LAS AVES SAGRADAS De donde arraiga el Árbol Florido, desde donde macollan sus preciosas espigas, venís acá, aves áureas y negras, venís, aves pardas y azules, y el maravilloso quetzal. Todas venís desde Nonohualco: país junto al agua, los que sois aves preciosas del Vivificador. Sois criaturas suyas. Venís acá, aves áureas y negras, venís aves pardas y azules, y el maravilloso quetzal. Del florido azulejo el penacho está allí. En la preciosa casa del musgo acuático, tendido está: vino a contemplar la aurora. Ya te despiertan tus preciosas aves, ya te desmañana el dorado tzinizcan, el rojo quechol y el pájaro azul que amanece gritando. Hacen estrépito las aves preciosas, que llegan a despertarte. El dorado zacuan y el tzinizcan el rojo quechol y el pájaro azul que amanece gritando. Desde Tamoanchan, donde se yergue el Árbol Florido, vienen nuestros reyes, tú, Motecuzoma, y Totoquihuatzin. Habéis llegado aquí donde está el patio florido. Ya levantáis vuestro canto hermoso... Habéis llegado al centro de las flores. Y allí ya estáis agitando vuestro florido atabal, vuestra florida sonaja. Habéis llegado donde está el patio florido. Ya levantáis vuestro hermoso canto. En el lugar de lililin, ¿Qué dice el ave preciosa? El cual si repicara en el lugar del trino: ¡Libe la miel: que goce: su corazón se abre: es una flor! Ya viene la mariposa, volando viene: abre sus alas, sobre flores anda: ¡Libe la miel: que goce: su corazón se abre: es una flor! LA FLOR DEL ÁGUILA Echa brotes la Flor de Águila, la de ancha fronda. Y están abriendo corolas las Flores del Escudo. ¡Tus flores, Sumo Árbitro, por quien toda cosa vive! Se reparten Flores de Dardo: abren corolas de jade. ¡Tus flores, Sumo Árbitro, por quien toda cosa vive! Con flores y con plumas finas ya se estremece allí: ya no en la presencia de Cacámatl en el Monte de espinas. El Águila da sus gritos, el Tigre lanza rugidos: ya no en la presencia de Cacámatl en el Monte de espinas. Flores se vienen a esparcir se han ahumado la cabeza: tus flores, flores de guerra, Flores de Tigre, allá están, en medio del campo de guerra... En verdad son tus amadas, tus flores, oh dios: se han ahumado la cabeza, tus flores, flores de guerra, Flores del Tigre, allá están, en medio del campo de guerra. Ave Garza anda volando aquel por quien todo vive: Flor de pluma de quetzal en la hoguera se revuelve: viene a hacer caer en lluvia preciosas blancas flores olorosas. Así también un poco vivimos, oh tú por quien todo vive: Flor de pluma de quetzal en la hoguera se revuelve: viene a hacer caer en lluvia preciosas blancas flores olientes. TRES POEMAS SACROS Dé principio yo cantor. Mi canto está entrelazado de rojas y olientes flores, en donde se yergue el Árbol. Se hace el baile con el cacao mixturado, junto a los tambores anda, anda dando su fragancia, se divide. Erguido está nuestro padre: en una arma de esmeraldas está arropado con plumas de quetzal, con joyas engalanado, está lloviendo flores en medio de mil matices. Gocémonos, oh príncipes, demos placer al que da la vida, el canto florido se matiza con preciosos tintes. Llegaron las flores, las flores de primavera ya relucen como sol. Las varias flores son tu corazón, tu cuerpo, oh tú por quien se vive. ¿Quién no quiere tus flores, que no estén en poder de Miccacálcatl? Macollan, abren corolas, se secan las flores que relucen como el sol. Yo de su casa vengo, yo las flores que embelesan elevo: ¡es el canto! Yo doy al mundo mis flores. Bébase la miel de ellas, preciosas flores y olientes se esparcen: son las flores de él, las abre el dios, que en su casa flores de niebla yo tomo... VAYAMOS... Pongo enhiesto mi tambor, congrego a mis amigos: allí se recrean, los hago cantar. Tenemos que irnos así: recordadlo; sed felices, oh amigos. ¿Acaso ahora con calma, y así ha de ser ella? ¿Acaso también hay calma allá donde están los sin cuerpo? Vayamos... pero aquí, rige la ley de las flores, pero aquí, rige la ley del canto, aquí en la tierra. Sed felices, Ataviaos oh amigos.
