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Por fortuna la pintura protogótica navarra ha recibido una cuidadosa sistematización por parte de la profesora María del Carmen Lacarra. A diferencia de la pintura castellano-aragonesa y aun de la aragonesa, del protogótico navarro han perdurado obras que nos dan a conocer la existencia de un arte áulico o al menos directamente relacionado con el poder. En el caso navarro, la influencia de lo francés es patente y seguramente tiene su razón de ser en el matrimonio de Juana I de Navarra con el príncipe heredero de la corona francesa, Felipe, celebrado en 1286, y con posterioridad en el gobierno de los Evreux. En este ambiente de corte internacional, ligado por otra parte con el mundo inglés, el protogótico hispánico alcanzó su dimensión de gran arte. La aún hoy enigmática figura de Johannes Oliveri que, en 1330, dejó su nombre en el retablo mural del refectorio de la sala capitular de la catedral de Pamplona, se alza como máximo representante de un gótico extremadamente refinado que se expresa tanto en lo estrictamente formal como en lo iconográfico. Juan Oliver construye sus figuras con todo el encanto propio del momento, con la dulzura que es característica de la refinada pintura protogótica, pero a la vez con el incipiente dramatismo que hace que el teocentrismo hierático del mundo románico deje paso a un incipiente humanismo. La evolución del protogótico navarro se puede seguir en las salas magníficamente instaladas del Museo de Navarra. El arte cortesano de Juan Oliver ya se patentiza en la decoración del claustro de la catedral de Pamplona y, muy especialmente, en el paramento con el Arbol de Jessé. En ambos conjuntos la Crucifixión denota la esencia de lo protogótico y se hace difícil determinar su cronología relativa. En cualquier caso, ésta es seguramente una obra que gira en torno a los últimos años del primer tercio del siglo XIV. El mural del Arbol de Jessé ha perdido más color que la decoración de la sala capitular de la catedral pamplonesa y acusa en demasía su carácter lineal. En tal sentido los murales de la capilla de la Virgen del Campanal de San Pedro de Olite, nos muestran unas figuraciones más pictóricas, de fecha paralela a las ya mencionadas y sin duda estilísticamente relacionadas con ellas. La calidad no es sólo parangonable a la que exhibe Juan Oliver, sino incluso puede superarla en el tratamiento de luces y de volumetría de las figuras y arquitecturas, lo cual indica quizá una temprana presencia de lo italiano. El arte seguramente foráneo de los pintores que trabajaron en la catedral de Pamplona y en Olite se hace un poco más tosco en los pintores del lugar que siguieron su impronta. Entre ellos destaca el maestro que pintó la historia de San Saturnino para la iglesia de El Cerco de Artajona. El azar ha hecho que se conservase la inscripción que identifica al maestro y que centró la cronología de los murales: "LO PINTO ROQUE EL ANYO DE MIL EL CCC E XL.. EZINO DE POM... O..". Este tal Roque que pinta poco después de Juan Oliver, sin duda siguió las maneras del foráneo, sin alcanzar la calidad del mismo. Con seguridad antes que este estilo tan refinado se expandiese por Navarra, el protogótico ya había penetrado sobreponiéndose en buena medida a las últimas manifestaciones románicas (Artajona, Olite, etc.), como lo muestran decoraciones como las de la iglesia de San Martín de Azua. Pero mayor interés que ese período inicial, en Navarra lo tiene la perduración tardía, al igual que hemos visto en Aragón, de la manera protogótica. Incluso hay decoraciones de iglesias que manifiestan claramente las dos etapas, como pueden ser las de las parroquiales de Gallipienzo y Olleta. En ambas iglesias hay pinturas de mediados del siglo XIV que de alguna manera están influidas por la escuela de Juan Oliver, especialmente en Gallipienzo; y también en ambas iglesias en la segunda mitad del siglo XV se llevaron a cabo decoraciones que a pesar de la cronología se deben de clasificar de protogóticas, si bien con un marcado carácter primitivista, aunque tampoco permanecen del todo ajenas a la evolución de la pintura de la época. La pintura navarresa sobre tabla mantiene claramente las tipologías románicas y su expresión más patente está en los frontales, los principales conservados en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. De ellos (frontales de Eguillor, de San Pedro) el de mayor raigambre plástica es el procedente de la iglesia de Arteta, dedicado a la vida de la Virgen y a la infancia de Jesús. Tanto en éste como en los otros dos mencionados, una de las características principales es la aparición junto a la temática religiosa de la representación de los meses del año en el travesaño superior del guardapolvo. Además de estas tablas, a las que se podría añadir alguna otra, la que mejor representa la definición protogótica es la que a veces se ha considerado retablo portátil de la catedral de Pamplona. Centrado por la Crucifixión enmarcada por profetas, en él se puede adivinar con claridad el influjo de lo francés que tanto caracteriza al taller pictórico de la catedral de Pamplona. No hay que olvidar, sin embargo, como ya se ha mencionado, que este influjo se contaminó en ocasiones de un claro italianismo, quizá procedente de la escuela de Avignon, como muestran las pinturas que decoraban el arcosolio de la tumba del obispo Miguel Sánchez de Asiain del claustro de la catedral de Pamplona.
