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A comienzos del siglo XI, la Península Ibérica se halla muy fragmentada en diferentes territorios. En la España musulmana, a la muerte de Almanzor, primer ministro del califa Hixam II, que había frenado el avance de los reinos cristianos, comienza la desintegración del califato y su fragmentación en pequeños reinos de taifas, como las grandes de Zaragoza, Lérida, Toledo, Badajoz, Sevilla, Córdoba y Murcia, acompañadas por otras de menor extensión. En el norte peninsular, el territorio cristiano se halla también dividido. Algunas regiones son reinos o están en proceso de serlo, como Galicia, Asturias y León, Castilla, Pamplona y Aragón, mientras que otras son condados, como los de la Marca Catalana, Sobrarbe y Ribagorza. La frontera entre musulmanes y cristianos deja, en estos momentos, dos grandes áreas todavía despobladas, al sur del Duero y en su cabecera. La España medieval musulmana cuenta ya con una fuerte impronta islámica, que se refleja fundamentalmente en sus casas. Éstas reflejan el carácter íntimo de la vida familiar. Las prescripciones islámicas sobre la reclusión de las mujeres y el papel central de la familia hacen de la casa un espacio cerrado al exterior, con muros totalmente blancos, sobrios y sin apenas adornos. Sólo puertas y ventanas rompen la desnudez de la fachada y ofrecen alguna concesión ornamental. Las celosías de madera, que cubren ventanas y balcones, permiten ver la calle desde el interior, pero lo ocultan a las miradas indiscretas. Son también entradas de aire fresco. Buena parte de la vida familiar sucede en las terrazas, donde se ponen las ropas y los alimentos a secar o se recoge el agua de lluvia. Las casas de las familias más pudientes estaban organizadas en torno a un patio central, generalmente de forma rectangular. A los cuatro lados del patio se abren arcadas, que dan acceso a las salas, alcobas o dependencias. Es este el ámbito femenino, conocido como harim, espacio sagrado prohibido a los varones de fuera de la familia. Muy importante también es en el mundo islámico el baño público o hammám, uno de los centros principales de la vida social. Actividad de carácter ritual, la higiene del cuerpo era considerada un acto de purificación religiosa. Sin embargo, el baño era también un lugar de reunión, de descanso y de relación. En general, los baños árabes solían contar con distintas estancias, como vestuario, las salas de agua fría, templada y caliente, y el hornillo. La sala principal, que ocupaba el centro, era la templada. Es también la estancia más grande, y donde la gente pasa mayor cantidad de tiempo. En la sala central, a la que se accedía tras pasar por las salas de masaje o sudoración, se descansaba, se bebía o se daban los últimos retoques de maquillaje o peinado. Por lo que respecta a la España cristiana, buena parte de la vida económica, social y cultural de las gentes medievales se articulaba en torno al monasterio. Desde finales del siglo IV, el ideal de vida ascético promovió la multiplicación de fundaciones, con el objetivo de difundir la vida espiritual entre las poblaciones rurales. El edificio principal del monasterio era la iglesia, más o menos grande dependiendo de las posibilidades de la comunidad. El claustro, con jardín y fuente, es el centro de la vida monástica. En los scriptoria, los monjes amanuenses se dedican a copiar textos. Los libros se conservan en la biblioteca. Autosuficientes, los monasterios disponían de huertos y granjas. Para trabajar en ellos, contaban con el servicio de campesinos dependientes, pues los monasterios actuaban como grandes propietarios o señores. Los reyes cristianos aún se encuentran en el camino de consolidar su poder, pues para los nobles el rey es casi como un noble más, un primus inter pares, el primero