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contexto
Las primeras evidencias materiales de la presencia humana en el área de la ciudad se remontan al siglo V a. C. y consisten en una serie de habitaciones correspondientes a un asentamiento ibérico, en uso hasta finales del siglo III a. C. Todo parece indicar que el núcleo prerromano, cuyas dimensiones e importancia no podemos determinar, se hallaba en un pequeño promontorio cercano al mar y a la desembocadura del río Tulcis (actual Francolí), siendo uno más de los numerosos poblados ibéricos del litoral del nordeste peninsular. La identificación del poblado con el oppidum Kissa o Cissis, del que nos habla Tito Livio (XXI, 60) al describir los hechos acaecidos al inicio de la Segunda Guerra Púnica, parece confirmada por la acuñación en la ciudad de moneda de patrón romano, en plata y en bronce, con la leyenda Kese. Sólo las fuentes escritas nos ilustran, en cierto modo, cuál fue el papel desempeñado por Tarraco (puerto, campamento de invierno, etcétera) a lo largo de la contienda que enfrentó a romanos y cartagineses; de hecho, las primeras evidencias arqueológicas que atestiguan una presencia romana son las propias murallas de la ciudad, cuya cronología parece confirmar la famosa frase de Plinio, según la cual Tarraco fue fundada por los Escipiones. La evolución del núcleo habitado, en época republicana, es difícil de precisar tanto en sus aspectos topográficos como en lo referente al momento en que éste se convierte en una ciudad, cuyo estatuto jurídico también desconocemos. Las investigaciones realizadas al respecto parecen indicar la existencia de dos focos de atención: el praesidium militar en la parte alta de la colina y una zona de hábitat alrededor del antiguo poblado, donde, años más tarde, surgirá el foro. La gran ampliación del recinto amurallado, a mediados del siglo II a. C., podría corresponder probablemente a la unificación de ambos núcleos por una única muralla. Disponemos de diversos elementos puntuales que apoyarían una significativa actividad edilicia, en la parte baja de Tarraco, en este momento. Los datos relativos a la ciudad republicana, poco citada por las fuentes, se limitan no obstante a las dos fases de la muralla, a estratigrafías con estructuras de escasa entidad, a pocos documentos epigráficos y a algunas esculturas de tipo funerario. Con la denominación oficial de Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco, tras la reforma administrativa promovida por Augusto (27 a. C.), la ciudad se convirtió en capital de una de las más extensas provincias del Imperio y cabeza de un conventus. No sabemos si Tarraco adquirió el rango de colonia en dicho período o gozaba ya de este privilegio desde época de César. El rol preponderante adquirido por la ciudad tras estos cambios se refleja en una importante actividad constructiva plenamente documentada en el foro, en el teatro, en la reforma de la red viaria, etc. A todo esto no puede ser ajena la presencia, en dos ocasiones, del propio Augusto, que residió en Tarraco en los años 26-25 a. C. La ciudad de época alto-imperial, cuya extensión ha sido calculada en unas 60 hectáreas, era una importante urbe del occidente romano ya que a la superficie citada habría que añadir amplias zonas suburbanas. A todo ello contribuyó, sin duda alguna, la construcción en época flavia del foro provincial. Como atestigua la epigrafía, Tarraco se convirtió en el centro de importantes reuniones de los delegados de más de trescientas ciudades, cuyas asambleas anuales generaban una intensa actividad. En dichas ocasiones, en el circo y, más tarde, también en el anfiteatro se celebraban atrayentes espectáculos de diversa índole. Pocos son los datos que permiten seguir la evolución urbanística de Tarraco en los últimos siglos del Imperio. Por un lado, se observa cómo ya desde el siglo IV d. C. se inicia un proceso de abandono del sector meridional de la ciudad que culminará en el siglo V. A este mismo momento corresponde un replegamiento total de la vida urbana hacia la parte alta de la misma, anteriormente ocupada por el Concilium provincial. Ello no debe inducir a pensar en una ciudad en decadencia, ya que tanto las características de algunos de los sepulcros de la necrópolis paleocristiana, como otros elementos de la cultura material, permiten hablar de una ciudad en plena actividad y cuyo puerto, al que llegaban en el siglo v d. C. manufacturas de todo el Mediterráneo, siguió en plena actividad. La reducción del perímetro urbano se mantuvo a lo largo del período visigodo hasta el abandono definitivo de la ciudad, a principios del siglo VIII d. C. El urbanismo de Tarraco se estructuró en terrazas desde lo alto de una colina hasta el puerto. En la terraza superior se ha podido documentar un conjunto público monumental formado por el área de culto, la plaza, el foro provincial y el circo. El caserío se organizó en las terrazas media e inferior siguiendo trazas ortogonales aunque se sabe todavía poco sobre las dimensiones de las insulae y de las viviendas privadas. En la zona inferior se ubicaba el foro colonial, y extramuros, el teatro y el anfiteatro. Gracias a los estudios arqueológicos, Tarraco es hoy día una de las ciudades romanas mejor conocidas tanto en su configuración urbana como en sus monumentos públicos.
