Busqueda de contenidos

contexto
Frente a la Europa que se mantuvo en la senda de la democracia, en el Este del Viejo Continente otra Europa eligió -o, mejor dicho, se vio obligada a elegir- la senda divergente del comunismo. Aunque más adelante veremos que cuanto allí sucedió tuvo una crucial importancia en las relaciones internacionales de la época, resulta preciso tratar de esta cuestión de forma detallada. La importancia de esta ruptura o corte en la Historia de Europa así lo requiere al margen de su repercusión.
contexto
Durante el siglo XVI comienzan a conformarse algunos estados-nación europeos, proceso que aun habrá de durar largo tiempo. El ensanchamiento del mundo, propiciado por los descubrimientos geográficos, lanza a algunas potencias europeas hacia la colonización de nuevos territorios, lo que provoca no pocas confrontaciones. El Mediterráneo, no obstante, sigue siendo el eje principal de las relaciones europeas, y el Imperio otomano se convertirá en uno de los principales problemas para el comercio cristiano y un obstáculo en las rutas comerciales hacia el Oriente. En general, los estados tienden a centralizarse y a asumir cada vez mayores cotas de poder, en detrimento de los poderes locales y de los estamentos con los que antes competía el soberano: la alta nobleza y la Iglesia. El proceso de creación de los estados-nación se encontrará con no pocos problemas: la resistencia a la uniformización por parte de grupos, minorías o territorios concretos, la oposición de los estamentos poderosos, que temen perder su cuota tradicional de poder, el enfrentamiento con la Iglesia y su poder transnacional, etc. Durante este siglo el mundo europeo conformará bloques y entidades que serán protagonistas en los siglos venideros.
video
En 1867 Mutsu-Hito accede al trono imperial del Japón. Con ello da comienzo la era Meiji, caracterizada por la modernización del país y su conversión en una potencia imperialista. En 1874 Japón se anexiona las islas Ryu Kyu; un año más tarde hará lo mismo con las Kuriles y las Bonin. Tras la primera guerra con China, entre 1894-95, obtiene Formosa. Diez años más tarde, después de la guerra con Rusia, se anexiona el sur de Manchuria, la mitad de Sajalin y Port Arthur. En 1918, como consecuencia de la derrota alemana en la I Guerra Mundial, obtiene el mandato sobre los archipiélagos de las Palaos, las Marianas, Carolinas y Marshall, aunque Guam queda bajo control de los Estados Unidos. En 1910, los japoneses ocupan toda la península de Corea. La expansión japonesa en China le llevará a controlar toda Manchuria en 1931, a partir de entonces denominada Manchukuo. En 1933, Japón ocupó Jehol, y cuatro años más tarde extendió la frontera de Manchuria hacia el oeste. En 1938, las tropas japonesas ocupan una amplia franja y posesiones costeras en el litoral chino. Por último, en 1939, gana a China la isla de Hainan, el corredor de Nanjing y algunos territorios más en la región central. El imperialismo japonés por el Pacífico ha alcanzado su cima, lo que pronto provocará el choque con las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos.
