Estas compañías fueron creadas a raíz de una idea del Ministerio de Propaganda, que en 1936, y ante las posibilidades de una guerra futura, creó una unidad de propaganda con todos los informadores civiles especializados en temas militares; aunque por influencia del Ministerio de la Guerra se perdería el carácter civil de la agrupación. La incorporación de las compañías a los tres ejércitos se haría de modo escalonado entre 1938 y 1939 y, en caso de guerra, actuarían como tropas regulares bajo el mando superior del Ejército y deberían cumplir, principalmente, tres objetivos propagandistas: propaganda en el frente, propaganda en la Patria y propaganda dirigida al enemigo. Sobre la población civil del interior del país se actuaría mediante información escrita, oral y gráfica de las acciones bélicas; en el frente se ayudaría a los mandos distrayendo y educando espiritualmente a la tropa y a las poblaciones en la zona de campaña. Respecto al enemigo, se emplearían altavoces en las trincheras, octavillas lanzadas desde aviones y, más tarde, por emisoras de radio organizadas por la Wehrmacht. Una compañía de propaganda se componía de dos pelotones ligeros de informadores de guerra, cada uno de los cuales estaba integrado por seis redactores de prensa y cuatro fotógrafos; en los pelotones pesados se incluían grupos de locutores de radio y cámaras para los noticiarios. Además de estos pelotones, había otros formados por un cuerpo de redacción para el periódico de campaña del Ejército, personal para la instalación de altavoces y proyectores cinematográficos para dar funciones en primera línea, y otro para elegir y valorar el material disponible para su uso. En torno al control de las compañías surgieron problemas entre el Ministerio de Propaganda y el de la Guerra, resueltos, en parte, por la orden de 10 de febrero de 1941, que hacía depender su organización y actividad del Mando Superior, quedando las instrucciones y decisiones sobre propaganda en manos de unos peritos "examinadores" dependientes de Goebbels. Hasta el 31 de marzo de 1942, o sea en el curso de treinta y un meses de guerra, se puso a disposición de la prensa alemana por los reporteros de guerra un total de 38.000 informes sobre combates. Se tomaron en el frente más de un millón de fotografías -entre ellas 40.000 en colores-; se realizaron 4.000 dibujos bélicos, y se "tiraron" más de dos millones de metros de película.
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La xenofobia no explicaba por sí sola el hondo descontento que a la altura de 1520 se podía percibir claramente y que ya se había manifestado en la actitud sobre todo de la ciudad de Toledo, seguida por Segovia y algo después por otros núcleos urbanos castellanos, de oposición a las directrices políticas y fiscales que emanaban de los recién llegados gobernantes. Para comprender mejor el estallido revolucionario de las Comunidades habría que tener muy en cuenta la descomposición política que desde la muerte de Isabel, incluso quizá un poco antes, había minado la autoridad de la Corona y resquebrajado la estructura estatal, haciendo predominar las luchas de intereses, la corrupción, los comportamientos egoístas tendentes a un rápido enriquecimiento. En definitiva, se notaba la falta de una eficaz política de Estado que fuera llevada a cabo por un gobierno fuerte e incontestado, situación que se hacía aún más crítica dado el clima de anarquía social existente: de enfrentamientos nobiliarios por un mayor protagonismo, de tensiones entre los grupos burgueses (exportadores contra manufactureros, del centro contra los de la periferia), de protesta del clero en su denuncia del general deterioro que se manifestaba por doquier, de inquietud popular por el empeoramiento de las condiciones de vida. Y frente a este estado de cosas, el poder aparecía dividido, fragmentado, preocupado casi exclusivamente por recaudar dinero de donde fuera para sufragar los cuantiosos gastos de la expedición real y los generados a raíz del nombramiento del emperador, lo que contribuía a aumentar el malestar social. También la marcha del rey hacia Alemania y la incorporación de España al Imperio producían inquietud por lo que de abandono podía significar la ausencia, que se presumía prolongada, del monarca y la subordinación de los intereses castellanos a los imperiales y dinásticos representados por los Habsburgo. El 20 de mayo de 1520 Carlos abandonaba el territorio hispano, dejando como regente al cardenal Adriano de Utrecht, nueva prueba del poco caso que hacía a las demandas castellanas contra la designación de extranjeros para ocupar los altos cargos. El levantamiento comunero no tardó en cobrar fuerza, sumándose poco a poco a la revuelta iniciada por Toledo y Segovia las villas y ciudades castellanas (Zamora, Toro, Madrid, Guadalajara, Ávila, Salamanca, Burgos...). En julio de 1520 se formaba en Ávila la Junta Santa, que hizo de órgano dirigente y portavoz de las propuestas de los sublevados, centradas fundamentalmente en querer dotar a las Cortes de mayor representatividad estamental, de aumentar sus competencias legislativas y facultad de decisión política junto a la reivindicación del papel de las ciudades cara a la buena marcha del Reino y al logro de mayores libertades. El destrozo un tanto fortuito de Medina del Campo por las tropas realistas en agosto hizo que aumentase el número de núcleos urbanos sublevados, pareciendo que la causa de las Comunidades podía salir victoriosa. Sin embargo, la hábil política del regente logrando atraerse a los nobles que hasta entonces habían simpatizado con la revuelta, el cambio de actitud de éstos provocado además por la radicalización del movimiento subversivo que, habiéndose extendido por el campo, se estaba convirtiendo también en una rebelión antiseñorial, la división interna de los grupos burgueses que sustentaban la protesta (plasmada significativamente en la separación de Burgos) y la incapacidad de los cabecillas revolucionarios para levantar un ejército disciplinado, organizado y eficaz, motivaron el fracaso de las Comunidades, que tuvo su fecha clave el 13 de abril de 1521 cuando se produjo la decisiva derrota de Villalar. El absolutismo monárquico quedó a partir de entonces como claro vencedor frente a las aspiraciones constitucionales de las ciudades, mientras que la nobleza reafirmó con el triunfo su poder militar, político y social sobre los grupos burgueses, las clases medias urbanas y los sectores campesinos. La alianza Corona-aristocracia había vuelto a funcionar, consolidando el viejo orden estamental e imponiendo las formulaciones absolutistas y señoriales al conjunto de la sociedad. De todas maneras, las interpretaciones que se han hecho y se siguen haciendo del levantamiento de las Comunidades son muy variadas, dependiendo en cada caso de sobre qué aspecto se ponga mayormente la atención y de lo que se quiera demostrar, siempre teniendo en cuenta que fue un movimiento complejo, donde se mezclaron intereses muy distintos, con anhelos variados y motivaciones diversas no siempre convergentes ni dirigidas a un único fin. Lo que sí se suele aceptar mayoritariamente es que tuvo una dimensión principalmente política, que se redujo a un marco geográfico bastante bien delimitado (la vieja Castilla, estrictamente hablando) y que sus protagonistas destacados fueron los grupos intermedios y burgueses ciudadanos, quedando los sectores humildes excluidos en cierta forma, dándose asimismo una menor participación de la nobleza.