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La muerte de Enrique I (1270-1274), último monarca de la casa de Champaña, convirtió en reina a su hija Juana (1274-1284), de un año de edad. Entre fuertes presiones castellanas y aragonesas, la crisis sucesoria se saldó con una nueva alianza ultrapirenaica: la elección como marido y regente de Felipe (IV), heredero de Felipe III de Francia, a condición de respetar la identidad del reino. Consecuencia de la crisis fue la Guerra de la Navarrería (1275) entre navarros y francos, que finalizó con la ocupación francesa del reino. Felipe III de Francia gobernó desde 1276 en solitario frente a la oposición de las Hermandades de Buenas Villas y las Juntas nobiliarias creadas durante la crisis. Entre 1276 y 1328 Navarra se convirtió en una autentica dependencia francesa, aunque mantuvo una autonomía oficial al ser gobernada por los herederos de los reyes de Francia sin fusión de los títulos. Tras el gobierno unipersonal de Felipe III reinaron Juana I y Felipe I -IV de Francia- (1285-1305), quien nombró a franceses para los principales cargos. Al morir Juana I fue sucedida por Luis el Hutín -X de Francia- (1305-1316), cuya muerte sin hijos provocó otro problema sucesorio. Pese a los derechos de su hija Juana II, le sucedieron sus hermanos Felipe II -V de Francia- (1316-1322) y Carlos I -IV de Francia- (1322-1328). La crisis sucesoria francesa de 1328 permitió a los navarros desligarse de París y hacer valer los exigidos derechos al trono de Juana II, esposa de Felipe de Evreux, proclamados reyes tras aceptar la fórmula pactista tradicional en 1329. Sin embargo, esta entronización supuso para Navarra una independencia más formal que real, pues los Evreux eran nobles franceses estrechamente sometidos a la política de los Valois. Felipe III de Navarra (1328-1343) reformó los fueros en 1330 y 1342, ganándose el favor del reino. En el exterior mantuvo buenas relaciones con Aragón y Castilla, como lo demuestra su muerte durante el asedio de Algeciras (1343). Juana II (1328-1349) siguió reinando hasta su muerte.
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En la segunda mitad del siglo XIV Navarra mantuvo su independencia frente a las veleidades expansionistas de sus cuatro poderosos vecinos. El reinado Carlos II el Malo (1349-1387) osciló entre una ambiciosa proyección sobre el conflicto anglo-francés y un proceso de organización y centralización interior en un contexto de crisis económica. Carlos II abordó un programa de reformas que incluyó el saneamiento de la administración, el reforzamiento de la nobleza como principal soporte de la monarquía y la reorganización de los recursos fiscales mediante la creación de la "Cámara de Comptos" (1364) como órgano financiero. En el exterior Carlos el Malo fue protagonista de una desmedida política internacional que desbordó los limitados recursos del reino. Desde 1364 quedó reducido a la Península, donde participó en el conflicto civil de Castilla y acabó aceptando la hegemonía castellana en el tratado de Briones (1373 y 1379). La política oscilante e incoherente de Carlos II se explica por la necesidad de mantener un precario equilibrio con las potencias que rodeaban Navarra -Castilla, Gascuña inglesa (salidas al mar), Aragón y Francia-, todas y cada una capaces por sí mismas de anexionar el pequeño reino pirenaico. En un contexto de crisis económica, pacifismo exterior y creciente aristocratización de la sociedad (paralela a la de Aragón), Carlos III el Noble (1387-1425) abordó una política acorde con las posibilidades y recursos de Navarra. Procuró la distensión de relaciones con Castilla, Aragón, Francia e Inglaterra mediante una política de colaboración, apoyo al papado de Aviñón y relaciones matrimoniales. Con la primera colaboró en las guerras contra Granada y propició los matrimonios del infante Juan, hijo de Fernando de Antequera, con las infantas Isabel y Blanca (1412). Respecto a Aragón, también buscó la paz mediante el matrimonio de la infanta Blanca con Martín el Joven (1402). Lo mismo sucedió respecto a Francia e Inglaterra. La vinculación de Navarra con la casa francesa de Foix fue obra suya. Entre sus reformas políticas sobresale la creación de la "Cort" o tribunal supremo (1413). El abandono del expansionismo de su padre permitió a Carlos III personalizar un proceso de alejamiento de Francia y de navarrización de la dinastía de Evreux. En este sentido destacan la renuncia a los feudos franceses de su casa -Champagne, Brie- (1404) y el nombramiento de navarros para los puestos principales de gobierno.
