La cultura japonesa tiene una antigüedad de miles de años. La historia y la geografía han cincelado el presente del Japón y lo seguirán haciendo en el futuro. La ubicación del Japón en el extremo más occidental del Pacífico ha hecho de éste un país relativamente remoto y aislado. El archipiélago nipón consta de cuatro grandes islas -Hokkaido, Honshu, Kyushu y Shikoku- y más de 1.000 menores. Como todos los pueblos, también los japoneses han sido moldeados por la tierra y el clima en los que viven. A lo largo de los siglos, los japoneses se han servido de los recursos y la ubicación geográfica del país para dar forma a una civilización muy particular. Sus estaciones, su paisaje, su flora y su fauna se encuentran reflejados en el rico acervo literario, artístico y mitológico de la nación. Con todo, el Japón nunca ha estado aislado por completo. Durante muchos siglos, ha sido el discípulo más ardiente de la gran civilización china. Los primeros contactos con China se realizaron a través de Corea, desde donde pasaron al Japón elementos culturales como el confucianismo, la escritura china y el budismo. Característico de la influencia de la gran cultura china es el periodo del arte japonés conocido con el nombre de Nara, entre los años 646 y 794. En este momento, se desarrollaron con profusión las estatuas de Buda y la cerámica adquirió gran importancia gracias a las nuevas técnicas importadas. También China sirvió de modelo para los templos budistas del Japón, consistentes en un complejo de edificios alrededor de una pagoda de cinco pisos. El budismo se instaló en el Japón coexistiendo con un culto autóctono: el sintoismo. Ambas creencias han cohabitado de forma simultánea en los últimos mil quinientos años, influyéndose recíprocamente. El sintoismo se fundaba en un sentido de respetuosa veneración por la belleza de la naturaleza, erigiéndose sus santuarios en cascadas o montañas. Budismo y sintoismo han creado una geografía japonesa de lo sagrado. Son muchos los lugares de culto existentes, como los montes sagrados Fuji y Koya, o sitios como Izumo, Miyajima, Nara o Ise. La religión tuvo un papel fundamental en la conformación de determinados aspectos de la cultura japonesa. El más importante es la subordinación del individuo al grupo, resumida en la expresión: "el clavo que sobresalga por encima de los demás, será hundido con el martillo". Todo debe estar perfectamente ordenado, existiendo un lugar para cada cosa. El rígido orden social medieval, dominado por los señores o daimyo, queda reflejado perfectamente en los suntuosos castillos medievales en los que habitaban. Arte, sociedad y religión tienen en Japón otro aspecto en común: el aprovechamiento de cualquier material útil, debido a la escasez de recursos naturales. En la ceremonia del té, en los jardines de piedras, arena y minúsculos bonsai, en el arte de disponer las flores llamado ikebana... se reflejan en miniatura las aspiraciones a un espacio y una paz ilimitados. El fin de la era feudal, en 1868, permitió a Japón entrar en el campo del progreso, liderado por el joven emperador Mutsu-Hito. El triunfo de una concepción militarista de la sociedad lanzó al país a una política de conquistas. Entre 1870 y 1941, en sucesivas etapas, el Japón consiguió dominar buena parte del Asia oriental. Las consecuencias fueron desastrosas, abocando al país hacia una cruenta guerra de destrucción masiva. Miles de vidas fueron segadas en los violentos combates de la II Guerra Mundial. Las ciudades fueron bombardeadas. Pero la derrota y la ocupación norteamericana de 1945 no impidieron que la historia del moderno Japón fuera la de una espectacular recuperación y una prosperidad sin parangón. El milagro japonés, sin embargo, sólo pudo hacerse de una forma: utilizando los ricos valores tradicionales para adaptarse a las exigencias del mundo moderno. Sólo así, con una sabia mezcla de tradición y modernidad, consiguió el país del Sol Naciente convertirse en una nación proyectada hacia el futuro, quizás más que ninguna otra.
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La Segunda Guerra Mundial tuvo en Asia Oriental caracteres y evolución propios, y duró más que el conflicto europeo. Se originó en la disputa histórica entre China y Japón, a partir de sucesos que ocurrieron casi un siglo antes, que desencadenaron una serie de procesos históricos y que desembocan, tras la ocupación japonesa de Manchuria en 1931 y su transformación en 1932 en el Estado de Manchukuo, en la invasión japonesa de China en julio de 1937 y el desencadenamiento de la guerra chino-japonesa, que representa el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en Asia. Este conflicto continental asiático se extendió en una vasta hoguera por el Océano Pacífico y, como indican Calvocoressi y Wint, el incendio en Oriente coincidió con el incendio de Hitler en Europa. Las dos configuraciones se fundieron y las dos guerras quedaron convertidas en una. Prácticamente todos los pueblos del Extremo Oriente y del sur de Asia resultaron involucrados en ella. Si en sus comienzos la guerra mundial se inició en Asia aproximadamente dos años antes que en Europa, el conflicto terminó unos cuatros meses más tarde: el tiempo que se extiende desde la capitulación alemana, en los primeros días de mayo de 1945, y la japonesa, entre fines de agosto y comienzos de septiembre del mismo año. Hay que señalar dos fases en la situación de Japón al final de la Segunda Guerra Mundial: la primera, entre el 8 de mayo y el 2 de septiembre de 1945, es la del término de la guerra en Asia y la derrota de Japón; la segunda, de septiembre de 1945 hasta abril de 1952, es la de Japón bajo ocupación norteamericana y la política de reformas. A partir de la firma del tratado de paz de San Francisco, en septiembre de 1951, con Estados Unidos y los aliados y el consiguiente final de la ocupación norteamericana, en abril de 1952, se inicia el nuevo período histórico de Japón como Estado independiente. El poderío nipón, intacto hasta 1944, se hundió por la acción conjunta de las operaciones aeronavales anglo-americanas en Birmania, las guerrillas populares de Vietnam, Birmania y China, la intervención rusa en Manchuria -prevista en Yalta- y, sobre todo, por la bomba atómica. Ante esta situación Japón capituló en agosto de 1945. Los aliados precisaron sus objetivos bélicos en las conferencias de Yalta y Potsdam -ambas en 1945-, con la participación soviética; el tratado chino-soviético de agosto de 1945, en vísperas de la rendición japonesa, parecía contribuir a estrechar la cohesión entre los aliados tras la nueva situación creada en Asia con la prevista derrota de Japón. En este ambiente global de acoso, la capitulación alemana del 8 de mayo de 1945 agravó la situación de Japón al permitir a los aliados trasladar todas sus fuerzas a Extremo Oriente. Según Lequiller, "en estas fechas Japón no tenía ninguna posibilidad de escapar a la derrota". En el orden bélico-militar, el avance del ejército norteamericano al mando del general MacArthur hacia el archipiélago japonés se intensificó en la primavera de 1945; los japoneses perdieron en marzo la isla de Iwo Jima y en junio la de Okinawa, en el corazón de las islas Ryu-Kyu. Con estas acciones alcanzaban prácticamente el territorio nipón, y desde estas bases podían intensificar los ataques aéreos y preparar un desembarco sobre el propio Japón, incapaz ya, en estas fechas de 1945, de mantener su esfuerzo bélico. En el plano económico-social, aunque la resistencia japonesa fue heroica y hasta desesperada, las condiciones de la economía nipona no podían hacer frente a la potencia económica norteamericana. Esta, movilizada al máximo, alcanzaba un gran ritmo de producción industrial, muy superior a la industria japonesa, que iba encontrando crecientes dificultades en todos los sectores. En los transportes y comunicaciones había dificultad en mantener las relaciones entre las diferentes regiones del Imperio y en aportar a la metrópoli los productos alimenticios, el petróleo y las materias primas que eran necesarios; la marina mercante, hostigada por los submarinos norteamericanos, estaba disminuyendo al no ser capaces los astilleros, por otra parte, de compensar las pérdidas, y estas limitaciones e insuficiencias afectaban a toda la economía japonesa. En el plano político-diplomático, Japón acusaba los efectos de todos estos factores, que, unidos a la derrota de Alemania, e ignorando el compromiso contraído por Stalin en la Conferencia de Yalta (febrero de 1945) de entrar en guerra contra Japón tres meses después de la capitulación de Alemania, llevaron a algunos sectores nipones a pensar -entre mayo y julio, con el Gobierno del almirante S. Kentaro y por medio de la URSS- en la posibilidad de una negociación, frente a la posición intransigente de los militares nacionalistas que controlaban el poder. En julio de 1945 la Conferencia de Potsdam trató, además de los asuntos alemanes, la cuestión de la guerra en Asia Oriental y elaboró la Proclamación