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La Luftwaffe se componía en 1939 de cuatro Flotas aéreas (Este, Noroeste, Oeste y Sudeste). Cada una de ellas la componía un cierto número de Cuerpos de Ejército y Divisiones del Aire (en los que se hallaban agrupadas las unidades en vuelo, encargadas de la acción ofensiva) y mandos regionales de Aviación, encargados de la defensa antiaérea, organización del personal y material auxiliar, instrucción de reclutas, servicios de abastecimiento, etc.. Una División del Aire integraba varias Escuadras (equivalentes a los Regimientos terrestres), cada una de ellas compuesta por unos cien aviones, divididos en Grupos de a 30 (correspondientes a los Batallones), y estos, a su vez, en Escuadrillas de nueve aparatos (análogas a las Compañías). Las unidades de vuelo ofensivo podían ser de reconocimiento lejano o próximo (con aviones Dornier 17, Heinkel 70 o Henschel 126), de caza (Heinkel 112 o Messerschmitt 109) o de bombardeo. Estas podían operar contra objetivos extensos (Dornier 17, Junkers 89 y Heinkel 111) o contra objetivos reducidos, que utilizaban aviones especializados en bombardeo en picado (Junkers 87 y 88), llamados Stukas. Además, integraban la Luftwaffe unidades de transporte aéreo, de transmisiones, de artillería antiaérea y de paracaidistas. Desde 1938, el Mando Superior conjunto de las Fuerzas Armadas alemanas (Wehrmacht) lo ejercía personalmente Hitler, asistido por el entonces coronel general Keitel, jefe del Alto Estado Mayor (O. K. W.); a cargo del Ejército de Tierra estaba el también coronel general Von Brauchitsch; la Marina de guerra estaba regida por el gran almirante Raeder, y el Ejército del Aire, por el mariscal Göring. La Aviación francesa estaba dividida en tres categorías: terrestre, marítima y colonial, las tres dirigidas desde el Ministerio del Aire, pero para el cumplimiento de sus respectivas misiones dependían también de algunos ministerios específicos. La aviación terrestre se organizaba en cuatro regiones aéreas en la metrópoli y una en el África septentrional. Un general de Aviación mandaba cada región aérea. La unidad básica era el Grupo de escuadrillas. Dos o tres de Grupos formaban una Escuadra aérea, y estas se agrupaban, a su vez, en medias Brigadas y Brigadas del Aire. La aviación colonial se organizaba en cinco mandos aéreos: Levante, Indochina, África occidental, Madagascar y Somalia, cada uno de ellos con medios diferentes. La aviación marítima la formaban cuatro regiones con cabeceras en Cherburgo, Brest, Berre-Saint Raphael y Túnez, si bien también había destacamentos en las colonias. El Ministerio de Guerra tenía a su cargo la defensa antiaérea en las zonas que dependían de los Ejércitos. En el interior, ésta correspondía al Ministerio del Aire, mientras que en los litorales la misión recaía en el Ministerio de Marina. A principios de 1939, las fuerzas aéreas de la metrópoli británica (Royal Air Force) se hallaban integradas por 40 Escuadrillas de caza, ocho de reconocimiento, 57 de bombardeo, 12 de vigilancia de costas y seis de hidroaviones, con un total de 1.751 aparatos. La R. A. F. Era una organización independiente dentro del conjunto de las fuerzas armadas británicas. Sin embargo, la artillería antiaérea dependía del Ejército de Tierra, y existía también una aviación naval afecta a la Marina. La Escuadrilla (Squadron) era la unidad básica de ambos tipos de aviaciones, formada por dos o tres Patrullas de seis aparatos. Dos o tres Escuadrillas formaban a su vez una Escuadra o Ala (Wing). Además de la R. A. F. existían las fuerzas aéreas de los dominios y de las colonias, que actuaban de manera autónoma. Puede decirse que las aviaciones de ambos bandos estaban equilibradas sobre el papel. Sin embargo, la Luftwaffe se adueñaría del cielo europeo de forma absoluta. Su ventaja era abrumadora: buena parte de sus pilotos tenía experiencia militar -España-, su material era superior al de los demás contendientes exceptuando el británico, sus aparatos eran los apropiados para la guerra relámpago que impuso Alemania. La aviación británica, única comparable, peleaba lejos de sus bases (al final de la batalla de Flandes y Francia, sus cazas combatían desde sus bases isleñas, con sólo 20 minutos de autonomía sobre el continente). El adiestramiento en los primeros compases de guerra también era inferior al alemán. En la batalla de Inglaterra ocurría lo contrario y descubrirían los defectos de la aviación de Göring: cazas con escaso radio de acción para proteger a sus bombarderos, que también tenían ese problema, además de escasa capacidad de carga bélica y deficientes defensas activas y pasivas. Y no sólo serían esas las debilidades de la aviación del III Reich, que durante el conflicto fue menos numerosa, menos sólida por falta de materiales estratégicos y mal dirigido el progreso aeronáutico, como ocurrió con el primer caza a reacción: Me-262, al que Hitler quiso convertir en bombardero. De todos ellos, el mayor problema fue el de la producción: entre 1940 y 1945 se construyeron 700.000 aviones de todo tipo en el mundo. USA fue el primer productor, con 303.239 aparatos; Gran Bretaña puso en el aire 125.254, Alemania 11.500... Por bloques, los aliados construyeron 284.000 y el Eje apenas alcanzó los 200.000.