contexto
En realidad, en Atenas se producen graves alteraciones sociales, provocadas por los efectos negativos de la guerra y sus consecuencias, pero también por el nuevo impulso de la riqueza paralelo a la recuperación militar. Por el orador Lisias se conoce el caso de Ergocles, demócrata que se hizo rico a través de la navegación y que desde entonces pasó a favorecer a las oligarquías. En efecto, desde el año 389 Trasibulo comienza a recuperar el control sobre el Egeo, en acciones que van desde Rodas a las costas del Helesponto. Aquí emprende acciones diplomáticas entre los pueblos indígenas, aprovechando los conflictos entre grupos, para convertirse en el mediador y árbitro, capaz de restablecer la concordia, lo que lo coloca en una posición privilegiada para establecer desde allí el control de los estrechos. En Bizancio se estableció una especie de aduana en la que cobrar tasas a las naves que regresaban del mar Negro. Con el apoyo a la democracia había conseguido que la presencia de los atenienses no resultara molesta a las poblaciones locales, según Jenofonte. Más tarde, en Lesbos expulsó a la guarnición espartana. Desde allí se dedicó a devastar el territorio de la costa continental, lo que, al parecer, tuvo que ver con su muerte, en una emboscada, y con el surgimiento de problemas en Atenas en torno a sus partidarios, síntomas de que comenzaban a renacer los conflictos que envolvían el movimiento expansivo. Paralelamente, los cambios se manifestaban en otro terreno. Los problemas de la ciudadanía repercutían en las posibilidades de conservar en el plano militar el sistema tradicional ciudadano, nutrido de campesinos sirviendo como hoplitas. Poco a poco se impone el método de reclutamiento mercenario, por lo demás caro, necesitado de aportaciones tributarias o de acciones de pillaje. Ifícrates elige una vía más barata, consistente en formar ejércitos de tropas ligeras, que, sin ser propietarios capaces de aprovisionarse ellos mismos del armamento, tampoco requerían un gasto especial por parte de la ciudad. Las tropas se mostraron eficaces sobre todo en la victoria del Lequeo, donde atacaron por sorpresa a un ejército hoplítico espartano y demostraron las ventajas de la movilidad. Del año 387-86 se conoce el decreto que regulaba las relaciones de Atenas con Clazómene, ciudad jónica situada en la costa de Asia Menor, donde se establecía la participación económica y la normativa para el envío de guarniciones, circunstancia ésta que se dejaba a la decisión del demos ateniense. Para algunos, son pasos dados en la política de recuperación legal de las relaciones imperialistas.
contexto
Durante todo el siglo XVI, el enfrentamiento entre musulmanes y cristianos será una de las mayores preocupaciones de los países europeos. La posición dominante lograda por el Imperio otomano en el Mediterráneo oriental, sus intentos en el occidental y su avance hasta Europa central y por el contorno del Mar Negro, será motivo constante de preocupación de los Habsburgo, ante el temor de ser invadidos; de Polonia-Lituania y de Venecia, a quienes arrebatará parte de sus territorios; y del principado de Moscú, que en su impulso expansionista deberá forzar las posiciones turcas en el sureste europeo, para alcanzar el Mediterráneo a través del Mar Negro, constante de su política exterior hasta el siglo actual. Las diferencias religiosas hacían inviable cualquier consideración de acuerdo y sólo Francia, en su perpetua lucha contra los Habsburgo, llegó a mantener cierta alianza diplomática con los otomanos, que en algún momento se plasmó en ayuda militar, ante el escándalo general. Los enfrentamientos se localizaron en dos áreas geográficas diferenciadas, con participantes diferentes en cada caso, por un lado en la Europa situada al norte de los Balcanes, y por otro en el Mediterráneo.
