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Nos encontramos ante una copia del famoso retrato que Velázquez pintó a don Francisco de Quevedo y Villegas, uno de los escritores más importantes del Siglo de Oro. Quizá este retrato se englobe dentro de los que el pintor ejecutó a los miembros de la corte - véase el de Juan Mateos o los bufones - ya que Quevedo era en 1632 secretario de Felipe IV. En 1634 don Francisco escribe en contra del conde-duque de Olivares y a favor de don Fadrique de Toledo - cabeza de la oposición en aquel momento - por lo que sería factible que la obra fuese realizada entre ambas fechas. Se trata de un retrato de medio cuerpo en el que destaca claramente la personalidad del autor de "Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos" con esa acidez e ironía que caracteriza sus escritos. Sus inteligentes ojos se ocultan tras unas antiparras - llamadas en la actualidad "quevedos" en homenaje a tan importante usuario - y su divertido gesto se disimula con el bigote y la perilla. Viste un austero gabán negro donde se aprecia la cruz de la orden de Santiago, bordada en tonos rojos. La larga cabellera grisácea y ondulada otorga un mayor atractivo al personaje. La factura empleada por Velázquez es rápida, ajeno a detalles superfluos para centrar su atención en el carácter de su modelo.
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Natural de Sevilla donde nació en 1746, don Francisco Saavedra dio sus primeros pasos en el Ejército para desempeñar después diferentes cargos diplomáticos. En 1797 se le nombró Secretario de Hacienda y un año más tarde se le encargó la Secretaría de Estado, interesándose por las relaciones con Francia y por los asuntos económicos. Con motivo de la invasión francesa en 1808 fue nombrado presidente de la Junta de Sevilla, siendo miembro de la Junta Central y del Consejo de Regencia. Amigo íntimo de Jovellanos - también presente en el Gobierno como Secretario de Gracia y Justicia en 1798 - eligió a Goya como retratista para elaborar esta magnífica obra cuando fue elevado a la Secretaría de Estado. Don Francisco aparece tras una mesa en la que encontramos diversos papeles y un tintero - símbolo de laboriosidad -, sentado en una silla vistiendo una levita clara, pantalones de terciopelo y medias de seda. El fondo neutro en el que apenas observamos ninguna referencia espacial sirve para recortar la cabeza del personaje, verdadero centro de atención del lienzo. La personalidad del político, interesado por sacar a su país del estado en el que se encontraba siguiendo la ideología de la Ilustración, se convierte en la principal referencia. El alma del modelo será la gran preocupación del pintor en la mayor parte de sus retratos, sintiendo el espectador atracción o desprecio hacia el modelo, pero nunca nos dejará indiferentes. La pincelada rápida que caracteriza las obras de los años finales del siglo XVIII también se encuentra presente una vez más.
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La finalización de la Guerra de la Independencia supondrá para Goya un fecundo periodo como retratista. Recuperados sus honores tras el proceso de depuración que continuó a la llegada de Fernando VII - gracias a la colaboración favorable del Duque de San Carlos - todos los personajes de importancia que se quieren retratar recurren a él. Así surgen excelentes retratos como el de Don José de Munárriz, la Duquesa de Abrantes o éste de Francisco del Mazo, desconocido personaje que se ha identificado por el papel que porta en su mano derecha. A pesar de desconocer sus datos biográficos su cabeza es su tarjeta de presentación: un hombre seguro de sí mismo, orgulloso, testarudo e incluso desafiante. Su rostro quizá sea uno de los mejores que pintara Goya, mostrándonos su personalidad sin ningún halago. Sentado en una silla sobre un escritorio - como el retrato de Don Rafael Esteve - apoya su segura mano en él para enseñarnos la tarjeta con la inscripción. Viste casaca parda aclarada por la camisa y el corbatín blancos, creando una sucesión de tonalidades que resaltan aun más su fuerza expresiva. La poblada cabellera y las acentuadas cejas han hecho decir a Camón Aznar que don Francisco tiene "rudeza taurina".
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Francisco del Mazo era un rico comerciante cántabro vinculado al absolutismo de Fernando VII. Goya le retrató poco después de la Guerra de la Independencia. El comerciante está sentado en una silla y tiene delante una mesa sobre la que contemplamos un libro. Su mano derecha se oculta ante el papel en el que se lee el nombre del personaje y la izquierda la introduce en la levita. Al no aparecer las manos definidas claramente el precio del lienzo era menor, según las tarifas del maestro.La atención se centra en el rostro del personaje, intentando Goya captar el carácter del modelo. Esas amplias cejas, la nariz y los labios prominentes hacen que miremos con cierto reparo a este hombre. La figura se recorta sobre un fondo neutro para transmitir un mayor efecto volumétrico. Las pinceladas rápidas con las que trabaja Goya por estos años no gustaron a la aristocracía madrileña que va a encontrar en Vicente López al sustituto del aragonés.