Nacido en Kempen, cursó estudios en Holanda junto a los Hermanos de la Vida Común. Tomó el hábito de monje con los agustinos y se ordenó sacerdote. Escribió obras de carácter devocional y contenido místico, como "Imitación de Cristo".
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Graduado en la Academia Militar de Saint John en 1921, cuatro años más tarde finalizó sus estudios en la Universidad de Princeton, logrando una licenciatura en Arte e Historia y especializándose en la diplomacia y las relaciones internacionales de la Europa Moderna. En 1926 ingresó en el Cuerpo Diplomático, siéndole asignado un año más tarde su primer servicio exterior: vice-cónsul en Ginebra (Suiza). En 1931 se casó con Annelise Soerensen. Dos años más tarde realiza su primera visita a Moscú, como ayudante del embajador norteamericano, permaneciendo en la capital rusa hasta 1935. Su carrera diplomática continúa con estancias en Berlín (sept. 1939-dic. 1941) y Lisboa (1942-43). Entre 1944 y 1946 asesora al gobierno de los Estados Unidos sobre cuestiones de política exterior, siendo designado en 1947 Director del Departamento de Estado. En este cargo permanecerá hasta 1949. Entre 1950 y 1952 permanece en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton, hasta que es nombrado embajador en la Unión Soviética. Su estancia en Moscú será corta, pues unos comentarios suyos comparando el régimen nazi con el estalinista le hacen ser declarado "persona non grata" por Stalin. El 29 de julio de 1953 se retira del ejercicio diplomático norteamericano. Nombrado profesor permanente de la Escuela de Estudios Históricos del Instituto de Estudios Avanzados, desempeñará la docencia entre 1956 y 1974. Entretanto, en 1961 el presidente Kennedy le nombra embajador en Yugoslavia, labor que desarrollará hasta 1963. En la actualidad es Profesor Emérito del Instituto de Estudios Avanzados desde 1974. Su contribución a la política exterior norteamericana ha sido fundamental, haciendo de él uno de los estadistas más importantes de nuestro tiempo, pues no en vano ha estado presente en muchos de los acontecimientos más importantes del siglo XX, al prestar servicio diplomático en Europa entre 1927 y 1953. Autor de numerosos libros, es poseedor del premio Pulitzer, siendo mu cotizadas sus conferencias y lecturas académicas. También recibió la Medalla de la Libertad, una de las más altas condecoraciones de Estados Unidos, otorgada por el presidente Bush, como premio a su destacada labor en la formulación de las relaciones entre su país y la Unión Soviética.
Personaje
Político
Pocos personajes como Kennedy a lo largo de la Historia han tenido una carga simbólica y representativa tan importante. Su figura sirve como icono cargado de los valores de toda una época, los años sesenta, probablemente sobrevalorada en cuanto a los logros efectivos y los cambios y transformaciones conseguidas, pero sin duda apasionante en cuanto al espíritu de renovación, al ímpetu y la búsqueda de nuevas formas políticas, sociales y culturales. Si en los años sesenta confluyen dos mundos, uno que se acaba -el de la posguerra- y otro que empieza a brotar -el de la globalización y la postmodernidad de finales del siglo XX-, Kennedy puede por sí solo representar la piedra de toque del cambio y el proceso de transformación. Y no es que, en lo personal, sus acciones difirieran demasiado de las de algunos de sus predecesores o introdujera modos excesivamente radicales de hacer política, sino que su figura, su carisma, su imagen pública, sus gestos fueron entendidos por una sociedad ávida de cambios como el símbolo de la llegada de nuevos tiempos. Y su muerte, revestida de cierta teatralidad y repetida hasta la saciedad por un medio -la televisión- cuya capacidad de creación de personajes y mitos ya se empieza a vislumbrar, contribuye aun en mayor medida a agrandar la figura del personaje, dando a la sociedad lo que ella misma tan ansiosamente demanda e incluso necesita. Como el de Lincoln, el asesinato de Kennedy contribuyó a magnificar su imagen y su recuerdo, a veces incluso deformando aspectos concretos de su persona y sobrevalorando u obviando algunos extremos de su acción política. Kennedy fue un político de fuerte imagen y tirón popular, pues no se debe olvidar que fue el más joven presidente de los Estados Unidos. Simpático, bien parecido, sus discursos llegaban a un electorado que recibía de buen gusto consignas de apertura y renovación. La utilización de un medio audiovisual de importancia creciente como la televisión le dio una popularidad parangonable con la alcanzada por Roosevelt en sus discursos radiofónicos. Kennedy, en fin, es producto de su época en la misma medida en que él mismo, más aun, su imagen como personaje, contribuye a representar aires de cambio y renovación en una sociedad como la norteamericana de los años sesenta, que se ve a sí misma en la vanguardia del mundo occidental. Segundo hijo de una familia numerosa, su padre supo hacer un imperio económico a partir del patrimonio modesto heredado de su abuelo Patrick, de origen irlandés. Gracias a la especulación en bolsa, las inversiones en la pujante industria cinematográfica, el negocio del alcohol en los tiempos de la Ley Seca o el alquiler de viviendas populares, Joseph Kennedy logró amasar una inmensa fortuna que le colocó entre lo más granado de la cerrada sociedad bostoniana. Conseguida