De origen nazarí, este torreón de la muralla musulmana fue preservado gracias a que se escogió como enclave para fundar el convento de los dominicos tras la reconquista cristiana. En tiempos de la desamortización, en el siglo XIX, los dominicos fueron expulsados, pasando a manos privadas. En este tiempo, edificaron un palacio de nueva planta, que incluía la obra nazarí. Construido entre los siglos XIII y XIV, encierra en su parte superior un salón que destaca por su rica decoración. Su pavimento de mármol, sus conjuntos de yeserías y zócalos con pinturas, además de la armadura de madera de su techo, hacen de este lugar uno de los exponentes capitales del arte nazarí. En su exterior se abren tres balcones hacia la calle y todavía se conserva la antigua huerta de la "Almanxarra". Situado en el barrio del Realejo, debido al deterioro en que se encontraba, se ha procedido a su restauración.
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Carta que escribió Don Cristóbal Colón, Virrey y Almirante de las Indias, a los Cristianísimos y muy poderosos Rey y Reina de España, Nuestros Señores, en que les notifica cuanto le ha acontecido en su viaje; y las tierras, provincias, ciudades, ríos y otras cosas maravillosas, y donde hay minas de oro en mucha cantidad, y otras cosas de gran riqueza y valor. Isla de Jamaica, 7 de julio 1503. Serenísimos y muy altos y poderosos Príncipes, Rey y Reina, Nuestros Señores: De Cádiz pasé a Canaria en cuatro días, y dende a las Indias en dieciséis días, donde escribí a V. M. que mi intención era dar prisa a mi viaje, en cuanto yo tenía los navíos buenos, la gente y los bastimentos, y que mi derrota era en la isla de Jamaica; y en la Dominica escribí esto. Hasta allí traje el tiempo a pedir por la boca. Esa noche que allí entré fue con tormenta grande y me-persiguió después siempre. Cuando llegué sobre La Española envié el envoltorio de cartas y a pedir por merced un navío por mis dineros, porque otro que yo llevaba era innavegable y no sufría velas. Las cartas tomaron, y sabrán si se las dieron. La respuesta para mí fue mandarme de parte de V. M. que yo no pasase ni llegase a la tierra. Cayó el corazón a la gente que iba conmigo, por temor de los llevar yo lejos, diciendo que si algún caso de peligro les viniese, que no serían remediados allí; antes les sería hecha alguna grande afrenta. También a quien plugo, dijo que el Comendador había de proveer las tierras que yo ganase. La tormenta era terrible, y en aquella noche me desmembró los navíos; a cada uno llevó por su cabo sin esperanzas, salvo de muerte; cada uno de ellos tenía por cierto que los otros eran perdidos. ¿Quién nació, sin quitar a Job, que no muriera desesperado que por mi salvación y de mi hijo, hermano y amigos me fuese en tal tiempo defendida la tierra y puertos que yo, por voluntad de Dios, gané a España sudando sangre? Y torno a los navíos, que así me había llevado la tormenta y dejado a mí solo. Deparómelos Nuestro Señor cuando le plugo. El navío sospechoso había echado a la mar, por escapar, hasta la gísola; la Gallega perdió la barca, y todos gran parte de los bastimentos; en el que yo iba, abalumado a maravilla, Nuestro Señor le salvó que no hubo daño de una paja. En el sospechoso iba mi hermano; y él, después de Dios, fue su remedio. Y con esta tormenta así a gatas me llegué a Jamaica. Allí se mudó de mar alta en calmería y grande corriente, y me llevó hasta el jardín de la Reina sin ver tierra. De allí, cuando pude, navegué a la tierra firme, adonde me salió el viento y corriente terrible al opósito; combatí con ellos sesenta días, y en fin no lo pude ganar más de setenta leguas. En todo este tiempo no entré en puerto, ni pude ni me dejó tormenta del cielo, agua y trombones y relámpagos de continuo, que parecía el fin del mundo. Llegué al cabo de Gracias a Dios, y de allí me dio Nuestro Señor próspero el viento y corriente. Esto fue a 12 de septiembre. Ochenta y ocho días había que no me había dejado espantable tormenta, tanto que no vi el sol ni estrellas por mar, que a los navíos tenía yo abiertos, a las velas rotas, y perdidas anclas y jarcia, cables, con las barcas y muchos bastimentos, la gente muy enferma y todos contritos y muchos con promesa de religión y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas veces habían llegado a se confesar los unos a los otros. Otras tormentas se han visto, mas no durar tanto ni con tanto espanto. Muchos esmorecieron, harto y hartas veces, que teníamos por esforzados. El dolor del hijo que yo tenía allí me arrancaba el ánima, y más por verle de tan nueva edad de trece años en tanta fatiga y durar en ello tanto. Nuestro Señor le dio tal esfuerzo que él avivaba a los otros, y en las obras hacía él como si hubiera navegado ochenta años, y él me consolaba. Yo había adolecido y llegado hartas veces a la muerte. De una camarilla que yo mandé hacer sobre cubierta mandaba la vía. Mi hermano estaba en el peor navío y más peligroso. Gran dolor era el mío, y mayor porque lo traje contra su grado, porque, por mi dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo el mesón o taberna, y las más de las veces falta para pagar el escote. Otra lástima me arrancaba el corazón por las espaldas, y era Don Diego, mi hijo, que yo dejé en España tan huérfano y desposesionado de mi honra y hacienda; bien que tenía por cierto que allá, como justos y agradecidos Príncipes, le restituirán con acrecentamiento en todo. Llegué a tierra de Cariay, adonde me detuve a remediar los navíos y bastimentos y dar aliento a la gente, que venía muy enferma. Yo, que, como dije, había llegado muchas veces a la muerte, allí supe de las minas del oro en la provincia de Ciamba, que yo buscaba. Dos indios me llevaron a Ceramburú, adonde la gente anda desnuda y al cuello un espejo de oro, mas no le querían vender ni dar a trueque. Nombráronme muchos lugares en la costa de la mar, adonde decían que había oro y minas; el postrero era Veragua, y lejos de allí obra de veinticinco leguas. Partí con intención de los tentar a todos, y, llegado ya el medio, supe que había minas a dos jornadas de andadura. Acordé de enviarlas a ver. Víspera de San Simón y Judas, que había de ser la partida, en esa noche se levantó tanta mar y viento que fue necesario de correr hacia adonde él quiso; y el indio adalid de las minas siempre conmigo. En todos estos lugares adonde yo había estado hallé verdad todo lo que yo había oído: esto me certificó que es así de la provincia de Ciguare, que según ellos es descrita a nueve jornadas de andadura por tierra al Poniente: allí dicen que hay infinito oro y que traen corales en las cabezas, manillas a los pies y a los brazos de ello y bien gordas, y de él sillas, arcas y mesas las guarnecen y enforran. También dijeron que las mujeres de allí traían collares colgados de la cabeza a las espaldas. En esto que yo digo, la gente toda de estos lugares concierta en ello, y dicen tanto que yo sería contento con el diezmo. También todos conocieron la pimienta. En Ciguare usan tratar en ferias y mercaderías; esta gente así lo cuenta, y me mostraban el modo y forma que tienen en la barata. Otrosí dicen que las naos traen bombardas, arcos y flechas, espadas y corazas, y andan vestidos, y en la tierra hay caballos, y usan la guerra, y traen ricas vestiduras y tienen buenas cosas. También dicen que la mar boja a Ciguare, y de allí a diez jornadas es el río de Ganges. Parece que estas tierras están con Veragua como Tortosa con Fuenterrabía o Pisa con Venecia. Cuando yo partí de Ceramburú y llegué a esos lugares que dije, hallé la gente en aquel mismo uso, salvo que los espejos del oro quien los tenía los daba por tres cascabeles de gavilán por el uno, bien que pasasen diez o quince ducados de peso. En todos sus usos son como los de La Española; el oro cogen con otras artes; bien que todos son nada con los de los cristianos. Esto que yo he dicho es lo que oigo. Lo que yo sé es que el año de noventa y cuatro navegué en veinticuatro grados al Poniente en término de nueve horas, y no pudo haber yerro porque hubo eclipses: el Sol estaba en Libra y la Luna en Ariete. También esto que yo supe por palabra habíalo yo sabido largo por escrito. Ptolomeo creyó de haber bien remedado a Marino, y ahora se halla su escritura bien próxima a lo cierto. Ptolomeo asienta Catigara a doce líneas lejos de su Occidente, que él asentó sobre el cabo de San Vicente en Portugal dos grados y un tercio. Marino en quince líneas constituyó la tierra y términos. Marino en Etiopía escribe al lado de la línea equinoccial más de veinticuatro grados, y ahora que los portugueses la navegan le hallan cierto. Ptolomeo dice que la tierra más austral es el plazo primero y que no baja más de quince grados y un tercio. El mundo es poco; el enjuto de ello es seis partes, la séptima solamente cubierta de agua; la experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras y con adornamiento de la Sacra Escritura, con el sitio del Paraíso Terrenal que la Santa Iglesia aprueba. Digo que el mundo no es tan grande como dice el vulgo, y que un grado de la equinoccial está cincuenta y seis millas y dos tercios; pero esto se tocará con el dedo. Dejo esto, por cuanto no es mi propósito de hablar en aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y trabajoso viaje, bien que él sea el más noble y provechoso. Digo que víspera de San Simón y judas corrí donde el viento me llevaba, sin poder resistirle. En un puerto excusé diez días de gran fortuna de la mar y del cielo: allí acordé de no volver atrás a las minas, y dejélas ya por ganadas. Partí, por seguir mi viaje, lloviendo; llegué a Puerto de Bastimentos, adonde entré y no de grado. La tormenta y gran corriente me entró allí catorce días, y después partí y no con buen tiempo. Cuando yo hube andado quince leguas forzosamente, me reposó atrás el viento y corriente con furia. Volviendo yo al puerto donde había salido, hallé en el camino al Retrete, adonde me retraje con harto peligro y enojo y bien fatigado yo y los navíos y la gente. Detúveme allí quince días, que así lo quiso el cruel tiempo; y cuando creí de haber acabado, me hallé de comienzo. Allí mudé de sentencia de volver a las minas y hacer algo hasta que me viniese tiempo para mi viaje y marear. Y llegado con cuatro leguas, revino la tormenta y me fatigó tanto a tanto que ya no sabía de mi parte. Allí se me refrescó del mal la llaga; nueve días anduve perdido sin esperanza de vida; ojos nunca vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir adelante ni daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me detenía en aquella mar hecha sangre, hirviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás fue visto tan espantoso: un día con la noche ardió como horno; y así echaba la llama con los rayos, que cada vez miraba yo si me había llevado los mástiles y velas. Venían con tanta furia espantables, que todos creíamos que me habían de hundir los navíos. En todo este tiempo jamás ceso agua del cielo, y no para decir que llovía, salvo que resegundaba otro diluvio. La gente estaba tan molida que deseaba la muerte para salir de tantos martirios. Los navíos habían perdido dos veces las barcas, anclas, cuerdas y estaban abiertos, sin velas. Cuando plugo a Nuestro Señor, volví a Puerto Gordo, donde reparé lo mejor que pude. Volví otra vez hacia Veragua. Para mi viaje, aunque yo estuviera a ello, todavía eran el viento y corrientes contrarios. Llegué casi adonde antes, y allí me salió otra vez el viento y corrientes al encuentro. Y volví otra vez al puerto, que no osé esperar la oposición de Saturno con mares tan desbaratados en costa brava, porque las más de las veces trae tempestad o fuerte tiempo. Esto fue día de Navidad, en horas de misa. Volví otra vez adonde yo había salido con harta fatiga; y, pasado año nuevo, torné a la porfía, que aunque me hiciera buen tiempo para mi viaje, ya tenía los navíos innavegables y la gente muerta y enferma. Día de la Epifanía llegué a Veragua, ya sin aliento. Allí me deparó Nuestro Señor un río y seguro puerto, bien que la entrada no tenía salvo diez palmos de fondo. Metíme en él con pena, y el día siguiente recordó la fortuna: si me hallara fuera, no pudiera entrar a causa del banco. Llovió sin cesar hasta 14 de febrero, que nunca hubo lugar de entrar en la tierra, ni de remediar en nada; y, estando ya seguro a 24 de enero, de improviso vino el río muy alto y fuerte: quebróme las amarras y proeses, y hubo de llevar los navíos, y cierto los vi en mayor peligro que nunca. Remedió Nuestro Señor, como siempre hizo. No sé si hubo otro con más martirios. A 6 de febrero, lloviendo, envié setenta hombres la tierra adentro, y a las cinco leguas hallaron muchas minas. Los indios que iban con ellos los llevaron a un cerro muy alto, y de allí les mostraron hacia toda parte cuanto los ojos alcanzaban, diciendo que en toda parte había oro, y que hacia el Poniente llegaban las minas veinte jornadas, y nombraban las villas y lugares, y adonde había de ello más o menos. Después supe yo que el Quibián que había dado estos indios les había mandado que fuesen a mostrar las minas lejos y de otro su contrario, y que adentro de su pueblo cogían, cuando él quería, un hombre en diez días una mozada de oro. Los indios sus criados y testigos de esto traigo conmigo. Adonde él tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió mi hermano con esta gente, y todos con oro que habían cogido en cuatro horas que fue allá a la estada. La calidad es grande, porque ninguno de éstos jamás había visto minas, y los más eran gente de la mar, y casi todos grumetes. Yo tenía mucho aparejo para edificar y muchos bastimentos. Asenté pueblo, y di muchas dádivas al Quibián, que así llaman al señor de la tierra. Y bien sabía que no había de durar la concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy importunos, y me aposesionaba en su término. Después que él vio las cosas hechas y el tráfago tan vivo, acordó de las quemar y matarnos a todos. Muy al revés salió su propósito: quedó preso él, mujeres e hijos y criados; bien que su prisión duró poco. El Quibián se huyó a un hombre honrado, a quien se había entregado con guarda de hombres; y los hijos se huyeron a un maestre de navío, a quien se dieron en él a buen recaudo. En enero se había cerrado la boca del río. En abril los navíos estaban todos comidos de broma y no los podía sostener sobre agua. En este tiempo hizo el río un canal, por donde saqué tres de ellos vacíos con gran pena. Las barcas volvieron adentro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no dejó salir afuera: los indios fueron muchos y juntos y las combatieron, y en fin los mataron. Mi hermano y la otra gente toda estaban en un navío que quedó adentro, yo muy solo de fuera en tan brava costa, con fuerte fiebre; en tanta fatiga, la esperanza de escapar era muerta. Subí así trabajando lo más alto, llamando a voz temerosa, llorando y muy aprisa, los maestros de la guerra de Vuestras Altezas, a todos cuatro los vientos, por socorro; mas nunca me respondieron. Cansado, me adormecí gimiendo. Una voz muy piadosa oí, diciendo: " ¡ Oh estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo Él más por Moisés o por David, su siervo? Desde que naciste, siempre Él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vio en edad de que Él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo y te dio poder para ello. De los atamientos de la Mar Océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; y fuiste obedecido en tantas tierras y de los cristianos cobraste tan honrada fama. ¿Qué hizo Él más al tu pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto, ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate a Él y conoce ya tu yerro: su misericordia es infinita. Tu vejez no impedirá a toda cosa grande. Muchas heredades tiene Él grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró a Isaac, ni Sara era moza. Tú llamas por socorro. Incierto, responde, ¿quién te ha afligido tanto y tantas veces, Dios o el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios, no las quebranta, ni dice, después de haber recibido el servicio, que su intención no era ésta y que se entiende de otra manera, ni da martirios por dar color a la fuerza. Él va al pie de la letra: todo lo que Él promete cumple con acrecentamiento. Esto es su uso. Dicho tengo lo que tu Creador ha hecho por ti y hace con todos. Ahora -me dijo-muestra el galardón de estos afanes y peligros que has pasado sirviendo a otros." Yo, así amortecido, oí todo; mas no tuve respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar