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En contraste con los procesos de crisis y, en ocasiones, de disgregación que afectaron a los mundos griego y musulmán desde la segunda mitad del siglo XI, la posición de los occidentales en el Mediterráneo se consolidó considerablemente. Por una parte, hubo un control y dominio cada vez mejores de las rutas marítimas y de las escalas útiles para el comercio. Por otra, las empresas políticas y militares dan lugar a sendos hechos, en los dos extremos del Mediterráneo, tan dispares entre sí, en su significación y en sus resultados, a pesar de ciertas semejanzas, como son las Cruzadas en Palestina y Siria, y la reconquista efectuada por los reyes de la España cristiana.
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La ocupación de los Santos Lugares de Palestina por los musulmanes provocó que, a partir del siglo XI, la Cristiandad organice sucesivas expediciones, llamadas Cruzadas, y que se creen las órdenes militares para recuperarlos y defenderlos. Estas expediciones se iniciaron con el llamamiento hecho a la Cristiandad por el papa Urbano II en el año 1095 para conquistar Jerusalén. En total, entre 1095 y 1270 se organizaron ocho Cruzadas oficiales. Los puntos de partida fueron ciudades como Toulouse, Tours, Londres, París, Verdún, Ratisbona, Venecia o Roma. Todas las expediciones tenían como objetivo llegar, bien por tierra o por mar, a Palestina. El fervor cristiano de las poblaciones hacía que al llamamiento de Cruzada respondieran ricos y pobres, incluso niños. Las expediciones estaban formadas por miles de personas, caballeros y soldados de a pie, cuyo camino estaba lleno de penalidades, llegando muchos a perecer durante el trayecto. Todos ellos llevaban cosida a sus ropas la señal de la cruz. Los caballeros e infantes cruzados presentaban equipamientos distintos, debido a su diferente procedencia y origen social. El caballero cruzado vestía, en general, una cota de malla, siendo el arma más usual la espada, aunque también utilizaban otras robadas al enemigo. Por su parte, los escudos evolucionaron haciéndose más pequeños y ligeros. La Primera Cruzada fue un éxito sorprendente. La desunión de los musulmanes permitió tomar Antioquía y Jerusalén y formar varios estados latinos en Oriente Medio. La defensa de estos pequeños estados se basó en las numerosas fortalezas levantadas por los Cruzados. Sin embargo, presionados los estados latinos por los musulmanes, los reinos cristianos enviaron nuevas expediciones, que no resultaron tan fáciles. La desunión de los ejércitos cristianos, la falta de efectivos y la superior organización de los musulmanes hizo que una tras otra las cruzadas se saldaran en fracaso, perdiendo finalmente sus conquistas a manos del enemigo. Después de la caída de Acre, en 1291, la victoria de las tropas musulmanas fue total y definitiva.
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<p>Jerusalén y los Santos Lugares están en el centro de la disputa entre cristianos y musulmanes en la época medieval. Éste fue el primer gran enfrentamiento entre el Islam y la Cristiandad, dando lugar a sucesivas expediciones de conquista llamadas cruzadas.&nbsp;</p><p>&nbsp;</p><p>ÉPOCA&nbsp;</p><p>1.Cristianos y musulmanes.&nbsp;</p><p>Musulmanes.</p><p>Califato y sultanes silyuquíes.&nbsp;</p><p>Turcomanos de Asia Menor.&nbsp;</p><p>El Islam y las Cruzadas.&nbsp;</p><p>Pérdida cultural y económica.</p><p>Imperio Bizantino.&nbsp;</p><p>Bizancio en la segunda mitad del siglo XI.&nbsp;</p><p>Bizancio en el siglo XII.&nbsp;</p><p>Bizancio en el siglo XIII.</p><p>Monarquías occidentales.&nbsp;</p><p>Bases ideológicas.</p><p>Poder temporal y espiritual.