Busqueda de contenidos

contexto
La sociedad del Antiguo Régimen era estructuralmente pobre. La pobreza alcanzaba a muchos individuos sin tan siquiera respetar las fronteras de los grupos privilegiados. Gran parte de la población rural era pobre. Jornaleros, pequeños arrendatarios, propietarios y aparceros subsistían a menudo en condiciones límite de malnutrición y hacinamiento. La pobreza como peligro potencial de subversión social fue observada con preocupación creciente por las clases dominantes, pero lo que más preocupó a la sociedad del momento fue la cantidad creciente de vagabundos. Los extremos alcanzados por el fenómeno del vagabundeo y la mendicidad propiciaron la promulgación de disposiciones por los poderes públicos para limitar estas prácticas. El progreso del Estado moderno renacentista llevó aparejado el auge de la intolerancia. El control político no se concebía sin una uniformidad ideológica que no dejara fisuras a la disidencia. En estas circunstancias, las minorías religiosas fueron objeto de discriminación e, incluso, de persecución. Pero la represión de la disidencia religiosa no se limitó a España ni al mundo católico. Las Iglesias reformadas resultaron a veces tan intolerantes o más que la Iglesia romana. Las persecuciones religiosas provocaron emigraciones forzadas, originando focos de refugiados en diversas zonas de Europa. Las minorías étnicas y étnico-religiosas padecieron una constante y en ocasiones implacable presión social y oficial. Las tensiones sociales latentes en el siglo XVI desembocaron en sublevaciones abiertas en los momentos en los que los factores de conflictividad alcanzaron un alto grado de condensación y se añadieron a ellos cuestiones coyunturales. Sobre un fondo general de profundas diferencias sociales, las causas detonantes más frecuentes de las revueltas eran los abusos señoriales, la presión fiscal y las carestías. En las ciudades, la escasez de alimentos y la protesta contra los impuestos constituyeron los principales precipitantes de los levantamientos populares, causados también por tensiones sociales previas y mezclados en ocasiones con problemas religiosos. Con cierta frecuencia, la revuelta venía acompañada de la añoranza de un modelo idealizado de buena administración situado en épocas anteriores. Los levantamientos sociales se dotaron por lo general de una organización espontánea y actuaron por objetivos concretos a corto plazo, aunque a veces esgrimieron un discurso radical que amenazaba con la subversión del orden social. Si la revuelta representó la manifestación colectiva de la tensión social, el bandidismo constituyó un conducto de escape individual para la misma.
obra
En 1874 se publicó la tercera y definitiva versión de "La tentation de saint Antoine" de Gustave Flaubert. Posiblemente ésta sería la razón que llevó a Cézanne en la mitad de la década de 1870 a realizar este lienzo, temática ya recogida en trabajos anteriores por el maestro de Aix. La visión del santo anacoreta sometido a diversas tentaciones sería un tema habitual entre los pintores flamencos -El Bosco, Teniers, Brueghel- que Cézanne retoma mostrándonos al fraile arrodillado en la zona izquierda de la composición, rechazando la tentación de la lujuria personificada en una voluptuosa mujer desnuda, acompañada de un amplio coro de amorcillos también desnudos. Un diablo se sitúa tras el santo y le acosa para que dirija su mirada hacia la mujer, intentando hacerle caer en la tentación. La técnica impresionista utilizada se manifiesta en la aplicación del color, a base de cortas pinceladas dispersas en diferentes direcciones para aportar el movimiento a la escena. El colorido también es más vivo que en la etapa romántica, resbalando la luz por la figura desnuda y resaltando las sombras coloreadas habituales en los cuadros de Pissarro, Monet o Renoir. El abocetamiento de la obra no impide la estructuración formal de la composición, utilizando una línea oscura para delimitar los contornos, tal y como hará posteriormente Gauguin. Curiosamente, el artista dirige la atención del espectador hacia la voluptuosa mujer al colocarla en el centro de la escena, dejando el sufrimiento del santo en una zona residual de la composición.
obra
La visión del santo anacoreta sometido a diversas tentaciones sería un tema habitual entre los pintores flamencos -El Bosco, Teniers, Brueghel-. La publicación en la década de 1870 de "La tentation de saint Antoine" de Gustave Flaubert motivaría la realización por parte de Cézanne de varias obras con esta temática. El santo aparece en el fondo de la composición, tentado por las voluptuosas mujeres desnudas que contemplamos en primer plano, las verdaderas protagonistas de la composición, en sintonía con algunos trabajos de Rubens. Estas figuras en variadas posturas parecen anticiparse a las famosas bañistas que el maestro de Aix pintará en sus años finales. La iluminación empleada provoca acentuados contrastes entre luz y sombra, destacando así la intensidad dramática del momento. Las pinceladas rápidas y empastadas, aplicando el color con espátula, refuerzan el dinamismo y la violencia del episodio, al igual que las escorzadas posturas de las damas. Las tonalidades oscuras serán identificativas de estas primeras obras marcadas por la violencia y el sexo, lo que ha sido interpretado por buena parte de los especialistas como una evidente muestra del miedo enfermizo de Cézanne a relacionarse con el sexo femenino, temor que superó en 1869 al entablar relación con Hortense Fiquet.