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La división política y administrativa actual de España tiene, desde la aprobación de la Constitución española de 1978, la forma de diecisiete comunidades autónomas, además de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. El País Vasco y Cataluña vieron aprobado su Estatuto de Autonomía en diciembre de 1979, fijando en las ciudades de Vitoria y Barcelona sus capitales respectivas. El siguiente Estatuto aprobado fue el de Galicia, en abril de 1981, quedando establecida su capital en Santiago de Compostela. En diciembre de 1982 se aprobaron los Estatutos de Andalucía, el Principado de Asturias y Cantabria. Respectivamente, sus capitales fueron fijadas en Sevilla, Oviedo y Santander. Muy poco más tarde, en junio de ese mismo año, se aprobaron los Estatutos de La Rioja y Murcia, siendo sus capitales las ciudades de Logroño y Murcia, por este orden. Por Ley orgánica del 1 de julio de 1982 fue aprobado el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana, designando a la ciudad de Valencia como su capital. Al mes siguiente, en agosto, se aprobaron los Estatutos de Aragón, con capital en Zaragoza; Castilla-La Mancha, con capital en Toledo, y Canarias, con dos capitales, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria. Al mismo tiempo se aprobó la Ley Orgánica de reintegración y amejoramiento del Régimen Foral de Navarra, cuya capital fue fijada en Pamplona. Las últimas comunidades que vieron aprobado su Estatuto de Autonomía fueron Extremadura, Baleares, Madrid y Castilla-León. Sus capitales políticas fueron establecidas respectivamente en las ciudades de Mérida, Palma de Mallorca, Madrid y Valladolid. Finalmente, los Estatutos de las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla fueron aprobados en marzo de 1995, quedando así completado el mapa autonómico español.
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El ministro alemán de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, llegó al imponente edificio de la Cancillería del III Reich al poco tiempo de recibir por medio de su embajador en Estocolmo la gran novedad de una posible negociación con Gran Bretaña. El Führer, que se hallaba acompañado por el general Jodl, se mostró de inmediato dispuesto ante las que debían ser sus condiciones para acabar con la guerra: "Si Inglaterra está decidida a la paz, sólo hay cuatro cuestiones que arreglar, ya que no quisiera, sobre todo después de Dunkerque, que perdiese su prestigio, ni hacer una paz que implicase tal cosa de ninguna forma. Estos cuatro puntos son los siguientes: "1. Alemania está dispuesta a reconocer, en todos los aspectos, la existencia del Imperio Británico. 2. Por tanto, Inglaterra debe a su vez reconocer a Alemania como la potencia continental más importante, ya que hacerlo así sólo será en razón de la importancia de su situación. 3. Pido que Inglaterra nos entregue las colonias alemanas. Me contentaré con una o dos de ellas para arreglar la cuestión de las materias primas. 4. Deseo concluir una alianza permanente, perpetua, con Inglaterra". Por eso, en la tarde del 18 de junio de 1940, durante la entrevista en Munich de los dos dictadores, el yerno de Mussolini recibió de von Ribbentrop la sensacional confidencia de que los británicos, por medio de Suecia, deseaban negociar la paz. Diez días después, Hitler informó al teniente coronel Böhme, en una de sus conversaciones de sobremesa, que esperaba alcanzar pronto un acuerdo con el Gobierno de Londres: "De este modo, la guerra habrá terminado en Europa central y occidental. Alemania necesitaría entonces un largo período de reposo para asimilar todo cuanto acaba de conquistar". El primer ministro británico estaba perfectamente al tanto de la tendencia pacifista dominante en una parte no despreciable de su equipo ministerial, siendo cabeza visible de la misma lord Halifax, pero el viejo león no le cabía en la cabeza la posibilidad del más mínimo entendimiento con los nazis. Se hallaba muy lejos de cometer el mismo error de Arthur Neville Chamberlain en Munich. La prinicipal razón que impulsaba a Churchill hacia la guerra con todas sus consecuencias era que Hitler seguiría sin respetar acuerdos mientras quedara en Europa un territorio libre de su tiranía. De esta forma, la firmeza del duro premier logró desbaratar los planes derrotistas de Halifax y sus seguidores, demasiado timoratos para ofrecer un peligro serio. Por otra parte, Richard Austen Butler jugó en algo más de una semana una carta decisiva al pasarse al otro bando, el de los más fuertes. Con sólo treinta y siete años y una gran carrera política por delante, el joven subsecretario británico declaró al embajador rumano en Londres -27 de junio de 1940- que no habría ninguna negociación mientras la Wehrmacht ocupara una pulgada de territorio extranjero. El propio Churchill hizo todas las presiones a su alcance para imponer la difusión de la verdad, basada única y exclusivamente en las posibilidades de éxito de la tendencia pacifista de Londres, algo que podía herir el orgullo nacional británico. Hubo que esperar al verano de 1965 para conocer la historia completa. La sensacional noticia dejó boquiabiertos a millones de ciudadanos de la Gran Bretaña, que sólo entonces comprendieron en toda su magnitud el desarrollo de ciertas carreras políticas. Lord Halifax sufrió un dorado exilio diplomático al ocupar el puesto de embajador en Washington de 1941 a 1946. En cuanto a Richard A. Butler, después de ser canciller del Exchequer (Administración Financiera) en el gabinete de Churchill de 1951, no pudo suceder a éste y continuó de ministro hasta noviembre de 1956 con Anthony Eden, siendo temporalmente premier y jefe del Partido Conservador -del que sería nombrado presidente en 1959.