de Potsdam, que, firmada por Estados Unidos, Gran Bretaña y China y dirigida a Japón, pedía la capitulación incondicional de las fuerzas japonesas. Anunciaba que Japón perdería todas sus posesiones exteriores, aunque daba seguridades en cuanto al futuro de la nación; añadía que de no capturar Japón, se exponía a una pronta y total destrucción, velada alusión a los bombardeos atómicos. El Gobierno japonés no respondió a la Proclamación de Potsdam y los acontecimientos se precipitaron: el 6 de agosto cayó la primera bomba atómica sobre Hiroshima; el 8 del mismo mes la URSS entraba en guerra y las tropas soviéticas penetraban en Manchuria, y el día 9 los americanos lanzaron la segunda bomba atómica sobre Nagasaki. Como señalan P. Calvocoressi y G. Wint, "la historia del modo en que Japón se rindió es dramática, y hoy incluso no ha sido contada más que en parte". En la noche del 9 al 10 de agosto se celebró una conferencia imperial y, con la intervención personal del emperador, el Gobierno japonés decidió rendirse, a pesar de la oposición de algunos jefes militares, con la única condición de que la institución imperial fuese mantenida; el Gobierno americano dio seguridades en este sentido y el 14 de agosto se tomó la decisión final de capitular, lo que fue anunciado al día siguiente al pueblo por radio a través de un discurso del propio emperador. Desde este momento y por todas partes se hunde y deshace el Imperio japonés. Las fuerzas japonesas, respetuosas con las instrucciones del emperador, aceptan capitular y se van rindiendo ante los aliados. El 30 de agosto se inicia la llegada de los americanos, y el 2 de septiembre tiene lugar la ceremonia formal de la rendición, abordo del Missouri, en la bahía de Tokio. Según los términos de la capitulación, los japoneses desde el 15 de agosto sometían sus fuerzas a las órdenes del comandante supremo de las Fuerzas Aliadas en el Pacífico -Supreme Comander of the Allied Forces in the Pacific, o SCAP-, es decir, al general MacArthur, al que correspondía determinar en qué condiciones debía realizarse la capitulación de las tropas japonesas. De acuerdo con estas disposiciones, las fuerzas japonesas que se encontraron en Japón, Corea del Sur -con el límite en el paralelo 38°-, Filipinas y archipiélagos del Pacífico debían rendirse a los americanos; las que se encontraran en Asia del Sureste -y especialmente en el sur de Indochina hasta el paralelo 16°-, a los británicos; las que se encontraran en Manchuria, Corea del Norte y Sakhalin, a los soviéticos, y las que se encontraran en China -con la excepción de Manchuria-, Formosa y el norte de Indochina, a los chinos de Chiang Kai-chek. Para Tiedemann, "la ocupación de Japón fue, desde el principio hasta el fin, una operación norteamericana". Al comienzo de esta nueva situación, Stalin pretendió que un general soviético compartiese la responsabilidad del mando, pero ya en el mismo agosto de 1945 estuvo de acuerdo en el nombramiento de MacArthur como comandante supremo de las potencias aliadas. Algo después, en la conferencia de ministros de Asuntos Exteriores de los "tres grandes" celebrada en Moscú en diciembre de 1.945, se tomó la decisión de establecer una comisión del Extremo Oriente integrada por once países y un consejo de cuatro potencias aliadas para Japón. La primera, con sede en Washington, tenía poderes sobre la política del comandante supremo, y el consejo aliado, integrado por Estados Unidos, URSS, Gran Bretaña y China, tenía su sede en Tokio y era un organismo consultivo. Junto al SCAP constituyen los principales organismos creados fundamentalmente por Estados Unidos para dirigir los asuntos japoneses. La política de ocupación se desarrolló de acuerdo con el contenido de los documentos: Politica inicial norteamericana posrendición de Japón, del 29 de agosto de 1945, y las Directrices básicas iniciales posrendición, del 8 de noviembre del mismo año. En este documento se recogía como objetivo fundamental de la ocupación "el fomento de condiciones que ofrezcan la mayor seguridad de que Japón no se convertirá de nuevo en una amenaza para la paz y seguridad del mundo, y permitan su admisión eventual como miembro pacífico y responsable en la familia de las naciones. Era de desear que el Gobierno japonés estuviera de acuerdo, en todo lo posible, con los principios del Gobierno democrático autonómico". También se tomó la decisión de que el comandante supremo no impondría su autoridad directamente sobre el pueblo japonés, sino que se conservaría un Gobierno japonés, actuando a través del mismo. Esta política de ocupación debía aplicarse sobre un país no sólo derrotado, sino arruinado y casi destruido. La guerra había ocasionado a Japón un millón y medio de militares muertos, 688.000 víctimas civiles y la muerte de 78.150 personas en Hiroshima y de 23.750 en Nagasaki; quedó destruido el 30 por 100 de las centrales térmicas, el 58 por 100 de las refinerías, el 40 por 100 de las ciudades, el 30 por 100 de las fábricas y el 80 por 100 de la marina. Japón perdió también sus posesiones imperiales. Su soberanía se limitó al territorio nacional, reducido a las cuatro islas principales de Hokkaido, Honshu, Ryu-Kyu, Kuriles, Sakhalin, islas del Pacífico y los territorios ocupados de China oriental. En estos territorios se iban a producir dos casos de anexiones por los aliados: la URSS ocupó en febrero de 1946 el sur de Sakhalin y el archipiélago de las Kuriles, y Estados Unidos estableció su administración sobre las islas de Okinawa y de Osagawara, y las islas japonesas del Pacífico. Esta liquidación del imperialismo japonés implica, con las pérdidas territoriales, también la de productos alimenticios, industriales y minerales, así como la repatriación de los japoneses allí establecidos al archipiélago, ahora reducido a 368.480 Km2. A partir de la estructura instaurada por los organismos antes citados, entre los que destaca el SCAP, y sobre la difícil situación existente, se inicia la política de ocupación por los norteamericanos, orientada a la transformación completa de Japón. Se trata de hacer desaparecer el Japón autoritario y militarista, y sustituirlo por uno nuevo occidentalizado y democrático-capitalista. La realización de esta política de ocupación se desplegó entre 1945 y 1952, evolucionando Japón en función de la política norteamericana, A lo largo de este período pueden señalarse tres etapas, en las que se van estableciendo las reformas que han de cubrir los objetivos propuestos de transformación del país. En la primera, de 1945 a 1947, Estados Unidos procura liquidar el sistema antiguo y poner las bases de la transformación de Japón en un Estado de tipo democrático; en la segunda, de 1948 a 1950, tras un giro en su actuación política en el momento de transición de 1947-48, Norteamérica contribuye a la reconstrucción de la economía japonesa, y la tercera, entre 1951 y 1952, por una serie de factores entre los que se encuentra el conflicto coreano, Estados Unidos devuelve a Japón su independencia política y económica, se firma el tratado de paz y se pone fin a la ocupación. Una de las primeras tareas del SCAP fue la liquidación del Japón militarista; se suprimieron los ministerios del Ejército y la Marina y fueron licenciadas todas sus tropas, muchas tras ser repatriadas, al mismo tiempo que el material de guerra era confiscado y destruido. Se destruye igualmente la aviación, y se cerraron las fábricas productoras de material bélico. También fueron separados de la vida pública los dirigentes de la época militarista y se procesó a los criminales de guerra; en enero de 1946 el comandante supremo estableció un tribunal militar especial que llevó adelante el proceso de Tokio. Equivalente al de Nuremberg, este proceso duró hasta noviembre de 1948 y juzgó a 28 dirigentes japoneses, de los que siete fueron condenados a muerte, entre ellos el ex primer ministro Tojo. Además de ese juicio principal se realizaron otros a japoneses considerados responsables de crímenes ordinarios contra las leyes y costumbres de la guerra. Se declaró culpables a 4.200 japoneses y se ejecutó a 700. Los juicios terminaron en octubre de 1949. Al mismo tiempo se dictaron disposiciones para construir un nuevo Japón democrático y occidentalizado. Esto implicó reformas políticas, sociales y económicas que afectaron a la totalidad de los sectores y actividades de la vida japonesa. Las medidas políticas fueron básicamente de democratización. Los americanos se dedicaron a introducir en Japón la democracia al estilo occidental. En el momento de capitular, los japoneses habían pedido, como única garantía, el mantenimiento de la institución imperial. El Gobierno americano aceptó, precisando que el emperador mismo sería sometido a la autoridad del SCAP, y que la forma definitiva del Gobierno debería establecerla "la voluntad libremente expresada del pueblo japonés". MacArthur se convertía así, prácticamente, en dueño absoluto de Japón, aunque sometido a la autoridad del presidente norteamericano.