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La progresiva expansión del Estado asumiendo bajo su control espacios sociales cada vez más amplios, se consumó en el siglo XIX de manera decisiva en el ámbito de la Educación Superior: centralización, uniformidad, reglamentación inacabable, rigidez carente de vida y, por lo mismo, letargo e inoperancia fueron las notas dominantes que produjo la reforma universitaria de 1845. El gobierno consiguió, a fuerza de control, paralizar la poca vida corporativa que aún podía tener la Universidad española, cerrada además a cualquier influencia externa desde el siglo XVI. Gráfico
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La necesidad de una Constitución integradora, que permitiera a los diferentes partidos gobernar de acuerdo con sus propios principios, nos indica, en primer lugar, la existencia de partidos con principios. Frente a la extendida creencia de que las ideas estaban completamente ausentes de la vida política, porque ésta consistía básicamente en el reparto de los beneficios del poder, y de que los partidos liberal y conservador no se distinguían uno de otro porque ambos eran meras redes de influencias políticas, o de caciques, hay que afirmar que, aunque efectivamente existía una componente clientelar muy fuerte y los partidos no eran fundamentalmente partidos de opinión, las ideas sí estaban presentes y desempeñaban un papel importante, en parte como informadoras de todo el sistema y en parte como legitimadoras del lugar que cada partido ocupaba en el mismo. Tanto el partido conservador como el liberal compartían un intenso sentimiento nacionalista, junto con lo esencial del liberalismo y el capitalismo de la época: sus objetivos comunes eran hacer compatibles la libertad política y el orden social, y sacar a España del atraso en que se encontraba. Pero conservadores y liberales fueron continuadores de dos diferentes tradiciones del liberalismo español: las que provenían de la Unión Liberal y del partido demócrata, respectivamente. En los debates constitucionales y en los relativos al ordenamiento jurídico de los principales aspectos político-sociales, especialmente numerosos en los momentos iniciales del régimen, ambos partidos expusieron doctrinas diferentes que plasmaron en distintos textos legales. Frente a la pretensión de los moderados -aliados del grupo de Cánovas en la restauración alfonsina- de restablecer la Constitución de 1845, Cánovas impuso su criterio favorable a la elaboración de una nueva Constitución con el carácter integrador ya indicado. Para conseguirlo, el político malagueño actuó con gran habilidad política, promoviendo la escisión del partido constitucional, el partido que se vislumbraba como posible alternativa de izquierda, pero que durante 1875 todavía defendía la vigencia de la Constitución de 1869. Un grupo de dicho partido, dirigido por Manuel Alonso Martínez, se apartó de las tesis defendidas por Sagasta y la dirección del mismo, formando un nuevo partido llamado Centro Parlamentario, dispuesto a colaborar con Cánovas. En la Comisión de Notables encargada de la elaboración del proyecto constitucional, canovistas y centralistas se impusieron a los moderados. La operación le salió redonda a Cánovas: logró la Constitución que quería, marginó a los moderados en la derecha del sistema, y forzó a los constitucionales a aceptar las reglas del juego establecidas por él.
