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Las Capitulaciones de Santa Fe Por el mes de febrero de 1492, Colón había superado ya el largo calvario de siete años por tierras castellanas y sólo faltaba concretar por escrito las condiciones que ambas partes interesadas en la empresa, los Reyes y Colón, se comprometerían a cumplir. El 17 de abril de dicho año de 1492 se firmaban las Capitulaciones de Santa Fe, carta magna en la historia del descubrimiento de América y garantía de su descubridor. La iniciativa de este documento y de su contenido la llevó siempre Colón. jamás Fernando e Isabel hubieran concedido por propia voluntad privilegios tan amplios y tan medievales de no haber sido forzados a ello por exigencia colombina. Bien dice Las Casas refiriéndose a momentos anteriores que hacía más difícil la aceptación deste negocio lo mucho que Cristóbal Colón, en remuneración de sus trabajos y servicios e industria pedía. Era el precio del descubrimiento. Elaboradas cuidadosamente, las Capitulaciones fueron redactadas por el secretario aragonés Juan de Coloma y por el religioso fray Juan Pérez; aquel representando a los Reyes y éste a Cristóbal Colón. Sobre su validez jurídica, los estudiosos se han planteado si el citado documento fue una merced o un contrato88. Ambas interpretaciones tienen sus partidarios y también influencia diversa en la organización de los primeros años de vida indiana. Si merced, quiere decir concesión graciosa y, por ende, revocable siempre que los monarcas lo creyeran oportuno; mientras que si se trata de un contrato, es un acto bilateral del que emanan derechos y obligaciones para las partes que intervienen. Esta interpretación es para nosotros la correcta, y solamente así se explica la razón de los pleitos colombinos o reclamaciones hechas por vía judicial contra la Corona por los descendientes de Colón cuando entendieron que había habido incumplimiento de lo capitulado en Santa Fe. Como ya habíamos visto, empieza el documento de las citadas Capitulaciones con un preámbulo curioso, pues reconoce navegaciones y descubrimientos colombinos anteriores a 1492: Vuestras Altezas dan e otorgan a don Christóval de Colón en alguna satisfación de lo que HA DESCUBIERTO en las Mares Océanas y del viage que agora con el ayuda de Dios ha de fazer por ellas en servicio de Vuestras Altezas. En función de ello, Colón se atribuía la posesión de esa parte del Océano o mar libre. Y podía hacerlo porque lo navegó primero que nadie. Mas, como no tiene recursos para ejercer su dominio, busca el apoyo de un príncipe a quien se las dí como cosa que era mía dirá con increíble soberbia posesiva; porque en su mano estaba del dicho Almirante, después de Dios Nuestro Señor, de las dar a cualquier príncipe con quien él se concertase, insistirá su hijo Diego. Es decir, Cristóbal Colón transfiere la posesión o señorío a los Reyes Católicos, y éstos entonces como señores que son de las dichas mares océanas podrán corresponder a cambio en alguna satisfación a Colón. Hasta aquí, el compromiso colombino. El resto de la Capitulación obliga directamente a los Reyes, concretándose sus obligaciones en cinco capítulos que detallan honores y privilegios a recibir por el descubridor y que se resumen a los siguientes: -- El oficio de Almirante de la Mar Océana en todas aquellas islas y tierras firmes que por su mano o industria se descubrirán o ganarán. También se concreta que el dicho oficio sea vitalicio para durante su vida y hereditario de uno en otro perpetuamente, además de equiparar su Almirantazgo en prerrogativas y preeminencias