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obra
Durante el otoño de 1886 Vincent se interesó por representar diversos animales con intenciones hasta ahora desconocidas; así surge una serie de lienzos protagonizados por un Martín pescador, un Murciélago y este papagayo verde. Quizá podamos considerarlos como un motivo de estudio animalístico, en el afán de Van Gogh por recoger en sus trabajos a la naturaleza en todos sus aspectos. Las tonalidades oscuras empleadas y el fondo neutro recuerdan a los bodegones realizados durante el periodo de Nuenen, tomados de la tradición barroca holandesa.
Personaje Político
Nacido en Atenas en 1883, y oficial del Ejército griego desde 1906, tomó parte en las guerras balcánicas (1912- 1913); en el curso de la Primera Guerra Mundial alcanzó el grado de coronel. Formó parte del ejército que invadió Anatolia en 1919 pero, al contrario que muchos de sus compañeros, se mantuvo fiel a sus principios conservadores y monárquicos. Ministro de la Guerra en 1935, el dictador Metaxas le nombró jefe del Estado Mayor, puesto desde el que dirigió la defensa del país contra los italianos, que lo invadieron desde Albania en 1940. No pudo evitar, sin embargo, la derrota frente a los alemanes, que lo hicieron prisionero (1941). Permaneció en cautividad hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y, luego, vuelto a Grecia como un héroe nacional, fue ascendiendo a mariscal. Durante la guerra civil (1946- 1949) fue comandante de las fuerzas monárquicas, puesto que conservó, con la categoría de mariscal, tras la victoria. En mayo de 1951 se retiró del Ejército y creó su propio partido, la Unión Helénica, inspirada en el gaullismo francés. Un año después, el partido alcanzó la mayoría absoluta en las elecciones y Papagos asumió la presidencia del Gobierno, cargo que conservó hasta el momento de su muerte, en 1955.
Personaje Político
Tras estudiar en la Universidad de Atenas y en Alemania, se inició en la política corno miembro del Partido Liberal, con el que fue ministro de Educación en un Gobierno Venizelos (1929- 1933). Miembro del sector republicano del liberalismo, en 1935 rompió con los venizelistas para fundar su propio grupo, el Partido Democrático Socialista, con el que se enfrentó a la dictadura de Metaxas, lo que le costó la deportación. Detenido por los invasores alemanes en 1942, consiguió escapar, y presidió el Gobierno de unidad nacional, constituido en el exilio en 1944. Durante los gobiernos de coalición de centro, fue ministro del Interior (1947 y 1950- 1951) e integró su grupo político en el renacido Partido Liberal, cuya jefatura asumió tras la muerte de Sófocles Venizelos. Líder de la oposición contra los gobiernos conservadores, en 1961 agrupó a numerosos partidos en la Unión del Centro, que ganó las elecciones de 1963 por mayoría absoluta. Convertido en jefe del Gobierno, puso en marcha un audaz programa de reformas sociales y económicas, pero su enfrentamiento con el rey y los militares le llevó a dimitir en 1965. Detenido al producirse el golpe de los coroneles, fue sometido a arresto domiciliario durante más de un año. Falleció poco después de ser puesto en libertad, en 1968.
obra
Gauguin va a representar, a través de sus cuadros, todas las imágenes que le impresionaron durante su estancia en Papeete. En esta escena contemplamos a una joven bebiendo agua de una fuente, escena llena de intimismo y exotismo. El colorido ha sido aplicado mediante manchas, como se aprecia en primer plano. Las tonalidades empleadas son bastante oscuras, aunque se aclaren con el pareo dorado y las flores rojas de primer plano. Cuando en noviembre de 1893 Gauguin inaugure su exposición en París, esta obra estará en la muestra.