Personaje Político
Desde una fecha tan temprana como 1915 militó en el catalanismo radical. Casado con una hija de Maciá y muy joven todavía, desempeñó un papel importante en el ejecutivo catalán como consejero del Gobierno autónomo en 1931 y 1936. Su relevancia política fue, sin embargo, todavía más decisiva a partir del estallido de la Guerra Civil, momento en el que se convirtió en la pieza cardinal del Ejecutivo catalán. Exiliado tras la guerra, fue presidente de la Generalitat en el exilio a partir de los años cincuenta. La legitimidad de su cargo y su gestión resultaron muy controvertidos, pero supo convertirse en todo un símbolo, lo que explica su regreso en olor de multitud en 1977. Ejerció su cargo hasta 1980 defendiendo siempre un tratamiento específico para Cataluña, más que la difusión del proceso autonómico, y una política de unidad de los catalanes. Se retiró de la política en esta fecha y murió en 1988. Es autor de un libro titulado "Qué es la Generalitat de Catalunya".
lugar
Las primeras evidencias materiales de la presencia humana en el área de la ciudad se remontan al siglo V a. C. y consisten en una serie de habitaciones correspondientes a un asentamiento ibérico, en uso hasta finales del siglo III a. C. Todo parece indicar que el núcleo prerromano, cuyas dimensiones e importancia no podemos determinar, se hallaba en un pequeño promontorio cercano al mar y a la desembocadura del río Tulcis (actual Francolí), siendo uno más de los numerosos poblados ibéricos del litoral del nordeste peninsular. La identificación del poblado con el oppidum Kissa o Cissis, del que nos habla Tito Livio (XXI, 60) al describir los hechos acaecidos al inicio de la Segunda Guerra Púnica, parece confirmada por la acuñación en la ciudad de moneda de patrón romano, en plata y en bronce, con la leyenda Kese. Sólo las fuentes escritas nos ilustran, en cierto modo, cuál fue el papel desempeñado por Tarraco (puerto, campamento de invierno, etcétera) a lo largo de la contienda que enfrentó a romanos y cartagineses; de hecho, las primeras evidencias arqueológicas que atestiguan una presencia romana son las propias murallas de la ciudad, cuya cronología parece confirmar la famosa frase de Plinio, según la cual Tarraco fue fundada por los Escipiones. La evolución del núcleo habitado, en época republicana, es difícil de precisar tanto en sus aspectos topográficos como en lo referente al momento en que éste se convierte en una ciudad, cuyo estatuto jurídico también desconocemos. Las investigaciones realizadas al respecto parecen indicar la existencia de dos focos de atención: el praesidium militar en la parte alta de la colina y una zona de hábitat alrededor del antiguo poblado, donde, años más tarde, surgirá el foro. La gran ampliación del recinto amurallado, a mediados del siglo II a. C., podría corresponder probablemente a la unificación de ambos núcleos por una única muralla. Disponemos de diversos elementos puntuales que apoyarían una significativa actividad edilicia, en la parte baja de Tarraco, en este momento. Los datos relativos a la ciudad republicana, poco citada por las fuentes, se limitan no obstante a las dos fases de la muralla, a estratigrafías con estructuras de escasa entidad, a pocos documentos epigráficos y a algunas esculturas de tipo funerario. Con la denominación oficial de Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco, tras la reforma administrativa promovida por Augusto (27 a. C.), la ciudad se convirtió en capital de una de las más extensas provincias del Imperio y cabeza de un conventus. No sabemos si Tarraco adquirió el rango de colonia en dicho período o gozaba ya de este privilegio desde época de César. El rol preponderante adquirido por la ciudad tras estos cambios se refleja en una importante actividad constructiva plenamente documentada en el foro, en el teatro, en la reforma de la red viaria, etc. A todo esto no puede ser ajena la presencia, en dos ocasiones, del propio Augusto, que residió en Tarraco en los años 26-25 a. C. La ciudad de época alto-imperial, cuya extensión ha sido calculada en unas 60 hectáreas, era una importante urbe del occidente romano ya que a la superficie citada habría que añadir amplias zonas suburbanas. A todo ello contribuyó, sin duda alguna, la construcción en época flavia del foro provincial. Como atestigua la epigrafía, Tarraco se convirtió en el centro de importantes reuniones de los delegados de más de trescientas ciudades, cuyas asambleas anuales generaban una intensa actividad. En dichas ocasiones, en el circo y, más tarde, también en el anfiteatro se celebraban atrayentes espectáculos de diversa índole. Pocos son los datos que permiten seguir la evolución urbanística de Tarraco en los últimos siglos del Imperio. Por un lado, se observa cómo ya desde el siglo IV d. C. se inicia un proceso de abandono del sector meridional de la ciudad que culminará en el siglo V. A este mismo momento corresponde un replegamiento total de la vida urbana hacia la parte alta de la misma, anteriormente ocupada por el Concilium provincial. Ello no debe inducir a pensar en una ciudad en decadencia, ya que tanto las características de algunos de los sepulcros de la necrópolis paleocristiana, como otros elementos de la cultura material, permiten hablar de una ciudad en plena actividad y cuyo puerto, al que llegaban en el siglo v d. C. manufacturas de todo el Mediterráneo, siguió en plena actividad. La reducción del perímetro urbano se mantuvo a lo largo del período visigodo hasta el abandono definitivo de la ciudad, a principios del siglo VIII d. C. El urbanismo de Tarraco se estructuró en terrazas desde lo alto de una colina hasta el puerto. En la terraza superior se ha podido documentar un conjunto público monumental formado por el área de culto, la plaza, el foro provincial y el circo. El caserío se organizó en las terrazas media e inferior siguiendo trazas ortogonales aunque se sabe todavía poco sobre las dimensiones de las insulae y de las viviendas privadas. En la zona inferior se ubicaba el foro colonial, y extramuros, el teatro y el anfiteatro. Gracias a los estudios arqueológicos, Tarraco es hoy día una de las ciudades romanas mejor conocidas tanto en su configuración urbana como en sus monumentos públicos.