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Desde su separación del reino aragonés, los monarcas navarros se mueven en una línea de equilibrio entre sus poderosos vecinos castellanos y catalano-aragoneses con los que colaboran militar (participación en la campaña de Las Navas de Tolosa de tropas navarras) y económicamente (concesión de préstamos a Pedro el Católico de Aragón), lo que no impide que Alfonso VIII ocupe Álava y Guipúzcoa y corte la posibilidad de expansión hacia el Sur de Navarra, cuyo rey Sancho VII acentuará las relaciones con el Norte, donde consiguió que le rindieran vasallaje los señores de Tartaix, Agramunt y Ostabat y donde buscó una salida marítima mediante acuerdos con los burgueses de Bayona. Frente a Castilla, Sancho VII se apoyó en Aragón con cuyo rey Jaime I firmó un pacto de filiación mutua según el cual el monarca superviviente heredaría los dominios del que primero falleciera (1231); el cumplimiento del pacto equivalía a unir de nuevo Navarra y Aragón más Cataluña, pero la unión no interesaba a los nobles de Navarra que, al morir Sancho, ofrecieron el trono a Teobaldo de Champaña (1234), sobrino de Sancho VII, después de hacerle jurar los fueros de Navarra y de comprometerse a reparar los agravios hechos por Sancho a barones y nobles, que son los que rechazan a Jaime I, quizá porque unos años antes el rey aragonés se había opuesto a privilegios de los nobles aragoneses similares a los de los navarros; por otro lado, Jaime era un rey impuesto por Sancho VII y los nobles prefirieron elegir ellos mismos y pedir al nuevo rey, que les debía el nombramiento, la confirmación de los derechos tradicionales de la nobleza navarra. El predominio de los consejeros procedentes de Champaña y el incumplimiento de los fueros provocaron un levantamiento nobiliario contra el rey, que se vio obligado a solicitar el apoyo de Roma: en 1235 Teobaldo se comprometió a intervenir en la Cruzada y para facilitar la realización del voto, Gregorio IX ordenó que se disolvieran las juntas y hermandades de nobles que impedían al rey partir hacia Jerusalén, ya que no era posible abandonar el reino mientras persistiera la revuelta nobiliaria. La excomunión dictada contra los rebeldes fue insuficiente y Teobaldo tuvo que pactar, que nombrar una comisión encargada de decidir cuáles eran las obligaciones del rey para con los súbditos y las de éstos hacia el monarca. Esta comisión, presidida por Teobaldo y por el obispo de Pamplona e integrada por diez ricoshombres, veinte caballeros y diez eclesiásticos, redactó el Fuero Antiguo de Navarro, que regulaba los derechos de los nobles sobre los honores y, además, limitaba la autoridad monárquica. En el prólogo de este Fuero, los nobles dieron su propia versión de la reconquista y de la creación de la monarquía en los reinos peninsulares: tras la desaparición del último rey godo, los caballeros continuaron combatiendo a los musulmanes, y peleando entre ellos por el reparto del botín; para poner fin a las disputas acordaron elegir como rey a uno de entre ellos, que estaría sometido a normas de conducta previamente fijadas. Con esta declaración los comisionados situaban a la comunidad por encima del monarca, cuyo derecho no derivaba de Dios, como en la monarquía francesa con la que se relacionaba Teobaldo, sino de la comunidad, de sus electores. Las obligaciones aceptadas por el elegido antes de ser proclamado rey se concretan en el mantenimiento del derecho tradicional, en la corrección de las violencias y agravios cometidos por sus antecesores, en el compromiso de repartir los bienes de cada tierra entre los barones, hidalgos, clérigos y hombres de las villas, de no conceder más de cinco cargos en cada bailía a extranjeros y de no declarar la guerra, paz o tregua ni administrar la alta justicia sin el consejo de los ricoshombres. Tras aceptar los acuerdos de 1238, Teobaldo pudo participar en la Cruzada al frente de un nutrido grupo de nobles franceses, que fracasaron ante Gaza. Vuelto a Europa, el monarca continuó la política de atracción de los señores pirenaicos y logró el vasallaje de los vizcondes de Soule y de Tartaix. En los últimos años de su reinado -murió en 1253- tuvo que hacer frente al obispo de Pamplona, que llegó a dictar el entredicho sobre el reino para recuperar los bienes y las atribuciones de la Iglesia. Al iniciar su reinado (1253) Teobaldo II prestó el juramento exigido por los ricoshombres, caballeros, infanzones y representantes de las villas y se comprometió a aceptar hasta su mayoría de edad la tutela de una persona elegida por la comunidad y asesorada por doce consejeros; se comprometió igualmente a mantener estable la moneda durante doce años. La sumisión de los monarcas navarros se contrarresta mediante la introducción de prácticas jurídicas y de consejeros franceses que practicaron en Navarra los consejos dados por Jaime I a Alfonso X: entendimiento con el poder eclesiástico, del que consiguieron la unción regia, símbolo de que el poder venía de Dios y no de la comunidad. Estrechamente vinculado al pontificado, Teobaldo consiguió de Roma una bula de disolución de las juntas y hermandades (1264) y junto a san Luis de Francia participó en la cruzada contra Túnez, en la que halló la muerte en 1270. El sucesor designado por los navarros fue Enrique I, hermano de Teobaldo, durante cuyo breve reinado (1270-1274) castellanos, aragoneses y franceses intentan crear en Navarra un partido favorable a sus intereses. La guerra civil entre los distintos grupos se inicia en 1274, al morir Enrique. En nombre de Jaime I fue su hijo Pedro el encargado de exponer los derechos aragoneses, que se basaban en la unión navarroaragonesa de los tiempos de Sancho el Mayor de Navarra, y en los acuerdos firmados por Sancho VII. Jaime I se mostró dispuesto a mantener las libertades y fueros del reino y a preservar la independencia de Navarra, para lo que se comprometió a que no coincidieran en la misma persona el título de rey de Aragón y de Navarra: mientras Jaime sería rey de Aragón, su hijo Pedro -que casaría con la heredera- lo sería de Navarra y cuando éste accediera al trono aragonés, Navarra sería regida por el primogénito del monarca navarroaragonés. Disposiciones parecidas fueron adoptadas por Alfonso X de Castilla, que renunció a los derechos sobre Navarra en favor de su hijo Fernando, y por Felipe III de Francia que cedió sus posibles derechos en la persona de su hijo Felipe IV, casado finalmente con Juana de Navarra. El matrimonio no puso fin a la presión de Alfonso X, cuyos partidarios explotaron hábilmente las diferencias entre los navarros y los francos de Pamplona: al lado de los primeros combatió la mayor parte de la nobleza; junto a los segundos, el senescal enviado por Felipe III, que se vio obligado a solicitar un poderoso ejército para someter a los rebeldes y recuperar militarmente el reino. En adelante, Felipe III hará caso omiso de los fueros y gobernará con entera libertad, a pesar de la oposición de la hermandad de las villas y de la junta de hidalgos.