al del Almirante Mayor de Castilla don Alfonso Enríquez. -- Don Cristóbal Colón es nombrado Virrey y Gobernador general de todo lo que el descubriere o ganare en las dichas mares. Nada se dice en esos oficios de hereditariedad. Sí se le reconoce, sin embargo, el derecho a proponer a los Reyes tres personas para los cargos de oficiales --regidores, alcaldes, alguaciles, etc-- entre las que sus Altezas elegirán a uno. -- La décima parte de todas las ganancias habidas dentro de los límites de su Almirantazgo. -- El cuarto capítulo encontrará cierta prevención por parte de los Reyes --todo lo que sonara a merma de la justicia real les ponía rápidamente en alerta-- pues don Cristóbal, personalmente o a través de sus tenientes, pretendía resolver todos los pleitos derivados del tráfico con las nuevas tierras. Su aprobación quedaba condicionada a si disfrutaba de este derecho don Alfonso Enríquez y a que fuera justo. Nunca se cumplió. -- Por último, se le concede a Colón el derecho a contribuir, si así lo deseare, con la octava parte de los gastos de cualquier armada, recibiendo a cambio la octava parte de los beneficios. La experiencia adquirida por Colón en Castilla, a más de la vida en Portugal, le ha enseñado mucho acerca de la nobleza, sobre todo de la de más rango y dignidad que sigue inmediatamente a los reyes. Ha observado que lleva una vida rodeada de lujo y refinamiento; que ocupa cargos de preeminencia; que posee amplísimos señoríos y que dispone de rentas muy cuantiosas. Cristóbal Colón aspira a formar parte de la misma, al igual que cualquiera de aquel entonces. Y pone un modelo: nada más y nada menos que don Alfonso Enríquez, miembro de una familia entroncada con la realeza, tío carnal del rey Católico y primo de la Reina, Almirante mayor de Castilla de forma vitalicia y virrey gobernador temporal allende los puertos --territorio castellano-leonés comprendido entre el Sistema Central y el Cantábrico-- mientras los Reyes Católicos acudían a la guerra de Granada. ¡Qué se le podía pedir a un hombre --don Cristóbal Colón-- que en un rasgo de sinceridad llegaba a decir: pensando lo que yo era me confundía mi humildad; pero pensando en lo que yo llevaba, me sentía igual a las dos Coronas! Por. las Capitulaciones de Santa Fe, Colón tenía asegurados sobre el papel títulos semejantes a los de la más alta nobleza y ganancias cuidadosamente concretadas que le permitieran mantener esa grandeza nobiliaria. Como Almirante controlaría toda actividad por el mar oceánico hasta donde llegase el agua salada dentro de su demarcación. Y como virrey y gobernador se reservaría ejercer los máximos poderes jurisdiccionales y de gobierno sobre las nuevas tierras que se descubrieran y ganasen, siempre, eso sí, en delegación de los monarcas castellanos. De hacerse realidad todo esto, un imperio esperaba a la dinastía de los Colón. Faltaba por concretar un detalle para que las aspiraciones colombinas quedasen satisfechas: hacer hereditario no sólo el Almirantazgo, sino también el Virreinato y la Gobernación. Fue así que el 30 de abril, en Granada, los monarcas dictaron una Real Provisión por la que vos fazemos merced de los dichos oficios de Almirantazgo e visorrey e governador por juro de heredad para siempre jamás. Pero este documento no es contrato, sino merced; por tanto revocable, como así sucederá pocos años después. Cuando los Reyes Católicos estaban manteniendo aquí en Castilla una dura pugna por recuperar el control último de la justicia, no era lógico que hipotecaran la de unos territorios tan alejados en favor de una familia.
