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Tabla central del registro superior del reverso del panel principal de la Maestá de Duccio, en la catedral de Siena. En lo alto de la tabla un grupo de ángeles simétricamente dispuestos en torno a la Cruz adoran a Cristo crucificado flanqueado por los ladrones. Sobre un fondo dorado, que hace intemporal el acontecimiento, la cruz preside y divide la tabla simétricamente. En la zona de abajo, sobre un escenario que, con unas rocas acartonadas, nos describe el Monte Calvario, distinguimos a dos grupos muy definidos, separados a derecha e izquierda por la presencia de la cruz, clavada en la roca que recoge la sangre acumulada procedente del cuerpo de Cristo, que se desangra dramáticamente. En el grupo de la izquierda, vemos a María, en una posición de cierto naturalismo, al borde del desfallecimiento mientras es sujetada por un compungido San Juan. Este grupo se completa con las figuras femeninas que rodean a la Virgen ordenadas rígidamente unas encima de las otras. En el lado izquierdo, el grupo de personas es mucho más numeroso y agitado. El efecto de muchedumbre es conseguido por Duccio a la manera antigua, colocando las cabezas en fila unas encima de otras. Sin embargo, como rasgo de modernidad aparece un intento muy marcado de diversidad en el tratamiento de los personajes. Diversidad en el vestuario, en la fisonomías y en un registro variado de posiciones y gestos, conseguido a través de un depurado trabajo dibujístico, que pretende lograr un efecto natural de multitud agitada. Llaman la atención el fondo, de un intenso color oro, que descontextualiza el acontecimiento a la manera bizantina, ocupando las dos terceras partes de la escena
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Este tema constituye una de las principales obsesiones de Saura desde los años cincuenta y su forma de abordarlo -con un carácter monstruoso y agresivo desde el punto de vista sexual- ha sido interpretada como sacrílega y blasfema; pero el pintor ha salido en su propia defensa diciendo que no se trata del Cristo de los católicos, ni responde a motivos religiosos; no es irreverente ni místico, sino un hombre clavado absurdamente en la cruz, un grito de protesta, la tragedia de un hombre solo ante un universo amenazador, un símbolo trágico de nuestra época, como el Perro de Goya o las Multitudes.
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La Contrarreforma motivará un importante cambio en la iconografía de los años centrales del Renacimiento. Se introduce el concepto de devoción que empieza a ponerse de manifiesto en buena parte de los trabajos realizados por Tiziano, como observamos en esta Crucifixión pintada para la iglesia de Santo Domingo de Ancona. Comparada con la obra de El Escorial apreciamos una mayor intensidad dramática gracias a los efectos lumínicos empleados. Azules y blancos dominan la escena para acentuar el dramatismo. Cristo aparece ahora acompañado por San Juan Evangelista y la Virgen María mientras Santo Domingo agarra con fuerza los pies de la cruz. La composición está estructurada a través de dos triángulos contrapuestos para formar una estrella. La luz y el color se convierten en los principales protagonistas de esta imagen, apreciándose una pincelada más fluida, creando cierta ambientación atmosférica.
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Viendo esta imagen resulta difícil imaginar que apenas llega a los 13 centímetros de alto por 9 de ancho. En efecto, Durero ha superado el marco asfixiante que diseña para algunas de sus escenas de la Pasión, y nos ofrece una escena holgada, llena de aire, sobre un hermoso paisaje crepuscular herido por algunos rayos de luz, tal y como lo describían los Evangelios.Las figuras son de pequeño tamaño y exacta proporción. Rodean a Cristo pero no dan sensación de abigarramiento. Cristo es muy pequeño, puesto que de otra forma no cabría en la cruz que se eleva sobre los otros personajes. Contrasta con la figura angustiada de San Juan, de pie, con una hermosa figura varonil que expresa de manera singular el dolor por la muerte de su maestro.
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Adosada al cuerpo del Retablo de San Marcos de Florencia, la tablita de la Crucifixión hace más fundamental aún la obra del altar mayor del convento. Si en el retablo figuraba la Madona de más avanzadas concepciones pictóricas que saliera de la mano del monje pintor, la escena de la Crucifixión daba su significado y potencia más importante al conjunto. De esta manera, Fra Angelico figuraba en una misma composición los motivos de la Madre de Dios, el Lamento por el Cristo muerto y la continuación última de su Pasión en la celebración del sacramento de la Eucaristía, en el altar de la iglesia del convento. Sobre el fondo de oro de gran luminosidad se recortan las figuras del crucificado y los flancos de María y San Juan. Con la simplicidad de los Cristos de Giotto, sobre todo en el montículo desde donde se eleva la cruz, la tabla también se asemeja en su concepción al Cristo en la Cruz del Retablo de Pisa, obra de Masaccio, aunque de menor calidad volumétrica. Pero las expresiones de los que luego recogerán al Cristo muerto, ya son patentes en este momento. En cierta manera, la obra de la Crucifixión, superpuesta al retablo, era la mejor solución en la celebración de la Misa, dado el componente de recogimiento y vida contemplativa de los monjes dominicos.