una inmejorable posición económica, el acceso al poder político se produjo en virtud de su matrimonio con Rose, hija del alcalde de Boston, lo que le colocaba en una envidiable situación cercana a los círculos del poder. Su olfato político y empresarial le llevó a apoyar la campaña electoral del futuro presidente Roosevelt, lo que sin duda acrecentó su poder e influencia en el ámbito norteamericano. La crisis de 1929 y el crack de la bolsa de Nueva York no mermaron su posición económica, saliendo reforzado gracias a su visión para los negocios y a los contactos políticos. Después de la recesión, fue nombrado inspector general de Wall Street, no sin levantar recelos y suspicacias en el mundo financiero y empresarial de Nueva York, que le consideraba un recién llegado o advenedizo. En 1938 fue nombrado embajador en Londres, cargo que desempeñará hasta 1941, gracias a su amistad con Roosevelt, lo que significa el punto culminante de su carrera política. Consciente de su papel como fundador de una dinastía política y económica, su ambición personal se proyecta a partir de entonces en sus hijos, a los que preparará para asumir en el futuro altos cargos en la administración norteamericana. Ambiciona que alguno de sus vástagos ocupe el sillón presidencial, para lo que les inculca valores como el sacrificio y la competitividad. En un principio, las esperanzas del patriarca están puestas en el hermano mayor, Joseph. Este ejerce un papel protector sobre John, un niño débil y enfermizo, con problemas en la espalda que le causan fuertes dolores a lo largo de toda su vida. John estudia en el Croate College de Wallinford (Connecticut), sin lograr brillantes resultados. En 1936 ingresa en la Universidad de Harvard, cantera de altos cargos en la Administración estadounidense, donde estudia Derecho. Hasta entones no muestra un especial interés por la política. Sin embargo, su padre estimula sus inquietudes políticas y sociales al enviarle durante dos años (1937-38) de gira por varios países europeos. Parece ser que la Guerra Civil española, acontecimiento en el que muchos jóvenes de la época adquirieron conciencia política, sirvió de catalizador de sus intereses y le encaminó hacia el abandono de los estudios en Derecho y su licenciatura en Ciencias Políticas. Así, en 1940, se graduó con una tesis sobre la "política de apaciguamiento" hacia el expansionismo nazi desempeñada por Gran Bretaña y su primer ministro Chamberlain, titulada "¿Por qué dormía Inglaterra?". Su conciencia democrática y patriótica le hizo intentar alistarse en la Marina al iniciarse la entrada de Estados Unidos en la II Guerra Mundial, siendo rechazado por sus problemas de espalda. La intercesión de su padre logró que fuera finalmente admitido, prestando servicio como comandante en una lancha torpedera destinada en el Océano Pacífico. Una acción de guerra le valió ser condecorado, pues ayudó a salvar a un compañero de morir ahogado tras ser hundido su barco por el destructor japonés Amagiri, en 1943. De vuelta a Estados Unidos hubo de pasar una larga temporada reponiéndose de su lesión, agravada por la Guerra, tras lo cual encaminó sus actividades hacia el desempeño de la profesión periodística. En este momento no confía en poder iniciar su carrera como político, pues ve fuertemente mermada su capacidad física por su lesión de espalda. Trabaja entonces como comentarista político en el International News Service, si bien a los pocos meses su vida da un giro inesperado. En 1944, su hermano mayor Joseph, que prestaba servicio en la aviación estadounidense, muere accidentalmente cuando se dirigía a destruir una fábrica alemana de bombas. Ante este hecho, el patriarca familiar decide proyectar en el joven John las ambiciones políticas que tenía puestas en Joseph. La carrera política de John se inicia en 1946, cuando consigue un puesto de congresista por el estado de Massachusett. La larga mano de su padre está detrás de su nominación: su influencia política y su poder económico se ponen al servicio de la campaña electoral de John en el seno del Partido demócrata, quien sólo cuenta 29 años y debe transformar su vida y su personalidad para conseguir hacer de sí mismo un político profesional. Comienza así una ascensión fulgurante tanto en el seno del Partido como del ámbito político norteamericano. En 1948 y 1950 es reelegido para el cargo, lo que acrecienta su popularidad y capacidad de influencia. Ya no es aquél joven tímido de cuando empezó, sino que sabe valorar y utilizar sus armas físicas e intelectuales. El electorado y su propio partido le ven como un joven pujante, emprendedor y culto, representante de una nación y una sociedad que se ven a sí mismas poseedoras de valores semejantes. Estados Unidos ha sido la gran triunfadora de la Guerra. Su entrada en la contienda ha servido para salvar a las rancias democracias europeas del acoso de los totalitarismos y su aportación económica se empieza antojar fundamental para la reconstrucción de Europa, como demostrará el Plan Marshall. Los Estados Unidos, con menos de doscientos años de historia, ocupan ahora una posición hegemónica en el conjunto del mundo occidental, gracias a su capacidad de sacrificio, esfuerzo y superación. Son todos ellos valores que el electorado proyectará sobre la figura del joven Kennedy, quien se plantea ahora dar un paso más en su fulgurante carrera política: ser