contexto
Polibio comienza sus Historias diciendo: "¿Qué hombre en todo el mundo puede ser lo bastante estúpido o frívolo como para no querer conocer cómo y bajo qué forma de gobierno casi todo el mundo habitado, conquistado en menos de 53 años, ha pasado bajo la autoridad de Roma? Es un hecho que no tiene precedentes". Esta imparable expansión de Roma sorprendía ya a los historiadores antiguos y para los modernos no están resueltas, ni mucho menos, todas las claves del proceso. Polibio se refiere a los acontecimientos bélicos posteriores al 264 a C, pero la fecha no es lo fundamental, puesto que si se acepta que Roma ejerció una política imperialista, el momento, el punto de arranque que justifique esta afirmación es bastante discutible. Se considera -con muy poca lógica- que la conquista de Italia no supuso ningún tipo de imperialismo por parte de Roma. Serían más bien guerras defensivas y habría por tanto que esperar a la Primera Guerra Púnica o incluso a la segunda para hablar de una política imperialista, ya que Roma no pudo ver ninguna amenaza directa. Otros autores señalarían el inicio del imperialismo romano a partir de la segunda guerra contra Macedonia, etc. Pero, en nuestra opinión, no puede establecerse en ningún momento determinado el comienzo del imperialismo romano. Si existió, sus raíces están en la propia estructura de la sociedad romana y en la evolución posterior de ésta, en la que, a factores políticos, se fueron añadiendo otros de carácter económico, psicológico, diplomático, etc... que marcaron la política exterior de Roma y posibilitaron que se convirtiese en una potencia dominadora de medio mundo. Por otra parte, es difícil explicar en qué sentido fue Roma imperialista. En muchos casos Roma no buscaba anexiones, como lo demuestran, por ejemplo, su tratado con los etolios del norte de Grecia -a los que sólo exigía su parte del botín en las operaciones conjuntas-, o la creación en el 167 a.C. de cuatro repúblicas artificiales en Macedonia, o el rechazo de territorios legados por testamentos, como es el caso de Egipto en el siglo I a.C. o la propia existencia de los llamados estados clientes, como es el caso de Tracia (anexionada en el 46 a.C.), Mauritania (donde Juba II había sido colocado por Roma como Rey en el 25 a.C.), el reino de Emesa, la tetrarquía de Abilene, etc. Lo cierto es que en Roma, desde sus comienzos, se configuró una sociedad militarista. La asamblea creada por Servio Tulio, los comicios centuriados, era básicamente militar y en ella se vinculaba el poder y la riqueza al honor militar. La virtus romana era, en definitiva, el valor, la valentía. Desde los comienzos de la República las magistraturas más elevadas eran las militares. Por tanto, Roma practicó una política militar desde sus comienzos y uno de los objetivos militares básicos de entonces era la expansión. En muchas ocasiones podrían considerarse razones defensivas, en otros casos no. Se buscaban intereses económicos -nuevas tierras- o estratégicos: seguridad en sus fronteras, aumentar su autoridad política protegiendo a sus aliados frente a otros agresores, etc. En una segunda fase, a partir del siglo III, los intereses siguieron siendo básicamente los mismos, pero los éxitos conseguidos habían generado una dinámica de alianzas políticas, de grupos de poder y de necesidades que implicaban la continuación de su política expansionista. En primer lugar, la más alta ambición para cualquier miembro de la oligarquía era el triunfo. La celebración de la victoria, con su despliegue de procesiones, equiparaba al vencedor casi con un dios. Es sabido que se dieron campañas provocadas por generales para conseguir tal triunfo, incluso antes de que el Senado perdiera el control sobre las guerras en el siglo I a.C. La tradición aristocrática romana estaba bajo el influjo del mundo helenístico. Quizá ya Escipión siguió el modelo de Alejandro, como hicieran después Pompeyo y César. Por otra parte, la oligarquía romana adquiría, a través de la victoria militar, prestigio y clientes en las nuevas provincias dominadas. La mayoría de los propios conquistadores pasaban posteriormente a ser elegidos patronos de la ciudad o provincia por los propios vencidos. Los patronos obtenían el apoyo de la comunidad cliente hacia él y su familia; su título de patrono era hereditario. A cambio, protegía a sus clientes de los malos tratos o abusos y, en general, intentaba promocionar a las élites provinciales, ahora clientes suyos, y a la ciudad. Así, C. Fabricius Licinius, vencedor de los samnitas, es elegido por éstos patrono en el 282 a.C. El propio Catón, en el 195 a.C. y después de sus campañas victoriosas en Hispania, es elegido patrono por los hispanos. Los intereses económicos jugaban también un papel determinante. En principio, el botín estaba legalmente a disposición del general, aunque normalmente, se entregaba parte de él al Tesoro estatal y otra parte se destinaba a obras públicas que aseguraban la gloria