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Personaje
Militar
Ante los últimos reveses sufridos por parte de los atenienses dirigidos por Cleón, los espartanos encomendaron a su mejor general la dirección de las tropas. El elegido fue Brásidas quien obligó la retirada ateniense de Megara. Avanzó por Tesalia y Macedonia para conquistar Anfípolis donde encontró la muerte en su defensa, al igual que Cleón.
contexto
Durante el siglo y medio transcurrido entre 1550 y 1700, Brasil definió su ser lusitano, su ámbito brasileño, su sociedad americana y su economía de plantación, que la convirtió en subsidiaria del comercio capitalista. A comienzos de este período, seguía siendo un territorio marginal de la colonización portuguesa en el que se extraía un producto de escaso interés, el palo de Brasil, y pequeñas cantidades de azúcar. A fines del siglo XVII, Brasil era la joya de la Corona portuguesa, pese a las muestras evidentes del hundimiento de su economía azucarera. Brasil había cuadruplicado su espacio geográfico inicial y amenazaba peligrosamente a las colonias españolas circunvecinas, sobre todo en sus fronteras meridional y amazónica. Tres grandes etapas atravesó el Brasil en este período: la de formación, la de unión a España, y la de consolidación del Reino. La primera, cubrió desde 1548 hasta 1580; la segunda, desde entonces hasta 1640 y la tercera, desde dicho año hasta fines del siglo. En 1548, la Corona portuguesa dio por concluido su experimento de las capitanías donatarias, como dijimos, y decidió reasumir el dominio efectivo de la colonia, instalando el Gobierno General. Nombró Gobernador a Tomé de Souza y le ordenó fundar una ciudad, Bahía de todos los Santos, donde radicaría su sede. El Rey de Portugal organizó un sistema semejante al español, pues también nombró un "Proveedor Mor" o Procurador General de la Real Hacienda (Antonio Cardoso de Barros), un Ouvidor u Oidor General (Pedro Borges), que se ocuparía de la justicia y un Capitao Mor o Capitán General o Mayor (Pedro de Gois), a quien confió la defensa territorial. El esquema se redondeó en julio de 1550 con la creación de un obispado en Bahía. Souza debía emprender una gran visita por las antiguas capitanías para asentar el poder realengo, atraer a los naturales para que aceptaran la dominación portuguesa y actuar duramente contra los rebeldes. En su política indigenista contaría con la colaboración de los jesuitas, a quienes la Corona confió su evangelización. Habían ya demostrado su eficacia en la India y fueron llevados a Brasil bajo la dirección del padre Manuel de Nobrega, veinte años antes que los españoles a sus posesiones americanas. Souza partió de Lisboa, en febrero de 1549, con una armada de seis naves en las que iban más de mil hombres. Una vez en Brasil, inició con éxito su obra colonizadora, si bien fracasó en el aspecto militar, ya que los franceses establecieron una colonia en la bahía de Guanabara el año 1555. La dirigía el almirante Nicolás de Villegagnon y estaba formada principalmente por hugonotes. Los invasores levantaron dos fuertes en lo que luego sería Río, uno de ellos bautizado como Coligny, en honor del jefe hugonote. En 1557, llegó el nuevo gobernador Men de Sá, a quien se había ordenado expulsar a los extranjeros. Estos habían recibido refuerzos de calvinistas ginebrinos en 1557. Pronto surgieron desavenencias entre hugonotes y calvinistas y los últimos abandonaron la colonia. Tras varios intentos, los portugueses lograron desalojar a los hugonotes de Guanabara y destruir sus fortalezas. Otro intento francés fue rechazado por el gobernador Estacio de Sá en 1565, fundando entonces la población de San Sebastián de Río Janeiro (1567) en Guanabara. Sería la futura capital de Brasil. En la época de Sá comenzó el gran desarrollo azucarero, cuando la Corona repartió las grandes sesmarías a los emigrantes que desearan cultivar la caña. Al morir Mem de Sá, el Brasil fue dividido en dos gobernaciones: la del norte, con capital en San Salvador de Bahía, y la del sur, con capital en Río de Janeiro. Esta bicefalia trajo muchos problemas, por lo cual se suprimió en 1578, volviéndose