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Japón se desarrollaba difícilmente en un Asia cuyos mercados estaban cerrados por el imperialismo europeo protegido por el poderío naval americano y británico. Para los estrategas nipones, el ataque a la US Navy era un objetivo primordial para romper este cerco. Iniciada ya la guerra en Europa, el almirante Yamamoto había estudiado la experiencia del ataque británico a Tarento y decidió aplicar su método. Una flota japonesa (Nagumo) de seis portaaviones y 423 aparatos acompañados por buques de escolta y petroleros se aproximó a Pearl Harbor, base naval norteamericana en las islas Hawai, donde no se encontraba ninguno de los tres portaaviones americanos pero sí ocho acorazados. A las 7,55 del domingo 7 de diciembre de 1941 los aviones cayeron por sorpresa sobre la rada de Pearl Harbor y, en algo más de una hora causaron unas 4.000 bajas, de ellas unos 2.400 muertos, y pusieron fuera de combate ocho acorazados, tres cruceros, tres destructores, ocho buques auxiliares y unos 270 aviones, retirándose con escasos daños. Casi simultáneamente, otras escuadrillas japonesas bombardearon Singapur, Filipinas, Guam y Wake. El 8, Japón, el Ejército japonés ocupó Shangai, lanzó paracaidistas sobre Luzón, desembarcó en Tailandia y la aviación destruyó en tierra gran parte de los aviones americanos en Filipinas y comenzó entonces a buscar a la escuadra británica. El 10 encontró al acorazado Prince of Wales y al crucero de batalla Repulse, núcleo de la flota británica de Extremo Oriente, y los echó a pique. Los 12.000 soldados británicos de Hong Kong fueron atacados por sorpresa y cayeron prisioneros el día de Navidad de 1941 y los japoneses se lanzaron sobre Guam, Luzón, Borneo y Wake. Quedaba Singapur, perfectamente artillada y equipada, aunque, como base naval, sus defensas sólo se orientaban al mar, despreciando el estrecho canal que la separaba de tierra firme, por donde jamás se pensó que pudiera llegar el enemigo. Sin embargo, desde sus bases de Indochina, una fuerza de 110.000 soldados japoneses (Yamashita) inició un avance a lo largo de la península de Malaca guarnecida por 90.000 ingleses, indios, australianos y malayos, carentes de tanques y dispersos en guarniciones. Los japoneses, con cuatro veces más aviones, iniciaron múltiples ataques aéreos y desembarcos, con los mismos efectos psicológicos que había logrado la blitzkrieg de Hitler. Sus columnas, protegidas por aviones y tanques, avanzaron por la carreteras mientras su transportes navales navegaban a lo largo de la costa, en aguas abandonadas por los ingleses tras el hundimiento del Prince of Wales y el Repulse. En cincuenta y cuatro días y con menos de 5.000 bajas, conquistaron toda la península y capturaron 25.000 prisioneros. Recorrieron 700 kilómetros a pie o en automóviles y bicicletas requisadas sobre el terreno, hasta que su vanguardia de 30.000 hombres llegó al canal de Singapur y el general Yamashita decidió atacar sin esperar a que llegara el resto de sus tropas. La guarnición (Percival) era una heterogénea fuerza de 85.000 ingleses, australianos, indios, chinos y malayos, más propios de una campaña colonial que de una guerra moderna, hasta el extremo de no disponer de una sola escuadrilla de Hurricanes, y con la moral carcomida por la retirada de Malaca, la pérdida de los buques y los incesantes ataques aéreos. En plena noche, la primera oleada japonesa cruzó el canal en embarcaciones de fondo plano. Con ellos navegó toda clase de esquifes requisados. A los defensores les fallaron los reflectores, muchas transmisiones y hasta la barrera de artillería y los japoneses se extendieron por la isla de Singapur, de 581 kilómetros cuadrados, cortando los suministros y el agua de la guarnición. El general Percival capituló al cabo de una semana. De conquistar Filipinas se encargó una fuerza japonesa de 60.000 soldados (Homma) que zarpó de Formosa y cuya vanguardia llegó a Luzón el 10 de diciembre de 1941. El general Mac Arthur decidió mantenerse en defensiva en la península de Batán y la isla de Corregidor, que cierran la bahía de Manila. Entre tanto, unos 100.000 civiles se refugiaron en Batán, donde el mando norteamericano calculaba poder alimentar hasta 40.000 personas. Manila fue declarada ciudad abierta y los japoneses la ocuparon el 30 de diciembre, comenzando muy pronto sus ataques contra Batán y Corregidor, mientras las enfermedades tropicales diezmaban ambos bandos. El 11 de marzo Mac Arthur abandonó Corregidor hacia Australia y el 26 partió también el presidente Quezón. El 3 de abril de 1942, tuvo éxito un ataque japonés contra Batán, cuyo mando (King) se rindió seis días más tarde. La artillería japonesa se instaló en la península para disparar cómodamente contra Corregidor, a sólo dos millas de distancia. El castigo acabó con la capacidad defensiva de la guarnición, ya muy dañada por las enfermedades, hasta que, en la noche del 5 de mayo de 1942, los japoneses desembarcaron en la isla, cuyo comandante (Wainwright) rindió todas las fuerzas americanas de las islas. No obstante, algunos pequeños grupos desobedecieron la orden de rendirse e iniciaron una guerra de guerrillas en la jungla. Los japoneses quedaron con las manos libres y uno de sus destacamentos ocupó, en diciembre, el aeródromo británico de Tenasserin (Birmania); su aviación bombardeó Rangún y, a mediados de enero, partió de Tailandia una fuerza de 15.000 hombres (Iida) en dirección a Birmania. Allí se enfrentaron a dos batallones ingleses, una brigada india y una fuerza birmana recién reclutada; apoyados por una fuerza aérea tres veces inferior a la japonesa, los británicos perdieron la iniciativa ante la movilidad y audacia enemigas. El 6 de marzo de 1942 los ingleses abandonaron Rangún, retirándose hacia la India, a unos 300 kilómetros, y abandonando en el camino los carros de combate y gran parte del equipo. El 27 de febrero fue destruida la escuadra holandesa (Doorman) y la marea japonesa se extendió a Timor, Java, parte de Nueva Guinea y las islas Salomón. Los ingleses prepararon un plan para atacar nuevamente en noviembre, durante la estación seca, contando con las tropas chinas de Yunan y las refugiadas en Assam (India). En diciembre de 1942, Wavell inició un avance en Arakan, que cortaron los japoneses; más tarde, el general Wingate formó los llamados Chindits, guerrilleros destinados a combatir en la jungla que, en febrero de 1943, se introdujeron en Birmania sembrando la alarma, aunque perdieron la tercera parte de sus hombres. La estrategia japonesa estableció en las Marianas, Carolinas y Marshall una red de bases aéreas cuyos aviones se protegían recíprocamente, mientras la Marina quedaba como reserva. Como cobertura creó un Consejo de la Gran Asia y un Ministerio específico, pero las necesidades militares se impusieron y el Ejército fue el verdadero administrador del Imperio. La idea de que un pueblo de color era siempre superior a los antiguos colonialistas blancos logró captar a prestigiosos nacionalistas y anticolonialistas que aceptaron formar