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acepcion
En la mitología romana, padre de todos los dioses. Su equivalente griego es Zeus. Hijo de Saturno y Cibeles y hermano de Ceres, Plutón y Neptuno, Júpiter contrajo matrimonio con Juno. De esta unión nació Marte, Ilítia y Febe, aunque tuvo otros hijos como Febo, Diana, Minerva, Baco, Vulcano, Mercurio o el héroe Hércules.
obra
La Corte de los Gonzaga encargó a Correggio, al final de su vida, una serie dedicada a "Los amores de Zeus" de la que forman parte el Rapto de Ganímedes y esta bella escena. Io era una bella princesa hija de Inaco, rey de Argos. Su hermosura cautivó una vez más a Zeus, quien se convirtió en densa niebla para tomarla. Sorprendida por ese fenómeno, Juno, la esposa de Zeus, acudió al lugar donde estaban los amantes teniendo el tiempo suficiente Zeus de convertir a la joven en ternera. Juno desconfió de esa atractiva ternera por lo que se la pidió a su marido como regalo. La diosa entregó la ternera a Argos, pastor que tenía cien pares de ojos; Zeus confió a su hijo Hermes que matara al pastor, consiguiendo dormir a Argos con las monótonas notas de un caramillo. Los cien pares de ojos del pastor fueron recogidos por Juno y colocados en la cola del pavo real, su animal favorito. Correggio nos muestra a la joven y bella princesa desnuda, sobre un paño blanco que contrasta con los tonos grises de la niebla, que toma forma humana para abrazar y besar a Io. La figura de la joven resalta por sus atractivas proporciones, destacando gracias al potente foco de luz con el que ha sido bañada por el maestro. La sensación atmosférica que se crea y la gracia de la composición son elementos característicos de la pintura de Antonio Allegri.
obra
Watteau es el pintor del universo de la fiesta galante; no se trata de una interpretación realista de la sociedad en sus actividades cotidianas pero, como apunta Francastel, sí es el pintor fiel de esa sociedad en vías de formación, la primera generación del siglo de las luces, ricos amateurs, burgueses que desean el poder pero también la cultura, que buscan llegar a los primeros puestos para hacer evidente su éxito. No son muy numerosas las escenas mitológicas en el catálogo de Watteau, catálogo por cierto complicado de fechar por la generalmente mala conservación de sus pinturas; sus contemporáneos ya comentan su carácter impaciente y el poco cuidado que ponía en la técnica: aplicaba un óleo graso en capas espesas sobre cuadros desigualmente secos; no secaba ni limpiaba regularmente su paleta, con lo que el polvo y los restos de los colores precedentes se mezclaban con los nuevos. Antíope era una joven de extraordinaria belleza que fue seducida por Júpiter, convirtiéndose antes en sátiro. Watteau nos presenta a la joven durmiendo, desnuda, ligeramente cubierta por una tela que Júpiter levanta para contemplar su bello y sensual cuerpo. El dios tiene forma de sátiro y se coloca en posición contraria a la joven, creándose un juego de contrastes de gran belleza tanto por las posturas como por los colores de la correspondiente carnación, nacarada la de Antíope y rojiza la del dios convertido en sátiro. La escena se desarrolla en un paisaje de tonos también rojizos, que hace resaltar aún más la blancura de la piel de Antíope. Una de las referencias obligadas que debemos manifestar en esta pintura es Correggio, artista muy admirado en el siglo XVIII y que servirá como modelo para buena parte de artistas, Carracci y Reni entre otros.
obra
El tema de este lienzo es el mismo que Ingres realiza en otros muchos cuadros: la Odalisca con una esclava, el estudio de Mujer dormida, etc. Siempre el cuerpo femenino como objeto sensual y estéticamente hermoso. Ingres vive en una época de puritanismo represivo y no puede tratar el tema crudamente, sino que ha de camuflarlo bajo el contexto de historias mitológicas adecuadas. En este caso, la bella mujer que aparece en tantas de sus obras es la protagonista de un relato griego marcadamente erótico: las aventuras de Júpiter con heroínas y ninfas, en este caso la cazadora Antíope, que está descansando en el bosque con las armas abandonadas tras la jornada. Júpiter abre la maleza guiado por Cupido para encontrar a la joven en un claro.