&nbsp;</p><p>Características de la monarquía feudal.</p><p>Aspiraciones de las monarquías feudales.</p><p>Mística y racionalización del poder real.</p><p>Reliquias y peregrinaciones.</p><p>Cruzada y misión.&nbsp;</p><p>&nbsp;</p><p>BATALLAS&nbsp;</p><p>1.Las Cruzadas.</p><p>Idea y realidad.</p><p>Organización del reino de Jerusalén.&nbsp;</p><p>Intentos de reconstrucción.&nbsp;</p><p>2.Las Ordenes Militares.&nbsp;</p><p>3.Ordenes hospitalarias.&nbsp;</p><p>4.La guerra en el medievo.&nbsp;</p><p>El armamento.</p><p>La lanza, reina de las batallas.</p><p>Protección de la cabeza.</p><p>Los ballesteros.&nbsp;</p><p>Heridas más frecuentes.</p><p>Salarios ajustados.&nbsp;</p><p>5.Las máquinas de asedio.</p><p>Rendidos por hambre.</p><p>El gato y la torre.</p><p>Inventiva y tecnología.</p><p>La muerte llegaba del cielo.&nbsp;</p><p>6.La batalla de Hattin.&nbsp;</p><p>7.Batalla de Arsuf.&nbsp;</p><p>8.Cruzadas, magia y caballería.</p>
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Nos encontramos a mediados del siglo XI. En Europa, las comunidades cristianas viven un momento de profundo sentimiento religioso y en un estado de vigor militar. Aunque dividida política y culturalmente, Europa occidental estaba unida por su pertenencia a la Iglesia católica bajo la autoridad del papado. Entre el 950 y el 1100 se produjo un renacer religioso, encabezado por grandes monasterios como el de Cluny, mientras que las peregrinaciones a los lugares santos, como Roma, Santiago o Jerusalén, comienzan a ser habituales. Jerusalén era una ciudad sagrada para los cristianos, como lugar en el que sucedieron los hechos fundamentales de la vida de Jesús. Ciudad santa también para los musulmanes, allí fueron levantados el santuario de la Cúpula de la Roca y la mezquita de al-Aqsa. Jerusalén había sido conquistada en el año 638 por el califa Omar. Los musulmanes concedieron una cierta tolerancia a los cristianos. Sin embargo, a mediados del siglo XI se produce la penetración de tribus turcas, que arrebatan Jerusalén y Siria a los fatimíes de Egipto y aniquilan al ejército bizantino en Manzikerta. La amenaza sobre Bizancio y la intolerancia religiosa de estos turcos selyúcidas provocará la ruptura de relaciones con el occidente cristiano. Será el papa Urbano II quien ponga en marcha definitivamente el plan para conquistar Tierra Santa, haciendo un llamamiento a participar en ella a todos los caballeros cristianos. Estas expediciones, hechas en nombre de la Cruz, serán llamadas Cruzadas. La Primera Cruzada se realizará entre 1096 y 1099 y en ella participarán los más importantes caballeros cristianos. Partiendo de Verdún, Toulouse o Génova, los cristianos se dirigirán hacia el sur por distintos medios hasta llegar a Constantinopla, punto de encuentro de los caballeros. La ciudad de Nicea es asediada y conquistada y desde allí se dirigen a Antioquía, que será tomada tras siete meses de asedio. El 15 de julio de 1099 cae Jerusalén. La presencia de los cruzados en el Próximo Oriente favorecerá el nacimiento de nuevos Estados. Los reinos de Jerusalén y de Chipre, el principado de Antioquía, los Condados de Trípoli y Edesa y la Pequeña Armenia forman los llamados Estados Latinos de Oriente. La reconquista de Edesa en el año 1144 provocará la Segunda Cruzada, entre 1148 y 1151. Desde París, las tropas cruzadas se dirigirán a Constantinopla, donde se separan para encaminarse a Tierra Santa. Ambos ejércitos serán derrotados, en Dorileo y Laodicea. Unificadas sus fuerzas en Jerusalén en 1148, desde allí organizaron sendas campañas contra Ascalón y Damasco, que acabaron en fracaso. Cuatro décadas más tarde se produjo un nuevo enfrentamiento. Un poderoso soberano musulmán ha