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acepcion
Ninfa romana del Lacio. Era adorada en Roma y Lavinio y se la consideraba una curandera. Era invocada por muchas mujeres para lograr su casamiento.
Personaje
Arquitecto
Descendiente de una familia de artistas dedicados a la orfebrería y la talla, emprende su formación inicial en Sicilia. A comienzos del siglo XVIII se instala en Roma, donde aprende los secretos de la arquitectura según los consejos de Carlo y Francesco Fontana. Gracias a su dominio de este arte, en 1706 fue merecedor del premio Clemente XI, concedido por la Academia de San Luca. En estos años ejecuta la capilla Antamori de San Gerolamo della Carità. Durante este tiempo también se hizo cargo de algunos trabajos relacionados con escenografías teatrales. A partir de 1714 es cuando más encargos le surgen como arquitecto a las órdenes de Vittorio Amadeo II de Saboya. Recorrió Messina, Piamonte y Turín. En esta última ciudad rápidamente demostró su maestría al aportar interesantes soluciones a caballo entre el barroco y el clasicismo. Prueba de ello es la basílica de Superga, la fachada de la iglesia de Santa Cristina o su diseño para la ampliación de la ciudad, que contemplaba la edificación del Palacio Martín di Cigala, entre otros trabajos. En 1735 se traslada a Madrid, cuando Felipe V solicitó su presencia. Para el monarca diseñó los planos del Palacio Real, del Palacio de Aranjuez y la Granja; aunque luego sería Sacchetti quien iniciaría su construcción.
Personaje
Literato
Entre los mejores poetas satíricos de la cultura romana destaca Décimo Junio Juvenal, una de las mejores fuentes para el conocimiento de la vida cotidiana de su época. Estudió retórica en Roma y se dedicó, sin mucha fortuna, a la declamación. Posiblemente estuvo enrolado en el ejército. Siguiendo a los grandes maestros - Horacio o Marcial- Juvenal realizó un amplio número de poemas de los que conservamos 16 "Sátiras" que formaban cinco libros. En ellas hace referencia la relajamiento de las costumbres, la hipocresía de la sociedad, las dificultades de los intelectuales para vivir, critica la vida licenciosa de las mujeres, la educación, la prostitución, la crueldad o la caza de herencias. Esta crítica la hace con un estilo cargado de preciosismos lingüísticos pero a veces oscuro.
contexto
A partir de los siete años el niño deja de ser considerado como tal y una prueba externa de ello la constituye el hecho de que los varones trocan para siempre los vestidos por los calzones. En esta nueva etapa el aprendizaje se endurece al tiempo que se incrementa la vigilancia sobre el comportamiento de los jóvenes que no tardan en desarrollar un gran arte de disimulo fingiéndose devotos y aplicados a fin de conseguir más tiempo para juegos. En su favor cuentan con una red de complicidad integrada por madres y criados que intentan así evitar rupturas familiares. Las funciones educativas dejan de estar en manos de las propias familias. Las parroquias asumen la enseñanza religiosa; la escuela, el colegio, el convento o el preceptor privado, la intelectual. Con ello se trata de evitar las malas consecuencias que pueden derivar de los excesivos mimos que prodigan los progenitores. Esto mismo es lo que intenta el uso extendido en Inglaterra y países escandinavos de colocar a los hijos desde los catorce años hasta el matrimonio en casa de algún amigo o vecino para que lo eduque. El sistema, utilizado por todas las clases sociales, era una escuela de individualismo y enseñaba al adolescente a separar las relaciones de parentesco de las laborales. En la escuela los niños aprendían a leer, escribir y nociones de cálculo. Siguiendo una tendencia iniciada en la centuria anterior, en el XVIII se detecta un interés por parte de las autoridades de acercarla a los padres, aunque todavía siguen muy extendidas las fórmulas tradicionales de preceptores privados o a lo sumo pequeños grupos de estudiantes con un tutor. Los colegios, en el caso de los muchachos, o los conventos, en los de las muchachas, eran una experiencia excepcional y resultaban decisivos, por los años que cubre su docencia, en la configuración de la personalidad de los alumnos y la formación de amistades que, en algunos casos, podrán ser provechosas después para progresar socialmente. En cualquier caso, quienes acudían a ellos eran preferentemente los hijos de la nobleza o de la burguesía, mientras que los pertenecientes a las capas populares seguían otros caminos. Las chicas quedaban en casa con las madres; los chicos aumentaban su autonomía y aprendían un oficio dentro de la familia, siguiendo la ocupación del padre, o fuera de ella mediante contratos de aprendizaje que los vinculaban al núcleo doméstico del maestro en las mismas condiciones de sumisión y respeto que tenían en el hogar paterno.
