Históricamente, el siglo XIII se inicia en la Península con dos hechos de distinto signo y de consecuencias similares. La victoria sobre los almohades en Las Navas de Tolosa (1212) sirvió para acelerar la disgregación del Imperio norteafricano e hizo posibles los avances de castellanos, leoneses y portugueses hacia el Sur. La derrota y muerte de Pedro el Católico de Aragón en Muret (1213) obligó a los catalanes y aragoneses a renunciar a su presencia en Occitania y a buscar la expansión por el Mediterráneo, que se convertirá en un mar catalán. A mediados del siglo, aprovechando las diferencias entre los almohades del Norte de África y los gobernadores dejados en la Península, entre los norteafricanos y los hispanomusulmanes y entre los distintos reinos de taifas surgidos de la desintegración almohade, castellanos y leoneses, unidos desde 1230 bajo Fernando III, consolidaron su dominio sobre La Mancha y Extremadura, anexionaron el reino de Murcia y conquistaron la mayor parte de Andalucía donde sólo Granada, sometida a vasallaje, siguió durante largo tiempo en poder de los musulmanes. Los portugueses se extendieron por el Alentejo y el Algarve, y catalanes y aragoneses ocuparon los reinos musulmanes de Valencia y de Mallorca durante el reinado de Jaime I el Conquistador.La conquista no siempre fue seguida de la expulsión de los vencidos: aunque con una población superior a la de los siglos XI-XII, los reinos cristianos no podían o no se hallaban interesados en trasladar a las nuevas tierras a los hombres precisos para sustituir a los musulmanes, y la marcha de éstos no interesaba a los nuevos dueños, que se limitaron en la mayor parte de los casos a exigir la entrega de los castillos y plazas fuertes y el abandono por los musulmanes de los centros urbanos para establecer en ellos guarniciones y pobladores cristianos. Sólo después de la gran sublevación de 1264-1266 fueron expulsados los musulmanes de Murcia y de Andalucía. Los de Mallorca fueron reducidos en su mayor parte a esclavitud, y los valencianos permanecieron en el reino hasta comienzos del siglo XVII.En la conquista de Andalucía y Murcia participaron unidos castellanos y leoneses y las nuevas tierras no fueron incorporadas ni a Castilla ni a León sino a Castilla-León, del mismo modo que el Algarve se uniría a Portugal. En la Corona de Aragón, el siglo transcurrido desde la unión, en 1137, no sirvió para suprimir sino para acentuar las diferencias económicas, sociales y políticas entre aragoneses y catalanes, que actuaron separados en la conquista y, consiguientemente, en la repoblación. La ocupación de Mallorca fue obra de los catalanes y el nuevo reino estará unido a Cataluña, incluso cuando tenga rey privativo; el reino valenciano fue ocupado conjuntamente por catalanes y aragoneses y ambos intentarán imponer sus costumbres y leyes, con lo que se haría precisa la intervención del monarca que, para evitar el enfrentamiento, creó un nuevo reino independiente y distinto de Aragón y de Cataluña, el reino de Valencia, unido a los dos primeros por la Corona pero tan diferente de cada uno como Aragón y Cataluña entre sí.La procedencia y origen de los repobladores y el destino de los antiguos habitantes de las tierras ocupadas serán decisivos en la historia de los nuevos territorios cristianos: castellanos y portugueses -agricultores y ganaderos- colonizarán el campo andaluz y del Algarve y trasladan a él sus modos de vida y su idioma; sólo Sevilla se transformará en ciudad comercial gracias a la llegada de mercaderes genoveses, catalanes y francos interesados en el comercio italiano-flamenco; en Murcia, la permanencia de numerosos musulmanes permitirá conservar la agricultura intensiva, de huerta, de época islámica, frente al cultivo extensivo castellano-andaluz. Artesanos y mercaderes catalanes se sentirán atraídos por los núcleos urbanos de Mallorca y del litoral valenciano, en el que permanecen los huertanos musulmanes, mientras el interior de Valencia, conquistado por nobles aragoneses, continuará dedicado a la agricultura y hablará aragonés, mientras el valenciano-catalán será la lengua del litoral.A través de la expansión, los reinos peninsulares acentuaron su incorporación económica a Europa: castellano-leoneses y portugueses llevan sus fronteras hasta el estrecho de Gibraltar y con ello facilitan la navegación cristiana entre el Mediterráneo y el Atlántico, es decir, los intercambios comerciales entre las ciudades italianas y flamencas; de este modo las costas de Portugal y de Castilla se convirtieron en etapas de la navegación europea y acogieron a gran número de mercaderes, que activaron la importación de productos de lujo y la exportación de materias primas. Por su parte, aragoneses y catalanes ocuparon el reino valenciano y los catalanes llevaron su expansión hasta las Baleares, desde las que pudieron intervenir activamente en el comercio del Mediterráneo occidental y competir con las ciudades italianas. Sólo Navarra, aislada y comprimida entre Castilla y Aragón, permaneció al margen de la expansión de los reinos peninsulares..., y acentuó sus relaciones con el mundo europeo, francés, para librarse de la presión aragonesa y castellana.