surgido en la zona, Saladino. Éste reunifica el Islam bajo el sultanato de Bagdad y domina un área que va desde Damasco hasta El Cairo. La gran batalla con los cristianos se producirá en 1187, en los campos de Hattin. Saladino había conseguido reunir un formidable ejército compuesto por más de 30.000 hombres, 12.000 de ellos de caballería, más un número indeterminado de voluntarios. El 2 de julio tomó la ciudad de Tiberias. Ante este hecho, los cristianos enviaron desde Acre a sus mejores guerreros en dirección a Tiberias. Tan pronto Saladino se enteró de la marcha de los cristianos, mandó al grueso de su ejército al campamento de Cafarsset para cortarles el paso. Una vez que el ejército cristiano avanzó, los musulmanes lanzaron su ataque. Acosados, los cristianos se encaminaron a los altos de Hattin. El ejército musulmán cercó entonces a las fuerzas cristianas, dejándoles montar su campamento defensivo, pues el lugar carecía totalmente de agua. Al día siguiente, los cristianos, agotados y sedientos, intentaron desesperadamente llegar a Hattin, pero Saladino les rodeó, bloqueando el apoyo de la caballería. La infantería, presa de pánico, intentó regresar a los Altos de Hattin pero, nuevamente, Saladino les cortó la retirada. La caballería templaria, encargada de la retaguardia, cayó tras una resistencia encarnizada. Todos fueron muertos o esclavizados, salvo un pequeño grupo de soldados, quienes pudieron cruzar las líneas enemigas y escapar. La derrota de Hattin dejó a Saladino libre el camino de Jerusalén. Rodeada la ciudad, cayó en 1187. Lo que quedaba del reino se trasladó a la franja costera, instalándose en Acre la capital y la corte de un rey cada vez más débil. La caída de Jerusalén motivará la Tercera Cruzada, que tiene lugar entre 1189 y 1192. Dirigida por Federico I Barbarroja, partirá desde Ratisbona en dirección a Asia Menor, donde se vencerá en Iconio. Pese a la muerte del rey cristiano, los cruzados llegaron a las puertas de San Juan de Acre. Como refuerzo salieron desde Inglaterra Ricardo Corazón de León y desde Francia Felipe II. Acre es conquistada y los cruzados se dirigen hacia Jerusalén, montando su campamento en Jaffa. El gran combate se producirá muy cerca, en las colinas de Arsuf. Al amanecer del 7 de septiembre de 1191 los cruzados levantaron su campamento y cruzaron el río Rachetaillee, encontrándose con un gran ejército sarraceno que bloqueaba su avance. Saladino contaba con unos 20.000 hombres, de los cuales 10.000 eran caballeros, mientras que los cruzados sólo disponían de 1.200 caballeros y 10.000 infantes. La caballería turca de Saladino, apoyada por lanceros árabes y arqueros nubios, lanzó su ataque por el flanco izquierdo, pero Ricardo aguantó y pudo contener el ataque. A media tarde, los caballeros hospitalarios y franceses no resistieron la presión y se lanzaron a la carga contra el ala derecha de la caballería musulmana. Ante el éxito inicial, Ricardo envió a los templarios en una segunda carga hacia el flanco izquierdo sarraceno. Viendo los resultados del contraataque cruzado, Saladino envió a su guardia personal a la lucha. Los cruzados aguantaron una vez más el empuje y continuaron con su ataque, lo que provocó la derrota de buena parte de las tropas sarracenas, mientras que el resto se dispersó hacia las colinas cercanas a Arsuf. Las bajas de Saladino se cifraron en unos 7.000 soldados. Jerusalén, sin embargo, no pudo ser tomada, debiendo los cristianos retirarse a Ascalón. Gracias a su victoria, la franja costera entre Tiro y Jaffa pasó a manos cristianas, al igual que Chipre. La tercera Cruzada finalizó con el pacto entre Saladino y Ricardo, por el que se garantizaba a comerciantes y