por mis yerros. Acabó El de hablar, quienquiera que fuese, diciendo: "No temas, confía: todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa." Levantéme cuando pude; y al cabo de nueve días hizo bonanza, mas no para sacar navíos del río. Recogí la gente que estaba en tierra y todo el resto que pude, porque no estaban para quedar y para navegar los navíos. Quedara yo a sostener el pueblo con todos, si Vuestras Altezas supieran de ello. El temor que nunca aportarían allí navíos me determinó a esto, y la cuenta que cuando se haya de proveer de socorro se proveerá de todo. Partí en nombre de la Santísima Trinidad la noche de Pascua, con los navíos podridos, abromados, todos hechos agujeros. Allí en Belén dejé uno y hartas cosas. En Belpuerto hice otro tanto. No me quedaron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y bastimentos, por haber de pasar siete mil millas de mar y de agua o morir en la vía con hijo y hermano y tanta gente. Respondan ahora los que suelen tachar y reprender, diciendo allí de en salvo: ¿por qué no hiciste esto allí? Los quisiera yo en esta jornada. Yo bien creo, que otra de otro sabor los aguarda, o nuestra fe es ninguna. Llegué a 13 de mayo en la provincia de Mango, que parte con aquella de Catayo, y de allí partí para la Española: navegué dos días con buen tiempo, y después fue contrario. El camino que yo llevaba era para desechar tanto número de islas, por no me embarazar en los bajos de ellas. La mar brava me hizo fuerza y hube de volver atrás sin velas. Surgí a una isla adonde de golpe perdí tres anclas, y a la media noche, que parecía que el mundo se disolvía, se rompieron las amarras al otro navío y vino sobre mí, que fue maravilla cómo no nos acabamos de hacer rajas: el ancla, de forma que me quedó, fue ella, después de Nuestro Señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis días, que ya era bonanza, volví a mi camino. Así, ya perdido del todo de aparejos y con los navíos horadados de gusanos más que un panal de abejas y la gente tan acobardada y perdida, pasé algo adelante de donde yo había llegado de antes. Allí me tornó a reposar atrás la fortuna. Paré en la misma isla en más seguro puerto. Al cabo de ocho días torné a la vía y llegué a Jamaica en fin de junio, siempre con vientos punteros y los navíos en peor estado: con tres bombas, tinas y calderas no podían, con toda la gente, vencer el agua que entraba en el navío, ni para este mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para me acercar a lo más cerca de la Española, que son veintiocho leguas, y no quisiera haber comenzado. El otro navío corrió a buscar puerto casi anegado. Yo porfié la vuelta de la mar con tormenta. El navío se me anegó, que milagrosamente me trajo Nuestro Señor a tierra. ¿Quién creyera lo que yo aquí escribo? Digo que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los que fueron con el Almirante lo atestigüen. Si place a Vuestras Altezas de me hacer merced de socorro un navío que pase de sesenta y cuatro, con doscientos quintales de bizcochos y algún otro bastimento, bastará para me llevar a mí y a esta gente a España. De La Española en Jamaica ya dije que no hay veintiocho leguas. A La Española no fuera yo, bien que los navíos estuvieran para ello. Ya dije que me fue mandado de parte de Vuestras Altezas que no llegase a ella. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe. Esta carta envío por vía y mano de indios: grande maravilla será si allá llega. De mi viaje digo: que fueron ciento y cincuenta personas conmigo, en que hay hartos suficientes para pilotos y grandes marineros; ninguno puede dar razón cierta por donde fui yo ni vine. La razón es muy presta. Yo partí de sobre el Puerto del Brasil en la Española. No me dejó la tormenta ir al camino que yo quería; fue por fuerza correr adonde el viento quiso. En ese día caí yo muy enfermo; ninguno había navegado hacia aquella parte; cesó el viento y mar dende a ciertos días, y se mudó la tormenta en calmería y grandes corrientes. Fui a aportar a una isla que se dijo de las Bocas, y de allí a tierra firme. Ninguno puede dar cuenta verdadera de esto, porque no hay razón que baste; porque fue ir con corriente sin ver tierra tanto número de días. Seguí la costa de la tierra firme; ésta se asentó con compás y arte. Ninguno hay que diga debajo cuál parte del cielo o cuándo yo partí de ella para venir a la Española. Los pilotos creían venir a parar a la isla de San Juan, y fue en tierra de Mango, cuatrocientas leguas más al Poniente de adonde decían. Respondan, si saben, adónde es el sitio de la Veragua. Digo que no pueden dar otra razón ni cuenta, salvo que fueron a unas tierras adonde hay mucho oro, y certificarle; mas para volver a ella el camino tienen ignoto. Sería necesario para ir a ella descubrirla como de primero. Una cuenta hay y razón de astrología y cierta: quien la entienda esto le basta. A visión profética se asemeja esto. Las naos de las Indias, si no navegan salvo a popa, no es por la mala hechura ni por ser fuertes. Las grandes corrientes que allí vienen, juntamente con el viento, hacen que nadie porfíe con bolina, porque en un día perderían lo que hubiesen ganado en siete; ni saco carabela, aunque sea latina portuguesa. Esta razón hace que no naveguen salvo con colla, y por esperarle se detienen a las veces seis y ocho meses en puerto. Ni es maravilla, pues que en España muchas veces acaece otro tanto. La gente de que escribe Papa Pío, según el sitio y señas, se ha hallado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro; ni es maravilla, porque allí las tierras de la costa de la mar no requieren salvo pescadores, ni yo me detuve, porque andaba a prisa. En Cariay y en esas tierras de su comarca son grandes hechiceros y muy medrosos. Dieran el mundo porque no me detuviera allí una hora. Cuando llegué allí, luego me enviaron dos muchachas muy ataviadas. La más vieja no sería de once años y la otra de siete; ambas con tanta desenvoltura, que no serían más unas putas. Traían polvos de hechizos escondidos. En llegando, las mandé adornar de nuestras cosas y las envié luego a tierra. Allí vi una sepultura en el monte, grande como una casa y labrada, y el cuerpo descubierto y mirrado en ella. De otras artes me dijeron y más excelentes. Animalias menudas y grandes hay hartas y muy diversas de las nuestras. Dos puercos hube yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un ballestero había herido una animalia, que se parece a un gato paúl, salvo que es mucho más grande, y el rostro de hombre: teníale atravesado con una saeta desde los pechos a la cola, y porque era feroz le hubo de cortar un brazo y una pierna. El puerco, en viéndole, se le encrespó y se fue huyendo. Yo, cuando esto vi, mandé echarle "begare", que así se llama, adonde estaba; en llegando a él, así estando a la muerte y la saeta siempre en el cuerpo, le echó la cola por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con la mano que le quedaba la arrebató por el copete como a enemigo. El auto tan nuevo y hermosa montería me hizo escribir esto. De muchas maneras de animalias se hubo, mas todas mueren de barro. Gallinas muy grandes y la pluma como lana vi hartas. Leones, ciervos, corzos y otro tanto y así aves. Cuando yo andaba por aquella mar en fatiga, en algunos se puso herejía que estábamos hechizados, que hoy en día están en ello. Otra gente hallé que comían hombres: la disformidad de su gesto lo dice. Allí dicen que hay grandes mineros de cobre: hachas de ello, otras cosas labradas, fundidas, soldadas hube y fraguas con todo su aparejo de platero y los crisoles. Allí van vestidos; y en aquella provincia vi sábanas grandes de algodón, labradas de muy sutiles labores, otras pintadas muy sutilmente a colores con pinceles. Dicen que en la tierra adentro hacia el Catayo las hay tejidas de oro. De todas estas tierras y de lo que hay en ellas, a falta de lengua no se sabe tan presto. Los pueblos, bien que sean espesos, cada uno tiene diferenciada lengua, y es en tanto que no se entienden los unos con los otros más que nos con los de Arabia. Yo creo que esto sea en esta gente salvaje de la costa de la mar, mas no en la tierra dentro. Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especierías, con los tratos y ferias, y porque no pareció todo tan presto fui escandalizado. Este castigo me hace ahora que no diga salvo lo que yo oigo de los naturales de la tierra. De una oso decir, porque hay tantos testigos, y es que yo vi en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años, y que las tierras de la comarca no pueden ser más hermosas ni más labradas ni la gente más cobarde, y buen puerto y hermoso río defensible al mundo. Todo esto es seguridad de los cristianos y certeza de señorío, con grande esperanza de la honra y acrecentamiento de la religión cristiana; y el camino allí será tan breve como a La Española, porque ha de ser con viento. Tan señores son Vuestras Altezas de esto como de Jerez o Toledo. Sus navíos que fueren allí van a su casa. De allí sacarán oro. En otras tierras, para haber de lo que hay en ellas, conviene que se lo lleven, o se volverán vacíos; y en la tierra es necesario que fíen sus personas de un salvaje. Del otro que yo dejo de decir, ya dije por qué me encerré: no digo así ni que yo afirme en el tres doble en todo lo que yo haya jamás dicho ni escrito, y que yo esté a la fuente. Genoveses, venecianos y toda gente que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de valor, todos las llevan hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir en oro. El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso. Los señores de aquellas tierras de la comarca de Veragua cuando mueren entierran el oro que tienen con el cuerpo; así lo dicen. A Salomón llevaron de un camino seiscientos sesenta y seis quintales de oro, allende los que llevaron los mercaderes y marineros, y allende lo que se pagó en Arabia. De este oro hizo doscientas lanzas y trescientos escudos, e hizo el tablado que había de estar arriba, pellas de oro y vasos muchos y muy grandes y ricos de piedras preciosas. Josefo, en su crónica De antiquitatibus, lo escribe. En el Paralipomenon y en el Libro de los Reyes se cuenta de esto. Josefo quiere que este oro se hubiese en la Aurea. Si así fuese, digo que aquellas minas de la Aurea son unas y se contienen con éstas de Veragua, que, como yo dije arriba, se alargan al Poniente veinte jornadas y son en una distancia lejos del polo y de la línea. Salomón compró todo aquello, oro, piedras y plata, y V. A. le pueden mandar a coger si les place. David, en su testamento, dejó tres mil quintales de oro de las Indias a Salomón para ayudar a edificar el templo, y según Josefo era él de estas mismas tierras. Jerusalén y el monte Sión ha de ser reedificado por manos de cristianos. Quién ha de ser, Dios por boca del Profeta en el decimocuarto salmo lo dice. El abad Joaquín dijo que éste había de salir de España. San Jerónimo a la santa mujer le mostró el camino para ello. El Emperador de Catayo ha días que mandó sabios que le enseñasen la fe de Cristo. ¿Quién será que se ofrezca a esto? Si Nuestro Señor me lleva a España, yo me obligo de llevarle, con el nombre de Dios, en salvo. Esta gente que vino conmigo han pasado increíbles peligros y trabajos. Suplico a V. A., porque son pobres, que les manden pagar luego y les hagan mercedes a cada uno según la calidad de la persona, que les certifico que, a mi creer, les traen las mejores nuevas que nunca fueron a España. El oro que tiene el Quibián de Veragua y los otros de la comarca, bien que según información él sea mucho, no me pareció bien ni servicio de Vuestras Altezas de se le tomar por vía de robo. La buena orden evitará escándalo y mala fama y hará que todo ello venga al tesoro, que no quede un grano. Con un mes de buen tiempo yo acabara todo mi viaje: por falta de los navíos no porfié a esperarle para tornar a ello, y para toda cosa de su servicio espero en Aquel que me hizo y estaré bueno. Yo creo que V. A. se acordará que yo quería mandar hacer los navíos de nueva manera; la brevedad del tiempo no dio lugar a ello, y cierto yo había caído en lo que cumplía. Yo tengo en más esta negociación y minas con esta escala y señorío, que todo lo otro que está hecho en las Indias. No en éste hijo para dar a criar a madrastra. De la Española, de Paria y de las otras tierras no me acuerdo de ellas que yo no llore. Creía yo que el ejemplo de ellas hubiese de ser por estas otras; al contrario: ellas están boca abajo; bien que no mueran, la enfermedad es incurable o muy larga. Quien las llegó a esto, venga ahora con el remedio si puede o sabe; al descomponer, cada uno es maestro. Las gracias y acrecentamiento siempre fue uso de las dar a quien puso su cuerpo a peligro. No es razón que quien ha sido tan contrario a esta negociación le goce, ni sus hijos. Los que se fueron de las Indias huyendo los trabajos y diciendo mal de ellas y de mí, volvieron con cargos; así se ordenaba ahora en Veragua: malo ejemplo y sin provecho del negocio y para la justicia del mundo. Este temor, con otros casos hartos que yo veía claro, me hizo suplicar a Vuestras Altezas, antes que yo viniese a descubrir estas islas y tierra firme, que me las dejasen gobernar en su real nombre. Plúgoles: fue por privilegio y asiento, y con sello y juramento, y me intitularon de Virrey y Almirante y Gobernador General de todo, y señalaron el término sobre las islas de los Azores cien leguas, y aquellas de Cabo Verde por la línea que pasa de polo a polo, y esto y de todo que más se descubriese, y me dieron poder largo. La escritura a más largamente lo dice. El otro negocio famosísimo está con los brazos abiertos llamando: extranjero he sido hasta ahora. Siete años estuve yo en su Real Corte, que a cuantos se habló de esta empresa todos a una dijeron que era burla. Ahora hasta los sastres suplican por descubrir. Es de creer que van a sastrear y se les otorga, que cobran con mucho perjuicio de mi honra y tanto daño del negocio. Bueno es de dar a Dios lo suyo y a César lo que le pertenece. Esta es justa sentencia y de justo. Las tierras que acá obedecen a Vuestras Altezas son más que todas las otras de cristianos y ricas. Después que yo, por voluntad divina, las hube puestas debajo de su real y alto señorío y en filo para haber grandísima renta, de improviso, esperando navíos para venir a su alto conspecto con victoria y grandes nuevas del oro, muy seguro y alegre, fui preso y echado con dos hermanos en un navío, cargado de hierros, desnudo en cuerpo, con muy mal tratamiento, sin ser llamado ni vencido por justicia. ¿Quién creerá que un pobre extranjero se hubiese de alzar en tal lugar contra Vuestras Altezas sin causa ni sin brazo de otro Príncipe y estando solo entre sus vasallos y naturales teniendo todos mis hijos en su Real Corte? Yo vine a servir de veintiocho años, y ahora no tengo cabello en mi persona que no sea cano y el cuerpo enfermo y gastado cuanto me quedó de aquéllos, y me fue tomado y vendido y a mis hermanos hasta el sayo, sin ser oído ni visto, con gran deshonor mío. Es de creer que esto no se hizo por su real mandado. La restitución de mi honra y daños y el castigo en quien lo hizo hará sonar su real nobleza; y otro tanto en quien me robó las perlas y de quien ha hecho daño en este Almirantado. Grandísima virtud, fama con ejemplo será si hacen esto, y quedará a la España gloriosa memoriación de Vuestras Altezas, de agradecidos y justos Príncipes. La intención tan sana que yo siempre tuve al servicio de Vuestras Altezas y la afrenta tan desigual no da lugar al ánima que calle, bien que yo quisiera. Suplico a Vuestras Altezas me perdonen. Yo estoy tan perdido como dije. Yo he llorado hasta aquí a otros. Haya misericordia ahora el cielo y llore por mí la tierra. En el temporal no tengo solamente una blanca para la oferta; en el espiritual he parado aquí en las Indias de la forma que está dicho: aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día por la muerte y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia, que se olvidará de esta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine a este viaje a navegar por ganar honra ni hacienda: esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ello muerta. Yo vine a Vuestras Altezas con sana intención y buen celo, y no miento. Suplico humildemente a Vuestras Altezas que, si a Dios place de me sacar de aquí, que hayan por bien mi ida a Roma y otras romerías. Cuya vida y alto estado la Santa Trinidad guarde y acreciente. Hecha en las Indias, en la isla de Jamaica, a 7 de julio de 1503 años.