Gobiernos colaboracionistas, entre ellos Subbas Chandra Bose, presidente del partido del Congreso indio en 1938-1939, que en 1943 estableció en Singapur un Gobierno colaboracionista y un ejército de indios prisioneros que operó en Birmania; Wang Ching-Wei, líder del ala izquierda del Koumintang, que en 1940 estableció un Gobierno projaponés en Nanking y Aung San, secretario general del partido independentista birmano en 1939, que en 1941 formó el colaboracionista Ejército de Liberación de Birmania, se pasó a los aliados en 1945 y fue primer ministro de la Birmania independiente en 1947. El estallido de la campaña asiática preocupó a los británicos por la pérdida de sus regimientos, barcos y colonias y por entretener a los norteamericanos en dos frentes. Con más razón desde que los submarinos alemanes actuaban cerca de las costas de América, escasamente protegidas. Jamás fueron más de una docena, pero, sumergidos en la oscuridad, vigilaban con sus periscopios y atacaban de día desde la superficie. Hundieron numerosos mercantes, sobre todo petroleros, y la US Navy se vio obligada a retirar muchos escoltas de los convoyes ingleses para proteger sus propias costas. En agosto de 1942, la Kriegmarine contó con unos 300 submarinos, la mitad operacionales y muy perfeccionados: nuevas soldaduras aumentaban la resistencia a las cargas de profundidad, los petroleros submarinos permitían repostar en cualquier lugar y los llamados cruceros submarinos desplazaban 1.500 toneladas, con un radio de acción de 30.000 millas. Aquel mes hundieron más de 500.000 toneladas y, cuando cinco grandes mercantes brasileños fueron a pique, los aliados lograron la entrada en guerra de Brasil, que les cedió bases para controlar el Atlántico Sur. En la segunda mitad del año, los alemanes renovaron los métodos de ataque en manada y, en noviembre, echaron a pique 729.000 toneladas. La penuria inglesa comenzó a ser preocupante, sus importaciones que eran sólo 2/3 de las de 1939 y el ritmo de botaduras, respecto a los hundimientos, registraba un déficit de un millón de toneladas, a pesar de que la ayuda norteamericana permitía a Londres mantener un programa de construcción naval siete veces mayor.
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En el año 1068 subió al poder el emperador Go Sanjo, que instauro un nuevo pero breve tipo de gobierno llamado Insei (palabra que significa gobierno desde un templo). El nuevo emperador intentó restaurar la autoridad imperial y acabar con la venta de los puestos oficiales y el control de las grandes familias, suprimiendo las regencias de las minorías de edad y el gran lujo palaciego, ya fuera imperial o nobiliario. Con objeto de impedir el peligro de que una familia se erigiese en tutora del emperador, como había sido la costumbre hasta entonces, abdica en favor de su hijo Shirakawa (1073-1087). Se retira a un monasterio, dirigiendo desde aquí los asuntos del país. Este nuevo sistema, que durará unos decenios, apenas se diferencia de la práctica de la tutela que se había utilizado hasta entonces; sin embargo, lo fundamental es que gobierne como regente el mismo emperador saliente, con lo que se evita el predominio de una determinada familia independiente que en otros tiempos dominaba incluso por encima del emperador. Esta reforma fue el ocaso definitivo de los Fujiwara. En 1156 estallo una guerra civil entre los dos clanes más poderosos, los Taira y los Minamoto, que finalizo en 1185 con el aniquilamiento de los Taira. El vencedor, Yorimoto Minamoto, recibió el título de "shogún" o generalísimo de los ejércitos, lo que le convertía de hecho en protector del emperador. De esta manera, la Monarquía japonesa se transformó en una realeza feudal, sometida a los shogún, convertidos en verdaderos soberanos hereditarios establecidos en Kamakura, al norte del país, con una administración independiente de la imperial. Había comenzado la llamada era de Kamakura o del shogunato en que un Estado feudal sustituyo al llamado Estado de funcionarios hasta entonces existente. A partir de 1219 el título de shogún dejó de transmitirse de manera hereditaria, pero no por ello disminuyó su poder. Es la época llamada feudal, en que se noto un declive cultural, ya que la nobleza sólo se preocupaba por el adiestramiento militar y los asuntos bélicos; la cultura tuvo que refugiarse en los monasterios, mientras el país permanecía aislado por el peligro mongol y por la propia piratería nipona. El shogunato fue asumido a lo largo del siglo XIII por diversos personajes venidos de Kyoto, pero quienes en realidad detentaban el poder eran los shikken, lugartenientes de los shogún. El titulo de shikken fue tomado en 1203 por Hojo Tokimara, un samurai miembro de la guardia palatina; a partir de entonces, la familia Hojo ejerció dicho cargo -de gran autoridad militar- hasta 1333, mientras los shogún de Kamakura continuaron gobernando nominalmente. Fue una época la del shikkenato de gran esplendor, en la que prosperó la agricultura, se intensificó el comercio con China, de donde se introdujo la planta del té, así como la secta búdica Zen, y comenzaron a organizarse corporaciones y gremios. En estas propicias circunstancias se produjo la llegada de la dinastía mongol al trono imperial chino, hecho que se pretendió ignorar oficialmente en el Japón, hasta que los mongoles fracasaron por dos veces al intentar invadir el Japón en 1274 y 1281, situación que sin embargo dio protagonismo a los guerreros que habían defendido el archipiélago de los mongoles, que reclamaron tierras como recompensa al gobierno del shogún, en una época que no había disponibilidad de ellas. El levantamiento de los guerreros descontentos y defraudados condujo a la desestabilización del régimen Kamakura, y en tales circunstancias el emperador Go-Daigo (1318-1339) intentó restaurar sus poderes y, tras diversos enfrentamientos bélicos, consiguió acabar con los Hojo y destruir Kamakura (1333). El triunfo personal del emperador fue breve, ya que en 1335 uno de sus mayores valedores, Ashikaga Takauji, se alzó contra él, haciéndose cargo personalmente del shogunato, ejerciéndolo en la misma Kyoto. Go-Daigo tuvo que refugiarse en las montañas de Yoshino, ya que en Kyoto fue entronizado un antiemperador. Ashikaga concentraba de esta manera en sus manos todo el poder real, a la vez que quitaba a la importante nobleza cortesana gran parte de sus rentas en beneficio de sus poderosos vasallos regionales, cuya fidelidad había que asegurar temporalmente a base de cederles poder en las provincias. El antiguo sistema imperial del ejercicio de poderes se había desplazado hacia una época feudal debido a que los Ashikaga tuvieron que repartir con sus fieles los frutos de la victoria, y la distribución de las tierras se hizo según la lógica de las relaciones de hombre a hombre, lo que cristalizo en la formación de una jerarquía de carácter feudo-vasallático. A los señores más poderosos se les denominó daimyo, mientras que los pueblos, saqueados por los guerreros de los distintos bandos, organizaban ellos mismos su propia