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Los efectos atmosféricos siempre fueron muy admirados entre los impresionistas. Artistas como Monet o Pissarro se interesaron en sus trabajos por mostrar las diferentes atmósferas y las variaciones de los objetos dependiendo de la luz que les impactara. Van Gogh también enlazará con estas ideas y mostrará los trigales que rodeaban Auvers en diferentes momentos de luz, sustituyendo los tonos brillantes y vivos de la luz solar - véase Campo con gavillas - por los tristes y apagados de la lluvia como en este caso. La imagen está tomada al aire libre, trabajando de manera rápida y empastada para transmitir el efecto momentáneo con mayor rigor, expresando su estado de ánimo con los colores, la principal aportación de Vincent a la pintura contemporánea.
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Las series de Almieres suponen - junto a la dedicada a la Catedral de Rouen - un hito en el interés de Monet por mostrar cómo afecta la luz de cada momento a los diferentes objetos, variando éstos según sea la iluminación aplicada. En esta imagen contemplamos un almier al amanecer, rodeado de nieve. Las primeras luces del alba crean tonalidades anaranjadas y sombras coloreadas de gran intensidad tanto en la figura del almier como en las montañas del fondo o las edificaciones. La rápida pincelada empleada por Claude refuerza la idea de impresión causada por la luz. Esta composición toma mayor fuerza si la comparamos con los Almieres con cielo cubierto, apreciándose claramente las diferencias lumínicas.
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A diferencia de otra obra perteneciente a esta serie, Almiares con efecto de nieve, en esta ocasión Monet prefiere centrarse en los efectos de luz que provocan determinadas horas del día, como este amanecer. De nuevo el pintor elige la máxima reducción de elementos pictóricos para ofrecer un mensaje directo. El cuadro que contemplamos tiene todo el aspecto de una obra de arte abstracta; si no fuera por la silueta del almiar estaríamos en condiciones de afirmar que no había ningún tema en este cuadro. De hecho, incluso el almiar presenta una forma muy cercana a lo geométrico, escapando de la descripción más o menos naturalista. El resto de la composición es una sucesión de bandas horizontales y paralelas de color que determinan los diversos planos de profundidad del cuadro. Obsérvese también la peculiar elección de los colores, que recuerdan mucho a la de los simbolistas.
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Monet combinó algunos lienzos de esta serie con otros que realizaría al año siguiente en su exposición de la galería Durand-Ruel celebrada en mayo de 1891. En su superficie muy densamente trabajada, con pinceladas fuertes de color en algunas zonas del cuadro, se asemeja a obras de los meses anteriores, pero en cambio el interés de Monet por los efectos atmosféricos es mucho más omnipresente en esta serie de almiares. Al jugar con el recurso del contraluz, el artista reduce la importancia de los colores locales - es decir, los que pertenecen por naturaleza a los objetos - prefiriendo cargar el acento en los contrastes entre el campo, muy iluminado y brillante, y las sombras, de tonos oscuros pero con predominio de los azules. Cuando llegó el momento de concluir la pintura, la comunicación entre zonas de luz y de sombra se hizo mucho más sutil gracias a las pequeñas pinceladas naranjas.
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Como decimos la elección del tema de los almiares no era nada caprichosa, como lo demuestra el hecho de que veinte años después, cuando ya es un pintor maduro, elige precisamente los almiares para iniciar sus reflexiones sobre los efectos de la luz y la atmósfera en la naturaleza. Sin embargo, conviene precisar que existen algunas diferencias más que notables entre ambos periodos. Si en la serie de los últimos años ochenta ha triunfado plenamente el análisis racional, casi científico, de ese argumento, en esta obra de 1865 persiste aún la mirada cargada de literatura propia del Simbolismo, movimiento que estaba ya en ciernes. En realidad si bien existe una mirada misteriosa, nostálgica, en la visión que proporciona Monet, tampoco hay que olvidar la más que evidente influencia que tenía el Realismo en toda Europa.
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Compañera de Almier por la mañana, en ambas escenas se aprecia perfectamente la teoría de Monet según la cual los objetos varían dependiendo de la iluminación que reciban. En este caso es el mismo almier pero las luces son totalmente diferentes; ahora estaríamos en el atardecer de un día invernal, tomando - tanto la nieve como las montañas o las casas - tonalidades malvas y azuladas, dejándose ver los últimos rayos rojizos del sol en algunos puntos muy determinados. Una vez más, la pincelada suelta refuerza la impresión que causa en el artista este momento concreto. La Catedral de Rouen es otro magnífico ejemplo aplicado de las teorías de Claude. Estos cuadros de almieres tuvieron una interesante acogida entre los artistas jóvenes que años más tarde crearán el fauvismo.
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Monet sabía que los efectos de luz no sólo se deben de modo directo por la acción del sol sobre los objetos o personas sino que también existen otras superficies que multiplican esos rayos solares, tales como el agua o la nieve, como en esta ocasión. A diferencia de las otras compañeras de la serie, en esta obra todo parece haberse apagado por consecuencia de la nieve. Frente a las imágenes vitales, brillantes y cegadoras de las demás obras, en ésta la sensación de que estamos ante objetos y paisaje opacos es más que notoria. Como algunos especialistas han puesto de manifiesto, uno de los precedentes que asumió Monet fue el pintor realista François Millet, cuyo trasfondo de crítica social y económica desaparece en la mentalidad de Monet. Aunque en primer término la monotonía parece dominar el cuadro, una mayor atención en cada parte de él revela un mágico mundo de tonalidades azules, malvas, blancas y grises, que dan ese especial sentido melancólico al paisaje.