entre los de igual rango. Las jóvenes monarquías se esfuerzan por engrandecerse y permanecer como institución, para lo que comienzan a levantarse conjuntos palaciegos mediante los cuales el rey manifiesta su grandeza. Uno de los más notables es el conjunto palatino ordenado levantar a mediados del siglo IX por Ramiro I, rey de la joven monarquía asturiana, en el Monte Naranco, próximo a la capital del reino, Oviedo. Pensada como área de recreo, las crónicas aluden a que se construyeron una iglesia, palacios y baños. Sólo la iglesia, San Miguel de Lillo, y el palacio real, Santa María del Naranco, fueron realizados en piedra, por lo que son los únicos edificios que aun quedan en pie. El palacio de Santa María del Naranco fue concebido como un edificio lúdico, de recreo, escenario de un ceremonial propio de la corte asturiana. Muy poco después, sin que sepamos porqué, fue destinado a fines religiosos y consagrado como iglesia. Las relaciones entre los reinos cristianos y musulmanes pasaron por distintos periodos. Durante los primeros siglos, al-Andalus, la España musulmana, fue muy superior a los pequeños reductos cristianos. La situación cambió a partir del siglo XI, cuando los reinos cristianos comenzaron a ganar terreno, en un largo proceso conocido como Reconquista. Durante los cinco largos siglos que duró este proceso se alternaron periodos de lucha y paz, de avance y retroceso. Fueron también frecuentes los cambios en las alianzas, así como las guerras civiles. Muchas veces el objetivo de las campañas era hostigar al rival. Se trataba de demostraciones de fuerza, razzias o expediciones rápidas emprendidas para capturar botín o esclavos. Aunque no se ocupaba terreno, se obligaba a las poblaciones sometidas a pagar impuestos o parias, a cambio de protección y de la garantía de no ser ocupadas. Los reinos de taifas y las invasiones almorávide y almohade supusieron el renacer de la cultura y el arte islámicos, con magníficas obras monumentales como la Aljafería de Zaragoza y la Giralda y la Torre del Oro, ambas en Sevilla. También los reinos cristianos experimentaron momentos de gran eclosión cultural, con la creación de las primeras universidades y los grandes movimientos artísticos correspondientes al románico y al primer gótico, responsables de magníficas catedrales como las de Santiago de Compostela o Burgos, entre otras muchas. El Camino de Santiago comunica el norte peninsular con el resto de Europa, y es la vía de unión más importante del mundo europeo medieval, una cadena de transmisión cultural cuya trascendencia llegará hasta nuestros días.
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Con la península Ibérica ocupada en gran parte por los musulmanes, sólo en la zona norte perviven algunos reductos cristianos, que se declaran herederos de la tradición visigoda. Estos núcleos, en principio pequeños, irán creando progresivamente su identidad, organizándose, ganando terreno a costa del área musulmana y de sus vecinos cristianos. Sólo a partir del siglo XI, cuando los reinos cristianos adquieren un poder y entidad suficiente, comienza el periodo llamado Reconquista. Es éste un largo proceso, con avances, pausas y retrocesos, con alianzas y traiciones, con enemigos cambiantes. En al-Andalus, la España islámica, la situación no es demasiado diferente. Suprimida la unidad califal, el territorio se halla dividido en diferentes reinos, llamados taifas, incapaces de frenar el avance enemigo. Sólo cuando se producen dos invasiones externas, las de almorávides y almohades, aparece un poder musulmán fuerte frente al empuje cristiano. Al finalizar el periodo que nos ocupa, los reinos cristianos han conseguido reducir los dominios musulmanes a sólo un reino, el de Granada, que aun resistirá hasta finales del siglo XV ante el avance de los cristianos.