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Se encuadra dentro de la serie de dibujos de asunto mitológico realizados por Poussin entre 1627 y 1630, junto a Dos amorcillos combatiendo o Teseo abandonando a Ariadna. Representa los amores de Júpiter y Antíope, hija del dios fluvial Asopo. Júpiter, guiado por el amor, se presenta en forma de sátiro ante Antíope; como fruto de la unión, nacerán los mellizos Anfión y Zeto. Al igual que en otras obras de este primer periodo italiano, como en El imperio de Flora o La danza de la vida humana, Poussin representa al dios solar Apolo surcando el cielo sobre su carro, al fondo de la composición.
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Esculpida en edad juvenil, durante su actividad de restaurador de estatuas antiguas, prueba la habilidad manual y el virtuosismo técnico de Bernini. Educado con su padre en el estudio formal de la Antigüedad clásica, ejecuta aquí un grupo de tan clara referencia a la plástica helenística, en concreto alejandrina, que, hasta el descubrimiento de la documentación, ha pasado por ser una obra propiamente griega. Hoy, sabemos que fue un encargo del cardenal Scipione Borghese.
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La escena de Júpiter y Tetis fue una de las más conocidas de Ingres en su época. Poco comprendida por la crítica, que no admitía las deformaciones corporales a las que Ingres sometía a sus mujeres, ni al arcaísmo de su estética, sin embargo proporcionó mucha fama al pintor. El tema que Ingres está tratando es un pasaje de la "Ilíada", libro que el pintor utilizó frecuentemente para sus grandes composiciones. Tetis es una ninfa del mar, madre del famoso héroe griego Aquiles. Temerosa por la vida de su hijo, que combate en el asedio de Troya, se dirige suplicante a Júpiter, padre de todos los dioses olímpicos, para que vele por la seguridad de su hijo. Júpiter aparece como la viva imagen del poder y la soberanía. Su figura puede equipararse perfectamente con el Napoleón en su trono imperial. Su rostro severo exhibe un ceño fruncido que Tetis trata de ablandar con sus caricias. Sutilmente, el pie de la ninfa acaricia el pie del dios, que parece aceptar el homenaje. La escena es contemplada desde un lado por Juno, la esposa de Júpiter, consciente con tristeza de la debilidad de Júpiter por las mujeres. Mucho se ha hablado de la sinuosidad en la figura de Tetis. El cuerpo de la ninfa está completamente deformado, ablandado como si careciera de esqueleto, para enroscarse con gran erotismo sobre la monumental presencia de Júpiter. El tema de Tetis tomado como un estudio de desnudo es común con el de otros lienzos de Ingres, que se sentía fascinado por el aspecto decorativo del cuerpo de la mujer.
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El protector de Caravaggio, Francesco del Monte, tuvo mucho que ver con la realización de esta única pintura mural de nuestro artista. El cardenal era un gran estudioso de la alquimia, y tenía un completo laboratorio químico en su Palacio Madama. Fue probablemente el propio cardenal, junto con su hermano Guidobaldo, quien diseñó el programa iconográfico que el jovencísimo Caravaggio ejecutó en esta pintura. El artista rechazó la técnica del fresco, más apropiada para este tipo de pintura, por los experimentos al óleo sobre estuco, que había iniciado con tan poca fortuna Leonardo da Vinci en La Última Cena. Sin embargo, mientras la obra de Leonardo se deterioró inmediatamente tras ser finalizada, la pintura de Caravaggio se ha mantenido en buen estado pese al desconocimiento que pesaba sobre la existencia de la misma. En efecto, la Villa Ludovisi fue vendida por el cardenal a los Ludovisi, que la remodelaron y redecoraron con frescos del Guercino y otros pintores. De este modo, la pintura permaneció ignorada hasta 1969, año en el que un investigador italiano la descubrió y se rehabilitó. El tema de la pintura es una compleja alegoría de las teorías del alquimista Paracelso, que eran la doctrina seguida por el cardenal del Monte. Según Paracelso, el mundo se componía de tres elementos, a saber: el aire-sulfuro, el agua-mercurio y la tierra-sal. Tradicionalmente, ciertos dioses olímpicos representan estos elementos, y es por esta razón que protagonizan la obra: en solitario se cierne Júpiter con su águila y los ropajes revoloteando, significando el poder del viento. Al otro lado, Neptuno con su caballo de aletas representa el agua y al otro lado, asiendo un atizador y con el perro de tres cabezas está Plutón, el rey del Infierno y, por tanto, de la tierra. La acción tiene lugar en el orbe que manipula Júpiter y en cuyo interior se han mezclado los tres elementos para dar lugar al Sol, la Tierra y los signos zodiacales. Supuestamente, la reunión ordenada de estos elementos daría lugar a la piedra filosofal, el secreto de la vida y el objetivo de todo alquimista como el cardenal del Monte.