lugar
Terrassa se sitúa a los pies del Parque Natural de Sant Llorenç del Munt, rodeada de un sugerente paisaje de montañas y bosques. Los orígenes de la villa se remontan a época ibérica, en un lugar estratégico que dominaba el torrente del Vallparadís. De época romana es el llamado Municipium Flavium Egara, ciudad situada en lo que hoy es el conjunto monumental de las iglesias de Sant Pere y cuya ubicación exacta es todavía una incógnita. En el término municipal se conocen numerosas villas agrícolas romanas lo que indica la importancia de Egara, buena parte de cuyos restos se conservan en el Museo Municipal. Egara se convierte en obispado en época visigoda. De estas fechas han quedado numerosas muestras, especialmente en el conjunto monumental de las iglesias de Sant Pere, declarado Monumento Nacional en 1931 y constituido por las iglesias de Sant Pere, Sant Miquel y Santa María. Durante la Edad Media la villa de Terrassa estará rodeada de murallas. Dentro del recinto fortificado se encuentra el Castillo-Palacio, del que hoy se conserva la llamada Torre del Palau, uno de los edificios emblemáticos de la villa. En el siglo XIX, la Revolución Industrial cambiará el paisaje de Terrassa. Se construirán infinidad de edificios industriales para alojar máquinas de vapor que suministraban energía a las empresas y de almacenes, situados generalmente en la zona norte de la villa. Son los llamados "vapors". Actualmente, estos vapors han sido convertidos en espacios funcionales y útiles, con nuevos usos y funciones. También han quedado como testimonio de esta época industrial las chimeneas, entre las que destaca la Bòbila Almirall, de 63 metros de altura. Esta prosperidad económica irá acompañada de un importante desarrollo cultural, que se refleja en las exposiciones celebradas en la villa (1883 y 1904) y en el impacto del Modernismo, llegando a decir Eugeni d'Ors que Terrrassa era la Atenas catalana. El Modernismo dejará en las calles de la ciudad un rico patrimonio arquitectónico, destacando la Casa Baumann, la Masia Freixa, el Parc de Desinfecció, el Mercat de la Independència o el propio edificio del Ayuntamiento. Terrassa es hoy una ciudad plural y abierta, resultado de un rico patrimonio cultural, histórico y artístico. Una ciudad activa y emprendedora, que tiene en la industria su principal motor económico pero no deja de lado los servicios, encabezados por su prestigiosa Universidad. Actualmente, Terrassa tiene más de 172.000 habitantes y continúa creciendo.
Personaje Literato
Era canónigo de la catedral de Valencia y formó parte de la Academia de los nocturnos, donde recibía el apelativo de Miedo. Perteneciente al denominado Grupo valenciano, escribió varias piezas teatrales. Algunas de éstas fueron publicadas bajo el título "Doce comedias famosas de cuatro poetas naturales de Valencia". También escribió "La fundación de la Orden de Nuestra Señora de la Merced", que pudo servir de fuente de inspiración a Calderón cuando escribió "La devoción de la Cruz". Tárrega es autor, además, de "La sangre leal de los montañeses de Navarra", "La duquesa constante", "El cerco de Pavía y prisión del rey Francisco", "El cerco de Rodas" etc... Dentro de su producción poética cabe recordar "Relación de las fiestas que el arzobispo y Cabildo de Valencia hicieron en la traslación de la reliquia del glorioso Vicente Ferrer a este santo templo".