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El Cuaternario es la última de las eras geológicas, también llamado Neozoico. Se desarrolla entre la actualidad como límite superior y el comienzo de las glaciaciones como el inferior, aunque también se han apuntado el origen del hombre o las migraciones de grandes mamíferos. El Cuaternario se divide en dos períodos: Pleistoceno y Holoceno. Serán las glaciaciones el fenómeno climático más importante de este largo período. Se consideran que se han producido cuatro con sus consiguientes interperíodos, denominándose Günz, Mindel, Riss y Würm como referencia a los ríos donde se determinaron las observaciones. Los depósitos continentales y costeros junto a los fondos marinos nos permiten un conocimiento de los fenómenos que ocurrieron, como el desarrollo de las formaciones morrénicas, fluvioglaciales, lacustres y eólicas (loess) o la formación de los últimos relieves alpinos. Respecto a la flora, los fósiles que han quedado nos ofrecen una curiosa similitud con la actual. Donde existieron más cambios fue en la fauna, donde se aprecia la desaparición de algunas especies como los proboscídios, el oso de las cavernas o el megacero. Pero la gran aportación respecto a la vida animal que se produce en el Cuaternario es el desarrollo del género Homo.
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Continuando nuestro camino, pasamos entre estas islas: Caioan, Laigoma, Sico, Giogi, Caphi (en esta de Caphi nacen homúnculos, como los enanos, los cuales son los pigmeos y están sometidos por la fuerza a nuestro rey de Tadore), Laboan, Toliman, Titameti, Bachian (que se mencionó ya), Latalata, Talobi, Maga y Batutiga. Apartándolas y al poniente de Batutiga, avanzamos entre poniente y garbino, descubriendo en el umbra de la tarde un puñado de islotes empero, los pilotos de Maluco aconsejaron seguir, pues nos desenvolvíamos entre muchos escollos y bancos de arena. Enfilamos el siroco, hasta dar en una isla en los dos grados de latitud del Polo Ártico y a cincuenta leguas de Maluco. Llámase Sulach. Los de esta isla son gentiles, y nada tienen. Comen carne humana y andan desnudos, así hombres como mujeres, pues solamente con un jirón de corteza arbórea cubren sus compromisos. En muchas de estas tierras comen carne humana; así nombran algunas: Silan, Noselao, Biga, Atulabaon, Leitimor, Tenetum, Gondia, Pailarurun, Manadan y Benaia. Costeamos luego otras dos -Lamatola y Tenetuno- a casi diez leguas de Sulach. Una isla encontramos de ciertas dimensiones, en la que hállanse arroz, cerdos, cabras, gallinas, cocos, caña de azúcar, sagu, un manjar que elaboran con higos (llámanlo chanali) y jácaras, que llaman nanga. Las jácaras se parecen a las sandías, pero con un exterior de nudosidades; dentro, guardan unos frutos rojos, minúsculos como albaricoques y, en lugar de huesos, unas pepitas como alubias, tiernas si se comen, no menos que las castañas. Hay otro fruto también que recuerda a las piñas, amarillo por fuera y por dentro blanco. Cortándolo, dijérasele un pero, pero es más tierno y mejor. A éste dicen comilicai. Tampoco se visten aquí como en Solach. Son gentiles y no tienen igual, nada. Está la isla en los 3 1/2 grados de latitud del Polo Ártico, y a setenta y cinco leguas de Maluco. Buru es su nombre. Diez leguas al Levante, surge otra isla, ancha también que confina con Jaialolo y pueblan moros y gentiles: los moros, al borde del mar; los gentiles en el interior (estos últimos comen carne humana). Prodúcese ahí todo lo que se mencionó; la nombran Ambon. Entre Buru y Ambon hay otros tres islotes, circundados de bajos difíciles: Vudia, Cailaruri y Benaia. Cerca de Buru, cuatro leguas al Sur, otra menor: Ambelau. A cerca de treinta y cinco leguas de aquella isla de Buru, a la cuarta del mediodía hacia garbino, encuéntrase Badan-Bandan, con otras doce. En seis, prodúcese la matia, así como la nuez moscada; éstos son sus nombres: Zoroboa -la mayor- Chelicel, Samianapi, Pulac, Pulurun y Rosoghin. Las otras seis son éstas: Unuveru, Pulan Baracan, Lailaca, Manuca, Man y Ment. En ellas no se encuentra nuez moscada, aunque sí sagu, arroz, cocos, higos y otros frutos; están muy vecinas la una de la otra. Los pueblos de acá son moros, y sin rey. Bandan está en los seis grados de latitud del Polo Antártico, y en los 163 1/2 grados de longitud de la línea de partición; no nos acercamos porque nos desviaba de ruta. Partiendo de aquella de Buru, a la cuarta de garbino hacia poniente, cerca de los ocho grados de longitud, alcanzamos tres islas: Zolot, Nocemamor y Galian, y al navegar entre ellas pasamos una borrasca feroz, que, de vencerla, peregrinaríamos a Nuestra Señora de la Guía. Adelantándonos al temporal, buscamos refugio en una isla muy alta, no sin destrozarnos antes la fatiga por los torrentes que se derramaban sobre tal monte, luego del empuje del mar. Son los hombres de allí selváticos y bestiales. Comen carne humana, nada poseen, van desnudos -con el taparrabos de los otros- cuando se disponen a combatir, revístense de trozos de piel de búfalo por el pecho, espalda y flancos, adornados de cuernecillos, dientes de cerdo y colas de pelleja de cabras, que cuelgan por todas partes. Llevan altísima la cabellera, gracias a ciertos peines largos, de caña, que crúzanla de parte a parte. Llevan barbas hirsutas, con hojarasca revuelta, y armadas en tiras de caña, lo que les da un aspecto ridículo. Y son, en fin, los más sucios de esta India. Sus arcos y flechas son de caña, y tienen ciertos sacos, hechos con hojas unidas, en los que sus mujeres transportan la comida y la bebida. Al divisarnos, acercáronse con los arcos prontos. Pero apenas les distribuimos cuatro obsequios, pasamos a ser sus amigos. Quince días gastamos allá, para reparar las bordas de nuestra nave. Se encuentran en la isla gallinas, cabras, cocos, cera (por una libra de hierro viejo nos dieron quince de cera) y pimientos largos y redondos. Esos pimientos largos se parecen a los gusanillos que en invierno les salen a las avellanas. Su árbol recuerda mucho a la hiedra, a imitación de la cual vive parasitariamente adherida a otro árbol, pero sus hojas son más como las de los morales. Llámase luli. El pimiento redondo nace igual, pero en espigas, a la manera que el pimentón de la India, y se desgrana. Lada se le nombra. En esta parte, los campos surgen llenos de tal pimiento, que se enreda al estilo de las parras. Nos apoderamos aquí de un hombre, para que nos condujese a alguna isla donde podernos avituallar. Ésta quedaba en los 8 1/2 grados del Polo Antártico, y a 169 2/3 de longitud de la línea de partición. Su nombre, Malua. Expliconos nuestro viejo piloto de Maluco que existe cerca de aquí una isla llamada Arucheto. Los hombres y mujeres de la cual no son más altos que un cubo, y tienen las orejas tan grandes como ellos mismos, pues en la una hacen su lecho, y con la otra se cubren. Van afeitados y desnudos del todo; corren mucho, tienen la voz muy fina, habitan en cavernas subterráneas y devoran peces y una sustancia que se oculta entre las cortezas y los troncos, que es blanca y redonda como confites, y la llaman ambulon. Por las fortísimas corrientes y los bajos no fuimos hasta allí. El sábado 25 de enero de 1522, salimos de la isla de Malua, y el domingo 26 llegamos a una mayor, a cinco leguas de aquella, entre mediodía y garbino. Bajé yo solo, para hablar con el jefe de una villa, llamada Amaba, y conseguir provisiones. Respondió que nos daría búfalos, cerdos y cabras, pero no conseguimos llegar a un acuerdo, pues pedía una infinidad de cosas por cada búfalo. Quedándonos a nosotros poquísimas, y apretándonos el hambre, retuvimos a bordo a un principal con su hijo. Eran de otra villa, Balibo, y por temor a que los matásemos, nos dieron sin demora seis búfalos, cinco cabras y dos cerdos. Mas, en vez de completar el número de diez cerdos y diez cabras exigido para rescate, otro búfalo aún. Con lo que le enviamos a tierra satisfechísimo, con tela, paños indios de seda y de algodón, hachas, navajas, tijeras, espejos y cuchillos. Aquel señor a quien fui yo a hablar tenía sólo mujeres a su servicio. Andan tan desnudas como las otras, y de las orejas les penden reducidos anillos de oro con flecos de seda; llevan en los brazos multitud de brazaletes de oro y de latón hasta el codo. Los hombres van como las mujeres, salvo que se atan al cuello varias cosas de oro, redondas como un tajo, y en las melenas peines de caña adornados con anillas de oro; alguno de ellos luce también aros de calabaza seca, colgándole en lugar de los pendientes de oro habituales. Encuéntrase aquí sándalo blanco -y sólo aquí- jengibre, búfalos, puercos, cabras, gallinas, arroz, higos, caña de azúcar, naranjas, limones, cera, almendras, alubias y otras cosas, además de papagayos de diverso color. En la otra parte de la isla habitan cuatro hermanos que son sus reyes. Donde atracamos nosotros había sólo algunos poblados dependientes de señores. Los nombres de las cuatro cortes de aquellos reyes son: Oibich, Lichsana, Suai y Cabazana. Oibich es la mayor; en Cabazana, según nos dijeran, hállase mucho oro en un monte, y compran las mercancías con pepitas de oro. Todo el sándalo y la cera que contratan los de Java y Malaca lo contratan en esta otra parte. Un junco de Luzón encontramos, venido por sándalo aquí. Estos pueblos son gentiles, y cuando van a cortar el sándalo (ese nombre mismo le dan ellos) se les aparece el demonio bajo diversas formas, y les dice que si necesitan algo se lo pidan entonces, con lo que se ponen enfermos para algunos días. El sándalo se corta en determinadas fases de la luna; de otra forma, no sería bueno. Las mercancías que interesan a cambio de él son: paño rojo, tela, hachas, hierro y clavos. La isla está habitada, y es muy larga de levante a poniente, aunque poco de mediodía a tramontana. Hállase en los diez grados de latitud del Polo Antártico, y en los 164 1/2 grados de longitud de la línea de partición, y se llama Timor. En todas las islas que cruzamos por este archipiélago reina el mal de San Iop, y más aquí que en los demás. Lo llaman for franchi, o sea, mal portugués. A una jornada de allá, entre poniente y mistral, nos dijeron que existe otro territorio donde nace la canela, llamado Ende. Su población es gentil y no los manda rey. Por el mismo camino aparece otra multitud de islas, una tras otra, hasta Java Mayor y el cabo de Malaca. Los nombres son éstos: Tanabutun, Crenochila, Bimacore, Arauaran, Main, Zumbava, Lamboch, Chorum y Java Mayor. Estos pueblos no la llaman Java, sino Giaoa. Las mayores villas de Java son éstas: Magepahor (su rey fue, en vida, el más poderoso de ese archipiélago, nombrado rajá Pathiunus), Sunda (extraordinariamente feraz en pimienta), Daha, Dama, Gaghiamada, Minutarangan, Cipara, Sidain, Tuban, Cressi, Cirubaia y Balli. Y frontera a Java Mayor, encuéntrase aún la isla de Madura, como a una media legua. Explicáronnos que, cuando alguno de los notables de Java Mayor muere, incendian su cuerpo; su mujer principal adórnase con guirnaldas de flores y se hace transportar, sobre un escaño adaptado a los hombros de cuatro servidores, por toda la villa. Y riendo y confortando a todos sus parientes, que lloran, les dice: "No lloréis, porque yo me marcho al crepúsculo a cenar con mi amado esposo, y a dormir junto a él esta noche." Luego, la transportan junto al fuego en que su marido arde, y, tras volverse hacia sus parientes confortándolos por segunda vez, arrójase sobre el cadáver e incrementa la pira. Si tal no hiciera, nadie la tendría por mujer de bien, ni por auténtica esposa del muerto. Igualmente nos informaron de que los mozos de Java, cuando se enamoran de alguna bella joven, átanse con hilo ciertas campanillas entre miembro y prepucio; acuden bajo las ventanas de su enamorada, y, haciendo acción de orinar y agitando el miembro, tintinean las tales campanillas hasta que las requeridas las oyen. Inmediatamente acuden al reclamo, y hacen su voluntad: siempre con las campanillas, porque a sus mujeres les causa gran placer escucharlas cómo les resuenan dentro de sí. Las campanillas van siempre cubiertas del todo, y cuanto más se las cubre, más suenan. Nuestro piloto más viejo nos dijo que hay una isla llamada Occoloro, bajo Java Mayor, donde sólo viven mujeres. Las fecunda el viento, y después, al parir, si lo que nace es macho, lo matan; si es hembra, la crían. Si desembarcan en aquella isla hombres, mátanlos también en cuanto les es posible. Nos refirió más tarde que, bajo Java Mayor, hacia la tramontana o por el golfo de China, a la que los antiguos denominaban Signo Magno, encuéntrase cierto árbol enorme, en el que se anidan pájaros por nombre garuda, tan grandes, que cargan con un búfalo y un elefante hasta él. Dicho lugar es Puzathaer; el árbol, cam pangaghi, su fruto, buapangaghi. Este es mayor que una sandía. Los moros de Burne que teníamos en las naves nos habían ya dicho que vieron tales frutos, pues su rey guardaba dos, regalo del de Siam. Ningún junco ni cualquier otra embarcación puede aproximarse al sitio del árbol, por los tremendos remolinos de agua que lo circundan; la primera noticia que del gigante se tuvo fue a través de un junco, que el viento sumió en los remolinos tales. Quedó destrozado, y muertos sus hombres todos, salvo un niño chico, que, agarrado a un tablón, por milagro fue a parar junto al increíble tronco. Trepando