contexto
Los acontecimientos de 1848 se saldaron con un fracaso para los intereses nacionalistas, pero confirmaron el papel central del reino de Piamonte en la tarea de la unificación política. El rey Carlos Alberto, después de sus derrotas ante las tropas austriacas, tuvo que abdicar (1849) en su hijo Víctor Manuel II ("il re galantuomo") que tenía una cierta simpatía hacia el liberalismo y, como revelara D. Mack Smith, una idea de la Monarquía como "cuarto poder o poder residual", que se reservaba para ejercer de árbitro en momentos críticos.Los nacionalistas italianos eran conscientes de que la coyuntura de 1848 se había desperdiciado por la falta de respaldo popular, dadas las escasas promesas de reformas sociales que habían hecho los líderes revolucionarios pero, sobre todo, por el particularismo de los pequeños Estados y por la falta de apoyo de las grandes potencias. En ese sentido, Piamonte, que había mantenido su Constitución, quedó como la única esperanza y hacia allí confluyeron líderes nacionalistas como Balbo, Gioberti, Mazzini, Garibaldi, Manin, Giuseppe La Farina, o Giorgio Pallavicino. Este último, para subrayar la conveniencia de contar con un Piamonte fuerte, que consiguiese la independencia de los austriacos, afirmaría: "Para derrotar cañones y soldados hacen falta cañones y soldados". La Sociedad Nacional Italiana, fundada por algunos de ellos en agosto de 1857, se encargaría de difundir por Italia los ideales de la unidad. La letra del Va pensiero de la ópera Nabucco (1842), de Giuseppe Verdi, se convirtió en un verdadero himno del independentismo, y hasta se daban vivas a Verdi, cuyo nombre era el acrónimo de "Vittorio Emanuele, re d´Italia".
contexto
Hasta fines de la década de 1880, el predominio de los bancos británicos en el mundo financiero relacionado con América Latina era claro y absoluto. Ni otros bancos europeos, especialmente franceses o alemanes, ni los norteamericanos, ponían en peligro su hegemonía. De este modo los Rothschild se convirtieron prácticamente en los banqueros oficiales de Brasil y Chile y los Baring Brothers en los de Argentina y Uruguay. A finales del siglo XIX las posiciones británicas comenzaron a ser amenazadas. En México, los banqueros alemanes controlaron los créditos internacionales del gobierno a partir de 1888, aunque tuvieron que compartir el negocio con banqueros norteamericanos y franceses. En Brasil, Argentina y Chile los franceses y alemanes se hicieron más activos que en el pasado. Después de 1898, con la anexión de Puerto Rico y, de hecho, de Cuba, los capitales norteamericanos aumentaron su presencia en el Caribe. Sin embargo, fue la Primera Guerra lo que cambió la correlación de fuerzas entre las principales potencias implicadas en el continente. Mientras Gran Bretaña salió muy debilitada del conflicto, la posición de Estados Unidos se vio reforzada, a tal punto que adquirió un papel protagonista en la escena internacional, que pudo haber sido mayor en caso de haberlo deseado. De todas formas, habría que esperar a los años 30, y especialmente a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, con el mayor debilitamiento británico, para que esa situación quedara claramente perfilada. Según Halperín Donghi, el reemplazo de la dominación británica por la estadounidense en América Latina se ejemplifica con el final de la era del ferrocarril y el inicio de la expansión automovilística. Los caminos de hierro se cambiaron por los caminos de asfalto. Tras la Primera Guerra Mundial la presencia norteamericana se intensificó en los países del Pacífico. También se hizo sentir en Brasil, Argentina y Uruguay. A diferencia de lo ocurrido anteriormente con las inversiones europeas, canalizadas a través de empréstitos negociados con los gobiernos o de la búsqueda del control de empresas de transporte o comerciales, los capitales norteamericanos se invirtieron directamente en actividades productivas. Muy rápidamente un número considerable de empresas norteamericanas se instaló en América Latina, bien para fabricar sus propios productos, o bien para ensamblarlos. Una clara excepción en el pasado había sido México, donde a la sombra de la política porfirista se observa una fuerte inversión de capitales norteamericanos en ferrocarriles y minería, desde la década de 1880. En los años 20 la presencia norteamericana en la región se vio reforzada por la magnanimidad de la política crediticia de numerosos bancos de ese origen. El National City Bank ya había abierto sucursales en Argentina y Chile desde 1914 y el Morgan entraría muy pronto en escena. Entre 1922 y 1928 se vendieron en Estados Unidos bonos latinoamericanos por un importe cercano a los 2.000 millones de dólares. La llamada "danza de los millones" drenó dinero fácil y barato hacia las economías de países como Perú y Colombia, creando una fiebre de especulación muy intensa, en un fenómeno similar al fuerte endeudamiento que en los años 70 provocaron los petrodólares en la región. Cuando en 1929 se interrumpieron los flujos de capitales norteamericanos al exterior, las repercusiones sobre la balanza de pagos de los países latinoamericanos antes favorecidos por los créditos fueron muy serias. Las misiones Kemmerer estuvieron presentes entre 1923 y 1931 en los países andinos (Colombia, Chile, Ecuador, Bolivia y Perú) y Guatemala. Estas misiones no fueron patrocinadas oficialmente por el Departamento de Estado, sino que fueron pagadas por los respectivos países, que demandaban la asesoría de expertos financieros. Se trató de un importante impulso para la creación de Bancos Centrales y para ordenar los sistemas monetarios y de contabilidad fiscal, y muestran claramente el aumento de la influencia norteamericana en una región que sólo algunos años atrás respondía a otros intereses. Influencia que no sólo se reflejaría en el aspecto económico, sino que tendría un correlato político nada desdeñable. La mayor dependencia del crédito norteamericano y de los expertos financieros del mismo origen, llevó a muchos países de la región a poner sus rentas aduaneras bajo el control norteamericano. Esto ocurrió en Cuba, Haití, Santo Domingo y Nicaragua en la década de 1920; en Ecuador, Honduras y Bolivia a fines de la misma década y en Perú entre 1921 y 1924. La creencia generalizada entre un buen número de políticos latinoamericanos de que de ese modo iban a poder conseguir nuevos créditos facilitó tal estado de cosas.