al mando unificado. En 1580 se inició la segunda etapa, coincidiendo con la unión de las dos coronas peninsulares. Felipe II logró derrotar al pretendiente portugués don Antonio, prior de Crato y se proclamó Rey de Portugal, basándose sus derechos al trono en ser hijo de Isabel de Portugal y, sobre todo, en la fuerza de las armas. Comenzó así la unión de Brasil a España, que duraría hasta 1640. Esta vinculación trajo al Brasil grandes ventajas y no pocos inconvenientes. Al no existir ya la frontera de Tordesillas, los colonos portugueses pudieron extenderse por los territorios españoles fronterizos, especialmente en la Amazonía (Pedro Teixeíra remontó el Amazonas, en 1626, para penetrar en el Tapajoz), en el norte (desde Pernambuco se inició una acción, con ayuda española, para expulsar a los franceses de Paraiba en 1585) y en el sur (expediciones de Francisco de Sousa y sus seguidores desde Sao Paulo, a principios del siglo XVII, en busca de minas de oro y de indígenas). Los comerciantes brasileños pudieron negociar abiertamente con Buenos Aires y Paraguay y relacionarse con sus colegas limeños, que controlaban la plata peruana. También la burguesía portuguesa supo sacar partido a la situación, pues se apoderó del asiento de negros para todos los territorios americanos, sin tener que renunciar al manejo de sus negocios de las antiguas colonias lusitanas. Otras ventajas fueron la mejor organización administrativa. En 1604 se creó el Conselho da India, un organismo especializado para las colonias portuguesas (Brasil, África y la India), a imagen y semejanza del Consejo de Indias español. Sobrevivió a la separación de Portugal, transformado en el Conselho Ultramarino (1642). Los inconvenientes derivados de la vinculación a España fueron muchos también, destacando una mayor presión fiscal de la Corona (en 1603, se declaró monopolio real la caza de la ballena y se estableció el estanco del tabaco, en 1632) y, sobre todo, la enemistad holandesa y la atracción de la piratería inglesa (en 1591, Thomas Cavendish atacó Cabo Frío y Santos y, en 1595, James Lancaster saqueó Pernambuco). Los sesenta años de unión con España asentaron definitivamente el desarrollo económico brasileño, pero el azúcar atrajo a los holandeses, que habían irrumpido en el mercado asiático (habían creado para ello la Compañía de las Indias Orientales) y deseaban hacerlo también en el americano. En 1621, expiró la tregua de los Doce Años y los holandeses crearon la Compañía de las Indias Occidentales, conocida también como La Hermosa Estrella Brillante, a la que se confió la misión de establecer colonias en América y organizar el contrabando. La Compañía proyectó establecer una colonia en Brasil. Para ello, se organizó una poderosa flota de 35 naves y más de 3.000 hombres, que confió al mando de Jakob Willekens, con Pieter Piet Heyn como Vicealmirante. La flota zarpó de Holanda a principios de 1624 y se dirigió a Cabo Verde, donde fue reforzada. Cruzó el Atlántico y, el 8 de marzo de 1624, se presentó ante la ciudad de San Salvador (Bahía), de la que logró apoderarse en menos de un día, mientras sus pobladores huían a los alrededores. Cuando Felipe IV supo la noticia, quedó profundamente impresionado y ordenó recobrar la plaza. Se organizó una de las armadas más poderosas que cruzaron el Atlántico (en realidad fueron dos armadas, una portuguesa de 26 buques, mandada por Don Francisco de Almeida y otra española de 37, bajo las órdenes de don Juan Fajardo de Guevara): 63 buques, 945 cañones, 3.200 marinos y 7.500 soldados. El mando de aquella enorme fuerza naval fue confiado a don Fadrique de Toledo, que reconquistó la ciudad en mayo de 1625, capturando 3.000 prisioneros y expulsando a los flamencos de Brasil. No tardó mucho en producirse la reacción holandesa. En 1627, Piet Heyn atacó nuevamente Bahía, pero no logró tomar la plaza. Un año después, Heyn capturó en Matanzas (Cuba) la flota de la Nueva España en la que iban más de nueve millones de ducados en plata. Con este dinero, la Compañía de las Indias Occidentales preparó la gran invasión a Brasil. Cincuenta y cinco buques mandados por el almirante Lonck