senador. Resultará fácil, pues logra una diferencia de más de 70.000 votos sobre su oponente, Henry C. Lodge. El mismo año de su elección como senador conoció a su futura esposa, Jacqueline Lee Bouver, por entonces periodista del Washington Times Herald. El papel de su esposa en la carrera política de Kennedy no debe ser desdeñado, pues contribuyó a dar del futuro presidente una imagen de hombre de familia que complementaba las aptitudes antes citadas. Incluso tras la muerte de John, la figura de Jacqueline juega un papel simbólico de primer orden en la sociedad norteamericana, como la "viuda de América". En 1957, Kennedy gana el premio Pulitzer gracias a su libro "Perfiles de Coraje", en el que describe, a través de la figura de personajes importantes de la historia de Estados Unidos, los valores y características que aportaron para el desarrollo de la nación: el sacrificio personal, la entrega, la fortaleza de carácter. No en vano, Kennedy escribe este libro durante un periodo de convalecencia, pues ha sido operado de la espalda. Su ambición política, detrás de la que está la figura de su padre, le hace intentar formar parte de la candidatura demócrata a la presidencia, acompañando como vicepresidente a Adlai. E. Stevenson. Sin embargo, su propuesta es rechazada por su propio partido, lo que hace que en las siguientes elecciones se postule directamente como candidato presidencial. Reelegido para el senado en 1958, es designado por la Convención como candidato para las siguientes elecciones nacionales. En torno a sí, reúne un grupo de trabajo formado por jóvenes liberales, entre los que destaca su hermano Robert. Aunque derrota a su oponente Johnson, posteriormente le incorpora como vicepresidente en su etapa de gobierno. El dúo Kennedy-Johnson se presenta a las elecciones con un programa demócrata liberal. Enfrente está, por el partido republicano, Richard Nixon. La campaña electoral es dura, pues el electorado norteamericano parece remiso a confiar en un candidato a presidente demasiado joven, conforme a los precedentes. Se le achaca también, en un país de mayoría protestante, su condición de católico, ante lo que Kennedy alega que, caso de ser elegido, sus creencias religiosas no interferirán en sus decisiones políticas. Aprovechando su imagen jovial, lanza un programa renovador, muy crítico con el estatismo de la etapa presidencial de Eisenhower. Kennedy quiere que el electorado identifique su figura con la de los pioneros que construyeron la nación americana: jóvenes, dinámicos, luchadores. Denomina a su programa como Nueva Frontera, bajo el cual promete emprender una renovación de las estructuras sociales, políticas y económicas que acaben con las desigualdades raciales y económicas. Pretende, además, integrar al electorado en la presidencia del país e incorporarlo a los ámbitos de decisión, siguiendo una frase para él muy querida: "No preguntes lo que América puede hacer por ti sino lo que tú puedes hacer por América". Sólo 130.000 votos de diferencia le permiten derrotar a Nixon en 1960. Muy importante resulta, por primera vez, el debate televisado que enfrenta a ambos. La imagen de un Kennedy joven, seguro de sí mismo e inteligente se opone a la de un Nixon con barba, algo torpe y lento de reflejos. Llegado al poder, nombra a su hermano secretario de Justicia, e incorpora a Robert McNamara como responsable de Defensa y Rusk como secretario de Estado. Los objetivos del nuevo gabinete son el desarrollo económico, la elaboración de una eficaz política de defensa frente a la URSS y el comunismo, la reforma de una Administración anquilosada y el despliegue de una política de intervención en América Latina -llamada Alianza para el progreso- que, a partir del desarrollo económico, impida la expansión del comunismo en los que muchos entienden como el "patio trasero" de Estados Unidos. Igualmente son importantes sus iniciativas de contenido social, fundamentalmente dirigidas por su hermano Robert. Volcado en política exterior -no olvidemos que la URSS y EEUU juegan en esta época una partida de ajedrez, con misiles de por medio-, su primera crisis importante surge con la Cuba comunista de Fidel Castro. Kennedy teme que el ejemplo cubano se transmita a otros países latinoamericanos, "efecto dominó", por lo que emprende un programa de ayudas por un importe de 46.000 dólares, destinado a lograr el desarrollo económico regional. Todos los países americanos aceptan de buen grado la ayuda americana, excepto Cuba, en la órbita de la URSS. En 1961, siguiendo un plan trazado durante la presidencia de Eisenhower, un grupo de cubanos exiliados en Miami intentaron, con el visto bueno de Kennedy, tomar la isla caribeña desembarcando en Bahía de Cochinos. El intento acabó en un sonado fracaso y dio al traste con la política de distensión que EEUU y la URSS, con Kruschev al frente, intentaban implantar. Además, sirvió para que Castro fortaleciera su posición en el poder, inaugurando un problema de malas relaciones que se extenderá hasta la actualidad. No obstante, un episodio de mayor gravedad sucederá en 1962, cuando aviones espía norteamericanos descubran la instalación de misiles soviéticos en Cuba. La reacción de Kennedy fue imponer un bloqueo total de la isla hasta que los misiles no fuesen desmantelados. Las relaciones entre EEUU y la URSS empeoraron hasta el punto que durante unos meses se temió el