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Los descubrimientos colombinos plantearon a los Reyes algunos problemas que resolvieron en muy pocos meses, como el de la incorporación de las Indias a la Corona de Castilla y el derecho a ocupar las nuevas tierras. Fueron dos cuestiones casi simultáneas e íntimamente relacionadas. Las Indias, como Canarias y Granada, eran bienes gananciales del matrimonio formado por los Reyes Católicos. Como tales podían ser puestas en la Corona de Aragón o en la de Castilla. Los monarcas decidieron anexarlas a Castilla y en un plazo rapidísimo; el transcurrido entre marzo de 1493 (fecha de la llegada de Colón con la noticia de su descubrimiento) y mayo del mismo año, cuando la primera bula Inter Coetera señalaba ya que pertenecían a los Reyes de Castilla y León para siempre. Aunque se desconoce la razón de semejante decisión, está indudablemente relacionada con la necesidad de tener que negociar con Portugal unos límites de lo descubierto, para lo que Castilla, y no Aragón, contaba con un tratado básico que era el de Alcaçobas-Toledo. La misma razón motivó el asunto de las bulas. Los Reyes no acudieron al Papa porque fuera el dominus orbi, como se ha dicho, pues no existía tal doctrina en la Iglesia, aunque la escuela canonista atribuía al Pontífice poder disponer de las tierras de infieles, lo que no era el caso de las Indias, habitadas por paganos. Simplemente acudieron a él buscando un arbitraje a su diferendo con otro príncipe cristiano, dado que el tratado de límites con que contaban para resolver el conflicto, el mencionado de Alcaçobas-Toledo, no resolvía la cuestión. El asunto era urgente a la vista de lo manifestado por el rey portugués a Colón tras su regreso del viaje descubridor. Los Reyes Católicos aprovecharon la circunstancia de que el Papa Alejandro VI era español para equiparar sus derechos sobre las Indias a los que los portugueses habían logrado anteriormente en sus dominios africanos. Las bulas se dieron en 1493 y han planteado muchos problemas, pues fueron documentos antedatados (sus fechas no corresponden al día, y a veces ni al mes, en que se expidieron). Fueron cinco: La primera Inter Coetera, fechada el 3 de mayo, llamada comúnmente de donación, porque en ella el Papa concedía a los Reyes de Castilla las tierras descubiertas y por descubrir, hacia la India, que no pertenecieran a ningún príncipe cristiano. La segunda Inter Coetera, fechada el 4 de mayo, llamada de partición, porque dividía el océano en dos partes, mediante una línea de polo a polo (un meridiano, aunque con algún sesgo), que se trazaría a 100 leguas al oeste las islas Azores y Cabo Verde. Las tierras al occidente de dicha línea serían para Castilla y las del oriente portuguesas. La Piis Fidelium, fechada el 25 de junio, bula menor dirigida a fray Bernardo Boyl, dándole facilidades para ejercer su labor misional. La Eximiae Devotionis, de 3 de mayo, otra bula menor, por la cual se daban a los Reves Católicos en sus territorios los mismos privilegios otorgados a los Reyes de Portugal en los suyos. La Dudum Siquidem, de 26 de septiembre, igualmente bula menor, también llamada de ampliación de la donación, porque ampliaba la concesión de la primera Inter Coetera, señalando inequívocamente que serían para los castellanos las tierras que hubiera hacia la india. Las únicas bulas que establecieron donación fueron, por tanto, la primera Inter Coetera y la Dudum Siquidem, mientras que la segunda Inter Coetera se limitó a señalar una frontera entre los dos países descubridores. No aceptó el monarca portugués la línea papal de demarcación -y esto demuestra que no existía la teoría del dominus orbi- y empezó una negociación diplomática entre Castilla y Portugal. Juan II propuso que en vez de un meridiano se trazara un paralelo, reservando a los portugueses la zona austral y dejando la septentrional para los españoles. Los Reyes Católicos insistieron en el meridiano y ofrecieron correrlo más hacia el oeste: hasta 250 leguas e incluso 350 desde Cabo Verde, pero Juan II siguió empeñado en que era necesario llevarlo más lejos, lo que hubo que aceptar al fin. Se acordó colocarlo a 370 leguas al oeste de Cabo Verde. El convenio se plasmó en el Tratado de Tordesillas, firmado el 7 de junio de 1494. Las tierras descubiertas o que se descubrieran al oeste de dicha línea serían castellanas, y las situadas al este de la misma serían portuguesas. La nueva línea, que caería luego hacia la desembocadura del Amazonas, permitió la ocupación de Brasil por parte de Portugal. El empeño del rey de este país por conseguir el paralelo, o al menos un meridiano tan alejado de Cabo Verde, se ha interpretado lógicamente como consecuencia de haber descubierto ya el Brasil, pues no se explica de otra manera.
