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Debemos aludir, siquiera brevemente, a ese otro arte griego que adoptaron, bajo el ropaje de un peculiar estilo propio, fenicios y púnicos en Occidente. Gadir, la colonia más antigua fenicia en Occidente, se irá convirtiendo, a los ojos de los griegos, en una ciudad a la que ya en el siglo V a. C. el poeta lírico Píndaro llamará la Ilustre, la Famosa. En el extremo occidental, en los caminos sombríos del Atlántico, era Gadir -la Gades romana- la última referencia de un mundo civilizado y luminoso más allá de las Columnas de Heracles. Ello encubría unas relaciones comerciales intensas de Gades con los griegos, sobre todo con masaliotas y emporitanos, cuya órbita de intereses la polis semita comparte en el occidente. Pero también Gades se abre al Mediterráneo oriental, pues seguía unida culturalmente a Tiro, la vieja metrópolis fenicia, mientras se relaciona estrechamente con Atenas.No es casual que, como sabemos por la tardía fuente griega del escritor Filóstrato ("Vida de Apolonio", V, 4), se erigiera en la helenizada Gadir una estatua de bronce y en actitud pensativa de Temístocles, el renombrado estratega ateniense de las Guerras Médicas, así como, ya al otro lado de la bahía gaditana, se estableciera en fecha indeterminada un culto oracular al héroe ateniense Menesteo, mencionado también por Estrabón (III, 1, 9). Este enclave religioso costero protegería jurídicamente la navegación y el comercio en la costa atlántica. La coloración ateniense de ambos datos apunta, históricamente, al siglo V a. C. y refleja los citados contactos comerciales. No sabemos la fecha ni las circunstancias precisas de la plasmación iconográfica de los trabajos de Melcart que, según las tardías referencias de Filóstrato y las más poetizadas de Silio Itálico, decoraron el Herakleion gaditano. Tal vez pudiera remontar esta tradición al mismo siglo V, como una emulación, política y religiosa, de otros grandes ciclos iconográficos de Heracles: sus hazañas se esculpieron en Grecia -Olimpia- y en el Occidente grecoitálico, en la Magna Grecia. Tampoco es posible hoy definir el carácter predominantemente fenicio o, por el contrario, helenizante de esta perdida representación escultórica. Posiblemente, suponemos, se utilizara un lenguaje accesible a los diversos pueblos de la oikouméne. Y éste era el griego.Con Tiro y con las ciudades fenicias de Oriente los notables de Gades compartirán la moda de los grandes sarcófagos antropomorfos con los rostros de los difuntos idealizados, inmersos en belleza serena. Así, el del varón, en solemne seriedad y con barbas rizadas, de Punta de Vaca; o el femenino, que sostiene en su mano un alabastro, símbolo funerario y a la vez expresión de su alta condición, pues el perfume era en la Antigüedad un bien precioso. Fechados también en el siglo V, responden a la moda helenizante fenicia y a un taller mediterráneo que trabaja para la demanda de nobles tirios o sidonios y que hoy algunos investigadores suponen incluso de la Grecia insular de las Cícladas. Pero será, sobre todo, en época helenística cuando se acentuará el gusto semita hacia lo griego. Una famosa imagen de Alejandro Magno se erigirá junto al templo de Herakles-Melcart y atraerá las visitas obligadas de personajes ilustres que se acercan al santuario para cumplir un ritual religioso y político, como César. La efigie, como nos refiere Suetonio en su vida de César (1, 7), suscitó en aquel visitante el pothos o añoranza hacia las empresas grandes del joven monarca helenístico. Con la excepción de los grandes sarcófagos en mármol, de todo ello nada se conserva, salvo en las referencias literarias. Sí conservamos, en cambio, numerosos objetos de arte menor, como joyas y anillos. Algunos de ellos introducen ese lenguaje helenizante de moda mediterránea en los personajes de la elite local gaditana. Un anillo-sello personal de Cádiz, hoy en el Museo de Madrid, debe leerse en clave griega y no semita -un supuesto ritual sangriento de Moloch- como se ha hecho. Vemos un varón desnudo, que se apoya en un pilar de la palestra, con la estrígile y el frasco de perfumes o aríbalo globular, colgando de su brazo. Dos letras del alfabeto semita indican posiblemente la identidad de su poseedor, su pertenencia a la cultura gaditana. Pero este personaje ha elegido el lenguaje idealizador, típicamente griego, del deporte y del cuerpo desnudo para representarse como un ciudadano libre y ocioso de Cádiz. En la colonia púnica de Ibiza encontramos una similar tendencia hacia el lenguaje griego. A partir de las últimas décadas del siglo V a. C. y, sobre todo, el IV las tumbas de Ibiza aceptan ciertos rasgos comunes con Ampurias incorporando a sus ajuares importaciones de cerámica ática: sobre todo, lécitos o frascos de perfumes y las populares lucernas áticas de barniz negro. Estas son lisas y brillantes, como lo es en estos años todo el barniz negro ático, mientras que los lécitos