se presentaron en Olinda, el año 1630, y la conquistaron fácilmente, así como luego Recife. Esta vez los españoles (la armada del almirante Oquendo) no pudieron rechazarles con la celeridad anterior. Los holandeses se apoderaron luego de Paraíba y penetraron en el territorio de Goiana. En 1637, los Estados Generales de Holanda enviaron a Mauricio de Nassau como gobernador de la colonia, llamada la Nueva Holanda. Llegó a Brasil con una verdadera corte virreinal (poetas, médicos, arquitectos, pintores) y organizó sólidamente el territorio, después de fracasar en el intento de tomar Bahía. Rebautizó a Recife como Mauritzstadt y dio toda clase de incentivos a la industria azucarera, que alcanzó un auge insospechado gracias a la introducción masiva de esclavos. Entre 1636 y 1645 llegaron a esta colonia 23.163 esclavos. Nassau regresó a Europa en 1644, entrando entonces en decadencia la Nueva Holanda. La tercera etapa se inició en 1640, cuando los portugueses lograron restablecer su independencia con el nuevo monarca Joao, primero de los Braganzas. Una de sus primeras medidas fue liberar Brasil de la dominación holandesa. El jesuita Antonio Vieira organizó la Compañía General de Comercio de Brasil (para ello eximió de las penas de Inquisición a los cristianos nuevos que ayudasen a ella con dinero), que organizó una gran flota con la que se bloqueó Recife en 1654, obligando a los holandeses a rendirse. La colonia siguió prosperando luego aprovechando la bonanza azucarera, que duró hasta 1670, cuando sobrevino la guerra luso-holandesa que arruinó el negocio, ya que los holandeses seguían siendo los compradores y redistribuidores del producto. Los precios descendieron vertiginosamente y Brasil empezó a mirar hacia el sur, para tratar de resarcir sus pérdidas con la plata peruana que fluía a Buenos Aires y con el posible hallazgo de minas de oro. En 1677, se crearon dos nuevos obispados en Río de Janeiro y Olinda dependientes de Bahía, que fue elevada a la categoría de arquidiócesis. En 1678, el gobernador de Río Manuel Lobo recibió la orden de establecer una colonia portuguesa en la frontera meridional. Desembarcó en San Gabriel, en 1680, e inició la construcción de una fortaleza y viviendas en el lugar, bautizado como Colonia del Sacramento. Este establecimiento fue atacado por los españoles y devuelto a los portugueses en 1681. La Colonia del Sacramento daría infinidad de problemas durante el siglo siguiente. La sociedad colonial brasileña tuvo un proceso integrador semejante al hispanoamericano. Su base la conformaron los aproximadamente un millón de indígenas que habitaban el territorio en el año 1500. Pertenecían a culturas muy diferentes, ninguna de las cuales había llegado a configurar una civilización urbana. Eran recolectores, cazadores o agricultores elementales, asociados en unidades tribales independientes, cada una de las cuales era dirigida por su cacique. Su grupo principal eran los Tupí, que ocupaban el litoral, y los Ge o Tapuías, que habitaban el interior. Los indígenas próximos a la costa fueron utilizados en las labores agrícolas de la colonia hasta que su número empezó a disminuir, coincidiendo con la declaración de libertad del indio dada por la Corona (1570). Los portugueses procedieron entonces a traer indios del interior. De esta labor se encargaron los bandeirantes, generalmente mestizos, auténticos cazadores de esclavos indios. Se adentraban en la selva bajo la dirección de un jefe y agrupados en torno a una bandeira o bandera, de donde tomaron el nombre. Capturaban a los naturales y les llevaban a los mercados costeros para venderles. Su grupo principal fue el de Sáo Paulo, que atacó las misiones jesuitas del Paraguay, como vimos. Los indios se replegaron hacia las selvas del interior, donde el hombre blanco era incapaz de sobrevivir. Allí pudieron subsistir con sus costumbres hasta épocas muy tardías. En cuanto a los portugueses, se establecieron en la enorme costa brasileña (tiene 6.200 km de longitud) en cuyas proximidades encontraron tierras aptas para la agricultura, especialmente para el cultivo de la caña de azúcar. Al principio, ocuparon sólo la