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Al contrario de lo que ocurre con las estatuas de guerreros, las cabezas aparecidas en los castros corresponden tanto al convento lucense como al bracarense dentro del mundo castreño-romano del Noroeste: Barán, Cortes y Narla (provincia de Lugo); Armea y San Cibrán de Lás (Orense), O Castro, Gaxate y Agudelo (Pontevedra) y Monte Mozinho, Chaves y Tres Minas (Portugal) por citar sólo algunas de las piezas conservadas. En Asturias (San Chuis) también hay ejemplos, lo que demuestra que esta plástica es propia de todo el ámbito de la cultura castreña. Existen muchas discusiones tanto sobre la cronología como acerca de la función de estas piezas, pues sus características en un territorio como el galaico pueden corresponder a un espacio temporal muy amplio, a lo que hay que añadir que no todas las piezas responden a la misma tipología. Parece claro que algunos ejemplares estarían destinados a ser empotrados en las paredes de las construcciones. Así, los procedentes de los Castros de Cortes, Barán y Armeá, que más bien dan un modelo de relieve plasmado en una piedra con rasgos muy sumarios. Son piezas interpretadas como cabezas-cortadas a imitación de las tétes-coupées de las Galias, tan estudiadas por Benoit, que otros autores llaman cabezas-trofeo o piensan hallarse ante retratos funerarios. Precisamente estas cabezas y otras de grupos diferentes son las que durante mucho tiempo representaron la imagen de la escultura del celtismo de toda la cultura de los castros, algo que hoy no se puede considerar, ya que nos encontramos frente a una escultura que aparece en castros en los que hay elementos romanos, por lo que no se puede hablar de escultura prerromana en su totalidad, a no ser que pensemos en los precedentes que sin duda hubo, pero ejecutados en madera. Otro grupo está constituido por obras totalmente exentas, como las de Santa Iria, O Castro y Narla, de facciones muy rudas con la representación de los rasgos en forma muy simple. Caso aparte lo constituyen los llamados ídolos de Logrosa, que son piezas singulares dentro de la plástica castreña. Aparecieron, al parecer, junto con inscripciones dedicadas a Júpiter, por lo que se ha establecido una discutible relación entre las aras y los bustos. Se trata de dos grandes bloques de granito en los que se aprecian claramente los brazos con las manos cruzadas sobre el pecho y los dedos abiertos. Tienen la cabeza plana al igual que la cara y poseen torques al cuello.Un grupo no muy numeroso es el constituido por las representaciones de animales. Pero hay que tener en cuenta que este tipo de escultura zoomorfa no es propio de la cultura castreña del Noroeste. De hecho lo que podríamos llamar cultura de los verracos se extiende, esencialmente, por la zona portuguesa de Tras-Os-Montes (que no pertenece propiamente al área estudiada en este trabajo) y por el área que López Monteagudo denomina de la cultura de los castros de la Meseta, es decir, en zonas en las que la propia cultura castreña galaico-portuguesa no tiene presencia. De todas formas existen algunos ejemplares, tanto de cuerpo entero como simplemente cabezas de diferentes animales, que se pueden mencionar. Entre los primeros, el de Viana do Bolo (Orense) y Monterroso (Lugo) y, entre los segundos, una serie de piezas que tal vez se hiciesen para empotrar en las paredes de las construcciones. Por lo que hoy sabemos, estas esculturas zoomorfas parecen ser un elemento de la influencia de las culturas de los castros de la Meseta en el Noroeste hispánico ya que su aparición está muy localizada. Algo semejante a lo que ocurre con un sistema defensivo, propio también del ámbito castellano-leonés, como es el de las piedras hincadas, que solamente encontramos en la Gallaecia en su parte oriental (O Incio, O Laurel...), lo que demuestra claramente su origen.