a él acurrucose, sin darse cuenta, bajo el ala de uno de aquellos pájaros. Al día siguiente, bajando el ave a tierra para secuestrar un búfalo, el niño se acomodó entre plumas lo mejor posible..., y por él se supo el lance. Con lo que los pueblos próximos diéronse cuenta de que eran del árbol los frutos que hallaban sobre el mar. Queda el cabo de Malaca en el grado 1 1/2 antártico. Al oriente de ese cabo y todo a lo largo de la costa, hállanse muchas ciudades y villas. Algunos nombres son éstos: Cingapola -en la punta-, Pahan, Calantá, Patani, Bradlun, Benam, Lagon, Cheregigaran, Tumbon, Práhan, Cuí, Brabri, Bangha, India (ésta es la ciudad donde habita el rey de Siam, que se llama Siri Zacabedera), Iandibun, Lanu y Langhon Pifa. Dichas ciudades están edificadas como las nuestras, y obedecen al rey de Siam. En ese reino de Siam, según nos dijeron, abundan por las riberas de los ríos ciertos pájaros grandes que no comerían jamás ningún animal muerto que quedase por allí, si antes no aparecía otro pájaro que le comiera el corazón. Después, ellos comen el resto. Después de Siam viene Camogia; llaman a su rey Saret Zacabedera. Y Chiempo; su rey, rajá Brahaun Maitri. En ese lugar crece el ruibarbo, que se descubre así: júntanse veinte o veinticinco hombres, y van al bosque; cuando la noche llega, encarámanse a los árboles: tanto para percibir el aroma del ruibarbo, como por temor a los leones, elefantes y otras fieras. El viento trae el olor de en qué parte el ruibarbo esté; así que, llegado el día, encamínanse allá y buscan hasta encontrarlo. El ruibarbo es un tronco grueso y podrido; a no estar podrido, no soltaría aquel olor. Lo interesante del ruibarbo es su raíz; nada, salvo ella, es ruibarbo. Y menos el tronco, que denominan calama. Después hállase Cochi. Su rey es el rajá Scribumni Pala. Y después, la Gran China. Es su rey el mayor del mundo; tiene por nombre Santoha rajá, y bajo su poder a sesenta reyes de corona, algunos de los cuales, a su vez, cuentan por súbditos a otros diez o quince monarcas. Su puerto es Guantan. Entre las numerosísimas ciudades hay dos más populosas: Namchin y Combatu. En la segunda reside el rey. Rodéanle cuatro jerarcas: uno, al poniente de su palacio; otro, al levante; otro, al Sur; otro, al Norte. Ninguno de ellos otorga audiencia sino a quienes proceden de su orientación. Todos los reyes y señores de la India Mayor y la Superior obedecen a este soberano, y, como signo de su vasallaje, cada uno tiene en el centro de su plaza un animal esculpido en mármol, más gallardo que el león, y al que dicen chinga. Este chinga es el sello de dicho rey de China, y todos los que pretenden ir allí convendrá que lleven el mencionado animal esculpido en un diente de elefante; de lo contrario, no conseguirán entrar en aquel puerto. Cuando algún señor desobedece a tal rey, hácenlo desollar, y secan la piel al sol luego de salarla. Más tarde, la rellenan con paja u otra cosa, poniéndola con la cabeza baja y las manos juntas encima, en un lugar de la plaza bien visible, de forma que todos la observen haciendo zonghu (reverencia). Este rey no se deja ver por nadie; y cuando él quiere ver a los suyos cruza el palacio en el interior de un pavo magistralmente construido, cosa riquísima, acompañado por seis de sus mujeres principales, vestidas como él, hasta que penetra en una serpiente que llaman nagha, rica como lo más que verse pueda, y la cual asoma sobre el patio principal del palacio. El rey y las mujeres entran ahí de prisa, para que a él no se le reconozca; ve a los suyos a través de un gran cristal que ocupa el pecho de la serpiente. Se los ve a él y a ellas, pero sin poder discernir cuál sea el soberano. El cual desposa a hermanas suyas, a fin de que la sangre real no se mezcle. Alrededor de su palacio hay siete cercos de muralla, y en cada uno de los espacios entre cerco y cerco, diez mil hombres, que montan su guardia hasta que, cuando una campana suena, vienen otros diez mil a relevarlos. Y así día y noche. Cada una de las siete murallas tiene una puerta. En la primera, aparece esculpido un hombre que empuña cierto arpón, o sea, satu horan con satu bagan; en la segunda, un perro (satu hain); en la tercera, un hombre con un mazo herrado; a quien dicen satu horan con pocum becin; en la cuarta, otro hombre arco en mano (satu horan con anac panan); en la quinta, un hombre con una lanza, o, como ellos, satu horan con tumach; en la sexta, un león, satu houman; en la séptima, dos elefantes blancos, esto es, dos gagia pute. En el palacio hay setenta y nueve salas, por las que sólo circulan las mujeres que sirven al rey. Hay siempre antorchas ardiendo. Un día se tarda en dar la vuelta al edificio. En lo más alto de él hay cuatro salas más, donde alguna vez suben los principales para hablar con su señor. Una está recubierta de metales, así por abajo como por arriba; otra, de plata; otra, por completo de oro; la última, de perlas y piedras preciosas. Cuando sus vasallos le entregan oro y otras riquezas como tributo, lo reparten por estas salas, diciendo: "Sirva esto para honor y gloria de nuestro rajá Santoha." Todas esas cosas, y más, de dicho rey nos las explicó un moro; él las había visto. La gente de China es blanca y vestida. Comen sobre mesas, como nosotros, y tienen cruces, aunque no sepamos por qué las tengan. En China se produce el musco: el animal de donde se extrae parécese en cuerpo a los gatos o las liebres, y se alimenta sólo de unos troncos dulces, delgados como el dedo, que llaman chamaru. Cuando quieren obtener el musco, aplican al gato una sanguijuela sin apartarla hasta el cabo de un tiempo: que esté bien llena de sangre. Después, la exprimen sobre un plato, poniendo la sangre al sol hasta cuatro o cinco días. Báñanla con orina, y tornan a dejarla otro tanto al sol. Así, se obtiene el musco perfecto. Todos los que poseen esa especie de animales deben tributar al rey por ellos. Aquellos pedacitos que se parecen bastante a los granos de musco son, en realidad, menudillos de cordero majados; el verdadero musco no es sino sangre, y, aunque lo veamos en pedacitos, éstos se deshacen pronto. A ese animal y al gato llámanlos castores; a la sanguijuela, lintra. Siguiendo después la costa de esa China, hállanse muchos pueblos, que son: los chienchii, que ocupan islas en las que se producen perlas y canela; los lechii, en tierra firme. Sobre el puerto de éstos atraviesa una montaña, así que es menester desarbolar todos los juncos y naves que pretendan acogerse allí. El rey Moni, de tierra firme también, tiene bajo su dominio a otros veinte reyes, siendo él, en cambio, tributario del de China. Su ciudad se llama Baranaci; ahí está el Catay oriental. En la isla de Han, alta y gélida, abunda el metal, plata, perlas y seda; su rey es el rajá Zotru. El de Mliianla, el rajá Chetisuqnuga. El de Gnio, el rajá Sudacali. Estos tres lugares son de tremendo frío y de tierra firme. Triaganba, Trianga son dos islas a las que vienen perlas, metal, plata y seda; su rajá, Rrom, Brassi-Bassa, en tierra firme. Después, Sumdit y Pradit, dos islas riquísimas en oro, y cuyos hombres llevan grandes aros de dicho metal en la parte baja de las piernas. Más allá de éstos, y siempre en tierra firme, pueblan las montañas tribus, en las que los hijos matan a su padre y a su madre cuando envejecen, para evitar que se fatiguen. Todos los pueblos de esta parte son gentiles. En las últimas horas de la noche del martes 11 de febrero de 1522, partiendo de la isla de Timor, nos adentramos en el océano -el Lant Chidol, para los de aquellas tierras-, y, con enfilar entre garbino y poniente, dejamos a mano derecha, hacia la tramontana (y por miedo al rey de Portugal), la isla Zamatra, que llamaron Taprobana en otro tiempo, Pegú, Bengala, Uriza, Chelin -en la que viven los malabares, bajo el rey de Narsingha-; Calicut, bajo el mismo rey; Cambaia... Ésta comprende a Guzerati, Cananor, Goa, Ormus y toda la otra costa de la India Mayor. Cuya India Mayor la integran seis castas de hombres: naires, panicalos, iranaos, pangelinos, macuaos y poleaos. Los naires son la casta dominante; los panicalos, los ciudadanos (esas dos castas conversan entre sí); los iranaos recolectan el vino de palma y los higos; los pagelinos son los marineros, y los macuaos los pescadores. Los poleaos, por último, siembran y recogen el arroz; viven perennemente en el campo, sin pisar ciudad alguna..., y, cuando se les da algo, lo ponen sobre la tierra antes de recogerlo. Siguen las calles sin olvidarse de gritar: "¡Po! ¡Po! ¡Po!"; o sea, "¡Guardaos de mí!". Ocurrió, según me refirieron, que un nair fue casualmente rozado por un poleao, e inmediatamente el nair se hizo dar muerte para no seguir viviendo en deshonor. Antes de doblar el cabo de Buena Esperanza, permanecimos nueve semanas frente a él, arriadas las velas, por el viento occidental y mistral en la proa, y tempestades pavorosas; cabo que ocupa los 34 1/2 grados, y a 1.600 leguas del de Malaca. Es el mayor y más peligroso del mundo. Algunos de entre los nuestros -así enfermos, como sanos-, querían refugiarse en una factoría portuguesa por nombre Monzambich: por la nave, que hacía mucha agua; por el intenso frío; y, especialmente, por no tener qué llevarnos a la boca, salvo agua y arroz, ya que la carne que traíamos, por no haber dispuesto de sal, estaba enteramente putrefacta. Pero algunos de los otros, con más avaricia de su honor que de la propia vida, determinaron, vivos o muertos, encaminarse a España. Por fin, con la ayuda de Dios, el 6 de mayo doblamos el cabo aquel manteniéndonos a unas sus cinco leguas. O nos acercábamos tanto, o no lo habríamos pasado nunca. Navegamos después al mistral, sin repostar los víveres durante dos infinitos meses. En ese plazo murieron veintiún hombres. Cuando echábamos el cadáver al mar, los cristianos se sumergían siempre con el rostro arriba; los indios, con el rostro hacia abajo. Si Dios no nos enviaba buen tiempo, íbamos todos a morir de hambre. Por fin, a impulsos de irresistible necesidad, nos aproximamos a las Islas de Cabo Verde. El miércoles 9 de julio dimos en una de las tales, la que nominan San Jacobo, y en seguida largamos la falúa a tierra, para avituallar. Con esta invención: decir a los portugueses que se nos había roto el trinquete bajo la línea equinoccial (callándonos que fue tan cerca del cabo de Buena Esperanza), y que, mientras reparábamos, nuestro capitán general, con las otras dos naves, había regresado a España. Reiteramos a los de la falúa que, una vez en tierra, preguntaran en qué día estábamos; dijéronles los portugueses que jueves para ellos, y se maravillaron mucho, pues para nuestras cuentas era miércoles sólo y no podían hacerse a la idea de que hubiésemos errado. Yo mismo había escrito cada día sin interrupción, por no haberme faltado la salud. Pero, como después nos fue advertido, no hubo error, sino que, habiendo efectuado el viaje todo rumbo a occidente, y regresando al lugar de partida (como hace el sol, con exactitud), nos llevaba el sol veinticuatro horas de adelanto, como claramente se ve. Habiendo regresado la falúa a tierra por más arroz, detuviéronnos a trece hombres y aquélla también, porque uno de ellos, según más tarde -ya en España- supimos, contó a los portugueses que nuestro capitán había muerto, igual que otros, y que no íbamos a España. Temiendo que enviasen carabelas a detenernos, igual, a nosotros, huimos rápidamente. El sábado 6 de septiembre de 1522, entramos en la bahía de Sanlúcar; no éramos ya más que dieciocho, la mayor parte enfermos. El resto de los sesenta que partimos de Maluco... quién murió de hambre, quién evadiose en la isla de Timor, quiénes fueron ejecutados por sus delitos. Desde que abandonamos esta bahía hasta la jornada presente, habíamos recorrido más de 14.460 leguas, y logrado la circunvalación del mundo, de levante a poniente. El lunes 8 de septiembre, echamos el ancla junto al muelle de Sevilla y descargamos la artillería completa. El martes, todos, en camisa y descalzos, fuimos -sosteniendo cada uno su antorcha- a visitar el lugar de Santa María de la Victoria y de Santa María de la Antigua. Partiendo de Sevilla, pasé a Valladolid, donde presenté a la sacra Majestad de Don Carlos no oro ni plata, sino cosas para obtener mucho aprecio de tamaño señor. Entre las otras, le di un libro, escrito por mi mano, con todas las cosas pasadas, día a día, en nuestro viaje. Fuime de allá lo mejor que pude, pasando a Portugal por explicar al rey Don Juan cuanto viera. Regresando por España, vine a Francia; e hice don de algunas cosas del otro hemisferio a la madre del cristianísimo Don Francisco, madama la regente. Al cabo, regresé a esta Italia, donde me di a mí mismo -así como éstas mis pocas fatigas- al Ínclito e Ilustrísimo Señor Felipe Villers Lisleadam, dignísimo Gran Maestre de Rodas. El Caballero Antonio Pigafetta
