Dentro de la vasta colección de dibujos conservados en el Ermitage, adquiridos entre 1763 y 1779 por Catalina II de Rusia junto con los cuadros, destaca este boceto de figuras sobrepuestas. Narra el momento en que Saulo, San Pablo, que se dirigía a Damasco en persecución de los primeros cristianos, es derribado del caballo y cegado por una luz venida del cielo. En este momento, recibe de Jesús el mandato de entrar en Damasco, en donde recuperará milagrosamente la vista y será bautizado. El dibujo está realizado con trazos rápidos, cortos, en el estilo típico de los últimos trabajos del artista. Puede datarse entre 1656 y 1657. Desgraciadamente, el único cuadro conocido sobre el tema se halla hoy perdido.
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Córdoba, "lejana y sola", como la describiera García Lorca, es una de las ciudades más antiguas de España. Poblado ibérico ubicado al borde del Guadalquivir, entre Sierra Morena y la campiña, presumiblemente las primeras legiones romanas comienzan a establecerse en su solar hacia el año 206 a.C. Treinta y siete años después, esto es, en 169 a.C., el pretor Claudio Marcelo la convierte en ciudad. La fundación de la primera Corduba romana parece deberse pues a la elección del lugar como emplazamiento de las tropas. Poco más tarde, hacia el año 152 a.C., modifica su ubicación y se convierte en colonia latina, estatus que mantuvo durante todo el periodo republicano. Parece ser que esta Corduba original estaba habitada por población de origen romano y también nativos, según el geógrafo Estrabón. Esto concuerda con una realidad muy común para este periodo en muchos otros lugares, la de la existencia de una dípolis o doble ciudad indígena-romana, en la que existen dos distritos muy diferenciados. Así, el distrito romano se emplazaría junto al foro, mientras que el indígena estaría sobre la primitiva y original ubicación de la primera Corduba. Pronto se vio que el emplazamiento de Corduba facilitaba la logística de las legiones romanas y servía de centro de control estratégico de una amplia región, por lo que el crecimiento económico y demográfico se vio acompañado de un proceso administrativo que elevó el rango de la ciudad hasta convertirla en la capital oficiosa de la Hispania Ulterior. Urbanísticamente, la ciudad romana de Corduba seguía el patrón clásico de ciudad cercada, con fuertes murallas de piedra. En su interior se hallaba el palacio pretoriano, la mansión del Senado, las casas para los patricios, un circo para las carreras de cuadrigas, teatro y anfiteatro para el disfrute de espectáculos por parte de la plebe y, finalmente, templos en los que venerar a los dioses, como el de la actual calle Claudio Marcelo, cerca del Ayuntamiento, cuyos restos y reconstrucción pueden observarse hoy en día Tras las guerras civiles entre César y Pompeyo, Corduba, en la que se hallaba una mayoría de partidarios del segundo, además de servir como cuartel general de sus tropas y principal tribunal de justicia de la provincia, sufrió las consecuencias de su apoyo a Pompeyo, resultando gravemente destruida y sufriendo una fuerte despoblación. Sin embargo, su importancia como enclave estratégico hizo que no le fueran retirados sus privilegios administrativos, hasta el punto que fue convertida en capital de la provincia Betica, creada en el contexto de las reformas emprendidas por Augusto. Esta capitalidad proporcionó a Corduba un gran empuje durante la época altoimperial, experimentando un intenso proceso de latinización que fue eliminando paulatinamente los antiguos rastros indígenas. Al mismo tiempo, Corduba se beneficiaba de un gran auge urbanístico, con la creación de escuelas y edificios públicos. Excepcional importancia para la ciudad tuvo la construcción de la Vía Augusta, que enlazaba Linares con Cádiz y la provincia bética con el resto de la Península. El paso de esta vía por la ciudad se hacía mediante el puente que cruzaba el Guadalquivir, magnífico testigo de este periodo y de posteriores acontecimientos. La importancia creciente de Corduba hizo que a su alrededor se erigieran unas robustas murallas para contribuir a su defensa, no en vano en el interior de la ciudad se desarrollaba una gran actividad comercial -fundamentada en el aceite, el vino o los minerales, productos muy apreciados a lo largo del Imperio- y administrativa -en Corduba, como capital provincial, se hallaban los archivos de la administración-. La riqueza de Corduba y sus habitantes se podía ver también en el gran número de villas de recreo que se diseminaban por su sierra. Pero esta riqueza no era sólo económica, sino también cultural. No en vano, nacieron en Corduba ilustres figuras del mundo romano como Séneca, Lucano, Lucio Julio Paulino, Cayo Valerio o Lucio Cornelio. Del pasado romano, aparte de los restos citados se pueden encontrar riquísimos ejemplares arqueológicos. Especialmente significativos son los mosaicos procedentes del viejo anfiteatro imperial, hallados en el subsuelo de la Plaza de la Corredera. Son importantes los mosaicos que representan al océano, el de los motivos vegetales, el que figura un mimo, el de "Psique y Cupido" y, en lugar destacado, el de Polifemo y Galatea. Además, se conserva en el Alcázar de los Reyes Cristianos un sarcófago construido en Roma en el primer tercio del siglo III. Para completar este repaso, nada mejor que visitar el Museo Arqueológico, en el que se exhiben valiosas colecciones de época romana.
