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Entre 1857 y 1900, se produjo un crecimiento constante de la población española. Ello fue posible por el mantenimiento de unas tasas de natalidad bastantes altas, al tiempo que hubo un leve descenso de la mortalidad relativa a causa sobre todo de mejoras higiénicas y médicas. La población se incrementó en más de un 200 % en capitales de provincia como Pontevedra, Lugo, Bilbao, S. Sebastián, Huesca o Murcia, beneficiadas por la migración interior. Orense, Santander, Barcelona, Valencia, Alicante o Huelva crecieron entre un 101 y un 200 por ciento. El crecimiento de otras ciudades como La Coruña, León, Logroño, Zaragoza, Castellón o Córdoba se situó entre el 50 y el 100 %, igual que el observado por ciudades del interior como Valladolid, Avila, Guadalajara, Madrid, Albacete o Ciudad Real. Por último, el resto de las capitales de provincia incrementaron su población en cifras menores al 50 por ciento.
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A principios del siglo XIX Madrid y Guipúzcoa son las provincias españolas más densamente pobladas, con más de 60 habitantes por Km2. En segundo lugar, con cantidades que van entre los 51 y los 60 habitantes por Km2, se sitúan provincias o regiones como Navarra, Valencia o Baleares. Menos densidad de población tienen Asturias y Andalucía occidental, con cifras entre los 41 y los 50 habitantes por Km2. Entre 31 y 40 tienen áreas como Galicia, Palencia, Cataluña o Granada, territorio éste que se corresponde con el antiguo reino nazarí. El mayor despoblamiento corresponde a la España del interior, perjudicada por un grave atraso económico. Entre 11 y 30 habitantes por Km2 tienen zonas como buena parte de Castilla la Vieja, Aragón, Toledo, Córdoba y Murcia. En León, Zamora, Salamanca, Extremadura, Jaén, La Mancha y Cuenca, la carencia de pobladores es aun más evidente, con una densidad menor a los 10 habitantes por Km2.
contexto
No es posible ofrecer datos muy detallados sobre actividad en el siglo XVIII. Incluso el cálculo de un indicador como la relación de dependencia -relación entre población inactiva o dependiente y población activa-, de aparente objetividad por ser función de la edad, resulta difícil. Considerando activa a la población comprendida entre quince y sesenta años, dicha relación superaría en muchos casos el 70 por 100. Ahora bien, estos límites de edad son convencionales y más propios de hoy que del Setecientos. Debido a la baja productividad general y para diluir la pesada carga económica que supondría mantener a una población dependiente tan elevada -con una relación de dependencia del 75 por 100, cada cuatro personas activas deberían soportar el mantenimiento de tres inactivas-, se tendía a ampliar la vida laboral todo lo posible, siendo normal la muy temprana y paulatina incorporación de los niños al trabajo y el tardío y también paulatino abandono del mismo, pasando los ancianos (que, probablemente, lo serían antes de los sesenta años) a ocuparse de las actividades que requerían menor esfuerzo físico. Los índices de dependencia, pues, aunque imprecisos, serían de hecho más bajos que los inicialmente propuestos. Había también una elevada, aunque de casi imposible evaluación numérica, participación femenina en la actividad laboral. Ante todo, en el ámbito de la economía doméstica, de mayor amplitud que en la actualidad, la mujer se solía ocupar de tareas como la elaboración del pan o de parte de la ropa familiar, además de participar habitual u ocasionalmente en las faenas agrícolas o en el pastoreo. Como artesanas más o menos independientes o como asalariadas, estuvieron vinculadas, especialmente, a las actividades textiles. En la industria sedera de Lyon, por ejemplo, la mano de obra femenina era cinco veces más numerosa que la masculina. Las manufacturas de nueva creación registrarán una presencia femenina en constante aumento. Y era muy elevada la cifra de las empleadas en el servicio doméstico. Por otra parte, la ausencia de estadísticas fiables dificulta el conocimiento de las estructuras socio-profesionales, que, en cualquier caso, siempre tendrán un margen de imprecisión. Y hay que añadir el peculiar carácter de ciertos oficios -artesanos, por ejemplo, que