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Personaje Militar
Tras participar en el frente de Marruecos, combatió en la Guerra Civil como teniente coronel de las Fuerzas Regulares Indígenas I de Tetuán. Posteriormente, fue nombrado alto Comisario. De nuevo vuelve a la Península e interviene en la toma de Badajoz, Toledo y Talavera de la Reina, y en las batalla de Brunete y Teruel, entre otras campañas. Cuando finaliza el conflicto, y tras ocupar el alto comisario de España en Marruecos, es nombrado ministro del Ejército. Continua escalando posiciones como jefe de la Casa Militar del jefe del Estado y procurador en Cortes, hasta ser nombrado consejero del Reino. El Ejército reconoció su valor con varios ascensos y le concedió la Medalla Militar Individual.
obra
En 1798 Goya ha recibido uno de los encargos más importantes de su carrera: la decoración al fresco de la ermita de San Antonio de la Florida en Madrid. La sordera del pintor cada día es mayor y su salud es muy inestable, cansándose con frecuencia. Estas serían las razones por las que emplearía un ayudante para este trabajo: Asensio Juliá conocido como "el pescadoret", quizá por ser hijo de pescadores. Había nacido en Valencia en 1760, estudiando en la Real Academia de San Carlos y en la de San Fernando. Debía conocer a Goya desde la década de 1780, siendo considerado por la crítica como el único discípulo del genio aragonés. Aquí le vemos con una elegante bata en un taller pictórico, rodeado de andamiajes - posiblemente los empleados en San Antonio - y pinceles en el suelo. La fuerte luz que penetra en la estancia por la derecha ilumina la pequeña figura, destacando especialmente el altivo rostro. La pincelada empleada es muy suelta, a base de rápidos toques de color que parecer anticipar el Impresionismo. Los colores claros contrastando con los oscuros crean un interesante juego de masas cromáticas que recuerdan la obra de Manet. El genio de Goya se anticipa así a su tiempo.
contexto
Desde los primeros meses del establecimiento del nuevo poder, un grupo bastante consistente de omeyas sobrevivientes de las masacres abasíes y esparcidos por Oriente y el Magreb vinieron también buscando refugio en España, reforzando al parecer de forma apreciable el núcleo duro con el que podía contar el nuevo emir. Al mismo tiempo que se producía en todo el país una corriente de adhesión a una dinastía siempre prestigiosa, concretada en la venida de delegaciones provinciales a Córdoba, en las ciudades importantes como Toledo, Sevilla, Zaragoza, se nombraban hombres seguros en lugar de los antiguos gobernadores fieles a Yusuf o de los jefes yemeníes que, en un primer momento, habían tomado el control. Al cabo de uno o dos años según las fuentes, Abd al-Rahman se sentía bastante seguro de su poder como para suprimir de la jutba (sermón que se hace durante la oración pública del viernes) la invocación al califa de Bagdad, al-Mansur (Almanzor), que expresaba la unidad de la Umma ortodoxa y sustituirla por una invocación a su favor mientras se ordenaba a los predicadores de todo al-Andalus maldecir a los abasíes. Sin embargo, fueron necesarios algunos años más antes de que se reanudasen en la provincia las emisiones monetarias que parecían haberse interrumpido entre los años 135/752-53 y 145/762-63. Atestiguan la continuidad más que el cambio, ya que se trataba exclusivamente de dirhams conforme a los tipos omeyas de la época anterior que no llevaban el nombre del soberano sino solamente la indicación de la fecha y lugar de acuñación (al-Andalus), acompañada de leyendas tradicionales. Se trataba sin embargo de un manifiesto omeya, ya que los abasíes habían adoptado nuevas leyendas. Pero, por escrúpulo político-religioso o incapacidad económica para hacerlo, ni el primer emir omeya de al-Andalus ni sus sucesores emprendieron nuevamente la acuñación en oro, abandonada en el 107/725-26. Aparte de estas grandes líneas, se sabe muy poco de cómo se logró, política y administrativamente, la consolidación del nuevo Estado omeya que se constituía así en el extremo occidental del mundo musulmán, a la vez que se establecían los emiratos jariyíes independientes en el Magreb. Este alejamiento geográfico entre el califato de Bagdad y al-Andalus fue útil al primer emir omeya de al-Andalus. Le dio tiempo a afirmar su autoridad antes de que estallara, en el año 763, una revuelta importante -directamente inspirada por los abasíes- del jefe árabe al-Ala b. Mugith que levantó su estandarte