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<p>1.La Córdoba antigua y romana. </p><p>2.La Córdoba visigoda. </p><p>3.La Córdoba omeya. </p><p>4.La Mezquita de Córdoba. </p><p>La sorpresa del encuentro. </p><p>El piadoso emigrado. </p><p>La teoría del acueducto. </p><p>Un genio sin nombre. </p><p>El estilo árabe-bizantino. </p><p>Octógonos mágicos. </p><p>La cabellera de Rainer María Rilke. </p><p>La obra de Almanzor. </p><p>Puertas y postigos. </p><p>5.Madinat al-Zahra, la ciudad de los sultanes. </p><p>6.La Córdoba cristiana. </p><p>7.La Córdoba moderna y contemporánea.</p>
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La "Córdoba lejana y sola" a la que aludía Federico García Lorca en su famosa "Canción del jinete", surcada por el río Guadalquivir, situada entre la sierra y la campiña, es una de las ciudades españolas más atractivas para el viajero. Oficialmente fue fundada por Claudio Marcelo en el año 196 a.C., existiendo en la actualidad importantes restos de su pasado romano. Junto al edificio del actual Ayuntamiento se alzan las ruinas del Templo. Gracias a la monumentalidad de los restos podemos deducir que se trataba de un edificio colosal, construido en época del emperador Claudio. Monumental también es el famoso Puente, levantado en época de Augusto. Consta de 16 arcos y ha sido restaurado en numerosas ocasiones, por lo que ha perdido parte de su aire original. En el paseo de la Victoria encontramos los restos de un mausoleo, enterramiento romano del siglo I. Sin duda, la época de gran esplendor de Córdoba es durante la dominación árabe. Capital del califato omeya, se convirtió en centro irradiador de cultura y poder durante el siglo X. La mezquita aljama cordobesa es una de las más impresionantes del mundo. Su construcción se prolongó durante dos siglos, configurando un espacio rectangular de más de 23.000 metros cuadrados. La antesala de este majestuoso edificio es el patio de los Naranjos y la torre, de 93 metros de altura. Una vez en el interior del templo, destaca su impresionante bosque de columnas, constituido originalmente por más de 1.000 que sostienen arcos dobles: de herradura el inferior y de medio punto el superior, arquerías bicromas que constituyen un auténtico espectáculo. Pero el visitante todavía queda más impresionado cuando se acerca a la zona del mihrab. En la maksura, los arcos lobulados y entrelazados, decorados con ataurique, crean la característica red de rombos. Esta zona se cubre por una serie de cuatro cúpulas de crucería califal, con gruesos nervios que no se cruzan en el centro. Al mihrab se accede a través de un gran arco de herradura con su correspondiente alfiz, sobre el que se observan una serie de arcos polilobulados que encuadran una decoración vegetal, realizada en mosaico sobre fondo de oro. El alfiz y la serie de arcos tienen entre sí una amplia franja con inscripciones en letras cúficas, donde se pueden leer citas tomadas del Corán. Las jambas del arco de herradura se revisten de dos grandes losas de mármol decoradas con ataurique. La otra gran construcción de época califal es Madinat al-Zahra, el lujoso palacio califal construido a las afueras de la ciudad por Abd al-Rahman III, conocido como el "Versalles de Córdoba". Por desgracia, sólo quedan en pie unos cuantos restos de esta efímera maravilla, que fue arrasada apenas un siglo después de su construcción. La parte mejor conservada es el llamado Salón Rico, sala de recepción utilizada por los califas, que por su riqueza impresiono a todos los diplomáticos llegados a Córdoba desde cualquier lugar del mundo. Las murallas de Córdoba se levantaron tanto en época romana como árabe. Sus medidas eran 400 metros de longitud, 6 de altura y casi dos metros y medio de espesor. Estaba construida a base de tapial y mampostería, y contaba con diferentes puertas de acceso y torres de defensa, como la famosa de la Malmuerta. Otro resto de época musulmana lo encontramos en el Molino de la Albolafia. Originalmente era un molino de harina situado en una de las pequeñas isletas que surgen en el cauce del río Guadalquivir. En