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monumento
El santo que da nombre al recinto es San Antonio Egipcíaco. Desde su propia fundación, el convento estuvo ligado a la atención del peregrino. Los monjes antonianos, con su entrega, contribuyeron a magnificar el prestigio del recinto. Curaban el "Sacer Ignis", una especie de gangrena infecciosa, hoy conocida con el nombre de "Ergotismo" o "Fuego de San Antón". El convento se fundó a instancias del rey Alfonso VII en 1146, y su fama alcanzó los confines de Europa. Su declive comenzó en los siglos XVIII y XIX, pero su abandono definitivo será en 1787, cuando Carlos III delegue a manos privadas su gestión y, sobre todo en 1791 cuando, para cumplir la Bula de Disolución dictada por Pío VI, abandone el recinto su último comendador. Sus restos hoy cruzan de lado a lado la estrecha carretera. Se trata de dos elevados arcos ojivales con potentes contrafuertes adosados, levantados en sillería de gran calidad, y las arquivoltas de la portada, constituyendo el típico esquema abocinado de las portadas románicas y góticas. Como en todos los de la Ruta, se ofrecía al peregrino un mínimo de atenciones consistentes en lecho, sal, agua y lumbre por una noche.
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Más hacia el Oriente, en el área burgalesa, un grupo de monasterios desempeñaría un importante papel en la difusión del románico pleno por tierras castellanas. Entre éstos, destacan San Pedro de Arlanza y Santo Domingo de Silos. El primero, actualmente en plena ruina, presenta una forma basilical similar a Frómista y a la catedral de Jaca. El segundo tendría una ampliación en esta época con igual planta a los anteriores, que poco después sería completada por los dos brazos de un crucero, siguiendo una fórmula usual en las iglesias monásticas que necesitan más espacio próximo a la cabecera por crecimiento de la comunidad. De Silos, todavía existe el hermoso claustro, una de las joyas del románico europeo, que, iniciado a finales del XI, no se concluiría hasta el XIII la totalidad de un segundo piso. De los claustros conservados de este tipo, juntamente con el de Moissac, presenta las primeras aplicaciones monumentales de relieves y capiteles historiados, en curso de realización durante los últimos años del XI. El arte de las primeras fases del templo silense inspira las formas de edificios como San Salvador de Sepúlveda y San Frutos de Duratón. Durante la primera mitad del XII, el arte románico pleno, tanto en escultura como en tipologías arquitectónicas, llega al norte castellano con un edificio importante, de forma basilical, como el templo de Santillana del Mar, al que, poco después, se completaría con un claustro de una riquísima iconografía, aunque de técnica algo tosca.
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La primera abadía de monjas cistercienses en Europa fue la de Tart, localidad próxima a Citeaux, fundada entre 1120 y 1125 por iniciativa de Esteban Harding. Entre las primeras prioras está Humbelina, hermana de San Bernardo. Pronto las religiosas de Tart, igual que había ocurrido con los monjes, comenzaron a dispersarse para así iniciar fundaciones. Fabas -conocida también como Lume-Dieu- es una de las nuevas filiaciones en la diócesis de Comminges. Dicho monasterio tiene importancia para nosotros, ya que de él salió un grupo de religiosas que, en 1157, se establecen en Tulebras (Navarra), fundando el primer monasterio de monjas españolas. A partir de Tulebras se extenderá la rama cisterciense femenina por la Península Ibérica. Es en España donde las cistercienses van a tener un éxito considerable, ya que su primera andadura en Francia había sido problemática por las objeciones que el Capítulo General y San Bernardo ponían para su desarrollo. Las primeras filiaciones de Tulebras serán Perales (1160) y Cañas (1169), en Castilla; Gradefes (1168), en León; Vallbona (1173), en Cataluña; Trasobares (desconocida la fecha de llegada de las monjas de Tulebras al monasterio aragonés), en Aragón, y, por fin, el de Las Huelgas Reales de Burgos, que no pocos contratiempos ocasionó a la casa-madre. Hacia el año 1180, el rey Alfonso VIII de Castilla y su mujer Leonor Plantagenet, fundan el monasterio de Las Huelgas, aunque hasta 1187 no se hace carta de dotación, donde se menciona la observancia cisterciense, siendo en 1199 cuando la abadía se incorpora a la Orden del Císter y se la pone bajo la jurisdicción de la abadía de Citeaux. La primera abadesa, doña Misol, y las religiosas que constituyeron su primera comunidad, como en los casos anteriores, procedían de Tulebras. Fue Martín de Finojosa (como obispo de Sigüenza, pero fundamentalmente como monje cisterciense) quien, a petición de Alfonso VIII, viajó al monasterio navarro para pedir a su abadesa que enviase algunas de sus monjas con objeto de crear el monasterio de Las Huelgas. El soberano había escogido Las Huelgas como Panteón Real de los monarcas de Castilla. Para realzar el esplendor de su fundación, Alfonso VIII pidió al Capítulo General, a través de Martín de Finojosa, que todas las abadías femeninas de Castilla y León reconocieran a Las Huelgas como casa-madre y la facultad para poderse reunir todos los años en él a fin de celebrar capítulo general. En 1187 aquél aprueba la demanda, pero sin tomar partido para mantenerse fiel a sus principios de no ocuparse