En agosto de 1832 Turner realizó un viaje por tierras escocesas; visitó, entre otros lugares, la cueva de Staffa que había sido descubierta en 1772, convirtiéndose en lugar de peregrinación de los románticos al estar unida a Fingal, padre de Ossian. Durante este viaje a Escocia el maestro londinense se entrevistó con el poeta Walter Scoot, para quien realizó un buen número de ilustraciones que acompañaban a sus escritos. El cuadro que pintó Turner es en realidad una vista del mar desde la cueva, interesándose de nuevo en los efectos atmosféricos y los juegos de luz. También nos llama la atención el efecto del vapor del barco en contacto con la luz, tal y como hará años más tarde en Lluvia, vapor y velocidad, su obra emblemática. La pincelada de Turner está sufriendo un importante cambio al ser ahora más empastada, sin definir tanto los detalles, dejándose influir por Rembrandt.
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Tras el desembarco en Normandía, una de las principales labores desarrolladas por las unidades británicas y norteamericanas fue la de reconocer el terreno y "limpiar" de él las tropas alemanas escondidas. Los vehículos más utilizados para estas tareas fueron el Greyhound M8, el White M3A1 y el Staghound Mk III, que vemos en la ilustración. Usualmente, el Staghound llevaba como armamento principal un cañón de 75 mm, instalado en una torreta de carro de combate Crusader.
Personaje
Político
Nacido en el seno de una pobre familia georgiana, su infancia la vivió en un ambiente de miseria, suciedad y analfabetismo, en medio de frecuentes palizas de su alcoholizado padre. Su madre, sirvienta, aportaba escasos recursos económicos con la esperanza de que el joven Iósiv pudiera ingresar en el seminario y ser sacerdote, una de las escasas salidas a la pobreza. Así sucedió cuando cumplió los catorce años, gracias a una beca, ingresando en el Seminario de Tbilisi, donde llevará una vida austera y dedicada al estudio. Sin embargo, poco antes de cumplir los veinte años será expulsado del seminario, pues ya constan sus actividades en el seno de un grupo socialista. Previamente a la Revolución Rusa, en la que tomará parte de manera muy activa, recorre Rusia de manera clandestina organizando actos en contra del régimen del zar Nicolás II. Ello le obliga a moverse en la clandestinidad, ocultándose bajo distintas identidades, hasta que es apresado y deportado a Siberia. Tras huir de su destierro, se reincorpora a las filas revolucionarias, distribuyendo panfletos y organizando huelgas en contra del poder establecido. Poco más tarde es elevado a la dirección del periódico del partido, Pravda, desde donde continúa con sus actividades de dirección de los bolcheviques, preparando la llegada de Lenin a Petrogrado. Reconocido entre las filas comunistas, en 1922 logra ser nombrado Secretario General del Partido, cargo que aprovecha para manejar los hilos del poder y colocar a seguidores suyos a lo largo de todo el territorio ruso y al frente de los diversos grupos que lo integran. De esta manera se asegura los apoyos suficientes para suceder a Lenin cuando éste abandone la política activa, lo que ocurrirá en 1924. Sus ansias de poder le llevan a ocultar la existencia de un documento redactado por el propio Lenin en el que solicita que Stalin, al que tiene por hombre ambicioso y sin escrúpulos, sea apartado del poder y no pueda postularse como su sucesor. Conseguido el poder, el siguiente paso de Stalin fue realizar una purga entre aquellos dirigentes que pudieran hacerle sombra o discutir sus decisiones. Su mayor víctima fue Trotski, dirigente histórico y creador del Ejército Rojo, a quien obligó a exiliarse en México y quien más tarde resultaría asesinado, por ser una pieza "incómoda" para el gobierno de Stalin. Como máximo dirigente de la Unión Soviética, desarrolló la teoría del "socialismo en un solo país", identificando al comunismo con la URSS, y dictó el primer Plan Quinquenal, para impulsar la industrialización, con la finalidad de aumentar la productividad y convertir a Rusia, país eminentemente agrícola, en una potencia industrial y autosuficiente. Al mismo tiempo, impuso por la fuerza la colectivización del campo, desarrollando una política de terror entre los campesinos que incluyó deportaciones masivas, traslado de pueblos y ejecuciones. En respuesta, muchos campesinas quemaron sus cosechas para evitar la incautación del Estado, pero la política del gobierno acabó imponiéndose. La industrialización a ultranza, provocada por el deseo de Stalin de sacar a Rusia de un atraso económico de varias décadas con respecto a las grandes potencias occidentales, y de paso demostrar la validez de las teorías comunistas, supuso la construcción en la década de los 30 de un sinnúmero de grandes fábricas, altos hornos y refinerías de petróleo. El objetivo era incrementar año tras año la producción, no