estallido de una guerra nuclear. Finalmente, el líder soviético accedió a desmantelar las instalaciones. Con ello, Kennedy se apuntó diversos tantos: su política de firmeza le ganó los apoyos de su electorado y del bloque occidental; además, se apuntó un tanto en el particular enfrentamiento con la Unión Soviética y enseñó el camino de lo que pasaría si en otros países intentara imponerse un sistema comunista. A pesar de ello, la partida continuaba, y esta vez el tablero se desplazaría al sudeste asiático. En Indochina, expulsados los franceses, el comunismo parecía instalarse en Laos. Kennedy lanzó un programa de ayuda militar al gobierno pro-estadounidense que incluía la intervención directa de tropas norteamericanas. La situación llegó a un "impasse" en el que se produjo un alto el fuego y una reunión en Viena con Kruschev, en la que ambos líderes acordaron la neutralidad de Laos. Otro punto de fricción entre ambos dirigentes tuvo relación con la ciudad de Berlín. Ocupada por los aliados tras la II Guerra Mundial, la ciudad estaba dividida en dos sectores, uno occidental, bajo influencia norteamericana, y otro oriental, bajo control soviético. La decisión de estos de levantar un Muro que impidiera el acceso entre ambos lados supuso un motivo enfrentamiento, que nuevamente dio como resultado el envío de tropas norteamericanas. El mismo Kennedy viajó a Berlín en 1963 para mostrar su apoyo a la población del margen occidental. "Yo también soy berlinés", pronunció. Kennedy estaba en la cresta de su popularidad, aclamado por las poblaciones que visitó. Su deseo de implantar una distensión en las relaciones con la URSS le llevó a sugerir el establecimiento de una línea de comunicación directa entre el presidente norteamericano y el máximo dirigente soviética, que en adelante evitara la posibilidad de un incremento en la escala de tensión. Es el llamado "teléfono rojo". Su pretensión de acabar con la Guerra Fría, en los que coincide con otra personalidad notable, Kruschev, le llevan a firmar un tratado con la URSS y Gran Bretaña por el que se prohíben las pruebas nucleares. Si son notables sus logros en política exterior, sí que cabe achacarle un error mayúsculo y de importancia capital para la historia de su país. Solucionada la crisis de Laos, promueve la intervención directa de Estados Unidos en Vietnam, en contra del gobierno comunista de Diem. El envío de 16.000 soldados supone el comienzo de un conflicto cuya significación en la memoria histórica norteamericana no puede ser más negativa, pues supusieron la pérdida de miles de vidas humanas en un conflicto que aquélla sociedad nunca pudo entender. En política interior, su programa de reformas hubo de hacer frente a la mayoría republicana en el Congreso. Su primera iniciativa fue la sujeción de la inflación, a la que siguió el establecimiento de un salario mínimo, la implantación de un programa de obras públicas y la reducción de impuestos. Su política social incluyó algunos programas de distribución de alimentos a los grupos desfavorecidos y la subvención de la enseñanza pública. Sin embargo, la promoción de una igualdad entre negros y blancos resulta un punto negativo en su política interior, pues sólo realizó tímidos avances una vez lograda la presidencia. No obstante, aunque más efectistas que efectivas -como le achacaría Martin Luther King-, sus intervenciones, en especial la de su hermano Robert, en favor de la igualdad racial abrieron un camino que terminaría por expandirse en los próximos años, en especial durante el periodo liberal de Johnson. El 22 de noviembre de 1963 Kennedy se encontraba en Dallas con motivo de una gira electoral que le había llevado por varios estados. Saludando a la multitud desde un coche descubierto, recibió varios disparos en cabeza y cuello que le causaron la muerte. El autor único, según la investigación del suceso a cargo del juez Warren, fue Lee Harvey Oswald, un enajenado ex-marine pro-comunista. Arrestado poco después de los sucesos en el interior de un cine, dos días más tarde fue asesinado por Jack Ruby, quien murió también poco más tarde en circunstancias poco claras. A partir de entonces, las dudas, lagunas y conjeturas acerca del asesinato de Kennedy no han hecho sino aumentar, apuntando la posibilidad, nunca desvelada, de que fueran varios los autores del crimen y respondieran a una conjura contra el Presidente. Su asesinato conmocionó a la opinión pública, contribuyendo, aun más que su carrera política, a la creación de un mito.
Personaje
Político
Nació en 1925, estudió en la Universidad de Harvard y fue fiscal de Massachusetts hasta 1952. Dirigió la campaña de su hermano John para el Senado. Se destacó como asesor de un comité senatorial que investigó sobre la corrupción en los sindicatos de 1957 a 1959. Fue una de las personas y asesores fundamentales de la campaña presidencial de 1960 que llevó a su hermano a la presidencia de Estados Unidos. Secretario de Justicia en 1961, luchó por la igualdad racial y la protección de los derechos civiles. Brazo derecho de su hermano John, continuó en su cargo hasta 1964, en que fue elegido senador demócrata por Nueva York. Rompió con Lyndon Johnson al criticar la escalada de la intervención norteamericana en Vietnam. Candidato a la presidencia, fue asesinado el 5 de junio de 1968, cuando acababa de obtener un gran triunfo en las primarias de California.