y popularidad del benefactor. También era la forma más segura de pagar a las tropas, entre las que el general repartía parte del botín oficial. Los pequeños propietarios campesinos (y a finales del siglo II a.C. los proletarios) verán en las guerras la posibilidad de hacer fortuna. No olvidemos que durante las guerras itálicas la victoria había llevado a menudo a parcelar la tierra conquistada entre los ciudadanos pobres incluso después de las guerras ultramarinas. El Estado a veces adquirió tierra para arrendar a los ciudadanos y las colonias de veteranos fueron después seguidas por emplazamientos para la plebe romana a gran escala. En este sentido, a veces las guerras eran la vía más segura para neutralizar las amenazas o revueltas internas. Los negotiatores encontraron en las guerras y las anexiones, un filón que les permitió hacer grandes fortunas. Cicerón dice, posiblemente sin exagerar, que Roma fue a menudo a la guerra a causa de sus mercaderes. Esclavos, metales, objetos manufacturados y todo tipo de productos obtenidos en las guerras proporcionaban un constante beneficio para los comerciantes romanos y latinos. El Estado aumentó estas operaciones con la creación de puertos libres (como el de Delos en el siglo II a.C.) o, a veces, con la exención de tasas portuarias. Sólo el comercio de grano fue siempre vigilado y controlado por el Estado. La provisión de los ejércitos y el mantenimiento de la plebe romana eran objetivos prioritarios. Así, económicamente, la política de guerras y de expansión practicada por Roma contaba con el consenso no sólo del Senado y la oligarquía romana y latina, sino con la de todos los sectores sociales incluida la clase más desfavorecida. Además, el Tesoro estatal se hizo cada vez más dependiente de los ingresos exteriores: las indemnizaciones, los impuestos y tributos, los aranceles... eran la fuente esencial que permitía financiar los enormes gastos que las guerras suponían. Sin duda los romanos no consideraron nunca inmoral o reprobable su política imperialista. Su conservadurismo hacía que el aval legal que justificaba una guerra sancionara a ésta como un acto patriótico y necesario. Se atacaban a veces las guerras inspiradas por la codicia de algún oligarca. Se conocen las objeciones que se plantearon a la campaña parta de Craso o la oposición de Catón, en el 167 a.C., a una proyectada contra Rodas. Pero aún así, a veces esta voluntad era manejada, como sucedió con la expedición a Sicilia del 264 a.C. Dice Polibio que el Senado se negó a responder a la llamada de Mesina, pero la plebe la aceptó bajo presión de los cónsules Apio Claudio Caudex y Marco Fulvio Flaco. Los Fulvios, originarios de Tusculum, habían dominado la ciudad durante la primera Guerra Púnica junto con familias de origen campano y samnita, como los Atilios y los Octilios, y obviamente les preocupaba la suerte de sus compatriotas instalados en Sicilia y amenazados por Siracusa. Así, el imperialismo romano no fue ni constante ni premeditado, como han mantenido muchos historiadores, ni tampoco el resultado de una serie de contingencias. Cada progreso de Roma en Italia aumentaba sus responsabilidades, convirtiéndola en potencia más idónea para proteger el mundo de las ciudades, demasiado dividido para ser sólido, contra las oleadas procedentes de los pueblos montañeses. Por otra parte, en muchas ocasiones Roma prefirió -como hemos visto- cambiar sus relaciones con los pueblos extranjeros por un sistema de clientela, base de la vida social y de la actividad política de la aristocracia que la dirigía. Sin duda se fue relajando con el tiempo la fides, base de sus relaciones con los extranjeros y entre los propios ciudadanos. Pero también su experiencia política los condujo a un mayor pragmatismo y cierta desconfianza política. Así lo constataron con la actitud de gran parte de sus aliados itálicos durante la segunda Guerra Púnica. E incluso antes, en el siglo IV a.C., cuando se batieron contra los galos, ignoraron que estas bandas errantes, empujadas por necesidades materiales, eran utilizadas por Dionisio de Siracusa para debilitar a sus adversarios. Estas y otras experiencias guiaron la política de Roma, como en general han guiado la política de todos los pueblos a través de los siglos. Concluyendo, en nuestra opinión, el impulso que llevó a Roma a la conquista del mundo mediterráneo y las formas que adoptó dicha conquista están íntimamente ligados a las instituciones republicanas, responsables de su orientación y de los medios para llevarla a cabo. A esto habría que añadir que la visión actual de la expansión de Roma es bastante incompleta, ya que de muchos de sus principales contrincantes (los samnitas, cartagineses, etc.) no poseemos testimonios propios, ni conocemos sus juicios y valoraciones sobre su propia política o la de Roma. La justificación histórica de Roma se apoya en su éxito político y éste ha determinado, como sucede generalmente, el juicio de la posteridad.