sólo cumpliendo sino aun superando los Planes Quinquenales fijados desde el gobierno. La productividad se premiaba y fomentaba desde los cargos que dirigían las fábricas, dando lugar a un modo de producción denominado "stajanovismo", pues un obrero, Stajanov, consiguió en un solo día batir todos los records de producción. También el Estado vigilaba los índices de producción, llegando a encarcelar a los responsables de las fábricas si no se cumplían los objetivos previstos. El resultado de todo ello fue una invasión permanente del Estado de todos los rincones de la sociedad rusa, creando un clima de vigilancia constante, en aras del triunfo de la Revolución y el incremento de la productividad. La situación se agravó aun más con el asesinato de Kirov, secretario general del partido, en 1943, que dio lugar a una de las mayores y más sangrientas purgas del siglo XX. En política exterior, temeroso de las ansias expansivas de Hitler por el este europeo, Stalin firmó con el dictador alemán un tratado de paz que implicaba dejar las manos libre a Hitler para iniciar su expansión, siempre y cuando no entrase en suelo soviético. El tratado, considerado ominoso por el resto de potencias europeas, es uno de los capítulos más controvertidos de la historia de la URSS, más aun cuando, tras la invasión de Polonia por Alemania y la subsiguiente declaración de guerra de Francia y Gran Bretaña, la Unión Soviética permaneció inalterable. La invasión de Rusia iniciada por Hitler en 1940 fue probablemente su mayor error táctico, pues significó la entrada en guerra de la URSS al lado de una Francia derrotada y una Inglaterra en muy mala situación. Además, el sagaz Stalin llevaba ya dos años preparando la posible invasión alemana, incrementando hasta el límite la fabricación de armamento y la preparación del Ejército Rojo. Las consignas dadas desde la dirección del Estado, en forma de resistir al enemigo a cualquier precio, la política de tierra quemada propugnada por Stalin y la capacidad de aguante del pueblo ruso, todo ello, provocó que el avance alemán fuera lento y penoso, más aun comparándolo con los éxitos cosechados por la Blitzkrieg en los primeros momentos de la guerra. Kiev retardó el avance nazi seis semanas; Odessa lo hizo en ocho y Moscu rechazó en dos ocasiones la toma alemana. El tiempo, en la forma de "general Invierno", como había sucedido en la época de Napoleón, se aliaba con Rusia. El contraataque soviético, a costa de millones de muertos, no se hizo esperar, desafiando a los hasta entonces ejércitos nazis. Hitler, por su parte, envió a lo más granado de sus tropas y armamento, perfilando un encuentro que sería decisivo en el curso de la Guerra: Stalingrado. En efecto, buscando aprovechar los yacimientos petrolíferos del Caúcaso, Hitler lanzó un poderoso ataque sobre Stalingrado, punto estratégico e importante enclave industrial, preparado por Stalin para una defensa a ultranza. Casa por casa se defendió la población, siendo destruidas las fábricas por los rusos antes de ser abandonadas al avance alemán. Las luchas se desarrollaron cruelmente hasta que el 19 de noviembre los rusos lanzaron un ataque en pinza que cercó a los alemanes y les causó miles de bajas. La rendición alemana en 1943 había dejado a 90.000 soldados vivos de un total de 300.000. La victoria de Stalingrado dio fin al avance nazi y significó una referencia más que simbólica en el curso de la Guerra. El intento de invasión de Rusia no sólo costó a Hitler un costosísimo esfuerzo, sino que le obligó a desatender el flanco occidental, donde los aliados, ahora con apoyo de Estados Unidos, comenzaban a avanzar. El desembarco de Normandía dio, ya en 1944, inicio a una carrera entre los soviéticos y los aliados anglosajones por alcanzar Berlín lo antes posible, anticipando un mundo dividido en dos bloques, comunista y capitalista, que verá la luz a la finalización del conflicto. Efectivamente, tras la rendición alemana en mayo de 1945, Stalin se había asegurado su control sobre buena parte del este de Europa, ratificado en las conferencias de Yalta y Postdam celebradas con los aliados. El "nuevo orden mundial" supone entonces un nuevo desafío para la Unión Soviética, pues parte con cierta desventaja frente al abanderado del capitalismo, los Estados Unidos, quienes ya poseen la bomba atómica, como demostraron en Hiroshima y Nagasaki. Da inicio así el período llamado "guerra fría", en el que ambas superpotencias pugnan por extender su ámbito de influencia a nivel mundial como si jugaran una partida de ajedrez en la que cada pieza fuera un país. La nivelación de ambos contendientes se produjo en 1949, cuando Stalin hizo probar la primera bomba nuclear. Desde entonces, la carrera de armamentos entre ambos contendientes no pararía hasta alcanzar cotas espectaculares, pero eso ya no será contemplado por Stalin, quien morirá en 1953.