generalmente pertenecen a la variante panzuda y pequeña del frasco de perfumes. Su abultado número implica la extensión y popularización de una moda y de un lenguaje entre los púnicos. Habitualmente se decoran con figuras rojas, bien con palmetas o con esquemáticos rostros de dioses surgiendo del suelo entre sencillos brotes florales. Son motivos con una sencilla simbología funeraria pero, no por ello, menos misteriosa. Nos introducen en un mundo de creencias sobre la ultratumba que en gran medida los púnicos compartieron con los ampurianos y con otros pueblos griegos del Mediterráneo occidental. Junto con una mayoría de símbolos egiptizantes, muchos escarabeos ibicencos muestran temas y hasta motivos míticos griegos: así, el jinete, el arquero o el joven cazador; o el guerrero arrodillado ante un tablero, que -como ha visto John Boardmanno- es sino un resumen o reducción del popular motivo tadoarcaico de Aquiles y Ayax jugando ensimismados ante los muros de Troya. El prestigio del arte y del mito griego se introduce, aquí y allá, en el mundo cotidiano y funerario púnico: Tetis cabalga sobre las olas del mar a lomos de un hipocampo en una placa funeraria en terracota del Puig des Molins que acertaríamos a datar en el siglo IV. Los púnicos han debido copiar este motivo de sarcófagos griegos de la Magna Grecia, como los tarentinos.Y en los anillos del helenismo de Ibiza podemos encontrar ecos claros del repertorio griego. No fueron tampoco los púnicos de Ibiza insensibles al juego de la ilusión óptica -el engaño de los sentidos- que inundó el lenguaje griego y mediterráneo a partir del siglo IV. Las barbas y el cabello de un noble ibicenco del helenismo, que se representa sobre un anillo de oro del siglo III o IV a. C., son en realidad de aves que unen sus picos para besarse. Un mito local se esconde tal vez bajo esta imagen de percepción difícil. En todos estos ejemplos -cuya motivación pudo ser simplemente la moda o alguna de las múltiples funciones mágicas o metafóricas de la imagen mítica- el ibicenco ha introducido estímulos formales, temáticos y hasta alegóricos griegos para transformarlos en algo nuevo, con lenguaje púnico.
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Es, sin duda, una de las obras más populares de Poussin, repetida y copiada innumerables veces. Es, curiosamente, una de las pocas obras firmadas de Poussin, tal y como puede verse en la inscripción sobre la piedra, en primer término: "N. Pussin fecit". Fue, posiblemente, pintado para el Cardenal Gian Carlo de Medici, en cuyo palacio Mezzamonte de Florencia se encontraba en 1637. En cualquier caso, la fecha de esta obra parece ser 1631-33, con anterioridad a La adoración de los Reyes Magos, conservada en Dresde, datada en 1633. La obra se articula en dos planos: al fondo puede verse un anuncio a los pastores, entre las columnas. En primer término, la adoración propiamente dicha, con los personajes canónicos: Jesús niño, María y José, los pastores, entre los que una muchacha le ofrece un cesto con fruta, y los animales añadidos por la tradición. La composición es de un equilibrio perfecto, basado en la armonía de la arquitectura, a la que Poussin dedica buena parte de su atención, y en el juego de líneas curvas, horizontales y verticales. Es un exponente claro de su estilo en esta década, antes de su viaje a París, en que se esfuerza por alcanzar la claridad y serenidad en sus obras, aislando y estudiando los gestos y emociones de los personajes por separado, que es lo que confiere un toque personal a un tema tan frecuente en los artistas de todas las épocas. El colorido es también el propio de estos años, suave, musical, con una preferencia por el azul y el naranja.
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El interés por la pintura del Renacimiento Italiano se aprecia a lo largo de toda la vida de Rembrandt pero especialmente es en la década de 1640 cuando encontramos un mayor número de influencias italianizantes. No debemos olvidar que el maestro nunca viajó a Italia, aunque se formó con Pieter Lastman - cuyo estilo estaba marcado por el naturalismo tenebrista de Caravaggio - y que observó atentamente los cuadros procedentes de Italia que llegaban al mercado de Amsterdam. También hay que señalar el interesante contacto con el grupo de los Caravaggistas de Utrecht. Estos contactos con la pintura italiana provocarán la admiración de Rembrandt hacia la escuela veneciana y hacia Caravaggio. Por eso la luz se convertirá en la principal protagonista de esta composición; al iluminar fuertemente al Niño se provocan unos interesantes contrastes entre zonas de luz y zonas de sombra. Las figuras de alrededor de Jesús se aprecian con absoluta claridad mientras las que se encuentran más alejadas quedan en semipenumbra. La pincelada rápida que emplea Rembrandt en esta escena parece heredada del "Impresionismo Mágico" de la última etapa de Tiziano, donde la luz y el color se adueñan por completo del lienzo.