contexto
La metalurgia ha sido considerada, a partir del siglo XIX y ya desde las primeras clasificaciones del sistema de las Tres Edades de Thomsen, uno de los hitos fundamentales para constatar el avance del progreso humano, basado en el desarrollo de la tecnología como forma más efectiva de dominar la naturaleza e instrumento de la cultura humana para afianzarse sobre la tierra y diferenciarse del resto de los seres vivos que no la poseen y que están regidos por la evolución biológica. Como tal hito, ha servido tradicionalmente para separar etapas del desarrollo humano, a las que se le ha asignado valores muy diferentes según la perspectiva teórica con que se haya abordado el estudio de la Historia, ya sea local, regional o mundial. Desde una posición evolutiva unilineal, dependiendo de la evolución tecnológica, la metalurgia era una etapa intermedia que marcaba el tránsito entre la Prehistoria, con su vinculación a la tecnología de la piedra, y mayor dependencia de la naturaleza, y la Historia, propiamente dicha, donde el hombre, gracias a su organización como ser social, conseguiría superar esa dependencia a través de la civilización. Desde esta primera posición que igualaba evolución biológica a evolución cultural (tecnológica), siempre se ha identificado a la metalurgia, dividida en periodos, Edad del Bronce y del Hierro, con etapas cronológicas que continuaban en el tiempo, en una secuencia ineludible de evolución, a la Edad de la Piedra, dividida en Paleolítico y Neolítico. Ese valor cronológico y periodos definidos de tiempo, hizo que se hiciera necesaria la parcelación de esos espacios temporales en estadios que, desde los primeros tiempos de Lubbock, fueron confirmándose a la luz de los hallazgos, excavaciones y organizaciones de museos o exposiciones temporales, por lo que la caracterización de los periodos o subperiodos fueron aceptándose en mayor o menor grado, con clasificaciones basadas en numeraciones, como las divisiones de Montelius del Neolítico, Bronce o Hierro, para Suecia o las posteriores del Hierro en Hallstat y La Tène, vigentes aún hoy en día. Estas divisiones han seguido en general una tendencia cada vez más marcada a convertirse en divisiones trifásicas, en las que han predominado la plasmación de una imagen relacionada con el ciclo vital, en el que se enmarcan tres periodos básicos: formación, madurez y declive, que más pretende reflejar entes vivientes que simples periodizaciones para ordenar tiempo, tipología o tecnología. Estos entes vivientes no serían otros que la cultura, que ya había sido considerada como distintivo del hombre, de forma que se ha ido deslizando un transfundo cultural general en las sucesivas periodizaciones, aunque dentro de esos periodos veamos surgir y proliferar un sinnúmero de culturas, con una definición pretendidamente geográfica, pero que en realidad sólo muestran un contenido tipológico de clasificación de la cultura material con criterios subjetivos, relacionada con un contenido ideológico basado en modelos evolucionistas unilineales en los que la evolución de la tecnología en sus múltiples facetas seguía marcando la idea de progreso en un solo sentido del camino de la humanidad sobre la tierra. Con las obras de V. Gordon Childe esas periodizaciones sufren un importante y significativo cambio, dándoseles un contenido mucho más ajustado al tipo de registro que representaban, es decir, se convierten en un conjunto de rasgos materiales que se agrupan definiendo lo que él llama culturas arqueológicas que, aunque representen en cierta forma tradiciones sociales comunes, solo pueden tomarse en el nivel de la esfera material de la cultura y, por tanto, servirán para clasificar conjuntos arqueológicos. Pero esas culturas arqueológicas, definidas por el uso del fósil-guia o artefacto prototípico, tienen una unidad formal, no cronológica o geográfica, de forma que las culturas habrán de definirse de forma temporal y espacial, a través del registro arqueológico. Esto significaba el abandono del esquema de las Edades como base de la clasificación cultural y que la tecnología, base de las clasificaciones de Thomsen, fuera el único sostén del desarrollo cultural. Las semejanzas de la cultura material implicaban que un pueblo compartía una forma de vida común, con una economía y unas relaciones sociales bien definidas, conviniendo el criterio tecnológico en un marco de desarrollo socioeconómico, intentando inicialmente conciliar los