contexto
En 1533 heredó el trono de Moscú Iván IV el Terrible (1533-1584), niño aún. Cuando pudo imponerse sobre los boyardos, que habían mantenido durante su minoría al Imperio en un estado de anarquía, inició una política claramente dirigida a que en el interior y en el exterior se reconociese su voluntad suprema como zar, título con el que fue coronado en 1547. Durante su mandato el Imperio se extendió por el Don hasta su desembocadura en el mar de Azov y por las regiones del medio y bajo Volga hasta el Caspio, mientras que por el Este llegó y superó los Urales. Continuando la política expansionista de sus antecesores, Iván IV convirtió a Rusia en una potencia ya temible en esta zona de Europa. La primera campaña expansionista la dirigió hacia Livonia, donde, en 1558, tomó Narva, abriendo con ello una puerta al Báltico, donde Moscovia se convirtió en una nueva potencia en liza por la hegemonía. Los restantes competidores lanzarán la contraofensiva. La Hansa consiguió que la Dieta imperial declarase el bloqueo económico, Reval y el norte de Estonia consiguieron la protección de Suecia, Dinamarca se estableció en la isla de Oesel y Segismundo Augusto de Polonia ofreció la protección a Livonia y Curlandia, siempre que la Orden Teutónica aceptase el protectorado polaco, cosa que hizo en 1559. Por el Norte entrará en contacto con los "Merchants Adventurers", que en 1554 llegaron a Arkángel e iniciaron un comercio beneficioso para ambas partes, alentados por el zar, que aprovechó el contacto para trabar relaciones diplomáticas con Inglaterra e intentar conseguir una alianza militar que no logró. Aunque los ingleses deberán compartir en el futuro el mercado con los holandeses, siempre mantendrán una situación preferente en Rusia. La iniciativa privada de los grandes propietarios Stroganov, en busca de salinas y minas de hierro, será la causa de la expansión más allá de los Urales, que tendrá una rápida continuación en el siglo siguiente. Tras la muerte de Iván IV en 1584, el retraso mental de su hijo Fedor habría provocado de nuevo la anarquía si no fuese por la tutela de su cuñado Boris Godunov, que será capaz de mantener el orden interior y sortear los problemas del exterior, sobre todo las ambiciones polacas y suecas. Pero, a pesar de ser elegido zar a la muerte de Fedor en 1598, Boris no pudo impedir las banderías internas y las guerras entre facciones, que mantendrán al Imperio ruso, durante la denominada "época de las perturbaciones", sumido en el caos. La amenaza del avance ruso forzó la unión de Polonia y Lituania, que en la Asamblea celebrada en Lublin en 1569 decidieron constituir un solo Estado con un soberano común, situación que se mantendría por dos siglos. Ya, desde 1549, el temor ante el avance ruso había provocado un acercamiento entre Jagellones y Habsburgos, sellado con el matrimonio entre Segismundo Augusto y una hija del emperador, que se mantendrá en los decenios siguientes, aunque alternando con períodos de amistad francesa. Mientras, la rivalidad permanente entre Suecia y Dinamarca por el control sobre el Báltico, acabó desembocando en la guerra de los Siete Años (1563-1570), que terminó en un conflicto generalizado. Iván IV participó con Lübeck en apoyo de Federico III de Dinamarca, mientras Segismundo Augusto de Polonia se aliaba con Erik XIV de Suecia. La larga contienda supuso un desastre para todos los países ribereños, que vieron perjudicado su comercio por la acción de los piratas sobre barcos de cualquier nacionalidad, y para todos aquellos con intereses mercantiles en la zona. Especialmente afectados fueron los "Merchants Adventurers" ingleses, que habían extendido su radio de acción por el Báltico, fundamentalmente a través de Hamburgo, puerto que conoció en el siglo XVI un momento