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Relación verdadera de todo lo que sucedió en la JORNADA DE OMAGUA y DORADO que el gobernador Pedro de Orsúa fue a descubrir por poderes y comisiones que le dio el visorey Marqués de Cañete, desde el Pirú, por un río que llaman de Amazonas, que por otro nombre se dice el río Marañón, el cual tiene su nascimiento en el Pirú, y entra en el mar cerca del Brasil. Trátase asimismo del alzamiento de don Fernando de Guzmán y Lope de Aguirre, y de las crueldades de estos perversos tiranos. Fue el gobernador Pedro de Orsúa, de nación navarro; era caballero, y Señor de la Casa de Orsúa hombre de gran habilidad y experiencia en los descubrimientos y entradas de indios. Descubrió y pobló en el Nuevo Reino de Granada la ciudad de Pamplona; anduvo en la conquista de los Musços y los pobló; y anduvo por Capitán en la jornada de Tairona y en otras partes del dicho Nuevo Reino. Y en el Nombre de Dios y Panamá, le encargó el marqués de Cañete la guerra contra los negros cimarrones, que hacían gran daño en aquella tierra; la cual hizo con tan buena maña y solicitud, que destruyó, prendió y mató muchos de los indios negros, y a los demás dejó tan escarmentados y medrosos, que por muchos días no osaron hacer más daño; y acabada esta guerra, pasó al Pirú en fin del año de mil y quinientos y cincuenta y ocho años; y habiendo entendido el dicho marqués de Cañete su valor y habilidad, le encargó la jornada del Dorado, con otras muchas provincias y tierras comarcanas, de que se tenía gran noticia en los reinos del Pirú, así por las grandes cosas que dijo haber visto el capitán Orellana y los que con él vinieron desde el Pirú por este río del Marañón abajo, donde decían que estaban las dichas provincias, como por lo que dijeron ciertos indios brasiles, que desde su tierra subieron por este Río arriba, descubriendo y conquistando, hasta que llegaron al Pirú, al tiempo que estaba en él el presidente Gasca. Dieron por relación estos indios brasiles que salieron de sus tierras, que son en la costa del Brasil, más de diez o doce mil dellos, en muchas canoas, con sus mujeres y hijos, y con ellos dos españoles portugueses, y el uno decían que se llamaba Matheo, a buscar mejor tierra que la suya; y según lo que yo más creo, a hartar sus malditos vientres de carne humana, la cual todos ellos comen, y se pierden por ella. Tardaron en subir al Pirú por este dicho Río más de diez años; y de los doce mil indios, solamente llegaron hasta trescientos, con algunas mujeres, y vinieron a dar a un pueblo que se dice Chachapoyas y ansí, se quedaron entre los españoles. Murieron en el dicho Río en guerras y guazavaras que con los naturales dél tuvieron estos indios. Decían tan grandes cosas del Río y de las provincias a él comarcanas, y especialmente de la provincia de Omagua, ansí de la gran muchedumbre de naturales, como de innumerables riquezas (que), pusieron deseo a muchas personas de las ver y descubrir. Pues destas Provincias y Río, el marqués de Cañete, visorey del Pirú, hizo Gobernador a Pedro de Ursúa, en nombre de Su Majestad, con muy bastantes poderes y provisiones, y cumplidísimos límites, y con grande ayuda de costa de la caja de Su Majestad. Principio del año de mil y quinientos y cincuenta y nueve, publicó el gobernador Pedro de Orsúa sus provisiones por todo el Pirú y otras partes, y luego se partió el mismo Pedro de Orsúa de la ciudad de Lima hasta veinte y cinco hombres, los más oficiales de hacer navíos, y con doce negros carpinteros y aserradores; y llevando asimismo muchas herramientas necesarias, clavazón y brea y otras que competen para nacer navíos; y con este aparejo fue a la provincia de los Motilones, que es en las montañas del Pirú, a un río grande que por allí pasa, donde habían salido los indios brasiles que habemos dicho, y buscando el asiento más cómodo, fundó un astillero en la barranca deste río, veinte leguas abajo, en un pueblo de españoles que estaba poblado en la dicha provincia, llamado Santa Cruz de Capocovar, que había un año que le había poblado un capitán, Pedro Ramiro; y dejando a un Capitán por su Teniente en el armada, que era el dicho Pedro Ramiro, y a un Maese, Juan Corso, por Maese mayor, les mandó que hiciesen ciertas barcas y navíos, y él se tornó a la ciudad de Lima a hacer gente y buscar lo que le faltaba para el aviamiento de su jornada. Esta provincia de los Motilones se llama así porque sólo estos indios se han hallado tresquilados en todo el Pirú. Esta tierra es muy fértil, en especial de maíz y algodón, y los indios andan vestidos de costales. Este río que por ella pasa es muy caudal y poderoso, sin comparación mayor que los ríos de España; nasce en el Pirú en la provincia de Guanuco; es caudal casi desde sus nascimientos, pero es innavegable por más de trescientas leguas, porque pasa por tierra áspera y de grandes sierras y peñascos, de que se causan grandes saltos y velocísimas corrientes en esta provincia de los Motilones. Subieron por este río los indios brasiles, y desde aquí se fueron por tierra al pueblo de Chachapoyas, por donde tuvieron noticia íbanse a favorescer entre los españoles, viéndose ya los indios pocos. Partido el gobernador Pedro de Orsúa de su astillero para la ciudad de Lima, para acabar de aderezar su jornada, por la poca posibilidad que tenía, en especial de dineros, y por lo mucho que le faltaba, se detuvo por allí casi año y medio, y estuvo en un punto de deshacerse la jornada, porque a esta sazón vino nueva de España que Su Majestad había nuevamente proveído por visorey del Pirú a D. Diego de Acebedo, con la cual nueva el marqués de Cañete no le hacía ni osaba hacer tantas mercedes y favores como al principio; y los Oidores y vecinos del Pirú decían que no convenía que se hiciese junta de gente en tal tiempo; y estando en estos términos, vino otra nueva que D. Diego de Acebedo se había muerto en Sevilla, viniendo del Pirú, y con esto el Marqués le tornó de nuevo a favorecer más que de antes, aunque no fue sin alguna sospecha de la gente del Pirú, porque se dijo públicamente que el marqués de Cañete, teniendo recelo de la cuenta que le venían a tomar, y que también enojado y afrentado porque Su Majestad le removía el cargo, quería, en achaque de la jornada, juntar gente para se alzar con el Pirú contra Su Majestad, y tener a Pedro de Orsúa, que era hechura suya, por su Capitán y valedor, para que, acabada de juntar la gente, revolviese sobre el Pirú; lo cual fue mentira e invención de hombres malos y deseosos de motines. Todo este tiempo anduvo Pedro de Orsúa por el Pirú sin volver a su astillero, buscando gente y dineros para se acabar de aviar; y entre algunas personas le prestaron unos a mil y otros a dos mil pesos, y otros más y menos, con algunas deudas y falta de cosas necesarias que le daban pena; y echando cada día gente por delante, y despachando negocios, a cabo de año y medio, o poco menos, vino a un pueblo que llaman Moyo Bamba, y había allí un clérigo, llamado Portillo, que era cura y vicario; el cual pueblo de Moyo Bamba está cerca de su astillero. Este Clérigo estaba rico, y tratando y conversando con Pedro de Orsúa, según se entendió, le dijo que se hiciese de suerte que él fuese cura y vicario de la dicha jornada, y que él le prestaría dos mil pesos, y el Gobernador le prometió lo que pedía; y teniendo por cierto los dos mil pesos, envió a comprar algunas cosas, y al tiempo de pagarlas el Clérigo se arrepintió de lo que había dicho primero a Pedro de Orsúa y no quiso dar los dineros; y visto por el Gobernador, movido de extrema necesidad, buscó manera cómo se los sacase, y entre él y ciertos soldados suyos concertaron lo que diré. Estaba un D. Juan de Vargas, soldado del dicho Gobernador, a quien después hizo su Teniente general, herido de una o dos cuchilladas y retraído en la iglesia de dicho pueblo, el cual, con D. Fernando de Guzmán y con Juan Alonso de la Bandera y un Pero Alonso Casco, y otro Pedro de Miranda, mulato, por concierto hecho con el Gobernador, el Pedro de Miranda, una noche muy oscura, a media noche, desnudo, en camisa, fue en casa del dicho Clérigo, y llamando a la puerta a muy gran priesa con grandes golpes, fingiendo alteración, le dijo que el D. Juan de Vargas se estaba muriendo, que le rogaba por amor de Dios que le fuese a confesar; y el Clérigo le creyó y salió de su casa medio desnudo a mucha priesa, y llegando a la iglesia, que está fuera de la conversación de las casas del pueblo, los soldados arriba dichos, con arcabuces y las mechas encendidas, le tomaron en medio dentro de la iglesia y con temor que le matasen, le hicieron firmar un libramiento de dos mil pesos, que ellos traían hecho, para un mercader en cuyo poder el Clérigo tenía los dineros, y ansí desnudo como estaba, sin le dejar volver a su casa ni hablar con nadie, lo hicieron subir en un caballo, y aquella noche, contra su voluntad, lo llevaron a los Motilones y allí le hicieron dar lo demás todo que le quedaba, que serían otros tres mil pesos. Había, según fama, hurtado este Clérigo estos dineros a sí propio y a su comer y vestir, tratando mal y laceradamente su persona por los ahorrar; y así, permitió Dios se perdiesen los dineros, y el Clérigo murió en la jornada laceradamente, y todos los que hicieron la fuerza murieron a cuchillo, sin que ninguno saliese vivo de la jornada. Esto hecho, el Gobernador y sus amigos echaron fama que el Clérigo había querido parescer forzado, sin serlo, porque no le tuviese a mal su Perlado haber dejado el cargo sin su licencia, y el pueblo sin sacerdote. Partió el Gobernador de Moyo Bamba para el pueblo de Santa Cruz, que es en los Motilones, y, llegado allá, mientras se aderezaba la partida, porque había mucha gente y en el dicho pueblo no se podían sustentar todos, determinó de enviar cuarenta o cincuenta hombres a comer, y a que se entretuviesen en unos pueblos de indios de los dichos Motilones, que llaman los Tabalocos, y con esta gente dos caudillos, el uno llamado Diego de Frías, criado del visorey del Pirú, y muy su privado, a quien enviaba por tesorero de la jornada, y otro se decía Francisco Díaz de Arles, de la tierra, y muy grande amigo del Gobernador; y mandó al capitán Pedro Ramiro, su Teniente y Corregidor del dicho pueblo de Santa Cruz, que, como hombre práctico en la tierra y a quien los indios tenían temor y respeto, fuese con ellos, y dándoles la orden de lo que habían de hacer, los dejase en los dichos pueblos; y desto se corrieron mucho los dichos caudillos, de ser mandados por el Pedro Ramiro; y por envidias de que Pedro de Orsúa, su Teniente, y así viendo esto, los dos dichos caudillos se volvieron solos, dejando al Pedro Ramiro con la gente en el camino; y encontraron dos soldados amigos suyos, el uno llamado Grixota, y el otro Fulano Martín, a los cuales dijeron que se volvían, entendiendo que el Teniente iba alzado con la gente y que quería meterse la tierra adentro a poblar una provincia de que tenía noticia, y que harían servicio al Rey y al Gobernador en procurar prenderle; y que si ellos ayudaban, que volverían a procurar de prender al dicho Pedro Ramiro; los cuales dos soldados, inducidos por los dichos caudillos y dando crédito a lo que decían, se profirieron y prometieron de les ayudar; y dando vuelta todos cuatro para donde estaba dicho Capitán con la gente, hallaron el aparejo conforme a su dañada voluntad, que el Pedro Ramiro estaba solo a la barranca de un río grande, y toda la gente de la otra parte, que habían pasado el río dos a dos y tres a tres, en una canoa pequeña, y el Pedro Ramiro se había quedado a la postre con sólo un mozo, y estaba esperando que la canoa volviese para pasar a la otra banda con la gente; y a este tiempo llegaron los dichos todos cuatro un rato, y se sentaron todos en buena conversación, asegurándolo con palabras a la orilla del río, y desde a poco rato se abrazaron con él todos cuatro, y, sin dejarle menear, le tomaron las armas; y el Diego de Frías mandó a un negro suyo, que venía con ellos, que le diese garrote, y así le ahogaron y le cortaron la cabeza; y venida la canoa se pasaron a la otra banda y se pusieron en arma con la gente, haciéndoles entender que el gobernador Pedro de Orsúa se lo había mandado que matasen a Pedro Ramiro porque se quería alzar con la gente; y el Gobernador fue luego avisado deste suceso por el mozo que digimos que estaba con el dicho Pedro Ramiro, y también los dichos soldados enviaron un amigo suyo por mensajero al Gobernador para que supiese lo que pasaba, y enviáronle a decir que tenían preso a Pedro Ramiro porque iba alzado con la gente; pero el Gobernador, como ya sabía la verdad por el dicho mozo, sacó también al mensajero lo que había, y sabiendo dél que los dichos estaban puestos en armas, con gran brevedad se partió solo para donde estaban, y, aguardándolos, con mañas los prendió a todos cuatro, y de allí los llevó al pueblo de Santa Cruz, adonde, guardándoles todos sus términos, los sentenció a muerte, forzando harto su voluntad por guardar justicia, y sin les admitir apelación les hizo cortar las cabezas a todos cuatro. Fue éste un negocio con que el Gobernador se acabó de acreditar con el Visorey y los Oidores y vecinos de todo el Pirú, y, sabiendo este suceso en todo el Pirú los que tenían sospecha todos que el Gobernador se quería alzar, como se ha tratado, la perdieron y se aseguraron con esto. Hobo pronósticos de algunos que dijeron que la dicha jornada no acabaría con bien, pues empezaba con sangre. Después deste suceso vinieron a los Motilones a se juntar con el gobernador Pedro de Orsúa cuarenta hombres, a los cuales un Gobernador, Juan de Salinas, que pretendía hacer esta misma jornada, había dejado en cierta provincia, y que allí le aguardasen, que iba por más gente y socorro; y sabido por ellos que el gobernador Pedro de Orsúa hacía esta jornada, y no Juan de Salinas, le vinieron a buscar de muy lejos por este río de los Motilones arriba, hasta que toparon