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En esta primera fase del último gótico, en Navarra y País Vasco están en obra diversas canterías ocupadas preferentemente en portadas. El claustro de la catedral de Pamplona sigue siendo el lugar donde se acumulan desde comienzos del siglo XIV trabajos continuados escultóricos. En la segunda mitad se termina la puerta de paso a la iglesia. El gran tímpano de la Muerte de la Virgen es un último eco de la escuela tolosana de Rieux. En Estella, se trabaja en la portada de la iglesia del Santo Sepulcro. Ya en el País Vasco, por entonces, deben culminar los trabajos en la puerta de los pies de la catedral de Vitoria. Pero la obra culminante es la portada sur de la iglesia de Santa María de Laguardia. Realizada seguramente en el último tercio de siglo, es el resultado del trabajo de dos escultores, uno de los cuales quizás haya trabajado en Vitoria, cuya forma de hacer se detecta en otros lugares navarros y vascos. El gran tímpano desarrolla un ciclo de infancia de Cristo y de glorificación de María. El friso del dintel, donde actúa el otro escultor, posee un cierto clasicismo, mientras que las otras esculturas son de alguien más enraizado en lo francés, con alardes linealmente de elegantes figuras. Janin Lomme de Tournai representa el cambio del Trescientos al siglo siguiente, no por motivos cronológicos, sino estéticos. Es el rey Carlos el Noble, francés, quien le llama para que se haga cargo de su sepulcro, al que se dedica al menos desde 1416. La fina talla y la búsqueda de la individualidad marcan las semejanzas con la tendencia sluteriana, pero también las amplias diferencias. Anónimo, pero más ambicioso iconográficamente, es el sepulcro del canciller Villaespesa (colegiata de Tudela).
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El predominio teórico de Aragón se contrarresta con la hegemonía eclesiástica que desde Tarragona ejerce Cataluña. De la misma forma que la ocupación de las tierras catalanas por Carlomagno fue acompañada de la vinculación o dependencia de la iglesia catalana al arzobispado de Narbona, la independencia política de los condes fue seguida de la creación de sedes episcopales en cada uno de los condados, y la tendencia a unificarlos al margen del mundo carolingio se manifiesta en el intento de unirlos eclesiásticamente mediante la restauración de la antigua metrópoli tarraconense, cuya restauración permitirá romper la dependencia respecto a Narbona y, también, de Toledo, donde desde 1086 hay un primado de Hispania. Al mismo tiempo, al conseguir que Roma incluya bajo la órbita tarraconense la iglesia navarra, los condes de Barcelona-reyes de Aragón recuerdan sus derechos sobre el reino, derechos que intentan hacer efectivos política y militarmente desde los primeros momentos, aunque para ello sea preciso negociar con Castilla la división de Navarra. El primer reparto conocido es de 1140: el emperador Alfonso y el conde-príncipe Ramón Berenguer, reunidos en Carrión, acuerdan dividirse la tierra que tiene García, rey de los pamploneses, de modo que Castilla recobre las tierras que había poseído Alfonso VI en la orilla derecha del Ebro y el cónsul barcelonés recupere cuantas tierras habían pertenecido a Aragón en tiempo de los reyes Sancho IV y Pedro I, vasallos que habían sido de Alfonso VI; el resto de los dominios pamploneses sería dividido entre Alfonso y Ramón en la proporción de dos partes para Aragón y una para Castilla, que basa sus derechos en el homenaje de fidelidad prestado a Alfonso VI por Sancho y Pedro, homenaje que renovaría Ramón Berenguer al entrar en posesión de su parte. Once años más tarde, al morir García Ramírez, se procede a un nuevo reparto, por mitad entre Aragón y Castilla. La dependencia feudal de Ramón Berenguer es anterior al reparto de Navarra, que nunca fue efectivo, y tiene sus orígenes en la cesión a Ramón de las ciudades de Zaragoza, Tarazona, Calatayud y Daroca con juramento y homenaje que por ellos le reconocería señorío, según Zurita. Este vasallaje se mantiene hasta 1177, año en que se suprime a costa de que el conde-rey renuncie a la conquista de Murcia, atribuida a la Corona en el tratado de Tudillén o Tudején de 1151 por el que castellanos y catalano-aragoneses no sólo se dividen Navarra sino que, además, fijan las zonas de influencia y de futura conquista de las tierras musulmanas. El conde (no se cita para nada su título aragonés) recibiría la ciudad de Valencia con toda la tierra desde el Júcar hasta el término del reino de Tortosa, así como la ciudad de Denia, con la condición de tener tales tierras en nombre del Emperador y de prestarle homenaje semejante al que los reyes Sancho y Pedro de Aragón prestaban a Alfonso VI por Pamplona; también corresponderían al barcelonés el reino y ciudad de Murcia, excepto las plazas fuertes de Lorca y Vera, que serían para el Emperador tanto si colabora en la conquista como si se abstiene de intervenir. Dos años más tarde, reunidos en