Durante la estancia de Toulouse-Lautrec en Burdeos se representaba la opereta "Messaline" de A. Sylvestre y E. Morand con música de I. de Lara. El pintor se entusiasmó tanto con el espectáculo que decidió realizar una serie de óleos mostrando los distintos actos. Mesalina, La ópera Mesalina o Mesalina entre dos comparsas son algunas de las compañeras de esta escena que contemplamos, tomando siempre como figura principal a la cantante Ganne, la protagonista de la función. Mesalina viste un llamativo vestido rojo y se sienta en un trono para recibir audiencia, acompañada de dos damas. Los decorados del escenario se intuyen al fondo mientras que en primer término observamos a un guardia de espaldas, mostrando cierta relación el pintor con la fotografía al cortar los planos pictóricos. El color es aplicado con maestría, aplicando el óleo diluido en capas muy finas, sin renunciar al poderoso dibujo que caracteriza buena parte de sus trabajos. Sin embargo, en esta última etapa encontramos a un Lautrec más interesado por la mancha, renunciando a la línea para recuperar el estilo característico de sus primeras obras.
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El reinado de Mesanepada supone uno de los momentos de apogeo de la ciudad de Ur sobre sus vecinas. Al asumir el título de Rey de Kish expresa su hegemonía sobre los territorios de la Baja Mesopotamia.
obra
Luca Giordano realizó en 1678 este lienzo por encargo de Carlos II para conmemorar su victoria en Mesina frente a los franceses tras la Revuelta de Sicilia. En esta escena alegórica, España está siendo coronada y entronizada sobre las cuatro virtudes. En el centro, Mesina simbolizada por una mujer desnuda vuelve a los brazos de España, aunque es obstaculizada por Francia y otras figuras grotescas.
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Desde que fue acuñado en el año 1943 por Paul Kirchhof; el concepto de Area Cultural Mesoamericana fue utilizado por todos los investigadores para designar un contexto cultural, histórico y geográfico. La región estaba delimitada en el siglo XVI por el río Sinaloa al noroeste de México, y las cuencas del Lerma y Soto de la Marina en la Costa del Golfo; y al sur por el río Ulúa en el Golfo de Honduras y Punta Arenas en Costa Rica. En este área de poco más de 1.100.000 km2, se desarrolló un patrón de civilización mediante el cual las culturas compartieron una serie de rasgos básicos, como la utilización del calendario ritual de 260 días; una concepción del universo en la que el espacio y el tiempo se consideraban como un continuum con un comportamiento cíclico, recurrente; varios elementos en el campo de la religión, incluyendo deidades de similar funcionalidad, autosacrificios de sangre y toma de cautivos; un sistema social estratificado basado en el prestigio; el cultivo del maíz, la calabaza y el frijol como recursos básicos de subsistencia; la confección de libros manuscritos elaborados en pergamino de papel de amate y en piel de venado; la práctica del juego de pelota en canchas de piedra; la construcción de estructuras piramidales y, en definitiva, el sentido de un origen cultural común.