esquemas de evolución social, basada en la etnología de Morgan (salvajismo, barbarie, civilización) con el esquema de las Tres Edades, para llegar a admitir más tarde una mayor variedad en los sistemas socioeconómicos que los basados en la tecnología. No hay duda que Childe introduce, con su concepto de cultura, una dimensión económica y social en los estudios sobre Prehistoria, basados en los restos arqueológicos. Sin embargo, el sistema de las Tres Edades ha seguido siendo, para un amplio sector de los prehistoriadores, un punto de referencia para los estudios de la evolución socioeconómica de la historia del mundo, reflejando el proceso del progreso humano a base del avance continuo de la tecnología y con una más ajustada cronología, donde el uso cada vez más extendido de las dataciones radiocarbónicas ocupa un puesto destacado. Es en este marco en el que una discusión, que afecta directamente a este momento cronológico, ha centrado buena parte de las investigaciones de lo que podría denominarse como tradición disciplinar. En ella, la aparición de la metalurgia supone un importante hecho en el doble sentido apuntado. Por un lado, ¿cuándo y dónde comienza la metalurgia? y ¿qué carácter tuvo esa primera metalurgia? La evidencia de que inicialmente no se trata de verdadero bronce, aleación de cobre y estaño, sino de cobre llevo al establecimiento de un periodo previo a la Edad del Bronce, dando lugar a que se incluya en las periodizaciones una etapa intermedia entre el Neolítico y la Edad del Bronce, denominada Edad del Cobre, Calcolítico o Eneolítico, con valor cronológico y tecnológico. Por otro lado, se pretende evaluar el alcance que para la cultura, en general, tuvo la aparición y extensión de la metalurgia y, en especial, qué repercusión tiene este avance tecnológico en la economía y en la estructura social. Como parece lógico, para las posturas que defienden una primacía de lo tecnológico en la economía, la metalurgia significa un cambio casi revolucionario que implicará un vuelco en toda la economía, convirtiéndose en el motor del cambio cultural. Otra postura, minoritaria, se centró en la consideración de la metalurgia como un aspecto más de la economía, con un papel limitado, sobre todo en un principio, y repercusión sólo a largo plazo, dentro del proceso global de cambio socioeconómico, según señala Sherratt. Para esta segunda postura, lo primordial es la definición de los procesos sociales y económicos, por encima de los aspectos tipológicos y cronológicos, o lo que sería lo mismo, la sustitución de una concepción normativa de la cultura, basada en que todos los miembros de un grupo social dado comportan una misma conducta (expresada en arqueología por la aparición de unos mismos objetos que poseen el mismo valor de representación de las ideas de los que los fabrican o usan) por una concepción integrada de la cultura, en la que todos los elementos de la misma están interrelacionados, y adquieren su significación según la manera en que están organizados, como indica Clark. Desde esta concepción, lo que interesa saber es si una sociedad dada tiene condiciones sociales y técnicas para desarrollar o aceptar la metalurgia y qué papel jugará ésta en los procesos que actúan dentro de la propia sociedad. Se abandona la idea de la vinculación entre metalurgia y las condiciones que la hicieron posible: acumulación de capital, especialización artesanal a tiempo completo y papel determinante del comercio, y a la vez, entre el cambio tecnológico y el cambio cultural. Es desde la perspectiva de una concepción integrada de la cultura y una visión materialista, desde donde pretendemos escribir estas páginas en las que la estructura, el desarrollo de las sociedades y la desigualdad social sean el verdadero objetivo, dejando la cronología, la tecnología y la tipología subordinadas teóricamente a la estructura y desarrollo social. Pretendemos, pues, reflejar más en estos capítulos una Prehistoria que se base en el registro de variables que hagan referencia a la complejidad social y su origen y no una síntesis de rasgos culturales. Pero esto tropieza con diversos obstáculos, a veces difíciles de salvar. En primer lugar, no es ésta una orientación mayoritaria en las síntesis sobre Prehistoria, ni universal ni europeas o de cualquier otra zona del mundo, por lo que no contaremos con una base empírica de apoyo muy amplia, sobre todo que reflejen aquellas variables sobre las que poder evaluar la