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La guerra tocaba a su fin y los aliados tenían bastantes temas sobre los que ponerse de acuerdo. El presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, cada vez más afectado por la poliomielitis, hubiera deseado celebrar aquel encuentro en los Estados Unidos, en vez de realizar un viaje tan largo. Pero Stalin presionó hasta conseguir que el encuentro tuviera lugar en Yalta. Le convenía jugar en casa, ser el generoso anfitrión y disponer el escenario según sus intereses. Roosevelt cedió porque esperaba de Stalin la aceptación de las Naciones Unidas, su gran sueño, aquella obra que habría de perpetuarle... Churchill cedió a regañadientes; era el menos poderoso de los tres grandes y, además, estaba en difícil situación política porque las elecciones generales británicas debían celebrarse en julio... Churchill y Roosevelt llegaron a Yalta, localidad veraniega de Crimea, el 3 de febrero de 1945. El presidente norteamericano, en atención a su enfermedad, fue hospedado en el palacio de Livadia, antigua residencia de los zares, donde también se celebró la conferencia. Esta dio comienzo el día siguiente con un Stalin en plan encantador, que proponía a Roosevelt como presidente permanente de la conferencia, honor que les correspondía ejercer a cada uno de los tres grandes por turno. Con esa maniobra, el dictador soviético se ganaba aún más el ánimo del presidente norteamericano y restaba peso a Churchill, realmente el único rival que allí tendría la política soviética. En efecto, a Roosevelt le obsesionaba el tema de las Naciones Unidas, conseguir de Stalin que la URSS formase parte de la ONU. El resto casi lo abandonaba por completo en manos de sus asesores. Pero éstos estaban próximos a los intereses políticos soviéticos. El secretario de Estado, Stettinius, era a la sazón un político inexperto; Harry L. Hopkins, la eminencia gris de la Casa Blanca, confesaba abiertamente sus simpatías por Moscú y el cuarto hombre de la delegación USA, Alger Hiss, era un espía a sueldo del Kremlin, como reconocería ante un juzgado de Nueva York en 1950. Churchill, opuesto a parte de lo acordado en Yalta, se encontraba en inferioridad numérica y en debilidad moral, debido a sus acuerdos con Stalin del mes de enero, y política, como se demostraría con su derrota electoral del siguiente verano. A lo largo de 8 sesiones plenarias, de similar número de reuniones de ministros de Exteriores, de 4 banquetes oficiales y de varios centenares de brindis, se concretó en documento en 14 apartados, que trataban de la victoria sobre Alemania, de su ocupación y de las consiguientes indemnizaciones de guerra; de la conferencia para la puesta en marcha de la ONU; de Polonia, de Yugoslavia; de la Europa liberada; de la unidad entre los vencedores de la guerra; de las reuniones que los ministros de exteriores deberían sostener después de Yalta, y, finalmente, se acordaba la entrada de la Unión Soviética en guerra contra Japón inmediatamente después de la rendición de Alemania. De todo esto, lo más importante era la división de Alemania en cuatro zonas de ocupación; con una de ellas, la soviética, se creó la República Democrática Alemana. Las reparaciones de guerra se fijaron en 20.000 millones de dólares, que en un 50 por ciento serían destinados a la URSS, como país más castigado por la guerra. Respecto a Polonia se decidía que perdiera buena parte de sus territorios orientales y que ganase otros en sus fronteras occidentales, a costa de Alemania. Churchill protestó, alegando que era una salvajada que desplazaría a millones de polacos y a millones de alemanes: Stalin se mantuvo firme, aduciendo que de hecho tal fenómeno ya se había producido a causa de la guerra, lo que sólo era verdad a medias. Pero mayor disgusto para el premier británico fue la imposición soviética de su protegido gobierno de Lublin como régimen para Polonia, aceptando a duras penas la participación del Gobierno polaco en el exilio... Londres, que había entrado en