de esplendor, y también la Monarquía española, necesitada de defender los intereses de los Países Bajos. Al Congreso de Stettin de 1570, que dio fin a la guerra, asistieron representantes de los contendientes y de Inglaterra, Escocia, España, Brandeburgo y Sajonia, que vieron con preocupación el deterioro del comercio de un área conveniente para todos. Sólo los rusos no fueron invitados, dado el rechazo de los demás ante su considerable avance geográfico. Stettin fue una fecha importante en el área báltica, a partir de la cual se impuso como norma teórica de derecho público europeo la libertad de navegación para todos, y no el control de las aguas ni de los estrechos por uno solo. Además, Suecia ganó Estonia, y su aliada polaca, Livonia. Dinamarca, que conservó la isla de Oesel, debió abrir el Sund a los suecos y, por tanto, resultó perdedora.
contexto
La potente Rusia no cesaba de hostigar a la Sublime Puerta y los logros de Kainardji le parecieron insuficientes. El privilegio de nombramiento de cónsules en los principados rumanos de Moldavia y Valaquia proporcionaron a Catalina la posibilidad de intrigar contra los intereses turcos, al tiempo que alentaba conspiraciones en Crimea, zona estratégica en el dominio del mar Negro y ambicionada secularmente por Rusia, y trabajaba para que su influencia sobre las comunidades cristianas de los Balcanes desembocara en la independencia bajo la tutela zarista. No cabía duda de que los planes rusos incluían al Imperio otomano, con graves problemas sociales, económicos y políticos, en sus proyectos de reparto. Pronto tuvo la oportunidad y el detonante fueron los conflictos surgidos en Crimea por la expulsión del kan por los tártaros, mientras el sultán argumentaba que iba a la guerra por la unidad del Islam. La intervención de Austria rompió el tejido diplomático ruso y tuvo que iniciar conversaciones, con la mediación de Francia, que cristalizaron en el Tratado de Ainalikawak, donde los beligerantes declararon la neutralidad en los problemas de Crimea y los turcos permitían la entrada por los estrechos a los barcos mercantes rusos. Las negociaciones diplomáticas en 1780, entre José II y Catalina II, concluyeron en una alianza defensiva general en caso de ataque turco al año siguiente. De forma consciente, ignoraron a los pacifistas franceses y sólo informaron a Vergennes cuando todo había terminado. En respuesta, Versalles se negó a ratificar la alianza, pero no tuvo ninguna consecuencia porque era una reacción esperada. Oriente formaba parte de los planes rusos de colonización y repoblación de las tierras entre el Volga, Don y Dnieper. Catalina II ignoró el Tratado de Ainalikawak y, después de la caída del kan protegido por Rusia en Crimea, en septiembre de 1782 informó a José II de un proyecto de reparto y de su pretensión de reconstruir el Imperio griego, inspirada por Potemkin. Consistía en la creación de un Estado independiente con los principados rumanos y la Besarabia, al que llamaría el reino de Dada, entregado a su nieto el gran duque Constantino. Austria recibiría anhelados territorios fronterizos: Serbia, Dalmacia, Bosnia, Herzegovina, Albania y parte de Grecia. Rusia, en cambio, conseguiría Crimea, Kuban y una parte del litoral oriental del mar Negro. Todo ello sería posible con la conquista de Estambul por ambas potencias. Ningún Estado se oponía a la división de la Sublime Puerta, salvo Francia, liberada ahora del conflicto norteamericano. Vergennes presionó a José II con la formación de una coalición antiaustríaca, envió embajadores a Turquía para que se concediesen ventajas jurídicas y económicas a Catalina II y rechazó la participación en el reparto, ya que los coaligados le prometieron Egipto. Una vez tomada Crimea por los rusos, debido a la diplomacia francesa, José II se retiró de la guerra porque estaba supeditado a las directrices de la zarina y temía el desequilibrio de poder en el Este, que tarde o temprano se volvería en su contra. Catalina II, aislada y sin dinero, aceptó la mediación versallesca y firmó el Tratado de Estambul, en enero de 1784, donde los turcos reconocían su debilidad y el kan de Crimea pasaba a considerarse su vasallo; pero el proyecto griego fracasó por falta de respaldo internacional porque la diplomacia se había impuesto a las ambiciones particulares.