obra
El lienzo que podemos ver en estos momentos es quizá uno de los más conocidos de su autor, aparte de los dedicados a los monjes sevillanos. Relata una de las pruebas a que fue sometida la santidad de San Jerónimo: habiéndose retirado de las galas mundanas, entre las que se contaba el cargo de cardenal, San Jerónimo se recluyó en una cueva del desierto para meditar y hacer penitencia. Su resistencia se vio tentada por la aparición de una corte de hermosas jóvenes que intentaron inclinarle hacia los placeres de la carne y los sentidos. El modo que Zurbarán tiene de representar la escena se aleja bastante del matiz erótico que tradicionalmente se atribuye a este episodio. De este modo, en vez de unas lujuriosas cortesanas nos presenta unas tímidas damiselas, vestidas de igual manera que sus vírgenes mártires (ver por ejemplo Santa Apolonia), que parecen dar una serenata al anciano más que tratar de provocar sus bajos instintos. El artista caracteriza al santo para evitar confusiones con otro episodio de similar talante, como es el de las Tentaciones de San Antonio: para diferenciar a San Jerónimo, lo presenta como un anciano enjuto por el ayuno y la penitencia, con los purpúreos ropajes cardenalicios enrollados a la cintura para dejar el pecho descubierto. El santo se golpeaba con una piedra en el pecho desnudo para de esta manera expiar sus pecados. La boca de la cueva presta un telón oscuro tanto al personaje como al estupendo bodegón que hay en el centro: configurado como una "Vanitas", muestra los temas perennes de la meditación sobre el ser humano, con los libros como símbolo del conocimiento y la calavera como símbolo de la muerte. La técnica empleada es la de sus mejores años, el tenebrismo, ejecutando con gran maestría un brillante juego de luces y sombras. De este modo consigue destacar casi con violencia las partes iluminadas que más le interesan: el macilento cuerpo del viejo, las hojas amarillas de los libros y las hermosas pieles de las jóvenes así como sus vestidos y sus instrumentos musicales, tradicionalmente asociados con el pecado de lujuria.
obra
La escena -una de las nueve secuencias sobre la vida pública de Cristo que se encontraban en la predela trasera de la Maestá- tiene un fuerte carácter "surrealista". Sobre una zona que aparece como montañosa, se presentan los protagonistas del acontecimiento. Se organizan dos grupos, el grupo del Diablo y del Salvador, acompañado por ángeles. Ocupa el centro la mano solitaria de Cristo. Es llamativo el contraste entre Diablo y Cristo: mientras el primero, en una postura expresionista, y en tonos oscuros y uniformes, parece flotar sobre las rocas, Cristo, sereno, apoyado en la roca, se muestra firme y decidido. Los cambios de escala resultan sorprendentes y provocan una sensación de acontecimiento fantástico. Las pequeñas ciudades que parecen maquetas, señaladas por el diablo, hacen referencia a "todos los reinos del mundo y su gloria" que ofreció a Cristo a cambio de su alma. Las diminutas ciudades que crecen o se aparecen son presentadas de un modo minucioso y colorista. Al fondo a la derecha, los ángeles, gigantes y estáticos, colocados al otro lado de la montaña sobre el fondo dorado, señalan un intento por parte de Duccio de crear diferentes planos en la pintura con el fin de dar más profundidad a la escena.