zona septentrional, luego fueron extendiéndose hacia el sur. La migración lusitana fue pequeña, pero hacia 1680 alcanzaba ya un ritmo de unos dos mil por año. La emigración y el crecimiento vegetativo (que originó los criollos) hizo que el número de blancos fuera ya de 20.000 para 1570 y 70.000 para 1650. Por estos años de mediados del siglo XVII, Brasil tenía también 100.000 negros y 30.000 mulatos. Los negros fueron llevados a Brasil para realizar las duras labores de la plantación. Los primeros se trajeron de las islas de Cabo Verde, donde los portugueses les empleaban en el cultivo de los cañaverales, pero pronto vinieron de todos los lugares de África. Este Continente estaba relativamente próximo a Brasil y la travesía atlántica era corta, lo que disminuía la gran mortandad producida en alta mar. Pese a esto, los traficantes no tuvieron un empeño especial en el mercado brasileño, ya que vendían su carga a cambio de azúcar y ron, mientras que en Hispanoamérica conseguían plata y oro por ellos. La gran trata comenzó en 1559, cuando la Corona autorizó a cada dueño de plantación a importar 120 esclavos. Se calcula que, en 1570, había en Brasil entre dos y tres mil esclavos, que ascendieron a unos 15.000 para el año 1600. Durante la primera mitad del siglo XVII entraron a un ritmo de cuatro mil por año. Los esclavos iban a parar a la fazenda o plantación, un latifundio en el que tenían reservadas unas casas comunales para vivienda llamadas sendala. En el centro de la fazenda estaba la Casa Grande o mansión donde vivían los amos, rodeados de los refinamientos europeos y atendidos por gran cantidad de esclavos domésticos. Sólo en las grandes fiestas se reunían los moradores de la sendala y los de la Casa Grande: cuando alguna de las hijas de los amos cumplía los 15 años o se casaba. Entonces, se invitaba a los esclavos a cantar en honor de la dama y de sus invitados. La convivencia de los tres grupos raciales produjo pronto el mestizaje. Igual que en Hispanoamérica, surgieron los mestizos o mamelucos (hijos de portugués e indio), los mulatos (hijos de portugués y negro) y los cafusos (hijo de negro y de indio). Con el transcurso del tiempo, los mamelucos fueron asimilados a los blancos y los únicos mestizos fueron los mulatos. La economía colonial se centró en la producción azucarera, como hemos dicho. Al principio, sólo se explotó el pau brasil o palo de Brasil, que dio nombre a la tierra. Se empleaba como colorante. Hacia 1530, se obtuvieron los primeros rendimientos apreciables con la caña azucarera, cultivo trasplantado desde las islas Madeira. Pronto se comprobó que se daba admirablemente en las tierras de la costa norte, donde se reunían las condiciones ideales de calor y humedad. Su proximidad a los puertos abarataba los gastos de transportar el azúcar a los barcos y la travesía, relativamente corta hasta los mercados europeos, aminoró los costos, permitiendo que el producto llegara a los consumidores con un buen precio. La burguesía holandesa monopolizó el negocio. Se encargó de transportarlo a Europa, distribuirlo a los distintos mercados y hasta de suministrar maquinaria, herramientas y préstamos a los productores. El litoral brasileño se llenó de cañaverales. La caña había que cultivarla, cortarla en el momento preciso, transportarla hasta los trapiches, molerla, hervir el jugo resultante en calderas de cobre, espumarlo, refinarlo y cristalizarlo en forma de azúcar. El artículo resultante era empacado, transportado en carretas al puerto y embarcado. Todo esto requería mucha mano de obra, y al agotarse la indígena, se acudió a importarla de África, como indicamos. En 1560, las islas Madeira perdieron su riqueza forestal y se hundió su economía azucarera, surgiendo la vinícola en su lugar. Brasil se puso entonces a producir azúcar a máximo rendimiento, lo que a su vez forzó la trata negrera. La economía de plantación tomó, así, todas sus características conocidas: gran propiedad, monocultivo orientado al mercado capitalista y mano de obra esclava. Los sesenta años de unión con España asentaron definitivamente el desarrollo económico colonial, configurado sobre los