fabricaban y vendían sus productos- o la abundancia de personas con ocupaciones diversas -labradores que también realizaban trabajos artesanales o se dedicaban con sus bestias a la arriería en los tiempos muertos de la agricultura, artesanos que cultivaban huertos... El predominio de la economía agraria tenía su reflejo en que eran las actividades agrícolas y ganaderas las que ocupaban a la mayor parte de la población activa. En los países del Este, como Rusia, quizá entre el 90 y el 95 por 100 a finales del siglo. En Europa occidental las proporciones eran más bajas, pero probablemente llegaban hasta un 75 por 100 a mediados de siglo en países como Francia o Suecia y las cifras serían algo mayores para el conjunto. Luego la proporción fue descendiendo, en corta medida para el conjunto de Europa, de forma más acusada en los países más desarrollados. Pero todavía en Inglaterra, en 1800, trabajaba en la tierra más del 40 por 100 de la población adulta masculina (estimación de E. A. Wrigley). Las actividades de transformación, minoritarias en conjunto, experimentaron un desarrollo notable a lo largo del siglo. Prácticamente en ningún país, sin embargo, llegaron a ese 30 por 100 de la población activa que representaban en la Inglaterra de 1800. El ramo textil y de la confección era, en conjunto, el más desarrollado, siendo los del cuero y construcción otros de los grupos destacados. Por lo que respecta a los servicios, no solían constituir un grupo numeroso, si bien muchos de sus integrantes (mercaderes, financieros, clero, servicios legales en general, servicios sanitarios...) ejercían habitualmente una notable influencia social, paralela en ocasiones a un gran poder económico. El ramo más nutrido, no obstante, era el servicio doméstico, de presencia casi universal y, como hemos dicho, con una elevada proporción de mujeres en sus filas. Si se aceptan, por ejemplo, las cifras que el abate Expilly daba para Francia, en 1778 los domésticos, varones y mujeres, representaban nada menos que el 8 por 100 de la población total. Los dos últimos sectores solían ser mayoritarios, como es lógico, en el mundo urbano. El ejemplo de Amberes es bien elocuente a este respecto. En él se plasma también la muy distinta significación económica de los distintos grupos socio laborales. Pero conviene no olvidar que ni los agricultores faltaban en las ciudades, en muchas de las cuales solían estar presentes en mayores proporciones que en el ejemplo expuesto, ni en el mundo rural había sólo campesinos, para atender determinadas necesidades de la comunidad, como por el desarrollo en determinadas zonas de la industria rural.
lugar
Esta villa fue señorío de la Orden de San Juan de Jerusalén. Su iglesia parroquial, consagrada bajo la advocación de la Magdalena, es uno de sus monumentos más llamativos. En esta localidad la ermita de Santa María del Socorro es paso obligado para el peregrino. Muy cerca de ésta se encuentran los restos de un hospital, que luego fue transformado en mansión señorial. La ermita de San Miguel es otro de los atractivos de esta pequeña villa palentina.
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La distribución actual de la población en España presenta grandes desigualdades regionales. La mayor densidad de población la presentan el Principado de Asturias y las comunidades autónomas de Cantabria, País Vasco, Cataluña, Baleares, Valencia, Madrid y Canarias. Estas regiones presentan una densidad de población alta, superior a los 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Una densidad media, entre 50 y 100 habitantes por kilómetro cuadrado, presentan Galicia, La Rioja, la Comunidad Foral de Navarra, la Región de Murcia y Andalucía. Por último, el resto de comunidades, que corresponden al interior, tienen una densidad de población baja, inferior a los 50 habitantes por kilómetro cuadrado. Las ciudades más pobladas son Madrid y Barcelona, superando ambas los 3.000.000 de habitantes incluyendo sus áreas metropolitanas. Rondando el medio millón están ciudades como Sevilla, Valencia y Zaragoza. Finalmente, son numerosas las ciudades en las que viven más de 200.000 habitantes, correspondiendo básicamente a las situadas en el arco mediterráneo y en el norte peninsular.