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1.El reinado de Fernando VII. El fin del Antiguo Régimen. El triunfo de la Revolución. Las etapas del reinado de Fernando VII. Comienzos del reinado y Guerra de Independencia. La ocupación francesa. La primera fase de la guerra. La guerrilla. La derrota napoleónica. La España de José Bonaparte. La llegada de José Bonaparte. Los afrancesados. La política de reformas. Las Cortes de Cádiz. El camino hacia las Cortes. Los diputados. La Constitución de 1812. Las reformas sociales. Las reformas económicas. La primera restauración. El regreso de Fernando VII. La restauración del absolutismo. Las crisis ministeriales. La oposición liberal. Los pronunciamientos. La Revolución de 1820. El triunfo de la Constitución de Cádiz. El Trienio Constitucional. Moderados y exaltados. Las Sociedades Patrióticas. Las sociedades secretas. La Milicia Nacional. Las Cortes del Trienio. El gobierno de los exaltados. La presión internacional. Los Cien Mil hijos de San Luis. La ominosa década. La represión política. Reformas desde arriba. La oposición ultra. La cuestión portuguesa. La guerra de los agraviados. Revolución francesa de 1830 y oposición liberal. El pleito sucesorio. Economía del reinado de Fernando VII. La depresión económica. El comercio exterior y el contrabando. La agricultura y la industria. Población y sociedad en el reinado de Fernando VII. Permanencias y cambios en la sociedad. Los eclesiásticos. La aristocracia. Las clases medias y populares. La educación y la cultura. Bibliografía sobre el reinado de Fernando VII. 2.El reinado de Isabel II. Demografía y sociedad. Movimientos de población y proceso de urbanización. Cambios y constantes de la sociedad. La nueva aristocracia. La burguesía de los negocios. Las clases medias. Clases bajas urbanas. Orígenes del movimiento obrero. Vagabundos, mendigos y otros marginados. Campesinos y trabajadores del campo. Artesanos y trabajadores en la industria y minería rural. Cultura, saber y diversiones. La enseñanza media y universitaria. Prensa, libros y lectores. Tertulias, casinos y grupos artísticos. Sociedades de discusión cultural y científicas. Entretenimientos y espectáculos. Economía en el reinado de Isabel II. La agricultura. Las desamortizaciones. La desvinculación señorial. Crecimiento de la producción agrícola. Industria. Sectores siderúrgico y textil. Mineria. Comercio exterior. Infraestructuras y transporte. Caminos y carreteras. El ferrocarril. Viajes y viajeros. Poder, política y políticos. El sistema judicial. Provincias y ayuntamientos. El curso de los acontecimientos. La primera guerra carlista. La transición liberal. Revolución liberal y moderantismo cristino. Regencia de Espartero. La década moderada. Revolución de 1854 y bienio progresista. Periodo ecléctico: 1856-1868. A la espera del último golpe de Estado. Política exterior y colonial. Dimensión internacional de los problemas internos. El iberismo. El sistema colonial. Las guerras de prestigio. Bibliografía sobre el reinado de Isabel II. 3.El Sexenio democrático. La preparación del Sexenio. La crisis política. La oposición de los intelectuales. La crisis económica. Descomposición política del régimen. La morfología del pronunciamiento. Resistencias estructurales a la democratización. La construcción de la democracia. La instauración de las libertades. El trasfondo de la guerra de Cuba. La ampliación de la oferta política. La Constitución de 1869. Política económica y liberalización. Conflictividad social y organización del movimiento obrero. Los avances culturales. La regencia de Serrano. En busca de un rey. El reinado de Amadeo I. Evolución política de 1871. Oposición de las elites tradicionales. El carlismo y su vuelta a la insurrección. La oposición de los republicanismos. La inestabilidad política de 1872. Las repúblicas de España. La I República. La federación desde arriba. La federación desde abajo. La República del orden. El golpe de Pavía. La República de 1874. El legado del Sexenio. Bibliografía sobre el Sexenio democrático. 4.Las independencias americanas. Los precursores. Los procesos de independencia. Las independencias tardías. Bibliografía sobre las independencias americanas.