época califal fue modificado para que trasladara agua a los jardines del cercano Alcázar. Una excelente muestra de la integración cultural que se produjo en la época de los califas la encontramos en la famosa Judería, centro de la poblada colonia judía en la Córdoba medieval, una de las más activas comunidades de su tiempo. Las calles poseen un trazado singularmente irregular y sinuoso, con callejones estrechos, callejuelas angostas y plazoletas que dan a casas encaladas en un blanco luminoso, levantadas en torno a un patio y repletas de flores. El centro de la vida comunitaria era la Sinagoga. Se trata de una estructura con planta cuadrada a la que se accede atravesando un pequeño patio con atrio de columnas y una puerta en el lado derecho. El 29 de junio de 1236 Córdoba cayó en poder del rey Fernando III. La entrada de las huestes cristianas supuso un vuelco en la vida de la ciudad. Desde el primer momento empezaron a erigirse iglesias, muchas de ellas sobre anteriores mezquitas, como el Convento de San Francisco. Este conjunto monástico del siglo XIII ha sufrido diversas modificaciones con el paso del tiempo, destacando su espectacular claustro del que sólo quedan dos pandas en pie. De esta época también es la Parroquia de San Pedro, fundada en el mismo año de la conquista. Al igual que la mayoría de las antiguas parroquias, ha vivido numerosos cambios en su estructura, especialmente en época renacentista, momento al que corresponde su fachada, realizada por Hernán Ruiz III. La gran obra cristiana no es otra que la Catedral, situada en el centro de la Mezquita-aljama. Fue iniciada en 1523, siendo Hernán Ruiz el encargado de las trazas, una estructura en forma de cruz latina procurando afectar lo menos posible a la fábrica musulmana. En su interior destaca la sillería de coro, obra de Pedro Duque Cornejo realizada en madera de caoba americana, en un estilo churrigueresco que corresponde al siglo XVIII, cuando se ejecutó. Alonso Matías es el autor del retablo de mármol, mientras que los lienzos que lo adornan son obra del cordobés Antonio Palomino. La torre también se reconstruyó en época cristiana, siguiendo las trazas de Hernán Ruiz III. Distribuidas por los muros perimetrales de la mezquita encontramos un buen número de capillas, adornadas con ricos tesoros artísticos. El Cristo de los Faroles es una de las imágenes más populares de Córdoba. La escultura fue realizada por Juan Navarro León en 1794 y se encuentra en la plaza de los Capuchinos, así llamada por hallarse en ella el convento de esta orden religiosa. El Arcángel San Rafael el patrono de la ciudad. La geografía urbana está salpicada de triunfos dedicados al santo, pero el más importante es el que se alza tras la catedral, junto a la Puerta del Puente, triunfo realizado por Michel de Verdiguier. También es muy venerado el que se encuentra en el centro del Puente Romano. La mencionada Puerta del Puente fue construida con motivo de la visita de Felipe II en 1570. Obra diseñada por Hernán Ruiz III, se ejecutó a modo de arco triunfal. La nómina de construcciones civiles realizadas en época cristiana la encabeza el Alcázar, una fortaleza del siglo XIV construida bajo mandato de Alfonso XI "el Justiciero" y que fue reformada en las centurias sucesivas. El recinto, de planta casi cuadrada, aparece rematado con cuatro torres, destacando los bellos jardines que rodean la construcción. También con carácter defensivo fue edificada la Torre de la Calahorra, al otro lado del puente, un primitivo castillo musulmán que fue reformado en tiempos de Enrique II. Originalmente el conjunto constaba con dos torres unidas por un arco, que también servía como acceso a la ciudad. La nobleza urbana cordobesa se dedicará durante la Edad Moderna a construir palacios con los que demostrar su poder económico y su posición política. Entre estos edificios encontramos el Palacio de la Merced, antiguo convento de frailes mercedarios que constituye un auténtico hito en el Barroco de la ciudad. La Casa de las Ceas o del Indiano fue construida a finales del siglo XV, como evocación al Nuevo Mundo