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Las investigaciones recientes definen un patrón migratorio de contingentes mongoloides desde el Asia Central según el cual el hombre americano penetró desde Siberia por el Estrecho de Bering durante los momentos finales del Pleistoceno. Existen fuertes discrepancias en relación con el momento de entrada al Nuevo Continente: algunos estudiosos defienden una penetración desde el 40.000 a. C., mientras que otros no la estiman más allá del 14.000 a. C. La discusión sobre las fechas no es baladí, sino que se relaciona con dos esquemas de comportamiento distinto: los que defienden las fechas más antiguas sostienen la existencia de pequeñas bandas de recolectores-cazadores, con una tecnología de talla unifacial y sin conocimiento de las puntas de proyectil; en este sentido, la adquisición de puntas que definen el Paleolítico Superior en el resto del mundo es, en América, un proceso autóctono, independiente. La segunda posibilidad implica que el hombre entró en América como un gran cazador, con una tecnología de las puntas de proyectil ya evolucionada. Sin que haya consenso entre ambas posiciones, las evidencias que apuntan a la primera posibilidad son cada vez más abundantes. Sea como fuere, es evidente que las realizaciones artísticas del hombre primitivo americano son diferentes de aquellas definidas para el Viejo Mundo. En primer lugar, son muy escasas; la tecnología es poco variada y, aunque se conocen industrias de hueso -un medio muy común de confeccionar obras artísticas en el Occidente- éstas resultan escasas. Por último, el arte rupestre, de distribución irregular y aún poco estudiado en la región de nuestro interés, es relativamente poco ilustrativo. Al margen de puntas de proyectil, raederas, tajadores, navajas y otros útiles elaborados en piedra y hueso, los únicos objetos de arte hallados se encuentran en el altiplano mexicano. Así en el hueso sacro de un camélido extinto encontrado en Tequixquiac, al norte del lago Texcoco, y asociado a fauna pleistocénica, se talló la cabeza de un animal, tal vez un perro o un coyote. También en Valsequillo (Puebla, fechado antes del 20.000 a. C., se encontró un fragmento de pelvis de proboscídeo en el que se realizaron toscas incisiones hasta representar un bisonte, un tapir y varios mamuts; temas todos ellos comunes en el arte del Paleolítico Superior. En lo que se refiere al arte rupestre, cada vez son más comunes los descubrimientos en el Suroeste de los Estados Unidos y regiones semiáridas de México. Sin embargo, presenta algunos problemas de difícil solución. En primer lugar, no incluye en sus escenas fauna extinta, sino animales del Holoceno; por otra parte, aunque a veces se hayan encontrado restos de grandes hervíboros asociados, las escenas son muy difíciles de datar por el continuo uso de las cuevas y abrigos rocosos. Es un arte naturalista, en que los motivos esenciales reflejan la fauna y el medio ambiente: impresiones de manos, hombres, escenas de caza, venados, águilas, alces y de pesca con diseños de arpones y peces.
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La costa del Golfo de México está poblada hacia el 1500 a. C. por aldeas agrícolas que participan de los comportamientos de las comunidades campesinas del Formativo Temprano en Mesoamérica; aunque incluyen rasgos peculiares que influirán en el perfil cultural de la región. Por ejemplo, la decoración de las figurillas con asfalto, chapopote. Hacia el 1200 a. C., en un área de 18.000 kilómetros cuadrados localizada en el sur de Veracruz y oeste de Tabasco, se inicia la civilización olmeca. Este territorio ha sido denominado área metropolitana, para diferenciarlo de otros más alejados en los que también son evidentes, aunque no tan importantes, las manifestaciones olmecas. Sus centros más relevantes son San Lorenzo, La Venta, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes.