defensa. Fue entonces cuando el feudo tomó sentido de concesión hecha por un señor a su vasallo en señal de protección, a cambio de servicios de éste, sobre todo militares. A finales del siglo XIV el Japón vivió en la anarquía provocada por dos emperadores nominales: el de Kyoto y el de Yoshino, mientras que el poder real lo ejercían los principales señores feudatarios del shogún. A pesar de ello, Ashikaga Takauji fue nombrado shogún en 1338, estableciéndose en Kyoto y fundando la primera dinastía propiamente dicha de shogunes. El ascenso al poder de la dinastía Ming en China reanudó el comercio entre ambos Imperios, a la vez que se aclaraba la legitimidad interna nipona, al reconocer el sucesor de Go-Daigo la legitimidad de la Corte imperial de Kyoto. El ya único y legitimo emperador, Yoshimitsu, entró en contacto con la Corte Ming, y estimuló fuertes lazos comerciales que permitieron la importación de seda cruda para las necesidades de su Corte. Después de un corto pero brillante periodo se inició una larga época de anarquía que duró hasta finales del siglo XVI. De 1467 a 1477 Kyoto se convirtió en campo de batalla por las rivalidades entre dos familias aliadas de los Ashikaga, el poder central desapareció en la práctica y, durante décadas, pueblos y ciudades vivirían un periodo de libertad por la falta de un control superior, mientras los grandes guerreros (daimyo) se disputaban el poder perdido ya en plena Edad Moderna.
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Cuando en 1974 fueron localizados dos soldados japoneses aislados desde la Segunda Guerra Mundial en las selvas de Guam y en las Filipinas, ése fue el mejor testimonio de lo mucho que había cambiado Japón en el último medio siglo. La distancia cronológica de treinta años pareció infinitamente mayor. En los sesenta el primer ministro Sato había logrado, merced a tres mandatos sucesivos al frente del Partido Liberal Demócrata y del Gobierno, no sólo presidir una larga etapa de gran desarrollo económico sino también lograr para su país un papel creciente en la política mundial. En 1972, sin embargo, poco dispuesto su partido a renovarle la confianza para un cuarto mandato, ni siquiera consiguió transmitir el poder al sucesor que había elegido. Fue Tanaka el heredero en un momento en que el panorama económico e internacional se entenebrecía para el Japón. Pero este país conseguiría sortear la crisis de un modo muy positivo. En realidad, en los años setenta las crisis que ha sufrido Japón desde el punto de vista económico han sido varias. Ya en 1970-1 se produjo una reevaluación del yen a la que Japón se había resistido hasta entonces; en 1972 las protestas de la industria norteamericana contra el agresivo comercio japonés llevaron a que Nixon impusiera a Japón una apertura propia y unas limitaciones bruscas a su relación comercial con Estados Unidos. En 1973, en fin, Japón fue uno de los países más afectados por la subida del petróleo pues dependía de él en un 90%. En 1974 la inflación llegó al 24% y por vez primera desde el final de la Segunda Guerra Mundial el crecimiento fue negativo (-1, 2%) como consecuencia del impacto de la crisis. Pero la economía se recuperó pronto, en 1975, y de este modo se hizo todavía mayor la distancia económica entre Japón y el resto de los países más desarrollados. Mientras tanto, se agravaron las muestras de problemas políticos en el Partido Liberal Demócrata a pesar de que de ningún modo fueron mortales. Tanaka, en un principio bien recibido, padeció las consecuencias de la crisis pero, además, los procedimientos clientelísticos de su partido resultaban ya cada vez menos aceptables de cara a la opinión pública. Su sucesor Miki (1974-1976) debió enfrentarse a un escándalo sobre la compra de aviones norteamericanos -asunto Lockheed- como consecuencia de revelaciones producidas en el Senado norteamericano. Por primera vez hubo una escisión del partido, como consecuencia de la aparición del Nuevo Club Liberal, y el sector ortodoxo del Partido Liberal Demócrata obtuvo el resultado electoral más bajo de su historia (menos del 42% del voto). Sin embargo, el panorama político estaba destinado a cambiar, como consecuencia de la superación de la crisis económica. El primer choque petrolero supuso una grave crisis pero también el reforzamiento de la unidad y el consenso nacionales en materia de política económica. De este modo Japón consiguió quintuplicar el ahorro energético de Estados Unidos y disminuir, gracias a la energía nuclear y a la solar, su dependencia del petróleo. El crecimiento de la economía se realizó principalmente gracias a las exportaciones, en especial de automóviles. De todos modos, en los años siguientes siguieron los problemas aunque también se les supo dar una respuesta comparativamente más brillante que las del resto de las sociedades desarrolladas. Desde 1976-8 los productos exportados japoneses sufrieron los inconvenientes de una moneda fuerte. Durante la segunda crisis de elevación de los precios del petróleo Japón, con un 4% de crecimiento anual, consiguió doblar el de la OCDE. Pero el problema se volvió a presentar de nuevo en 1985 con la reevaluación del yen. Mientras tanto, cambiaron las acusaciones tradicionales por parte de las economías desarrolladas en contra de la política económica japonesa. Ya antes, en los medios europeos se había dicho de los japoneses que trabajaban demasiado y parecían aceptar vivir en una especie de jaulas para conejos; esta especie de sacrificio vital creaba unas condiciones de competición muy difíciles para los competidores. Ahora, a las ya tradicionales quejas por el proteccionismo y por la utilización de la tecnología del competidor se sumaron otras como las de colusión entre la Administración y la Justicia en perjuicio de los competidores extranjeros. Pero Japón reaccionó aceptando la limitación voluntaria de las exportaciones y nombrando para el interior del país una especie de defensor del empresario extranjero. Otro problema que se planteó fue el del déficit presupuestario debido a la ausencia de una imposición indirecta capaz de solucionarla. Pero el resultado de la economía japonesa siguió siendo muy brillante hasta el comienzo de los años noventa. El PIB del Japón era en 1990 igual al de Alemania, Francia y Gran Bretaña juntas y la renta per cápita resultaba la mayor de los países industriales (como veremos, no era así en el caso del nivel de vida). Los excedentes comerciales se mantenían. La reacción de la economía japonesa había consistido durante los últimos años en volcarse sobre las industrias de materia gris y favorecer la división asiática del trabajo liberándose de las industrias pesadas e incluso de las ligeras hacia las nuevas economías emergentes. En 1985 el cuarto cliente de Japón era Corea del Sur y su tercer aprovisionador Indonesia. Aquí estaban gran parte de las inversiones japonesas, el 60% de las realizadas en 1951-1986. Japón, gracias a ellas, se había convertido en un país rentista, la primera potencia financiera mundial. Los grandes éxitos económicos de Japón