estructura, evolución y complejidad social de las poblaciones prehistóricas. No obstante, y a riesgo de ofrecer una visión desigual en lo espacial y temporal, es ésta una opción que nos parece obligatoria para un trabajo de síntesis que pretenda adscribirse a esta línea teórico-metodológica. En segundo lugar, nos obliga a escoger unos criterios de delimitación temporal que no atiendan a factores tradicionales, como los tecnológicos o tipológicos, sino a aquellos que reflejen mejor la evolución de las sociedades que, como es evidente, resultan muy heterogéneos temporalmente o imposible de generalizar y sincronizar en la amplitud de una Prehistoria del Viejo Mundo. En este sentido, el tercer obstáculo lo constituye la escala espacial de aplicación de los criterios a utilizar y su extensión a toda la amplitud requerida, ya que resulta conocido que los ritmos y sentido de la evolución social han sido multilineales y, por tanto, imposibles de unificar en una sola síntesis de estas características, puesto que los distintos procesos sociales que afectaron a diferentes zonas de Europa, del Mediterráneo, Próximo o Lejano Oriente o del continente africano son propios de cada área y la escala de análisis habría de ser local y regional en primer lugar. Por ello, en la escala espacial la prehistoria reciente europea será el ámbito de referencia continuo para la caracterización de la evolución social, aunque trataremos de trascender en lo posible ese marco, tratando de huir de un europeocentrismo que caracteriza a muchos de los estudios prehistóricos existentes. Por otro lado, el marco de referencia temporal está también determinado por la cronología de la propia prehistoria europea y los procesos de desarrollo social que en ella han podido determinarse. De esta manera, el cuadro tradicional de la Edad del Bronce, incluyendo el Calcolítico, como periodo inicial, abarcará el final del cuarto milenio a.C., el tercero y el segundo, quedando aquí reflejado en su sentido de desarrollo económico y evolución social, donde la metalurgia jugará un papel menos destacado. Ésta se halla siempre en función de otros aspectos y, por tanto, no será su aparición y extensión el criterio que determine el comienzo de este periodo, destacándose una serie de cambios que afectan más a la base subsistencial de la sociedad y a los niveles de organización de la misma, siguiendo un esquema general utilizado en algunos otros textos como el de prehistoria europea de T. Champion y cols., 1984, en el que se priman esos aspectos, creándose dos subdivisiones, una referida a procesos de intensificación y extensión de economías agropecuarias a todo el continente europeo y la serie de consecuencias diferenciales que ello determina en el patrón de asentamiento, estructuras sociales e ideología. Esta etapa se inscribe en unas coordenadas temporales en la que se produce, según los esquemas tecnológicos, la decisiva extensión del uso de la metalurgia y sus productos a casi todo el continente e islas, pero en la que aparecen otra serie de cambios en las estructuras sociales que son visibles en el registro arqueológico. Esta fase coincidiría con una periodización, en términos crono-tecnológicos, del Neolítico Final-Edad del Cobre. A ella seguiría otra nueva etapa que abarca el final del tercer milenio y todo el segundo a.C., época en la que se observa una tendencia acusada al aumento de la complejidad social y de la jerarquización en amplias zonas de Europa que, incluso dentro del segundo milenio, cristaliza en la aparición de los primeros Estados en el Egeo, paralelos a los que ya se registraban en Asia y Africa a lo largo del tercer milenio y, en parte, contemporáneos a los que pueden observarse en el valle del Indo o en China, y muy anteriores a las organizaciones estatales del periodo clásico de Mesoamérica o de algunas regiones del área andina, que se desarrollan en el primer milenio de nuestra era. Esta etapa se ha caracterizado tecnológicamente por la generalización de la utilización del auténtico bronce en buena parte de Europa, aunque para entonces ya en el Próximo Oriente se conoce el hierro, que se generaliza en este segundo milenio. La periodización clásica, basada sobre todo en la tipología de los productos metálicos, la divide en Edad del Bronce Antiguo, Medio y Final que, iniciándose en los últimos siglos del tercer milenio, se prolonga a los primeros del primer milenio a.C.
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