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El periodo que va entre 1788, comienzo del reinado de Carlos IV, y 1874, año final de la I República, es, sin lugar a dudas, uno de los más intensos de la Historia de España. En esos 86 años, España sufrirá varias guerras devastadoras, como la invasión francesa y las guerras carlistas; conocerá férreos gobiernos, como el de Fernando VII; verá cambios de dinastía, como el encumbramiento de Amadeo de Saboya y, por último, vivirá un cambio radical de régimen, como la I República. El Antiguo Régimen absolutista y estamental va siendo poco a poco sustituido por nuevas formas de relación política, social y económica. El influjo de la Ilustración trae aires de renovación, a los que se suman la influencia de las revoluciones americana y francesa. La recepción de las ideas liberales actúa en una España en la que la institución monárquica está desacreditada por el valimiento de Godoy y las disidencias entre Carlos IV y el heredero. La prolongada guerra con Francia, la ruptura con las colonias americanas y la bancarrota de la Hacienda ponen el telón de fondo a una situación de gravísima crisis. La sociedad española se muestra dividida, desconcertada. A grandes rasgos, se podría decir que son dos las principales posturas ideológicas que aparecen enfrentadas: los partidarios de la tradición frente a los defensores de la renovación. Estos últimos ven en la figura del sucesor, Fernando VII, una esperanza de cambio. Sin embargo, las ilusiones pronto se verán truncadas. El apego tenaz del monarca a la vieja monarquía absoluta y su desprecio por todas las reformas que aprobaron las Cortes durante su forzada ausencia en Francia, hacen de su figura una de las más odiadas. El descontento de los sectores liberales da lugar a algunos pronunciamientos. Uno de ellos, el de Riego en 1820, obliga al rey a aceptar la Constitución de 1812. Con este acto se inicia un trienio marcado por la apertura política y las reformas. Pero poco duró la experiencia liberal española. En 1823, las monarquías europeas envían un ejército expedicionario, los Cien Mil Hijos de San Luis, para restaurar la autoridad del monarca. Fernando VII emprende, a partir de entonces y durante los siguientes diez años, una política absolutista y represiva. Es la llamada Década Ominosa. En 1833 muere Fernando VII. Su hija Isabel, de tres años, es nombrada reina, actuando como regente su madre María Cristina. La negativa a aceptar esta situación por parte de D. Carlos, hermano de Fernando VII, dio origen a la Primera Guerra Carlista. La contienda se extiende hasta julio de 1840 y se desarrolla de manera brutal, dando lugar a un conflicto que se prolongará toda la centuria. La regencia de María Cristina, entre 1833-1840, es una etapa de cierta apertura, pues se promulga el Estatuto Real de 1834, se llevó a cabo la Desamortización de Mendizabal en 1836 y se promulga la Constitución de 1837, de carácter progresista. En 1840 será el general Espartero quien ocupe la regencia durante un periodo de tres años, desarrollando una política de talante más progresista. A los 13 años Isabel es declarada mayor de edad e inicia su reinado personal. Sus años al frente de la monarquía española están marcados por la inestabilidad. La pugna entre moderados y progresistas da lugar a reiterados pronunciamientos, haciendo que se sucedan los distintos gobiernos y etapas. Los moderados de Narváez son desalojados del poder por los progresistas de Espartero y a estos nuevamente les sucederán en 1856 los moderados de O'Donnell. Desalojados los progresistas del poder, un nuevo pronunciamiento en 1868 dará lugar al estallido de la Revolución conocida como la Gloriosa. Isabel II es destronada y España inicia una nueva singladura política, la democracia, en la que se instauran libertades como el sufragio universal o la libertad de prensa. El general Prim, jefe del gobierno provisional, busca establecer una monarquía estable en la persona de Amadeo de Saboya. Sin embargo, la oposición de los republicanos lleva al rey a abdicar en 1873, siendo proclamada la República. La I República y sus máximos representantes -Sagasta, Pi y Margall, Salmerón o Castelar- tendrán que afrontar una nueva guerra carlista y una insurrección en Cuba. La desintegración de la República se plasma en el surgimiento de numerosos cantones, como el de Cartagena. La reacción conservadora, con el golpe militar del general Pavía en 1874, es el comienzo del fin para el breve periodo republicano. El 29 de diciembre el general Martínez Campos proclama en Sagunto a Alfonso XII como nuevo rey de España. Con él dará inicio un nuevo periodo, conocido como Restauración.