se seguían basando en el ahorro, el doble del existente en Estados Unidos o en Francia, las ventajas de la forma de llevar la empresa, caracterizada por un espíritu de solidaridad peculiar, y el carácter módico de los gastos de seguridad social. La esperanza media de vida era en la década de los noventa la más alta del mundo. El problema japonés seguía residiendo en el nivel de vida real: para comprar los mismos alimentos un japonés debía trabajar dos veces más que un norteamericano y tres veces más que un australiano; los japoneses se tomaban cuatro veces menos vacaciones que los franceses. Ya en 1990 Japón prometió incrementar sus inversiones sociales y favorecer el consumo interno a expensas del ahorro. Una actitud como ésta le resultaba imprescindible no sólo desde el punto de vista de la economía propia sino también de cara a sus competidores. En 1979 había aparecido un libro, cuyo autor fue Vogel, describiendo a Japón "como el número uno"; ahora, en cambio, a pesar de las limitaciones voluntarias del comercio japonés, este país en muchos del resto del mundo, pero sobre todo en los Estados Unidos, era visto no con admiración sino como una grave amenaza. En el propio Japón estaba planteada al comienzo de los años noventa una confrontación entre la conciencia sentida de que era necesario comportarse de otro modo de cara a los competidores y la realidad de una eclosión de posturas neotradicionalistas y nacionalistas. Quizá por esto último daba la sensación de que en política exterior seguía existiendo una especie de incapacidad por parte de Japón para asumir compromisos obvios a los que le obligaba su situación geográfica y su potencia económica: Francia, por ejemplo, acogió muchos más sudvietnamitas que Japón. Se habían producido, mientras tanto, cambios sociales importantes que no siempre ofrecían unas características positivas. Los más importantes se centraron en la aparición de una nueva generación mucho más volcada al consumo pero también en el envejecimiento de la población de modo que en el año 2.000 el 15% de los japoneses tendría más de 65 años. Otro de los grandes problemas del Japón fue, a partir de este momento, la penuria de la mano de obra. Ésta, además, ya no estuvo sujeta a sistemas de trabajo con empleo durante toda la vida sino a otros mucho más flexibles. En el terreno de la política, si en la época anterior los escándalos cometidos por la derecha tuvieron como consecuencia que la izquierda ganara en algunos sitios, ahora se produjo una cierta recuperación de los liberal-demócratas aunque persistió el interrogante fundamental acerca de la viabilidad de un régimen democrático que en la práctica se había caracterizado por la carencia de alternativa desde 1945. La oposición había creído poder superar al partido en el poder en 1976 pero éste ya había alcanzado el 48% del voto en 1980, unos siete puntos porcentuales más que en la elección anterior. Además, en las elecciones regionales los liberal-demócratas conquistaron provincias en las que en el pasado había vencido la oposición y, sobre todo, consiguieron desvincular al Komeito del frente opositor. Partido del electorado flotante, la debilidad del Komeito fue identificarse con la secta religiosa que le había servido de apoyo inicial. Su aceptación de la política exterior de los liberal-demócratas y el haber conseguido de éstos fondos para los programas sociales le hicieron desligarse de la oposición. En ella el Partido Socialista daba una creciente sensación de esclerosis mientras que el Partido Comunista, aunque en 1972 alcanzara su cota máxima de algo más del 10%, seguía siendo marginal. Fue, además, un partido que evolucionó cada vez de forma más marcada hacia una fórmula semejante al eurocomunismo. El propio cambio de la sociedad japonesa tendía de forma indirecta a favorecer una evolución en sentido favorable a los liberaldemócratas. En un momento en que el 90% de los japoneses se decían miembros de las clases medias, una proporción creciente de los electores se decían desligados de cualquier vinculación partidista. Con todo, la esclerosis del sistema político habría de producir sorpresas en el momento posterior a la caída del comunismo. La primacía de la alianza con los Estados Unidos se pudo considerar como realidad definitivamente admitida de la política exterior japonesa en torno a mediados de los setenta pero en años posteriores tuvo un cierto carácter conflictivo y no sólo como consecuencia de la Guerra del Vietnam o de los conflictos comerciales. En 1973, por ejemplo, Japón adoptó una política propalestina tras la elevación de los precios del petróleo, pero ya en 1974 esta mayor libertad de movimientos de sus relaciones internacionales quedó compensada cuando tuvo lugar la primera visita de un presidente norteamericano al archipiélago (fue Gerald Ford). Desde esa fecha prácticamente desapareció el debate en la política exterior incluso en los partidos especialmente interesados en ella como el Komeito. El Ejército Japonés era ya en estas fechas el séptimo del mundo, signo de que empezaban a aceptarse las responsabilidades militares. En los otros terrenos habituales de la política exterior japonesa el papel desempeñado por este país ha resultado siempre creciente en los últimos tiempos. En 1978, tras la muerte de Mao, se firmó un Tratado con China. En diez años los intercambios comerciales entre los dos países se multiplicaron por diez y el turismo por doce. Japón era ya por entonces el primer país en la relación comercial con China y China el segundo de Japón pero muy lejos aún de Estados Unidos. Los países de ASEAN recibían un tercio de las inversiones del Japón que cada vez manifestaba una más clara ambición de convertirse en pieza insustituible para la organización del mundo del Pacífico en sus más diversos aspectos. La paradoja del Japón seguía siendo, sin embargo, que su peso económico en el mundo estaba todavía muy por debajo de su presencia diplomática: sólo en 1974 un ministro de Exteriores japonés viajó a África. Ya en esta fecha se podía considerar consolidada una realidad nueva en el panorama de Extremo Oriente y, en general, del propio mundo. A finales de los años setenta, además, se hizo habitual la mención a los "nuevos países industrializados" o "semi-industrializados". Respondían todos ellos no sólo a una misma localización geográfica sino también a características particulares muy diferentes pero que, al mismo tiempo, tenían en común una serie de rasgos económicos comunes. En ellos los productos manufacturados representaban siempre el 25% del producto interior bruto y el 50% de las exportaciones. Estos países, en vez de financiar su industrialización a partir de la exportación de materias primas, como había sido lo habitual hasta el momento, lo hicieron a través de una industria dedicada de forma preferente a la exportación. En general, la protección social de los trabajadores fue siempre escasa, los salarios bajos, existieron en ellos zonas comerciales especiales y el Estado intervino mucho más que en una economía liberal propiamente dicha.
