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acepcion
Regla interna de un determinado clan o comunidad por la cual se prohíben los matrimonios entre personas con parentesco sanguíneo o del mismo clan.
obra
Los contratos de obra especificaban a Jaume Huguet el empleo de colores "fins e suntuosos". Estos detalles eran fundamentales para la clientela gremial de Huguet ya que deseaban que sus retablos estuvieran iluminados con todas las variedades de tonos: rojo bermellón, azul ultramar, amarillo de plomo,... colocados equilibradamente para crear un mosaico agradable al espectador. Así nuestra mirada se pierde en este retablo de Sarrià en una amplia variedad de suntuosos ropajes y dorados brocados, sin renunciar al extraordinario naturalismo e individualización de los diferentes tipos humanos que protagonizan la escena. Estas obras de la primera etapa de Huguet están caracterizadas por la disposición de las figuras en vertical, como si de un tapiz se tratara, lo que acentúa su alargamiento, destacándolas sobre fondos en los que predomina el dorado. San Vicente ante Daciano también forma parte de la serie.
contexto
El espejismo de la explosión planetaria del mundo occidental, el desarrollo sin precedentes de las técnicas mercantiles y financieras y el liderazgo resultante del mundo urbano en la organización político-social no deben inducir a olvidar un hecho esencial: que a comienzos de la Edad Moderna la agricultura constituía la principal fuente de producción económica y el sector mayoritario de ocupación de la población activa europea, seguido a gran distancia por la industria y el comercio. Estos últimos serían a la larga los agentes de un proceso profundo de transformación que sacudiría los cimientos sobre los que se asentaba la organización económica del Continente, pero entre tanto la Europa preindustrial continuó siendo un Continente eminentemente rural, que en gran medida, por lo que afecta a las técnicas agrícolas, a los niveles de rendimientos del suelo cultivado y a las formas de organización social de la producción conservó las mismas características que el período anterior. El tradicionalismo de las estructuras agrarias no obstó, sin embargo, para que en el siglo XVI se produjera una fase coyuntural de expansión. El principal de los factores que condicionaron este fenómeno lo constituyó el crecimiento demográfico, que conllevó un aumento de la demanda de alimentos y una mayor presión sobre los recursos naturales. El cambio verificado no fue sin embargo cualitativo, sino tan sólo cuantitativo, pues no afectó casi nunca (con algunas excepciones) a una intensificación de los cultivos, ni a la introducción -casi anecdótica- de nuevas especies, consistiendo tan sólo en una extensión de la superficie cultivada a costa de superficies marginales incultas o a terrenos abandonados a raíz de las grandes crisis demográficas de fines de la Edad Media. El resultado consistió en un proceso de reconquista del suelo arable y de humanización del paisaje rural tras el retroceso de los cultivos que tuvo lugar sobre todo en el siglo XIV como consecuencia de la drástica despoblación que determinó en Europa la peste negra. La expansión afectó al cultivo de los cereales, al que se destinaba la mayor parte de la tierra, pero también a cultivos más especializados, como el de la vid, más orientados a la comercialización de sus productos en los mercados urbanos. En algunos casos, la dilatación de la demanda interior se vio complementada por la demanda exterior, y ello potenció aún más los estímulos de la expansión agrícola. En Andalucía, por ejemplo, la superficie cultivada se incrementó no sólo como consecuencia del aumento de la población, sino también de la demanda de aceite y vino en el recién abierto mercado americano. Aumentó también en Polonia, quizá en torno a un 25 por 100, como efecto de la demanda occidental de grano. En otras regiones, en las que no operaba el estímulo de la demanda exterior, la extensión de los cultivos es también claramente perceptible. Así, por ejemplo, sucede en el caso de Francia, Inglaterra, los Países Bajos (donde se ganaron al mar importantes superficies para uso agrícola), Italia o Noruega. Un tercer estímulo para la expansión agraria del XVI fue la coyuntura de precios, en alza por efecto del incremento de la presión de la demanda y de la dilatación del stock monetario en circulación. Aunque los precios altos incidían también de forma negativa en los costos de producción, las expectativas de ganancia espolearon el interés por la agricultura y, en general, la tierra se revalorizó.