recién descubierto y a los cordobeses que viajaron a él, tratándose de un claro ejemplo de arquitectura civil mudéjar. También en esta época se abren importantes plazas, que dotarán de mayor encanto a la ciudad. La planta de la Plaza de la Corredera responde a un rectángulo semirregular, sumando ciento trece metros el lado mayor y cincuenta y cinco el menor, según el proyecto del arquitecto salmantino Antonio Ramos Valdés, tomando como referencia las plazas mayores castellanas. Muy cerca encontramos la plaza del Potro, un espacio que data del siglo XVI en el que se hallan los Museos de Bellas Artes y Julio Romero de Torres. Otro de los lugares de encuentro en Córdoba es la Plaza de las Tendillas. Durante siglos fue el ágora de la ciudad, rodeándose en la actualidad de elegantes edificios. En el centro de la plaza se alza el Monumento al Gran Capitán, realizado por el escultor cordobés Mateo Inurria. Una vez recorrida Córdoba, el viajero habrá podido sentir la larga y fecunda historia que ha vivido esta bella ciudad construida a la orilla del Guadalquivir.
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El 29 de junio de 1236, festividad de San Pedro y San Pablo, Córdoba cayó en poder de la dinastía castellano-leonesa que encabezaba el rey Fernando III. Esta acción tuvo honda resonancia, pues significó un gran espaldarazo para el avance cristiano en el sur peninsular, que llevó al reino de Castilla a ensanchar espectacularmente sus tierras. De este periodo se conserva la imagen de la Virgen de Linares, que actualmente se encuentra en el santuario del mismo nombre de las afueras de la ciudad. La entrada de las huestes cristianas supuso un vuelco en la vida de la ciudad. Las capitulaciones firmadas entre conquistadores y conquistados hicieron que éstos fueran obligados a abandonar Córdoba, al mismo tiempo que comenzó una intensa cristianización. Ya desde el primer momento empezaron a erigirse iglesias, muchas de ellas sobre anteriores mezquitas. En muy poco tiempo se alcanzó el número de catorce parroquias que, desde el punto de vista artístico, pueden adscribirse al llamado estilo fernandino o de la Reconquista, caracterizado como una transición del románico monacal al gótico castellanizado, es decir, con gruesos y sólidos muros, artesonados mudéjares y arcos de nervadura en ojiva. Igual que había sucedido en tiempos de los visigodos, con los conquistadores llegaron personajes notables para ocupar los altos cargos de la nueva administración y las propiedades que los musulmanes habían sido obligados a abandonar. Gentes venidas de León, Toledo, Talavera, Burgos y Navarra ocuparon señoríos recién creados y grandes y pequeñas propiedades. Pero, también como en la época visigoda, la ciudad siguió siendo el escenario en el que se desarrollaban luchas de facciones y contiendas civiles, que dominaron buena parte de los siglos XIII y XIV. Tal convulsión sólo finalizó en la época de los Reyes Católicos, cuando Isabel y Fernando deciden desplazarse a la ciudad (1478) para poner fin a las pugnas feudales. Durante algunos años Córdoba fue el epicentro de la política de los Reyes Católicos, quienes vivieron allí hasta ocho años, devolviendo los pasados días de gloria a la urbe. En 1482 nació allí su hija doña María, más tarde reina de Portugal. De esta época es el establecimiento en Córdoba del tribunal de la Inquisición, responsable de cruentos procesos inquisitoriales, así como son estos los años en los que vivió el artista Bartolomé Bermejo. También por estas fechas hay que situar el nacimiento de un cordobés insigne, Gonzalo Fernández de Córdoba, natural de la cercana Montilla y más conocido como el Gran Capitán, gracias a sus triunfos en Italia. Y, por último, hay que situar en este periodo el papel destacado que juega Córdoba en la vida de Cristóbal Colón, pues es aquí donde el futuro Almirante consigue de los Reyes Católicos apoyo para su empresa descubridora, contándose además que durante su estancia en la ciudad Colón tuvo amoríos con la cordobesa Beatriz Henríquez de Arana, fruto de cuya relación nacerá su hijo Hernando Colón.