guerra a causa de Polonia y que había mantenido unidades militares polacas en su ejército, combatiendo en África, Italia y Francia, se quedó humillada. Roosevelt se sintió al final feliz cuando Stalin accedió a formar parte de las Naciones Unidas, aunque pretendió que figurasen por separado las 16 repúblicas que entonces formaban la Unión Soviética. Era excesivo, pero al final logró que figurasen Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Otra victoria de Stalin fue conseguir el derecho al veto para los cinco grandes (2) en el Consejo de Seguridad. El 11 de febrero se despidieron Stalin, Churchill y Roosevelt. Fue la última entrevista que sostuvieron y quizás fue la más trascendental para el mundo; hijas de Yalta fueron la división de Alemania, la configuración geográfica y política de Polonia, la presencia soviética en el Extremo Oriente, el telón de acero, la escasa operatividad de la ONU, etc. Pero aún no era el momento para los análisis. Las fisuras entre aliados comenzaban a verse, pero eran mucho menores de lo que Hitler creía y deseaba. Toda Centroeuropa era un inmenso campo de batalla donde combatían 12 millones de hombres y donde la guerra era cuestión de semanas.
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Aunque viera con esperanzas el progreso aliado en el norte de África, Stalin realmente no había sentido respiro alguno en los primeros meses de 1943, porque Hitler destinó al frente del desierto fuerzas que, en comparación con los niveles de medios empleados en el Este, podían considerarse simbólicas. Pese al triunfo de Stalingrado y los progresos de sus ofensivas, la réplica de los Ejercitos del Sur y la amenaza sobre el saliente de Kursk que ejercían los nazis preocupaban mucho en Moscú. Se unía a esto un retraso aliado en abrir el segundo frente y la suspensión de los envíos de alimentos, materias primas y pertrechos porque todos los transportes se estaban utilizando en África o concentrando para el desembarco en Italia. Especial irritación le producían a Stalin las críticas casi universales en la prensa británica y norteamericana por el descubrimiento de las fosas de Katyn, donde casi 15.000 polacos- en su mayoría jefes y oficiales- habían sido asesinados por el ejercito soviético. La indignación del gobierno polaco en el exilio se complemento con la de los yugoslavos y sus protectores británicos a causa de los ataques de los guerrilleros de Tito a los monárquicos de Mihajlovic. Los comunistas trataban mas de exterminar a sus enemigos políticos que a los alemanes... La prensa soviética devolvió improperios, acusando a los británicos de estar preparando una invasión a Yugoslavia, en vez de pensar en el segundo frente, y recordó viejos agravios, como la financiación e inspiración británica del ejercito polaco de Anders... Una posible cumbre de los tres grandes fue pospuesta sine die. Moscú comenzó a temer que Washington y Londres le estuvieran utilizando como parachoques del nazismo y que tratarían de aplastarle después de que se desengrasase en su lucha con Alemania. Sea por esa tirantez y estas sospechas, sea por otras razones, lo cierto es que Stalin trató de entrar en negociaciones con Hitler, para lo cual se hicieron intentos ante sus diplomáticos en Estocolmo, al tiempo que Tito se relacionaba con los representantes nazis en Zagreb. Cuando Hitler se entero del caso monto en cólera. Sobre el contacto en Yugoslavia dijo: "¡Con los rebeldes no se negocia, se les fusila¡". El diplomático Peter Kleist, esperado por los soviéticos en Estocolmo, fue detenido en el aeropuerto berlinés de Tempelhof y ridiculizado por su superior Ribbentrop por haber caído en esa burda provocación judía. Hitler creía que Stalin estaba tratando de utilizar esta posible negociación para que los aliados se apresuraran a abrir el segundo frente y para que reanudasen los suministros. Probablemente se estaba equivocando el dictador nazi porque en septiembre del mismo año, Moscú trato de nuevo de ponerse en contacto con los negociadores de Berlin. Hubo