasco han revelado el brusco descenso poblacional experimentado en la merindad de Estella entre los años 1330 y 1350, una de cuyas principales causas fue sin duda la mortífera epidemia de que venimos hablando. En diversas ocasiones se ha establecido una conexión directa entre la difusión por Europa de la peste negra y el incremento de los despoblados. N. Cabrillana afirmó en su día que "la aparición en España de la peste negra borró del mapa, para siempre, buena cantidad de lugares". En un estudio monográfico sobre el obispado de Palencia el citado autor calculó que la muerte negra fue la causa de la desaparición de 88 núcleos de población, es decir, el 20,9 por 100 del total de los existentes antes de 1348. Pero, al margen de las observaciones críticas que pueden hacerse al trabajo mencionado, hoy se piensa que los despoblados no fueron causa directa de las epidemias de mortandad. El abandono de un lugar se produce, habitualmente, en el transcurso de un proceso más o menos largo, y en el mismo influyen causas muy diversas, como la creciente pobreza de sus suelos o el atractivo de algún núcleo vecino. En esas circunstancias la presencia de una epidemia como la de 1348 pudo actuar como un aldabonazo importante, pero nada más. Hemos hablado hasta ahora de las consecuencias demográficas de la peste negra. Pero el morbo citado dejó asimismo sus huellas en otros muchos terrenos. Por de pronto causó una gran conmoción en los espíritus, lo que se tradujo en la proliferación de movimientos sumamente sorprendentes, entre los cuales quizá el más llamativo fue el de los flagelantes. Se trataba de muchedumbres que recorrían, en procesión, los diversos países europeos. Los flagelantes surgieron, casi al mismo tiempo, en buena parte de Europa, desde Hungría hasta Inglaterra y desde Polonia hasta Francia. Iban acompañados de signos religiosos y, como forma de hacer penitencia, se dedicaban a flagelarse entre sí, de donde procede el nombre con que se les conoce. Sus integrantes, por lo demás, solían reclutarse entre las capas bajas de la población. El movimiento, en el que se daban cita al mismo tiempo manifestaciones de histeria colectiva propias de una época de crisis y una severa crítica a la jerarquía eclesiástica, fue considerado perverso por las autoridades religiosas, que decretaron su prohibición. No tiene por ello nada de extraño que los escritos de la época lanzaran duras diatribas contra los protagonistas de dicho movimiento. He aquí lo que decía un texto alemán de aquel tiempo, "estos flagelantes hicieron mucho mal al clero por sus predicaciones y su arrogancia". En otro orden de cosas la peste negra contribuyó en buena medida a reavivar en todo el Continente europeo el antijudaísmo, que parecía encontrarse adormecido en los últimos tiempos. Al recaer sobre los hebreos la acusación de que habían provocado el mal, en diversas regiones europeas, desde Alemania hasta Cataluña, se desataron persecuciones contra las aljamas judías. En 1349, "entre la fiesta de la Purificación y la Cuaresma numerosos judíos perecieron en todas las ciudades, castillos y aldeas de Turingia, en Gotha, Eisenach, Arnstadt, Illmenau, Nebra, Wei und Wiche, Tennstaedt, Ilebrsleben, Thamsbrueek, Frankenhausen y Weissensee, porque el rumor público los acusaba de haber envenenado las fuentes y los pozos", leemos en un texto alemán de la época. Recordemos, aunque sólo sea en sus grandes líneas, lo acontecido en tierras del Principado. El "call" o aljama de los hebreos de Barcelona fue asaltado por las turbas en mayo de 1348, apenas unos días más tarde de la presencia de la peste en la ciudad. La violencia antisemita se propagó después a los "calls" de Cervera y Tárrega y, en menor medida, a los de Lérida y Gerona. El clima de terror que causaron las mortandades contribuyó a acentuar la búsqueda, por parte de los que estaban a su merced, de posibles tablas de salvación. Ni que decir tiene que la principal fuente abastecedora de esos auxilios era la Iglesia. Así se explica que, en la época que siguió a la difusión de la peste negra, aumentaran considerablemente las que Miskimin ha denominado "inversiones en gracia espiritual". Los fieles no dudaban en desprenderse de sus bienes si a cambio creían garantizar la salvación de su alma. Lo cierto es que, a través de las más diversas vías, los legados y las donaciones efectuados a la Iglesia crecieron por doquier. Las mortandades, por consiguiente, hicieron posible que las arcas de la Iglesia engrosaran. La muerte, realidad cotidiana en la época de difusión de la peste negra, se convirtió, como no podía menos de suceder, en un tema predilecto de la literatura y del arte. Pensemos, por ejemplo, en las famosas "Danzas de la muerte", que proliferaron en diversos países europeos desde la segunda mitad del siglo XIV. También las pinturas del camposanto de Pisa nos ofrecen un espléndido testimonio de la importancia que adquirió el tema de la muerte en la Europa del siglo XIV. No menos significativo es, a ese respecto, el éxito que alcanzó, a finales del siglo XIV, el "Dies Irae", un canto fúnebre que databa, como mínimo, del siglo XII, pero cuyo arraigo definitivo sólo se produjo en la Europa de las mortandades. ¿No puede verse asimismo relación entre la muerte negra y el clima de vitalismo explosivo, que como contraste a las desgracias del mundo terrenal, recorrió Europa en las décadas que siguieron a la llegada del morbo fatídico? El cronista florentino M. Villani captó de forma magistral esa situación al decir que los que habían sobrevivido a la peste negra, en lugar de ser "mejores, más humildes, virtuosos y católicos... llevan una vida más escandalosa y más desordenada que antes. Pecan por glotonería, sólo buscan los festines, las tabernas y las delicias en la comida, se visten de formas extrañas, inhabituales e incluso deshonestas". Por su parte, Bocaccio, insistiendo en la misma idea, nos dice, en su "Decamerón", que muchos ciudadanos "pensaban que la plaga se curaba bebiendo, estando alegres, cantando y divirtiéndose, y satisfaciendo todos sus apetitos, por lo que pasaban el día y la noche de taberna en taberna bebiendo sin moderación y haciendo sólo lo que les agradaba hacer". Claro que también es lícito establecer conexión entre el hecho de la mortandad generalizada, por una parte, y la tendencia a la retirada del mundo, preparándose exclusivamente para bien morir, por otra. Quizá la obra más expresiva, en ese sentido, sea la "Imitación de Cristo", que data de comienzos del siglo XV y ha sido atribuida a la pluma de Thomas Kempis. La idea central de dicha obra era el abandono de las vanidades de este mundo, de ahí que se le haya presentado como la apología suprema de la renuncia.