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El Bosco ha pasado a la historia por su fantasía desbordante y sus imágenes sugestivas. Sin embargo, no debemos olvidar que era un artesano de la imagen que trabajaba para un patrono que le pedía obras muy concretas. También hemos de recordar que su éxito fue grande y que vendió sus obras a lugares muy lejanos, en un momento de fe y religiosidad que no se hubiera entusiasmado con lo que hoy consideramos atrevimientos y transgresiones, pero que en la época no eran sino interpretaciones profundamente moralizantes del pecado y la vida del cristiano. En estas circunstancias, el Bosco también trabajó para un donante, retratado en esta tabla, que encarga una Crucifixión completamente convencional, en la línea de tantos pintores de la época. El Bosco anticipa ya los grandes paisajes que va a introducir en su época de madurez y se limita a los elementos tradicionales de la escena, con matices de asimetría y relación psicológica entre los personajes, no tan frecuentes en la pintura de sus contemporáneos. Destaca el rostro del donante, pálido, cadavérico y totalmente concentrado, puesto que ya ha entregado su destino a Dios. San Pedro y San Juan interceden por su bienestar ante la Virgen y Cristo deja caer su cabeza protectoramente hacia su fiel.
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Este fresco de La lanzada es una de las tres Crucifixiones que figuran en las celdas del ala norte de San Marcos. La composición se presenta de manera muy sumaria, desde el propio fondo vacío, con el único elemento espacial de la pequeña línea del suelo y el montículo desde donde se levanta la cruz del Sacrificio. El soldado clava la lanza en el costado del Cristo muerto del que sale sangre y agua. El núcleo central de la composición está flanqueado por las figuras rotundas de San Marcos, que mira al Crucificado, la Virgen María, que se tapa la cara y vuelve su rostro, asistida por Santa Marta, de espaldas al espectador, y Santo Domingo arrodillado, en actitud de plegaria y compasión hacia Jesús. El espacio, por tanto, viene determinado por la distribución de las figuras a lo largo de diferentes planos de profundidad. El dramático momento de la acción de Longinos viene enfatizado por las actitudes de los protagonistas y en detalles como el de la sangre resbalando por el madero hasta el suelo. Fra Angelico ha conseguido una imagen aleccionadora de la Muerte de Cristo, cometido principal de los frescos de las celdas de San Marcos.
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Las últimas obras de Botticelli van a estar tremendamente influidas por los sermones y la doctrina del dominico Girolamo Savonarola, crítico de la impía situación que vivía la Florencia de fines del Quattrocento, aprovechando los presentimientos de fin del mundo que acompañaban a la terminación de un siglo. La Crucifixión que aquí contemplamos está en un lamentable estado de conservación pero se aprecia claramente el mensaje de penitencia que el pintor desea transmitir. La figura de Cristo crucificado ocupa la zona central del lienzo, en primer plano, acompañado de María Magdalena penitente, que se abraza al madero. A su lado, de pie, encontramos a un ángel vestido con una túnica blanca que alza su arma contra el pequeño león que porta en su mano izquierda. Tras el paisaje aparece la ciudad de Florencia con sus edificios característicos. De la ciudad parte una nube negra plagada de demonios que arrojan fuego sobre la tierra; dicha nube es expulsada por Dios Padre, que se sitúa en la zona superior izquierda, ayudado por ángeles que hoy no se aprecian, quedando restos de sus escudos en los que apreciamos una cruz roja sobre fondo blanco, el escudo de Florencia. María Magdalena es el símbolo de la ciudad, llorando por sus pecados, mientras que los animales - el león que porta el ángel y el zorro que sale del manto de la Magdalena - se identifican con el engaño y la violencia. Botticelli se ha interesado por el mensaje religioso que conlleva su obra, empleando figuras estilizadas y plenas de emoción, envueltas en un ambiente oscuro que contrasta con la claridad de trabajos anteriores.