Cazola -1179- renuevan el pacto contra Navarra, se prestan homenaje mutuo y modifican las zonas de influencia sobre las tierras musulmanas: Alfonso el Casto recibiría Valencia y su reino, Játiva y Denia, es decir toda la tierra situada entre el puerto de Biar, en el interior, y Calpe; en la zona de conquista castellana se incluirían las tierras situadas al sur de Biar o, lo que es lo mismo, el reino de Murcia. Con este acuerdo, indirectamente relacionado con el testamento de Alfonso el Batallador, se fijaban los límites orientales de Castilla y Aragón-Cataluña. Los repartos de sus tierras son neutralizados por García Ramírez y Sancho VI de Navarra (1150-1194) mediante una hábil política de equilibrio que les lleva tanto a reafirmar la dependencia feudal respecto a Castilla como a colaborar con el rey-conde para recuperar las tierras de La Rioja y dividirse los dominios del rey Lobo de Murcia; la inestabilidad del equilibrio entre Castilla y Aragón lleva a los monarcas a buscar contrapesos al Norte de los Pirineos mediante alianzas matrimoniales con Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, y con Teobaldo de Champaña, cuyos descendientes se convertirán en el siglo XIII en reyes de Navarra. Sancho VII (1194-1234) inició su reinado en alianza con Castilla, que pronto fue sustituida por un acuerdo entre leoneses y navarros contra los castellanos. Solucionados estos problemas, Sancho ofreció sus servicios militares a los almohades, a cuyo lado combatió en el Norte de África. Durante su ausencia, el monarca castellano, que por su matrimonio con Leonor -hija de Enrique II de Inglaterra- se consideraba con derechos sobre Aquitania, intentó unir los dominios castellanos con los de su esposa y para ello ocupó Álava y Guipúzcoa, a pesar de lo cual tropas navarras colaboraron con las castellanas en Las Navas de Tolosa. La agitada sucesión de Alfonso VIII en Castilla y la minoría de Jaime I en Aragón permitieron a los navarros un respiro durante el cual Sancho organizó sus dominios, dio fuero a algunas poblaciones, fortificó la frontera con Castilla y consiguió el vasallaje de algunos nobles ultrapirenaicos. En 1230, unificados de nuevo León y Castilla por Fernando III, las presiones castellanas obligaron al monarca navarro a buscar un acuerdo con Jaime I, con el que firmó un pacto de prohijamiento mutuo que, como el testamento de Alfonso el Batallador, no fue respetado por los navarros, que ofrecieron la Corona en 1234 al sobrino del rey, a Teobaldo de Champaña, con el que se inician las dinastías francesas en Navarra. La unificación almohade puso fin a los reinos de taifas a pesar de la ayuda prestada por los cristianos a personajes como el Rey Lobo de Murcia y de Valencia, al que sucede en Albarracín uno de sus auxiliares, el navarro Pedro Ruiz de Azagra, caudillo cristiano que, como El Cid años antes, crea su propio señorío en épocas de inseguridad. Ni el portugués Geraldo Sempavor, señor de Extremadura, ni Fernando Rodríguez el Castellano, de Trujillo, tuvieron la habilidad de Pedro Ruiz de Azagra quien, oscilando entre Aragón y Castilla y con el apoyo de Navarra, logró no sólo mantener su independencia sino también aumentar sus dominios, obtener concesiones en Castilla y en Aragón y trasmitir los derechos sobre Albarracín a su hermano Fernando. Este mantuvo la política de equilibrio y contrarrestó la atracción aragonesa -se le concedieron honores y tierras en la comarca turolense- mediante una estrecha alianza con la Orden de Santiago, a la que nombró heredera de Albarracín en julio de 1190 al tiempo que vinculaba su iglesia a la toledana para evitar la intervención del monarca castellano. Aunque Albarracín pasó a los hijos de Fernando, la Orden de Santiago se convirtió en garantía de la independencia del señorío, cuya posición geográfica llevó a los señores a una vinculación cada vez más estrecha con la monarquía aragonesa, a la que sería incorporado el señorío a fines del siglo XIII. La presión de los condes de Barcelona sobre los territorios catalanes no pone fin a la relativa independencia de Urgel cuyos condes mantienen, al igual que Navarra y Albarracín, una política de equilibrio entre las potencias vecinas, política que lleva, por ejemplo, al conde Armengol IV a disponer en su testamento (1086) que si sus hijos murieran antes que él el condado pasaría al infante Pedro de Aragón y si éste muriera sin descendencia, el heredero sería el conde de Barcelona; en el caso de que a la muerte del urgelitano, su hijo fuera menor de edad, gobernarían el condado Berenguer Ramón II de Barcelona y Sancho Ramírez de Aragón, pero ninguno tendría la tutela del heredero, que sería confiado al castellano Alfonso VI. Esta política de equilibrio entre dos vecinos poderosos (Aragón y Barcelona) y el recurso a un tercero era la única salida para un dominio cercado por sus vecinos y a ella se atendrán, como hemos visto, el señorío de Albarracín y el reino de Navarra, que oscila entre Castilla y Aragón y se apoya