peregrinos el libre acceso a Jerusalén. Las posteriores Cruzadas no obtuvieron los éxitos militares que había tenido la tercera. La Cuarta Cruzada se lleva a cabo entre 1202 y 1204, y se propondrá no sólo conquistar Tierra Santa, sino tomar el Imperio bizantino, siguiendo intereses comerciales. Las tropas cruzadas, partiendo de Venecia, tomarán Constantinopla en 1203, formando un reino que resultará efímero. Una Cruzada peculiar se produce en 1212, la llamada Cruzada de los Niños. Miles de adolescentes de ambos sexos, arrebatados por el fervor religioso y combativo de las Cruzadas, son embarcados en Marsella, desde donde los armadores los conducen a Alejandría y los venden como esclavos. La Quinta Cruzada tendrá lugar entre 1217 y 1221. Las tropas cristianas capturarán el puerto egipcio de Damieta. Fracasado un ataque contra El Cairo, los cruzados hubieron de rendir Damieta y dispersarse. La Sexta Cruzada, entre 1228 y 1229, será organizada por el emperador Federico II. Sus tropas salen de Italia y llegan hasta San Juan de Acre, haciéndose con el control de Belén, Jerusalén y Nazareth gracias a un tratado con el sultán. Luis IX de Francia será el organizador de las dos últimas Cruzadas. La Séptima se lleva a cabo entre 1248 y 1254. Tras salir de Vézelay, el objetivo será Egipto y la plaza de Damieta resulta ocupada, pero el francés sufre una contundente derrota en Mansura, siendo apresado por sus enemigos. Al ser liberado, san Luis se dirige a Tierra Santa para fortificar San Juan de Acre y regresa a Francia en 1254. Dieciséis años más tarde, en 1270, el mismo Luis IX dirige la que será Octava y última Cruzada, acogida con poco entusiasmo por los nobles franceses. Nuevamente la expedición se inicia en Vézelay, embarcando en Aigües Mortes con destino a Túnez, territorio que se piensa recristianizar. Sin embargo, el mismo monarca muere en Túnez en el verano de 1270, y con él acaba definitivamente el sueño cruzado de dominar Palestina. En 1291 los mamelucos reconquistan San Juan de Acre, el último baluarte cristiano y los cruzados deben evacuar Tiro, Sidón y Beirut. Las islas de Chipre y Rodas se mantendrán bajo dominio de los cruzados hasta el siglo XVI. La expulsión de los cruzados de Tierra Santa no puso fin a los esfuerzos cristianos por tomar Palestina, pero poco a poco decayó el interés de los reyes europeos y la nobleza europea, resultando sin ningún éxito las posteriores expediciones. Tras dos siglos de Cruzadas, la huella dejada en Siria y Palestina era escasa, excepto numerosas iglesias, fortificaciones y varios impresionantes castillos, como los de Marqab, en la costa de Siria, Montreal, en la Transjordania, el krak de los Caballeros, cerca de Trípoli y Monfort, cerca de Haifa. Las consecuencias de las Cruzadas fueron más notables para Europa que para Oriente. Las ciudades italianas salieron beneficiadas, pues se había generado un interés por la exploración del Oriente y se habían establecido mercados comerciales de duradera importancia. También floreció la economía monetaria y surgió una burguesía rica. Finalmente, el contacto con árabes y bizantinos contribuyó a elevar el nivel cultural de Occidente, aunque habrán de venir siglos de incomprensión.
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Galería de imágenes de la época. Entrada de los cruzados en Constantinopla. Cruzados asediando una ciudad. Asedio de Antioquía durante la Primera Cruzada. Cabeza de un cruzado. Un monje entrega el símbolo del cruzado a un caballero. Mapa de Jerusalén. Los cruzados de Bohemundo de Tarento asaltan Antioquía. Cristianos y musulmanes luchan durante las cruzadas. El regreso de la cruzada. Pedro el Ermitaño predica la cruzada.