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El sentido utilitario de los romanos se puso de manifiesto a raíz de la fundación de la colonia, con la planificación de hasta tres conducciones hidráulicas, cuyas ruinas son bien expresivas. La primera conducción, Aqua Augusta, como la denomina una inscripción conservada en el Museo, es conocida actualmente con el nombre de Cornalvo, porque tiene su origen (caput aquae) en el embalse de su nombre, situado a unos 16 kilómetros al NE de la población. El dique, conservado en buen estado, alcanza 220 metros de longitud y está establecido entre dos suaves colinas. Su alzado, de 18 metros de altura, dibuja un talud para soportar mejor el empuje de las aguas y comprende un potente relleno de tierra, una estructura hormigonada y paramentos de sillarejo. En el centro del dique, y sumergida en buena parte en las aguas, se aprecia una torre de planta cuadrada, de 9,50 metros de lado y 20 metros de altura, donde se ubican las puertas de regulación del conducto. La fábrica es de hormigón y sillares de granito. El conducto partía desde el fondo de la torre a través de una galería de buena construcción, de 1,70 metros de altura y 0,70 metros de anchura. En el camino se unían otras aportaciones, principalmente la que procedía de El Borbollón. A través del agro emeritense, siguiendo en principio el curso del río Albarregas, el acueducto proseguía hasta la ciudad. Diversos imponderables, tales como cursos de aguas y vaguadas, fueron salvados mediante la construcción de arquerías y otras obras de fábrica. Después de recorrer cerca de 25 kilómetros, la conducción llegaba a la población por su limite oriental, junto al Teatro y Anfiteatro, a los que surtía y, por el área de la necrópolis de Los Columbarios, se dirigía al depósito terminal (castellum aquae) situado en las inmediaciones de la plaza de toros. La segunda conducción, conocida con el nombre moderno de Rabo de Buey-San Lázaro, se originaba a unos 5 kilómetros al norte de la ciudad, donde se encontraban diversos veneros subterráneos y corrientes de aguas que, canalizados convenientemente, constituían el aporte fundamental de la misma. El acueducto, de 4 kilómetros de trazado, ha llegado hasta nosotros en buen estado. La galería principal por donde discurre es ciertamente espectacular, con una altura superior a los 2,50 metros y cuidada construcción de mampostería de piedra con bóveda de medio cañón. De trecho en trecho, para proceder a la limpieza del conducto, se ubicaron unos respiraderos de planta cuadrada cerrados con sillares de granito, que se complementaban con unas entradas provistas de escaleras cada cierto espacio. La conducción emerge a la altura de la finca La Godina y continúa hasta el depósito de Rabo de Buey, donde presumiblemente existió una cámara de decantación de impurezas (piscina limaria). El obstáculo representado por el valle del Albarregas, de cierta anchura, fue salvado con la construcción de unas elevadas arquerías que enlazaban los pilares de sustentación del canal. La obra fue grandiosa, de cerca de un kilómetro de longitud, aunque hoy día sólo permanecen tres pilares y unos arcos de sillería granítica. En el área de la denominada Casa del Anfiteatro apareció una interesante torre de decantación y distribución de aguas, de planta rectangular, con aparejo mixto de sillares, mampostería y ladrillo. Igualmente, en la construcción del Museo Nacional de Arte Romano se halló un buen tramo, hoy incorporado a la visita, que se dirigía a la parte central de la ciudad a la que surtía. Por fin, la tercera conducción hidráulica es la que ha conservado los restos más significativos. Es la conocida con el nombre de Proserpina-Los Milagros. Su origen estaba en la denominada Albuera de Carija, que a raíz del descubrimiento de una lápida de la diosa lusitana, en el siglo XVIII, tomó el nombre de Proserpina. Se encuentra este embalse a cinco kilómetros al norte de la ciudad. En su cuenca, de cinco kilómetros de perímetro, se embalsaban las aguas pluviales y las que proporcionaban diversos arroyos cercanos. La obra de ingeniería de este embalse reviste caracteres de interés. Como en el caso enunciado de Cornalvo, comprende una potente pantalla de tierra y un dique en talud con núcleo de hormigón y paramentos de sillarejo. Su longitud es cercana a los 500 metros y su elevación sobre el nivel normal de las aguas de 7 metros. La integridad del muro del embalse, además de por su estructura, se pudo asegurar por medio de contrafuertes de sección rectangular. Adosadas al muro del dique, dos torretas cuadradas provistas de escaleras permitían la bajada al fondo, donde se encontraban las compuertas de salida del agua. Se conservan restos expresivos de la conducción en su recorrido de más de 9 kilómetros, sobre todo en las vaguadas que tenía que sortear. Cerca del cementerio municipal, en la barriada de Santa Eulalia, se encuentran las ruinas de un depósito de decantación con cámara de compuertas y salida superior en vertedero (piscina lunaria), desde donde el conducto comienza a tomar altura para salvar, nuevamente, el obstáculo del valle del Albarregas. La longitud del tramo de arquerías, desde el citado depósito de decantación hasta el terminal existente en el cerro de El Calvario, es de 827 metros, mientras que la altura máxima llega a 25 metros.Su estructura revela la perfección y dominio que los ingenieros romanos llegaron a alcanzar en la solución de este tipo de obras. Consiste básicamente en una serie de sillares y ladrillos, cinco y cinco hiladas respectivamente. Los pilares tienen 3 metros de lado y a veces cuentan con un estribo en talud. Se enlazaban unos a otros por medio de arquerías de ladrillo, aunque en los que flanquean la corriente del Albarregas éstas son de piedra. En la parte superior de las arquerías iba establecido el canal (specus). Esta obra que causó el asombro de los emeritenses de los pasados siglos, que consideraron milagroso que los pilares se conservaran aún enhiestos, de donde el nombre de Los Milagros con el que se conoce al acueducto, ha llegado hasta nosotros en excelente estado de conservación. Son todavía cerca de 50 los pilares que todavía permanecen, más o menos deteriorados. La conducción concluía en una de las eminencias de la ciudad, en el cerro de El Calvario, donde a comienzos de la década de los setenta se descubrieron las ruinas de su depósito terminal. La cronología de estas conducciones ha sido muy debatida, pero la teoría general se inclina a considerarlas de época augustea.