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A partir del siglo XVI comienza una lenta pero inexorable decadencia de la ciudad, que se prolonga durante las centurias siguientes. Córdoba queda poco a poco relegada a un papel secundario dentro de las ciudades de la Monarquía hispana de los Austrias, situación que se mantendrá con los Borbones. El descubrimiento y colonización de América desplaza el centro de atención política y económica hacia Sevilla, primero, y Cádiz, después. Córdoba se desliza por una lenta pendiente en la que pierde importancia y población, alejada de los centros de poder y toma de decisiones. Sólo pequeños acontecimientos sacan ocasionalmente a la ciudad y sus pobladores del letargo en el que están sumidos, como la construcción, bajo los Austrias, de la Puerta del Puente y la plaza de la Corredera, así como la realización de Cortes en 1570, bajo Felipe II. Al Siglo de Oro español aporta Córdoba una de sus figuras fundamentales: Luis de Góngora. En el siglo siguiente, durante el reinado de Felipe V, tuvo lugar el llamado "motín del pan", debido a la escasez de trigo. Por estas fechas la ciudad pasó por un periodo de escasez y crisis, que ahondaba su decadencia. Sin embargo, también en este momento fueron levantados magníficos palacios y las iglesias se decoraron con impresionantes retablos barrocos, como los realizados por Gómez de Sandoval. El Colegio de la Compañía es también obra de este periodo, así como pertenecen a esta época los llamados Triunfos, monumentos dispersos por varias plazas en los que aparece el arcángel San Rafael, figura de gran devoción popular. Por último, se construyeron la conocida plaza de los Dolores y el Colegio de Santa Victoria, obra ésta de Ventura Rodríguez. Los primeros años del siglo XIX son, como no podía ser de otro modo, una época convulsa. Durante la invasión francesa y la posterior Guerra de Independencia sus pobladores sufrieron duras penalidades y una fuerte represión. En la Guerra tomó una parte muy activa un cordobés ilustre, Ángel de Saavedra, más tarde conocido como el poeta Duque de Rivas. Expulsados los franceses y restaurada la monarquía de Fernando VII, las disputas entre liberales y absolutistas que caracterizaron también afectaron a Córdoba, cuya población aparece dividida. Durante el reinado de Isabel II Córdoba fue cuartel de los liberales quienes, en 1868, lograron derrotar a los realistas en el puente de Alcolea, lo que significó el destierro para la reina. Las primeras décadas del siglo XX parecen continuar la tendencia anterior: depresión económica, despoblamiento, estructuras caciquiles y subdesarrollo son factores que sumen a Córdoba en un papel postergado. La Guerra Civil de 1936-39 afecta a Córdoba dejando un reguero de muerte y destrucción, como en tantas ciudades españolas. No será hasta mediados de siglo cuando la ciudad comience una lenta recuperación, aprovechando el despertar económico general. Poco a poco Córdoba cambia su fisonomía, dotándose de nuevas y más modernas infraestructuras, un proceso que tiene su punto culminante en 1992, con la inauguración del AVE que une las ciudades de Madrid, Córdoba y Sevilla. La modernidad trae la creación de nuevos barrios y el surgimiento de su Universidad. La Córdoba actual, bimilenaria, recoge apaciblemente los frutos de largos siglos de esplendor, en los que han brillado nombres -aparte de los ya citados- como los de los pintores Pablo de Céspedes, Antonio del Castillo y Julio Romero de Torres; orfebres como Damián de Castro; historiadores como Ambrosio de Morales; escultores como Mateo Inurria; toreros como Guerrita, Manolete, Lagartijo y otros; poetas como Juan de Mena o Antonio Gala, y un sinfín de personalidades, a muchas de las cuales recuerda la ciudad en los numerosos monumentos que aparecen desperdigados por calles, plazas y plazoletas.