de las religiosas. Las abadías de Castilla y León eran conscientes de la actitud hostil del Capítulo General, por lo que sabían que, ante la petición del monarca, no podían contar más que con ellas mismas. Así, se instaba al monasterio navarro a anexionarse al burgalés, dándose a la abadía de Tulebras el primer puesto después de la de Las Huelgas. Las abadesas de los monasterios filiales de Tulebras se negaban a someterse al de Las Huelgas sin el consentimiento de la abadesa de su verdadera casa-madre. Por ello fue necesario que el Capítulo General extendiese otro documento, en 1188, que reiterara las disposiciones del anterior. En 1189 se reúnen por primera vez en el llamado Capítulo General de Las Huelgas. En sus actas se recoge no sólo la presencia de las abadesas, sino también la de los obispos y abades. Las abadesas asistentes se citan en el siguiente orden: María, de Perales; María, de Torquemada; Mencía, de San Andrés del Arroyo; María, de Carrizo; María, de Gradefes; Toda, de Cañas, y Urraca, de Fuencaliente. Tras la lectura de la carta del abad de Citeaux y del Capítulo General, se obligaba a todas las abadesas cistercienses de los reinos de Castilla y León a celebrar capítulo en Las Huelgas una vez al año, acudiendo a este monasterio como su casa-madre. Dicen las actas que todas las abadesas prometieron ejecutarlo y observarlo firmemente. Sin embargo, el acatamiento no fue unánime ya que dos abadesas -María, de Perales y María, de Gradefes- expresaron su deseo de que antes de tomar una decisión debían consultar con la abadesa de Tulebras, ya que sus comunidades procedían de este monasterio. Aunque en el acta sólo se hace mención a la discrepancia de dos abadesas, parece ser que también estaba unida a ellas la de Cañas, como se desprende de una carta que la abadesa de Tulebras, Urraca, escribió en 1199. El 27 de abril del mismo año de 1189 se vuelven a reunir en Las Huelgas, dispensadas por la abadesa de Tulebras, Toda Ramírez, de la obediencia que le debían. Curiosamente, en el acta redactada en esta ocasión, el orden de las abadesas ha cambiado con respecto al de la primera reunión y serán ahora las de Perales, Gradefes y Cañas las que encabezarán la lista, como filiales de Tulebras. Se acordó que todos los años las abadesas de Perales, Gradefes, Cañas y San Andrés del Arroyo harían una visita al monasterio de Las Huelgas y, si se unía la de Tulebras, ésta sería la primera visitadora. A pesar de dicho acuerdo, los monasterios cistercienses femeninos de Castilla y León siguieron manifestando su total desacuerdo a esta imposición a la que eran sometidas por Alfonso VIII. Así estuvieron las cosas durante diez años, hasta que, en 1199, el propio abad de Citeaux, Guido, viene a España y se reúne con la abadesa de Tulebras para pedirle, por escrito, que renunciase a sus filiaciones de Castilla y León. De esta manera fue cómo Urraca, abadesa de Santa María de la Caridad de Tulebras, como antes lo había hecho su antecesora, Toda Ramírez, absolvió a las abadesas de Perales, Gradefes y Cañas, y a sus respectivas casas de la obediencia que le debían, para que acatasen al Monasterio de Santa María la Real. Una vez incorporados definitivamente los siete monasterios, se unieron a ellos los de Vileña, Villamayor de los Montes, Avia, Barría y el Renuncio, siendo un total de doce abadías las afiliadas a Las Huelgas Reales.
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1. El monasterio. La economía del monasterio. Sankt Gallen: en el origen del arquetipo monasterial. 2. Monasterios burgaleses. 3. Arquitectura cisterciense en León. Las primeras construcciones. La expansión de la arquitectura cisterciense. Las dependencias monásticas. Valoración final. 4. Monasterios de monjas cistercienses. Características del monasterio cisterciense femenino. Una excepción monumental: Las Huelgas. Consecuencias inmediatas de la excepcionalidad: Gradefes y Cañas. Dispersión geográfica de la arquitectura cisterciense femenina. A modo de conclusión. 5. Arquitectura de las órdenes mendicantes. La nueva religiosidad mendicante. De la provisionalidad a la fijación de modelos templarios. La iglesia mendicante: función y símbolo. La iglesia mendicante en España. Organización del espacio conventual. Proceso crono-constructivo de la arquitectura mendicante.
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Uno de los pilares de la vida medieval fueron los monasterios. Creados en principio para rezar y alabar a Dios, funcionaron al mismo tiempo como archivo, biblioteca, tesorería, colegio y centro artesanal. El padre de la vida monástica fue San Benito de Nursia quien, en el año 529, fundó un monasterio en Monte Cassino, Italia. San Benito estableció las reglas que habían de regir las vidas de los monjes, persiguiendo un ideal de comunidad piadosa y disciplinada, aislada de las tentaciones del mundo exterior. En España los monasterios vivieron su gran expansión en época medieval. Reyes y nobles favorecieron su construcción y les otorgaron cuantiosos privilegios económicos, pues veían en ellos una herramienta para repoblar las tierras recién conquistadas a los musulmanes. Los monasterios medievales llevaron a cabo una impagable labor cultural, pues contribuyeron a preservar los saberes de la Antigüedad y a difundir por toda Europa los principales estilos artísticos de la época: el románico y el gótico.