contexto
Lo curioso de las elecciones de 1960, año en que se iba a iniciar una década que tendría un final turbulento, es que ambos candidatos a la presidencia fueron dos centristas perfectamente integrados en la política tradicional. En el Partido Republicano, Richard Nixon, vicepresidente con Eisenhower, era un político alejado del mundo del establishment republicano del Este, más liberal. Cercano a la maquinaria del partido, al mismo tiempo estaba situado algo más a la izquierda que el presidente saliente. Durante la campaña, Eisenhower se dedicó a defender su gestión y en la práctica "ninguneó" a Nixon diciendo que no recordaba ningún aspecto en que el vicepresidente hubiera influido de forma particular. Mientras Nixon actuó de una forma mucho más partidista, Eisenhower, que no apreciaba a Kennedy, ayudó muy poco al candidato republicano. El derribo de un avión de espionaje norteamericano en la URSS en plena campaña contribuyó a dar una impresión de que los Estados Unidos estaban perdiendo su hegemonía de otros tiempos. Kennedy siempre pensó que su adversario carecía de clase, pero él mismo no había sido un senador con una trayectoria muy brillante. Católico, necesitó ganar las primarias para convencer a su propio partido que podía vencer a los republicanos, pero tuvo la ventaja de los inmensos recursos de su familia para lograr la victoria. De su principal adversario entre los demócratas, Humphrey, pudo decirse que era algo así como "un dependiente de ultramarinos compitiendo con una cadena de supermercados". Luego, al obtener la victoria, Kennedy supo convencer a Johnson, el candidato del Sur, para que compartiera la candidatura como vicepresidente. El debate en televisión entre Nixon y Kennedy -del 10 al 90% de los hogares habían pasado a tenerla desde 1950- le dio la victoria al segundo, pero quienes lo oyeron por radio llegaron a la conclusión de que había ganado Nixon, porque sus argumentos parecieron más sólidos; en cambio, Kennedy transmitió la sensación de tener humor, encanto y magnetismo. También fue un excelente estratega: supo atraerse a los demócratas más conservadores del Sur y, al mismo tiempo, actuó muy hábilmente al identificarse con King, cuando éste fue detenido en plena campaña por un incidente en su campaña antisegregacionista. Como los años treinta también los sesenta, que se iniciaron bajo la presidencia de Kennedy, estaban destinados a convertirse en un permanente punto de referencia de los norteamericanos. Fueron tiempos conflictivos, pero también optimistas en un principio. La revolución de los derechos civiles trajo consigo idealismo e igualitarismo: entre 1961 y 1965, veintiséis defensores de los derechos civiles murieron en la defensa pacífica de sus ideas. Pero los sesenta fueron, además, como ya se ha dicho, la época de crecimiento ininterrumpido más largo de la Historia de Estados Unidos. También durante ellos se mantuvieron las esperanzas de los norteamericanos en una civilización en constante progreso técnico. En 1967, se produjo el primer trasplante de corazón y en 1961 nació la Xerox Corporation, destinada a modificar de forma sustancial la forma de llevar a cabo los negocios del futuro. Pero las pautas fundamentales de la sociedad norteamericana no parecieron cambiar. En 1968, todavía el 43% de los norteamericanos iba a los servicios religiosos dominicales. John F. Kennedy, como personalidad histórica y como mito posterior, no puede ser entendido sin partir de estas realidades, pues quedó en la memoria como el recuerdo de una época optimista e idealista. Fue el primer presidente nacido en el siglo: tenía tan sólo 43 años cuando llegó al poder y su equipo, donde estaba su hermano Bob, de tan sólo 35, significó una rebaja de diez respecto a la media de edad de la Administración republicana precedente. Nada en Kennedy se entiende sin su procedencia familiar y, más en concreto, sin la figura de su padre. Sus abuelos irlandeses habían emigrado a Estados Unidos en pasaje de segunda clase. Su padre tuvo ya una enorme fortuna: en su comportamiento conyugal y sexual irresponsable y por completo ajeno a la fidelidad presagió la figura del hijo. Fue aquél quien le inculcó un afán de lucha por el reconocimiento que le llevó a planear para él -un hermano mayor muerto en la guerra pudo haber seguido este rumbo antes- un futuro como presidente de los Estados Unidos. Para ello contó desde muy pronto con vínculos estrechos con los profesionales de la política que controlaban el voto irlandés. Kennedy heredó este espíritu de competición, pero demostró también indudables capacidades propias. En la Guerra Mundial hundieron su barco, pudo perder la vida en el mar y como consecuencia tuvo durante toda su vida dolores de espalda, a menudo insoportables. Fue luego autor de libros de éxito -incluso obtuvo el Premio Pulitzer-, aunque los hubiera redactado en colaboración con profesionales de la pluma. Uno de sus libros se centró en el peligro de que la debilidad ante la aparición del fascismo llevara a pésimas consecuencias a medio plazo. Aparte de la dolencia citada, desde muy joven padeció varias enfermedades graves más que le exigían abundante medicación y largos períodos de descanso: su hermano Bob llegó a decir de él que "al menos la mitad de sus días fueron de intenso sufrimiento físico". Todo lo sobrellevó con valentía, un rasgo manifiesto de su personalidad que le había llevado a enfrentarse a una elección presidencial de improbable resultado. Su idea de que moriría pronto contribuye a explicar su carácter impaciente y la excitación que creaba a su alrededor. Ésta, sin embargo, nacía también de un atractivo excepcional que le situó en las cotas más altas del aprecio de los norteamericanos. Lo peculiar es que también lo logró entre los intelectuales porque él mismo tenía un punto de interés apasionado por este tipo de materias. Capaz de autocrítica, de chispa humorística y de inagotable interés por las cuestiones más diversas, sin duda mejoró mucho en la presidencia de su país. Sus antecedentes, sin embargo, no eran muy brillantes. Venía de la política demócrata de centro en