tres grandes polos de Bahía (norte), Río (centro) y Sao Paulo (sur). El más importante fue el primero, que concentró la mayor cantidad de mano de obra esclava. Al comenzar la época de la unión con España había sólo unos 60 ingenios, que producían unas 70.000 arrobas anuales de azúcar. Durante el dominio español, los ingenios aumentaron a 115 y la producción azucarera a 350.000 arrobas. En el sur, comenzó a criarse ganado vacuno y bovino con objeto de suministrar carne y animales de tiro a las plantaciones. Además de la caña, se cultivaba tabaco y algodón, aunque este último fue perdiendo interés. La economía azucarera atrajo a los holandeses, como vimos, y surgió la Nueva Holanda Antártica, en la que experimentaron todos los elementos de una producción capitalista. Hubo más negros esclavos que en ningún otro lugar de América (entre 1636 y 1645 llegaron a esta colonia 23.163 esclavos) y más barcos en sus costas de lo que se había visto jamás. La bonanza azucarera fue larga. Hacia 1640, Brasil estaba produciendo unas 28.000 toneladas anuales de azúcar. En 1670 sobrevino la crisis. Bajaron los precios y surgió la competencia antillana. Brasil entró en una etapa depresiva, que amenazó con hundir definitivamente la colonia. Cuando todo estaba perdido, a fines del siglo XVII, surgió el milagro: apareció oro. Lo encontraron los paulistas Rodríguez Arzao y García Velho en el arroyo Tripuhiel el año 1694. Luego se encontró en Ouro Branco, en Ouro Preto, y en otros muchos lugares de una región que muy pronto se llamaría Minas Generales o Minas Gerais. Con ello, empezó a alborear la nueva economía aurífera que caracterizaría al Brasil en el siglo XVIII.
contexto
Fue la segunda de las colonias iberoamericanas, tras la Nueva España, y su potencial demográfico y económico llegó a equipararla a la misma metrópoli. Fue también la única colonia que se transformó en corte y sede de una monarquía, cuando se trasladó a ella la familia real portuguesa en 1808, huyendo de la invasión napoleónica. Brasil experimentó un enorme crecimiento demográfico, pasando de un millón de habitantes en 1700 a 3.250.000 en 1789, y a cuatro millones a comienzos del siglo XIX. Había cuadruplicado por tanto su población, que era ya semejante a la de su metrópoli. No menos interesante es el hecho de que su población negra hubiera subido del 10% al 58%, la blanca del 20% al 29%, y que la indígena hubiera disminuido del 60% al 7%, correspondiendo los porcentajes restantes a las mezclas, pues evidencia que el verdadero crecimiento se debió a la importación de esclavos. Según Curtin, recibió durante el período comprendido entre 1701 y 1810 un total de 1.897.000, cifra semejante a los que existían en el país a fines del siglo XVIII, lo que demuestra un escaso crecimiento vegetativo del grupo. Tal parece que necesitara importar continuamente esclavos para sostener constante su potencial. La desaparición de un número tan alto de esclavos obliga a pensar en grandes mortandades, en un elevado mestizaje o en numerosas manumisiones. El hecho de que una quinta parte de los negros fuera libre revaloriza el último de estos elementos. La verdad es que desconocemos los mecanismos que podían producir tantas manumisiones, pero Tanembaum ha apuntado un hecho significativo, como es que los esclavos brasileños gozaban de 84 días festivos al año, lo que les permitiría trabajar por su cuenta para comprar su libertad. En cualquier caso, la trata negrera continuó a un ritmo muy acelerado, pese a la crisis azucarera. Las minas demandaban mucha mano de obra esclava -especialmente las de diamantes en las que trabajaban bajo la vigilancia de las tropas reales-, así como también la ganadería subsidiaria que la sustentaba, especialmente en el valle del río San Francisco. En cuanto al mestizaje, fue notable asimismo, debido al enorme atractivo de las esclavas para portugueses y brasileños. La población se concentraba en la costa, donde seguían viviendo los blancos y los negros. En el interior habitaban los indios y en las regiones intermedias los mamelucos o mestizos. El descubrimiento de oro en Minas Gerais, situada a 200 millas al interior desde