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El 17 de abril de 1492, en Santa Fe, los monarcas y Colón firman un documento conocido como las Capitulaciones por antonomasia, aunque esa palabra no figura en el texto, y aunque los especialistas discutan si lo eran realmente y por tanto constituían un contrato de obligado cumplimiento por ambas partes, o si era una merced otorgada por los reyes y susceptible entonces de ser revocada unilateralmente, como en efecto lo será. El polémico documento contiene las cosas suplicadas que se dan y otorgan a Colón en alguna satisfacción de lo que ha descubierto en las Mares Océanas, misteriosa expresión que unos ven como una prueba del llamado predescubrimiento y para otros alude a una redacción posterior al primer viaje, pero que quizá no sea más que una errata. En cualquier caso, se concede a Colón todo lo que pedía: recompensas políticas como nombramiento de almirante ("para durante su vida y después de él muerto a sus herederos y sucesores de uno en otro perpetuamente"), virrey y gobernador general de las tierras que descubriera; y unas impresionantes recompensas económicas: el diez por ciento de todas las riquezas que hubiera en esas tierras ("perlas, piedras preciosas, oro, plata, especiería y otras cualesquiera cosas y mercaderías") y el 12,5 por ciento -la ochena parte- de participación en los costos y utilidades del comercio que se estableciera con ellas. La historia posterior hará ineludible el incumplimiento de este acuerdo por parte de la Corona. Las Capitulaciones resultaron, en afortunada expresión de Chaunu, un monstruo jurídico que costaría años reducir a dimensiones de un abuso soportable. Los años que duraron los famosos Pleitos colombinos, iniciados en 1508.
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Se hicieron así las llamadas Capitulaciones de Santa Fe, firmadas el 17 de abril de 1492, en las que Colón pidió los títulos de Almirante Mayor de la Mar Océana, Virrey y Gobernador General de las tierras que descubriera, el derecho de terna (presentación de tres nombres) en los nombramientos de regidores, el décimo o 10% de todas las mercancías que se negociaran en las Indias, derecho de exclusividad en los pleitos que surgieran por las mercadurías indianas, y de contribuir con un ocheno u octava parte (12,5%) de los gastos de armar naves comerciales, obteniendo entonces el mismo porcentaje de los beneficios. Los Reyes aceptaron todas las mercedes solicitadas, excepto el derecho de exclusividad en los pleitos, que dejaron pendiente de verificación, y entregaron a Colón una serie de documentos para su comisión, tales como una carta de presentación (en latín) para los príncipes cristianos que pudiera encontrar, otra (también en latín) para el Gran Khan que reinaba en China, los privilegios pedidos por Colón (nombramientos de Almirante y Virrey), una merced del título de don, y cinco provisiones para la puesta en marcha de la expedición. Entre ellas figuraban un seguro para que pudieran enrolarse en la expedición quienes tuvieran delitos pendientes, así como una orden a los vecinos de Palos de la Frontera para que pusieran a disposición de Colón las dos carabelas que estaban obligados a pagar "por haber deservido". Esta ultima provisión explica en parte -se han tejido las más diversas hipótesis al respecto- por qué se escogió Palos de la Frontera como punto de partida. Dicha Villa estaba castigada por haber deservido, es decir, por no haber servido a los Reyes (no sabemos cuándo, pero posiblemente durante la guerra de Granada), a pagar dos carabelas al servicio de la Corona por el tiempo de un año. Para la expedición hacían falta tres, con lo que el problema se redujo a buscar la tercera. La provisión ordenaba a los paleños entregar a Colón las dos carabelas. Cristóbal Colón abandonó Granada el 12 de mayo. Pasó seguramente por Córdoba para dejar sus dos hijos al cuidado de doña Beatriz Enríquez de Arana y llegó a Palos el 22 del mismo mes. Allí presentó