contexto
Los inicios del siglo IV en Macedonia se definen como un período confuso, por los conflictos internos, traducidos en luchas de pretendientes a la realeza, y por los enfrentamientos con pueblos vecinos, todo ello indicativo de cómo, a pesar de las transformaciones señaladas, están vivos los rasgos de la primitiva monarquía, producto de rivalidades personales y de luchas étnicas. Alejandro II, que reinó un solo año, fue un ejemplo extremo de esa inestabilidad. Sin embargo, en ese año había intentado ampliar los círculos de actuación interviniendo en los asuntos de Tesalia. Lo asesinó Ptolomeo de Aloro, cuñado suyo, que luego gobernó como regente entre 368 y 365, hasta la toma de posesión de Perdicas III, hermano de Alejandro. Durante este período, las luchas dinásticas se complican con las intervenciones atenienses, en vías de consolidar la segunda confederación, especialmente interesada en recuperar Anfípolis. Las acciones de Timoteo se concentraron en la Calcídica y en 364 tomó la ciudad de Metona, en el interior del golfo Termaico. Para Atenas, la posibilidad de supervivencia económica, dentro de un movimiento expansivo que requería el mantenimiento de un ejército mercenario como el de Timoteo, que ya se revelaba costoso y problemático, pasaba por el control de las minas de Pangeo, habida cuenta de la baja explotación por la que pasaban en cambio las minas de Laurio, por razones derivadas de la estructura económica interna, que no estimulaba las inversiones privadas. Perdicas III tuvo que abandonar sus acciones frente a los griegos porque llamaron su atención los conflictos procedentes del Ilírico, donde el rey Barcilis encabezaba un movimiento expansivo que afectaba a los territorios controlados por Macedonia en el noroeste. Allí encontró la muerte y, desde 359, desempeñó las labores de gobierno su hermano Filipo, al parecer como regente en sustitución de Amintas, hijo de Perdicas, hasta el ano 355, aunque sobre este extremo las opiniones son divergentes. Desde el principio, su reino estuvo caracterizado por la realización de abundantes acciones militares, que afectaban a todos los campos específicos de la naturaleza de la monarquía macedónica. Tuvo que luchar contra los pretendientes de la familia, donde numerosos parientes de Perdicas se creían con derechos, en una situación institucionalmente incierta agravada por la existencia de un hijo menor apartado por un regente de veintidós años. En el exterior, fue prioritaria la guerra contra Iliria, donde la victoria significó recuperar el territorio de la Lincéstide, pero también controlar a los peonios y molosos, así como a algunos otros de los pueblos limítrofes, igualmente sometidos a presiones y a necesidades expansivas. De mayor trascendencia fueron sus acciones dirigidas hacia la región oriental, contra los bacios, con el mismo objeto, que no sólo lo hizo entrar en contacto con las ciudades griegas y los problemas de la Liga Calcídica, circunstancia de gran trascendencia posterior, sino que lo llevó a garantizar el control de las minas del monte Pangeo. La importancia de este hecho no se traduce sólo en la competencia con Atenas por el control del mineral y, por lo tanto, de los medios de cambio representados de modo privilegiado