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El periodo que va entre el comienzo de reinado de Fernando VII, en 1808, y el final de la I República, en 1874, es sin lugar a dudas uno de los más intensos de la Historia de España. En esos 66 años, España ha sufrido varias guerras devastadoras, como la invasión francesa y las guerras carlistas; ha visto cambios de dinastía, como el encumbramiento de Amadeo de Saboya; ha conocido un cambio radical de régimen, como la I República. El Antiguo Régimen absolutista y estamental va siendo poco a poco sustituido por nuevas formas de relación política, social y económica. Como no puede ser de otra manera, cambios tan radicales dan lugar a profundas convulsiones, que sacuden el país en forma de revueltas y pronunciamientos, cuando no de guerras. Es éste un periodo complejo de la Historia de España, aunque muy interesante, pues en él comienzan a sentarse las bases de los acontecimientos que sucederán en el siglo XX.
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1.La España de los Borbones. España, ante una nueva dinastía. Las mejoras coyunturales. La Guerra de Sucesión. La guerra en España. Consecuencias del conflicto. El nuevo estado borbónico. La reforma de España. La política exterior. Fernando VI: un intento de neutralidad. Carlos III: a vueltas con Francia. Carlos IV: la Revolución francesa al fondo. Diplomacia, Armada y Ejército. El fortalecimiento del Estado. Una nueva administración pública. Secretarias versus Consejos. El nuevo régimen territorial. Las Cortes y la Magistratura. La economía del siglo XVIII. Población española en el XVIII. La agricultura del XVIII. La ganadería del XVIII. La pesca: la revolución de los bous. La industria del XVIII. Comercio y finanzas en el XVIII. El comercio con Europa. El comercio colonial. El capital financiero. La hacienda pública en el XVIII. El pensamiento económico del XVIII. La sociedad española del XVIII. La familia. La nobleza. La clerecía. Los burgueses. Los artesanos. Los campesinos. Marginados y extranjeros. La conflictividad social. Bibliografía sobre la España de los Borbones. 2.El Siglo de las Luces. La Ilustración oficial. El control sobre la Inquisición. Las Academias. Las Universidades. Nuevas instituciones de enseñanza superior. Las Sociedades Económicas de Amigos del País. Los Consulados. La Ilustración regional. La Ilustración valenciana. La Ilustración asturiana. La Ilustración vascongada. La Ilustración navarra. La Ilustración castellana. La Ilustración en la periferia castellana. La Ilustración gallega. La Ilustración andaluza. La Ilustración aragonesa. La Ilustración mallorquina. La Ilustración catalana. La Ilustración canaria. La Ilustración madrileña. Ilustrados españoles fuera de España. La renovación ideológica. El programa ilustrado de modernización. La crítica social. La Ilustración cristiana. El progreso científico. La producción literaria. La creación artística. El debate sobre España. Los límites de la Ilustración. Una cultura minoritaria. Una cultura elitista. Cultura reformista y extramuros liberal. Las Luces en Ultramar. La Ilustración oficial en Ultramar. La Ilustración regional en Ultramar. La renovación ideológica en Ultramar. El pensamiento económico y social. La Ilustración cristiana en Ultramar. La ciencia colonial. Literatura y arte en Ultramar. Los límites de la Ilustración en Ultramar. Conclusión: las Luces en España y el mundo hispánico. Bibliografía sobre el Siglo de las Luces. 3.El reinado de Carlos IV. La imagen de Carlos IV. La etapa Floridablanca. Las Cortes de 1789. El aislamiento del país. La inquietud por el orden público. La política exterior. La caída de Floridablanca. El gobierno de Aranda. La política exterior de Aranda. El fracaso de la política arandista. Primer gobierno de Godoy. La Guerra contra la Convención. Catalanismo y vasquismo. Rebeliones de Picornell y Malaspina. La oposición aristocrática. Movimientos favorables al liberalismo. Alianza con Francia y conflicto con Inglaterra. La Paz de Basilea. El escenario italiano. El Pacto de San Ildefonso. La guerra con Inglaterra. Crisis en el gobierno de Godoy. El gobierno de Urquijo. Las relaciones con la Iglesia. Continuidad de la alianza con Francia. La caída de Urquijo. Nuevo gobierno de Godoy. La persecución de los ilustrados. La Guerra de las Naranjas. Deseo de neutralidad y política italiana. El desastre de Trafalgar. Conspiraciones de El Escorial y Aranjuez. Hacia el fin del Antiguo Régimen. La crisis del cambio del siglo. El bloqueo agrario. Las manufacturas. El comercio. La población. La conflictividad social. La situación financiera. Inicio del proceso desamortizador. La burguesía ascendente. La quiebra de la Monarquía. Bibliografía sobre el reinado de Carlos IV.