Río, motivó un gran movimiento migratorio desde la costa, en coincidencia con una crisis azucarera. Los portugueses eran la verdadera élite de los blancos y tenían en sus manos la administración, el comercio y una gran parte de las plantaciones. No fueron suplantados como en Hispanoamérica por los criollos, quizá porque la falta de universidades en Brasil originó una carencia de gente preparada. Quizá también porque la proximidad de su colonia permitía a los peninsulares vivir en la metrópoli y administrar sus propiedades por medio de parientes o mayordomos. Aunque las ciudades principales estaban en la costa, había algunas notables en las orillas de los ríos Amazonas, Paraguay y Tabinga, así como en Minas Gerais, zona en la que sobresalió Ouro Prêto. Predominaba la población rural sobre la urbana, incluso en la costa, donde las plantaciones formaban multitud de unidades autónomas desde el punto de vista socioeconómico. A veces las casas, tiendas y parroquia de una plantación daban origen a poblaciones. El "engenho" típico del norte tenía unos 12 km. cuadrados de tierras, con zonas específicas de cultivo, pastos y bosques, y entre 50 y 100 esclavos. En el centro del mismo estaba la casa grande, donde vivía el amo, patriarca de una familia extensa en la que abundaban hijos legítimos habidos con esclavas y dueño de la tierra en que vivían los esclavos, los aparceros, los artesanos y el cura, cuyas vidas dirigía. Pocos cambios se introdujeron en Brasil hasta 1750, cuando se inició la gran etapa reformista. La colonia arrastraba una administración muy compleja. Parte de su territorio se gobernaba directamente desde Portugal, como Maranhâo, parte desde la misma América (Bahía), y parte incluso por algún capitán donatario, reliquia del viejo sistema. El país tenía 7 capitanías y 3 regiones judiciales. Para la mejor atención se crearon los nuevos obispados de Pará (1719), y Sao Paulo (1745), que se añadieron a los anteriores de Río de Janeiro y Sao Luis de Maranháo y al arzobispado de Bahía. Curiosamente, el obispado de Maranhâo no dependía de Bahía sino del arzobispado lisboeta, una muestra más de la antigua descentralización existente. Los nombramientos se hacían a través del "Padroado Real" y la "Mesa da Consciencia e Ordens", que se involucraba poco en cuestiones de fe y de prácticas religiosas. Agentes especiales de Inquisición enviados de Portugal vigilaban a los sospechosos de herejía. En cuanto a su clero secular, tenía menos importancia que en Hispanoamérica, debido a que atendía exclusivamente a la población portuguesa concentrada en la costa. En la primera mitad del siglo, se obligó a los seculares a ocuparse de las misiones existentes en las zonas donde se producían el oro y los diamantes (Minas, Goias y Mato Grosso), porque la Corona quería controlarla mejor. En 1711 se prohibió la entrada de misioneros regalares en Minas. El ministro de José I, Marqués de Pombal (José de Carvalho e Mello), comenzó su reforma precisamente por el aspecto religioso. En 1759, se expulsó a los jesuitas con los pretextos de haber obstaculizado la devolución de los pueblos del Ibacuy tras el Tratado de Límites de 1750, haber puesto trabas a la acción misionera secular en Gráo Pará y Maranháo y haber estado implicados en un atentado contra la vida de José I. Se enviaron a Europa 629 jesuitas, la mitad de los cuales eran criollos. Sus iglesias fueron a parar a los obispos, que convirtieron algunas de ellas en catedrales. Sus tierras fueron compradas por los latifundistas. Sus misiones fueron ocupadas por franciscanos y sacerdotes seculares. Pombal acometió a continuación la gran reforma administrativa y económica, cuyo objetivo era vincular al Brasil a la metrópoli y crear un segundo aparato administrativo subordinado en la colonia, centralizado en Río de Janeiro. Para lo primero, hizo que el ministerio de Marina y Ultramar asumiera el nombramiento de todos los funcionarios coloniales, dependiendo del mismo todas las capitanías. Desde 1767 suprimió la "Casa dos Contos" o Tribunal de Cuentas de Brasil, y encuadró toda la estructura fiscal colonial en la tesorería real. Cada capitanía (el ministro