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Es una continuación de El paso del Mar Rojo, pintada para Amedeo dal Pozzo en 1634, el cual le había encargado estos grandes lienzos para su palacio en Turín. El tema está tomado de nuevo del Éxodo. Se encontraba Moisés en el Sinaí orando, y Yahvé le revelaba las leyes recogidas en las tablas de la ley. Viendo que Moisés tardaba, el pueblo solicitó a Aarón un dios a quien adorar. Con el oro de sus joyas fundieron un becerro y lo adoraron como a Yahvé. Al día siguiente, hicieron sacrificios y una gran fiesta, momento que recoge el lienzo. Cuando Moisés descendió al campamento y se encontró las danzas en honor del becerro, encendido en ira, rompió las tablas y fundió el ídolo. En castigo por la idolatría dio a beber el oro mezclado con agua a todos los israelitas. De un dinamismo muy similar al de sus bacanales, con un tratamiento más clásico que religioso, muestra Poussin toda su maestría en el tratamiento de este tipo de escenas de masa. El tratamiento es teatral, de manera que cada personaje expresa su papel con unos gestos retóricos apropiados, poniendo en relación el movimiento y la motivación interna, espiritual y mental.
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En el monasterio de San Millán de la Cogolla existieron tres beatos durante la Edad Media. Estos códices están repartidos en la actualidad entre la Real Academia de la Historia de Madrid, la Biblioteca Nacional y El Escorial. En esta imagen contemplamos la ilustración del folio 92 en la que podemos observar una peculiar representación del Tetramorfos: en un círculo interior aparece representado Cristo en forma de cordero y a su alrededor se ubican los símbolos de los cuatro evangelistas: el toro de san Lucas, el águila de san Juan, el león de san Marcos y el ángel de san Mateo. Cuatro grupos de hombres de grandes y almendrados ojos adoran al Cordero, sobresaliendo los vivos colores de las diferentes figuras. El códice de la Real Academia de la Historia fue realizado en dos momentos diferentes; la primera parte estaría realizada a finales del siglo X o comienzos del XI y llega hasta el folio 228, sólo en cuanto al texto; la segunda se realizaría en la segunda mitad del siglo XI, periodo de esplendor económico del cenobio riojano, superado el momento de crisis que supusieron las campañas de Almanzor al finalizar la centuria anterior. Será en este momento cuando se realice la iluminación del códice, apreciándose también dos estilos: hasta el folio 92 se hallan elementos mozárabes para después trabajar según el estilo románico.
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Mientras algunos elementos del caravaggismo se expandían por toda Europa, convirtiéndose en características más o menos permanentes de la pintura de muchos países, el éxito de Annibale Carracci atrajo casi de inmediato hacia Roma a un buen número de artistas emilianos. Entre los Incamminati, Albani, Domenichino y Reni, y entre los ayudantes de Agostino en Parma, Lanfranco y Badalocchio. Frente a la heterogeneidad de los aderenti al Caravaggio la homogeneidad del grupo boloñés es manifiesta, conformando una verdadera escuela tanto por su procedencia como por su sólida formación común.El prestigio de Annibale en Roma y la poderosa comitencia que le sostiene, además del dominio del dibujo y de la técnica del fresco que todos poseían, convirtieron bien pronto a estos pintores emilianos en los exponentes del gusto oficial. El monopolio que ejercieron sobre los ciclos decorativos tanto en iglesias y capillas como en palacios y villas de Roma durante las primeras décadas del siglo, lo demuestra. Colaboraron con Annibale, en plena unidad de intereses, en el palacio Farnese: Albani, Domenichino y Lanfranco; en las lunetas Aldobrandini, Domenichino y Albani, y en la capilla de San Diego (1602-07) (S. Giacomo degli Spagnoli): Albani, Lanfranco y Badalocchio (Barcelona, Museo de Arte de Cataluña, y Madrid, Prado). Sin excluir el estimulante pique que se produjo entre las dos personalidades de mayor relieve, Reni y Domenichino, empeñados en los frescos del oratorio de Sant'Andrea (junto a S. Gregorio Magno, 1608), ni tampoco la rivalidad más enconada, como la que sobrevendrá entre Domenichino y Lanfranco por los frescos de Sant'Andrea della Valle.Partiendo de Annibale, en la diversidad de soluciones personales que aportaron, se configuró el clasicismo seiscentista, entendido como una coherente línea del gusto, cuya afirmación vendrá ligada al enorme y poderoso apoyo de un reducido y selecto círculo de la comitencia más aristocrática de Roma, los Aldobrandini, los Farnese, los Ludovisi, los Borghese, pero, sobre todo, a la exacta definición de sus principios teóricos hecha por monseñor Giovan B. Agucchi, secretario del cardenal Pietro Aldobrandini y, después, del pontífice Gregorio XV.Precisamente, entre 1607 y 1615, este prelado boloñés redactó un "Trattato deIla pittura" (editado en parte en 1646), constituido en una especie de manifiesto del clasicismo. Afirma que en la superación de las heresie manieristas se habían abierto dos vías: la de los pintores que "han puesto su fin en irritar el natural perfectamente tal como ante el ojo aparece", y aquella de quienes han intentado alzarse irás alto "con el entendimiento, que comprenden en su idea la excelencia de lo bello y lo perfecto, que querría hacer la naturaleza, aunque ella no lo ejecute en un único sujeto". A partir de esta primera aproximación, Agucchi afirma que la primera tendencia, y Caravaggio a su cabeza, aun con el mérito de haber reaccionado en contra de la abstracción e irrealidad manieristas, acabó por dejar "atrás la idea de la belleza, dispuesto a seguir del todo la similitud"; por contra, valora como correcta, la segunda, encabezada por Carracci que, teniendo por modelo al arte antiguo y al renacentista, trasportaba la naturaleza siguiendo la teoría de la imitatio como electio, por lo que sus partidarios "no