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Las conquistas fueron prohibidas por una cédula provisional de 1549. Sólo se permitirían aquellas que fueran de un reconocido interés de Estado y si estaban autorizadas por el Consejo de Indias o por las Audiencias. Cesaron así hasta la década de los sesenta, cuando la amenaza de ocupación extranjera indujo a otorgar otro gran número de ellas, la mayor parte de las cuales fracasaron. Sobresalieron cuatro importantes, que fueron las de Nueva Vizcaya (donde había minas), Florida (para despejar el Canal de la Bahama de la presencia francesa), Costa Rica (para establecer el puente entre Panamá y Nicaragua) y Filipinas (para establecer vínculos con el mercado asiático). A estas conquistas tardías se unió la de Nuevo México a fines de siglo, para evitar su posible ocupación por los ingleses ante la presencia de Drake en California, ya que se sospechaba que podía existir otro estrecho interoceánico en el norte. Nueva Vizcaya fue una gobernación situada al norte de Zacatecas, donde se aseguraba que existían grandes minas de plata. Su conquista le fue autorizada a Francisco de Ibarra, un vasco de 15 años -sin duda el más joven de los conquistadores- por influencia de su tío, el omnipotente don Diego Ibarra, vecino adinerado de Nueva Galicia. La hueste conquistadora partió de Zacatecas, en 1554, y penetró en el norte hasta San Miguel y las minas de San Martín (Aviño), que no defraudaron las esperanzas españolas. De allí pasó a las minas de San Lucas. Se hicieron nuevas fundaciones y se trasladaron a ellas esclavos para las explotaciones mineras. En 1562 Ibarra fue nombrado Gobernador. Al año siguiente emprendió otra campaña, durante la cual erigió Nombre de Dios y Durango. Se dejó luego arrastrar por los mitos y se dirigió a Sinaloa, donde levantó el fuerte de San Juan y más tarde a Chiametla, que tardó en conquistarla 11 meses. Al cabo de ellos fundó San Sebastián (1565). Las islas de San Lázaro, descubiertas en 1524 por Magallanes, fueron rebautizadas el año 1542 con el nombre de Filipinas por la expedición de Villalobos, en honor al monarca español. Constituían un punto de llegada del que no se podía regresar a América, hasta que el virrey de México, don Luis de Velasco, decidió dar crédito a los informes del religioso agustino fray Andrés de Urdaneta, que aseguraba ser capaz de encontrar la ruta del tornaviaje desde las islas especieras hasta México. Urdaneta había sido marino antes que fraile y participado en las expediciones de Loaysa y Villalobos. Velasco informó a Felipe II del proyecto y el monarca autorizó el envío de dos naos hacia las islas especieras. Escribió además a Urdaneta pidiéndole que participase en la expedición. Urdaneta, por cierto, no estaba de acuerdo en ir a Filipinas, archipiélago que pensaba se encontraba en la demarcación portuguesa. El quería que se conquistara Nueva Guinea, isla descubierta por Ortiz de Retes. El Virrey de México escogió por capitán de la empresa a Miguel López de Legazpi, quien residía en México, donde había sido su Alcalde Mayor. Los buques se construyeron (dos naos llamadas San Pedro y San Pablo, los dos pataches San Juan y San Lucas y un bergantín) en el puerto de la Navidad. Cuando estaban a punto de zarpar, ocurrió la muerte del Virrey (31 de julio de 1564). Se hizo entonces cargo del virreinato con carácter interino el Visitador Jerónimo Valderrama, que siguió apoyando la empresa y le dio el viraje decisivo de dirigirse a Filipinas, en vez de a Borneo. El cambio de objetivo se mantuvo en secreto. Se le comunicó a Legazpi en alta mar, cuando abrió el sobre con las instrucciones para el viaje. Urdaneta acató las órdenes, aunque evidentemente contrariado. La expedición zarpó de la Navidad el 21 de noviembre de 1564. A los pocos días se perdió de vista el San Lucas que, al parecer, arribó sola a Mindanao. La armada siguió la ruta de Ruy López de Villalobos y llegó el 22 de enero de 1565 a las islas de los Ladrones. El 3 de febrero salió de la isla Guam y el 13 del mismo mes arribó a la isla Samar, donde se tomó posesión. Samar era una de las islas Visayas, como las de Leyte, Cebú, Bohol y Mindonoro y se encontraba en la parte central del archipiélago filipino, entre las dos grandes islas de Luzón y Mindanao. De Samar pasó a Leyte en busca de alimentos. Allí se hizo el primer pacto de amistad con los naturales del país. Legazpi recorrió luego varias islas, especialmente Bohol, donde apareció oro. Finalmente fue a parar a Cebú (27 de abril de 1565). Allí desembarcó sus efectivos, levantó el fuerte de San Pedro y dispuso la partida de Urdaneta para intentar el tornaviaje a América, aspecto fundamental sin el cual sería imposible colonizar el territorio. La nao San Pedro zarpó de Cebú en junio de 1565 con 200 hombres dispuesta a la aventura. Bajo las órdenes de Urdaneta navegó hacia el noroeste y subió hasta los 39°, encontrando la corriente del Kuro Shivo que arrastró la nave hasta la costa americana, avistada el 18 de septiembre. El 9 de octubre atracaba en el puerto de Acapulco después de haber encontrado la ruta de regreso desde Oceanía. Legazpi emprendió la conquista de Filipinas, una de las más difíciles que realizaron los españoles, ya que suponía dominar un espacio de unos 300.000 kilómetros cuadrados, divididos en unas 7.000 islas e islotes, y en las cuales había unos 600.000 habitantes pertenecientes a etnias muy diferentes, como las de los primitivos negritos, los malayos, y los últimos emigrantes tagalos. Los españoles se encontraron, además, con creyentes del islamismo, con lo que cerraron su ciclo de lucha contra los musulmanes emprendido en la Península. Legazpi inició su conquista por el norte. Desde Cebú pasó a la isla de Panay y en 1570 a Mindoro. Llegaron entonces tres navíos con refuerzos, enviados por el virrey Martín Enríquez de Almansa. Con ellos venía el título de Adelantado de las islas para Legazpi y la