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El largo siglo XVIII hunde sus raíces en la incierta España austracista de finales del Seiscientos y legará buena parte de sus seculares problemas a la conflictiva centuria posterior. En uno y otro momento, dos dramáticas contiendas, con una cierta impronta de guerra civil, vienen a jalonar los inicios y los finales de la centuria: la Guerra de Sucesión y la Guerra de la Independencia. La primera aporta la nueva dinastía borbónica y unas esperanzadas expectativas de fortalecimiento de la agotada monarquía mediante la puesta en marcha de una serie de cambios en la vida nacional. La segunda supone un vacío de poder que favorece la quiebra de la monarquía absoluta y el principio del fin del antiguo régimen, manifestado políticamente por vez primera en las Cortes de Cádiz. Entre ambos acontecimientos, el feudalismo tardío español llega a su máxima expresión desarrollando todas sus fuerzas internas hasta caer víctima de las disfuncionalidades y contradicciones a que condujeron los propios logros reformistas, el agotamiento del viejo orden y la lenta (y a menudo dramática) configuración de un sistema social alternativo que en algunos países de Europa se estaba imponiendo: el capitalismo. En este empeño de exprimir al máximo el antiguo modelo sin necesidad de proceder necesariamente a su relevo, participaron la mayoría de los políticos y buena parte de los pensadores reformistas de la centuria. El ánimo de todos ellos se centró en una misión de difícil cumplimiento: hacer crecer la economía, renovar las diversas clases sociales, racionalizar la administración pública y remover la vida cultural sin tocar el sistema político ni alterar básicamente la estructura social. Y todo ello con dos objetivos últimos: mejorar la vida material de los españoles y promover la recuperación de la Monarquía en el concierto político internacional. Y tal fue el ahínco puesto por bastantes españoles en este proyecto global que acabó convirtiéndose en el eje de la vida nacional alrededor del cual se situaron decididos partidarios, acérrimos detractores y muchos indiferentes. La reforma fue la pasión del siglo. Una reforma que afectaría tanto a España como a las Españas, realidades que convivieron sin grandes dificultades. Gracias a un sistema socioeconómico general que compartían los distintos reinos peninsulares, merced a una unificación institucional y legal progresiva y a través de un movimiento ilustrado universalista poco sensible hacia las realidades locales, el siglo contemplará la crecida del sentimiento de pertenencia a una misma comunidad nacional sin por ello acabar con las realidades socioeconómicas y culturales que diferenciaban a los distintos reinos. A finales del siglo se había formado ya una Monarquía unitaria en tránsito hacia el Estado-nación en el marco de un modelo social cambiante y de un contexto político conflictivo que no anularía en cambio las seculares identidades regionales. Así, el Setecientos se convirtió en la centuria de la unificación protonacional en vísperas del incipiente capitalismo sin eliminar plenamente el antiguo concepto de las Españas.