contentos con imitar aquello que ven en un solo sujeto, van recogiendo las bellezas repartidas en muchos, y las juntan todas con fineza de juicio, y hacen las cosas no como son, sino como deberían ser".La argumentación de Agucchi -como años después Giovan P. Bellori en su "Idea del pittore, dello scultore e dell'architetto" (1664), luego publicada como prólogo a sus "Vite..." (1672)- está presidida por una voluntad restauradora, al entender que la restauración del arte del Renacimiento conducida por Annibale Carracci y sus discípulos, como reacción al Manierismo, fue similar a la que en su día realizaron los artistas renacentistas con respecto a la Edad Media. Sin embargo, es evidente que la relación entre Renacimiento y Antigüedad clásica no se podía reducir al mero acto volitivo de Agucchi (y después de Bellori), ya que para los artistas del Renacimiento la clasicidad era un modelo profundo a perseguir, no una forma exterior a imitar; es decir, no era en la asunción de modelos antiguos en lo que el Renacimiento se revela clásico, sino en la fe en el arte como instrumento de conocimiento de la realidad y del hombre.Y es evidente que una confianza igual no era posible en el Seicento después de Copérnico y de Galileo. Por ello, en Agucchi (como en Bellori) el ideal clásico se reduce a la doctrina de la electio, o sea, a un modelo genérico de sublimación de la realidad, que no encuentra una motivación convincente más allá de las razones artísticas. En este sentido, es cierto que el clasicismo seiscentista se erige como el reverso del barroco, pero forma parte del mismo horizonte cultural, es decir, el Barroco (entiéndase aquí como término adherente), testimoniando por un camino distinto la misma pérdida de centralidad del hombre en el cosmos, de igual inseguridad.
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Esta rápida maduración de Caravaggio en un tiempo tan reducido, culminará en las telas para la capilla Contarelli, en San Luigi dei Francesi, cuya comisión obtiene en 1599 por interés del cardenal Del Monte. En 1599-1600, ejecuta los dos cuadros laterales con la Vocación y el Martirio de San Mateo, y en 1600-02, pinta el cuadro central del altar con San Mateo y el Angel. Abandonando la manera clara de las primeras obras, acentuó con inaudita evidencia la representación de la realidad más inmediata y tangible, por medio del empleo de fuertes contrastes de sombras y luces, y convirtiendo a la luz, además, en la verdadera protagonista de su poética, hasta el punto de que ella modela las figuras, define los espacios, determina las situaciones, y también la que, interviniendo simbólicamente como la gracia, de carácter a la Vocación, o intensifique el drama en el Martirio.Amplia y compleja fue la elaboración de estas obras que marcan el punto de inflexión en la carrera artística de Caravaggio, afrontando el problema de la historia, y enfrentándose no sólo al juicio de los entendidos, sino también al del gran público, en especial al de los grupos más conservadores. Según Bellori, la primera versión del cuadro central supuso un contratiempo y un grave desaire para su pintura, ya que "colocado sobre el altar, los sacerdotes lo retiraron, diciendo que aquella figura sentada con las piernas cruzadas y los pies torpemente expuestos a la vista no tenía decoro ni aspecto de santo". Recogido el cuadro por el marqués Giustiniani para sí, Caravaggio se vio obligado a realizar una segunda versión, en la que la violencia agresiva de la primera imagen y su uso desinhibido de citas culturales y figurativas, se eliminaron en favor de una representación más decorosa, más acorde con el espíritu evangélico, pero en el fondo más académica también (aunque no puede soslayarse que la primera versión, siendo más bella, pecaba de ecos manieristas y de un rebuscado juego intelectualista).Muchísimos y diversos son los problemas que estas obras plantean. De los más atractivos es el referido al método de trabajo del pintor, pues si bien no se conocen de Caravaggio dibujos preparatorios de sus obras, estas pinturas dan la clave de esa moralidad de manufactura y de método a la que antes aludíamos, aclarándonos cuál era su modo de proceder. En efecto, los exámenes radiológicos de las telas laterales han revelado versiones diferentes a las definitivas, manifestando que Caravaggio pintaba directamente, a bote pronto, sin la preparación del diseño previo, lo que le obligaba a realizar drásticas intervenciones posteriores. Esto permite seguir su trabajo creativo en su intento de superar los modelos compositivos manieristas, y aquilatar su proceder en cuanto a su compromiso respecto a la figuración del hecho sagrado, acentuando el drama.Así, en la Vocación las radiografías indican un cambio significativo: en la primera versión, Cristo aparecía aislado y envuelto en una toga clásica, revelando que la figura de San Pedro que aparece en la segunda versión, cubriendo casi del todo a la de Cristo, con la que conforma un bloque cerrado y compacto, no estaba prevista. La colocación del macizo apóstol provoca un cambio en la dialéctica entre tradición-renovación respecto a los modelos compositivos tardomanieristas, y ayuda a conseguir una puesta en escena más teatral, al lograr un punto de vista compositivo de fuerte acentuación dramática del asunto. Pero, a su vez, de manera íntimamente conexa, su inserción es también determinante respecto a la redacción final del discurso icónico del hecho representado, pues viene a confirmar el primado de la Iglesia de Roma siguiendo los dictados de la Contrarreforma, ya que se indica claramente que la salvación actúa a través de la palabra de Dios (Cristo) pero con la mediación de la Iglesia (San Pedro).Es evidente que en estas obras las formas, el estilo, la técnica, los contenidos iconográficos y las metas ideológicas del Manierismo han sido superados ampliamente por la novedosa concepción artística desplegada por Caravaggio. Aquí, realmente se inicia su revolución.