negro frente al blanco de los omeyas en Gharb al-Andalus. Esta revuelta se apoyó fundamentalmente en los yemeníes, que se habían vuelto rápidamente contra el emir omeya, tras haberlo elevado al poder. Hemos señalado que desde el día siguiente de la batalla de al-Musara, un malestar generalizado se había manifestado entre ellos, llevándoles a tramar un complot para asesinar al que les había servido para, bajo su estandarte, unirse contra a los qaysíes, pero que, por su pertenencia tribal, estaba unido al grupo qaysí. Entre el año 139/756 y el 141/758-59, la adhesión de los jefes qaysíes al-Sumayl y Yusuf al-Fihri al nuevo emir dio a éste una baza política suficiente para que la secreta oposición yemení no tuviera consecuencias graves. Pero cuando, cansado del papel de subalterno que se le hacía jugar e impulsado por antiguos partidarios suyos descontentos de estar relegados a un segundo plano, el antiguo gobernador Yusuf al-Fihri se rebeló (141/hg.). Pudo, sin dificultad, reclutar tropas, sobre todo beréberes y yemeníes en las regiones de Mérida y de Sevilla. Vencido, erró durante algún tiempo por la región de Toledo, donde fue asesinado algunos meses más tarde por algunos de sus propios partidarios (142/759-60). Pero su revuelta había provocado el resurgimiento de una agitación que el emir omeya tendría muchas dificultades en reprimir. Se trataba por una parte, de la disidencia de los jefes fihríes que habían apoyado a Yusuf. El primero de ellos fue un tal Hisham b. Urwa al-Fihri que se había mantenido en el gobierno de Toledo después de la muerte de Yusuf sin someterse. Pero fue un levantamiento poco peligroso, reducido sin demasiada dificultad en 147/764, y hubo de pasar algún tiempo hasta que la oposición fihrí se reagrupase alrededor de los hijos del antiguo gobernador. En cambio, desde 143/760-61, el gobernador de Algeciras, un yemení (gassaní) que el emir había querido destituir juzgándole, tal vez, poco fiable, se rebeló y con contingentes yemeníes logró apoderarse durante algún tiempo de Sevilla. Rápidamente fue asediado y entregado por los propios sevillanos al príncipe. La revuelta proabasí de al-Ala evocada anteriormente, que ocurrió en el 146/763, tuvo mayor amplitud y movilizó esta vez a una gran parte de los yemeníes del oeste de la Península, entre Sevilla y el Atlántico contra el poder omeya. Vencida con gran dificultad esta insurrección yemení fue seguida por otra en el 766, que puso en peligro el poder central. Vencidos, los yemeníes se mantuvieron tranquilos durante una decena de años. Se sublevaron de nuevo en el 157/773 aprovechando las dificultades que tenía el emir con una revuelta beréber en el centro de la Península. Fueron derrotados y ya no hubo agitación tribal yemení de importancia en el oeste de España. La revuelta beréber duró casi diez años, desde el 151/768 al 160/777, en las regiones situadas entre Mérida y Santaver. Inicialmente tuvo carácter más religioso que étnico, a pesar de que sólo movilizó elementos beréberes, en la medida en la que las fuentes permiten saber. El jefe que la dirigía era un beréber llamado Shakya al-Miknasi, que pretendía ser fatimí, es decir descendiente de Mahoma por su hija Fátima. No conocemos los aspectos ideológicos de esta disidencia muy confusa. Su alcance parece haber sido limitado a causa de los enfrentamientos que dividían a los propios beréberes, pero agitó durante mucho tiempo todo el centro de la Península, a ambos lados de Toledo, ciudad que, sin embargo, no fue afectada por la revuelta. Esta agitación provocó el envío continuo de ejércitos para atrapar al huidizo Shayka. Una vez que éste fue eliminado en el 160/777 por la traición de algunos de sus antiguos partidarios, se produjeron otras sublevaciones periféricas, algunas de las cuales han podido estar en relación con la precedente. Así en el 161/778 el desembarco en la región valenciana de un jefe fihrí, Abd al-Rahman al-Saqlabi, pariente lejano de Yusuf al-Fihri, que invocó la autoridad abasí y tenía con él tropas beréberes llegadas del Magreb o reclutadas in situ. Controló algunos meses el país antes de ser él también asesinado por un beréber de su entorno. Algunos años más tarde, en el 169/785-86, un hijo de Yusuf que huyó de Córdoba, donde estaba retenido como prisionero, intentó a su vez sublevar al Sharq con el apoyo también de tropas beréberes. Esta revuelta, que ocurrió muy poco antes de la muerte de Abd al-Rahman I, tuvo lugar en el 788, y fracasó igual que las anteriores.