cuando es necesario en los almohades o en la monarquía francesa. En virtud del testamento condal, Urgel inició en 1092 una mayor aproximación a Castilla. Los condes se relacionaron con la familia de Pedro Ansúrez, uno de los fieles de Alfonso VI, y adquirieron importantes dominios en la comarca de Valladolid; en 1102 el condado sería regido por Pedro Ansúrez como tutor de Armengol VI llamado el de Castilla, título que podría cambiarse por el de León al referirse a Armengol VII, al servicio de Fernando II de León en Extremadura, Galicia, Asturias, Salamanca, León... desde 1166 hasta 1184, año en que murió en un ataque a los musulmanes de Valencia. El alejamiento de los condes permitió el ascenso social de algunos nobles del condado, que pretendieron sustituir a la dinastía condal al morir Armengol VIII sin hijos varones y quedar el condado en manos de su hija Aurembiaix, monja de la Orden de Santiago y residente en León. El conde de Barcelona y rey de Aragón, Pedro el Católico, tuvo que intervenir para defender los derechos de Aurembiaix, pero los problemas continuarían durante el reinado de Jaime I.
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En Navarra, por ejemplo, tras una pervivencia de las fórmulas del 1200 más allá de sus límites naturales (Artaiz o Artajona, por ejemplo) la pintura se transforma de la mano de Juan Oliver radicalmente. El maestro, al que se le ha supuesto un origen inglés, pinta hacia 1330 un gran mural en el refectorio de la catedral de Pamplona con una Crucifixión en el centro y dos secuencias de la Pasión y la Resurrección en la zona alta y baja, respectivamente. Una serie de profetas con filacterias desplegadas flanquea la composición. Desde el punto de vista estilístico, los planteamientos que descubre la obra nada tienen que ver con el arte peninsular. En cambio, las analogías con lo inglés contemporáneo tanto compositivamente como en el tratamiento del color, son abundantes. Esta estancia navarra del artífice dará sus frutos inmediatos y se detectan en particular en la obra posterior de un pintor autóctono llamado Roque de Artajona. Aragón acoge en un momento indeterminado del siglo XIII al artífice que decora la Sala Capitular de Sigena. Esta presencia y el impacto que la obra tuvo sobre los pintores aragoneses contemporáneos se hace sentir. El propio monasterio tiene otros restos catalogados dentro del 1200, aunque distintos a los mencionados en primer lugar, y maestros que conocían estas experiencias realizan el frontal de Berbegal (Huesca), ahora en el Museo Diocesano de Lérida. Durante el siglo XIII esta vía bizantinizante se desarrolla junto a otras de más difícil acomodación. Existen maestros de tradición románica que conocen ya ciertas novedades. En la techumbre de la catedral de Teruel esto se pone claramente de manifiesto. Alguno de los pintores que interviene en ella utiliza un lenguaje ya gótico (el del ciclo de la Crucifixión, por ejemplo) mientras que otros están todavía bastante alejados de estos planteamientos. Esta situación puede hacerse extensible a otros conjuntos. El gótico lineal, de la mano de artífices muy distintos y de variada calidad, llega a Aragón en fechas relativamente tempranas. No se trata tanto de evaluar el hecho en términos absolutos, pero si consideramos el desarrollo de las otras artes, el dato es significativo. Proyectos de distintas naturalezas obligan a preparar programas iconográficos diferentes. En San Miguel de Foces, por ejemplo, uno de los conjuntos pictóricos fechado con ciertas garantías (hacia 1302), hallamos una decoración de tipo funerario en la zona inmediata de los sepulcros de los fundadores. En esta misma línea se decora algo después un enterramiento en una ermita de la Almunia de Doña Godina (Zaragoza). Aunque si ignoráramos el dato estaríamos dispuestos a situar las pinturas de San Miguel de Daroca (Zaragoza) en este apartado, una larga inscripción nos informa de su carácter más tardío. Datan de las proximidades de 1361. Este hecho explica que uno de los retablos murales contenga elementos italianizantes, aunque la ejecución sea aún de tradición anterior. Nos referimos naturalmente a la composición dedicada a San Juan Bautista. Al igual que en Cataluña, la penetración del italianismo en Aragón no supone la desaparición súbita del lenguaje anterior. Son numerosos los testimonios que permiten afirmarlo y la decoración de la torre del Castillo de Alcañiz es uno de ellos. Un conjunto de pinturas murales y sobre tabla, fechadas dentro de la segunda mitad del siglo XIII, inauguran el gótico en Cataluña. Sobresalen entre ellas las pinturas de la catedral de la Seu de Urgel o la obra del denominado maestro de Soriguerola (frontal de este mismo nombre en el Museo de Arte de Cataluña en Barcelona), este último familiarizado con el arte francés. En 1268 se concluye una Biblia para Vic de profundo sabor francés. Es plenamente gótica, aunque ejecutada con toda probabilidad por un artista foráneo. Estamos en la