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El ideal político islámico materializado en el control del poder desde una estructura gubernamental única se había extinguido en al-Andalus, de hecho, desde la caída del califato omeya y la aparición de las primeras taifas en pleno siglo XI. El territorio se fragmentó a partir de una serie de poderes locales sin vínculos gubernamentales ni ideales de acción común. Un hecho importante los aglutinaba, sin embargo: la amenaza de los cristianos del Norte. Tras ser convocados en 1086 por ciertos reyes taifas, los almorávides, procedentes del Norte de África, se establecieron en al-Andalus a partir de 1091. A esta dinastía la impulsaba un estricto espíritu religioso y un impetuoso programa político de unificación y de enfrentamiento a las fuerzas enemigas del Norte. Pero la realidad histórica demostró que la población, descontenta, desunida y desesperada, no estaba dispuesta a soportar los imperativos de unos gobernantes a los que pronto consideró inadecuados. De ahí que surgieran de manera paulatina las que se han venido llamando segundas taifas, ya que el territorio andalusí volvió a fragmentarse en diferentes poderes locales que desde distintos enclaves de la Península hicieron frente a los almorávides al tiempo que procuraron su expulsión definitiva.Mientras tanto, al otro lado del Estrecho adquirían protagonismo los almohades, quienes en defensa del unitarismo divino consiguieron extender su poder desde Marrakech hasta al-Andalus, donde sustituyeron a la dinastía almorávide en 1145-1146. La tarea de instalación en la Península no fue tan fácil como hubieran esperado, ya que a pesar de ofrecer, en principio, un nuevo soplo de esperanza a la población musulmana, los hechos demostraron que la presión castellana era superior a las fuerzas de contrarresto de la nueva dinastía y que persistía la desunión entre los andalusíes. Los almohades, en efecto, no pudieron hacer frente a las fuerzas cristianas respaldadas por un ideal común de cruzada y una estructura militar superior. La historia se repitió y ciertos gobernantes locales, desde diversos puntos de la Península, prefirieron independizarse y sobrevivir a su suerte antes que continuar dependiendo de un falso poder central que se desvanecía sin remedio. Así aparecieron las terceras taifas, las que protagonizaron la agonía política, intensa y obcecada, de lo que fue al-Andalus. Estas taifas estuvieron regidas por gobernantes musulmanes que defendían un espacio propio, el de sus antepasados establecidos en la Península, en muchos casos desde hacía siglos; éstos hicieron frente a los proyectos expansionistas de los cristianos y, por tanto, a un orden político más potente y organizado, y se mantuvieron, ya fuera mediante las armas ya mediante el vasallaje, antes que sufrir el desarraigo de la expulsión, el abandono de sus tierras o el sometimiento absoluto. Estas taifas marcaron el final de la presencia musulmana en la Península, sólo dilatada con los mudéjares y después moriscos, persistiendo los rasgos culturales de los últimos andalusíes, como es sabido, a través de varios siglos.Cuatro fueron los gobernantes en torno a los cuales se estableció el orden político y territorial de estas terceras taifas: Muhammad ibn Yusuf al-Ydami Ibn Hud, de 1228 a 1238 en Murcia; Zayyan ibn Mardanis en Onda, desde 1228, y Valencia, desde 1229 a 1238; Muhammad ibn al-Ahmar, desde 1232 en Arjona, fundador del reino nazarí de Granada y Suayb ibn Muhammad ibn Mahfuz, desde 1234 a 1262 en un reino que se extendía de Niebla al Algarve.Según indica alguna crónica árabe, Ibn Hud protagonizó en la primera veintena del siglo XIII algunas hazañas militares que le hicieron ganar adeptos. Estos apoyaron su levantamiento en Ricote en 1228; poco después se le reconocía como emir de los musulmanes en Murcia, al tiempo que proclamaba su dependencia del califa bagdadí. Sin duda, contó con el apoyo de determinadas capas de la población que decididamente deseaban enfrentarse a los almohades. Estos, por su parte, en proceso de inflexión política, tuvieron que atender problemas de gran envergadura en el Magreb, por lo cual sus fuerzas de contraataque en al-Andalus se vieron seriamente mermadas. Hay que tener en cuenta que Ibn Hud llevó a cabo el último intento de unificación político-territorial andalusí, ya que lo reconocieron de manera paulatina, en 1229, el gobernador de Córdoba y los de Málaga, Granada, Almería y Sevilla. Tomada por la fuerza de las armas añadió Algeciras, probablemente en 1231, así como Gibraltar y Ceuta, a su dominio, controlando así, aunque temporalmente, el Estrecho. Se trató de una efímera situación de privilegio, ya que en 1232 se declaraba