contexto
De acuerdo con los datos de las fuentes literarias y la arqueología, se pueden distinguir los siguientes: Sexi, que aparece en la obra de Hecateo de Mileto y de Estrabón y acuña moneda de tipo púnico en época romana, siendo su necrópolis de Almuñécar (Granada) del siglo VII a.C.; Carthago Nova, actual Cartagena, fundada en el año 226 a.C.; Baria, con su necrópolis en Villaricos (Almería) del siglo VI a.C. y la Necrópolis de Jardín (Málaga), también del siglo VI. Ebusus ha sido investigada más a fondo y se han ido despejando una serie de incógnitas sobre ella. Según la teoría tradicional, los cartagineses fueron los primeros que a mediados del siglo VII a.C. establecieron en ella su primer enclave occidental. De acuerdo con los datos de las fuentes literarias (Diodoro, Estrabón, Mela y Plinio) y los trabajos arqueológicos de Tarradell, M J. Almagro y J. Román se puede proponer, como ha hecho Barceló, la existencia de dos fases de asentamiento distintas, un primer asentamiento fenicio y un asentamiento cartaginés del siglo siguiente, que dura hasta la Segunda Guerra Púnica. En el estado actual de conocimientos no se puede hablar de una conquista por parte de Cartago de los territorios del sur peninsular, pues la finalidad esencial era, como ha visto González Wagner, establecer una demanda con el fin de obtener los minerales del sureste. Por ello, no se puede considerar como una relación de causa a efecto la presencia cartaginesa y el desmoronamiento de Tartessos, sino que éste está vinculado más bien con la fundación de Massalia y la desviación de la demanda del estaño atlántico. La presencia cartaginesa actuó como vitalizadora de las estructuras políticas, sociales y económicas, al igual que la anterior demanda fenicia sobre Tartessos. La presencia bárquida introdujo la economía monetaria, pero ningún proceso de aculturación al margen de la asimilación de determinados elementos culturales por parte de los autóctonos. Para Bondi la penetración cartaginesa en la Península Ibérica tiene un desarrollo cronológico diferenciado respecto a las grandes islas itálicas. Sólo en la época bárquida se plantea en términos de hegemonía. Básicamente los cartagineses en época bárquida buscaban en la Península Ibérica el simple control de los recursos minerales y la formación de una base militar, al contrario de lo que sucede en Cerdeña, donde se produce la conquista militar con su correspondiente penetración territorial y, desde fines del siglo VI a. C., la explotación de los recursos locales y una importante actividad agrícola y minera, o en Sicilia, donde la presencia púnica está condicionada por la presencia colonial griega y su influencia cultural y económica, jugando un papel "bisagra" entre el helenismo de la isla y los aportes púnicos. Como conclusión general debemos decir que todas las transformaciones que se observan con los fenómenos colonizadores fenicio-griego-púnico en las diferentes zonas de la Península Ibérica, sobre todo en aquellas que tuvieron un contacto más directo fundamentalmente por presencia de población colonizadora, van a propiciar una serie de procesos que influyen decisivamente en el desarrollo histórico posterior, a diferencia de lo que sucede en otras zonas que no tuvieron relación directa con el fenómeno colonizador.
termino
acepcion
Término hebreo que se refiere a los Diez Mandamientos, aunque éstos no son los únicos que contempla la Torá.