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Cuando el 27 de noviembre del año 1095 el papa Urbano II predicó su sermón de cruzada, puso en marcha un movimiento que afectaría profundamente a la sociedad occidental durante medio milenio. Las cruzadas formaron parte de la constante guerra entre las potencias cristianas y musulmanas por el control del Mediterráneo, una pugna que había comenzado con el ascenso del Islam en el siglo VII, y que ha continuado hasta el presente. La clave de todo el movimiento cruzado fue el control de Jerusalén. Ciudad santa tanto para cristianos como para musulmanes, en su conquista se sucedieron expediciones y batallas durante dos largos siglos. Pero, en realidad, las Cruzadas nacieron más bien como peregrinación armada, pronto convertidas en una sucesión de expediciones militares muy pronto llevadas más allá de sus primeros objetivos. De este modo, aun cuando la Tierra Santa siguió siendo el fin último, se reorientaron hacia otras metas: tierras islámicas alejadas de Palestina, como España o Africa septentrional; regiones periférica de Europa aún pobladas por paganos, como Lituania, Prusia o Estonia; e incluso tierras cristianas en manos de cismásticos, como Bizancio. Fracasadas en lo militar, el resultado de las Cruzadas fue, a grandes rasgos, un extraordinario auge económico para las ciudades marítimas del norte de Italia y sur de Francia, así como el florecimiento de la economía monetaria y el trasvase cultural entre Oriente y Occidente.
obra
En otoño de 1876 Monet es invitado por Ernest Hoschedé y su esposa Alice a su palacio de Montgeron. Durante el verano ya había estado en el palacio Manet y su familia, lo que indica la vinculación del magnate Hoschedé con los artistas de su tiempo. Camille se quedó en Argenteuil y Ernest Hoschedé se trasladó a París para ocuparse de sus asuntos financieros por lo que Monet se quedó en Montgeron con Alice y sus hijos. Durante este tiempo se fraguó la relación que más tarde se oficializará cuando ambos queden viudos. Durante este tiempo el artista realizó algunas obras protagonizadas por los Hoschedé como en este magnífico pastel, donde aparecen representadas Jacques, Suzanne, Blanche y Germaine, mostrando Monet su faceta como retratista, interesándose por captar el gesto de cada una de las jóvenes. El dibujo es certero, especialmente en los delicados rostros, mientras que los vestidos están resueltos con largos trazos de color.
Personaje Político Escultor Pintor
Imagineras. Su padre Jorge de Cueto, escultor, se afincó en Montilla atraído posiblemente por la gran demanda de trabajo que en ese tiempo existía en la ciudad, capital, entonces, del Marquesado de Priego. Allí se casó y tuvo 7 hijos, la tercera de ellos María Feliz, nacida en 1691, y la cuarta, Luciana, que vino al mundo en 1694. Las dos hermanas, dotadas de idéntica sensibilidad artística, llegarían a ser notables imagineras. Tras la muerte del padre, su esposa e hijos trasladaron su domicilio a la calle Alta y Baja, junto al antiguo colegio de niñas huérfanas de San Ildefonso, hoy denominado San Luis y San Ildefonso. En esta casa pasaron la mayor parte de su vida familiar y artística. La tradición popular cuenta que en este lugar ponían a secar las imágenes que ellas trabajaban y, que era tal la maestría que alcanzaron en el modelado que, en no pocas ocasiones realizaron los moldes mientras conversaban con personas que las visitaban. Los primeros trabajos documentados datan de 1727, y consistieron en unas pinturas para la Iglesia patronal de San Francisco Solano de Montilla. Para este mismo templo se realizó la Imagen de Jesús de Medinaceli, conocido popularmente como El Rescatado, que presenta una serie de características que la hacen atribuible a las hermanas Cueto. En esta misma iglesia se encuentran también otras dos obras de Las Cuetas: la imagen de San Ignacio de Loyola y la de San Francisco Javier. En 1739, por encargo de Lucas Jurado y Aguilar, mayordomo de la cofradía del Rosario, realizaron la talla de la Virgen del Rosario. En 1741, para la procesión claustral que la cofradía organizaba en las fiestas de la Purificación, realizaron