etapa del gótico lineal. Hasta 1333, momento en que Ferrer Bassa comienza a trabajar según la línea italianizante, se multiplican los conjuntos de pintura mural y las realizaciones sobre tabla, con ejemplos de una gran calidad, algunos más tardíos que otros. El problema es que todo ello se ha conservado muy irregularmente. En lo que respecta a las conexiones, si bien hay pinturas vinculadas a un linealismo más canónico -retablo de San Jaime de Frontanyá, ahora en el Museo de Solsona, retablo de Vilobí d'Onyar (destruido), en otro orden las pinturas del Palacio Real Mayor o las del Palacio Aguilar de Barcelona, todas ellas de gran calidad -, otros conjuntos revelan también contactos, pero en otra línea. Es el caso de las magníficas pinturas de Santo Domingo de Puigcerdá, probablemente el conjunto de mayor calidad de este período que remiten a Toulouse y, en concreto, a la capilla de San Antonin en los Jacobinos. Otros conjuntos interesantes son los existentes todavía in situ en la catedral de Tarragona (capilla de las Once Mil Vírgenes, muro exterior del coro) y muy en particular las de la catedral de Lérida. Tenemos aquí pinturas muy mal conservadas en el presbiterio (muro norte) que desarrollaban un ciclo completo sobre la Infancia y la Pasión de Cristo. En la capilla de Santa Margarita, una fundación del arcediano Guillem de Soler a los pies de la iglesia, queda una excelente Crucifixión. Fue decorado asimismo el comedor situado en la zona norte del claustro de la catedral, donde se daba de comer a los pobres. La "Pia Almoina" se decoró en diversas etapas, aunque las pinturas de mayor calidad son estas iniciales. La ejecución de todo este conjunto pictórico puede fecharse entre 1330 y 1354, según los nuevos datos expurgados. Nótese que la segunda fecha es muy posterior a la difusión del italianismo en Cataluña de la mano de Ferrer Bassa, cuyo inicio parece corresponder al año 1333. A partir de esta última fecha se detecta un fenómeno que también es rastreable en otras zonas. Pervive el gótico lineal, pero el italianismo va penetrando poco a poco, con lo cual muchos maestros formados en la tradición anterior acaban contaminándose. Ferrer Bassa, documentado entre 1324 y 1349, es el gran artífice de la introducción de esta corriente. Además, por su carácter de pintor real va a divulgarla más fácilmente. Es importante recordar el encargo al pintor por parte de Pedro el Ceremonioso de numerosos retablos para sus capillas reales: Lérida, Zaragoza, Palma de Mallorca, etc., circunstancia que debió favorecer su difusión. Fue pintor mural, realizó también pintura sobre tabla y miniatura. Evidentemente, tanto el volumen de sus encargos como la propia constatación estilística hacen pensar que se ayudó de un amplio taller, dentro del cual su hijo Arnau Bassa parece haber jugado un papel importante.
contexto
Encerrada entre Aragón y Castilla Navarra mantiene una política de equilibrio entre ambos reinos, y neutraliza los ataques de uno con el apoyo del otro, y los de ambos mediante alianzas al Norte de los Pirineos, alianzas que llevarán al trono navarro a Felipe IV, heredero de la corona francesa. Aunque es rey de Navarra desde su matrimonio con la heredera Juana, Felipe IV de Francia no reina de hecho hasta la muerte en 1284 de su padre Felipe III, que actuó con toda libertad después de 1276. De nada sirvió la reconstrucción de las antiguas hermandades o la creación de otras nuevas ni el envío de embajadas pidiendo a los reyes que se respetara la norma por la que nadie podía ser preso si daba fiadores suficientes de acuerdo con el fuero; y ni siquiera tuvieron ocasión los navarros de ver a su reina y al marido de ésta jurar los fueros: si quieren recibir el juramento habrán de enviar sus representantes al reino de Francia, condición que en la práctica anula todas las demás condiciones puestas al rey extranjero; el nacionalismo navarro se manifiesta en el recordatorio de que Felipe IV es rey sólo en cuanto marido de Juana y, en consecuencia, si muere la reina, Navarra pertenecerá al hijo del matrimonio, y si el matrimonio no tuviera hijos, el Reino volvería a sus legítimos propietarios, a los navarros. A la muerte de Juana en 1307, los navarros piden que el nuevo rey, Luis el Hutin, acuda a jurar los fueros y mientras no lo hiciera no aceptarían a sus representantes, según se acordó en reunión celebrada en Estella en 1306 con asistencia de la "universidat de los infançones del regno de Navarra y las comunidades de las bonas villas", cuya presión obligó a Luis a acudir por primera y última vez a Pamplona donde juró los fueros e impuso el orden francés en el reino, según los cronistas de la época, que le atribuyen la destitución de oficiales navarros y el nombramiento de franceses, la imposición de fuertes multas a los clérigos, infanzones y menestrales que se habían distinguido en la negativa a aceptarle como rey mientras no jurara los fueros, y la prisión de algunos riscoshombres y nobles. Rey teórico de Navarra