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obra
Junto al puente romano de Alcántara (Cáceres), se encuentra una curiosa construcción anexa: el templo votivo del arquitecto del puente, C. Iulius Lacer. En este templete encontramos una inscripción latina que rezaba: "El puente, destinado a durar por siempre en los siglos del mundo, lo hizo Lácer, famoso por su divino arte", que resulta ser el Julio Caio Lácer, del que no consta su profesión, pero al que se le supone arquitecto, que dedicó los templos a los emperadores divinizados, concluyendo la obra en el año 103 d. C. Estos marcaban las cabeceras del puente, sobre cuya pila central colocó Lácer un arco triunfal en el que inscribió los nombres de los once pueblos indígenas romanizados que habían contribuido a la obra. Es evidente que no sólo se trataba así de hacer justicia a su aportación, sino de añadir la cuota de propaganda que estas obras conllevaban.
monumento
Este templo, localizado en Nara, está considerado uno de los monumentos más representativos del periodo Nara. Prueba de ello, no es sólo su arquitectura, sino la colección de objetos artísticos que se hallan en su interior. Situado en el distrito de Asuka, fue creado entre el año 680 y 697 por iniciativa del emperador Temmu. Uno de sus edificios más llamativos es su pagoda, de tres cuerpos e intacta desde su creación. Aunque el edificio original que da nombre a este templo data del siglo VII, las construcciones que se encuentran alrededor son posteriores. El emperador ordenó que se levantara este edificio bajo la advocación del Buda de la Medicina, con la intención de que su esposa se recuperase de una enfermedad ocular. Así, su interior alberga una escultura consagrada al dios de la Medicina, que aparece rodeada de otras figurillas que representan a los doce Generales Divinos. Se encuentra unido a través de una calle al monasterio de Toshodaiji.
contexto
La llamada Basílica de Posidonia -la Paestum romana- es en verdad un templo erigido en honor de Hera poco después de mediados del siglo VI, del que se conserva la perístasis completa, el arquitrabe, parte del friso y los fundamentos de la cella. Lo más interesante en este templo es la libre interpretación de los principios que rigen en el dórico canónico, que da pie para pensar en una especie de arte colonial. La perístasis consta de 9 x 18 columnas, la cella tiene dos naves con otros tantos accesos y las columnas ostentan en el arranque del equino una decoración tan variada como inusual. Las extrañas asperezas que dan apariencia única al templo de Hera, se liman y suavizan en el vecino templo de Atenea (mal llamado de Ceres), perteneciente a finales del arcaismo. Es hexástilo, de proporciones más reducidas y responde a un proyecto que, sin eliminar los rasgos provinciales, como la decoración labrada por debajo del equino, sigue la preceptiva canónica e incluso se hace eco de pormenores significativos, entre los cuales, la incorporación de elementos jónicos. Los miembros del entablamento resultan desajustados en las proporciones, pero, a cambio de ello, un elemento tan sensible a la evolución como es el capitel denota por el perfil más cerrado y recogido la adecuación a su tiempo. Panorama asimismo espectacular ofrece Sicilia, cuyas ciudades ostentan templos realmente grandiosos: Siracusa, Selinunte, Acragas, Segesta. Lugar de honor merece el templo siracusano de Apolo, fechado hacia el primer cuarto del siglo VI e inspirado en el modelo del templo de Apolo en Corinto. No mucho más tarde se erigió un templo a Zeus Olímpico, y ya a comienzos de la época clásica se construye el templo de Atenea, parte de cuya perístasis está integrada en la actual catedral. La acrópolis de Selinunte es uno de esos recintos arqueológicos muy por encima de la más acertada descripción. Desde tiempos remotos los selinuntinos situaron en ella el culto a las divinidades locales, del que se hacen eco los llamados templos C y D, el primero de hacia 550 y el segundo algo posterior. Por sus características formales y estructurales -cella profunda y alargada, adyton al fondo de la misma, perístasis muy desarrollada y distanciada de los muros de la cella- no cabe duda de su dependencia de patrones arcaicos, como tampoco por la decoración escultórica típicamente arcaica de las metopas del templo C. Por su parte, el templo F es obra de hacia 530 y su apariencia actual, la de un denso mazo de columnas, en buena medida provocada por los muretes que cierran los intercolumnios, es un rasgo peculiar que desde el exterior da al conjunto un aire cerrado e impenetrable. Todavía en el último cuarto del siglo VI, hacia 520, los selinuntinos dedicaron un templo a Apolo, el llamado templo G; su construcción se dilató hasta el extremo de reflejar en distintas fases las novedades evolutivas llegadas desde la metrópoli. Esta circunstancia presta especial valor a la obra, pues sus capiteles, por ejemplo, ofrecen un variado e ilustrativo muestrario del desarrollo habido entre los años 510-470; por lo mismo, las columnas representan los distintos estadios por los que pasaba la obra, totalmente acanaladas unas, inacabadas otras. Al final, tras tantas y tan largas vicisitudes, la propia envergadura de la obra -templo octástilo y períptero- determinó que quedara sin concluir, si bien otra causa decisiva pudo ser la puesta en marcha del proyecto de construcción de un nuevo templo, el de Hera o templo E, estrechamente relacionado con el de Zeus en Olimpia. La floreciente y pujante ciudad de Acragas, la actual Agrigento, se caracterizó durante los siglos VI y V por un impetuoso frenesí constructivo que ya sorprendía a sus contemporáneos. Entre sus monumentos destaca el Olimpieion, construido por el tirano Theron en honor de Zeus Olímpico en recuerdo de la victoria sobre Cartago el año 480. Su cronología, pues, lo convierte en una obra de comienzos de época clásica, que nada tiene que ver con el modelo dórico conocido. Casi todo en él es inusual y entre las peculiaridades sobresalen las figuras de atlantes, versión masculina de las cariátides.
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Junto con el sintoismo, el budismo es la religión mayoritaria del Japón. La introducción del budismo se produce en el siglo VI, procedente de China y a través de Corea. Los templos budistas son llamados otera. Al igual que sus equivalentes chinos, estos templos consisten en un recinto rectangular, cercado por una especie de corredor cubierto Al recinto se entra atravesando la Gran Puerta del Sur. En el patio se alza una pagoda de cinco pisos, en la que tradicionalmente se guardan las reliquias sagradas. En un eje norte-sur con la pagoda se levanta la kondo, o sala principal, que contiene imágenes sagradas de Buda. Además también hay una daikodo o lugar para las reuniones y la lectura. Completan el conjunto las dependencias sacerdotales y el refectorio. Siempre que es posible, el complejo está rodeado por un jardín, algunas de cuyas partes también son sagradas, como el famoso jardín zen del templo de Ryoanji de Kyoto.
obra
En el lado oriental de la gran plaza de Chichén Itzá, en cuyo centro se levanta El Castillo, encontramos otra importante construcción: el Templo de los Guerreros, una pirámide escalonada con cuatro cuerpos y planta cuadrada de 40 metros de lado. En la última plataforma se halla el templo, también de planta cuadrada con 21 metros de lado, situándose hacia el lado oriental de la construcción. Al templo se accede por una ancha puerta que se divide en tres vanos por dos columnas en forma de serpiente, delante de las cuales se halla un chac-mool; el interior del templo se divide en dos salas. Las escalinatas están limitadas por alfardas decoradas con relieves de serpientes emplumadas. El Templo de las Mil Columnas es una estructura muy bella e impresionante. Está conectada con el Templo de los Guerreros; se trata de una vasta plaza que tiene forma de un cuadrilátero irregular, de unos 150 m de lado, con algunas estructuras en el lado oriente y en el sur, entre ellas el llamado Mercado, que cierra la plaza por esos lados.