su astillero, y con ellos y con los vecinos del pueblo de Santa Cruz, que se despobló, todos se fueron a esta jornada. Juntó el gobernador Pedro de Orsúa trescientos hombres bien aderezados de todo lo necesario, con otros tantos caballos y algunos negros, y otro mucho servicio, y cien arcabuces y cuarenta ballestas y mucha munición de pólvora y plomo, salitre y azufre. En este tiempo vino a los Motilones una Doña Inés, moza y muy hermosa, la cual era amiga del Gobernador, para se ir con él a la jornada, bien contra la opinión de los amigos del Gobernador, que se lo estorbaban, y la trujo contra la voluntad de todos, de lo cual pesó a la mayor parte del campo; lo uno por el mal ejemplo; lo otro, porque de semejantes cosas siempre en las guerras donde van tantas diferencias de gentes, hay escándalos y alborotos, y sobre todo descuido en el buen gobierno del campo, que, cierto, fue causa principal de la muerte del Gobernador y nuestra total destruición. En el entretanto que el gobernador Pedro de Orsúa anduvo por el Pirú buscando gente y aderezando lo que le faltaba para el aviamiento de su jornada, la gente de la mar y oficiales que habemos dicho que dejó en el astillero hicieron once navíos grandes y pequeños, y entre ellos había un género de barcas muy anchas y planudas, que llaman chatas, que en cada una destas cabían a treinta y a cuarenta caballos y en las proas y popas mucho hato y gente. Todos estos navíos, por lo mucho que digo que el Gobernador se detuvo, y por la ruin maña que se dieron los oficiales y los que allí quedaron, o que la tierra es muy lluviosa, se pudrieron de suerte que al echarlos al río se quebraron los más dellos, que solamente quedaron dos bergantines y tres chatas, y éstos tan mal acondicionados, que al tiempo que los comenzaban a cargar, se abrían y quebraban todos dentro del agua, de manera que no las osaron echar casi carga, y en una sola chata, la más recia, se pudieron llevar hasta veinte y siete caballos, y todos los demás, que fueron muchos, se quedaron en una montaña perdidos. Llegado el Gobernador a su astillero, porque allí no había comida, y lo que se podía traer del pueblo de Santa Cruz y provincia de los Motilones era poco, porque con mucha gente estaba muy disipado, determinó, tres meses antes de su partida, de enviar un Capitán suyo, llamado D. Juan de Vargas, con cien hombres en un bergantín, y ciertas canoas y balsas a un río llamado Cocama, que se junta con este otro de los Motilones, el cual había descubierto el Gobernador Juan de Salinas, y sabía que había en él mucha gente y comida, y le mandó que, subiendo por el río hasta la poblazón, trayendo la más comida y canoas que pudiese, le aguardase a la boca deste río, porque había noticia de gran despoblado, y para que estos cien hombres que se adelantaban pudiesen llevar comida, que no la tenían, envió delante del dicho D. Juan los treinta dellos en balsas, y una canoa grande con un caudillo amigo y paniaguado suyo, llamado García de Arce, a una provincia llamada los Caperuzos, porque los indios de aquella tierra traen en las cabezas una manera de bonetes, que estará veinte leguas del dicho astillero, a que en esta provincia buscase la comida, y con la que hallase acudiese al dicho don Juan; el cual dicho García de Arce, no hallando comida en aquella provincia, o como otros quieren decir, por no ir con el dicho Capitán y hacer cabeza de su juego, sin esperar en la dicha provincia ni en la boca del río de Cocama, se echó el río abajo con los dichos treinta hombres, y pasaron más de trescientas leguas de despoblado hasta llegar a una isla poblada, que de su nombre llamamos la Isla de García, de la cual y de su suceso diremos adelante. Partió el dicho D. Juan de Vargas con el restante de la gente, que fueron setenta hombres, principio de Julio de mil y quinientos sesenta años; y no hallando a García de Arce en los Caperuzos, pasó hasta llegar al dicho río de Cocama; y dejando alguna de la gente que llevaba en la boca del río en guarda del bergantín, y con ellos por su caudillo a un Gonzalo Duarte, tomando la gente más recia en algunas canoas que llevaba, subieron por el río arriba veinte y dos jornadas, y al cabo de las cuales toparon la poblazón y hallaron mucha comida, en especial maíz; y tomando muchas canoas que halló y algunos indios para servicio, cargando todas las canoas de maíz, se volvió a la boca del río donde había dejado muy fatigados de hambre a los que se habían quedado en el bergantín, y halló de los que se habían quedado, muertos tres hombres españoles y muchas piezas, y con su venida se remediaron todos; y allí esperó al Gobernador, el cual quedó con el restante de la gente en los Motilones, y recogiéndola a los Motilones y de allí al astillero, y detúvose más de lo que pensó por causa de las barcas que se quebraron y hubiéronse de hacer gran cantidad de balsas y una canoa grande; y, con tres chatas que habían quedado y un bergantín, nos echamos en el río abajo, harto descontentos por dejar los caballos y mucha ropa y ganados, y otras cosas que por falta de barcos no se pudieron llevar, y con harto riesgo de nuestras vidas, porque el río es poderosísimo y los navíos que llevábamos eran quebrados y podridos, y también al tiempo de la partida hobo algunos motines, dejando aparte que se quisieron volver al Pirú; y entendiéndolo el Gobernador, prendió algunos, y con otro disimulo y sin que nadie se le huyese, se embarcó a los veinte y seis de Septiembre del año de mil y quinientos y sesenta. Embarcado el dicho Gobernador con su gente el mismo día, se echó río abajo y comenzó a navegar, y, pasando un raudal grande en unos remansos que estaban un cuarto de legua de su astillero, pasó aquel día para embarcar los caballos, y otro día por la mañana se partió; y pasando otros caudales y remolinos este día, dejó atrás todas las sierras y cordilleras del Pirú, y se empezó a meter en la tierra llana, que dura casi hasta la mar del Norte. Otro día, por la mañana, dio el bergantín que llevábamos en un bajo y del golpe se le saltó un pedazo de quilla, y el Gobernador lo vido quedar en seco y no se detuvo a lo socorrer, antes caminó con el restante de la armada hasta que llegó a los Caperuzos, donde había enviado delante con cierta gente y canoas a un Lorenzo de Calduendo, para que allí buscase alguna comida, porque iba la armada con gran necesidad; y repartiendo la que allí hubo, que tenía el dicho Lorenzo de Calduendo, que fue bien poca, esperó al bergantín, que los que en él venían se dieron buena maña, que tapando el agujero con mantas, en dos días, con harto trabajo, se juntaron con su Gobernador. Allí se detuvo el armada otros dos días adobando el bergantín, y adobado, le enviaron delante, a la lijera, con gente, por caudillo un Pedro Alonso Galeas, a la boca de Cocama, a avisar a D. Juan de Vargas de nuestra venida, porque con la mucha tardanza que habíamos hecho, el dicho D. Juan y los que estaban con él no hiciesen alguna cosa, paresciéndoles que ya nosotros no iríamos, como en efecto lo pensaron, y aún había muchos dellos que se querían ir y no aguardar; y sobre esto hubo algunos medio amotinados. Partidos de esa provincia de los Caperuzos, fuimos sin ningún contraste desembarcando y durmiendo en tierra hasta llegar a la punta de un río que se junta con este otro de los Motilones, que entra sobre mano izquierda, que llamamos el río Bracamoros, porque pasa en Pirú por una provincia de este nombre. Es, al parecer, mayor que dos veces el que traíamos. Júntase ciento y veinte leguas del astillero. Nace este río del Pirú, en la misma provincia de Guanuco, y viene cerca del nacimiento deste otro río de los Motilones. Pasa este río por Guanuco el viejo, y de allí se va haciendo cada vez mayor por entre Caxamarca y Chachapoyas, y de ahí a los Bracamoros. Júntase aquí, que serán más de trescientas leguas de su nacimiento, y en las juntas deste río se detuvo el Gobernador dos días, y envió por él arriba en canoas gente a buscar poblazón, y no se halló; y partidos de allí de las juntas destos ríos, sin acaecerles cosa que de contar sea, llegamos sobre las juntas del otro que viene a la mano derecha, que se llama de Cocama, que es el nombre desta provincia, que está el río arriba del río por donde subió D. Juan de Vargas y llegó a Cocama, y estarán las juntas destos ríos ochenta leguas de los Bracamoros; y en la boca deste río de Cocama hallamos a don Juan de Vargas, que habemos dicho que vino delante con los setenta hombres a buscar comida, donde habían estado dos meses esperando al Gobernador; y en este tiempo se comió la gente que allí estaba la mayor parte de la comida que habían traído de arriba de la provincia de Cocama, y urdieron algunos vecinos ciertos motivos contra el don Juan: unos decían que lo querían matar; otros que no, sino dejarle allí, y salirse y irse al Pirú: que fuese lo uno o lo otro, con la venida del Gobernador cesó todo, y la gente unos con otros se alegraron y regocijaron, aunque no sin algún pesar de no saber de García de Arce, que digimos que se había ido del río abajo con los treinta hombres. Aquí se repartió la comida que allí había; a unos cupo mucho, a otros poco, como por la mayor parte suele acaescer en semejantes repartimientos. Este río de Cocama es muy caudal y poderoso; es poco menor que el que llamamos de Bracamoros, y mayor que el de los Motilones. Es muy fértil de pescados de diferentes géneros, y tortugas, y en las playas hay muchos huevos de las tortugas, y en las mismas playas se toman gran cantidad de pájaros del tamaño de palominos, que son muy gordos y sabrosos. Nasce este río de los reinos del Pirú: cuáles son sus nacimientos hay diversas opiniones; porque unos dicen que será Apurima y Auanca, y con los ríos de Vilcos y Xauxas, y otros muchos que con éstos se juntan; y mi opinión y de otros es que será un río grande que nasce a las espaldas de Chinchacocha, y en la misma provincia de Guanuco, que pasa por los asientos y pueblos que llaman Paucartambo y Guacambamba juntándose con los ríos que salen de Tamara y con otros muchos que salen de los montes de aquellas comarcas, y con los que vido y pasó el gobernador Gómez Arias en lo que dicen de Ruparupa, porque estos ríos que digo, bastarán a hacer este río de Cocama y aún otro más poderoso, y si fuera a Porima y a Vancay, con los demás arriba dichos, que forzosamente se han de juntar todos en este río de Cocama, no hay otro ninguno que entre de los Motilones que se pueda pensar que sea de los ríos de Ruparupa juntos, por si fuera muy más poderoso, sin comparación, de lo que es, y aún mayor que todos juntos esotros, a parescer mío. Juntos estos tres ríos tan poderosos con otros muchos pequeños y arroyos y esteros que no cuento, hacen de aquí para abajo uno tan grande, que no puedo creer haber otro en el mundo semejante. Extiéndese y hácense muchos brazos. Hay en él de verano grandes playas en que se hallan de verano muchos huevos de tortugas y ycoteas, y lagartos y pájaros de los arriba dichos, que al tiempo que son nuevos se toman a manos. En la junta deste río de Cocama se detuvo el Gobernador ocho días con toda el armada. Aquí se reformó algo la gente, que venía fatigada de hambre con poca comida que allí se les repartió. Quedáronse aquí muchas balsas de las que traíamos de arriba, porque no caminaban tanto como los barcos, y los que las traían tomaron allí muchas canoas de las que allí tenía D. Juan de Vargas, de las que había traído de Cocama. Partió el armada de la boca de este río, y al salir della se quebró y anegó el bergantín con que había venido delante don Juan de Vargas, y apenas dio lugar a la gente que venía dentro para tomar tierra, y a gran fuerza de los remos la tomaron, y volvieron muchas canoas que iban delante, y en ellas se embarcaron la gente y el hato del bergantín, y él quedó allí anegado y hecho pedazos. Desde aquí caminó el armada cinco o seis días por el río abajo, siempre por los brazos de la mano derecha, parando todos los días a hora de vísperas, o poco más tarde, y la gente saltaba en tierra a pescar y mariscar, y guisar de comer y dormir, los que querían. A cabo deste tiempo, un día, a medio día, dimos de repente sobre unos indios que estaban pescando en una playa despoblada, con sus canoas, y tenían tomadas más de cien tortugas y allegados muchos huevos dellas, y desque nos vieron, huyeron por el río con sus canoas, y dejáronnos la presa. Aquí paró el armada y repartieron las tortugas y huevos entre todos. Partidos desta playa, hallamos otro río grande, al tamaño, al parecer, del de los Motilones, y no mayor; viene de la mano izquierda. Creyose que era este río el de la Canela, por do vino el capitán Orellana, que nasce del Pirú de las espaldas de Quito de los Guijos. Desde a dos o tres días que partimos de la junta de este río, dimos en una isla poblada de indios, que fue la primera poblazón, que en todo el río topamos desde los Caperuzos, que había más de trescientas leguas, todas despobladas. Aquí hallamos a García de Arce, que habemos dicho que se echó el río abajo con los treinta hombres antes que D. Juan de Vargas; los cuales pasaron gran necesidad por el despoblado, tanto, que pensaron perescer de hambre, y su principal mantenimiento fue lagartos del agua, que el dicho García de Arce mataba con el arcabuz, que era maravilloso arcabucero. Perdieron dos hombres en el camino, que salieron a buscar comida juntos, y nunca más los vieron. Creyose