que se había formado y sólo en sus últimos diez meses presidenciales cambió hacia una posición más progresista: había, por ejemplo, apoyado en el pasado la ley Mac Carran que perseguía a los comunistas. Siempre vivió de un fondo de 10 millones de dólares que su padre, un conservador aunque militara entre los demócratas, había puesto a su disposición (su sueldo público lo dedicó a donaciones caritativas). Podía hacer una campaña en avión privado, mientras que sus contrincantes lo hacían en autobús. Su equipo de colaboradores en la presidencia quiso trasladar de él una imagen de excelencia. Mientras que su predecesor se había guiado por un criterio jerárquico en relación con sus colaboradores, Kennedy se sirvió de "the best and the brightest", personas jóvenes que eran principalmente académicos (casi la mitad procedía de Harvard). Kennedy había escrito que las grandes crisis daban la sensación de producir grandes hombres y quiso demostrar que disponía de ellos. No hubo entre ellos patrones de empresa, sino que muchos de ellos fueron hombres de ideas, lo que explica la abundancia de libros que pudieron escribir a continuación; quizá por esta razón a Kennedy le acompañó el éxito con los medios de comunicación. Fue el primer presidente norteamericano que aceptó ruedas de prensa en directo y que trató a los periodistas sin paternalismo. Durante su etapa presidencial, la Casa Blanca llevó una vida social intensa en la que el factor cultural tuvo extremada importancia convirtiéndose en una especie de escaparate de lo que el presidente quería hacer. La revolución de las expectativas en todos los terrenos, que jugó un papel tan destacado en los sesenta, contribuyó a una glorificación del presidente, tanto en esos momentos como en el futuro. Una parte del estilo kennediano nació del lenguaje de sus discursos. En el inaugural de su presidencia quiso marcar el cambio con respecto al pasado, con un mensaje de exigencia a los ciudadanos que requería de ellos que se preguntaran qué podían hacer y no qué podían esperar de la Administración y que aseguraba que no se omitiría ningún esfuerzo en defensa de la libertad. En estos dos aspectos se desdobló el impulso de la "Nueva Frontera" que anunció para los Estados Unidos. Aun siendo muy diferentes, ambos propósitos encerraban un mensaje de idealismo y de compromiso generoso. Sin embargo, en política interior su balance no fue ni mucho menos bueno, por más que en la etapa final de su mandato iniciara un prometedor cambio de actitud. Kennedy se identificaba con los moderados y no con los liberales, pero sobre todo no quería cortejar a los dirigentes del Congreso y hay que tener en cuenta que sólo había ganado por 113.000 votos, por lo que carecía del punto de partida suficiente como para promover un impulso que pudiera arrastrar al legislativo a aceptar sus medidas. Fracasó al tratar de conseguir un seguro de salud para la mayoría de los norteamericanos y de crear un Departamento de Asuntos urbanos. También logró idéntico resultado al tratar de conseguir ayuda federal para la educación. Sus recortes de impuestos favorecieron a menudo a los más ricos y fueron criticados por el propio Galbraith. Su política económica keynesiana mantuvo el crecimiento económico en un momento de general prosperidad, pero no parece haber estado caracterizada por una particular brillantez. Tuvo un temprano enfrentamiento con las compañías de acero por un problema de precios en que acabó imponiéndose (y ratificando la mala impresión que tenía acerca de los dirigentes empresariales). Pero, en términos generales, puede decirse que si fracasó en política interior fue porque no le interesaban los problemas domésticos, sino los de política exterior. Sin embargo, sería injusto decir que su gestión con el legislativo fue "un fracaso absoluto" porque, aunque tan sólo hizo aparecer algunas posibles reformas, luego Johnson conseguiría verlas aprobadas cuando Kennedy fue asesinado. Además se debe tener en cuenta también que, con el paso del tiempo, se le revelaron nuevos problemas para los que en un principio había tenido escasa sensibilidad. En efecto, el mayor test por el que pasó Kennedy fue el relativo a las relaciones raciales. Como en otras materias, también en ésta los antecedentes del presidente eran mediocres: para él se trataba de una cuestión política que le podía proporcionar votos pero también quitárselos. A pesar de que con su llamada a King había llegado a obtener el 70% del voto negro, ya presidente, cuando un conocido cantante de color acudió a la Casa Blanca con su mujer nórdica lo consideró como una posible ofensa a los electores del Sur. Sólo a regañadientes introdujo una vaga y mínima referencia a los derechos civiles de la minoría negra en su discurso inaugural. Ahora bien, cuando esta cuestión acabó por aparecer en la primera línea del panorama político interno, acabó por adoptar una actitud más decidida. En 1961, empezó a producirse la ofensiva de los activistas en contra de la segregación en los autobuses y, en general, en los espacios públicos. Los hermanos Kennedy -Bob ocupaba la cartera de Justicia- siempre afirmaron su preferencia por solucionar el problema por procedimientos pacíficos y reformistas, lo que equivalía en la práctica a dejar pasar el tiempo. En este sentido, el Departamento desempeñado por el hermano del presidente contrató a más personas de color que en el pasado. En realidad, la segregación de la minoría de color resultó mucho más importante para Bob Kennedy, por la responsabilidad que desempeñaba, que para su hermano. Durante su mandato se multiplicó por cinco el número de los nombramientos de jueces de color y, además, el Departamento de Justicia se vio involucrado en causas judiciales en 145 condados sobre los derechos electorales de los negros, a quienes en la práctica se les vedaba su ejercicio. En definitiva, ambos Kennedy actuaron de manera muy cauta por motivos políticos y probablemente no sintieron verdadera pasión por estas cuestiones. A pesar de la llamada telefónica en plena campaña electoral, el FBI grabó conversaciones de King con consentimiento del