autorización para fundar ciudades y repartir tierras y encomiendas, que había solicitado con Urdaneta. Fundó entonces, oficialmente, la ciudad del Santísimo Nombre de Jesús sobre el villorrio de San Miguel, establecido anteriormente en Cebú. El 15 de junio de 1571, el Adelantado partió de Panay hacia Luzón con intención de conquistarla. Al llegar a Cavite, recibió el homenaje de varios jefes musulmanes, entre ellos el de Manila. El 24 de julio de ese mismo año, fundó la ciudad de Manila, capital de su Gobierno. Mientras surgía Manila se completó la dominación de Luzón, isla en la cual se encontraron minas de oro en Paracale y Mamburao. Los españoles trasplantaron a Filipinas su sistema indiano. Legazpi otorgó 98 encomiendas e impuso a los nativos un tributo de 8 reales por año, pagadero en dinero o en especie. En 1572 falleció Legazpi y el mando fue a manos de Guido de Lavezares, gobernador de Cebú, señalado en el pliego de mortaja. Durante su mandato se completó la conquista y se asentó el régimen colonial. La conquista de la Florida se había abandonado después del intento de Hernando de Soto, hasta que la Corona supo que los franceses se habían establecido en dicha Península, con intención de asaltar desde allí las naves españolas cargadas de plata que regresaban por el Canal de la Bahama a España. En efecto, el 18 de febrero de 1562 -siete meses después de haberse dado la cédula que establecía el régimen español de flotas- había salido del puerto de Dieppe el capitán hugonote, Jean Ribault, que levantó un pequeño fuerte en la desembocadura del río Santa Cruz, en la Florida. En 1564 llegó otro refuerzo hugonote, enviado por el Almirante Coligni y mandado por René Goulaine de Laudonniére, que se estableció a orillas de otro río, llamado de San Juan, donde construyeron el fuerte de La Carolina, en honor a su monarca Carlos IX. Los franceses afrontaron muchas penalidades y gran parte de ellos desertó para realizar acciones de piratería. Una de sus embarcaciones piratas naufragó cerca de Cuba, salvándose algunos de sus tripulantes. Las autoridades españolas se enteraron por ellos de la presencia francesa en la Florida y del plan de Ribault, que consistía en fortificar la Punta de los Mártires, al sur de la Península (a unas 25 leguas de La Habana), para colocar allí seis galeras que impidieran el paso de las flotas de la plata. Ribault pensaba además atacar La Habana con 800 hombres, y libertar a los esclavos de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico. Felipe II ordenó a Pedro Menéndez de Avilés desalojar a los franceses, nombrándole Adelantado y Gobernador de la Florida. Su armada fue notable. Constaba de 19 buques y 1.500 hombres, a los que se unieron otros mil colonos procedentes del norte de España. Zarpó de Cádiz el 29 de julio de 1565. Tras una travesía muy accidentada, arribó a la Florida el 28 de agosto y a un punto que bautizó como San Agustín, por la festividad religiosa. Era un buen puerto para poblar, pero antes decidió desalojar a los invasores. Costeó hacia el norte y puso en fuga un refuerzo naval enviado por Ribault. Luego regresó a San Agustín y procedió al poblamiento español. Finalmente, se dirigió contra el fuerte Carolina. Sorprendió a los franceses y les derrotó. Laudonnier y 70 hombres lograron huir, sin embargo. Avilés persiguió más tarde otra flotilla mandada por el hijo de Ribault y capturó algunos hugonotes que se habían escondido en la selva. Tras rebautizar el fuerte francés como San Mateo, regresó a San Agustín, dispuesto a esperar el ataque de la flota de Ribault. No tardó mucho en saber que la escuadra de su enemigo había sido destrozada por una tormenta y que los supervivientes estaban cerca: 150 hombres a los que apresó fácilmente. Entre ellos figuraba el propio Ribault, que ofreció 100.000 ducados por su vida. No se le aceptaron y fue ejecutado junto a sus hombres. Los franceses desistieron ya de dominar la Florida, que se convirtió en el territorio hispano más septentrional de la costa Atlántica. En cuanto a Costa Rica permanecía sin ser conquistada, pese a haberse intentado varias veces y constituir un territorio clave entre Panamá y Nicaragua. Tan sólo existía un asentamiento en el golfo de Nicoya. En 1560, la Audiencia de los Confines (Guatemala) autorizó su conquista a Juan de Cavallón, quien se asoció con el clérigo Juan de Estrada Rávago. Entraron simultáneamente con dos huestes por las costas atlántica y pacífica. Estrada, que iba por el litoral atlántico, sufrió un serio descalabro y se retiró a Nicaragua, pero Cavallón tuvo más éxito y pudo fundar varias poblaciones: Garcimuñoz, Los Reyes y Puerto Lancecho. Llamado por la Audiencia, tuvo que interrumpir la conquista, que continuó Francisco Vázquez de Coronado. Este irrumpió también por la costa del Pacífico, sometió a los indios sublevados y pasó a combatir a los Cotos y al valle de Guarco, donde fundó Cartago (1562). Más tarde conquistó la provincia de Ara (Talamanca). La dominación de Costa Rica fue completada por Perafán de Rivera (1572). Nuevo México cerró el ciclo de las conquistas españolas. Su conquista se autorizó a Juan de Oñate, criollo de Nueva Galicia, ante el temor de que los ingleses se establecieran al norte de México. Oñate salió de Santa Bárbara, en 1598, con unas 400 personas. Pasó los ríos Gila y de las Balsas y fundó San Gabriel en el lugar donde hoy esta Chamita. Luego marchó al territorio de los indios Pueblo, estableciendo su campamento en San Juan, cerca de las legendarias ciudades de Cibola. Hizo alianzas con los pueblos circunvecinos y se adentró luego en las llanuras de Kansas para explorarlas, mientras su capitán Farfán hizo lo propio en Arizona. Oñate completó su correría por el noreste de Texas, Oklahoma, Nebraska y Iowa, comprobando que no había estrecho interoceánico. En 1605 se fundó en Nuevo México el Real de Santa Fe, que se convirtió en la capital de aquel territorio de frontera.