la provisión de castigo anteriormente citada, que se leyó el día 23 en la iglesia de San Jorge. Colón encontró muchas dificultades para enrolar la tripulación. Recurrió al seguro y logró que se apuntaran cuatro presos. Luego logró enrolar en la expedición a Martín Alonso Pinzón, el pescador rico de Palos, jefe de una gran familia y hombre de confianza para sus gentes. ¿Cómo logró convencerlo? El Padre Las Casas razonó: "Algo debió prometerle Colón a Martín Alonso Pinzón, porque nadie se mueve si no es por su interés". Jamás sabremos qué le prometió, no obstante, pues Martín Alonso murió a poco de regresar del viaje y Colón se cuidó mucho de no decir nada sobre este particular. Tras el rico del pueblo, se enrolaron muchos paleños, moguereños y gentes de Huelva, que formaron el grueso de la marinería. El alistamiento empezó el 23 de junio y debió ser de cerca de cien hombres. Más complicada fue la elección de los barcos, asunto que Colón dejó en manos de Martín Alonso, que los conocía bien por razón de su oficio. Este escogió una carabela de Palos y otra de Moguer, que fueron la Pinta (propiedad del paleño Cristóbal Quintero) y la Niña (propiedad de la familia Niño). El tercer barco no fue una carabela, ignoramos por qué razón, sino una nao o carraca pequeña. Se llamaba la Santa María, alias La Gallega. Era propiedad de Juan de la Cosa, marino montañés residente en el Puerto de Santa María, donde parece que Colón negoció la embarcación. La Santa María estaba hecha en astilleros del norte y tenía 100 toneladas de arqueo y 25 metros de eslora. Como era la nave de mayor porte y tenía castillo (donde se instaló Colón con sus mapas y enseres), se convirtió en la capitana. En la nao iban diez hombres del norte, muchos de ellos vascos, y los oficiales reales (escribano Rodrigo de Escobedo, el veedor Rodrigo Sánchez de Segovia y el repostero de estrados del Rey, Pedro Gutiérrez), además del judío converso Luis de Torres, que sabía árabe y hebreo. El 1 de agosto se cargaron los alimentos. Al día siguiente embarcó la tripulación. El 3 del mismo mes, media hora antes de salir el sol, se soltaron amarras y se efectuó el desatraque. Las tres naves avanzaron hacia la barra del Saltés. La Santa María iba capitaneada por Colón, la Pinta por Martín Alonso Pinzón, y la Niña por Vicente Yáñez Pinzón.
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Fuera del ámbito cercano al Inca, encontramos a otras mujeres detentadoras de poder. Un caso especial de mujeres que ejercieron jefatura política es el de las llamadas por los españoles capullanas, en las regiones de la costa norte. Recibieron este nombre al parecer por vestir un traje similar al llamado capuz, prenda utilizada en España. Mencionan a las capullanas varios cronistas, entre los que cabe destacar por lo temprano de su testimonio Pedro Cieza de León. Otro de estos cronistas, Reginaldo de Lizárraga, cuenta que "Estas capullanas, que eran las señoras en su infidelidad, se casaban como querían, porque en no contentándoles el marido, le desechaban y casábanse con otro". También las Casas insite en la idea de que en las tierras de los yungas no heredaban varones sino mujeres, que eran estas capullanas. Gráfico Parece que estas jefaturas o señoríos femeninos permanecían asentados en las regiones de la costa norte cuando llegaron allí los primeros españoles. Precisamente Cieza de león cuenta cómo en una de las expediciones primeras de Pizarro, uno de sus hombres, Pedro Halcón, se enamoró perdidamente de una de estas cacicas, hasta el punto de casi perder el juicio y pretender romper con Pizarro. No existen evidencias de instituciones similares en otros territorios del Tahuantinsuyu. Es posible que la expansión incaica acabara con otras tradiciones de matriarcado anteriores, y quizá en el norte aún pervivieran por haber sido la conquista inca tardía. Lo cierto es que durante el virreinato pervivieron estas formas de poder femeninas, tal y como consta en la documentación administrativa.