contexto
Juventud de Díaz de Guzmán Los datos referentes a la vida de Ruy Díaz de Guzmán se saben por sus propias declaraciones en varios escritos suyos. Los hemos consultado todos, éditos e inéditos. En resumen, podemos decir que en su niñez vivió en Ciudad Real, con su padre, su madre y sus hermanos. Estos eran Diego Ponce de León, Catalina de Guzmán, casada posteriormente con, jerónimo López de Alonis, y otros dos cuyos nombres no conocemos. El teniente de gobernador, Ruy Díaz Melgarejo, mal visto por su violencia, mantuvo preso a su padre durante catorce meses en una mazmorra. Díaz Melgarejo había matado a su mujer cuando la halló en brazos de un clérigo, un tal Carrillo. También había muerto a otro sacerdote y a otra media docena de personas. Era muy cruel con los indios. Díaz de Guzmán, cuando tenía diecisiete años, lo acompañó en sus correrías por las selvas. Asistió a la fundación de Villa Rica del Espíritu Santo, en mayo de 1570, con mis armas y caballos, a mi costa y minsión. Esto de minsión es una palabra que intrigó mucho a nuestro colega académico Guillermo Gallardo. No figura en diccionarios y no se sabe qué significa, a menos que piense en misión o dirección o encargo o responsabilidad. Tuvo que acompañar a Díaz Melgarejo en las campañas contra los indios de la provincia del Campo, en la reducción de los viarayaras y en la pacificación de los indios del Paraná. En otras entradas llegó con el feroz Díaz Melgarejo hasta los confines del Brasil. En un tiempo que vivió en la ciudad de Santa Fe, fundada por Juan de Garay el 15 de septiembre de 1573, en casa de su tío Martín de Irala, fue envuelto en la revolución llamada de los Siete jefes. Acerca de esta revolución o rebelión contra las autoridades existentes se ha fantaseado mucho. Una falta total de información ha hecho decir a historiadores y repetidores de otros años que su fin era declarar una independencia política. Los Siete jefes habrían sido los precursores de la independencia americana, etcétera. Hoy no puede admitirse semejante utopía o fantasía. La verdad es que se trataba de una cuestión o discusión legalística o jurídica acerca de los derechos que tenían Juan de Garay, el fundador, y los hombres que él había colocado en el gobierno. El teniente de gobernador en Santa Fe era el viejo conquistador Simón Jaques. El gobernador de Tucumán, Gonzalo de Figueroa, tenía sus razones para extender su jurisdicción sobre Santa Fe. Juan Ortiz de Zárate, el tercer adelantado del Río de la Plata, había dispuesto en su testamento que debía sucederle en el cargo, con todos sus derechos y obligaciones, quien se casase con su hija doña Juana, habida en una princesa incaica y recluida en un convento mientras desfilaban los candidatos a marido. La joven mestiza eligió por su cuenta al oidor de la Real Audiencia de Charcas, Juan de Torres de Vera y Aragón, el cual, de inmediato, asumió su cargo de adelantado y encomendó a Garay unas fundaciones. Así nació Santa Fe, pero los habitantes de esta ciudad, en su mayoría criollos y mestizos, hacían notar que el rey no había reconocido, todavía, a Torres de Vera como legítimo heredero de Ortiz de Zárate. Este, en su título de adelantado, había sido autorizado a nombrar, como sucesor suyo, a un hijo varón u a otra persona. Ahora bien: Ortiz de Zárate, mientras su hija permanecía soltera, había designado gobernador interino a su sobrino Diego de Mendieta. Había habido, por tanto, tres gobernadores: Ortiz de Zárate, Mendieta y Torres de Vera. El rey, en la capitulación de Ortiz de Zárate, había autorizado sólo un heredero. Torres de Vera estaba de