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Desde que fue acuñado en el año 1943 por Paul Kirchhof; el concepto de Área Cultural Mesoamericana fue utilizado por todos los investigadores para designar un contexto cultural, histórico y geográfico. La región estaba delimitada en el siglo XVI por el río Sinaloa al noroeste de México, y las cuencas del Lerma y Soto de la Marina en la Costa del Golfo; y al sur por el río Ulúa en el Golfo de Honduras y Punta Arenas en Costa Rica. En este área de poco más de 1.100.000 km2, se desarrolló un patrón de civilización mediante el cual las culturas compartieron una serie de rasgos básicos, como la utilización del calendario ritual de 260 días; una concepción del universo en la que el espacio y el tiempo se consideraban como un continuum con un comportamiento cíclico, recurrente; varios elementos en el campo de la religión, incluyendo deidades de similar funcionalidad, autosacrificios de sangre y toma de cautivos; un sistema social estratificado basado en el prestigio; el cultivo del maíz, la calabaza y el frijol como recursos básicos de subsistencia; la confección de libros manuscritos elaborados en pergamino de papel de amate y en piel de venado; la práctica del juego de pelota en canchas de piedra; la construcción de estructuras piramidales y, en definitiva, el sentido de un origen cultural común. El modelo más ampliamente utilizado para dividir la historia prehispánica de Mesoamérica ha sido el propuesto por Willey y Phillips en un trabajo ya clásico publicado en 1953. En él se establecieron cinco amplios periodos: Lítico, Arcaico, Preclásico o Formativo, Clásico y Postclásico. En algunas regiones, en particular en México central, se han intentado utilizar otros esquemas, que se fundamentaban en cualidades tecnológicas o en instituciones de carácter de asentamiento, social o político, pero todas ellas han sido rechazadas con el tiempo por inadecuadas. En la actualidad, y aún admitiendo las limitaciones del sistema, se sigue empleando la clasificación tradicional de Willey y Phillips, si bien se ha optado por conceder mayor importancia al término de Formativo, a la vista de los procesos culturales complejos que ocurrieron en toda la región poco después del 300 a.C., utilizándose las siguientes fechas: Lítico (?-7.500 a.C.); Arcaico (7.500-2.500 a.C.); Formativo Temprano (2.500-1.500 a.C.); Formativo Medio (1.500-400 a.C.); Formativo Tardío (400 a.C.-1 d.C.); Clásico Temprano (1-550 d.C.); Clásico Tardío (550-750/1.000 d.C.); Postclásico Temprano (750/1.000-1.250 d.C.) y Postclásico Tardío (1.250-1.521 d.C.). Los inicios del Formativo están definidos por cambios cualitativos en la economía de subsistencia, que ahora se basa en la agricultura de maíz, calabaza y frijol, junto con otra amplia gama de cultivos regionales, y se complementa por la caza, la pesca y la recolección. Esta nueva base alimenticia es contemporánea a la formación de aldeas y poblados sedentarios ocupados por familias nucleares y extendidas. Estas sociedades del 2.500 al 1.500 a.C. son igualitarias y mantienen unas relaciones sociales basadas en la solidaridad en relación con el control de los recursos. Paralelamente a la agricultura y a la aparición de poblados, surge la alfarería, aunque su uso no se generaliza hasta varias centurias más tarde. La cerámica mesoamericana más antigua se ha detectado en Puerto Marqués en la costa del Pacífico (2.440 a.C.), y fue confeccionada con arcilla y desgrasante de fibra, por lo que se supone que sus antecedentes se encuentran en las cestas de fibra del Arcaico. Otra tradición cerámica muy temprana pertenece a la fase Purrón de Tehuacan (2.300 a 1.500 a.C.), que presenta grandes semejanzas con la extraída en El Caballo Pintado de Izúcar, Puebla. Los antecedentes de esta alfarería del centro de México son los cuencos de piedra utilizados para moler semillas durante el Arcaico. En ambos casos, las formas básicas son grandes jarras sin cuello y base plana, cuencos sencillos, tecomates, y amplios platos planos, constituyendo un ajuar básico que tuvo una amplia distribución. Recientemente Rust y Sharer han datado el yacimiento de San Andrés, cerca de La Venta, entre el 1.750 y el 1.150 a.C., el cual estuvo dedicado a la recolección de moluscos y a