autónoma Ceuta con gobernante independiente. Sevilla y Granada le volvieron la espalda igualmente. Valencia se le había resistido desde el primer momento, así como la zona más occidental de la Península, lugares, ambos, en los que se establecieron, como veremos, otros gobernantes con plena autonomía. Mientras tanto en Arjona, en 1232 se proclamó nuevo líder Ibn al-Ahmar. Al mismo tiempo, las incursiones de los cristianos no cesaban: los leoneses tomaron en 1230 Badajoz, Mérida y, poco después, Trujillo; Fernando III asedió Ubeda en 1233. Ibn Hud no tuvo otra salida que pagar tributo comprando una paz artificial que se mantuvo hasta 1238, fecha de su muerte y año en el que entró el rey castellano definitivamente en Córdoba. La infiltración castellana en el territorio andalusí no se había detenido durante estos años de supuesta paz; sutilmente se iba reduciendo el poder efectivo de los musulmanes. Jaime asediaba por Levante, actuación de suma trascendencia como se verá a continuación. Ibn Hud marchó a Almería en 1236, donde se mantuvo hasta su muerte, habiendo sido testigo previamente del triunfo de uno de sus rivales, el mencionado Ibn al-Ahmar, que entró en Granada en 1237 y que con Almería y Málaga constituyó el reino nazarí del que se hablará más adelante.Tras la muerte de Ibn Hud ocupó su lugar Abu Bakr ibn Hud, su hijo, el cual se mantuvo por un período escaso en el poder. Un destacado personaje de la corte murciana lo suplantó: Aziz ibn Jattab, cuyo gobierno tampoco alcanzó el año de duración. Decepción, inseguridad, agotamiento..., el hecho fue que los murcianos lo destituyeron para aclamar al que había sido gobernador del territorio vecino, Zayyan ibn Mardanis, quien había perdido Valencia y, desde Alcira y Denia, mantenía relaciones de estrategia política con Túnez, al tiempo que se respaldaba en unas treguas concedidas por Jaime I. Entró en Murcia en 1239. El territorio murciano continuó, no obstante, desintegrándose: Cartagena, Lorca, Mula y Orihuela se independizaron. Su poder duró apenas un par de años, tras los cuales fue destituido por otro Hudi. Este, enfrentado a una realidad que se desmoronaba sin solución posible, se entregó como vasallo a Castilla en 1243. Lorca, Cartagena y Mula fueron conquistadas en 1244-1245. Las condiciones establecidas habitualmente en un pacto de vasallaje dejaron de estar en vigor para el caso de Murcia tras la revuelta mudéjar que, iniciada en Andalucía en 1262, llegó a la zona hacia 1264. A partir de esta fecha el territorio pasó al control directo de Castilla.También en el sector levantino, en 1229, se alzó en Onda y después en Valencia Zayyan ibn Mardanis, descendiente del famoso Muhammad ibn Mardanis, el rey Lobo de las fuentes castellanas que tanto esfuerzo había dedicado tiempo atrás a la resistencia contra los almohades. El territorio valenciano se vio asediado desde el principio por su rival más cercano, Ibn Hud, quien no logró acceder a la ciudad por imperativos militares más acuciantes que lo alejaron de dicha empresa. No volvió a intentarlo.Las incursiones cristianas afectaron de manera directa a Zayyan, quien quiso alardear de fortaleza militar, quizá por inconsciencia ante la realidad, como afirmó P. Guichard y sobre lo que hace hincapié María J. Viguera en su estudio Los reinos de taifas y las invasiones magrebies. Jaime I tomó Mallorca en 1229 y Valencia, por capitulación, en 1238 tras asediarla.Zayyan salió de esta última ciudad y un año más tarde, como hemos visto, fue proclamado en Murcia. Aunque insistía en su adhesión al califa de Túnez, mantuvo relaciones diplomáticas constantes con el rey de Castilla; con ambos intercambiaba correspondencia continuamente. E. Molina, basándose en dichos documentos epistolares, demostró la puesta en práctica de una gestión política no exenta de complicados entramados estratégicos en pro de una supervivencia que se veía constantemente amenazada. Estas cartas afirmaban que bajo su dominio, además de Murcia, permanecían los castillos de Chinchilla, Elche, Alicante, Cartagena, Lorca, Játiva y Alcira. No obstante, y de manera paulatina, algunos de ellos lo fueron abandonando; así ocurrió con Orihuela, Cartagena y Lorca; finalmente, los murcianos lo depusieron al cabo de dos años. La suerte que a partir de ahora tocó protagonizar a Murcia ya fue descrita anteriormente. Sólo queda recordar que Zayyan se exilió a Túnez tras haberse refugiado en Denia durante algún tiempo. Allí murió en 1269-1270.En el sector occidental de la Península, en el año 1234, se proclamó como gobernante independiente Suayb ibn Muhammad ibn Mahfuz, quien mantuvo como último reducto de poder musulmán un amplio ámbito territorial que se extendía en su primera etapa