compró para la Corona las que aún estaban en manos de particulares) tenía su "Junta de Fazenda", presidida por su capitán general, que se encargaba de recaudar los impuestos y los enviaba luego junto con las cuentas al erario real de Lisboa. Finalmente, prohibió la creación de fábricas o talleres textiles en Brasil, tratando de fortalecer las exportaciones metropolitanas. Para lo segundo, organizó el virreinato en Brasil el año 1762 (existía de hecho desde 1717), trasladando la capital colonial de Bahía a Río de Janeiro, junto con el arzobispado. En 1765 creó tribunales de justicia provinciales, suprimió la autonomía de Pará y Maranháo, mandó organizar las milicias, amplió las intendencias, restituyó la producción diamantífera a la Corona, sacándola de los asentistas (1771) y sustituyó el cobro del quinto real del oro por una contribución anual de 100 arrobas que pagaban las casas de fundición y las principales villas mineras. En 1775 creó el Tribunal Supremo de Río, manteniendo a la vez el de Bahía. En cuanto a la administración religiosa, continuó controlada por el "Padroado", que nombraba las personas que ocupaban los cargos eclesiásticos y daba las normas oportunas a los directores provinciales de las órdenes regulares que operaban en Brasil. El Consejo de Ultramar de Lisboa podía revisar cualquier bula o ley papal destinada al Brasil. Las reformas comerciales de Pombal no fueron menos importantes. En 1765, abolió el régimen de flotas (se restablecieron temporalmente entre 1797 y 1801) y las sustituyó por navíos sueltos que contaban con la protección de la marina británica. Pese a esto, el oro y los diamantes con destino a la metrópoli saldrían en dos buques anuales. Creó, además, dos compañías comerciales: la Geral do Grâo Pará e Maranháo (1755) y la de Pernambuco y Paraiba (1759), para el comercio algodonero y azucarero. Las compañías fueron suprimidas en 1777 y 1778. Pombal se benefició, finalmente, de la intervención portuguesa en la guerra de los Siete Años al lado de Inglaterra, para recuperar la colonia del Sacramento de España (1763). Esta colonia volvió a España en 1777, tras la ratificación del Amazonas y Misiones como zonas de expansión portuguesa. La única gran reacción contra las reformas fue la "Inconfidencia Mineira" (1788-89). Surgió en Minas Gerais, donde la orden de cobrar el quinto real atrasado coincidió con una gran contracción de la producción minera. El movimiento tuvo como dirigente al teniente de Dragones José Joaquín da Silva, apodado " Tiradentes" por haber ejercido como dentista, y contó con el respaldo de algunos criollos acomodados que pretendían proclamar la república en Brasil. La conspiración fue sofocada fácilmente y Tiradentes fue apresado y ajusticiado en Río el año 1792. Otra rebelión importante fue la de Bahía (1798), de carácter radical y urbano. Fue dirigida por sastres y soldados con el propósito de suprimir la esclavitud, declarar el libre comercio e implantar igualmente la república. Arraigó entre los negros, que se alzaron pidiendo libertad, igualdad y fraternidad, pero no contó con el respaldo de los productores de azúcar, que ayudaron a las autoridades a terminar con la sublevación. Se ejecutaron cuatro cabecillas y se expulsó a África a los restantes. La economía brasileña siguió los dictados de Londres hasta el último cuarto de siglo, cuando las reformas de Pombal originaron sorpresas inesperadas. Inglaterra planificó utilizar Brasil como su colonia, con Portugal como intermediario. Lisboa se transformó así en el redistribuidor del oro, azúcar, algodón, madera tintórea y tabaco brasileños, y en el reexportador de las manufacturas inglesas. Por el tratado de Methuen de 1703, los tejidos de lana ingleses pudieron entrar en Portugal libres de derechos de aduana a cambio de una tarifa preferencial para los vinos portugueses destinados a Inglaterra. Todo esto permitió a los ingleses importar libremente los productos brasileños y exportar sus manufacturas, cobrando el desequilibrio comercial con oro brasileño y evitando, además, que Portugal se industrializara. La situación fue envidiable, pues Brasil quintuplicó su producción