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Este paso procesional, realizado para la cofradía de Jesús Nazareno, reúne en realidad tres momentos: el beso de Judas, la agresión de San Pedro a Malco, y el auténtico prendimiento, representado por el soldado que se apresta a actuar. San Pedro es un prodigio de fuerza desatada, concentrada muy bien en su brazo alzado. Cristo y Judas, tallados en el mismo tronco, intercambian un juego de miradas con las que lo dicen todo. La caracterización del apóstol traidor se adapta muy bien a la personalidad que quiere trasmitir: pelirrojo y rizoso, labios gruesos, mirada torva y nariz ganchuda.
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Esta tabla está en la misma corriente que la Extracción de la Piedra de la Locura y como aquélla, su atribución a El Bosco es dudosa pero posible. El Bosco suele realizar en sus cuadros complicadas alegorías moralizadoras, hondamente religiosas y tanto este cuadro como el citado anteriormente carecen de trasfondo religioso. Se limitan a poner de manifiesto la superstición del pueblo llano y el manejo de algunos timadores con supercherías y abusos. De hecho, aunque muy humorísticos, demuestran un absoluto desprecio por sus congéneres, mientras que en los grandes cuadros de El Bosco existe más bien compasión y crítica trascendente. Sin embargo y como hemos dicho, el humor que traspasa este cuadro merece la pena ser analizado. La escena nos muestra a un supuesto mago ante una mesa, realizando prodigios. Una serie de personajes, en su mayoría frailes y monjas, atienden a sus demostraciones. Es necesario remarcar que precisamente los hombres destinados a la vida religiosa son el público de magos y embaucadores. El timador lleva un cesto por el que asoma una lechuza o búho, símbolo de la herejía. A sus pies, un perro disfrazado de bufón apoya esta idea. El hecho maravilloso que tiene embelesada a la gente es que el prestidigitador ha hecho salir un sapo de la boca de su sumiso espectador. Pero mientras la gente expresa sus diversas reacciones (incredulidad, maravilla) el que está detrás le roba disimuladamente la bolsa, en acuerdo obvio con el prestidigitador.
contexto
El proceso de renovación de las artes tuvo que confrontarse, necesariamente, con la introducción en España de determinadas soluciones y modelos que, procedentes del Renacimiento italiano, se asociaban desde comienzos del siglo XVI a algunas de las familias más influyentes de la alta nobleza. La adopción por parte de las mismas de los sistemas y repertorios procedentes de Italia aparece claramente relacionada a su deseo de instrumentalizarlos como forma singular de diferenciación y de prestigio, frente al arte oficial y estandarizado de la monarquía y a los ambientes contemporáneos más conservadores. La tradición cultural de algunas de estas familias -que, como los Mendoza, contaban entre sus ascendientes con ilustres figuras del Humanismo peninsular, como el Marqués de Santillana-, su dedicación a la diplomacia internacional y su fuerte deseo de diferenciación respecto a su misma clase social les hizo más permeables a la nueva cultura del Renacimiento. Pero es, sobre todo, el deseo de establecer una forma de ostentación emblemática lo qué orientó sus gustos hacia la adquisición de obras italianas, a la utilización de los repertorios italo-antiguos en los edificios de nueva construcción y a fortalecer su mecenazgo con artistas de distinta formación para atender sus demandas más exigentes. Por estas razones, la recepción de las propuestas italianas se realizó de forma aselectiva al margen de las polémicas que desde el punto de vista teórico y práctico se estaban desarrollando en Italia. Lo italiano, por su misma novedad, se convierte de hecho en algo insólito, en un objeto que diferencia de forma especial a su dueño. Las referencias italianas del almohadillado de una fachada, de la decoración del interior de un palacio, del diseño de una medalla o de la tipografía de un libro suponían, por tanto, un fuerte impulso en la renovación de los ambientes artísticos contemporáneos. En este sentido, las obras financiadas por la familia de los Mendoza resultan