presidente, lo que implica que éste no acababa de fiarse de él. El ideal para los Kennedy hubiera sido resolver estas cuestiones por el procedimiento de pactar con los políticos sureños, blancos por supuesto. Sólo en 1963 Kennedy llegó verdaderamente a darse cuenta de que en la cuestión de los derechos civiles estaba implícito un interrogante moral que implicaba que los Estados Unidos podían estar dejando de cumplir los propios principios en que se basaban. Cuando quiso convencer a los patronos de que contrataran mano de obra de color, descubrió con preocupación el hecho de que los negros no eran empleados por el propio Gobierno. Al preguntar a activistas de los derechos civiles cómo habían decidido lanzarse a la labor reivindicativa, supo que no hacían otra cosa que trasladar a aquel terreno el impulso que ellos pensaban que animaba a la "Nueva Frontera". En realidad, la iniciativa de la defensa de los derechos civiles la tuvieron los propios activistas. En enero de 1961, James Meredith, un veterano de guerra, consiguió, tras superar todas las dificultades, matricularse en una universidad de Mississippi, hasta entonces vedada a la población de color. En 1963, King decidió iniciar la ofensiva antisegragacionista en Birmingham, la ciudad más segregada del Sur. Los incidentes que se produjeron como consecuencia de esta petición acabaron con la aparición de la violencia por parte de las fuerzas del orden, incluso contra niños y ancianos. Más decisivo resultó todavía que fueran, además, retransmitidos por televisión. Sólo en este momento, gran parte de los norteamericanos llegaron a darse cuenta de lo que significaba la discriminación racial en el Sur de los Estados Unidos. Los incidentes empezaron en abril y movieron a Kennedy a tomar una posición decidida, sin contemplaciones, con respecto a autoridades que en su mayor parte pertenecían a su propio partido. En agosto de este año tuvo lugar la gran manifestación de Washington, con unos 250.000 asistentes. El discurso de King, en el que aludió a la posibilidad de que un día se cumpliera el sueño de la integración racial, testimonia que en este momento la dirección del movimiento estaba de forma clara en quienes defendían una actuación pacífica y la vía reformista. En otra cuestión relacionada con los derechos civiles, Kennedy tuvo una actitud mucho menos decidida. No tuvo mujeres en su Gabinete y, aunque creó una comisión para abordar el problema de la discriminación por razón de sexo, lo cierto es que no se dedicó a ello en absoluto. Verdad es también que la gran eclosión del feminismo fue posterior. A Kennedy le atraía mucho más la política exterior que la interior y aquélla fue, por lo tanto, el escenario principal de su activismo. Esto explica que su secretario de Estado, Dean Rusk, no fuera otra cosa que un seguidor obediente de sus indicaciones: en sus memorias admite no haber tenido en absoluto una relación de amistad íntima con quien le nombró. Sobre el contenido de la política de Kennedy hay que tener en cuenta, ante todo, que, como en las restantes materias, la posición originaria del presidente difícilmente puede ser calificada como avanzada o novedosa. Aunque en su etapa se gestaron iniciativas como la "Alianza para el Progreso", una especie de voluntariado para que los jóvenes norteamericanos ayudaran a los países en desarrollo, al mismo tiempo la CIA siguió realizando operaciones encubiertas, como en etapas anteriores. El dictador dominicano Trujillo fue asesinado con armas proporcionadas por ella y Kennedy no dudó en dar el visto bueno para un golpe de Estado contra Diem que en tiempos pasados había sido su aliado político. Por otro lado, Kennedy casi siempre presentó a un mundo bipolar con el bien y el mal luchando en el escenario internacional de acuerdo con lo habitualmente admitido por Occidente en este período de la guerra fría. Tan sólo con el transcurso del tiempo, su lenguaje se matizó en un sentido más favorable a llegar a acuerdos con la URSS. "Y nos llamamos la raza humana...", comentó cuando fue informado de los posibles resultados de una guerra nuclear. Era consciente de que no había en realidad "missile gap" favorable a los soviéticos, a pesar de haber utilizado este arma durante la campaña electoral. No mostró la propensión al control del gasto militar de Eisenhower sino que aumentó el presupuesto en una cifra del orden del 13% tanto en lo que respecta al arma nuclear como a la convencional. Tuvo un interés especial por la contrainsurgencia como método de combate de la subversión comunista, quizá por la importancia que concedió a Vietnam. A pesar del calamitoso fracaso, la actitud de Kennedy ante la invasión de Cuba en Bahía de Cochinos -abril de 1961- puede ser parcialmente exculpada de acuerdo con los parámetros habituales de la política exterior norteamericana hasta entonces. El desembarco se produjo cuando llevaba en la presidencia tan sólo 77 días. Eisenhower, que rompió las relaciones con Cuba 17 días antes de que tomara posesión, no le había informado pero había tomado medidas -armar a un grupo de disidentes cubanos en las selvas centroamericanas- que eran ya irreversibles, de modo que si la invasión no se producía había que resolver qué se podía hacer con ellos. De esta manera, lo que había sido hasta el momento una opción se presentó poco menos que como una necesidad. La CIA fue la gran defensora de la operación asegurando que tenía unas posibilidades que la realidad desmintió de forma inmediata: el mando militar sólo le prestó un apoyo de segunda intención. En el propio equipo gubernamental de Kennedy hubo dudas -Johnson y Rusk se mostraron escépticos- pero no se manifestaron de forma clara entre otros motivos porque el desembarco de Bahía de Cochinos fue presentado alternativamente como una "infiltración" que, si no producía la inmediata caída de Castro, al menos tendría la ventaja de multiplicar sus dificultades. Pero de los invasores (unos 1400), sólo 135 eran militares profesionales con capacidad efectiva para el combate. La operación fue lo menos encubierta que resulta imaginable y la información fue pésima, pues