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Sin duda son las pinturas del monasterio de Sijena las más representativas en el ámbito peninsular de lo que hace años el profesor Grodecki llamó de diversas formas: protogótico, primer gótico, románico tardío, clásico... y que en algún momento se quisieron resumir en Estilo 1200, para pasar luego a una denominación más blanda, Arte del 1200, en la que se encierran unos sorprendentes años que, en lo tocante al mundo del color, parecen haber pasado de puntillas por los distintos reinos de la Península. El impacto directo de Sijena desde su finalización hacia 1220 no debió ser intenso si nos atenemos a lo conocido. Admitiendo su lejano eco años más tarde en las pinturas de la cabecera de la propia iglesia monástica, ningún parentesco se encuentra, como se ha querido ver, con las pinturas de la sala capitular del monasterio de Arlanza. Hay que esperar al último tercio del mismo siglo XIII para ver una coincidencia en lo ornamental con la techumbre de la catedral de Teruel (Novella, 1965). Al margen de todo ello, tan sólo aproximaciones de época a través de miniaturas que incluso le preceden en el tiempo, por ejemplo: la Biblia de Lérida, de origen incierto y sugestivo apunte hacia Sijena (Yarza, 1990), un grupo de manuscritos procedentes de Las Huelgas, la figura de Fernando II del Tumbo A de la catedral de Santiago, quizás la más inglesa de todos los manuscritos, o la más tardía, dentro del mismo códice, de Alfonso IX, con ciertos rasgos peninsulares y otros centroeuropeos.
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Rubens enviaba a Italia en marzo de 1638 este gran lienzo destinado a la colección del gran duque de Toscana, Fernando de Medicis. La tela iba acompañada de una carta donde se hace una detalla descripción del lienzo: "La figura principal es Marte que, dejando abierto el templo de Jano (que, según la costumbre de los romanos, permanecía cerrado durante las épocas de paz), avanza con el escudo y la espada ensangrentada, amenazando a los pueblos con una gran ruina, sin ocuparse apenas de Venus, su mujer, que, acompañada de amores y cupidos, intenta retenerlo con caricias y abrazos. Marte se encuentra arrastrado por la furia de Alecto que lleva una antorcha en la mano y va acompañado por dos monstruos, la peste y el hambre, consecuencias inevitables de la guerra. En el suelo, dándonos la espalda, yace una mujer sobre los restos de un laúd roto, símbolo de la armonía, incompatible con la discordia de la guerra; y a su lado una madre con el hijo en brazos, para demostrar que la fecundidad, procreación y caridad, resultan arrasadas por la guerra que todo lo corrompe y todo lo destruye. También aparece allí, caído por tierra, un arquitecto con sus instrumentos en la mano, para significar que todo aquello que se había construido durante la paz para la comodidad de los hombres resulta destruido por la violencia de las armas. También creo, si mis recuerdos son exactos, que podrá ver arrojado al suelo, a los pies de Marte, un libro y algunos dibujos sobre un papel para simbolizar en qué manera pisa las letras y cualquier tipo de belleza; allí también se deben encontrar unas flechas o saetas desparramadas que eran el emblema de la Concordia cuando se encontraban unidas por una cinta ahora suelta; y lo mismo sucede con el caduceo y la rama de olivo, símbolos de la paz, que yacen por el suelo junto a una lúgubre mujer vestida de negro y despojada de todas sus joyas y adornos; es la infeliz Europa, que durante tanto tiempo viene siendo víctima de aquellas rapiñas, ultrajes y miserias tan evidentes que no necesitan más explicación". En esta composición, Rubens presenta a las figuras a modo de relieve clásico, en un movimiento de izquierda a derecha, sirviendo de contrapeso a la fuga sólo la figura blanquecina de Venus y los cupidos que la acompañan. La influencia de la escuela veneciana queda de manifiesto en la importancia concedida a la luz, el color y la atmósfera, demostrando el maestro flamenco una vez más su admiración por Tiziano.