paradigmáticas. Al igual que otros miembros de su familia, el cardenal don Pedro González de Mendoza, hijo del Marqués de Santillana, fue un actor decisivo en la vida política y cultural de su tiempo. Su contribución a la introducción del arte del Renacimiento ha destacado siempre en su mecenazgo aquellas obras que supusieron un estímulo para la introducción de las formas italianas. Sin embargo, en numerosas empresas patrocinadas por el prelado, como la sillería del coro de la catedral de Sigüenza o las vidrieras realizadas por el maestro Enrique en las catedrales de Sevilla y Toledo, predominaban las soluciones góticas y flamencas, configurando un mecenazgo ecléctico del que se han destacado sólo, generalmente, sus disposiciones para la realización de su sepulcro en la capilla mayor de la catedral de Toledo, la fundación del Hospital de Santa Cruz en la misma ciudad y la construcción del colegio del mismo nombre en Valladolid. Si en el hospital de Toledo el modelo italiano se interpreta con un sistema constructivo gótico, en el Colegio de Santa Cruz de Valladolid (1487-1494) la interpretación en clave renacentista se produce a través de una decoración a la antigua de la fachada en un edificio estructuralmente gótico. Este cambio sólo se explica por la participación en las obras de Lorenzo Vázquez, arquitecto de la familia, y la influencia ejercida en los gustos del Gran Cardenal por su sobrino don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, que había sido embajador en Roma y fue el encargado de introducir en los círculos cortesanos al escultor florentino Doménico Fancelli. El de Tendilla ya había ensayado una solución similar en la iglesia de San Antonio de Mondéjar (Guadalajara) al aplicar una decoración italiana a una estructura gótica coincidente con la tipología del templo codificada en el reinado de los Reyes Católicos. Pero fue en la arquitectura palaciega donde los Mendoza, en estrecha colaboración con Lorenzo Vázquez, demostraron mayores deseos de renovación. Si el palacio del cardenal Mendoza en Guadalajara, conocido por las descripciones de Jerónimo Münzer, respondía a unas prácticas constructivas y ornamentales todavía tradicionales, a pesar de algún que otro elemento novedoso, el Palacio del Infantado de la misma ciudad, construido por Juan Guas y Egas Cueman hacia 1483, ofrecía al viajero alemán -con su patio regular y heráldica fachada- un aspecto inequívoco de modernidad al entenderse como un objeto representativo en el marco de la ciudad. Si el prototipo de palacio gótico se adaptó a las necesidades de la clase noble renovando y regularizando sus propias soluciones o enriqueciéndolas con otras nuevas, el modelo renacentista se instaló en España adoptando unos tipos ensayados previamente en Italia. El palacio de Cogolludo en Guadalajara es el primero que coincide con esta tipología renacentista. Construido por don Luis de la Cerda para servir de residencia a su hija doña Leonor, mujer de don Rodrigo de Mendoza, hijo del Gran Cardenal, se ordena con dos cuerpos de marcado carácter horizontal, separados por una imposta, y se remata con una potente cornisa y crestería. El almohadillado de ambos pisos, el carácter cerrado y sobre zócalo del inferior, la disposición rítmica de los vanos y la portada adintelada rematada por un frontón de vuelta redonda responden a un modelo que deriva directamente de la tipología del palacio urbano del Quattrocento italiano. Algo posterior es el palacio de don Antonio de Mendoza en Guadalajara (1506) que, en comparación con los ejemplos precedentes, muestra una atención diferente a las distintas partes que lo componen. Si su fachada corresponde a un diseño mucho más modesto que los anteriores, su patio constituye el núcleo principal del edificio y se ordena de acuerdo a una composición modular inspirada en la arquitectura italiana más culta. De planta cuadrada y con dos pisos arquitrabados, sus soportes están formados por columnas con capiteles sobre los que descansan zapatas de madera que, además de su propia función constructiva, son adaptadas con el objeto de aplicarse en relación con el sistema de proporciones que informa todo el conjunto.