más; pero sus partidarios alegaban que Mendieta había sido interino y había sido depuesto y enviado a España. Huido en la costa del Brasil no se supo más nada de él. Por estas razones, el primero de junio de 1580 estalló la revolución de los Siete jefes. No hubo muertos ni heridos. El gobierno lo asumieron dos criollos: Cristóbal de Arévalo y Lázaro de Venialbo. Pronto se disgustaron. Arévalo consideró la revolución un acto contra la real corona. A los gritos de ¡Viva el Rey! mató a Venialbo y a otros criollos revolucionarios. Díaz de Guzmán estuvo al lado de Arévalo y de quienes defendían a las autoridades reales. No fue, por tanto, este levantamiento una guerra entre criollos y españoles, como se ha pretendido, en favor de una fantástica libertad e independencia, sino un pleito, primero incruento y luego cruento, entre criollos, divididos por principios políticos y jurídicos. En una información de sus méritos y servicios, Díaz de Guzmán deja constancia de estos y otros hechos y aclara que ciertos vecinos e soldados levantándose contra la real corona usurparon la jurisdicción real de su majestad prendiendo la justicia y regimiento de ella; pero él, apellidada la voz del rey, nuestro señor, fui uno de los primeros que acudieron a vuestro estandarte real, libertando las dichas justicias e amparando la postestad suprema de vuestra jurisdicción con notable castigo y muerte de los dichos amotinados. Esperamos que no se vuelva a presentar este levantamiento como un sueño de precursores de la independencia de América. Habían triunfado quienes gritaban ¡Viva Felipe II y mueran los traidores! En 1582, Díaz de Guzmán se fue a Tucumán. Allí acompañó al gobernador Hernando de Lerma en la población del valle de Salta. En los primeros años, esta población se redujo a un fuerte con 40 soldados. Díaz de Guzmán fue alguacil mayor y alférez real. Combatió contra los indios casabindos y cochinocas para pacificar el valle. En otra jornada se enfrentó con los indios choromocos y goachipas. Luego acompañó al general Juan de Torres Navarrete hasta Asunción y siguió viaje a Ciudad Real. Aquí vivió unos tres años con el cargo de capitán y salvó a la ciudad de un tremendo ataque de los indios. Los venció con 30 soldados y les tomó presos seis caciques. La rebelión quedó dominada. Más tarde, Antonio de Añasco nombró a Díaz de Guzmán gobernador de Guairá y teniente de gobernador en Ciudad Real y Villa Rica. Aún le tocó pacificar a los indios niguaras.
obra
Botticelli será un especialista en contar, al final de su vida, sucesivos asuntos en la misma tabla, tomando como referencia el mundo gótico; así surgen las historias de Lucrecia y Virginia y las cuatro escenas de la vida de san Cenobio, el primer obispo de Florencia. En esta primera imagen aparecen cuatro momentos de la vida del santo, representados de izquierda a derecha: en primer lugar, la renuncia del joven Cenobio a contraer matrimonio; después, su bautismo y el de su madre Sofía para finalizar con su nombramiento como obispo. Las dos últimas acciones se suceden bajo un pórtico mientras que las dos primeras están representadas al aire libre. La preocupación por la perspectiva es recuperada por el maestro tras una época en la que sólo le interesaba la figura aislada, como en Judith con la cabeza de Holofernes. El dramatismo con que está interpretada la composición, el vivo colorido y la iluminación empleada definen estas últimas obras de Botticelli, en las que quizá se muestra excesivamente arcaico. Tres milagros de san Cenobio, Milagros de san Cenobio y Último milagro y muerte de san Cenobio son sus compañeras.