algunos contactos en Estocolmo y, sobre todo, en Sofía, donde ambos países tenían embajada. Ribbentrop se tomó el asunto en serio, quizás angustiado por la serie ininterrumpida de reveses que registraba la Wehrmacht. Hitler se mostró impermeable. Seguía pensando que Stalin trataba de utilizarle para picar a sus aliados occidentales, quizás lanzarle contra los angloamericanos en Italia y que tomados se despedazasen en el segundo frente, mientras que la URSS incrementaba su poderío y se aprestaba a aniquilar lo que quedase. No es posible saber qué podía haber de cierto en esta segunda hipótesis, pero es seguro que la primera estaba equivocada. Para esa época, Stalin ya tenía cuanto deseaba: su segundo frente y la promesa de abrir un tercero en Francia al año siguiente, además de la renovación de los suministros en cantidades cada día más importantes.
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Nada en la actividad cotidiana de los soviéticos revelaba nerviosismo o malestar. El sábado 21 de junio era un día laborable de ocho horas como los demás y los moscovitas esperaban la llegada del domingo para salir a pasear por el campo. En los titulares de la prensa era lejano el eco de la guerra. El día 14, la agencia Tass había dado un comunicado tranquilizador en el que se mitigaba el peligro inminente de una guerra. La Pravda anunciaba nuevos records de producción en Kazajstán y sólo en la página 5 se hacía referencia a las operaciones militares que se desarrollaban en África del Norte y Siria. El secretario general del Partido Comunista se había autonombrado jefe del Gobierno y nadie como él sabría defender la patria del socialismo, pensaban los soviéticos. En medios militares, sin embargo, se respiraba un clima de desazón. Al igual que en días anteriores, pero con mayor regularidad y en tono más alarmante, el día 21 llegaban a los centros de información rumores y noticias de una inminente invasión alemana. A las cinco de la tarde, el comisario de guerra, mariscal Semión Timoshenko y el general Gueorgui Zhukov, jefe del Estado Mayor, dieron estas noticias a Stalin y prepararon una orden que debía poner en estado de guerra a todas las unidades fronterizas rusas. La primera reacción de Stalin consistió en descartar estos rumores. Incluso se negó a aceptar las revelaciones de un desertor alemán, que había explicado a un oficial fronterizo soviético que se había ordenado a su unidad entrar en acción al amanecer. Stalin pensó que una vez más se trataba de una provocación; ante la insistencia de los generales autorizó a dar la voz de alarma, pero precisando que si algo ocurría no podía ser más qué una provocación y que, por consiguiente, no habría que replicar con la artillería. La orden que se cursó a las 12.30 de la noche del 21 pone de manifiesto la ambigüedad de Stalin: "Ha surgido la posibilidad de un repentino ataque alemán el 21-22 de junio. Dicho ataque puede iniciarse con provocaciones. La obligación principal de nuestros ejércitos consiste en no dejarse arrastrar por ninguna provocación. Se ordena que en la noche del 21 (era ya 22) sean ocupados secretamente los puntos estratégicos de la frontera. Tener dispuestas para el combate a todas las unidades... No se empleará ninguna otra medida sin órdenes especiales". El "no dejarse arrastrar" se tradujo en la práctica en la inhibición de los soldados soviéticos ante el fulgurante avance de las divisiones alemanas. El jefe al mando del distrito del Báltico dijo: "Caso de provocación alemana, absténgase de hacer fuego"; pero el colmo del absurdo lo consigna Viktor Anfílov en El comienzo de la gran guerra patriótica (Ediciones de Moscú, 1962): "En el supuesto de que el enemigo ataque con fuerzas importantes, ha de ser aplastado". En aquellos momentos, el responsable de tan pasmosa negligencia dormía tranquilamente en su villa de las afueras de Moscú. Sin poder contener por más tiempo su nerviosismo, un grupo de generales se dirigió en automóvil a Kúntsevo y logró que el jefe de la policía despertase