la agricultura, según se ha inferido por su ajuar cerámico. Otra tradición temprana está definida por la fase Barra (1.650 a.C.) del sitio de Altamira, Chiapas, caracterizada por la construcción de pequeños montículos habitacionales y por el cultivo de la mandioca. Tanto su especialización en este tubérculo, como una producción cerámica más sofisticada en cuanto a las técnicas decorativas que la encontrada en Puerto Marqués y Purrón, han hecho pensar a algunos investigadores en la existencia de conexiones con poblaciones tempranas de América del Sur, con quienes estos ajuares guardan cierta relación. La fase Locona del 1.600 a.C. detectada en El Salvador, pero seguramente también existente en el corredor de la llanura costera del Pacífico de Guatemala y Chiapas y del Istmo de Tehuantepec hasta las regiones costeras de Veracruz y Tabasco, parece significar la primera etapa de uniformidad cultural, al menos para el sur-sureste de Mesoamérica. De suma importancia es el Horizonte Ocós, tal vez de raíces sudamericanas y de amplia distribución por todas aquellas regiones en las que se instaló la fase Locona. La mayor parte de los asentamientos Ocós son costeros, próximos a estuarios y ríos; de ahí que desarrollaran una subsistencia orientada hacia la pesca y la recolección de moluscos y a la agricultura de las fértiles tierras cercanas a las fuentes de agua. Las cerámicas Ocós, tales como las encontradas en La Victoria y Ocós (Guatemala) y en San Lorenzo (México), son jarras globulares -tecomates-, platos y cuencos planos de paredes abiertas y decorados con estampado de mecedora, diseños dentados e impresiones de concha. Este sistema de vida y esta alfarería más sofisticada que cualquiera de las existentes en otras regiones de Mesoamérica durante esta etapa, han sido claramente identificadas en las costas de América del Sur. El principal elemento a tener en cuenta es que una cerámica tan compleja sólo pudo ser manufacturada por artesanos especializados, manifestando una incipiente jerarquización de la sociedad; la cual se trasluce en la aparición de figurillas emparentadas con cultos a la fertilidad de la tierra que fueron encontradas en algunos suelos de las casas de La Victoria, y que señalan la existencia de especialistas religiosos, tal vez shamanes dedicados a la curación y al ritual a tiempo parcial. A finales del Formativo Temprano varias zonas de Mesoamérica evolucionan hacia formas de vida más complejas, incluyendo la construcción de montículos públicos y la confección de bienes de status, reflejados por formas no utilitarias de cerámica. Disponemos de evidencias en las fases Ocós de Chiapas (1.500-1.300 a.C.) y Ojochí de San Lorenzo (1.350 a.C.); también existe arquitectura pública en Chalcatzingo, Morelos (1.250 a.C.) y plataformas de adobe en la fase Tlalpan de Cuicuilco, datadas hacia el 1.400 a.C. El Formativo Medio (1.200-400 a.C.), se caracteriza por un mayor control de los recursos agrícolas, algunos de los cuales están acompañados por técnicas intensivas de producción, y por la formación de grandes centros ceremoniales que integran jefaturas complejas. En estos grandes asentamientos vive una sociedad cada vez más estratificada, sancionada por la obtención, por parte de algunos individuos, de bienes exóticos y de alto rango. Para ello se hace necesaria la existencia de especialistas alejados de la producción agrícola, que elaboran productos de elite y un complicado estilo artístico dirigido a la sanción de una sociedad desigual. En la medida en que este sistema social tiene éxito, es exportado a otras regiones mesoamericanas donde se ha instalado la vida compleja, dando lugar a un horizonte de uniformidad cultural en el cual se fundamentan las formas básicas de las civilizaciones mesoamericanas. Estos acontecimientos alcanzan mayor grado de expresión en una región que abarca 18.000 km2 del sur de Veracruz y oeste de Tabasco. Es un área que no supera los 100 m sobre el nivel del mar, a excepción de las Montañas Tuxtlas, y que está afectada por un alto régimen anual de precipitaciones, por lo que el paisaje resultante es un alto y húmedo bosque tropical alternando con sabanas que en época de lluvias se transforman en pantanos. La variedad adaptativa que se formula durante el Arcaico y se profundiza desde inicios del Formativo alcanza, tras la decadencia de los grandes núcleos olmecas, una naturaleza hasta entonces insospechada. Es una época ésta, el Formativo Tardío (400 a.C.