desde Niebla hasta el Algarve y desde Sierra Morena hasta el mar, participando, además, en una compleja trama político-militar y diplomática que mantenían los reyes de Castilla y la monarquía portuguesa.En el proceso de deterioro del gobierno almohade en la Península y los levantamientos locales subsiguientes vimos la gestión llevada a cabo por Ibn Hud, el cual llegó a controlar un amplio dominio geográfico que lo llevó hasta Mérida y Niebla, a la que asedió sin conseguirla. No se sabe con seguridad si fueron los acontecimientos de la zona levantina los que le hicieron retroceder o si fue una probable avanzada de protección por parte del entonces infante Alfonso. No se tiene constancia documental de vasallaje alguno de Ibn Mahfuz con respecto a Fernando III, pero sí parece que al menos mantuvieron cordiales relaciones que favorecían a ambos.Por su parte, los portugueses se introdujeron en el territorio del musulmán. Sancho II con ayuda de las órdenes militares del Hospital y de Santiago, respectivamente, tomó Serpa, Moura, Aracena y Aroche, así como Mértola, Alfayat de la Peña, Ayamonte y Tavira. Estas incursiones redujeron el territorio del rey musulmán al comprendido entre el río Odiel y El Aljarafe además de determinadas zonas algarveñas más occidentales no conquistadas por los portugueses. Dada la doble amenaza que sufría, Ibn Mahfuz prefirió mirar hacia Castilla, a la cual beneficiaba con dicho gesto frente al reino vecino, tanto desde el plano geográfico como jurídico.Las dificultades políticas de los portugueses, que sustituyeron a Sancho II por Alfonso III en 1245, permitieron intercambios y pactos territoriales a cambio de apoyo político y estratégico. Recuperó Castilla, de esta manera, parte de los enclaves perdidos por el rey de Niebla. Vueltos a conquistar por Portugal, no obstante, se concretó una tregua de cuarenta años entre ambos contendientes a partir de 1251. Fueron numerosas y complejas las intervenciones a que dieron lugar estos acontecimientos que se solucionaron, en parte, con el trazado de una frontera natural marcada por el Guadiana.Téngase en cuenta que en 1248 había sido tomada Sevilla por Fernando III. Rodeado de tal forma, la supervivencia del reino de Ibn Mahfuz se complicaba. Decidió convertirse entonces en vasallo de Alfonso X a finales de 1253; es a partir de ahora cuando aparece como confirmante de privilegios rodados. Desde entonces, la existencia de Niebla como célula política independiente fue ficticia, y se convirtió definitivamente en objetivo de conquista. Castilla ya poseía Tejada, Morón, Lebrija, Arcos y Medina Sidonia y quedaban por conquistar Niebla y Cádiz. Las revueltas de mudéjares que ya se gestaban podían generar un nuevo conflicto, de convertirse Niebla en refugio de muchos de aquéllos. Mantener el vasallaje, pues, carecía a estas alturas de interés y, por tanto, se decidió su disolución. Es muy probable, tal como sugirió M. González, que el asedio fuera concebido fríamente tras las Cortes celebradas en Sevilla en la primavera de 1261. Tras varios meses, según algunas fuentes de información, Ibn Mahfuz cedió y aceptó capitular en 1262. El trato ofrecido por Alfonso X a él y a sus súbditos corresponde al otorgado al dirigente de una ciudad tomada por este medio. Le fue concedido el derecho al cobro del diezmo del aceite aljarafeño, la Buhayra de Sevilla y el cobro de ciertos impuestos de la judería sevillana, según se lee en la Crónica del rey Alfonso X. El historiador Ibn Idari afirma, en cambio, que el rey de Niebla marchó a Marrakech, donde transcurrieron sus últimos días.La última de las cuatro taifas mencionadas más arriba, la que gozó con diferencia de mayor duración en el tiempo, corresponde a la inaugurada en Arjona, cerca de Jaén, por Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr. Fueron sus acciones militares las que le procuraron el apoyo de su familia, los Banu Nasr o Banu l-Ahmar y de sus parientes, los Banu Asqilula; con su ayuda extendió su autoridad por Jaén, Porcuna, Guadix y Baza. Aunque se declaró vasallo de Ibn Hud en 1234, años después, el descontento de la población con respecto al murciano le sirvió de acicate para entrar en Granada en 1237, ciudad que convirtió en capital del futuro reino nazarí. Tras la muerte de Ibn Hud, en 1238, tomó Almería y al poco tiempo se sometió Málaga. El marco territorial de su reino ya estaba trazado. Paralelamente avanzaba la reconquista aragonesa por Levante, las circunstancias acontecidas en este ámbito territorial, así como en la zona occidental de la Península, han sido descritas anteriormente. Ahora cabe centrarse en los particulares avatares que afectaron a esta taifa. Dentro de su ámbito de poder, Jaén era lugar