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En el mes de octubre Vincent sintió especial interés por las alamedas al atardecer, aplicando una iluminación anaranjada típica de la caída del sol. En estos paisajes encontramos una referencia obligada al Barroco Holandés y a la Escuela de La Haya, aportando el joven artista estas iluminaciones más potentes que en sus referencias. La sucesión de árboles que corren paralelos al camino finaliza en una granja, al fondo de la composición. Sus sombras se proyectan en el sendero donde una anciana avanza hacia el espectador, reforzando la sensación de perspectiva, perfectamente creada. El color es aplicado a base de toques enérgicos y empastados, suprimiendo casi las líneas y el dibujo para resultar dominador el abocetamiento. Con estas obras podemos deducir el estado de ánimo del artista, en un momento de felicidad en su casa familiar de Nuenen, antes de abandonar Holanda para trasladarse a París.
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Los árboles serán para Cézanne un especial motivo de inspiración. Muchos de ellos se convierten en el elemento principal de la composición como ocurre con estos álamos, construidos gracias al color. Tomando como fuentes el realismo y el impresionismo, el maestro de Aix alcanzará un estilo particular en el que la naturaleza ocupa el papel más destacado. Los álamos se distribuyen por el espacio en perspectiva, creando una línea serpenteante que finaliza en el monte del fondo, en sintonía con el sendero que observamos entre los troncos. La paleta es muy limitada pero la variedad de tonos hace de esta tela una de las más impactantes del maestro. Las pinceladas son aplicadas de dos maneras diferentes; en unas zonas son cortas y dinámicas mientras que en otras se convierten en fluidas, para crear una diversidad de trazos de gran impacto visual. El cielo ante el que se recorta la arboleda carece de nubes, sirviendo su tonalidad como contraste.
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Una de las obsesiones de Monet será representar los diferentes paisajes dependiendo de la incidencia de la luz en un momento determinado. Así surgen atractivas series como las de la Catedral de Rouen o los Almiares. En este caso, se trata de una magnífica imagen de unos altísimos álamos tomados al atardecer, que reflejan las últimas luces solares en sus troncos y en sus copas. La hilera de árboles forma una acentuada curva, presentando los de la derecha en sombra. Claude aplica el color de manera casi puntillista, con pequeños toques de pincel, como si se tratara de un puzzle. Sin embargo, la pincelada empleada en el cielo es más amplia y compacta; las sombras utilizadas son coloreadas, siguiendo la máxima impresionista de que las sombras no dejan de ser una luz, diferente eso sí. Las formas desaparecen paulatinamente, acercándose a la abstracción como observamos en Lirios en el jardín.