que se perdieron con la aspereza de la montaña, y no supieron atinar a volver donde habían salido; finalmente, nunca se supo qué se hicieron. Hallamos al dicho García de Arce con sus compañeros, fechos fuertes con un palenque que habían hecho delante de la puerta de los bohíos, por temor de los indios que cada día les venían a dar guerra, que si no fuera por el dicho García de Arce, que con el arcabuz hacía gran daño en ellos, hobieran muerto. Averiguose por cierto que en una guazavara que los indios les dieron, que los tenían en gran estrecho, el García de Arce se echó en su arcabuz dos pelotas, asido de una a otra un hilo de alambre, y de aquel tiro, de seis indios que venían en una canoa, mató los cinco de sólo aquel tiro, y hizo otros muchos y maravillosos tiros, con que libró así y a sus compañeros. Estaban con tanto temor de los indios, que viniendo un día de paz ellos, pensando que era cautela y que los venían a matar, para atemorizar a los demás, mataron dentro de un bohío más de cuarenta dellos a estocadas y puñaladas, por consejo y mandado del dicho García de Arce, según se dijo. A esta isla llamamos la Isla de García, porque en ella hallamos a García de Arce. Estará más de cien leguas de la boca de Cocama, cerca del río que nosotros pensamos que sería el de la Canela: había en ella dos pueblos, cada uno de treinta casas o más. Los indios desta isla son bien agestados y dispuestos; andan vestidos de camisetas de pincel labradas; las casas son cuadradas y grandes; sus armas son una manera de varas con puntas de palmas, del tamaño de dardos de Vizcaya, tiradas con una manera de avient, de palo, que las hay en la mayor parte de las Indias, y las llaman tiraderas de estólica. Al cacique desta isla le llaman los indios en su lengua el Pappa. Aquí empezamos a hallar mosquitos zancudos, aunque pocos. La comida destos indios es algún maíz y mucha yuca dulce y batatas: tienen macato, que es yuca rallada, en hoyos debajo de la tierra a podrir, y dello hacen pan y cierto brebaje. Todos sus tratos y caminos son por el río en canoas. En esta isla se detuvo el armada ocho días; aquí se desembarcaron los caballos que desde el astillero no habían salido en tierra, y habíanse muerto dos o tres dellos. Desde aquí envió el Gobernador a descubrir y tomar algunas guías y lenguas, y no se halló ni tomó nada: en esta isla se nos quedó anegada una de las tres chatas que traíamos, que estaba ya podrida y casi quebrada. Aquí hizo el Gobernador su Teniente general a don Juan de Vargas, y a Don Hernando de Guzmán su Alférez general. Partió el Gobernador desta Isla de García por el brazo de mano derecha, arrimado a la tierra firme; halló otras muchas islas y pueblos sin gente que, con temor del dicho García de Arce y del armada, se habían huido, donde solamente hallábamos las sementeras de yuca y batata, que todo lo demás estaba alzado. Halláronse por aquí algunas gallinas y gallos de Castilla, blancos, y algunas guacamayas y papagayos blancos. Dimos con un pueblo, el primero que topamos en la tierra firme sobre la mano derecha, donde comenzamos a ver algunos indios en canoas por el río, que recatadamente y de lejos nos venían a mirar. En este pueblo nos vino un cacique de paz con ciertos indios: trujo algunos pescados y tortugas; el Gobernador le dio en recompensa dello alguna chaquira y cuchillos, por le contentar y traer de paz. Fuese luego, y tras dél vinieron luego otros indios, y traían asimismo pescado y tortugas. A todos los que venían daba el Gobernador cuchillos, por los contentar. Mandó el Gobernador que a ningún indio de los que viniesen nadie les tomase ningún rescate, ni contratasen con ellos nada de lo que traían, sino que a todos los que viniesen los encaminasen a él, que él partiría lo que trujesen con los que lo hubiesen más menester, y así se hizo. Llámase este pueblo Carari, donde pusimos nombre a toda la Provincia; desde este pueblo para abajo nos comenzaron a salir muchas canoas con comida y pescado y tortugas y otras cosas, y andaban entre nosotros, pero algunos no osábamos rescatar con ellos, porque el Gobernador lo había así mandado no sé a qué efecto; y otros, abscondidamente, rescataban y aun se lo tomaban sin rescate. Todos los pueblos que topábamos estaban sin gente, y los indios andaban huyendo por temor del armada y del daño que García de Arce había hecho en su isla. En esta isla prendió el Gobernador a un Alonso de Montoya, y le echó en una collera, porque dijeron, y fue cierto, que él y otros que se querían huir en canoas y volverse por el río arriba al Pirú, que había al pie de quinientas leguas que subir: así lo llevó preso algunos días, y fuera más acertado matarle, como lo merecía, por este y otros motines que éste, como hombre que le tenía odio, por esta causa fue después el principal urdidor de su muerte del Gobernador; sino que Pedro de Orsúa tuvo la condición más que buena, que no sólo no castigó a los que lo merecían, pero no se halla que a ninguno de sus soldados dijese palabra fea ni de afrenta. En esta provincia de Carari determinó el Gobernador de descubrir si en la tierra adentro habría algunos caminos o poblazón; y haciendo alto en un pueblo, envió a un Pero Alfonso Galeas con cierta gente a descubrir, el cual fue por un estero, y allí tomó un camino por una montaña; y andando por él adelante, topó ciertos indios cargados con caçabi y otras cosas, los cuales, como vieron a los españoles, huyeron todos, que no pudieron tomar más que una india, que les dijo por señas que su pueblo estaría de allí cinco días de camino; y porque ellos no tuvieron ganas, se volvieron sin descubrir más, trayendo consigo la india, que era diferente en traje y lengua de los desta provincia. Fue parescer de algunos que se debían volver con aquella india a ver aquella tierra que ella decía; pero el Gobernador no quiso detenerse, porque llevábamos los navíos mal acondicionados, y aún quebrados, y la principal noticia era Omagua, adonde pensaba parar, porque no le faltasen los navíos antes de llegar allá. Cada día nos venía mucha gente de indios en canoas, que, como a los primeros que habían venido dióseles, había(n) hecho mucho daño, unos a otros se convocaban y venían a vernos y a rescatar con nosotros, aunque si no era ascondidamente no osábamos rescatar con ellos, porque el Gobernador lo había mandado, no sé a qué efecto, y se enojaba y reñía con los que rescataban, aunque también disimulaba harto. Pasamos asimismo por otra provincia que llamamos Manicuri, del nombre de otro pueblo. Es toda una gente y un traje y ropa y lengua, y unas mismas armas y casas y ropas que visten. Son todos estos indios amigos y confederados, y así paresce ser toda una provincia y no dos, porque toda la poblazón va trabada, sin que haya división, y que Carari y Manicuri sean nombres de pueblos y no de provincias. Dura esta población desde la Isla de García hasta el cabo de lo que llamamos Manicuri, más de ciento y cincuenta leguas. Los pueblos todos en la barranca del río, sin que haya de uno a otro mucho. Los indios de esta provincia traen algunas joyas de oro fino, aunque pequeñas, como son orejeras, caricuríes en las orejas y en las narices. La gente destas provincias no es mucha, según buena conjetura, porque en las poblaciones que nosotros vimos, basta que haya siete u ocho mil indios habitadores, y a lo muy largo, diez mil, que es esto lo que paresce, según overa de la barranca, porque mal lo podíamos ver si no hacíamos más de allegar una noche y luego salir por la mañana, sin ver ni entender lo que había la tierra adentro. Hay en esta provincia muchas frutas de la tierra, y sabrosas, y muchos mosquitos de unos y de otros. Aquí se nos anegó el bergantín que nos había quedado, y nos quedaron solas dos chatas. Pasada esta provincia que habemos dicho, dimos, sin saberlo, en un despoblado que nos duró nueve días, adonde pasamos gran necesidad, por no venir proveídos de comida; y la pasáramos mayor, sino que Dios nos proveía de mucho pescado que se toma en el río con anzuelos, que alcanzaba de ello la mayor parte del campo. Hobo en esto gran descuido el Gobernador y en los que mandaban el campo, por no examinar cada día las lenguas y guías; así, a durar más el despoblado, no sé qué fuera de nosotros, porque duró la pesquería poco, y entramos en el despoblado muy desapercibidos de comida y bien descuidados, porque como siempre habíamos traído pueblos y veníamos durmiendo cada noche en ellos, no se tenía cuenta con que podíamos tener tan gran despoblado; y así hubo muchos que no tenían qué comer, si no era algunos bledos que hallaban por la playa del río, que eran bien pocos, a respecto de la mucha gente que padescía necesidad; y con todo esto, no pudieron dejar de morir alguna gente. En este despoblado hallamos otras dos bocas de ríos grandes, y no muy desviados el uno del otro. Conoscíase claro en que venían turbios y crescidos; así parescía en ellos no tener muy lejos sus nascimientos. Venían estos dos ríos de la mano derecha; traían las barrancas altas y bermejas; y el Gobernador, por la necesidad que llevábamos de comida, no se descubrieron ni detuvo en ellas. Pasamos estos nueve días de despoblado, fue Dios servido que dimos en un pueblo de indios, tal cual convenía para remedio de la necesidad que llevábamos. A este pueblo llamaban los indios Machifaro. Es pueblo grande, el mayor que hasta allí habíamos visto: está sentado sobre una barranca del río. Los indios deste pueblo son de mediana dispusición; andan desnudos del todo; sus armas son tiraderas de estólica, con los de arriba son enemigos y tienen guerra con ellos. Las casas son redondas y grandes y de vara en tierra, cubiertas de hojas de palmas hasta el suelo, con cada dos puertas. Llegamos a este pueblo de repente y sin que los indios supiesen de nosotros; pero cuando nos vieron, se pusieron de guerra, y echaron sus mujeres y hijos y los indios que no eran para pelear, en canoas por el río, para más asegurarlos, y en el pueblo nos esperaron de guerra trescientos o cuatrocientos indios. Llegó el Gobernador en la delantera con un arcabuz en la mano, y con él otros arcabuceros y rodeleros, aunque pocos, y los indios hicieron muestra que los querían acometer al subir de la barranca; pero el Gobernador tuvo gran sufrimiento, y mandó a los arcabuceros que ninguno tirase sin su mandado, y él iba delante de todos, llamando a los indios con un paño blanco, señalando que lo tomasen, y el cacique deste pueblo se llegó y tomó el paño y amigablemente se metió entre los españoles, y algunos otros indios con él. Todos los demás indios se desviaron a una parte, y hechos una manera de escuadrón, con las armas en las manos, se estuvieron un gran rato en la placeta hasta que llegó todo el armada. Pidioles el Gobernador que nos diesen una parte del pueblo con la comida para nosotros, y que en lo demás se estuviesen ellos con sus mujeres y hijos, que no les enojarían en nada. Aposentose toda la gente del armada en el comedio del pueblo, adonde el Gobernador les señaló, mandándoles que no pasasen de allí ni fuesen a las casas de los indios a cosa ninguna. Había en este pueblo, según a todos pareció, más de seis mil tortugas grandes, que los indios tenían para comer, encerradas en unas lagunetas que tenían hechas de mano, y cercadas a la redonda con un cerco de varas gruesas, porque no se pudiesen salir, y a la puerta de cada bohío había una y dos y tres lagunetas destas, llenas de las dichas tortugas. Hallose gran cantidad de maíz recogido en los bohíos, y en el campo había infinitas sementeras de yuca brava y otras comidas; y no curando de la seguridad que el Gobernador había dado a los indios, comenzaron alzar las comidas, así de las tortugas como de maíz, de aquella parte del pueblo que para ellos les habían dejado, y llevándolos en canoas a esconder; lo cual, visto por la gente del campo, empezaron a ir los soldados a sus estancias a traer la comida que hallaron, aunque contra la voluntad del Gobernador, y sobre ello echó presos algunos españoles y mestizos, por lo cual dejaron de recoger más comida, y los indios acabaron de llevar toda la que quedó; si se pusiera buena orden y regla había para muchos días. Mala gente, sin cuenta de que los podría faltar, la desperdició y gastó muy presto, porque con mucha manteca y huevos que de las tortugas sacaban, y con la carne dellas y el mucho maíz que había, comían ordinariamente buñuelos, pasteles, mucho género de comidas de potajes, y más era lo que se desperdiciaba que lo que comían. Hacían vino de maíz, con que bebían, y dieron cabo presto de todo. Al Gobernador le pesó después por la mala orden, porque a quien primero faltó fue a él, y después lo anduvo pidiendo a quien lo tenía. En este pueblo nos detuvimos treinta y tres días; tuvimos en él la Pascua de Navidad. Envió el Gobernador desde aquí, a descubrir, a Pero Alonso, el cual fue con cierta gente en canoas por un estero de agua negra, no de muy gran boca, que entra en el río junto a este pueblo, de sobre la mano derecha, y halló dentro una laguna tan grande y temerosa que les puso espanto; metiéronse por ella tanto adentro, que aínas se perdieron, que no acertaron a salir. No vieron el fin de ella ni hallaron nada. Acaesció en este pueblo que los indios de la provincia de arriba, que son enemigos y tienen guerra unos con otros, vinieron hasta ducientos dellos, bien apercibidos de guerra, en diez y siete canoas a hacer salto en