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En la batalla de las Midway, Japón perdió cuatro portaaviones, un crucero pesado, todos los aviones de la fuerza móvil y 3.500 hombres, de los que 114 pertenecían a la élite de la aviación naval, de muy difícil sustitución. Los norteamericanos vieron desaparecer un portaaviones, un destructor, 147 aviones y 307 hombres. Midway supuso para el Japón su primera derrota naval desde la sufrida justamente tres siglos y medio antes a manos coreanas. La ironía riza el rizo al pensar que el atolón podía haber sido tomado sin mayores problemas en el contexto del ataque contra Pearl Harbor, tal como se hiciera con el islote de Wake. Yamamoto enfermó durante el regreso, encerrándose en su camarote sin querer ver a nadie. La tremenda verdad fue ocultada incluso a altos estamentos del Imperio nipón y se llegó a borrar su evidencia en los diarios de guerra y en los informes... Pero los buques hundidos no vuelven a navegar y los astilleros japoneses no estaban en condiciones de sustituir lo perdido ni de competir con lo que pronto les lanzarían encima los norteamericanos, que ya construían en serie los portaaviones Essex. La ventaja inicial había concluido, aunque aún Yamamoto tuviera gran superioridad en acorazados. Midway marca el punto en que Japón comienza a perder la guerra. Y, sin embargo, Japón se autoadjudicó la victoria, confesando sólo la pérdida de un portaaviones y explicando la batalla de Midway como un mero factor demostrativo para favorecer la lograda ocupación de las islas Attu y Kiska en las Aleutianas. La versión debió tener éxito, puesto que un profesor español de historia militar hacia alusión a la batalla -¡en septiembre de 1943!- en estos términos: "Sin que la documentación que hasta ahora poseemos nos permita decidir de qué parte se halla la verdad" (10). Tras Midway, el proyecto japonés de conquistar Fidji, Samoa y Nueva Caledonia y de aislar Australia se convertiría en imposible. Tokio quedaría atado a los aeródromos construidos en las islas y debería pasar a la defensiva, mientras los portaaviones norteamericanos comenzarían a moverse con libertad. El prestigio japonés en Asia recibió un duro golpe y sus almirantes trataron de lavar el fracaso con el harakiri, como Nagumo, a quien se lo impidió Yamamoto; algunos comandantes de los buques destruidos se hundieron con ellos en traje de gala. No se informó del desastre al país y, para ocultar las filtraciones, los supervivientes de los buques perdidos fueron confinados. Con todo, la superioridad norteamericana en el Pacífico tardaría meses en hacerse patente. Tras Midway prosiguió el avance japonés hacia Australia, pero al no disponer de superioridad naval, el Ejército progresó por tierra a través de Nueva Guinea y de las islas Salomon, apoyándose en la superioridad aérea que mantenía mediante aeropuertos en las islas que iba tomando. El Estado Mayor norteamericano debió decidir entonces quién mandaba en el Pacífico. El almirante Nimitz tenía su cuartel general en Pearl Harbor y MacArthur en Sidney. Eran dos personas difíciles y podía llegarse a un enfrentamiento entre la Marina y el Ejército. Se recurrió a una solución salomónica: el Pacífico fue dividido por el meridiano 159, que cruza las Salomon, y cada uno recibió una zona de responsabilidad. MacArthur tenía el enemigo cerca. Cuando estalló la guerra en 1941, la mayor parte de las tropas australianas se habían desplazado al norte de Africa, para luchar en el Ejército británico, de modo que los japoneses desembarcaron fácilmente en Nueva Guinea y las Salomon, donde había pequeñas guarniciones australianas, que debieron retirarse. Sólo la brigada que guarnecía Port Moresby, al sur de Nueva Guinea, permaneció en su puesto, porque si los japoneses lo tomaban podrían conquistar desde allí Australia. En mayo de 1942, la batalla del mar del Coral contuvo la amenaza japonesa en la zona y, después de Midway, se reforzó Nueva Guinea y los americanos enviaron tropas y aviones a Australia. Port Moresby está al sur de Nueva Guinea, y el 21 de julio de 1942 los japoneses tomaron Buna, en la costa norte, con intención de cruzar la isla y apoderarse de Port Moresby por tierra. Nueva Guinea tiene allí menos de 200 kilómetros de anchura, aunque es un terreno montañoso y cubierto de jungla. Los japoneses hicieron retroceder a los australianos a través de la selva hasta que, en septiembre, las dificultades de abastecimiento les detuvieron a 40 kilómetros de Port Moresby. Dos divisiones australianas y un regimiento americano se trasladaron allí y, a finales de mes, atacaron a los japoneses. Las enfermedades tropicales, sobre todo la malaria, hicieron estragos en la terrible guerra de la jungla, que se prolongó hasta finales de enero de 1943, en que cayó la última posición japonesa. Los aliados lucharon gracias a su aviación, que legó a transportar los puentes y el material pesado. Las condiciones fueron tan duras que murió el triple de hombres por las enfermedades que por operaciones de guerra.
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Babilonia extendió su urbanismo por ambas márgenes del río Eufrates, arteria que la cruzaba en dirección norte-sur. Toda su superficie quedó salpicada también de extraordinarias construcciones civiles, algunas de las cuales se conocen gracias a las ruinas que de ellas han llegado. La ciudad, durante su etapa caldea, estuvo fortificada con dos líneas de murallas. La exterior, de la que se conocen pocos tramos (11,30 km) y ninguna puerta, se levantó en la margen oriental y encerraba campos de cultivo y el llamado Palacio de verano por el norte. La interior, en cambio, fue mucho más compleja (18 km de perímetro), pues contaba con un triple cinturón defensivo, esto es, una línea de tres murallas con un espesor total de 17,70 m: una interior y más alta, de adobe, llamada Imgur-Enlil (6,50 m), una segunda, central (7,20 m), también hecha de adobes, y, tocando a ésta, una tercera o exterior (4 m), de ladrillos, llamada Nemet-Enlil Este triple cinturón, que se hallaba reforzado de tramo en tramo con torres salientes, estuvo rodeado de un foso de unos 50 m de anchura, conectado con el Eufrates, por lo que el recinto de la vieja Babilonia quedaba convertido, a voluntad, en una verdadera isla. Dentro de este circuito de murallas, evaluadas tan fantásticamente en su longitud, anchura y altura por algunos autores clásicos (Heródoto y Ctesias, por ejemplo), y hoy todavía no