la imagen de la Virgen de la Candelaria. El presbítero Antonio Jurado y Aguilar, autor de un manuscrito que data de 1776, cita varias veces en su obra a las hermanas Cueto señalando la fama que adquirieron. La cercanía de la vivienda de las escultoras a los monasterios de Santa Clara y de Santa Ana favoreció la proliferación de encargos que las artistas montillanas recibieron tanto de los mencionados conventos como de los familiares de las religiosas, para los que realizaron imágenes devocionales de suave textura, de tamaño inferior al académico, la mayoría Niños Jesús, para regalar a las novicias que ingresaban en estos conventos de orden monástica. El traslado de su hermana Inés Francisca, junto con su familia, a Aguilar de la Frontera (Córdoba) favoreció la relación de las artistas montillanas con esta ciudad. Varias son las obras conservadas allí que se atribuyen a Las Cuetas como las imágenes de San José, que se venera en la parroquia del Cristo de la Salud, y la de Ntra. Sra. del Rosario, patrona de Moriles (Córdoba) El 11 febrero de 1766, poco después de otorgar testamento, fallece María Féliz de Cueto y Enríquez de Arana. Sólo así pudo romperse una unión de trabajo mantenida durante decenios por las hermanas Cueto en su prestigioso taller. El 15 de febrero de 1775, falleció Luciana. Entre los elogios dedicados a lo largo de los siglos a las escultoras montillanas destacan las palabras de su contemporáneo, el presbítero Antonio Jurado y Aguilar quien afirma "como son y como fueron las señoras Cueto, que en escultura, perfección, simetría de las imágenes apenas se le encuentra cotejo en las dos Andalucías, llenas ambas de prodigiosas hechuras sus virtuosas manos". (Vid. JIMÉNEZ BARRANCO, Antonio Luis: María y Luciana de Cueto y Enríquez de Arana. Las Cuetas. Montilla, Excmo. Ayuntamiento, 2000)
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La historia de las artes del metal en Europa se inicia con las armas, los artefactos, los artículos de adorno, y las piezas de oro proporcionadas por una cultura centroeuropea, a la que se le otorga el nombre de Unetice, equivalente al término alemán de Aunjetitz. En el lugar de Unetice, a pocos kilómetros al noroeste de Praga, fue descubierta y excavada en el siglo XIX una necrópolis de inhumación bajo terreno llano. Las tumbas (más de sesenta) revelaron contener un ajuar metálico en bronce (torques con terminales volteadas; alfileres de cabeza anular; anillos y brazaletes de espirales; puñales de hoja triangular, etc.), que constituye el común denominador material de la cultura de Unetice. Su representatividad es en Centroeuropa muy dilatada. Se extiende no sólo al núcleo de Bohemia, sino hasta las regiones de Moravia y Eslovaquia hacia el este, Austria hacia el sur, Baviera hacia el oeste, Sajonia y Turingia hacia el noroeste y Silesia al noreste. La cultura de Unetice ocupa, por consiguiente, una de las zonas metalúrgicas más importantes de Centroeuropa; dispone de fácil acceso a los yacimientos de cobre de Eslovaquia; no le falta el estaño; se encuentra en la encrucijada de la ruta del ámbar; y sale al paso de los caminos que enlazan a la Europa oriental con la occidental. Es precisamente en el territorio de su dominio donde se inaugura la metalurgia del bronce duro, de color amarillento que contiene la proporción idónea del estaño (9:1), en una fecha que es, hoy por hoy, anterior al Bronce de Micenas: el 2300 a. C. Aunque el mérito de la cultura de Unetice no es insignificante por esta causa, su reputación la debe, sin embargo, al aparato constructivo y ceremonial de una clase de tumbas distintas a las del cementerio de Unetice y que corresponden a una fase más tardía y más rica de esta cultura. Dicha fase comienza a partir del 1800 a. C. y se corresponde con tumbas de cámara bajo túmulo. Se las llama tumbas principescas por ostentar, obviamente, signos de pertenecer a una clase social poderosa y rica. Las más conocidas, por el excelente estado de conservación de sus estructuras, son los túmulos de Leubingen (Sömmerda) y Helmsdord (Hettstedt), en Sajonia-Turingia. La tumba señorial de Leubingen se cobijaba bajo un