contexto
La política de agresión que el Imperio japonés mantenía con respecto a todo el área del Extremo Oriente desde los fines de la década de los años veinte había ido radicalizándose a medida que el Gobierno de Tokio se aproximaba a las posiciones de Berlín y Roma, lo que había de culminar en la firma del Pacto Tripartito llegado 1940. Mientras, las potencias coloniales observaban con fundado temor la amenaza que se cernía sobre sus posesiones en la zona, en unos momentos, por otra parte, en que las mismas metrópolis se hallaban ocupadas o duramente presionadas por el empuje alemán. Los Estados Unidos prestaban asidua ayuda material a las fuerzas nacionalistas de Chiang Kai Chek, lo que los había convertido de hecho en directo adversario del Japón que ocupaba parte del territorio chino. La tensión existente alcanzaría su máximo grado con ocasión de la caída de Francia, cuando ya el mismo Roosevelt recapacitaba acerca de los negativos efectos de la ambigüedad de su política mantenida a lo largo de la guerra civil española. Ahora se encontraba decidido a impedir por todos los medios a su alcance la expansión de las fuerzas del Eje, y el primer acto a realizar tendría como escenario el Océano Pacífico. Así, cuando en el verano de 1940 el Japón aprovechó el hundimiento de Francia para ocupar militarmente su colonia de Indochina, Washington había decretado el embargo de los productos energéticos exportados a aquel país, y que eran vitales para su propia supervivencia. Esta decisión había de ser la que decidiese a "los señores de la guerra" de Tokio a poner en práctica sus planes de ataque. Las últimas semanas del mes de noviembre de 1941 serían de esta forma el marco en el cual iba a desarrollarse el veloz y espectacular desbordamiento del poderío nipón sobre la práctica totalidad del Extremo Oriente asiático. Japón estaba por entonces seguro de la imposibilidad que ingleses, franceses y holandeses tenían de defender sus colonias, encontrándose como estaban en difíciles posiciones en sus mismos territorios. Por otra parte, el enfrentamiento directo con la potencia de los Estados Unidos no arredraba a quienes tenían previsto convertirse en el plazo de escasas semanas en un poder de ámbito continental y aún oceánico. En efecto, la guerra relámpago dirigida desde Tokio sobre un espacio poblado por más de cuatrocientos cincuenta millones de personas no tardaría en obtener sus inmediatos frutos. A primeros de 1942, la bandera del Sol Naciente ondeaba en las mismas puertas de Australia y la India. Sería necesario alcanzar los meses centrales de ese año para que la contraofensiva norteamericana comenzase a recuperar con enormes dificultades los territorios perdidos de manera tan fulminante.
obra
Dentro del estilo flamenco, este autor procedente de Holanda se desmarca completamente de su época e incluso de posteriores. El tríptico cerrado y abierto es una alegoría completa del origen y fin del mundo: cerrado muestra una de las primeras escenas del Génesis, la creación del mundo vegetal, origen de la vida; por el contrario, abierto enseña la Creación completa en la puerta izquierda, el Infierno en la derecha, y en el centro las más variadas formas de la sensualidad, que presumiblemente conforman la vida terrenal. Leído de principio al fin, narra la historia de la caída del género humano, sin posibilidad de redención, puesto que no existen las figuras divinas de Cristo o María, ni tampoco la elección de los benditos para vivir en la Gracia de Dios tras el Juicio Final. El mundo, los mundos que presenta el Bosco no tienen nada que ver con la realidad, ni con la comprensión humana. Es uno de los primeros genios de la historia del arte que introduce en sus imágenes el componente onírico que supera la realidad consciente. La fantasía, el humor, la crítica vitriólica saturan esta imagen cruda del ser humano, que se precipita en el infierno con cada uno de sus actos. El Bosco puebla sus paisajes con monstruos, plantas antropomorfas, objetos imposibles. El ser humano, desnudo ante sus actos, es poco más que un gusano diminuto pululando entre ambientes misteriosos. Las encarnaciones de la sensualidad son deslumbrantes por su variedad: la música, el amor, el juego, la bebida, incluso el aprendizaje y el conocimiento. En el infierno, el sueño-pesadilla se disloca: orejas de las que emergen cuchillos, demonios con bocas dentadas en el vientre, escaleras que no llevan a ningún sitio y, entre todo ello, los cuerpos de los pecadores que están siendo despedazados por los demonios y sus máquinas infernales. La técnica minuciosa de El Bosco está directamente relacionada con la pintura de su época y los avances con el óleo. Pero su forma de componer y situar las figuras en el espacio, así como su interpretación de un tema clásico de la pintura religiosa, no tienen nada en común con los otros pintores de su entorno. Se ha tratado de justificar esta particular iconografía a través de la enseñanza de una secta herética del momento, llamada "del libre espíritu", aunque no está aclarada la pertenencia de El Bosco a la misma. Podría haber entresacado los motivos directamente de textos escolásticos, concretamente de los comentarios de San Agustín y San Gregorio a pasajes del Antiguo Testamento. El sobrenombre de "La pintura del madroño" es de origen español: tras la compra de Felipe II el cuadro es entregado al supervisor de El Escorial, el padre Sigüenza, quien dice textualmente al inscribirlo en los registros palaciegos: "la otra tabla, de la gloria vana y breve gusto de la fresa o madroño y su olorcillo que apenas se siente cuando ya es pasado, es la cosa más ingeniosa y de mayor artificio que se pueda imaginar", ya que efectivamente apreciamos la imagen de unas fresas o madroños en el primer término de la tabla central. El tríptico se mantuvo en El Escorial hasta su traslado en 1939 al Museo del Prado.
contexto
El jardín resulta ser el complemento esencial de todo palacio y en Francia el prototipo del siglo XVII lo da el de VersaIles, que, como en tantos otros aspectos, también tuvo su ensayo en Vaux-le-Vicomte. Sin embargo, ya antes Claude Mollet y su hijo André dieron las pautas de lo que sería el jardín francés al adoptar el principio de que se había de mejorar el aspecto de la naturaleza con la ayuda del arte.Pero quien llevó a la práctica este principio y determinó mejor que nadie lo que es el jardín francés fue André Le Nótre, que, discípulo de Mollet y de Simon Vouet, comenzó su actividad hacia 1649 en el Jardín de las Tullerías. Posteriormente, trazó los de Vaux-le-Vicomte y Versalles, a los que dio una estructura cargada de gran simbolismo, en la que, a través de varios escalones, se va pasando progresivamente desde la naturaleza dominada por la mano del hombre hasta la que vive libremente. Y en este sentido bueno es recordar lo dicho sobre la evolución de los palacios hacia una integración en los jardines, y cómo a través de ellos se pasaba del mundo artificial al natural, por lo que ahí se daban ya los primeros pasos en el escalonamiento hacia la plena naturaleza.Si se analizan los jardines de Versalles tomados como prototipo, el primer escalón lo proporcionan los Parterres, donde la Naturaleza se mostraba absolutamente dominada por la mano del hombre, que la obligaba a constreñirse a unos lugares y a unas alturas determinadas. Buscando además efectos estéticos, y hasta cierto punto escenográficos, situó justo al pie de la Galería de los Espejos dos estanques donde se reflejaba el palacio.Desde este lugar organizó una gran avenida, el Tapis Vert, que conducía hasta el Gran Canal y que estaba delimitada por dos grandes fuentes, la de Latona y la de Apolo, que tenían una fuerte carga de simbolismo. La primera representaba la historia de Latona, que, habiendo dado a luz a Apolo y a Diana de sus amores con Júpiter, hubo de escapar de la ira de la esposa de éste, la diosa Hera. En la huida llegaron a un estanque donde se dispusieron a beber agua para saciar la sed, pero allí un grupo de campesinos se entretuvo en arrojar piedras al agua para enturbiarla y molestarles. Sin embargo, no se hizo esperar el castigo de Júpiter, que velaba por su amante y sus hijos y convirtió a aquellos canallas en ranas. La lección estaba clara a los ojos de los buenos entendedores, pues Luis XIV señalaba a través de este ejemplo a todos los miembros de la Corte que paseaban por los jardines, que él tampoco dudaría en castigar a los que trataran de hacer daño a la marquesa de Montespán y a los hijos naturales habidos con ella.La fuente de Apolo hacía referencia directa a Luis XIV, pues mostraba al dios