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Ya antes de la muerte de Luis XIV pueden percibirse nuevos aires en el arte francés. Desde los últimos años del siglo XVII hotêls y châteaux empiezan a manifestar tímidamente un alejamiento del sentido monumental, un paulatino cambio del gusto que quedará definitivamente fijado durante la Regencia.Los cambios en la arquitectura llegan a la par que los producidos en las ideas y costumbres, aunque es conveniente señalar que esto se produce en el ámbito restringido de una parte de la sociedad esencialmente parisina. Una sociedad que huye de la austeridad y de la opresiva etiqueta del agonizante Versalles y se reorganiza en los hôtels de la capital y en las casas de recreo de sus alrededores. Muchos años después el anciano Jacques François Blondel en su "Curso de Arquitectura" (1771) denuncia los caprichos de la moda, "fuente de todas las vicisitudes del arte", y los califica como arquitectura frívola y licenciosa.Al exterior suelen distribuirse las construcciones en dos pisos simétricos, se baja la altura de las mansardas de pizarra y se tiende a abandonar el ladrillo en favor de la piedra. Salvo en aquellos edificios en que se pretende dar un signo de especial importancia, se suprimen los órdenes, las grandes columnas en las fachadas, si bien es cierto que se disponen tan bien articuladas y proporcionadas que sin ninguna violencia podrían encajarse aquellas a posteriori.Sin embargo, la nota fundamental de esta nueva arquitectura reside en la neta distinción entre el interior y el exterior, por otra parte lógico en una sociedad respetuosa con las costumbres en la vía pública, pero liberada en su vida privada. La distribución de los interiores viene determinada por la específica diferenciación de las funciones y fines del edificio, lo que los contemporáneos llaman convenance. Los principales tratados de la primera mitad del siglo XVIII se consagran a la distribución y a la decoración de los interiores. El "Cours d'architecture" de D'Aviler, publicado en 1691, se enriquece en su edición de 1710 con un suplemento de Le Blond sobre esta cuestión. Gilles Tiercelet publica en 1728 su "Architecture moderne ou l'art de bâtir pour toutes sortes de personnes" y la primera publicación de J. F. Blondel de 1737 se titula "De la distribution des maisons de plaisance et de la décoration des édifices en général". En el mismo sentido escribe Charles-Etienne Briseux en 1743 el "Art de bâtir des maisons de campagne oú l'on traite de leurs distribution, de leur construction et de leur décoration".La transformación más importante afecta a la manera de disponer las paredes divisorias. La estructuración en pabellones permite el reagrupamiento de los espacios, frente a las enfilades, espectacular colocación en hilera de las habitaciones, una detrás de la otra, habituales en la época de Luis XIV; espectaculares sí, pero no cómodas. Los interiores del siglo XVIII no ganan en belleza sino en confort y en intimidad. Las piezas se hacen más pequeñas, más agradables y más prácticas y cada una consigue su autonomía y se adapta a su función.Son notables los adelantos que tienen lugar en el campo de la higiene y la climatización: se multiplican los cuartos de baños, los cabinet de toilette (tocadores), los depósitos de agua, se hacen los primeros ensayos de refrigeración, se perfecciona el tiro de las chimeneas y se adopta la estufa a la alemana que produce un calor más regular y que, al permitir su carga por detrás abierta a un cuarto de servicio, reduce el continuo trasiego de la servidumbre por las habitaciones principales. Aparecen las persiennes, contraventanas exteriores que sustituyen a los postigos interiores, contemporáneas de las "Lettres persanes" de Montesquieu, y los excusados a la inglesa con válvula que evita los olores, de las mismas fechas que las "Lettres anglaises" de Voltaire.Indudablemente otro aspecto esencial y el más manifiesto de esta arquitectura radica en la decoración interior, hasta el punto de ser su principal motivo ornamental, la rocalla, la que ha originado el término Rococó. A la decoración y a los decoradores dedico luego un específico apartado.Por último, no puedo dejar de aludir a un fenómeno generalizado en todas las artes del momento; me estoy refiriendo al protagonismo de la luz. El Siglo de las Luces evita las sombras y considera el colmo del mal gusto los espacios oscuros, hasta el punto de que algunas vidrieras góticas se destruyen para dejar pasar la claridad. En la planta baja de los edificios se impone la puerta-ventana que además de permitir la entrada de más luz, ésta lo hace desde el suelo, evitando por lo regular los puntos luminosos desde arriba. Favorecen esta impresión los interiores pintados de blanco o colores difuminados (rosa, azules o amarillos claros) y la utilización del dorado y los espejos que potencian sus efectos. La luz artificial se dispone en apliques en la pared, candelabros y lámparas, pero colgados a una no excesiva altura. El efecto general se enriquece además con nuevos y más ligeros tipos de muebles, sedas, porcelanas, artes suntuarias que adquieren un especial significado en la residencia del siglo XVIII.