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Poco tiempo estará la ciudad de Córdoba en manos de los godos. Su derrota en la batalla de Guadalete, en el año 711, cambiará el futuro de la ciudad, que es tomada al asalto por un conjunto de tropas del califa de Damasco, cuya cabeza de mando es Mugith ar-Rumí. Según la leyenda, Mugith inició la conquista de Córdoba cruzando el Guadalquivir durante una noche de fuerte aguacero, penetrando en la ciudad por la zona meridional de la muralla, que estaba deteriorada. Lograron escapar unos quinientos defensores cristianos, entre ellos el gobernador de la ciudad, quienes se refugiaron en la iglesia de San Acisclo. El templo fue sitiado durante tres meses, en los que el gobernador logró escapar y el resto de los asediados se entregó, siendo decapitados. La conquista de los musulmanes supuso uno de los capítulos más importantes de la transformación de Córdoba. Durante el emirato, que va desde el siglo VIII al X, gobiernan la ciudad y su territorio Abd al-Rahman I, Al-Hakam I y Abd al-Rahman II, entre otros, aunque será en el siglo X, con Abd al-Rahman III, cuando alcance su mayor esplendor. En una tercera etapa, denominada fitna, comienza a reinar la anarquía y el deterioro político consume lentamente a la ciudad, ya que el Estado se descompone en pequeños principados, incapaces de hacer frente a la amenaza de los reinos cristianos del norte peninsular. Durante las primeras etapas de la dominación árabe de la península ibérica, la antigua ciudad romana de Corduba se convierte en el auténtico epicentro de la vida económica, política y cultural de al-Andalus, extendiendo su influjo a buena parte de Europa y del mundo islámico. En el siglo X, Córdoba es la ciudad más poblada de Occidente, en competencia con las orientales Constantinopla, Bagdad y Damasco. Algunos cronistas dan una cifra de un millón de habitantes para la época de Almanzor, lo que parece exagerado. Sí se admite, en cambio, una cantidad de población superior a los 250.000 habitantes. La medina cordobesa contaba con un alcázar, la mezquita mayor y una amplia zona comercial. A su alrededor se ubicaban los barrios, generalmente organizados por sectores de actividad. En total, se estima que la ciudad en esta época debió de extenderse 24 km de este a oeste y 6 de norte a sur. Un apreciable aunque discutido censo de finales del siglo X detalla la existencia de 60.300 viviendas ocupadas por grandes dignatarios, 213.077 habitadas por el resto de la población y 80.455 dedicadas al comercio y artesanado, sin contar con las numerosas fondas que una ciudad como ésta debió albergar. Pero sin duda el epicentro de la vida cordobesa debió ser su Gran Mezquita, iniciada por Abd al-Rahman I entre 785 y 786 y ampliada y magnificada por sus sucesores. Abd al-Rahman II restaura y construye puentes, caminos, murallas y fortalezas. El gran califa omeya, Abd al-Rahman III, necesitado de un entorno de esplendor con el que competir con los soberanos orientales, manda edificar la ciudad regia de Madinat az-Zahra y el alminar de la mezquita de Córdoba. Veintiún barrios, cada uno con su mezquita, mercado y baños, componen el tejido urbano de la Córdoba omeya. Siete puertas la conectan con ciudades como Zaragoza, Sevilla, Algeciras, Toledo, Badajoz o Talavera. Son numerosos los puentes que cruzan el gran río Guadalquivir. Los jardines brotan por todos lados. Por si fuera poco, Córdoba es una de las capitales intelectuales del mundo islámico. Con Abd al-Rahman III florecen las artes, las ciencias, la literatura y la filosofía. De esta época son personajes como los filósofos Ibn Masarra e Ibn Hazm, poetas como Ibn Zaydun y Ibn Suhayd; médicos, astrólogos, historiadores..., la mayoría son de origen hispanomusulmán. La hermosura de la Córdoba omeya sin duda debió ser proverbial, extendiéndose su fama por Oriente y Occidente. Ibn Suhayd, antes citado, escribirá unos amargos versos sobre el final de la Córdoba omeya: "Juro por vida de la juventud que ella es una