desde 1305, Luis sólo reinó de manera efectiva durante el año y medio transcurrido entre la muerte de su padre en 1314 y la suya propia en 1316. Con su muerte desaparece la ficción de la independencia navarra y el reino, junto con el de Francia, pasa al hermano de Luis, Felipe, y no a su hija Juana, a la que correspondía según el derecho navarro; al morir Felipe sin herederos varones, en 1322, su hermano Carlos pide a los navarros que acudan a prestarle y recibir su juramento en Toulouse y aunque éste no tuvo lugar, las villas designaron a sus representantes, en enero de 1324, con poderes para prestar y exigir el juramento en términos similares a los de sus antecesores en el trono de Francia-Navarra. La experiencia francesa no fue positiva para los navarros, obligados a acudir a Francia y a aceptar oficiales extraños y contrarios a sus fueros por lo que al fallecer, también sin hijos varones, el tercero de los hijos de Felipe IV, los navarros se conjuraron para ofrecer y guardar el reino "a qui deve regnar o a qui drecho lo oviere de heredar", es decir a Juana, hija de Luis el Hutin, casada con Felipe de Evreux. La recuperación de una dinastía propia se manifiesta una vez más en la puesta en vigor de la vieja fórmula navarra de proclamación de los reyes, en Pamplona, alzándolos sobre el escudo; los reyes jurarán respetar los fueros, mantener estable la moneda, repartir los bienes del reino con los súbditos y naturales; no poner más de cinco oficiales que no sean naturales y nacidos en el reino; dejar los castillos y fortalezas en manos de hidalgos naturales y nacidos, "habitantes e moradores en el dicho regno de Navarra, e no en mano de estrangero ni estrangeros algunos". Juana es la reina y como tal transmite el reino a su hijo por lo que cuando éste llegue a los veintiún años, Felipe de Evreux renunciará al gobierno y entregará el reino con sus castillos y fortalezas a su hijo; si muere la reina sin descendencia, los Estados podrán entregar el Reino a quien corresponda por legítima herencia. Los gastos realizados por Felipe de Evreux para conseguir la renuncia de otros candidatos a sus posibles derechos sobre Navarra son compensados por la reina y la Corte General con la cantidad de cien mil libras de sanchetes o torneses chicos, hasta cuya entrega Felipe tendría el gobierno del reino; con esta fórmula se reconocen los derechos de Juana y se legaliza el gobierno de su marido. Los reyes eligieron un Amo y doce hombres buenos, cuerdos y sabios para que, en el caso de que los reyes fallecieran antes de que el heredero fuera mayor de edad, rigiesen, gobernasen y guardasen el Reino de Navarra en su nombre. El primer Amo será el Gobernador nombrado por los reyes, Enrique de Sully, y los doce serán tres clérigos encabezados por el obispo de Pamplona, seis nobles (cuatro ricoshombres y dos caballeros) y tres representantes de las buenas villas.
lugar
Navarrete nace de la unión de cuatro aldeas -San Pedro, San Antolín, San Antonio y Nuestra Señora de el Prado- llamadas corcuetos, que tienen una trascendencia importante en la cultura navarretana. Se supone que fue fundada por Sancho II Abarca en el siglo X. Una lápida bajo el capitel que coronaba el frontón de la puerta del cementerio conmemora el Milenario de la fundación de Navarrete. El nombre de Navarrete proviene, según unas teorías, de sus lindes con el reino de Navarra en la época de su fundación, y según otras, está formado por los términos Nava, que en vasco significa anchura y es muy habitual en los topónimos peninsulares, y rebtar, o subir, haciendo referencia a sus abundantes cuestas. En 1195, el rey Alfonso VIII, en las Cortes de Carrión, concede fueros a la Villa con el fin de convertirla en plaza fuerte. Fue Navarrete protagonista principal de las luchas por el trono entre Pedro I "el Cruel" y su hermano bastardo Enrique de Trastamara, acaecidas en la vecina Nájera en los años 60 del siglo XIV, por entonces -aunque ya había perdido su calidad de corte de reyes- plaza principal de la península cristiana. Fue en Navarrete donde el Príncipe de Gales o "Príncipe Negro", aliado del rey Pedro, veló armas y dató la correspondencia que cruzó con Enrique de Trastamara antes de la batalla. En vez de esperar en la fortaleza, el ejercito del usurpador, acuciado por la impaciencia de éste, salió a los campos de Huercanos y Alesón, siendo aplastado por los leales a Pedro I. Enrique logró huir a Soria, pero cayó prisionero el Caballero Du Guesclin, su mercenario aliado. Se cuenta que al ser atrapado, Pedro I desenvainó su espada y, cuando ya la tenía apuntando al pecho de su enemigo, éste se encomendó al Príncipe Negro con las siguientes palabras: "Me doy al Príncipe de Gales, que es el soldado más valiente que hoy pelea". Du Guesclin salvó momentáneamente su vida y fue conducido, junto con otros prisioneros, a Navarrete, donde Juan Ramírez de Arellano, Señor de Cameros, que también había caído prisionero, pagó por su libertad y por la del mercenario.