si los invasores esperaban una respuesta popular anticastrista muy pronto se encontraron con una brigada adversaria dotada con tanques rusos. Al menos cuando se produjo el desastre de los invasores, Kennedy no trató de rectificarlo por el procedimiento de proporcionar apoyo aéreo masivo a los anticastristas. Eisenhower le reprochó no haber utilizado la aviación propia, pero incluso si lo hubiera hecho el resultado hubiera sido parecido. Cuestión diferente es saber hasta qué punto Kennedy aprendió de los acontecimientos. Su activismo le llevó a tratar de derribar a Castro, pese a la oposición de muchos de sus seguidores liberales, como el historiador Schlesinger y el embajador ante la ONU, Stevenson. En fechas posteriores, hubo hasta treinta y tres planes para asesinar a Castro -Operación Mongoose- o para desestabilizar su régimen. Incluso existió un comité dedicado a planificar este tipo de operaciones en contra de Cuba. Sólo con la crisis de los misiles, Castro, en la práctica, se pudo sentir libre de cualquier tentación norteamericana de usar un procedimiento semejante. No cabe la menor duda de que Kennedy demostró, al mismo tiempo, firmeza y frialdad y, además, habilidad al enfrentarse a una ocasión que hubiera podido producir el holocausto nuclear. Se ha dicho por algunos historiadores que debió haber intentado una previa solución diplomática al conflicto. Es posible, en efecto, que la cuestión hubiera podido ser resuelta por el procedimiento de mostrar a los soviéticos las fotografías de sus instalaciones en la isla caribeña. Pero de esta manera no se habría disuadido a Kruschov lanzarse a nuevas aventuras arriesgadas como la que supuso la instalación de misiles. En la práctica, la postura adoptada por el presidente norteamericano le supuso la obtención de una gran victoria en el escenario internacional. Lo mismo cabe decir del lanzamiento al espacio del astronauta John Glenn, en febrero de 1962, o de su actitud respecto a la elevación del Muro de Berlín. Su identificación con los habitantes de la ciudad alemana -y la de éstos con la causa de la libertad- dejó en pésima situación la imagen de los soviéticos. Acosado en un principio por Kruschov, que debió ver en él un político inexperto e incapaz de actuar con decisión, con el paso del tiempo, como resultó cierto en el conjunto de su presidencia, testimonió una maduración muy evidente después de no haber tenido un pasado tan consistente. Sin embargo, no fue capaz de prever las consecuencias de la que fue su decisión más controvertida a medio plazo. Los acontecimientos en Vietnam pasaron muy desapercibidos en Estados Unidos durante mucho tiempo; durante la presidencia de Kennedy, incluso la colaboración norteamericana en una guerra secreta en Laos desempeñó un papel mucho más importante en las preocupaciones norteamericanas. El presidente creía en la teoría del dominó y en la necesidad de responder con decisión a la agresividad soviética, pero eso le llevó a una intervención en Vietnam que acabó favoreciendo posteriores envíos de tropas, cuando ni los intereses estratégicos norteamericanos estaban comprometidos ni ése era el procedimiento para dar solución a los problemas objetivos del país al que se quería ayudar. Probablemente con el tiempo, Kennedy se hizo mucho más prudente. Según cuenta Rusk, es posible incluso que de haber tenido un segundo mandato hubiera cambiado la política norteamericana con respecto a China. Pero el asesinato del presidente en Dallas en noviembre de 1963, hace imposible saber lo que hubiera acontecido en esas circunstancias. Con respecto a este acto, lo primero que resulta preciso señalar es que todo hace pensar que se trató de un acto aislado que no tuvo detrás una auténtica conspiración y que fue la consecuencia de la acción de un individuo inestable, Lee Harvey Oswald, una persona con graves problemas psíquicos que había sido marine y luego inmigrante a la URSS, de donde salió para luego intentar ir a Cuba. Una mezcla de inestabilidad y megalomanía le llevó al atentado para cuya preparación sólo dispuso de cuatro proyectiles y apenas veinticuatro horas. En el Informe Warren, lo único que se omitió fue la realidad de que la CIA y el FBI habían seguido conspirando contra Castro después de Bahía de Cochinos. Pero, de ningún modo, puede decirse que lo sucedido fuera una consecuencia de la guerra fría sino la obra de un perturbado. El fiscal Garrison, que intentó demostrar la teoría de una conspiración, fue también una persona con problemas psiquiátricos que elaboró teorías demasiado estrambóticas y contradictorias como para resultar ciertas. Sin embargo, el mero hecho de que se le prestara atención resulta muy revelador. El asesinato afectó enormemente a la vida de los norteamericanos: nadie pudo olvidar lo que estaba haciendo en el momento de recibir la noticia del magnicidio. Creó el mito de Camelot, es decir, el de un momento excepcional en la Historia norteamericana en que parecieron posibles todas las reformas, cortado en flor por la aparición de una catástrofe. La realidad histórica, como sabemos, fue otra. Kennedy no fue, ni mucho menos, tan efectivo en la política interior. En buena medida él, además, fue uno de los padres de una presidencia imperial, dotada de unos poderes más allá de lo que prescribía la Constitución y proclive a adquirir demasiados compromisos exteriores. Muchos de sus comportamientos -políticos, como la utilización de los servicios secretos o las operaciones encubiertas pero también personales, como los relativos al modo de tratar a las mujeres- resultan más que cuestionables. Pero Kennedy dejó el recuerdo de su fase final, mucho más activa en la política interior y más madura en la exterior, y ello, junto con la aparición de un profundo disenso interno en los años posteriores a su muerte, contribuyen a explicar la existencia de un mito. Uno de sus colaboradores, Ted Sorensen, escribió que se iniciaba con la afirmación de que Kennedy debería ser más recordado por cómo vivió que por la manera de morir. Pero esto último contribuyó de forma decisiva a modificar la percepción de lo primero.