anciana decrépita, pero en mi corazón tiene la imagen de una joven atractiva". Pero por encima de estos nombres sobresalen los de Averroes y Maimónides, figuras señeras de la cultura universal. Es ésta la época relumbrante, acaso mítica, de las tres culturas: la cristiana, la hebrea y la musulmana. El esplendor de Córdoba comenzó a declinar durante el califato de Hisham II, un gobernante incapaz, quien dejó el poder en manos de Almanzor. Éste, gran caudillo militar, mantuvo en jaque a los reinos cristianos peninsulares, que desde hacía tiempo venían presionando sobre el territorio musulmán. También Almanzor se ocupó de efectuar la última ampliación de la Mezquita, de decoración menos suntuosa que las precedentes. A su muerte comienza la desintegración del califato, que se consume en luchas intestinas y revueltas palaciegas hasta que finalmente, en el año 1013, deja de existir. Muy poco antes, en el año 1010, la, en otro tiempo, esplendorosa Madinat al-Zahra es incendiada y saqueada, comenzando un expolio que hará que muchas de sus piedras acaben en los palacios cordobeses que se construirán con posterioridad. La desaparición del poder central favorece la fragmentación del Al-Andalus, el territorio ibérico bajo control musulmán, que se divide en numerosos reinos y gobernaciones, llamados taifas. La división de los hispano-musulmanes es también su debilidad, lo que facilita el avance cristiano. Durante los siglos XI y XII, Córdoba será una taifa más. En la época del rey-poeta al-Mutamid caerá en poder de Sevilla, arrastrando desde entonces una decadencia irremediable hasta que su último reyezuelo, Ibn Hud, pierda la ciudad a manos de Fernando III el Santo. Comienza entonces una nueva etapa para la ciudad, el periodo cristiano.
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Durante las primeras etapas de la dominación árabe de la península ibérica, la antigua ciudad romana de Corduba fue el auténtico epicentro de la vida económica, política y cultural de al-Andalus, extendiendo su influjo a buena parte de Europa y del mundo islámico. En el siglo X, Córdoba es la ciudad más poblada de Occidente, en competencia con las orientales Constantinopla, Bagdad y Damasco. Algunos cronistas dan una cifra de un millón de habitantes para la época de Almanzor, lo que parece exagerado. Sí se admite, en cambio, una cantidad de población superior a los 250.000 habitantes. La medina cordobesa contaba con un alcázar, la mezquita mayor y una amplia zona comercial. A su alrededor se ubicaban los barrios, generalmente organizados por sectores de actividad. En total, se estima que la ciudad en esta época debió de extenderse 24 km. de este a oeste y 6 de norte a sur. Un apreciable aunque discutido censo de finales del siglo X detalla la existencia de 60.300 viviendas ocupadas por grandes dignatarios, 213.077 habitadas por el resto de la población y 80.455 dedicadas al comercio y artesanado, sin contar con las numerosas fondas que una ciudad debió albergar. Pero sin duda el epicentro de la vida cordobesa debió ser su Gran Mezquita, iniciada por Abd al-Rahman I entre 785 y 786 y ampliada y magnificada por sus sucesores. Abd al-Rahman II restaura y construye puentes, caminos, murallas y fortalezas. El gran califa omeya, Abd al-Rahman III, necesitado de un entorno de esplendor con el que competir con los soberanos orientales, manda edificar la ciudad regia de Madinat az-Zahra y el alminar de la mezquita de Córdoba. Veintiún barrios, cada uno con su mezquita, mercado y baños, componen el tejido urbano de la Córdoba omeya. Siete puertas la conectan con ciudades como Zaragoza, Sevilla, Algeciras, Toledo, Badajoz o Talavera. Son numerosos los puentes que cruzan el gran río Guadalquivir. Los jardines brotan por todos lados. Por si fuera poco, Córdoba es una de las capitales intelectuales del mundo islámico. En ella florecen las artes, las ciencias, la literatura y la filosofía, con personajes como Averroes, Yahya ibn al-Hakam, al-Razi, al Hushani o Maimónides.