imponente montículo de 34 m de diámetro y 8,5 m de altura, cargado de piedras. La cámara mortuoria se instaló en el centro de la pesada superestructura, aislada por postes de madera, inclinados hasta coincidir en una viga (caballete) transversal. Un techo de cañizo recubría la construcción. El suelo era también de madera, y sobre él reposaban los cuerpos de dos individuos: uno, de edad avanzada y varón, se colocó extendido a lo largo; el segundo, aparentemente, era de condición más frágil, por lo que el excavador le atribuyó el papel de fémina joven y esposa del personaje al que se honró con tan distinguida tumba. El ajuar funerario contenía distintos útiles (hachas, piedras de afilar, cinceles, un pico, si bien de serpentina), y puñales de bronce. Pero el conjunto más llamativo dé objetos fueron los adornos áureos: dos alfileres típicos de Unetice con cabeza de ariete; una cuenta espiraliforme; dos anillos torsos (Noppenringe) y un notable brazalete, con decoración de listeles sogueados y terminales planas. Este fastuoso conjunto que se conserva en Halle (República Democrática Alemana) revela la altura técnica y el sentido del diseño de los orfebres centroeuropeos en la Edad de Bronce Antiguo. Alfileres, pendientes, brazaletes de oro, etc., junto a los instrumentos de bronce, fueron colocados sobre el féretro de madera del personaje enterrado en la cámara mortuoria del túmulo de Helmsdorf. Indudablemente, el oro de las tumbas principescas de Unetice es la faceta más reveladora de la preparación técnica de sus artistas. Ahora bien, no menos orgullosos de su arte debieron estar los albañiles y carpinteros, como lo atestiguan los artefactos prácticos del ajuar. La industria del bronce en Unetice produjo no sólo el repertorio habitual de puñales y alabardas, sino que se detuvo en piezas de armamento fuera de lo común. Extraordinario es el casco cónico, con pedúnculo terminal en el ápice, que guarda el Museo Británico, procedente de la localidad, en la esfera de Unetice, de Bietzsch, en Brandeburgo. Su semejanza formal con los cascos aparecidos en las tumbas micénicas de los guerreros en Cnossos, del siglo XV a. C., no ha pasado inadvertida; y se ha venido apuntando como una nota relevante en el terreno de las coincidencias con Micenas. En esta pieza, como en el caso de las joyas, el valor intrínseco y artesanal se engrandece con la aureola del poder social de sus portadores. En la fase tardía, los broncistas de Unetice se revelaron como artistas consumados (hacia el final de la primera mitad del II milenio a. C.). Aquellos que tuvieron encomendada la tarea de fabricar las armas que iban a acompañar a sus dignatarios en la otra vida, supieron dar a los puñales y a las alabardas perfiles netos, volúmenes geométricos y nítidos: las hojas triangulares, las empuñaduras cilíndricas, los pomos discoidales. Con la intención de salvaguardar objetos muy preciados y valiosos, algunas armas de Unetice, en esta fase tardía, se ocultaron en depósitos. Los puñales hallados en estos contextos destacan tanto o más por su elaboración artesanal que los depositados en las tumbas. Dos puñales, recuperados en el depósito de Horomerice-Kozí Hrbety, en el distrito de Praga, nos ponen delante de obras singularmente cuidadas de la metalurgia de la cultura tardía de Unetice. Uno de ellos muestra un delicado diseño ornamental; la hoja triangular fue realzada con dos acanaladuras adyacentes. De lo alto de la lámina penden un grupo de estrías que se reúnen en un vértice prolongado y ligeramente curvo. En la ventana del enmangue se colocó una dentadura de sencillos triángulos. Los hombros curvos del puñal se realzaron con líneas de trazos diminutas. En lo alto y en la base del mango, la sucinta decoración sobre metal se completó con orlas de espigas recogidas entre estrías. En otra pieza del mismo depósito de Horomerice-Kozí Hrbety, la ornamentación grabada no es tan meticulosa ni aquilatada, pero sí portadora de un lujo soberbio: los clavos del enmangue están recubiertos de placas de oro; el pomo tuvo incrustaciones de este metal áureo, y la empuñadura se abrió en cartelas alargadas rellenas de paneles de ámbar.