por la moneda de plata, sino también en el mundo de las organizaciones militares, cuyas transformaciones en este período acompañan como elemento estructural al proceso evolutivo que lleva a las nuevas formas de organización social y política. En efecto, la riqueza minera transformada en moneda circulante le permite a Filipo reforzar un ejército de mercenarios, integrado así en una nueva estructura donde el jefe carismático se identifica precisamente con el rey. Antes de la conquista macedónica de las ciudades griegas, ya se produjo un fenómeno significativo de la confluencia entre la evolución de la realeza expansiva y la de las estructuras de la ciudad-estado. Por otro lado, tras las crisis recientes, Filipo, en su proceso de conquista, fragua una nueva estabilidad en la vida militar que le permite asentar las medidas tomadas por reyes anteriores, de Arquelao a Alejandro II, consistentes en el fortalecimiento del sistema del control del territorio y el establecimiento de colonias lo que, paralelamente, permitía la configuración de un ejército de tierra formado por los pezetairoi, los hetairoi de a pie, traducción del ejército hoplítico a las circunstancias propias de un régimen de lealtades regias de Macedonia, pero síntoma también del desarrollo de una clase de pequeños campesinos asentados en los territorios controlados. Era otro aspecto de la tendencia a sintetizar en la realeza las estructuras de la polis. Finalmente, Filipo había pasado parte de sus años de juventud como rehén en Tebas, como consecuencia de la intervención macedónica en los asuntos tesalios, en época de Epaminondas. Éste lo instruyó en las artes de la guerra, sobre todo en la táctica oblicua, que se convirtió en elemento clave de la victoria dentro de las nuevas estructuras. Lo propiamente militar se suma, como un nuevo factor, a los aspectos económicos y sociales en que se estructura la nueva etapa del expansionismo macedónico.
contexto
La revuelta jónica imprimió sin duda, a pesar de su fracaso, un giro en la política expansiva de los persas. Parece evidente que, para Darío, los límites marítimos, en principio símbolo del final de la tierra conquistada, equiparables a los límites del imperio lidio en Asia Menor, se convirtieron en un motivo de preocupación y de atención, materializado en esa pretensión de control de las ciudades griegas y, específicamente, de Atenas, que los griegos veían como una necesidad de venganza. Ahora bien, los controles de las zonas navales proporcionaron unos gastos y una renovación en las necesidades militares que afectaron al conjunto del sistema fiscal y a la organización de los controles mismos, que en las zonas continentales han llegado a un alto grado de perfección. Las dudas de Jerjes, reflejadas en las conversaciones que Heródoto cuenta como sostenidas con Atosa y de ésta con el espartano Demarato, en las que parece evidente que necesitó un fuerte impulso, apoyado en la descripción de los atractivos del mundo griego, pueden representar una parte de la realidad persa, en situación ambigua, mezclada con el propósito de venganza que le hacía llevar consigo al esclavo que le obligaba a acordarse de los atenienses. Su capacidad para un control eficaz queda clara en el hecho de que una buena parte de la clase dominante de las ciudades griegas viera en ella un modo de consolidar su propio poder, en luchas internas o en situaciones conflictivas agudizadas por las vicisitudes de la guerra y de los acontecimientos exteriores. Los intereses de los persas pueden definirse como parte de la dinámica imparable de un imperio necesitado del crecimiento para la propia conservación de sus fronteras, en las que hay un pueblo original comparado con los que hasta este momento habían sido las víctimas de su expansionismo.