en el momento de salir del océano conduciendo su carro solar para iluminar la tierra. Luis XIV era el Rey Sol que iluminaría a Francia e incluso a toda Europa con su gloria en la política, en las armas y en la cultura.A los lados de esta vía se desarrollaba el segundo escalón del jardín en el que se formaban diversos bosquecillos perfectamente urbanizados, pero donde los árboles crecían con mayor libertad. Entre ellos se dispusieron pequeños estanques, estatuas aisladas y sencillas arquitecturas, de las que merecía una especial mención la Columnata, formada por una arquería circular en cuyo centro se situó la estatua del Rapto de Proserpina esculpida por Girardon.En el siguiente escalón era el agua la que ejercía el papel más destacado gracias a un gran estanque en forma de cruz, del cual el brazo dispuesto en el eje del jardín era el Grand Canal y el transversal, el Petit Canal. Por ellos navegaba apaciblemente Luis XIV en las góndolas que le había regalado el Dux de Venecia. A los lados había bosques en los que los árboles crecían en plena libertad aunque con caminos que señalaban una última intervención de la mano humana, pues más allá del Gran Canal estaba el bosque libre como último escalón, aunque ya propiamente fuera del Parque.Todo este conjunto llevó muchos años de trabajos en los que hubo que hacer obras de enorme magnitud como desecar pantanos, arrasar colinas, rellenar depresiones y muy especialmente llevar el agua que las plantas y las fuentes requerían en grandes proporciones.Pero en Versalles, además de lo hasta ahora dicho, se hicieron otras importantes obras en el Parque que exigen, al menos, un pequeño comentario. Una de ellas fue la Ménagerie o pequeño zoo, pieza que no solía faltar en ningún palacio real que se preciara, y que en este caso se construyó en 1633 no durando más de treinta años. Situado cerca del camino hacia Saint Cyr, constaba de un edificio octogonal que estaba formado por dos pisos, de los cuales el superior servía de observatorio de los animales que se guardaban en recintos alrededor del edificio. Por su parte, el piso inferior estaba decorado a modo de cueva artificial, en donde para lograr un aspecto más real existía la posibilidad de regar todo el conjunto mediante unas salidas de agua, que según las tradiciones de Versalles, en ocasiones en que la estancia estaba llena de visitantes, el propio Luis XIV abría las llaves para divertirse regando con un agua helada a los allí congregados.Sin duda una de las maravillas del Parque fue la Gruta de Tetis construida entre 1664 y 1676 y que se destruyó en 1684. Esta pieza estaba situada en el extremo del Parterre du Nord, frente al lado septentrional del palacio, y para ella se aprovechó el espacio situado bajo un depósito de agua. El lugar se cerró, y la fachada principal se compuso como si se tratara de un ninfeo, mostrando tres vanos en forma de arco de medio punto y una decoración alusiva al dios Apolo. Por su parte, el interior estaba estructurado por medio de dos pilares que formaban seis crujías, dando una especie de edificio de dos tramos y tres naves, de las cuales la central se cubría con bóvedas de crucería y las laterales, con cúpulas.Pero lo más fantástico del lugar era la decoración del interior, donde se trataba de imitar la gruta submarina a la que se retiraba durante la noche Apolo para descansar del trabajo del día conduciendo el carro solar. Para ello se contó con el precedente inmediato de la Ménagerie, aunque se hizo de una forma más sofisticada, cubriéndose las paredes con incrustaciones de piedras, caracolas o corales que formaban figuras fantásticas. Pero además se buscaron efectos que hoy denominaríamos como de luz y sonido, entre los que, por ejemplo, ejercía un papel fundamental un órgano que imitaba el sonido del agua y el gorjeo de una multitud de pájaros.Al fondo de la estancia se dispusieron tres nichos en los que se colocaron, en el central, el grupo escultórico de Girardon que representaba a Apolo servido por las ninfas, y en los laterales los dos grupos de los Tritones abrevando los caballos de Apolo, esculpidos por Guérin y los Marsy.Con todos estos factores y contando además con que la iluminación de las antorchas no produce una luz fija, sino temblorosa que puede propiciar una sensación de misterio, y que el lugar podría regarse y además sería húmedo por el depósito situado sobre él, podría llegar a pensarse por parte de los allí presentes que realmente se habían trasladado a la cueva en que descansaba el dios.Pero como en todo lo de Versalles, aquí también había una fuerte carga simbólica que Santiago Sebastián ha querido relacionar con el rito del lever y del coucher de Luis XIV, que era una especie de liturgia mítica en alusión a la salida y puesta de la luz en el mundo.La Orangerie era el invernadero, especialmente construido para resguardar los naranjos de los rigores del invierno. Estos árboles, muy del agrado de Luis XIV, se encontraban plantados en grandes macetas y mediante un ingenioso artificio, se trasladaban como objeto de adorno al interior del palacio o al Parque. Pero junto a estos árboles, también acogía en su interior plantas exóticas y otras más corrientes destinadas a poder disponer de flores en todas las épocas con las que adornar caprichosamente ciertos lugares en determinados momentos.Se construyó la Orangerie algo más allá del parterre sur, el llamado Parterre des Fleurs, aprovechando un desnivel del terreno, de forma que a un nivel inferior del parterre se construyó una arquería abierta hacia el sur y por tanto muy abrigada; tras ella y ya bajo tierra, había tres galerías abovedadas donde se guardaban los naranjos. El acceso desde aquel Parterre des Fleurs se hizo primero mediante dos rampas que flanqueaban la arquería; pero en la tercera etapa de la construcción del palacio, la Orangerie fue enormemente agrandada y las rampas transformadas en los llamados Cien Escalones.Junto a éstas hubo en el Parque de Versalles otra construcción de singular importancia, el palacete del Trianon, situado en el extremo norte del Petit Canal y cercano a la aldea de Trianon.Allí Louis Le Vau y François d'Orbay construyeron en 1669 un primer edificio, el Trianon de Porcelana como refugio para cuando Luis XIV y la marquesa de Montespán deseaban escapar del bullicio de la Corte. La obra acabó siendo una curiosa componenda, pues el rey, o mejor aún la marquesa, siguiendo las modas que se estaban imponiendo, deseaba un edificio chinesco, lo que no compaginaba con las ideas de Le Vau que pensaba en un palacete de corte tradicional. El resultado fue un llamativo conjunto en el que, por ejemplo, la entrada estaba formada por un frontón triangular sobre cuatro columnas cuyo aspecto clasicista contrastaba con las fachadas, que si bien presentaban una gran regularidad, estaban recubiertas con azulejos de rico colorido, que así trataban de aparentar un ambiente oriental y exótico. El interior estaba dividido en dos appartements y los jardines de alrededor se cuidaron con esmero.Pero con el paso del tiempo y la caída de la Montespán, aquel edificio dejó de agradar y se planteó su sustitución, cosa que se hizo en el año 1687 bajo la dirección de Jules-Hardouin Mansart ayudado por Robert de Cotte, construyéndose el luego llamado Grand Trianon.El edificio se concibió como un palacete veraniego, por lo cual se hizo con poca altura, para así adaptarlo mejor al terreno y estar más en contacto con la naturaleza. Por otra parte; se edificó siguiendo la tradicional planta en U con un foso, un puente y una verja de hierro en el lado abierto, quedando estructuradas las fachadas mediante arquerías. Pero, sin duda, lo más interesante del edificio es el corps de logis, pues aparte de que está articulado a base de columnas jónicas pareadas, que en la fachada al jardín soportan un dintel, en realidad llega a la culminación en la evolución del palacio barroco francés tendente a la integración del edificio en la naturaleza, pues se dejó abierto, con lo que desde el patio se pasaba al jardín casi sin interrupción, pudiendo así decirse que el edificio se ha disuelto y deja de ser una barrera entre el mundo artificial y el natural.Ahora bien, como así el palacete resultaba insuficiente, se le añadieron dos alas de la misma forma que en Clagny y en Versalles, pero con la salvedad de que al ser un edificio más pequeño pudieron situarse como prolongación del corps de logis. Y aún se edificó otro pequeño pabellón que arrancaba formando ángulo recto con el extremo del ala norte, con lo cual el jardín quedaba más protegido desde el punto de vista climatológico y ambiental.