al camarada Stalin. La guerra había estallado de veras y al mediodía del 22 de junio habían sido destruidos ya 1.200 aviones soviéticos, 800 de ellos en el suelo. La tesis de la provocación no podía sostenerse. Estaba siendo bombardeada Odessa y seguían avanzando las tropas alemanas. ¿Era un intento de poner a prueba la capacidad de resistencia de la URSS? Algo semejante habían hecho los japoneses en 1938 y 1939: atacar repentinamente y luego retirarse. Pero estas dudas se vinieron abajo cuando entró Molotov y comunicó que el embajador Schulenburg le había notificado oficialmente la declaración de guerra firmada por el Führer. Reaccionó entonces Stalin, pero dispuso no cruzar las líneas enemigas, por si acaso se trataba de un error y en la creencia de que aún se podría pactar con Hitler. La noticia de la guerra circuló con la rapidez del rayo, pero hasta las doce del mediodía no lo anunció la radio y no fue la voz del dirigente máximo, la primera e irremplazable autoridad del partido, el secretario general, quien dijo a los soviéticos que "el fascismo traidor invadía el solar patrio", sino Molotov.
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<p>En pleno verano de 1942, mientras la dura acción alemana penetraba en el corazón de la URSS en dirección a Stalingrado, Stalin envió desde Moscú este llamamiento, conocido como "Orden nº 227": "El enemigo envía continuamente al frente nuevas fuerzas, avanza y penetra profundamente en el territorio de la Unión Soviética sin preocuparse por las grandes pérdidas que sufre, ocupa nuevas zonas, destruye y saquea nuestras ciudades y nuestros pueblos. En este momento se están llevando a cabo combates en la zona de Voronez, en el Don, en el sur y a las puertas del Cáucaso septentrional. Los invasores alemanes avanzan en dirección de Stalingrado hacia el Volga y quieren a toda costa llegar hasta Kuban, el Cáucaso septentrional y las riquezas petrolíferas y de cereales que hay en la zona. La población civil, que siempre ha mirado con amor y devoción al Ejército Rojo, empieza a desilusionarse; ya no cree en el Ejército Rojo, y una parte le maldice porque abandona a la población en manos de los tiranos germánicos, huyendo hacia oriente. En el frente, muchos y poco cuidados individuos se consuelan hablando de la posibilidad de una ulterior retirada hacia oriente favorecida por la amplitud del terreno, el gran número de habitantes y la disponibilidad de las reservas de trigo. De esta forma, estas personas quieren justificar su vergonzoso comportamiento en el frente, pero en realidad, razonamientos de este tipo resultan totalmente engañosos y falsos, útiles sólo para el enemigo. Cada oficial o cada soldado, cada funcionario político, tiene que darse cuenta de que nuestros bienes no son inagotables y que el territorio de la Unión Soviética no es un desierto, sino que representa a trabajadores, campesinos, intelectuales, madres, padres, mujeres, hermanos, nuestros hijos. Las regiones que el enemigo ha invadido o intenta invadir representan pan y productos de todo tipo para las tropas; el subsuelo contiene los metales y el combustible necesarios para la industria, las fábricas, los talleres y las líneas ferroviarias que suministran armas y municiones al Ejército Rojo. Después de haber tomado Ucrania, la Rusia Blanca, los territorios bálticos, la cuenca del Donetz y otras zonas, disponemos de un territorio mucho más pequeño, de una población menos numerosa, de menos trigo, menos metales, menos talleres y menos fábricas. Hemos perdido más de setenta millones de habitantes, miles de toneladas anuales de trigo y más de diez millones de toneladas anuales de metal. No tenemos ya la superioridad que teníamos al principio contra los alemanes por lo que se refiere a reservas humanas y de trigo. Retirarse ahora significaría la ruina para nosotros y nuestra Patria. Cada palmo de tierra que hemos abandonado ha servido para hacer al enemigo más fuerte, debilitándonos nosotros y nuestra Patria (...). Ya no se puede tolerar que