contexto
Si se da por sentado que la sociedad tardo-carolingia hasta el año 1000 fue todavía de corte esclavista y que la Europa de los carolingios y luego de los otónidas mantuvo cierta unidad a pesar de la menor dimensión del segundo Imperio, ¿se acepta decididamente la llamada por G. Bois "revolución del año mil"? Y si se acepta, ¿se admite, asimismo, la diferente datación en torno a dicha fecha -descargada y desactivada de cualquier simbolismo apocalíptico- del inicio de los cambios que Raúl Gláber certifica para comienzos del siglo XI? Parece claro que el crecimiento agrícola se había iniciado antes (si hacemos caso del "coloquio de Flaran 10"), y que una primera fase, aún en la alta Edad Media, había conducido a un crecimiento demográfico puramente interno con la densificación de antiguos núcleos de población, para, en una segunda fase, entre los siglos Xl al XIII, constatarse la exteriorización del crecimiento y la generalización del progreso técnico junto a la extensión espacial del horizonte agrario, a tenor de las nuevas condiciones políticas y sociales. Dichos cambios se sucedieron poco antes y después del fin del primer milenio: la fundación de Cluny en el 910 y lo que representa en lo religioso cultural; el agotamiento de las familias carolingias desde mediados del siglo X y el acceso al poder de la familia otónida procedente de Sajonia, con la instauración o restauración del nuevo Imperio después del 962, en lo político; la puesta en cultivo de nuevas tierras a partir de los años 1010 y la aparición de los primeros contratos de asociación en torno al año mil, en lo económico y comercial -como expresa R. Fossier-; o la llamada de atención del obispo Adalberón de Laón sobre la amenaza de ruptura del esquema estamental de la sociedad en lo ideológico-funcional. Cambios que justifican la visión optimista de R. Glaber sobre el "umbral del año mil". Las iglesias reparadas, revestidas o edificadas de nuevo, a las que se refiere el cronista milenario, no se hicieron con la fe, sino con el resurgimiento económico y la dedicación de recursos excedentarios. Sin embargo, se puede seguir discutiendo sobre cuál o cuáles fueron, y en que medida actuaron, los motores principales del cambio: "la variación del clima, la inflexión demográfica, la reestructuración familiar, la nueva articulación del espacio (y la jerarquización social), los tímidos avances tecnológicos o las roturaciones y colonizaciones agrarias", entre otros; interesando, especialmente, los resultados más que los factores, al convertirse a su vez en causas y efectos de las transformaciones progresivas. No obstante, entre los factores más condicionantes cabe situar la generalización del "señorío banal" o jurisdiccional, que vino a sustituir al viejo sistema de las estructuras dominicales aún vigentes: como el régimen señorial clásico del norte del Loira que dividía el espacio entre la reserva y los mansos, con las consabidas prestaciones de trabajo; y el implantado en las regiones del sur, donde la mayor romanización había perpetuado la explotación directa con cesión de tierras a cambio de rentas en especie. Todo ello generando un nuevo marco en las relaciones de poder sobre la base del tránsito de una agricultura itinerante a otra sedentaria, organizada y acaparada en las manos de la aristocracia militar y de la Iglesia, dentro de unos esquemas jerarquizados que someterán al campesinado indefenso y desunido ante la agresión feudal. Porque la posesión sobre los hombres irá completando la posesión sobre la tierra. Todo esto hubiese sido imposible, pese a todo, sin la ampliación del horizonte agrícola, el aumento extensivo e intensivo de los cultivos, la recuperación de los bosques, los pantanos y aun el mar para la producción agraria, que duplicó y triplicó los rendimientos de las cosechas y generó excedentes que motivaron el comercio y alimentaron a los incipientes núcleos urbanos; núcleos urbanos que, a su vez, abrieron aparentes marcos de libertad dentro del primer ensayo feudal, y excedentes que despertaron la codicia de los poderosos, los cuales hicieron por sustraer de los campesinos buena parte de sus rentas y prestaciones personales bajo la amenaza, la coerción, el miedo y la indefensión. Por eso, a la hora de situarse en el origen de un mundo en transformación, es el ámbito rural el punto de arranque que en su evolución hacia nuevas fórmulas y formas de explotación de los recursos naturales, arrastró diversas mutaciones y cambios en el ámbito doméstico y familiar, en la fecundidad demográfica y en la acotación y secuestro de las últimas libertades civiles heredadas del viejo Imperio romano. En definitiva, y como escribe C. M. Cipolla al hacer un diagnostico pesimista sobre la producción en la Alta Edad Media, "a partir del año mil se empezó a superar el despilfarro del esfuerzo humano, la falta de división y especialización del trabajo, la autosubsistencia sin inversión ni beneficios y el mínimo consumo". Aunque beneficios, consumo, lujo e influencia sobre el medio se dirigieran entonces hacia las manos de los poderosos, con el consentimiento de la autoridad superior (imperial, real o condal) y la protección de las leyes feudales.