contexto
Montu, el dios tebano de cabeza de halcón, epónimo de Mentuhotep, tenía en su tierra de origen santuarios investidos de gran prestigio, a los que prestaron atención los monarcas de la Dinastía XII, sobre todo Sesostris III. De dos de ellos, demolidos más tarde para reconstruirlos al gusto de otras épocas, la Arqueología ha conseguido encontrar importantes vestigios. Los restos del templo de Medamud hubieron de ser extraídos de los cimientos de otro ptolemaico. Consistían esos restos en columnas, jambas y dinteles de caliza, nada más; la falta de sillares y de otros posibles restos de muros indica que el material de construcción de éstos era el adobe, como es normal también en las pirámides de la época. La planta del templo, que se ha podido reconstruir en el papel con suficientes garantías, ofrece, en primer lugar, y como marco, los muros de dos recintos rectangulares, comprendido el uno dentro del otro. El menor de ellos, correspondiente al santuario propiamente dicho, ocupa dos tercios del área del primero, dejando libre por su flanco oeste un espacioso patio descubierto. Las puertas principales de ambos recintos daban al norte; a éstas debían de seguir en importancia las del muro oriental, que daban acceso a los almacenes y dependencias del templo. Este último se diferencia del que había de ser tipo canónico de templo en el Imperio Nuevo, en que el patio porticado se encuentra a espaldas del naos o cella en lugar de servir de antesala a ésta. Como en el templo de Tod ni siquiera hay patio, parece como si la importancia de este elemento se hiciese sentir únicamente en los templos funerarios, y no en los de los dioses. Como quiera que fuese, el visitante de Medamud, una vez traspuestas las dos puertas de ambos recintos, se encontraba en una ancha antecámara o vestíbulo con una fila de diez columnas y una pared frontera en la que se abrían tres puertas: la del centro daba a la cella, donde se cobijaba el sancta sanctorum con el pedestal de la barca o de la estatua de Montu. Esta parte sacrosanta del templo no era cerrada, sino transitable, provista para ello de una puerta al fondo, igual que la de entrada. Lo mismo ocurría en el fondo de la cella, donde otra puerta comunica con el patio. Así, pues, tanto en planta como en la realidad del alzado, donde la luz contribuiría al efecto de transitoriedad, este templo daba una sensación clarísima de permeabilidad, debida seguramente a su uso preferentemente procesional. En otras palabras, y como ocurre en otros templos, su primordial función en el culto era la de servir de estación en los desfiles procesionales. Las otras dos puertas del vestíbulo, o pronaos, daban acceso a dos cámaras situadas una a continuación de otra, la primera de planta cuadrada y techo apoyado en cuatro columnas, la segunda rectangular y con sólo dos columnas en un caso y dos pilares en otro. Estas cámaras pareadas estaban incomunicadas con la cella que flanqueaban. El patio del fondo se extiende a todo lo ancho del santuario y ofrece dos pórticos, de doce columnas cada uno, en dos filas, a un lado y a otro. Tiene, además, dos puertas, una de comunicación con la cella y otra, en el pórtico del oeste, dando paso a otro patio que se supone pudo estar ocupado por un palacete reservado al rey. En el sector de las dependencias de la mitad meridional del recinto interior se encuentran, además de los almacenes, las habitaciones de los sacerdotes, los graneros, los establos, etc. Sesostris I rehizo por completo otro templo de Montu situado en El-Tod y del que se han recuperado los elementos de piedra y también dibujado la planta con seguridad en sus componentes centrales y probabilidad en los laterales. El templo se alzaba sobre un podio, de 20 metros de ancho y 25 de fondo, y alcanzaba una altura de 3,87 metros. Aunque mucho más pequeño que el de Medamud, ofrece en primer término, como éste, un vestíbulo ancho, sustentado por una fila de cuatro pilares. Sigue una cella con el característico sancta sanctorum de dos puertas axiales. A los dos lados y al fondo, la rodean capillas de diversos usos. En la segunda, a mano izquierda, estaba enterrado en tres cajas de bronce con el nombre de Amenemhet II un tesoro que produjo cierto revuelo al aparecer: compuesto de 10 barras de oro y más de 150 vasijas de plata y otros objetos de plata y de lapislázuli, entre éstos se hallaron varios sellos sumerios de la época de Ur III.