de oro entre 1700 y 1720, que fluyó fácilmente a Londres. Pombal planeó independizar a Portugal de Inglaterra utilizando también a Brasil para su propósito. Lo logró, como veremos a continuación, pero a fines del siglo XVIII, cuando se hicieron notar sus benéficas medidas. El siglo XVIII se inició con una aguda crisis azucarera, motivada por la competencia antillana (Jamaica, Saint-Domingue, etc.). Pudo paliarse gracias a la minería aurífera, que subió desde una producción de 1.470 kilos en 1700-05 a 15.750 kilos en 1750-54. Se trataba de oro de aluvión, aparecido primero en Itaitaia (1694), luego en Ouro Branco y en Ouro Preto y, finalmente, en otros muchos lugares de una región que muy pronto se llamó "Minas Gerais", porque parecía rebosar de metal precioso. Más tarde se halló también en otras regiones, como Cuiabá (1721) y Goiás (1726). Los buscadores de oro penetraron en el interior del país haciendo avanzar la colonización. junto con el oro, y en la misma región de Minas, aparecieron los diamantes. En 1729, el gobernador de Minas envió a Lisboa "unas pedrezuelas blancas halladas en algunos ríos que se consideraban diamantes". Eran diamantes, en efecto, auténticos diamantes, y el Rey reprendió a su gobernador por no habérselo notificado antes y por no haber cobrado los impuestos correspondientes. Además de los diamantes (que llegaron a producir a la Corona un millón y medio de milreis en 1771), se extrajeron infinidad de piedras preciosas, tales como esmeraldas, amatistas, zafiros, etc. La producción minera trajo otra riqueza no menos importante que fue la agropecuaria. La necesidad de suministrar alimentos a los poblados mineros desarrolló la agricultura y la ganadería en el sur del Brasil. Esta nueva riqueza subsistió cuando empezó a bajar la producción aurífera y diamantífera a fines de los años cincuenta. La aduana de Río experimentó un descenso del 25% entre mediados de los sesenta y de los setenta, disminuyendo el 74% las remesas de oro y diamantes para la Corona. La caída de la minería aurífera continuó hasta los años 1795-99, cuando se produjeron sólo 4.400 kilos. La agricultura equilibró entonces la economía brasileña, gracias a las exportaciones de algodón y azúcar. El primer producto tuvo gran demanda en el mercado inglés, tras la independencia de las colonias norteamericanas, y el azúcar alcanzó otra época dorada al arruinarse los cañaverales haitianos. Brasil produjo también tabaco y café, que empezó a cultivarse en la costa central durante la década de los setenta. También exportó más trigo, cacao y cueros. La situación se reflejó en el comercio luso-inglés. Entre 1776 y 1796, las exportaciones lusas se incrementaron el 90% mientras que las importaciones inglesas sólo aumentaron el 13%. Hay que tener en cuenta que Lisboa importaba de Brasil el 83% del total de los productos coloniales y exportaba al mismo el 78,5% de lo remitido a los territorios ultramarinos. A partir de 1795, la balanza de Portugal con Inglaterra fue favorable al primer país, hecho que jamás se había producido en su historia. Eran los resultados con que soñara Pombal cuando inició sus reformas. Brasil, además, se liberó de su papel de productor casi exclusivo de oro, pues en 1796 sus exportaciones a Portugal fueron de 11.473 contos de reis, de los que el 51% correspondió a productos alimenticios, el 14% a algodón, y sólo el 17% al oro. En 1806, las exportaciones brasileñas totalizaban ya los 14.153 contos de reis. La colonia estaba en plena prosperidad cuando la Corona portuguesa decidió trasladarse a ella un año después, amenazada por la invasión napoleónica. La cultura brasileña afrontó graves problemas por falta de universidades e imprentas. Unos tres mil criollos brasileños se formaron en las universidades portuguesas. La educación estuvo en manos de los jesuitas y su expulsión dejó un vacío aún mayor que en Hispanoamérica, que no pudieron llenar los franciscanos, capuchinos, carmelitas, etc. A fines del siglo XVIII, se crearon algunas instituciones notables como la Academia Científica de Río (1772) y la Sociedad Literaria, que fomentó el interés por la ciencia y la agricultura.