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Pero tal vez la manifestación artística más llamativa de Valdivia sean las figurillas de cerámica, porque se trata de nuevo del comienzo de una larguísima tradición que continuará hasta el Postclásico no solamente en el área Intermedia, sino también en otras áreas como Mesoamérica y el Suroeste y Sureste de los Estados Unidos de Norteamérica. Las figurillas más tempranas son de piedra, en forma de una placa rectanguloide, con ojos y piernas indicados por medio de trazos grabados. Hacia el 2300 a. C. hacen su aparición las tan características figurillas de cerámica. De factura maciza, se modelan a mano, empleando una arcilla fina y arenosa que resulta de color gris claro una vez cocida. La superficie, engobada en rojo, suele estar pulida con cuidado. Se configuran a partir de dos rollitos cilíndricos, unidos para formar el tronco y separados para las piernas. A esta base se añade la cara, plana y sin nariz, con ojos y boca representados por medio de hendiduras, así como las cejas. Destaca el cabello, formando una especie de gran peluca que se desprende con facilidad. Los tipos de peinados son de una gran variedad, contrastando con la escasez de atuendo, ausente por lo general. Tampoco se encuentran en las figurillas adornos faciales u ornamentos de cualquier clase. La mayoría parecen ser de sexo femenino, con senos redondeados y prominentes. Otras tienen una proyección cónica en el abdomen, tal vez indicando sexo masculino y algunas presentan además senos, dando la impresión de una representación bisexual. La posición más común, con pocas excepciones, es de pie, aunque las figurillas no pueden pararse, ya que las piernas rematan en un final redondeado y presentan una prominencia trasera, a la altura de la rodilla, muy poco anatómica. Los brazos, cuando existen, se reducen a una tirilla aplicada bajo los senos, donde una incisión separa ambas manos. El tamaño de los escasos ejemplares completos varía entre 4 y 12 centímetros. Se trata de un estilo de figurillas relativamente uniforme que utiliza un alto grado de estilización, fijándose únicamente en una serie de rasgos esenciales para representar un ser humano, o más precisamente, la idea de un ser humano. La cabeza, el cabello sobre todo, es la parte que recaba la mayor atención del artista, estilizando mucho más el resto del cuerpo cuyos detalles anatómicos pueden resultar a veces difíciles de identificar. Se manifiesta también como un estilo muy elaborado, cuidadoso y plenamente desarrollado que revela una gran sofisticación y refinamiento. Dadas sus características técnicas no parece que se requiriesen individuos especializados para su elaboración. Aparentemente cualquier integrante de la cultura Valdivia podría ser capaz de realizar este tipo de manifestación artística, lo cual puede ser una pista para uno de los problemas más interesantes que se plantean, el del significado y función de este peculiar tipo de arte. Este es un tema lejos de ser resuelto y que se complica con el hecho de que figurillas de cerámica continuaron haciéndose durante siglos, llegando a producirse prácticamente en serie en épocas más tardías, con representaciones mucho más complejas y variadas. Aunque tradicionalmente ha sido frecuente el considerar a las figurillas como objetos rituales, el contexto en el que se han encontrado por lo menos las de Valdivia es doméstico, más concretamente en sitios de habitación, incluso basureros, mezcladas con elementos de desecho, generalmente fragmentadas. O bien no se ponía excesivo cuidado en su manipulación, o, lo que parece más probable, la función que desempeñaron era transitoria y se desechaban una vez finalizada. No se han encontrado asociadas a enterramientos ni tampoco en relación con lugares que pudieran tener un carácter sagrado, y por sus características y ausencia de rasgos iconográficos no pueden considerarse representación de divinidades. Parecen tratarse de pequeños seres antropomorfos, más bien encarnaciones de ideas generalizadas que de seres concretos de algún tipo. Se las ha relacionado con un cierto culto a la fertilidad, denominándolas incluso venus, por sus rasgos dominantes femeninos. El contexto tribal y agrícola, que suele considerar a la tierra la madre que proporciona el sustento, abundaría en dicha idea. Por comparación con figurillas etnográficas, concretamente del Chocó colombiano, se las ha considerado como parte importante en ceremonias de curación, las depositarias de los espíritus auxiliares que invoca el shamán para ayudarle en sus prácticas curativas. Lo cierto es que estamos muy lejos de poder aportar ninguna idea concluyente al respecto. Lo más que nos atreveríamos a afirmar es que las figurillas debieron ser probablemente el exponente de ideas generalizadas de carácter espiritual; algo así como el receptáculo de algún tipo de fuerza sobrenatural que puntualmente se invoca como algún tipo de ayuda de carácter mágico. En cualquier caso, sea lo que fuese lo que significaban, esas figurillas y su uso eran algo generalizado y parte de una actividad cotidiana y doméstica.