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Al principio, los romanos construyeron sus carreteras con fines exclusivamente militares, siendo los legionarios los encargados de su construcción y mantenimiento. Desde Roma salían 29 caminos dispuestos en abanico que enlazaban la ciudad con las provincias italianas y, tras sobrepasar los Alpes, se extendían por los países circundantes. Estas carreteras eran llamadas consulares, y la red se complementaba con las calzadas secundarias, de carácter provincial. El uso militar pronto dio paso al económico, incrementando el tráfico comercial. Pronto se exigió el pago de un peaje en los pasos entre provincias y, a finales del Imperio, se designaron funcionarios para inspeccionar los vehículos e impedir su sobrecarga. Las calzadas tenían en general la parte central reservada a los carros y animales, siendo los laterales, más altos, exclusivos para el paso de peatones. Por ellas circulaba el correo imperial (cursus publicus) por parte de funcionarios autorizados. Los gastos de correo, muy elevados, eran sufragados por las provincias, pues era necesario construir diversa infraestructuras para su correcto funcionamiento. Así, junto a las calzadas se levantaron mansiones, albergues, stationes o caballerizas. También las provincias debían costear el salario de los funcionarios públicos encargados del mantenimiento de la calzada: obreros, arrieros, veterinarios, conductores, etc. Igualmente, los gastos inherentes a la estancia de personas y animales estaban a cargo de las provincias. Frente al Estado, también había organizaciones particulares que alquilaban coches y animales y que hacía frente al transporte del coreo particular. Las paradas se hacían cada 5 kms., recorriendo unos 30 kms. diarios. En cada parada el viajero podía comer o beber en los figones que estaban al lado de las oficinas de correo. Al llegar la noche podía dormir en un albergue oficial -si era funcionario del Estado- o en uno particular. A pesar de una red tan eficaz de carreteras, el transporte resultaba lento y caro, en especial en relación con el transporte fluvial o marítimo. Por este motivo, la gran mayoría del tránsito de mercancías era de escala local.
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Los cadáveres amontonados en los patios de los hospitales y los conventos se convierten en los protagonistas de este grabado, en el que vemos a una figura que expresa la impotencia y la desesperación del pueblo madrileño ante estos acontecimientos.
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Corría el año 334 a.C. Tras haber concluido con mano de hierro e sometimiento de las ciudades griegas comenzado por su padre Filipo Alejandro cruzó el Helesponto en busca de la gloria imperecedera del héroe...y de paso, de la derrota del poderoso reino persa. Tras vencer sobre el río Gránico, casi en la misma frontera, a un primer ejército aqueménida, el macedonio avanzó por tierras de Anatolia y en la puertas de Cilicia, la llave de Asia, venció por vez primera en la batalla de Isso al Gran Rey Darío en persona. Y entonces en lugar de marchar sobre el corazón de Imperio, Alejandro se dirigió hacia el Sur, se aseguró la costa fenicia, tomando Tiro tras un durísimo asedio (333-332 a. C.), y siguió hasta Egipto, donde los sacerdotes de Amón le recibieron como un dios. Una vez asegurada su retaguardia y evidenciada ante todos su condición sobrehumana, pudo por fin Alejandro atacar Mesopotamia, vencer en la batalla definitiva de Gaugamela (otoño del 331 a.C.) y, poco después, recibir noticias de la muerte del Gran Rey. El Imperio era del macedonio, al igual que Babilonia, las mujeres y tesoros del persa. Sin embargo, poseído de una energía entre demoníaca y divina, Alejandro arrastró a su exhausto ejército siempre hacia el Este, a regiones de nombre cada vez más exótico: Media y Partia, Hyrkania y Aracosia, Bactria y Sogdiana... fundando por el camino Alejandrías, poleis griegas bautizadas con su nombre que serían focos de civilización helenística en los siguientes siglos, incluso en lo más remoto de Asia. También, masacrando sin piedad a las poblaciones locales que se resistían. Llegaron así los macedonios al Indo, obteniendo victorias sobre ejércitos y reyes ignotos en el Hydaspes (326 a.C.). Pero el ejército se divorciaba de su líder: sus soldados y generales querían gozar de lo obtenido y no agotarse en marchas sin fin... Alejandro hubo de regresar a Babilonia. Y allí, un día de junio del 323 a.C., once años después de cruzar el Helesponto, Alejandro murió, aún joven pero agotado. Dejaba un Imperio que medía cuatro mil ochocientos kilómetros de oeste a este; un legado imposible de mantener por una sola persona. Comenzaban los días de los generales.