contexto
Juventud en la corte Pero toda su primera edad no discurriría en la corte ducal de Cortes --valga la repetición de la palabra--, sino que, sin que mediara su inciativa, iba a subir un escalón en sus relaciones con la cúpula aristocrática de la política española. Fue la recomendación del Duque de Villahermosa lo que proporcionaría el segundo paso en las relaciones sociales de Fernández de Oviedo, ya que lo envía a sus parientes los Reyes para que cuenten con el joven criado (bella palabra hoy desacreditada) de su casa para compañía del infante D. Juan, en quien tenían cifradas los monarcas españoles las mayores esperanzas, para que con él se realizara --en una sola persona-- la unidad española. Así entra Fernández de Oviedo en los medios cortesanos, con un salario de 8.000 maravedises, más de 12.000 para la despensa, por nombramiento firmado por la propia Reina. D. Juan era un príncipe delicado, para cuya alimentación se buscaba lo más fortalecedor8, con el cual hizo gran amistad --guardadas las distancias-- el paje Fernández de Oviedo, que era sólo dos meses más joven que él. Todo en la compañía con el infante fue como en la del Duque, beneficiándose Gonzalo de los beneficios de las enseñanzas, bajo la tutela de Fr. Diego de Deza. Será uno de sus compañeros inseparables, y por ello toma parte, con presencia del Rey, en una correría por la vega de Granada, en 1491, siendo anchos casi niños. Esta constante presencia en la Corte le permite tomar conocimiento con personajes y personalidades que luego tendrán, o estaban ya teniendo, papeles importantes en los negocios indianos. Entre ellos estaba Cristóbal Colón, cuyo hijo Diego fue su compañero en el séquito principesco. Conquistada Granada, pasa con la corte a Zaragoza y luego a Barcelona, cuando Juan Cañameras atenta contra la vida del rey Fernando, de lo que Gonzalo dice haber sido casi testigo9. Es sin duda la llegada de Cristóbal Colón en 1493 a Barcelona algo de lo que más le impresiona, relacionándose con gentes indianas, como Ovando, futuro gobernador de la Española, y Vicente Yáñez Pinzón, con el que le unió una gran amistad hasta la muerte de éste. Su adhesión al príncipe le hace estar presente en los preparativos de su boda con Margarita, hija del Emperador Maximiliano, y hasta ser él quien personalmente dibuje el anagrama con la M, que ha de lucir en su jubón el desposado. Antes ya había sido el encargado de su Cámara, en el palacio de Almazán. Está en las bodas de Burgos, y tiene la enorme tristeza de asistir a la prematura muerte, cuando el Príncipe se había instalado en Salamanca, el 4 de octubre de 1497, contando ambos diecinueve años. La pena la refleja en sus Quinquagenas10, donde escribe: El descontento me llevó fuera de España, a peregrinar por el mundo, habiendo pasado por mí muchos trabaxos e necesidades, en diversas partes, discurriendo como mancebo, a veces al sueldo de la guerra e otras navegando de unas partes y reinos en otras regiones. Y así fue en efecto. Italia Este vagar le lleva a Milán, estando al servicio de Ludovico Sforza, llamado El Moro por lo oscuro de su piel, que se admiró de la habilidad de Fernández de Oviedo en recortar figuras de papel sin necesidad de dibujo previo, mostrando a Leonardo da Vinci lo que el español hacía, lo que provocó frases de asombro por el famoso pintor, al que Fernández de Oviedo llama Avince11. Allí está hasta 1498 --cumplía entonces veinte años-- pasando a Mantua, donde conoce a otro pintor, Andrea Mantegna. Se incorpora entonces al cortejo de un cardenal hispano, Juan de Borja, sobrino de Alejandro VI12, que se dirigía a Roma por diversas ciudades, conociendo en Forlí a César Borja, príncipe Valentinois por nombramiento del Rey de Francia, por el que no tuvo ninguna simpatía, acusándolo de la muerte de su hermano Juan en Roma. Pero el Cardenal muere en Urbino, de rara enfermedad, acompañando su cadáver hasta Roma, ganando así el jubileo del año 1500. Comenzaba el siglo en el que desarrollaría Fernández de Oviedo su aventura indiana. Abandona entonces la corte de los Borja --de los que no queda satisfecho, y lo demuestra en sus escritos-- y pasa a Nápoles, donde Fadrique, nuevo rey por muerte de Fernando II, su cuñado, lo acoge y encarga también del cuidado de su cámara, y que le encomienda a su hermana, la reina viuda Juana, para que le acompañe a Palermo, cuando Fadrique ha de abandonar Nápoles, porque el Reino había sido dividido entre España y Francia, con el beneplácito del Papa Borja. En Palermo conoce a su homónimo, Gonzalo Fernández de Córdoba, amistad que le daría posteriormente un nuevo empleo. Si nos hemos detenido en todos estos primeros años de Fernández de Oviedo hasta que sale de Italia, es porque debemos considerarlos muy importantes para su futura labor, y para su formación. No asistió a ninguna Universidad, pero se lucró de las elevadas enseñanzas de la casa del Príncipe, primero, y luego Italia fue su fortuna, ya que no sólo conoció elevados centros cortesanos, donde la cultura tenían un lugar destacado. Él mismo nos lo confirma en sus Quincuagenas13, diciendo: Discurrí por toda Italia, donde me di todo lo que yo pude saber y leer y entender la lengua toscana14 y buscando libros en ella, de los cuales tengo algunos que ha más de 55 años15 están en mi compañía, deseando por su medio no perder de todo punto mi medio.