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El siglo XVIII representa en España, así como en Europa el auge del absolutismo. La monarquía absoluta de derecho divino, consigue imponerse definitivamente, y su máxima figura es el monarca francés Luis XIV, "El rey Sol". Este modelo político, conocido como "Antiguo Régimen", se extenderá por Europa y se mantendrá hasta la Revolución Francesa, a finales de la centuria. El rey absoluto, centraliza todo el poder, eliminando privilegios y particularidades. La nobleza, despojada de su poder político, se convierte en aristocracia cortesana, contribuyendo al boato del rey. Por debajo de él una amplia burocracia, un ejército especializado y una diplomacia compleja le ayudan en sus tareas de gobierno. En España, el absolutismo llega de la mano del primer Borbón, Felipe V. La muerte del último Habsburgo español, Carlos II, ocurrida en 1700, genera grandes expectativas de beneficio en dos candidatos a controlar la sucesión, Luis XIV de Francia y el Emperador austriaco, Leopoldo I. La herencia española, que comprende el dominio sobre diversos puntos estratégicos europeos, como Nápoles, Cerdeña, Sicilia, Milán y los Países Bajos, amén de los territorios peninsulares y americanos, convertirá a su beneficiario en la potencia hegemónica mundial y hará peligrar el precario equilibrio europeo. Para evitar dicho fin, se llevan a cabo sucesivos repartos y soluciones, optando finalmente Carlos II por testar a favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, lo que garantizaría la integridad de los territorios de la monarquía hispánica. La solución, a la que en principio sólo se opuso el Emperador, no tardó en generar el conflicto al confirmar el monarca francés a su nieto como heredero al trono, lo que pondría en sus manos un poder excesivo, a juicio de sus rivales. La coalición antifrancesa se formó pronto, integrando a Inglaterra, Holanda, el Imperio alemán, Portugal, Dinamarca y el Ducado de Saboya, quienes apoyarán al archiduque Carlos como pretendiente al trono español. La guerra habrá de durar trece años y conocerá una solución de compromiso, de la que Inglaterra será la gran beneficiada: Felipe V será reconocido como soberano de la monarquía hispánica a cambio de no ostentar el trono francés, mientras Francia habrá de renunciar a sus proyectos expansivos sobre los Países Bajos e Italia. El nuevo rey, Felipe V, así como su sucesor Fernando VI mantuvieron una concepción del poder absolutista y centralista. La nueva dinastía entiende que el poder real ha de ser representado con rotundidad, debe impresionar. Siguiendo el ejemplo de Luis XIV y Versalles, los Borbones españoles tendrán en los palacios la mejor expresión de su grandeza. En Madrid, el viejo alcázar de los Austrias resulta destruido por un incendio en 1734, en su lugar es levantado el Palacio Real, símbolo de la majestad de la nueva dinastía. También y como hiciera Felipe II con El Escorial, los Borbones españoles levantan palacios en los alrededores de Madrid como los de La Granja, Aranjuez, o el Palacio del Pardo. De Francia llega además la influencia de la Ilustración. Es este un movimiento cultural e intelectual que propugna el reformismo a través de la educación y el conocimiento científico, aplicados al bienestar general. En lo político, la Ilustración, alumbró un nuevo concepto: el del despotismo ilustrado, por el cual el rey, cual padre protector, debe interpretar las necesidades de la nación, sus hijos, y proveer las soluciones. Vastos programas de obras públicas, acuñaciones masivas, creación de fábricas, censos# son la plasmación en la práctica del programa político ilustrado. La consigna: "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo", parece encarnar mejor que en ninguna otra figura, en la del rey Carlos III. El nuevo monarca gobernó también con poderes absolutos, pero buscando el bienestar popular mediante reformas económicas y sociales. Progreso y felicidad del común de las gentes son los fines a conseguir. El medio, la herramienta principal, es La Razón, que hace al hombre capaz de comprender el mundo y transformarlo según sus necesidades. Surge así un profundo ansia de conocimiento y de divulgación, muchas veces bajo el mecenazgo de la Corona: expediciones científicas, creación de instituciones educativas, patrocinio de periódicos y gacetas... En España, la Ilustración cuenta con nombres ilustres como los de Jovellanos, Mutis, Sessé, Azara, Capmany, Mayans, Feijoo... Sin embargo, las reformas quedarán muchas veces en nada. La oposición de los sectores conservadores e inmovilistas, que ven en la Ilustración una ideología capaz de remover los cimientos sobre los que se sustentan sus privilegios, frenará e impedirá la ejecución de buena parte de las medidas de desarrollo propuestas. La misma monarquía, en principio tan proclive a conducir un movimiento moderado de reforma que no cuestiona su misma existencia, cambiará de opinión tras los sucesos de la Revolución Francesa, que ponen en cuestión a la monarquía como institución. A partir de entonces, cerrado el camino de la reforma, la única vía parece ser la revolución.