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Con Diocleciano la esplendorosa Corduba inicia su declive, siguiendo la tónica general del Bajo Imperio romano. La ciudad pierde su condición de capital en beneficio de Hispalis (Sevilla), al tiempo que el cristianismo se impone como la nueva religión dominante. Al cristianizarse el imperio gracias a Constantino, en el siglo IV, el obispo cordobés Osio se convierte en el espíritu evangelizador que aconseja y decide, y es él quien redacta la fórmula de la fe cristiana, el Credo. Osio se convertirá en el personaje cordobés más significativo del periodo, participando en los concilios de Iliberris, localidad cercana a Granada, y Nicea, en el que ocupa un lugar muy activo. En este momento, las comunidades cristianas de Córdoba comienzan a adquirir cada vez mayor relevancia, como lo demuestran los dos sarcófagos paleocristianos encargados directamente a Roma, que actualmente se conservan en el Alcázar y en el Museo Arqueológico. Algunos cristianos cordobeses de época posterior, gracias a su vida y milagros, serán considerados santos por la Iglesia, como San Eulogio, San Pablo y San Perfecto. Este estado de cosas sufrirá una brusca ruptura en el siglo V, cuando se produzcan las llamadas invasiones bárbaras de la Península Ibérica, que afectarán también a Corduba. La ciudad será saqueada por los vándalos y lenta, pero inexorablemente, el antiguo poder romano irá desapareciendo. Sin embargo, las viejas formas romanas mantienen su prestigio entre los bárbaros, quienes comprueban la utilidad de mantener algunas instituciones para administrar tanto el territorio conquistado como a la población nativa. Así, los visigodos, último pueblo en asentarse en la región, asentarán en la Betica un dux propio. Las luchas intestinas que caracterizan algunas etapas de la dominación visigoda acabarán por afectar a Córdoba. De manera frecuente distintas facciones se enfrentan por el poder, dando lugar a intrigas y combates, como los que oponen a Leovigildo y su hijo Hermenegildo. Córdoba será conquistada por Leovigildo, quien a la postre resultará vencedor. A partir de este momento la población hispanorromana de Córdoba pasa a depender de la capital visigoda, Toledo. Comes y duques visigodos asumen cargos en la administración local de Córdoba, ocupando palacios y monumentos. Bajo el reinado de Recaredo, responsable de la conversión del reino visigodo al catolicismo -abandonando el arrianismo-, se construye en Córdoba la basílica de San Vicente. La leyenda cuenta que dicha iglesia fue levantada sobre un viejo templo romano dedicado al Sol, exactamente en el mismo lugar que más tarde ocupará la Gran Mezquita aljama cordobesa. La dominación visigoda, especialmente el periodo final, resultará ser un periodo convulso, en el que son constantes las revueltas nobiliarias y las luchas por el poder. Este contexto fragmentario favorecerá la posterior invasión y dominación musulmanas.
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Las uniones y separaciones, alianzas y enfrentamientos que jalonan la historia de al-Andalus y de los reinos cristianos occidentales tienen su equivalente en la zona oriental durante este período que se inicia con la división de los dominios de Sancho el Mayor entre navarros y aragoneses (1035) que se unen en 1076 para separarse definitivamente a la muerte de Alfonso el Batallador en 1134. Tres años más tarde, Aragón se une al condado de Barcelona, con el que se mantendrá unido durante toda la Edad Media aunque cada Estado conserve su propia organización, intereses políticos, Cortes... Teóricamente, Navarra forma parte de la Corona de Aragón y así lo da a entender Roma al incluir los territorios navarros bajo la metrópoli de Tarragona, pero en la práctica los navarros mantienen su independencia gracias a una hábil política de equilibrio y contrapeso entre Aragón y Castilla, a pesar de los diversos pactos firmados entre ambas Coronas para ocupar y repartirse el reino. La proximidad a los territorios franceses y la necesidad, en ocasiones, de buscar apoyo político y militar frente a Castilla o Aragón llevará a los reyes navarros a una alianza primero con miembros de la nobleza francesa, con los condes de Champagne, y en la segunda mitad del siglo XIII con la casa real francesa cuyos herederos serán al mismo tiempo reyes de Navarra.