codiciado por los castellanos no sólo por su fertilidad, sino por tratarse de un lugar estratégico. Jaén capituló en 1246 tras ser asediado, mientras Muhammad I b. al-Ahmar se convertía en vasallo de los cristianos; sólo de esta manera pudo mantenerse vivo el reino de Granada. Téngase en cuenta la trascendencia de este hecho; Jaén proporcionaba a los cristianos vía libre para internarse en el territorio sin dificultad. Así, en 1248 fue tomada Sevilla, para lo que contaron, además, con ayuda de los granadinos. Ello les abría, por otra parte, el camino hacia el valle del Guadalquivir. Asimismo, parece ser que los nazaríes colaboraron en el asedio a Niebla, ejerciendo un poder sin escrúpulos que les permitió sobrevivir aún dos siglos.El reino de Granada se extendía ahora desde la serranía de Ronda hasta Almería. La capital granadina se convirtió en refugio de los musulmanes huidos de otros reinos; buscaban la paz que proporcionó la tregua firmada por Muhammad I con Fernando III. Granada crecía en población y, por tanto, en infraestructura urbanística, mientras Ibn al-Ahmar mantenía relaciones diplomáticas con Castilla y con las dinastías establecidas al otro lado del Estrecho. Esta fue a partir de ahora la pauta política mantenida mediante un equilibrio inestable por los nazaríes.
contexto
Las Ardenas fue un fracaso, el canto del cisne de la Wehrmacht. El ejército alemán debía avanzar, como en 1940, por el macizo de Las Ardenas y luego girar a la derecha, hasta el mar, aniquilando la mitad de las fuerzas angloamericanas situadas en el norte de Francia y en Bélgica. Pero la Wehrmacht careció de medios suficientes para ejecutar la última megalomanía de Hitler. A finales de diciembre de 1944 los aliados habían conjurado el peligro con importante gasto de material y hombres. Pero aún peor era la situación de Hitler, cuyas pérdidas humanas y materiales ya serían irremplazables (1). Por el contrario, los aliados recibían refuerzos y material en inmensas cantidades, tanto que sus pérdidas estaban compensadas antes del 15 de enero de 1945. Pera ya para entonces, el peso de la guerra dejaría de gravitar por unas semanas en el frente Occidental: en el Este, la URSS había iniciado la mayor ofensiva terrestre de toda la guerra. Las Ardenas habían sido una operación suicida, según opinión de los más calificados militares alemanes, pero muchos esperaban de ella la solución milagrosa a una guerra que había comenzado a perderse dos años antes, en El Alemein y Stalingrado. Cuando los resultados de aquella última ofensiva estuvieron a la vista, todos los generales responsables supieron que la guerra estaba irremisiblemente perdida y que el final no andaba muy lejos. Pero no era Hitler hombre que se amilanase tan pronto. Tras la batalla aún se mantenía en sus trece respecto a la oportunidad de aquella operación; la batalla de Las Ardenas ha "transformado por completo la situación en términos que nadie lo habría creído posible hace una quincena", aseguraba tozudamente. Se engañaba. En aquellos momentos la inferioridad alemana era manifiesta si se comparaban los medios humanos y materiales de los ejércitos contendientes; pero el abismo auténtico era la capacidad tecnológica, industrial y los recursos que ambos bandos podían poner en juego. En aquellos primeros días de 1945, Hitler aún disponía de 243 divisiones de infantería, y de 45 blindadas, pero 115 de ellas luchaban en frentes secundarios o lejos de Alemania, de modo que no combatieron en las fronteras del III Reich. Enfrente, los medios acumulados por los aliados eran inmensos. En el Oeste, Eisenhower disponía de 93 divisiones (25 blindadas) desde la frontera de Suiza al Mar del Norte; en el Este el mariscal Vasilevsky contaba con 5 grupos de Ejército con 231 divisiones de Infantería, 22 cuerpos de Ejército blindados, 29 brigadas blindadas independientes y 3 cuerpos de Ejército de caballería. La desproporción de fuerzas resulta evidente aunque esas cifras sean menos elocuentes que la realidad, porque las unidades alemanas estaban por debajo de sus efectivos teóricos en hombres y en medios de combate, mientras que los aliados operaban al completo. Y, más aun, porque la aviación alemana, la otrora gloriosa Luftwaffe, era en esos momentos poco más que simbólica ante las fuerzas aéreas aliadas. Por ejemplo, en el frente del este se estimaba que los soviéticos disponían de una ventaja de 17,5 a 1 en cuanto a medios aéreos. Pero hay más: los alemanes operaban en medio de una permanente escasez de combustible y bajo una lluvia de bombas que entorpecían sus comunicaciones, dificultaban los traslados de tropas y pulverizaban las industrias de guerra, de modo que escaseaban las armas y las municiones.