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El más importante era el llamado quinto real o 20% de todo metal precioso producido. Se cobraba al fundir los metales y el sello con que se marcaban las barras al pagar el impuesto garantizaba a la vez la ley. El quinto real asfixió la producción minera y se rebajó por ello al quinzavo (6,6% ), onceno (9% ), décimo (10% ), etc. Otros impuestos a la minería fueron los de ensayador, fundidor y marcador mayor, que subían al 1,5% del valor del metal fundido. Se llamaba comúnmente derecho de Cobos, por haberlo cobrado para su patrimonio don Francisco de Cobos, secretario de Carlos V, hasta que fue rescatado por la Corona a mediados del siglo XVI. Al amonedarse el metal precioso se pagaban, además, los de señoreaje y braceaje. El primero era de un real para la hacienda por cada marco de plata acuñado, que tenía 67 reales. El segundo era de dos reales, pagados a la Casa de Moneda por cada marco, en concepto del trabajo de amonedación.
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Una atmósfera silenciosa donde el símbolo mejor se deje oír. Tono distante y aristocrático. Encuentro entre dos seres a la vez turbio y sereno. La crítica de la época vio en el cuadro un símbolo de la lucha entre el deseo de la dominación terrestre y el del abandono a la voluptuosidad encarnado el primero por el joven y el segundo por la esfinge seductora. Parece ser el autorretrato del pintor junto al de su hermana. Ambos, rostros indefinidos, a un tiempo virginales y viriles. El cuerpo de la esfinge, ser destructor, completa la ambivalencia de la imagen femenina (virgen y femme fatale). La representación del andrógino, su asexualidad y autosuficiencia, viene a ser metáfora de la atemporalidad del creador y su narcisismo.
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Las Escuelas Técnicas Superiores no fueron holladas por el pie femenino hasta el curso académico 1923-24, cuando se matricularon en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid María Teresa Usabiaga (hija de un profesor de la Escuela) y Pilar de Careaga, bilbaína, de origen noble. Más tarde, en el curso académico 1927-28 se matriculó la primera alumna en la Escuela de Ingenieros Agrónomos, otra más (la tercera) en Ingenieros Industriales y las dos primeras en la Escuela de Arquitectura. Evidentemente, apenas se puede hablar sino de presencia testimonial. Además, salvo Pilar de Careaga que consta que llegó a sexto curso e las hizo prácticas correspondientes, no tenemos evidencia de que las demás aspirantes a ingenieras terminaran sus estudios. Pilar de Careaga ocupó las páginas de los periódicos por lo muy excepcional de su elección de carrera, como queda de manifiesto en El Debate de 23 de noviembre de 1923. En 1929, siendo ya estudiante de sexto curso, otra publicación, La Voz de la Mujer (23 de febrero de 1929), recogía sus declaraciones afirmando que pensaba ampliar estudios en Alemania y América para después ejercer su carrera hasta que contrajera matrimonio. Gráfico Las chicas que comenzaron Arquitectura, ya en la década de los 30, finalizaron sus carreras en buen porcentaje (tres de cinco: Matilde Ucelay, María Cristina Gonzalo y Rita González), unas antes y otras después de la Guerra Civil.