obra
En el ala norte del convento de San Marcos, última en recibir la decoración de Fra Angelico, se presentan varios episodios de la vida de Cristo, fundamentalmente del ciclo correspondiente a la Pasión. Aquí se presenta el tema de las Tentaciones de Cristo, capítulo poco desarrollado en la iconografía cristiana, que responde al modelo que Fra Angelico creó pero, de manos de algún ayudante de su taller. El contenido es muy narrativo, dando una composición en donde dos momentos se yuxtaponen a la vez, solución poco acertada y bastante retardataria. En la parte de arriba, sobre un montículo, Jesús rehusa con un ademán las tentaciones ofrecidas por una figura que viene caracterizada con los rasgos de un demonio. La escena tiene lugar en un paisaje muy sumario y de ingenua concepción. Abajo, se presenta Cristo sentado sobre la falda del macizo antedicho, en actitud orante, siendo flanqueado por dos ángeles que le ofrecen comida y bebida. El espacio no consigue afianzarse claramente, ya que ni siquiera los arbolillos del fondo dan una idea adecuada de distancia. La iluminación es la misma en las dos escenas, al igual que el colorido, dentro de las tonalidades claras del maestro dominico, dando unidad a la representación en su conjunto. De cualquier manera, lo más destacado de esta decoración es la sensación de dinamismo que se consigue, tanto en el personaje con patas de pájaro que huye en diagonal, como en los atentos ángeles de la parte de abajo. La obra debía ser de mayores dimensiones. Unas ventanas excavadas posteriormente en la pared cortan por la izquierda parte de la escena.
obra
Las Tentaciones de San Antonio es uno de los cuadros más sorprendentes de los pintados por Claudio de Lorena, llegando incluso a estar catalogado como de El Bosco por sus fantásticas imágenes. Un árbol divide la escena en dos zonas: a la derecha se sitúa San Antonio, observando con cara de pánico las temibles tentaciones que en cualquier momento le aparecerán; tras él observamos un palacio en ruinas, iluminado por las llamas en el que juegan demonios; a la izquierda, vemos un río con un puente destruido y en el río aparecen tres barcas con demonios, uno de los cuales tira del manto del santo. Toda esta zona izquierda está iluminada por la luz lunar, obteniéndose unos magníficos brillos azul plata. Los tonos oscuros empleados y las luces - lunar y anaranjada del fuego - sitúan esta obra totalmente alejada de las típicas composiciones de Lorena como el Entierro de Santa Serapia o Moisés salvado de las aguas. Posiblemente el tema vendría motivado por el encargo, ya que la obra estaba destinada al Palacio del Buen Retiro de Madrid, construido en el reinado de Felipe IV, gran amante de las obras del maestro lorenés.
obra
El Museo del Prado conserva una de las mayores colecciones de pintura del Bosco, debido al gusto que Felipe II sentía por la pintura del neerlandés. De la colección destacan varias piezas y entre ellas, esta tabla con las Tentaciones de San Antonio. El cuadro debería compararse con el tríptico del mismo nombre, puesto que la interpretación de ambas obras es completamente diferente. Esta imagen está llena de serenidad y parece el vivo retrato de la victoria del cristiano sobre el pecado, mientras que en el tríptico San Antonio sucumbe y se recupera continuamente ante las tentaciones del maligno. San Antonio, patrón de los animales, está acompañado por un cerdito que reposa a su lado. Es su atributo, así como la cruz en forma de "t" -tau- que lleva bordada en el hombro. Está totalmente recogido sobre sí mismo, pero con una curvatura que recuerda a un arco armado dispuesto a soltar una flecha. Su rostro posee una misteriosa serenidad casi alegre o complacida. Se refugia en el hueco de un tronco muerto con unas pajas por techo. A su alrededor, en un bello paisaje veraniego, diversos monstruos y bichos le rodean y hacen gestos de querer atacarle, sin que el santo se dé por enterado. Frente a él, hundido en el río, la cabeza de un monje con una uña monstruosa le señala y mira fijamente. Posiblemente sea el reflejo del santo en el río, mostrando la victoria sobre el pecado, el alma corrupta que se hunde y naufraga en el agua frente a la virtud.
obra
Los tres paneles del tríptico, el San Antonio y la reina de los diablos, Vuelo y caída de San Antonio así como esta escena central con las tentaciones, son de lo mejor de la producción de El Bosco. Cerrado, el tríptico nos muestra dos escenas de la pasión de Cristo en grisalla, tal y como hizo en otras obras como por ejemplo el tríptico del Juicio Final. En la tabla central, que es la que ahora vemos, se concentran todo tipo de tentaciones. El rostro sereno del santo está en el centro geométrico del cuadro, hacia el que convergen los diferentes grupos de monstruos y personajes grotescos. Los monstruos ocupan los cuatro elementos: vuelan por el aire, escapan del fuego del incendio en el horizonte, caminan o se arrastran por la tierra y bullen en el agua oscura del río inferior. Los personajes que salen de una cereza incitan a la lujuria. Los que preparan la mesa junto al santo invitan a la gula. La confusión general promueve la herejía y la pérdida de la fe, ante lo que el santo tan sólo puede reaccionar con la plegaria. En la torre en ruinas podemos vislumbrar un altar con el crucifijo que indica la única vía segura de salvación.