ellos, y a roballos y cativallos, como entre ellos es costumbre; y una noche, sin ser sentidos, dieron sobre este pueblo donde nosotros estábamos, que es el primero desta provincia de Machifaro, y como nos reconocieron, no se atrevieron a saltar en tierra, por nuestro temor; y desde el río, ya casi amanescido, nos dieron alborada con sus bocinas y flautas y otros instrumentos de guerra, y en orden de guerra se comenzaron a retraer el río arriba hacia su tierra, sin que hobiesen hecho daño alguno; pero antes que se fuesen, el cacique deste pueblo de Machifaro vino a muy gran priesa a demandar socorro al Gobernador contra aquellos indios, diciendo que eran sus enemigos, y muy valientes, y que los venían a matar y destruir, y que le diesen algunos españoles que contra ellos les ayudasen; y el Gobernador, por contentarle, envió a D. Juan de Vargas, su Teniente, con cincuenta hombres, los más arcabuceros, en su ayuda, y atajándolos, que se volvían por un estero, los tomaron en medio, los cuales, viendo que no podían huir, se apercibieron de guerra y como vieron a los españoles dicen que hicieron señal de paz, y no los entendiendo o no queriendo entenderlos, comenzaron a disparar con muchos arcabuces, y los indios de Machifaro a tirarles varas, y ellos con miedo de los arcabuces, dejando las canoas, se huyeron al monte, sin que se pudiesen tomar más de hasta cuatro o cinco de ellos, y tomaron todas las canoas. Creyose que morirían todos a manos de los de Machifaro, por estar sin canoas, y muy lejos de sus tierras y gran despoblado. Aquí paresció a la mayor parte de la gente del campo que las guías que traíamos, que eran ciertos indios brasiles de los que por ese río salieron a Pirú, según se había dicho, habían dado falsa relación y mentían en toda la noticia que nos habían dado: fuimos por el río casi setecientas leguas, sin que viésemos cosa de las que nos habían dicho; y asimismo iba con nosotros un español de los que habían bajado por el río con el capitán Orellana, el cual no conocía la tierra, y desatinaba, y así, la gente comenzó a desconfiar de la noticia, teniéndola por burla, y deseaban volver al Pirú, que decían que no había más que buscar; lo cual, entendido por el Gobernador, dicen que dijo que no pensase nadie tal, que los que entonces eran muchachos habían de envejescer buscando la tierra; y en esto, cierto, mostró siempre gran valor y constancia, si se supiera guardar de sus enemigos y creyera a sus amigos, que le avisaron que pusiese guarda en su persona, no porque nadie de los que esto le aconsejaron supiese cosa cierta de motín, mas de que conjeturaban lo que podría ser, por la gran desvergüenza que algunos traían en el campo. Y a esta sazón el Gobernador iba malquisto con la mayor parte del campo, que eran ruines y mal intencionados, porque no les dejaba robar y atar indios, y ranchearlos y matarlos a diestro y siniestro; y decían que ya desde entonces temía la residencia; y también Doña Inés, su amiga, quisieron decir que le había hecho en alguna manera que mudase la condición, y que le había hechizado, porque de muy afable y conversable que solía ser con todos, se había vuelto algo grave y desabrido, y enemigo de toda conversación, y comía solo, cosa que nunca había hecho, y no convidaba a nadie: habíase hecho amigo de soledad y aun alojábase siempre solo y apartado lo más que podía de la conversación del campo, y junto a sí la dicha Doña Inés, sólo, y a fin, según parescía, de que nadie le estorbase sus amores; y embebecido en ellos, parescía que las cosas de guerra y descubrimiento las tenía olvidadas; cosa, cierto, muy contraria de lo que siempre había hecho y usado. Había en su campo algunos soldados que se habían querido amotinar por volverse al Pirú, y aunque lo habían probado a hacer, y habían sido hallados con el motín de se huir, a los cuales, en pena, como quien los hecha a galeras, los hacía que fuesen remando y bogando la balsa de Doña Inés; y aunque este castigo era harto liviano para lo que merescían ellos, se afrentaban dello mucho; y otros mal intencionados, por indignar a los dichos, murmuraban diciendo que mejor era ahorcarlos que no hacerles remar las canoas y balsas; por donde comenzaron a hacer algunos borrones y descuidos en su campo, y el mayor fue el de su muerte, que en este pueblo que es dicho se la comenzaron a tratar, hallando los traidores aquel aparejo de verlo malquisto y descuidado. Juntose con esto la dañada voluntad de algunos soldados de su campo, que eran y habían sido traidores, y se habían hallado en el Pirú en muchos motines contra el servicio de Su Majestad, algunos de los cuales habían venido a esta jornada a más no poder, que andaban huyendo y escondidos por delitos y traiciones que habían cometido, y tuvieron por último remedio venirse a ella, por se desviar de las justicias que los buscaban, y otros que, deseosos de los dichos motines habían venido desta jornada, porque públicamente se dijo en el Pirú que el Gobernador Pedro de Orsúa no juntaba gente para jornada, sino para revolver sobre el Pirú por concierto hecho con el Visorey, lo cual fue falsedad y mentira, como se ha visto y dicho; y estos tales, por desechar de sí la carga y trabajo de la jornada, y deseosos de volver al Pirú, andaban buscando y inventando cómo lo podrían hacer: y porque todos estos que digo eran gente baja y de poca suerte, y los más oficiales de oficios bajos, no teniéndose ninguno dellos por suficiente para ser Capitán y cabeza a quien la gente obedesciese de buena gana, se concertaron con D. Fernando de Guzmán, que era Alférez general del campo, que allende que ser caballero era tenido por virtuoso y bien quisto entre ellos, porque era vicioso y amigo de su opinión, y pusiéronle por delante la prisión de un su criado, mestizo, que el Gobernador había mandado prender, como arriba se ha dicho, cosa cierta bien liviana, aunque ellos la estimaron mucho, diciendo que había sido grande afrenta que el Gobernador le había hecho, siendo él caballero y Alférez general de campo, y que no eran hombres los que no sentían esas cosas, y lo que más le movió fue la ambición y cudicia de mandar, porque le prometieron que sería General y cabeza de todos, aunque primero intentaron juntar cincuenta o sesenta amigos de su opinión, y una noche, con las más armas que pudiesen haber, alzarse con los navíos y salirse a la mar, y de allí al Pirú; mas Lope de Aguirre y un Lorenzo Calduendo fueron de parecer que mejor era matar al Gobernador y alzarse con todo, y así lo acordaron y determinaron; y que siendo el D. Fernando general y cabeza, podrían buscar la tierra y poblarla, y que esto sería antes hacer servicio al Rey por el gran descuido que el Gobernador llevaba en el descubrimiento, que no ir contra el servicio real, y esto todo lo hacían al fin que el D. Hernando, como hombre que era en obligación al Gobernador, no les mallase y diese parte del negocio al Gobernador; y ansí le aseguraban para entender dél lo que decía; pero no para que poblasen, sino huirse o matar al Gobernador, porque, cierto, fue la mayor traición que en el mundo se ha hecho la que D. Fernando hizo al Gobernador, por la mucha y antigua amistad que con él tenía, que era tanta, que ni comía el uno sin el otro, y dormían muchas veces juntos, aunque tuviesen cada uno su cama, que era cosa no de creer la grande hermandad y amistad que Pedro de Orsúa mostraba al D. Fernando, así por obras como por palabras, que no podía creer que tal traición hobiese hecho hombre con otro, que, como ellos, se hobiesen tratado con amistad.
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El periodo de Nuenen se resume con su obra magna: los Comedores de patatas que Vincent ejecutó en abril de 1885. No deseaba defraudar con esta composición por lo que dedicó mucho tiempo a prepararla y no la hizo "de golpe" como era habitual en su manera de trabajar. Así surgen numerosas pruebas y estudios preparatorios como éste que contemplamos, realizado de memoria ya que estaba harto de modelos aficionados que no posaban bien. Siguiendo a Delacroix, de quien ya le había interesado su teoría del color, pintó de memoria a los diferentes campesinos que había contemplado en sus numerosas visitas a sus míseras cabañas. Los reunió alrededor de una mesa bajo la pobre luz de una lámpara de gas para afanarse en su escasa comida, mostrando Van Gogh la pobreza del mundo campesino holandés en sintonía con la pintura de Millet. como boceto que es, la pincelada es tremendamente suelta, interesándose por los volúmenes de las figuras que por cualquier detalle superfluo, sin menospreciar el papel de la iluminación en el conjunto.
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Posiblemente, Brueghel es uno de los artistas del Barroco Flamenco que ha contado con un mayor número de colaboradores. Con frecuencia trabajó con Hendrick Van Balen, debido a la similitud de estilos de ambos artistas. Los Cuatro Elementos es una característica escena alegórica muy del gusto de la época. El Agua es representada por un riachuelo con abundante pesca; la Tierra se muestra como una mujer vestida que entrega los bienes a la Abundancia, de espaldas; el Fuego y el Aire aparecen en lo alto con sus respectivas antorchas. La composición se desarrolla en un bosque que se abre por la derecha para dejar pasar la luz y mostrarnos un grupo de campesinos realizado por Brueghel. Las figuras de los cuatro elementos, junto con los amorcillos que recogen flores, son de Van Balen. El interés por los detalles por parte de ambos artistas se pone claramente de manifiesto en una obra en la que todo está ejecutado con la mayor precisión. Sin embargo, a medida que nos alejamos, la bruma del atardecer envuelve el ambiente, provocando una mayor distorsión. El vivo colorido de las figuras, con esas carnaciones tan rosadas, es característico de la producción de Van Balen, animado en este caso por la luz dorada que envuelve la composición.
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Será en 1598 cuando Rubens pase el examen de maestro ante la guilda de San Lucas, pudiendo establecerse como pintor independiente. Antes había acudido a los talleres de Tobias Veraecht, Adam van Noort y Otto Vaenius, realizando un buen número de dibujos como éste que contemplamos, en el que toma como referencia las obras de Jost Amman y Tobias Stimmer. Ya en sus primeras obras, Rubens se presenta como un excelente dibujante, apreciándose la seguridad y la firmeza en sus trazos, así como la facilidad para crear efectos de luz y sombra. Podemos comprobar cómo las posturas escorzadas serán de gran atracción para el pintor flamenco, convirtiéndose el movimiento en uno de los elementos definitivos de su trabajo.
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En 1445, el Papa Eugenio IV requirió los servicios de Fra Angelico para la decoración de algunos muros de la basílica de San Pedro de Roma y otros encargos particulares. Ninguna de estas obras se ha conservado. Dos años después, el nuevo Papa Nicolás V, encomendó al fraile pintor la ornamentación de su capilla privada en El Vaticano, con las historias de los santos diáconos Esteban y Lorenzo. En la cúpula, Fra Angelico figuró a los Evangelistas.Los Evangelistas, acompañados de sus símbolos característicos, se presentan sentados en unas nubes de cualidades esponjosas y descritas en semicírculo. Sus figuras se recortan potentes sobre un cielo azul estrellado que simboliza el ámbito celestial. Las capas de los Evangelistas se extienden a lo largo de sus bancos de nubes, en cuyos ribetes llevan inscripciones. Las túnicas son de vivos colores, que hacen resaltar más sus figuras. La representación de los Evangelistas es tan espectacular como la magnificencia del resto de los frescos. Así, el carácter de estas pinturas se muestra muy alejado del ideal de pureza y armonía de los frescos anteriores para San Marcos de Florencia. Quizá la opulencia que perseguía la Iglesia fuera la que determinara el cambio de registro del fraile pintor. Para las escenas de la capilla Niccolina, Fra Angelico se valió de ayudantes, siendo Benozzo Gozzoli el de mayor importancia.
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La risa será una de las principales protagonistas en las pinturas de género realizadas por Murillo. El joven muchacho de la izquierda que aquí contemplamos dirige su mirada hacia el exterior y esboza una amplia sonrisa que contrasta con el gesto de la hermana que parece contener su divertida actitud. La madre abandona su tarea de despiojar a un niño para mirar también hacia el exterior, a través de sus anteojos. ¿Qué ocurre en el exterior para que todos dirijan su mirada hacia allí? Algo similar podemos encontrar en las Mujeres en la ventana, creando un juego con el espectador que hoy por hoy es imposible de descifrar pero que en la época sí tendría su lógica. En esta imagen Murillo se muestra como un excelente pintor de gestos y expresiones, recogiendo con sus pinceles las diferentes actitudes de los personajes. Las figuras se recortan ante un fondo en penumbra lo que permite al artista dotarlas de mayor volumetría, recibiendo un potente foco de luz desde la izquierda que resalta las diferentes tonalidades de sus vestidos. Las indumentarias -a excepción del pantalón roto del pequeño- nos indican que se trata de una familia de cierta posición económica, recogiendo el maestro con un insistente naturalismo todos los detalles.