excavadas sistemáticamente, se hallaban los templos y también significativas construcciones civiles de extraordinaria magnificencia y belleza. La propia muralla y el foso dividían por el norte dos fastuosos palacios. Uno, el Palacio del norte, o palacio principal, parcialmente excavado, fue levantado por Nabucodonosor II ya al final de su reinado. Para ello hubo que rellenar el foso de agua y construir un potente bastión exterior de piedra caliza y formar así una línea defensiva complementaria al otro lado de la muralla. Lo más significativo de este monumento fue el gran salón que destinó el rey Nabucodonosor II (ampliado después por Nabónido) a Museo de Antigüedades -llamado Gabinete de maravillas de la humanidad-, el primer ejemplo de un museo en la historia, y en donde han aparecido, entre otros restos, un famoso león de basalto, dos estatuas de un gobernador de Mari, estelas asirias e hititas y diversas obras de época neosumeria. El otro palacio, resguardado por la muralla urbana, fue construido por Nabopolasar (625-605), reformado y ampliado por su hijo Nabucodonosor II (604-562) y acabado por Nabónido (555-538): es el Palacio del sur, denominado en los textos, a causa de su magnificencia y esplendor, Morada resplandeciente y Centro del país, ubicado entre la Vía de las Procesiones al este, el Palacio del norte por la zona septentrional, por una ciudadela de gruesas murallas, llamada Halsu rabitu, al oeste, y por el canal Libil-hegalla al sur. De planta trapezoidal (322 por 190 m) comprendía cinco grandes patios separados por puertas y corredores rodeados por numerosas estancias a modo de unidades-casa, evaluadas en más de 200 por los excavadores. La entrada, situada al este, sobre la Vía de las Procesiones, daba acceso a un alargado vestíbulo, desde el cual se pasaba, sucesivamente, a dos patios. Ambos patios y sus aposentos anejos estaban destinados al personal de guardia y a los servicios administrativos. Por una entrada monumental, situada también al este y decorada con hermosos ladrillos vidriados, se llegaba al patio más importante (60 por 55 m), desde el cual, mediante tres puertas -la central más elevada-, con bóvedas de cañón, se pasaba al Salón del trono (17,50 por 52 m), abovedado y decorado con ladrillos vidriados, que se hallaba sobre la fachada sur del patio. Más al oeste estaba el primitivo palacio de Nabopolasar, cerrado en su lado occidental por la ciudadela Halsu rabitu, antes citada, con muros de 25 m de espesor, que daba ya al Eufrates. Mucho más al norte (en lo que hoy es Tell Babil), fuera del núcleo urbano, Nabucodonosor II construyó en medio de jardines y palmerales su Palacio de verano, llamado así por la especial disposición de sus muros, dispuestos para proporcionar frescor. Una de las siete maravillas del mundo antiguo, según la tradición clásica, fueron los Jardines colgantes de Babilonia, que todavía hoy excitan la admiración y el interés general. La tradición señala que fueron construidos por la famosísima reina Semíramis, aunque un escritor babilonio, Beroso, contemporáneo de Alejandro Magno, los atribuyó a Nabucodonosor II, quien los levantaría para su esposa Amytis, hija del rey medo Astiages, a fin de que no sintiese nostalgia de las montañas de su lejano país, repletas de árboles y flores. Dado que en el ángulo nordeste del Palacio del sur se descubrió una larga estancia (42 por 30 m) con 14 pequeños aposentos (siete por cada lado), perfectamente sólidos y abovedados, con enormes muros paralelos, y también, en una habitación cercana, un tipo insólito de pozo, formado por tres conductos unidos que habrían posibilitado la elevación de agua (noria hidráulica), se pensó que tales estructuras debieron servir como parte de los cimientos de las terrazas de ladrillos de los Jardines colgantes. Hoy se sostiene, con mejor fundamento, que tales aposentos fueron estancias administrativas (incluso se hallaron en ellas listas con raciones alimentarias para los deportados judíos) y que los Jardines se situaron en el sector noroeste, por el lado occidental del Palacio del norte y de la ciudadela Halsu rabitu, sobre terrazas de distintos niveles, formando así una verdadera montaña artificial, cubierta de verde arbolado. También causaba gran admiración, dado el escasísimo número que de este tipo de construcciones existió en Mesopotamia, el puente que franqueaba el río Eufrates a su paso por Babilonia. Tal puente, el más antiguo del mundo, se levantaba sobre ocho pilares de caliza y ladrillo (han aparecido siete), de 9 m de espesor y situados a 9 m de distancia entre sí, totalizando una longitud mínima de 135 m. La forma de los pilares era aquillada a fin de que el agua no hiciera excesiva presión sobre sus bases. A su alrededor, y en cada lado del río, se hallaban malecones y oficinas, propias de un grandioso muelle fluvial, donde radicaba el karum o mercado central babilónico. Algunos autores hablan de que la calzada del mismo consistía en unas planchas de cedro y ciprés, colocadas sobre largos troncos de palmeras; otros piensan en unas pasarelas de madera, tendidas de un pilar a otro y que deberían quitarse para permitir el paso de las embarcaciones con mástil alto o para impedir la entrada de indeseables en el corazón de la ciudad. Se trataría, si se acepta esto, de un verdadero puente movible. Fue construido por Nabopolasar y restaurado por Nabucodonosor II. Los reyes de la Dinastía caldea (625-538) centraron su actividad arquitectónica también en otras importantes ciudades de su área de dominio. Tales actividades estaban motivadas ante todo por razones religiosas, pero también por el gran interés personal que sintieron por la historia del pasado mesopotámico y por la recuperación de antiguos objetos artísticos, que recogieron y atesoraron en sus palacios. Borsippa, Sippar, Kish, Nippur, Uruk, Isin, Larsa y Akkadé (que todavía subsistía), fueron ciudades que conocieron reformas y reconstrucciones arquitectónicas en la etapa neobabilónica. A modo de botón de muestra sírvanos recordar la magnífica ziqqurratu que se levantó en Borsippa (hoy Birsh Nimrud), muy cerca de Babilonia, creída durante muchísimo tiempo como la verdadera Torre de Babel. Dicha torre escalonada, construida por Nabucodonosor II, y llamada Eurmeiminanki (Casa de los siete conductores del cielo y de la tierra), junto al majestuoso Ezida (el templo de Nabu), de la que todavía subsisten 47 m de altura, competía en belleza con la propia Etemenanki de Babilonia.