oficiales, comisarios y funcionarios políticos retiren por su cuenta un buen número de destacamentos de sus posiciones. Ya no se puede tolerar que, presa del pánico, algunos decidan sobre la situación del campo de batalla, arrastrando consigo en la retirada a otros combatientes, abriendo así las puertas a la invasión. Los pusilánimes y los viles han de ser aniquilados inmediatamente. Para cada oficial, soldado y funcionario político, la exigencia de no retroceder sin la orden expresa de sus superiores ha de representar una férrea disciplina. Los mandos de compañía, batallón, división, los correspondientes comisarios y funcionarios políticos que se retiran de sus posiciones sin la orden de sus superiores, son traidores de la Patria y como tales han de ser tratados. Esto es lo que pide nuestra patria. Responder a su llamada significa salvarla, provocando el exterminio del odioso enemigo y, consiguientemente, la victoria (...). El mando del Ejército Rojo ordena a los consejos militares de los distintos frentes, y en primer lugar a los comandantes que: a) eliminen el estado de ánimo típico de la retirada y eviten con mano de hierro esa propaganda según la cual debemos y podemos retirarnos sin daño hacia el oriente; b) retiren totalmente el mando y envíen a los tribunales militares a los mando del Ejército que han permitido retirase arbitrariamente sin la orden del mando del frente; c) formar, en las proximidades del frente, de uno a tres destacamentos de detención (según sea la situación), a los que enviar los oficiales y los correspondientes funcionarios políticos de todas las armas culpables del reato de cobardía. Enviarles a las zonas más peligrosas del frente para darles la posibilidad de redimirse con su propia sangre de sus delitos contra la Patria (...). La presente orden ha de ser leída en todas las compañías, escuadrones, baterías, escuadrillas y mandos". El comisario del pueblo para la defensa Firmado: Stalin Moscú, 28 de julio de 1942.</p>
lugar
Actual Volgograd, recibió el nombre de Stalingrado hasta 1961. Está situada en la orilla izquierda del curso inferior del río Volga, en el punto de convergencia de varias carreteras y líneas férreas procedentes de Moscú y de la cuenca carbonífera de Donetz, entre otras. Su distancia respecto al mar Caspio es de 440 Km. y su población ronda el millón de habitantes. El origen de Volgograd se remonta al año 1589, cuando se fundó Tsaritsyn, fuerte levantado para proteger el comercio ribereño de los cosacos merodeadores; dicha ruta comercial iba de Astrakán y el Cáucaso septentrional a Moscú. Durante la Revolución Rusa se le cambió el nombre por el de Stalingrado, en honor del líder soviético Josif Stalin y, aunque las tropas del Ejército Blanco disputaron varias veces la posesión de la ciudad a las tropas bolcheviques, éstas, sin embargo, lograron mantener sólidamente su posición, mandadas directamente por Stalin. Capital de una provincia entre 1919-1928, se fue desarrollando industrialmente al realizarse los planes quinquenales soviéticos, llegando a ser un gran centro de la industria metalúrgica y de maquinaria. Si por algo destacó Stalingrado fue por las terribles batallas que en ella se desarrollaron en el marco de la II Guerra Mundial. Desde agosto de 1942 hasta febrero de 1943, fue escenario de feroces combates entre los atacantes alemanes, que la sitiaron, y los defensores soviéticos. Poco a poco, sin embargo, los rusos fueron recuperando la ciudad con un alto coste en vidas humanas. La ciudad fue prácticamente destruida y en ella murieron alrededor de 350.000 soldados alemanes. Dicha batalla comenzó a decantar el curso de la guerra a favor de los Aliados. Tras la guerra se reconstruyó Stalingrado y, actualmente, existe una gran plaza junto al Volga con monumentos erigidos en memoria de los rusos que murieron durante los combates. En 1961 recibió el nombre actual de Volgograd. Entre sus industrias figuran el refinado de petróleo, la petroquímica, la acerera, la construcción naval, la maquinaria agrícola, etc.