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El siglo XVIII comienza en España con aires de renovación. La nueva centuria instala en la Monarquía hispánica una nueva dinastía, los Borbones. Estos monarcas traen consigo una política de cambios, de reforma, de alejamiento de las viejas maneras e instituciones de gobierno de los Austrias. El concepto que preside las mentes de los contemporáneos es el de crisis. Son conscientes de estar asistiendo al desmoronamiento del Imperio español, observando con nostalgia tiempos de pasado esplendor. Se preguntan acerca de las causas y las posibles soluciones, surgiendo una fractura entre los partidarios de la renovación y los del mantenimiento de lo viejo. El siglo XVIII es un siglo de transformaciones, juzgado desde ópticas distintas. Para unos, supone un intento, en buena medida fallido, de modernización. Para otros, los cambios introducidos son juzgados de manera negativa, siendo su peor consecuencia el afrancesamiento de la vida hispana.
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No es casualidad que en diferentes tiempos y coyunturas de la Historia de España se haya presentado el reinado de los Reyes Católicos como un modelo de lo que fue perfeccionar, gobernar y crear un conjunto de instituciones que significó la aparición de una forma satisfactoria de Estado próspero y centralizado. Desde la revuelta comunera protagonizada por algunas de las principales ciudades castellanas, pasando por la añoranza de los arbitristas partidarios de la reforma y restauración política de España, en un intento de corregir su evidente decadencia, hasta la más reciente apropiación de símbolos por parte del Estado nacido de la sublevación del general Franco, la monarquía de los Reyes Católicos se ha dignificado de forma extraordinaria. Las viejas enciclopedias escolares, e incluso modernos manuales puestos a disposición de una población estudiantil que, sólo por edad, no tiene más remedio que aceptar los principios de la autoridad magistral y la memorización al uso de las distintas fijaciones impresas, reiteran la tópica explicación de un reinado que no es preciso dignificar ni tampoco denostar. Con los Reyes Católicos, aulas y libros se han llenado durante mucho tiempo de triunfalismos interesados de distintos signos: los intentos de legitimación de un reinado, la unidad indisoluble de España, el logro de su paz interior, su proyección universal, la defensa de la cristiandad occidental, la cristianización de sociedades externas, el dominio inestable de la presencia islámica en el occidente continental, la expulsión de los judíos y el patrocinio del viaje colombino, son algunos de los timbres que aún resuenan, con justicia y a deshora, en demasiadas escuelas rurales, en no pocos institutos urbanos y, cómo no, en bastantes aulas universitarias dominadas por el tópico. Pero, también, el amplio espacio social capaz de escuchar y de aprender leyendo se ha visto sometido desde antiguo a otra concreción tan tópica como la sistematización precedente: el reinado de los Reyes Católicos es, por excelencia, un tiempo de represión que sitúa la fundación de la inquisición, la expulsión de los judíos, las dificultades de la asimilación de la población islámica, la lucha por la justicia en territorio americano y la preponderancia castellana respecto de otros reinos peninsulares en un mismo plano. Así, los partidarios de las explicaciones tópicas tienen siempre asegurado el ejercicio de la capacidad de escoger la interpretación que más conviene a la ideología que, consciente o inconscientemente, contribuyen a difundir y a perpetuar: basta apuntarse a cualquiera de los carros que arrastran actitudes que etiquetan muy significativamente a los historiadores que realizan continuos y, a veces, exagerados esfuerzos por no salir, de una vez por todas, de unos medios de transporte que hoy tienen más de dos ruedas, y muchas piezas de repuesto que, de utilizarlas, ayudarían a progresar más deprisa en la construcción del conocimiento histórico general.