-1 d.C.) de gran vigor cultural en Mesoamérica, donde se inician tradiciones que ya anuncian los grandes desarrollos del periodo Clásico, hasta el punto de que, en lo referente a algunas culturas, se hacen patentes sus patrones básicos a lo largo de estos 400 años. Entre el 1 d.C. y el año 1.000, según las zonas, algunas culturas mesoamericanas alcanzarán su máximo esplendor: es el periodo Clásico. En el altiplano mexicano, Teotihuacan supondrá una cultura de referencia y marcará patrones que estarán presentes más allá de su área de influencia y en periodos posteriores. Algo parecido puede decirse, en el área sur mesoamericana, con respecto a la civilización maya. En la región de Veracruz se desarrollará la cultura zapoteca, que alcanzará rápidamente su periodo de esplendor y decadencia. Hacia el año 1000 d.C. los desarrollos culturales han sentado las bases necesarias para la constitución de estados fuertemente militarizados, que será la característica principal del periodo inmediatamente posterior. Uno de los fenómenos claves de la historia mesoamericana afecta a la decadencia de los grandes centros clásicos, lo que sucederá durante el periodo siguiente, el Epiclásico o Clásico Terminal. En un corto lapso de tiempo entre el 750 y el 1.000 d.C. la mayor parte de los núcleos urbanos que habían controlado la vida mesoamericana sufre un proceso de abandono y deterioro, posibilitando que nuevos sitios retomen el poder y se inicie una profunda remodelación de las áreas de influencia y control. El centro de México vive a finales del siglo VIII una etapa de revueltas sociales y de reacomodación del poder debido al fin del Estado teotihuacano; surgen entonces algunos centros muy pujantes desde un punto de vista comercial y militar, que se sitúan en sitios bien defendidos y construyen paredes defensivas a su alrededor. Son capitales de pequeños Estados regionales y protagonizan una etapa de transición hacia un nuevo estado: aquel basado en una sociedad secular y militarizada frente a las teocracias características de la etapa anterior. Entre los años 1.000 d.C. y 1.521 d.C., durante el periodo Postclásico, las sociedades de corte teocrático y sacerdotal que prevalecen en el periodo anterior dejan paso a estados fuertemente centralizados y militarizados, donde la guerra en muchos casos se convierte en el principal motor económico y social. En altiplano central mexicano, el imperio mexica adquiere al final del periodo la configuración de un estado militarista que recoge tradiciones culturales anteriores y que se proyecta como una sombra amenazante sobre sus vecinos. A la llegada de los españoles en 1521, la región aparece como un conglomerado de pueblos en constante interacción, dominados o enfrentados al poderoso vecino mexica.
Personaje
Literato
Trabajaba para la administración como inspector de obras públicas. Debido a su ocupación intervino activamente en el nuevo plan urbanístico que se puso en marcha durante esta centuria. Precisamente, uno de sus primeros trabajos fue "Manual de Madrid, descripción de la Corte y de la Villa". Cosechó tal éxito con esta obra que comenzó a colaborar en distintos diarios de la época. Para quedarse al margen de las tendencias ideológicas de los diarios, fundó el "Semario Pintoresco Español". De este modo pudo continuar su labor divulgativa, sin implicarse en materia política. A fin de lograr una difusión mayor redujo el precio de venta de esta publicación, y para abaratar los costes de producción comenzó a insertar publicidad. Para asegurar su éxito siguió dos principios básicos: abundancia de ilustraciones y textos sencillos y con un mensaje básico. El rasgo diferencial de su estilo literario era la ironía. Sus descripciones, por otra parte, eran verdaderos retratos de la vida cotidiana en tiempos de Fernando VII e Isabel II. Lope de Vega y Juan de Zabaleta fueron algunos de los autores que más influyeron en la formación de Mesonero Romanos. Con "Escenas matritenses" y "Tipos y caracteres" entre otras obras, se convertiría en una de las principales figuras del costumbrismo romántico.